Isabel 2

—¡Los visitantes pueden pasar a la sala!

Isabel

Por error no he puesto el numero de capítulo en el anterior envio. Pido disculpas.

Capítulo 2

Seis años después.

—¡Los visitantes pueden pasar a la sala!

Entro en aquella fría sala de la cárcel de mujeres para ver a mi hija Isabel en prisión preventiva desde hacía un año. El juicio se celebraría en unos días acusada del presunto homicidio de Luci.

—¡Papá, que alegría verte!

—Mi vida, cuanto deseaba abrazarte… — Una mesa metálica nos separaba.

—No, papá, el contacto físico está prohibido. Pero no me importa, con que estés aquí, poder verte… Ya es suficiente.

—¿Te han informado de que la vista está programada para dentro de tres días?

—No. Aquí no informan de nada y… — Las lágrimas asomaron a sus ojos.

—No Isabel, por favor, no llores que me destrozas…

—Vale… Intentaré no llorar pero has sido el último en visitarme, ya han estado aquí mamá y Alba. Te he dejado para verte en último lugar y más adelante sabrás por qué.

—No podía seguir sin verte, Isabel, cariño. Me decían que tú no aceptabas la visita. De todos modos tenemos poco tiempo y quiero preguntarte… — No podía seguir, un nudo en la garganta me lo impedía.

—¿Si lo hice, papá? ¿Si, la maté yo? Solo hay una respuesta… ¡Sí!, lo hice, sin querer pero lo hice.

—¿Pero cómo fue? ¿Qué pasó? Necesito que me lo digas.

—Es largo de contar, por debajo de la mesa te paso un cuaderno en el que explico lo que ocurrió y por qué. Espera a que la vigilanta se dé la vuelta. Procura que no te lo vean, y sobre todo… Hay una carta de Luci, la última que me escribió, guárdamela, no se la entregues a nadie… Es, aparte de su recuerdo, lo único que me queda de ella.

Observé a la mujer uniformada que vigilaba y en un momento en que se dirigía a otra pareja que intentaba besarse, mi hija me entregó una libreta que yo metí bajo mi jersey y sujeta con la parte superior del pantalón y la correa.

—Isabel, te hemos buscado el mejor abogado penalista para tu defensa… — Con un gesto de la mano me impidió seguir.

—No te preocupes por eso papá. Me han asignado un abogado de oficio con el que me llevo muy bien. Me declararé culpable del homicidio de Luci… Se lo debo.

—¡Vamos, despídanse! ¡La visita ha terminado!

Solo pude acariciar sus manos antes de que se marchara dejándome sumido en una profunda desolación. Sentía como si un puño estrujara mi corazón.

Mi pequeña, mi dulce Isabel presa…

No pude evitar llorar y así me marché de aquel nefasto lugar.

Un año más tarde.

Alba se casó con un muchacho al que conoció en la universidad y se marchó de casa.

Las cosas en casa no podían ir peor. Paula se había marchado al pueblo con su madre. Unas semanas atrás me dijo que no fuera a visitarla más. Que cuanto menos nos viéramos mejor para los dos. Sin pensarlo, al abandonar la cárcel de mujeres me desplacé hasta el pueblo de donde era Paula.

Yo no entendía nada, así que sin avisar, me presenté en la casa de su madre y entonces comprendí el por qué. Hacía frio y estaban sentados en la mesa de camilla ella, su madre y… Un amigo suyo de la niñez. Un tal Marcos, que me presentó en una ocasión que se encontró con nosotros en las fiestas del pueblo.

Paula se levantó pálida. El tipo se marchó atropelladamente y la madre, que me había abierto la puerta, se disculpaba nerviosa ante su hija por no haber impedido mi entrada.

—Paula… ¿Quieres el divorcio?

—Sí, Julio. Ya no soportaba más esta situación. Es mejor que lo sepas todo.

—¿Desde cuándo, Paula?

—Desde siempre Julio. He de confesarte que me casé contigo por despecho. Me quedé embarazada de Marcos  y me dejó. Te conocí, nos casamos… Nació Alba y no te dije nada. Pero Marcos y yo nos reencontramos y seguimos viéndonos… Lo siento.

