Isabel: La maestra comprada (Parte 1)

Luego de un accidente, Isabel y su esposo están en deuda con el hombre más rico y poderoso de la ciudad, para su sorpresa, el hijo de ese hombre se ofrece a pagar la deuda por ellos. ¿Cuales son sus intenciones?

De nuevo, al igual que mi anterior saga, al ser el inicio de la historia no hay sexo, pero en los siguientes capitulos si que lo habrá sin falta.

Michael se quedó mirando al automóvil estacionado enfrente de su casa, lo conocía muy bien, era el auto de su padre, un Ferrari 812 Superfast rojo, estaba destrozado, parecía que lo hubiera arrollado un tren.

—¿Qué pasó? —le preguntó al jardinero que estaba también observando el auto.

—Ah señor, pues, parece que su padre sacó el auto y tuvo un accidente. —El hombre agachó la cabeza al hablarle, como tenía que ser.

—¿Y él está bien? —preguntó fingiendo preocupación.

—Sí señor, está adentro.

—¿Y ese otro? —preguntó mirando el auto que estaba estacionado en la acera de enfrente, era evidentemente el auto contra el que había chocado su padre, parecía un simple Nissan Versa, el no era demasiado conocedor de autos, nunca le habían interesado, pero conocía bien el auto que más usaban los pobres en esa ciudad. No estaba tan dañado como el otro, solo tenía un golpe en la parte de enfrente, nada que un mecánico medianamente bueno no pudiera arreglar.

Suspiró.

—Sí señor, ese es auto de lo que chocaron con su padre, una pareja de casado al parecer, están hablando con su padre en estos momentos.

Michael sonrió, su padre era un viejo tacaño malhumorado al que si le tocaban algo suyo se ponía como un demonio, y ese auto era su juguete favorito, seguro los que lo habían chocado estaban ahora mismo siendo gritados y ultrajados como nunca lo habían sido en su mente.

—Bueno, iré a ver cómo termina todo.

El jardinero inclinó la cabeza despidiéndose de el con respeto, no había necesidad de aclararle lo que iba a hacer a un hombre como ese, él era el jefe de la casa, o casi, el heredero del hombre más rico de la ciudad y el tercero más rico del país, toda la servidumbre lo miraba con respeto y admiración.

A sus 19 años ya se había ganado la confianza de todos en esa casa, todo sabían que a la muerte de su padre sin lugar a dudas su dinero y sus empresas estarían en buenas manos con él, de hecho, el mismo ya tenía en su cuenta bancaria varios cientos de miles de dólares gracias a un par de negocios que había iniciado hace un año, luego de cumplir los 18.

Caminó por el jardín que llevaba a la casa… que más bien parecía una mansión, aunque no era del todo correcto llamarla así, era lujosa, pero no tenía el tamaño de una mansión, de fachada color blanca con toques azules, era una casa de 3 pisos, en el patio trasero había una piscina y a un lado una cancha de tennis que nadie usaba porque a nadie le gustaba ese deporte.

Ahora, seguramente su padre estaba con sus invitados en su despacho, así que se encaminó hasta ahí, los empleados de la casa lo saludaban conforme pasaba y el regresaba el saludo con una sonrisa, no era como su padre, no despreciaba a los empleados ni a la gente pobre, aunque tampoco sentía afecto por ellos, pero sabia que ser gentil con alguien que es inferior a ti en status social puede ser mucho mas beneficioso que lo contrario.

Eso se lo enseñó la única persona que realmente amaba y respetaba: su madre, una mujer dulce y comprensiva además de hermosa, no entendía como una mujer así había terminado con un viejo que le llevaba casi 30 años y que además era un auténtico hijo de puta, se lo había preguntado una vez hace años, su madre, siempre honesta le dijo la verdad: su familia necesitaba dinero, el viejo se encaprichó con ella que trabajaba en una de sus empresas, la obsesión de el y la necesidad de ella habían llevado a que ella terminara embarazada y al viejo no le quedó otra opción que casarse con ella, no había amor en ese matrimonio, ambos lo sabían y lo aceptaban.

Pasó por varias habitaciones antes de llegar a su destino, desde unos metros antes ya podía escuchar a su padre, un par de sirvientas cuchicheaban detrás de la puerta, una de ellas se puso pálida al ver que él se aproximaba y golpeo a la otra en el brazo para que volteara y lo viera.

Él sonrió al llegar con ellas.

—No te preocupes Rosa —le dijo, se había aprendido el nombre de todos los empleados de la casa, si notaban que mostrabas esa clase de interés en ellos hacían su trabajo mejor. —Entiendo que es más divertido escuchar los gritos de mi padre que hacer la limpieza, de hecho, ¿les molesta si me quedó con ustedes a escuchar?

—N… no señor, si usted lo desea… —Rosa estaba sonrojada, era una chica linda, aunque normal, no de una belleza exagerada, Estela, la otra sirvienta que estaba con ella era más de lo mismo, seguramente estar cerca del hijo del señor de la casa les provocaba nerviosismo.

Él les sonrió nuevamente y se colocó al otro lado de la puerta del estudio, no tardaría en entrar, pero quería esperar al momento indicado.

—¡150 mil dólares! —escuchó gritar a su padre con su voz ronca por la edad —¡Eso es lo que cuesta reparar un auto como ellos, comprar uno nuevo cuesta más del doble!

Nadie dijo nada.

—¿¡Pero en que estaban pensando al conducir de esa manera!?

Michael esperó que algunos de los aludidos dijeran algo, se asomó por una parte de la puerta de cristal del estudio veía claramente como en el sofá había una mujer y un hombre estaban sentados dándole la espalda a la puerta, también vio a su madre sentada en una silla cerca del escritorio de su padre, con la mirada en el piso.

—Cariño —dijo su madre con la voz dulce que le caracterizaba —¿no te parece un poco exagerado el dinero que estás pidiendo?