—Una pregunta, Alba no lo es pero… ¿Isabel es mi hija?

—Sí. Ella sí es tu hija…

—Entonces no tenemos nada más que hablar. Quien más lo siente soy yo que he sido cornudo durante casi treinta años.

Me di la vuelta y me marché de aquel lugar donde se habían acabado mis esperanzas por recuperar mi vida. Todo se había ido a la mierda.

Entonces comprendí el interés que tenía Paula en visitar a su madre, en los fines de semana, en pasar las vacaciones en su pueblo, tratando de que no coincidieran con las mías. Se marchaba al pueblo sola, con las niñas y…

¡Qué imbécil he sido! ¡Que cierto es que, el cornudo, es el último en enterarse!

Pero tenía problemas más acuciantes que resolver. Isabel.

Tratando de apaciguar mis emociones encendí la chimenea y me senté a leer el cuaderno que me había entregado Isabel.

Papá. Ante todo he de pedirte perdón por haber colaborado en el engaño de mamá.

Sí, yo sabía que ella te engañaba y odiaba no podértelo decir. Ahora lo hago. En la última visita que me hicieron mamá y Alba les dije que te lo confesaría todo. Alba no es hija tuya. Es de un imbécil del pueblo del que mamá está enamorada. Lo ha estado siempre y nos ha utilizado a nosotras, durante años, para cubrir su engaño.

Ya te lo he dicho. Lo siento por qué sé que la querías, pero ella a ti… No tanto.

Ahora tengo que explicarte lo otro. Lo que ocurrió con Ceci… mi amada Ceci.

Como sabes estudiamos juntas hasta terminar la carrera de magisterio. Todo fue muy bien y apoyarnos la una en la otra nos facilitó conseguir plaza en un colegio privado las dos. Alquilamos un pisito y vivíamos felices tratando de ocultar nuestro amor. Tus consejos nos fueron útiles, pero, no lo suficiente.

El colegio estaba situado a unos cien kilómetros de Madrid, esto nos beneficiaba puesto que sus padres no solían venir mucho y seguían sin saber que éramos pareja. Pero alguien, no sé quién, se lo dijo. O lo sospecharon. Un día paseábamos por una alameda cuando nos rodearon sus dos hermanos y su padre. Venían a llevársela y traté de impedirlo… Me golpearon y la paliza me llevó al hospital.

Cuando viniste a verme te dije que me habían asaltado unos malhechores, y así había sido; lo que no te dije es que los malhechores eran su familia.

A Ceci la ingresaron en un psiquiátrico… No permitían visitas.

Recibí la visita de uno de sus hermanos amenazando con matarme si seguía insistiendo en verla. Le planté cara, estaba en la cocina y casualmente tenía a mano una sartén… Con ella le di en la cabeza y lo dejé aturdido. Escapé; pero sabía que era cuestión de tiempo que me localizaran de nuevo.

Un día, al regresar a casa me encontré la puerta abierta. En previsión tenía un bate de beisbol a mano. Lo empuñé dispuesta a jugarme la vida si era necesario, llegué hasta el dormitorio y allí estaba… Sí, mi amor, Ceci, dormida en la cama, cubierta con la sábana.

Cómo tantas otras veces había hecho me lancé sobre ella y besé sus labios… Pero estaban fríos, sus ojos me miraban pero no me veían y grité, grité con todas mis fuerzas hasta enronquecer.

Aparté la sábana y allí estaba… Lo que yo más quería, desnuda, fría… Muerta.

Una extensa mancha de sangre cubría la cama y el mango de un cuchillo sobresalía de su delicado pecho, de su corazón.

Lo cogí con mi mano y lo saqué para llevarlo al mío, a mi corazón, para acabar como ella. No quiero vivir, papá. Sin ella no quería… no podía vivir.

Pero, a mis gritos había acudido alguien que, al verme, me sujetó, me golpeó en la cabeza y perdí el conocimiento. Cuando recobré el sentido estaba sentada en una silla custodiada por una guardia y el cuarto estaba lleno de policías.