—¡Cállate mujer! —gritó su padre —¡Tú no sabes nada de esto, sería mejor si te fueras!

Eso hizo que Michael se enfadara mucho con su padre, nadie tenia permitido hablarse así a su madre, tomó la manija de la puerta, estaba a punto de entrar cuando escuchó una voz de mujer desde dentro del despacho, una voz que conocía muy bien.

Sonrió y decidió esperar un poco más.

Isabel estaba sentada en el sofá de una casa que parecía 20 veces más cara que la suya, ese sofá parecía ser más caro que toda su casa, estaba a punto de ponerse a llorar.

¿Por qué de todos los autos que había en la ciudad tuvieron que chocar justo contra el de ese hombre?

Sabía quién era, Henrik Brown era famoso en la ciudad, era multimillonario, descendiente de una familia que hace más de 10 generaciones se había mudado al país para explotar las minas y los yacimientos de petróleo que había en el país, ahora, el hombre que estaba delante de el, que seguramente le doblaba la edad, era dueño de múltiples propiedades a lo largo de la ciudad, del país y probablemente del mundo, tenía inversiones en muchas empresas, no sabía en cuanto estaba tasada su fortuna, pero sin duda alguna serían miles de millones de dólares, pesos, euros o la moneda que más le gustara.

Y su marido había chocado el auto de ese hombre…

Si ella estaba asustada y con ganas de llorar, su marido estaba peor, al menos Isabel había logrado mantener en su rostro una expresión de tranquilidad, aunque le costaba mucho, Juan, sin embargo, estaba totalmente desencajado, temblaba y sudaba mucho, sabia tan bien como ella que no podrían pagar la reparación de un auto así.

El abogado del señor Brown se acercó al escritorio del viejo, le entregó una carpeta y volvió a su lugar, en la penumbra de la habitación, cerca del rincón, por eso Isabel casi se había olvidado de el.

El señor Brown miró la hoja dentro de la carpeta y abrió los ojos como platos, en su rostro se dibujó una expresión de furia total, seguramente era el recuento de daños y la razón de porque los habían tenido esperando casi una sentados esperando en esa habitación.

—¡150 mil dólares! —gritó el viejo mirándolos con rabia.

Su marido casi se desploma, ella sintió que le flaqueaba todo el cuerpo ¡150 mil dólares!, eso era demasiado, no podría ganar ese dinero ni en 30 años de trabajo, ni siquiera ganaba en dólares, su marido era más de lo mismo, ganaba solo un poco más que ella, a duras penas se habían permitido sacar el crédito para el auto y la casa, no podrían pagarle al banco y al viejo

—¿¡Pero en que estaban pensando al conducir de esa manera!? —escuchó que decía el hombre.

Es cierto que su marido había conducido irresponsablemente, no iba tomado, pero se lo había tomado a broma, intentando besarla sin mirar hacia el camino, girando el volante de forma repentina, estaban estrenando el auto y por eso se había emocionado demasiado.

Aun así, ¿Por qué Juan no decía nada?, estaba totalmente perdido, siempre había sido un hombre que tendía a evitar problemas, no alzaba la voz nunca y no se metía en pleitos, pero si había un momento para ser más enérgico era ahora, ¡su futuro y el de su hijo estaban en juego! No podrían pagar ese dinero, su seguro cubriría 10 mil, pero 150 mil era demasiado, haciendo la conversión, al banco le debían cerca de 30 mil dólares, sumarle 150 como deuda era su final, no podrían enviar a su pequeño a una universidad cuando crecieran, es más probablemente irían a la cárcel por falta de pago, era imposible.

—Cariño, ¿no te parece un poco exagerado el dinero que estás pidiendo?

Por primera vez, la mujer sentada cerca del viejo había hablado, era hermosa, seguramente su esposa, Isabel le agradeció mentalmente la intervención, tal vez su bella esposa podría hacerlo cambiar de parecer…

—¡Cállate mujer! —gritó el viejo. Provocando un estremecimiento en todos en la habitación, con excepción de su esposa. —¡Tú no sabes nada de esto, sería mejor si te fueras!

Isabel pasó a compadecer a la mujer, era tan bella y el viejo era tan feo y tan malhumorado que seguro estaba acostumbrada a ese trato.

Finalmente, Isabel se armó de valor para hablar, ya que parecía que Juan seguía en shock.

—S… señor, es demasiado dinero, no podemos pagar esa cantidad.

—¡Silencio! —le gritó el viejo mirándola, o más bien, comiéndosela con la mirada, lo que hizo estremecer a Isabel, estaba acostumbrada a que la vieran así, pero no por eso le gustaba.

—¡Haberlo pensado antes de ir manejando de una forma tan imprudente! —volvió a gritar el viejo.

—Perdónenos señor, fue un accidente.

—¡Accidente fue que su esposo naciera al parecer! —el viejo insultó a Juan y este ni siquiera se inmutó.

—Por favor señor, es demasiado, tenemos un hijo, él depende de nosotros, sé que usted también tiene uno, piense en el por favor…

El viejo no experimentó ningún cambio en su rostro, pero siguió comiéndosela con la mirada, en ese momento, escuchó que la puerta de entrada se abría y alguien entraba riendo a carcajadas.

—JAJAJA, Así es padre, piensa en mí. —Isabel pensó que esa voz le resultaba familiar, se giró y en efecto, conocía al joven que acababa de entrar, era su alumno.

Michael Brown… claro, no debería haber muchas familias en el país que tuvieran ese apellido, menos aún en la ciudad, debió haber hecho la conexión.

Michael era su alumno en la universidad donde ella daba clases, de los mejores en general pero malo en su asignatura, algebra.

Era un joven alto, de ojos verdes y con un color de pelo negro como la noche, al parecer lo había heredado de su madre, pero los ojos de su padre, aunque los cubría con unos lentes transparentes, al parecer no tenía la mejor vista del mundo, era guapo, Isabel sabia de alguna que otra novia que también estudiaba en la universidad.

Isabel sabía perfectamente que la universidad donde trabajaba era para familias ricas, pero hasta ahora no había sido consiente de que tan ricos eran sus alumnos.

Miró a Michael, el también la miró y le sonrió.

—Lo siento —dijo. —Pero si intenta apelar a su amor fraternal creo que no le servirá de mucho.

—¿Qué quieres? —dijo el viejo con su ronca voz.

—Bueno padre —respondió Michael y se acercó al sofá donde estaban sentados ella y su marido, se puso del lado de Juan y colocó una mano en el hombro de su esposo, que reaccionó por primera vez en muchos minutos. —Estoy aquí porque quiero hacer un trato.

—¿Un trato? —preguntó el viejo mirando a su hijo con furia.

—Así es padre, verás, conozco a esta mujer.

Juan miró al joven con ojos abiertos, luego la miró a ella que asintió.

—Es maestra en mi universidad, la única que no es una mala persona de hecho.

Isabel se sorprendió, es cierto que ella no trataba mal a sus alumnos, pero era estricta, en especial con los alumnos que se retrasaban en su materia, como Michael.

—¿Y qué? —preguntó el viejo con desdén.

—Pues… —comenzó a habar el joven, con una sonrisa en su rostro y un tono jovial en sus palaras, Isabel cayó en cuenta de que ese tono fastidiaba a su padre y por eso lo usaba. —Que me dolería mucho si una maestra a quien admiro se ve envuelta en una situación desafortunada por un pequeño accidente.

Isabel lo miró sorprendida, ¿Qué la admiraba?, siempre había pensado que la odiaba por ser tan dura con el debido a sus notas bajas.

—Claro, muy noble de tu parte —respondió el viejo. —Ahora dime, ¿qué trato quieres hacer?

—¿No estás dispuesto a pedirles menos dinero? —preguntó Michael con una sonrisa.

—No —respondió el viejo con un gesto de ira en su cara.

—Bueno, entonces yo te pagaré. —la sonrisa no desaparecía de su rostro mientras miraba a su padre con ojos desafiante.

—¿Pagarás la deuda de estas personas solo porque ella es tu maestra?

Isabel estaba igual de sorprendida que el señor Brown, ellos nunca habían intercambiado ni siquiera un saludo desde que había comenzado a ser su maestra, la cara de sorpresa de Juan indicaba que estaba también anonadado.

—Así es querido padre —respondió Michael. Mirando primero a Juan y luego a ella con una sonrisa. —Te conviene sin duda, ellos no podrán pagarte, ella es una maestra, su sueldo es ínfimo, el de él, no tengo idea, pero viendo el auto que conducen, no creo que puedan pagarte sin vender su alma al diablo, además, tu no debiste sacar el auto, se supone que lo habías comprado para coleccionarlo, no para sacarlo a la calle.

Estaba en lo cierto, ella y su esposo no podrían nunca pagar, aun así ¿Por qué se ofrecía a hacerlo el?

—Claro, solo si ustedes están de acuerdo —dijo mirándolos a ambos —En lugar de pagarle a este viejo, me pagarían a mí, pero yo soy mucho más permisivo que mi padre, soy más joven, a fin de cuentas, puedo esperar más tiempo a que me paguen jajaja.

Mientras el reía, Isabel vio la cara del señor Brown, estaba roja de odio, entonces lo comprendió, no quería ayudarlos, quería molestar a su padre.

—Hijo, por favor —La mujer sentada en la silla miró a Michael con ojos severos, pero no de odio como los del viejo, más bien eran unos ojos que seguramente ella misma ponía cuando regañaba al pequeño David por alguna travesura.

—Lo siento madre — dijo Michael agachando la cabeza. —Padre, me disculpo por mi broma, no estuvo bien.

Isabel comprendió otra cosa, Michael no lamentaba esa “broma” no le importaba demasiado su padre, pero contrariar a su madre no parecía ser algo que él quisiera.

—¿De verdad lo haría? —dijo Juan de repente, bonito momento había elegido para hablar.

—Claro que si —dijo el joven mirándolo aún con una sonrisa como si fuera un amigo que está ayudando a otro.

—Por favor, hágalo —dijo Juan.

Isabel suspiró, no podía creer que su esposo aceptara tan fácil la ayuda de alguien que acababa de conocer, es cierto que estaban desesperados, pero, aceptar ayuda de un desconocido no solía estar bien en la mayoría de los casos, aun así, no dijo nada, quería irse de ahí lo más rápido posible, pagarle al viejo o pagarle al joven no parecía hacer ninguna diferencia.

El viejo se levantó, también lo hizo la esposa.

—Eduardo, encárgate de esto. —y salieron los dos de la habitación mientras el abogado salía de su escondite en la penumbra, era un hombre bajito y se notaba malicia en todo su ser.

—Edu, no te había visto. —dijo Michael con el mismo tono de voz jovial que había usado hasta entonces.

El abogado no dijo nada, se sentó en el escritorio del señor Brown, se puso a teclear algo y en menos de 5 minutos estaba imprimiendo una serie de papeles que le entregó a Michael.

—Tan eficiente como siempre —dijo el joven cuando recibió los papeles y se puso a leerlos.

Isabel estaba nerviosa, no sabía lo que decían, pero supuso que era una especie de contrato.

—Espera Edu, esto está mal —dijo Michael mirando al hombrecillo con lo que parecía ser ira —Eran 150, no 200 mil.

«¿200 mil?» pensó Isabel azorada. «¿Porqué?»

—Los 50 extras son por los daños psicológicos que sufrió el señor Brown

«¿Daños psicológicos?» se dijo Adriana «Pero si está bien»

—Edu pequeño bastardo —dijo Michael mientras firmaba los papeles para sorpresa de Isabel.

—50 mil por imprimir unos papeles —se los entregó ya firmados —te llevas unas comisiones demasiado grandes.