Yo no sabía dónde estaba ni qué había sucedido. Me llevaron al cuartel de la Guardia Civil y me encerraron. Cuando a las pocas horas de estar allí fui consciente de que mi Ceci se había ido para siempre, me puse a gritar, estaba loca de dolor, me arañaba la cara y tiraba de mi pelo. Me sujetaron con correas y me llevaron a un centro psiquiátrico. Después supe que era el mismo donde habían “tratado” a mi amor.

Tres meses después me trasladaron a la cárcel. Pero un día recibí una solicitud de visita de una vecina y me dijo algo que me  extrañó. Al parecer había visto al mismo hombre al que le di el sartenazo en la casa. Él fue quien me sujetó, me golpeó y le dijo que llamara a la policía. Era el hermano de Ceci. También me traía una carta que recogió del buzón y no quiso dársela a las autoridades. Era una cotilla, pero una buena mujer… Es la carta que te adjunto y la que, por nada del mundo debes entregársela a la policía. Guárdamela para cuando pueda salir de aquí.

Gracias papá. Ahora eres lo único que me queda, la razón para seguir viviendo. Mamá y Alba se alejan cada vez más de mí. Te quiero, te he querido siempre. Has sido un buen padre, el mejor.

La carta iba destinada a mi hija Isabel y decía:

A mi amada Isabel.

Amor de mi vida, sé que lo que voy a hacer te causará un gran dolor, un espantoso dolor que yo no sería capaz de tolerar, pero tú sí, mi vida.

Eres fuerte y capaz de soportarlo, pero no quiero que pienses en que esto lo hago para hacerte sufrir, al contrario. Sé que es ahora cuando estas sufriendo, como lo hago yo, por… no poder estar a tu lado, por no poder sentir tus labios tu piel, tus caricias, esas caricias infinitas que nos prodigábamos hasta desfallecer en las noches en que me hacías sentir morir de placer en tus brazos.

Me siento muerta en vida sin ti. Y no puedo más. Mi familia me quiere casar con un viejo rico. Me quieren vender para aprovecharse de su dinero, sin embargo yo no estoy dispuesta a que me utilicen como un objeto. No voy a dejarme vender y he encontrado el medio para ello.

Mi muerte.

Sí, amada mía. Moriré y me dejaré abrazar por ti, un último abrazo. Lo he calculado todo.

Esta carta te llegará cuando todo haya ocurrido. Cuando no puedas evitarlo. Guardo una daga hace muchos años con la que atravesaré mi corazón y te lo entrego a ti, es tuyo.

Lo siento, las lágrimas no me permiten ver lo que escribo, caen sobre el papel.

Te amo tanto que te seguiré amando hasta que nos encontremos más allá del tiempo y del espacio.

Hasta pronto Isabel. Te quiero Cecilia.

No pude evitar llorar por el dolor de mi hija y de su amada Ceci. Y la rabia me corroía por dentro. Su propia familia le hacía esto.

Ceci no se había suicidado, había sido asesinada por su familia. Y yo debía demostrarlo.

Llamé a un amigo letrado que me había recomendado a un abogado criminalista que podría llevar el caso.

Y así fue. Le mostré los documentos, declaración de mi hija y Ceci para presentarlos como pruebas de la defensa. Se realizaron pruebas caligráficas, huellas y ADN, para demostrar que la carta había sido escrita por Ceci.

La jueza, tras oír a ambas partes escuchó una súplica privada de mi hija y se retiró a deliberar.

Isabel no estaba de acuerdo con lo que yo había hecho. No quería que se mostrara la carta de su amada, pero consideré, y el abogado estaba de acuerdo, en que era crucial para que la declararan inocente.

Y así fue. Se la declaró inocente de los cargos de homicidio a que se enfrentaba y ocurrió algo curioso. La jueza instó al abogado defensor para que se hiciera una copia de toda la documentación, incluida la carta, y se nos devolvieran los documentos.