El hombrecillo sonrió con maldad y salió del despacho, dejando a Isabel y su esposo con Michael que tomó asiento frente de ellos en la mesa de centro que estaba ahí.

—Gracias, de verdad —comenzó a decir Juan casi llorando.

—No se preocupen, es un placer ayudar —dijo con una sonrisa.

Isabel seguía sin tener claras las intenciones de Michael.

—Gracias —le dijo de igual forma.

—Debo admitir que me sorprendí, que pequeño es el mundo para que justo quien destroza el auto favorito de mi papá resulte ser mi maestra jaja.

Isabel no dijo nada, pero Juan comenzó a carcajearse, parecía que quería impresionar a ese joven 15 años menor que el.

—Bueno, tengo que salir —dijo Michael poniéndose de pie con una sonrisa —Me alegra haberlos ayudado, ¿Les parece bien que estos días hablemos de los términos del pago?

—Claro —respondió Juan de inmediato —Pero como usted mismo dijo, no tenemos demasiado dinero.

—No se preocupe señor.

—Juan —se apresuró a aclarar su marido.

—Juan —dijo Michael sonriendo —No se preocupe señor Juan, llegaremos a un acuerdo —indicó con su mano la salida del despacho. —Los acompaño a su auto.

Caminaron por la que a Isabel le parecía inmensa casa, todo era demasiado lujoso, había pinturas caras, esculturas, parecía haber una pantalla gigante en cada habitación, y sirvientes, a ella nunca se le hubiera ocurrido que estaría en algún lugar donde de verdad hubiera servidumbre trabajando.

Miraba a Michael que caminaba delante de ellos sin decir nada, no entendía porque los había ayudado, pero tampoco importaba demasiado, tendrían que pagar de igual modo, lo cierto es que si prefería tratar con Michael y no con ese viejo gritón.

Mientras caminaban, notó como varios de los hombres que trabajaban en la casa se le quedaban mirando con gesto pervertido, era normal para ella, estaba acostumbrada pues desde adolescente sabía que era hermosa, era rubia natural, ahora a sus 35 años media 1.85 de altura, que la hacía una mujer alta, 5 centímetros más que su marido, iba seguido al gimnasio así que mantenía su cuerpo en forma, su marido le había dicho cuando aún eran novios que era una diosa, y ella aunque modesta, en cierta forma sabía que no estaba tan lejos de la realidad, su cuerpo era escultural, sus tetas grandes y su culo bien formado y respingón, con unas piernas suaves y una cara hermosa, pero no porque estuviera acostumbrada a que la miraran dejaba de sentirse incomoda.

Salieron de los terrenos de la casa, miró el auto destrozado nuevamente y volvió a querer llorar, ¿Por qué les pasaba a ellos?, justo ahora que habían podido sacar el crédito para su casa y que estaban estrenando un auto.

Caminaron a su auto y Michael se despidió.

—Bueno, nos vemos mañana en la escuela maestra.

Ella se limitó a asentir y subió a su auto.

—Gracias de nuevo —escuchó que decía Juan antes de subirse también al auto.

Durante el trayecto los esposos no hablaron, estaban aún en shock por lo que había pasado, sin duda, para Adriana había sido el momento en que más miedo había sentido de toda su vida, el viejo Brown era un hombre aterrador, ¿Qué tanto eran 150 o 200 mil para un hombre tan rico como el?

Su intención no era irse del asunto sin pagar, sabía bien que había sido culpa suya y de Juan el accidente y estaba muy aliviada de que a pesar de lo aparatoso que había sido, nadie salió herido, pero no esperaba que tuvieran que pagar tanto, era simplemente imposible.

Pero… ¿Por qué los había ayudado Michael?, ella nunca había sido particularmente amable con él, tampoco lo trataba mal en clases, pero no era de sus alumnos favoritos.

—Vayaaaa —dijo Juan inexplicablemente contento cuando llegaron a casa —Tienes un alumno muy amable, y además parece ser increíblemente rico, realmente nos salvó.

—¿Tú crees? —respondió Adriana suspirando y poniendo su bolsa en el sofá para luego sentarse en el mismo.

—Sí, claro que si —el rostro de Juan expresaba una gran sonrisa. —ese viejo nos habría enviado a la cárcel porque no podemos pagarle, se le veía en la cara.

—Pero no sabemos los términos en que Michael nos hará pagar, tal vez no debimos aceptar, ¿Qué tal que nos pide pagos muy grandes al mes?, no podríamos costearlos.

—Pero él dijo que no iba a pedirnos pagos tan elevados ¿no? —respondió Juan completamente convencido.

—Aun así, me parece sospechoso que nos ayudara de repente…

—Vamos, —dijo Juan mientras cargaba a su pequeño hijo que salía a recibirlos, detrás de él, estaba Daisy, la vecina, una chica que a veces cuidaba al niño cuando ellos salían. —No seas tan pesimista, seguramente solo nos ayudó porqué es un buen chico, al contrario que su padre.

—Eso espero… —respondió Isabel mientras ella también iba a darle un beso en la mejilla a su pequeño de 5 años.

No volvieron a hablar del tema ese día.

Al día siguiente, Isabel se despertó con sueño, no había dormido nada bien, tenía pesadillas sobre todo lo que había pasado.. Se miraba a si misma feliz, riendo las gracias de su marido en su auto nuevo, besándolo cuando se le acercaba para hacerlo, también, aunque parezca mentira, mientras dormía sentía el pavor que sintió durante los segundos previos en que ese lujoso auto rojo apareció ante ellos.

También había soñado que se encontraba justo con su esposo en una especie de castillo, donde algún hechicero no paraba de lanzarles encantamientos. Hasta que un rubio héroe montado en su hermoso corcel llegaba para salvarlos. Con sus negros cabellos y su blanca sonrisa…

Sacudió la cabeza al recordar esa parte del sueño, sonrió burlándose de si misma ante el hecho de que hubiera soñado algo tan extraño como eso.