Ante mi extrañeza le pregunté al letrado y me dijo que la súplica de mi hija fue precisamente esa. Que quería conservar las últimas palabras de su amada… De Cecilia.

Tras la sentencia absolutoria me desplacé hasta la cárcel para esperar a Isabel. Era media tarde. En el traslado a casa hablábamos…

—¿Papá? ¿Y mamá y Alba?

—No lo sé mi vida. Tal vez hayan perdido el tren… No lo sé.

—Me has defraudado papá. No has hecho lo que te pedí.

—¿Cómo qué no? Te han devuelto la carta ¿No es así?

—Papá… papá… no entiendes nada. Como con lo de mamá, eres el último en enterarte.

—Isabel… ¿Qué he hecho ahora?

—Está todo demasiado reciente, ya no puedo  hacer nada… Venganza papá… Venganza. Quería destrozar a los que nos amargaron la existencia, acabar con la familia de Ceci y…

—¿Y qué Isabel? ¿Hay algo más?

—Sí papá. ¿Recuerdas cuando Alba te pedía que le hicieras el amor? ¿Recuerdas cómo mamá la llamaba para que fuera a vuestra habitación y se lo hicieras a ella? ¿A las dos?

—Claro… Y que tiene que ver en todo esto.

—En la carta que te escribí te decía lo de mamá con Marco…

—Casualmente ya lo sabía, me enteré un día antes de leer tu carta.

—Yo le preguntaba a mamá porqué dejaba que lo hicierais tú y Alba y me respondió que era una forma de compensarte. Marco se acostaba con ella y tú te acostabas con la hija de Marco. Así se equilibraba la balanza. De alguna forma a mamá le dolió que Marco la dejara tirada cuando la embarazó. Por eso se vino a Madrid y aquí te conoció. Ella trataba de quitarse de la cabeza al otro. Y por un tiempo lo logró. Pero, en uno de los viajes de vacaciones, con todos nosotros en el pueblo, se encontraron. Él la acosó y al final cayó. Tú te quedabas dormido en la siesta y ella nos llevaba al arroyo a bañarnos, allí estaba el otro. Yo los seguí una vez y vi lo que hacían, ella apoyada en un árbol y él por detrás le corría el bañador y…

—¡Vale! ¡No me cuentes más! Me duele, tú sabes que he querido a tu madre con locura y…

—Venganza papá… venganza… Ayúdame y te ayudaré.

—Sabes que yo no soy así Isabel.

—¡Pues ya es hora de que espabiles! La cárcel me ha endurecido y quería seguir un par de años más para terminar mi adiestramiento, para que crezca mi odio.

—No me gusta que digas estas cosas. Tu madre se equivocó, nos encontramos y fuimos felices unos años.

—No papá. Mi madre intentó cazar a un ricachón del pueblo y le salió el tiro por la culata. Te encontró a ti, un pardillo que se enamoró de ella. Te utilizó como tapadera durante años y cuando llega su momento te deja en la cuneta.

—¿Por qué dices que ha llegado su momento? ¿Qué más sabes?

—Casualmente en la trena conocí a una chica del pueblo de mamá. También seducida y abandonada por Marcos. Ella me dijo que se casó con una rica heredera cuando Marcos se había arruinado por el juego. Conocía a mamá y sabía que Marcos se la jugaba a las cartas como a otras. Y cuando perdía, o necesitaba dinero, la hacía acostarse con otros… La vendía. Pero ahora su mujer, la esposa de Marcos, está con la mosca detrás de la oreja. Si se divorcian tiene que repartir con Marcos. Claro que… Si alguien presenta pruebas de las actividades extramatrimoniales de Marcos lo puede dejar con una mano delante y otra atrás; ¿lo entiendes ahora? ayudar a la mujer de Marcos a divorciarse sin repartir… Y después puedes divorciarte de mamá, plantearlo como una infidelidad  y mamá no se llevaría ni un pavo.

— Isabel… ¿Todo esto lo has aprendido en un año de cárcel?

—Sí, papá. Por eso quería estar al menos un año más. La cárcel es una buena universidad. Pero tal y como están las cosas, podemos planearlo todo para que salga como queremos. ¿Te apuntas?

—Isabel, mi abogado le va a presentar un convenio regulador a tu madre para que lo firme. En cuestión de unos días estaremos divorciados.

—¡Nooo! No te divorcies aún. Espera a que lo haga Marcos, para lo que tendremos que ir al pueblo a charlar con su mujer. Después, cuando él esté libre y le pida a mamá que se case con él, sin un céntimo… Y tú la dejes se quedarán a dos velas y lo suyo se irá a la mierda. Veo a mamá trabajando de puta en un club de carretera… Estar en la prisión me ha abierto los ojos papá. Tú eres un buenazo y no te merecías los cuernos que te estaba poniendo…

Habíamos llegado a casa. Estaba vacía. Esperaba que, al menos Alba estuviera esperando a su hermana.

Preparé una merienda cena para los dos…

—¿Papá, puedo dormir contigo? Podemos seguir hablando…

Me sorprendió la pregunta, pero sabiendo la preferencia sexual de mi hija no tuve problema.

—Por supuesto hija.

—Voy a ducharme antes; apesto. Llevo dos días sin que me corra el agua por el chichi.

A pesar de la libertad con que nos comportábamos en casa no estaba acostumbrado a esas expresiones en ella. Me miró y se echó a reír.

—Te espero en la cama cariño.

Me puse un pantalón corto de pijama y una camiseta. Normalmente yo dormía sin nada de cintura para abajo.

—Vaya, papá, has cambiado tus costumbres. — Isabel entró desnuda, con una toalla arrollada en su cabeza.

—No quería que pensaras que yo…

—Qué no me vas a follar ¿No? Pues no sé qué decirte, pero la verdad es que me he pasado un año lamiendo coños y no me vendría mal una polla en el mío. Aunque sea la de mi padre… Jajaja

—Déjate de bromas Isabel, que yo llevo desde que se fue tu madre a cinco dedos y tú eres mi hija de verdad, no cómo Alba, que solo lo era de tu madre…

—¿Qué putada no? Pero no tenía inconveniente en comérmelo a mí y a su madre. Era muy golfa. El numerito de la bañera, tu primera vez con ella, lo preparó mamá. Era una verdad a medias. Marcos se las follaba a las dos en el pueblo y fue él quien la desvirgó. A veces, cuando tú estabas de viaje, venía a casa a liarse con ellas. Lo intentó conmigo, pero me daba asco y no lo consentí; las amenacé con contártelo todo y me dejaron en paz. Yo estaba muy enamorada de Ceci y… — No pudo con la emoción del recuerdo y las lágrimas recorrieron sus mejillas.

La estreché contra mi pecho. Su desnudez, su suave piel, el aroma de su pelo, aún mojado, despertaron mi deseo. Nos miramos y movidos por un irrefrenable impulso nos besamos. La delicadeza de sus labios… Sujetó mi mano y la condujo hasta su pecho. La dureza de la carne joven me excitó. Podía percibir los latidos de su corazón. La deslicé hasta su pubis e introduje con delicadeza el dedo medio entre sus ninfas; la humedad era manifiesta. Al separarlo miramos hacia abajo y pudimos ver un hilillo de fluido transparente que nos unía.

Se sentó en la cama y me ayudó a desprenderme de la camiseta y los pantaloncitos dejando al descubierto mi erección, se inclinó y pasó su lengua por el glande, recogiendo una gota de líquido pre seminal. Acaricié sus pechos, el plano vientre, las caderas. Pude ver un tatuaje en el lado izquierdo de su pubis, una letra. J.

No pude más, me tendí a su lado acercando mi boca a su sexo, libando con la lengua el licor que segregaba mi hija… y me supo a gloria. El olor, el sabor, todo en ella era delicioso. Yo practicaba un cunnilingus y ella una felación; dos acciones reprobables, entre un padre y su hija, pero que en aquellos momentos no me planteaban problemas morales. Éramos un hombre y una mujer manifestando nuestro amor.