Se levantó e igual que cualquier otro día se dispuso a darse un baño, mientras sentía el agua tibia recorrer su cuerpo se dio tiempo a pensar, algo que no había hecho el día anterior demasiado, el miedo y la sorpresa habían colmado su mente.

Tal vez estaba sobre pensando las cosas, ¿y si Michael en realidad los ayudó porque es un buen chico?, recordó su sueño, tal vez en realidad si era un príncipe que los iba a salvar del malvado hechicero. Se carcajeó al pensar en eso.

Para Isabel, el recato a la hora de vestir era fundamental, así había sido siempre, debido a la educación de su madre quien le inculcó que solo puede verla desnuda o con poca ropa su esposo, y en casos muy extremos, algún doctor. Era por eso que desde que muy joven siempre había vestido de manera recatada, nunca enseñando demás, si usaba faldas siempre eran largas, nunca las llevaba arriba de la rodilla, tampoco mostraba nunca ningún tipo de escote, al menos no demasiado pronunciado.

Ese día, se vistió igual que cualquier otro, una falda larga, una camisa blanca y un saco negro bastante largo también que no dejaba entrever nada de su exquisito cuerpo, aunque en días de descanso vestía un poco más ligero, para los días de trabajo no podía permitirse vestirse de otra forma que no fuera así, sabía muy bien que tenía que darse a respetar en un ambiente de trabajo que era bastante hostil.

La universidad donde Isabel trabajaba era llamada Universidad de San Fernando, la alusión religiosa era más bien una broma del fundador, 40 años antes el profesor Fernando Marquez había fundado esa universidad, la había llamado así porque el mismo se veía a si mismo como una especie de “santo” que daría a los incultos el milagro de la educación, con la peculiaridad de que solo aceptaría en ella a hijos de familias ricas y poderosas, no es que lo hubiera planeado así, pero las cuotas para entrar y las mensualidades tan altas hacían que nadie más que los millonarios pudieran permitirse esa universidad, que además de por lo cara era famosa porqué de hecho era excelente, sus graduados tenían una inserción en el mercado laboral estupenda y estaba considerada como la escuela privada más prestigiosa del país.

Durante 35 años la universidad fue completamente masculina, con esto se entiende que durante todo ese tiempo las únicas mujeres que entraban al recinto eran las madres de los estudiantes cuando acudían a alguna reunión, no había maestras, tampoco aceptaban mujeres como alumnas y ni siquiera habían contratado nunca a una mujer para la limpieza. Todo el mundo sabía que el viejo Fernando era machista y ególatra, y por muchos intentos que hubo de parte del gobierno para que dejara aceptara mujeres nunca lo hizo.

10 Años antes del inicio de esta historia, el viejo, a sus ya 85 años enfermó de gravedad, por lo que se vio obligado a dejarle el puesto a su hijo Arturo, un hombre que para esas alturas ya rondaba los 40 y tantos, que gracias a que había vivido gran parte de su vida lejos de la influencia de su padre no compartía su ideología. Aun así, no pudo lograr que la junta directiva admitiera tanto estudiantes como docentes mujeres hasta 5 años después, cuando su padre murió al fin.

Fue así como solo un par de años de haber terminado la carrera y haber vagado un poco por escuelas de bajos recursos como maestra, Isabel fue contratada como parte de la primera generación de educadoras femeninas en esa prestigiosa universidad y junto con ella también contrataron a unas pocas docentes más, y claro, unas cuantas mujeres entraron como estudiantes.

A pesar de esto, la escuela seguía siendo dominada mayormente por hombres, al menos en número, pues por cada alumna que había en cada clase, aproximadamente había 3 hombres, y el plantel de profesores seguía siendo bastante amplio en comparación con las profesoras, pero de cualquier forma, era un progreso. De cualquier forma, era difícil para una maestra trabajar ahí, muchos de los profesores eran viejos que llevaban enseñando en esa universidad casi desde el día que se fundó, estaban acostumbrados a tratar con desdén a las mujeres y no se tomaban en serio a las maestras. Por fortuna, nunca había tenido problemas con ningún alumno ya que parecían que da igual si eres hombre o mujer, puedes hacer el mismo trabajo que otros.

Al terminar de vestirse, se acercó a la habitación de su pequeño David, era la luz de sus ojos, un niño hermoso que además era muy noble y bien portado. Lo había tenido 5 años atrás justo unos meses antes de entrar a trabajar en San Fernando, estaba dormido, lo acarició, le dio un beso en la frente y se alejó para esperar en la sala a la vecina que todos los días cuidaba a David mientras ella y Juan salían a trabajar.

Tocaron el timbre, ella abrió y le sorprendió ver a Daisy.

—Hola Daisy —la saludó con un beso en la mejilla y le indicó que pasara. —¿No viene tu madre?

—Hola señora Isabel —respondió la joven sonriéndole. —Lo que pasa es que hoy no tenia clases en la Uni, así que le pedí a mi mamá si podía venir yo a cuidar del pequeño David. Espero que no le molesto.

—Claro que no —respondió sincera Isabel, mientras tomaba su bolso. —Te lo encargo.

—Claro, que le vaya bien.

Isabel salió por la puerta de su casa y se dirigió al auto, parecía que Juan lo había dejado, ayer no se veía con muchas ganas de volver a conducirlo.

Mientras iba conduciendo por la ciudad, reflexionó en que nunca se había sentido del todo cómoda con Daisy, no porque fuera mala chica, si no precisamente porque era joven, universitaria solamente, no creía que tuviera suficiente experiencia para cuidar a un niño, pero ya que era hija de doña Queta, la mujer que siempre la había ayudado, y que de hecho era ella quien cuidaba a David por las mañanas, había decidió darle el trabajo a su hija por la confianza que tenía con la madre, Daisy solo cuidaba a David de vez en cuando, 2 o 3 veces al mes, cuando no tenía tareas o clases, como ese día.

—Benditas escuelas de gobierno —dijo en voz alta y sonrió.

Al llegar a la escuela notó como poco a poco se ponía nerviosa, ¿Cómo iba a ser capaz de mirar a un alumno cuando este la había visto en esa situación tan humillante? ¿Y si Michael había divulgado la historia del choque en la escuela? Seguramente perdería su trabajo, una institución tan prestigiosa no podía permitirse ningún tipo de escándalo.

Se quedó durante unos minutos en el auto, hasta que bajó luego de meditar bastante y llegar a la decisión de que tenía que hablar con Michael lo más rápido posible, quería dejar claro los términos en que tendrían que pagar su deuda.

Era lunes, así que la primera clase que tenía dos clases con el grupo de Michael, la primera y la última, no le gustaba ese horario, prefería dar dos horas de clases seguidas a un grupo en lugar de tener que verse forzada a interrumpirse, pero ya que era lo que había, tenía que adaptarse.

Durante la primera clase estuvo nerviosa, no se atrevía a mirar a Michael, ni siquiera vigiló si estaba poniendo atención a su clase, pero al finalizar la hora, cuando todos los alumnos se hubieron marchado, solo quedó en el aula justamente Michael.

—Maestra, me gustaría hablar con usted después de clases —dijo con su ya característica sonrisa, en esta ocasión llevaba otros lentes, unos más rectangulares y más gruesos que los que llevaba el dia anterior, en su opinión, estos lo hacían ver incluso más guapo. Se sorprendió a si misma mirándolo ahora fijamente a la cara.

—Claro —respondió ella. —A mi también me gustaría.

—Ok, entonces nos vemos —dijo para finalizar, se levantó y salió de la sala.

Por unos segundos, Isabel se quedó pensativa, había visto a su alumno como un hombre guapo, era inadmisible, una maestra nunca debería sentir ningún tipo de atracción por un alumno, y menos una mujer casada, y para colmo, era el hombre al cual le debía una fortuna.

Lo dejó pasar como un pequeño desliz y se centró en preparar su próxima clase.

El día fue tan normal como cualquier otro, las clases pasaron rápido, y así, llegó el momento en que los alumnos del grupo de Michael volvieron a abandonar el salón, esta vez en la última clase.

De nuevo, el joven fue el único que se quedó en el aula, esta vez no se quedó en su asiento si no que se acercó al escritorio donde ella estaba.

—Maestra, no quiero sonar grosero —dijo mirándola a los ojos —Pero me gustaría hablar con usted sobre el pago del dinero que les presté ayer.

Ella también lo miró a los ojos, «¡Vaya que es guapo!», pensó, aunque inmediatamente se reprendió a si misma por ese pensamiento.

—Claro —dijo ella tratando de sonreír —A mi esposo y a mi también nos gustaría hablar de eso.

—Seguro que si —respondió el —Pero me gustaría hablar con usted antes que con su esposo.

Y después de decir esto, sacó de un portafolios que llevaba una carpeta, sacó dos hojas y las puso en la mesa.

—Estos son dos contratos, con diferentes cantidades de pagos mensuales.

No añadió nada más, pero le indicó con la mano que los leyera, ella tomó una hoja y casi le da un infarto.

La cantidad mensual era ridícula, el triple de lo que entre ella y su esposo ganaban al mes, no existía forma alguna de pudieran pagar eso, simplemente era imposible.

Michael pareció advertir la sorpresa en su rostro, pues con tranquilidad tomó la hoja que tenia Isabel en la mano y le entregó la otra.

De nuevo fue una sorpresa, pero esa fue todo lo contrario, la cantidad a pagar era ridículamente baja, hizo unas cuentas rápidas, pagando esa cantidad les tomaría cerca de 30 años pagar los 200 mil, pero su vida no se vería afectada en nada, podrían seguir pagando al banco sin problemas y su vida cotidiana seguiría como hasta entonces.

Definitivamente Isabel prefería ese contrato, pero… ¿Por qué existía el otro entonces?

Miró a Michael que sonreía, pero no era la misma sonrisa calidad que había mostrado hasta entonces, si no una que casi hace temblar a Isabel.

—¿E… esto que significa? —dijo con un hilo de voz.

—Pues verás —respondió el. —Ayer le pedí a mi abogado que hiciera esos contratos, uno exageradamente desventajoso para ustedes, y otro exageradamente ventajoso.

—¿Porqué?

—Para darte a elegir —respondió con la sonrisa de antes, le hablaba de tú por primera vez —Depende de ti cuál de los 2 contratos le presento a tu esposo.

Isabel los volvió a mirar y se dio cuenta de una cosa que no había advertido antes, en la parte baja, donde se supone que tienen que firmar las personas que se comprometían a pagar, solo aparecía el nombre de su esposo, el nombre correcto, no sabía de donde lo había sacado. ¿Pero porque no aparecía el de ella?

—N…no entiendo —dijo ella cada vez mas sorprendida, y comenzando a tener un mal presentimiento.

—Es simple —mientras decía esto, comenzó a sacar otro papel de la carpeta, pero esta vez no lo dejó en la mesa si no que se lo quedó en la mano —Esos contratos son para tu esposo, este es para ti.

—¿P…para mí?

—Así es —dijo y volvió a sonreír. —En este contrato estipula que tú eres la única que se compromete a pagarme —la sonrisa de Michael se volvió aún más maliciosa —Con tu cuerpo.

Esas últimas palabras para Isabel fueron como si acabara de recibir un disparo.

—¿C… con mi cuerpo? —dijo con la voz entrecortada por la sorpresa.

—Así es —dijo el sonriendo todavía y le entregó el papel para que lo leyera. —Si firmas este contrato, le entregaré a tu esposo el contrato del pago mensual bajo.

Isabel ni siquiera pudo leer el papel bien, tenía lágrimas en los ojos, entendió algo como que ella se comprometía a servirle en todo lo que quisiera, y que el podía hacer con ella lo que fuera su voluntad.

—¿Por qué haces esto? —dijo llorando.

—Porque maestra… desde el primer día que la vi, siempre la he deseado, he soñado con hacerla mi mujer innumerables veces.

Mientras decía esto, reía y rodeando el escritorio hasta llegar a su lado de la silla donde estaba sentada, la tomó por el brazo y la puso de pie, ella ni siquiera pudo reaccionar a tiempo por la impresión de la que había sido presa. Al estar ella de pie, el joven la tomó de la cintura y la hizo retroceder hasta topar contra la pared que estaba a su espalda. Con su mano comenzó a recorrer su cadera de forma más romántica que sexual.

—Es un desperdicio que una belleza como tú te vistas como mi abuela.

Después de decir esto, comenzó a darle besos en el cuello, ella entonces pudo reaccionar y comenzó a forcejear

—Suéltame maldito hijo de puta. —dijo y comenzó a soltar golpes al aire, pues el ya se había separado de ella.

—Vaya, que vocabulario tan florido.

Ella lo miraba con tanta rabia, que no creía haber visto, ni volver a mirar antes a alguien así.

—Déjame explicarte —prosiguió el —Si tu aceptas ser mía, cancelaré la deuda, cierto que para que no sospeche, haré que tu marido firme el contrato ventajoso, pero todo el dinero que él me pagué lo pondré en una cuenta a un nombre donde podrás hacer lo que quieras con él, usarlo para tu familia, para ti, o lo que te dé la gana. Pero si no aceptas el contrato exclusivo para ti, entonces haré que tu esposo firme el otro, ambos sabemos que ustedes no podrán pagar tanto dinero.

—Púdrete —gritó ella, sin importarle si alguien los escuchaba —Ni muerta aceptaría eso, y mi esposo tampoco aceptaría esos términos.

—Eso es lo divertido —dijo el joven sonriendo. —Que si tu esposo no firma irán a la cárcel.

Esas palabras sorprendieron a Isabel.

—Mi padre es un ser humano despreciable, pero no es tonto, no ha llegado a donde está confiando en la gente —dijo al ver la sorpresa de la mujer —y Yo tampoco —añadió. —El despacho de mi padre está lleno de cámaras y micrófonos, por eso siempre cierra sus tratos ahí, para tener constancia de todos los tratos que hace con sus socios o enemigos.

Las piernas de Isabel comprendieron a temblar.

—Y claro, está grabado el momento en que tu esposo me pidió que pagara su deuda, a lo que yo como buena persona accedí. Ahora, seguramente no es una prueba concluyente porque a fin de cuentas yo fui el que firmó el papel que Edu me dio, pero tampoco importa mucho, mi familia tiene a los mejores abogados de la ciudad y a varios jueves comprados. ¿A quién crees que apoyarán en un hipotético juicio? ¿Al joven heredero del mayor imperio de la ciudad, o a una maestra cualquiera cuyo esposo seguramente ni siquiera tendrá el valor de hablar ante el juez?

Era obvio a quien, Isabel estaba perdida, no quería ir a la cárcel, ¿Qué sería del pequeño David sin ella? Pero tampoco quería aceptar, no quería ser de nadie mas que de su esposo, lloraba desconsolada.

—Eres… eres un monstruo. —dijo llorando.

—No maestra, solamente soy un hombre que desea algo.

Ella no podía dejar de llorar.

—No quiero… serle infiel a mi esposo, no es justo, prefiero ir a la cárcel.

El joven la miró, sin dejar de sonreír.

—Supuse que diría algo parecido —dijo tendiendo su mano para ayudarla a levantar, lo que ella ignoró y se puso de pie por si sola —Entonces, ¿Qué tal si cambiamos los términos?

La mujer lo miró con sorpresa, ¿cambiarlos?

Michael tomó el papel que le había dado antes y lo rompió, ella no sabía cuáles eran sus intenciones.

—Dijiste que no quieres serle infiel a tu esposo ¿verdad?

Ella asintió.

—Entonces… ya sé, hagamos esto, si tú, durante solo un mes te conviertes en mi mujer, cancelaré la deuda, ¿Qué dices? Solo un mes.

Isabel al escuchar esto comenzó a considerarlo de verdad, un mes solamente, a cambio de 200 mil dólares, no parecía mal trato, pero de cualquier modo, no quería…

—Además —dijo el, como leyendo su mente —durante ese mes, no intentaré meter mi verga en ninguno de los dos orificios que tienes ahí abajo.

Las palabras elegidas asustaron a Isabel, pero la promesa de que no la obligaría a tener sexo con el, hizo considerar aún más su oferta, si con un mes de hacer lo que ese joven quisiera, sin serle infiel a su esposo, entonces era un buen trato.

Michael pareció ver la determinación en los ojos, pues justo cuando ella estaba a punto de decir que si, la interrumpió.

—Espera, no aceptes aun, la oferta de que no intentaré tener sexo contigo es real, pero, si en el contrato quedará estipulado que esa cláusula dejará de ser válida en el caso de que seas tu quien me lo pida.

De nuevo, las palabras del joven sorprendieron a Isabel, ¿pedírselo? ¿pero quién se creía ese niño? Ella no era ninguna puta, no había forma de que se lo pidiera.

—Quiero que te tomes toda la tarde para pensarlo, yo encargaré a mi abogado que rehaga el contrato donde se estipula la duración y esa cláusula, mañana a esta hora, vendré al salón para que lo firmes si es que aceptas mis términos.

Isabel se quedó de pie durante unos minutos en el aula, sin moverse, solo pensando.

¿Qué ella se lo pidiera?, era imposible, nunca haría algo como eso…

Mientras iba en el auto de regreso a casa no pudo dejar de darle vueltas al asunto, parecía un trato demasiado ventajoso para ella, sin verse obligada a serle infiel a su esposo, y servirle por solo un mes, era cada vez más evidente en su mente que tenía que aceptar, no sabía que planes tenía el muchacho, que planeaba hacer con ella, pero sin duda, fuera lo que fuera, aguantaría un mes fácilmente.

Con la decisión ya tomada llegó a casa, saludó a Daisy y le dio un beso a su hijo, Juan aún no había, pero no tardó tanto en hacerlo, el lunes era el único día que ella estaba en casa primero que él, los demás días el salía más temprano que ella, debido a que los turnos en la universidad se extendían desde las 8 de la mañana hasta las 7 de la tarde, pero el lunes ella salía a las 4 mientras que el a las 5, como toda la semana, ella tenía libres sábado y domingo, y el solamente el domingo.

Pasaron la tarde tranquila, Juan le preguntó si había visto a Michael en la escuela, ella le respondió que no, no sabía porque le mentía sobre eso, pero no parecía la mejor idea ponerse a hablar justo ese día sobre su alumno.

Después de cenar y acostarse a dormir, Isabel volvió a tener un sueño.

De nuevo, ella y su esposo estaban atrapados en el castillo del hechicero, de nuevo, el héroe aparecía para salvarlos, pero esta vez, por alguna razón a Isabel le pareció mucho más apuesto que la noche anterior. Y cuando venció al hechicero y a sus monstruos, esta vez no se llevó a los dos y los puso a salvo. Esta vez, bajó de su caballo que había pasado de ser blanco a totalmente negro, la tomó a ella por la cintura y riendo, la subió al corcel y se la llevó dejando a su esposo detrás mientras el castillo se derrumbaba sobre él.

Al día siguiente, Isabel estaba esperando al final de las clases en el aula, estaba nerviosa, pero determinada, sin duda iba a salvar a su esposo, iba a salvar el futuro de su hijo, sin importar lo que tuviera que hacer.

10 minutos habían pasado de finalizadas las clases, cuando Michael entró al aula.

Iba acompañado de una bella mujer, parecía ser más o menos de la edad de Isabel, vestía un traje negro, con una falda arriba de la rodilla y la camisa y el saco ajustados, alzando unos pechos más pequeños que los de Isabel, pero que gracias a la ropa se notaban bastante.

—Maestra —dijo Michael —Ella es mi abogada, Lilly.

La aludida se limitó a observar a Isabel de arriba abajo con desdén.

—Así que esta es la mujer, debe tener mi edad.

—De hecho, es más joven que tú, por un año —respondió Michael con una sonrisa, y la abogada respondió con un gesto sarcástico. —Entonces maestra —comenzó a dirigirse a Isabel —Lilly está aquí para hacer oficial la firma del contrato, si es que ha aceptado mi oferta claro.

—Acepto —dijo ella con menos firmeza de la que esperaba.

—Perfecto —Michael aplaudió y luego indicó a Lilly que se sentara en el asiento del escritorio mientras él se sentaba en otro lugar enfrente de su abogada y le indicaba a Isabel que se sentara a un lado de él.

Ella obedeció y vio como la abogada comenzaba a sacar papeles de su portafolios.

—En este contrato —dijo con un toque sensual en su voz, mientras le entregaba algunas hojas a Isabel —Se estipula que mi cliente, el señor Michael Brown Rojas, con motivo del pago de una deuda de “doscientos mil dólares”, poseerá total protestad sobre las acciones que la señora Isabel Pardo López, es decir usted, —le indicó como si fuera tonta. —realizará durante todo un mes comenzando al momento de la firma del mismo.

Isabel tragó saliva y esperó.

—Dichas acciones —continuó la abogada —incluyen cualquier ámbito de la vida de la deudora. Al firmar, la señora Pardo se compromete a obedecer todas las órdenes dadas por el señor Brown durante el transcurso del mes estipulado, aceptando que la negación a obedecer cualquiera de ellas, por mínima que sea, incurrirá en la violación de este contrato y como castigo se verá obligada a pagar el total de la deuda en un solo pago, o enfrentarse a un juicio por fraude.

—Espera —dijo Isabel asustada. —Esto es casi esclavitud, ¿Qué es eso de que tengo que hacer todo lo que me diga el?

—Eso es lo que acordamos ayer —respondió Michael con una sonrisa —Te dije que serias mía por todo un mes, eso significa que lo serás en todos los aspectos de tu vida.

Isabel lo miraba con rabia, pero al final suspiró.

Al ver su resignación, la abogada continuó.

—Así mismo, mi cliente se compromete a: Bajo ninguna circunstancia obligar a la señora Pardo a practicar el acto sexual conocido como penetración Anal o vaginal, se compromete a no introducir en ninguno de los dos orificios, ya sea la vagina o el ano, ninguna parte de su cuerpo.

Esto hizo que Isabel volviera a sonreír al menos un poco.

—La única excepción a esta regla —continuó la mujer —Es que sea la propia señora Pardo quien pida claramente que mi cliente lo haga, en cuyo caso, mi cliente no incurriría en incumplimiento del contrato, pero si lo haría en caso de penetrar anal o vaginalmente a la señora sin su consentimiento. En cuyo caso, mi cliente se compromete a perdonar la deuda contraída al instante y además hacer un pago de “Quinientos mil dólares” como indemnización.

¿500 mil? Pensó Isabel sorprendida, era una maldita fortuna.

Miró a Michael que la miraba sonriente, la abogada le había entregado una copia del contrato y la había firmado tan rápido tuvo la pluma en su mano.

Luego se la entregó a Isabel, quien miró el papel durante varios segundos, era la única forma que se le ocurría de salir del problema en el que estaban… no quería hacerlo, pero tenía que, con firmeza, tomó la pluma y firmó.

Lilly tomó las hojas de papel y volvió a meterlas en su portafolios.

—Bueno, desde este momento y durante el siguiente mes, usted le pertenece a mi cliente —dijo con una sonrisa.

Isabel miró al joven que se había puesto de pie, y ahora la miraba con una expresión severa y no tardó ni 30 segundos en darle su primera orden.

—Quítate la ropa.

Continuará….