Su garganta era la receptora del glande, su barbilla en mi pubis… Yo en el paraíso.

Cuando la punta de mi lengua alcanzó su botoncito y lo rodeó, una vez, otra vez y otra. Me sorprendió el tamaño de su clítoris. Lo mamaba como si fuera el pezón de una teta. No pudo soportarlo más y apresó mi cabeza entre sus muslos retorciéndose. Recorrida por espasmos…

Me giré, la empujé con todo el amor del mundo y me arrodille entre sus muslos. Sus ojos emitían fuego, pasión…

—Papá, llevo años deseando que esto ocurriera. Soy bisexual, sí, también me gustan los hombres. Pero cuando estaba con Luci me reprimía porque ella temía que pudiera enamorarme de alguien. Ella no podía imaginar que haya estado enamorada de mi padre desde que tengo uso de razón…  Ahora hazme tuya, papá. Poséeme.

Acerque la punta de mi ariete a su rajita, la recorrí dos o tres veces de arriba abajo, apunté y fue entrando en su sedosa y lubricada cavidad, lentamente, milímetro a milímetro, hasta chocar nuestros pubis. Salir de aquel delicioso refugio me disgustaba, pero se compensaba al introducirme de nuevo en su vientre. Me dejé caer sobre ella y nos abrazamos, nos besamos… La coyunda fue muy lenta, desesperadamente lenta, para otros, pero, deliciosamente lenta para nosotros que no queríamos dejar de ser dos personas y un solo ser.

El orgasmo de Isabel fue muy, muy intenso.

—¡Papá… me muero! No quiero separarme de ti, quiero seguir así… ¡Aaaggg! Otro Papá, otro y otro… No puedo parar ¡Te quiero! ¡Eres mi amor! ¡Mi vida! ¡Me falta el aireeee!

—¡Y yo mi amor! ¡No puedo más! ¡Te amo más que a nada en el mundo!

Y descargué en ella. Recorrido por una fuerte descarga eléctrica que recorrió mi cuerpo de los pies hasta mi cráneo. Las sacudidas fueron muy intensas.

Mi hija, tras una convulsión, quedó desmadejada, sin conocimiento, con los ojos en blanco.

Dejé mi miembro en su interior. No quería salir, no quería apartarme de ella. Se repuso.

Agotados nos besamos, abrazados, nos cubrimos con una sábana y nos dormimos.

Desperté y mi brazo izquierdo estaba dormido, la cabeza de Isabel dificultaba la circulación, pero no me importaba, tenía a mi hija a mi lado, libre, fuera de la cárcel. Eso me bastaba. La relación con Paula se había ido deteriorando hasta que se marchó definitivamente. Yo no comprendía nada, Alba también se había distanciado. Hacía meses que no la veía. Ahora entendía tantas cosas…

Me levanté con cuidado para no despertarla, bajé a la cocina y preparé el desayuno.  De pronto me vi sorprendido por unos brazos que me aprisionaban por la espalda.

—Buenos días papá. ¿Cómo estás?

—Buenos días mi amor. ¿Tienes hambre?

—Soy una loba hambrienta…

Me giré, seguíamos desnudos. Su contacto, su piel, su aroma, toda ella invitaba al sexo. Y mi erección lo demostraba.

—¡Papá! ¿Ya estás preparado otra vez?

—Ya lo ves, no puedo evitarlo…

Acarició mi miembro con su mano y nos unimos en un ardiente beso. La senté en la encimera, ella abrió las piernas mostrándome la belleza de su rosada flor. Me arrodillé ante ella y buceé entre sus muslos. Aún rezumaba los licores de la noche anterior mezclados con los que su excitación la obligaba a secretar. Y los bebí, con ansia, con desesperación, con pasión. Sus dedos peinaban mis cabellos y me apretaba o separaba de ella según su deseo.

No tardó en dejarse desgarrar por un fuerte orgasmo. No conocía su facilidad para llegar al clímax… Había tantas cosas que desconocía de mi hija. Mi deseo de no interferir con su inclinación sexual me apartó de ella. Ahora lo lamentaba, era una mujer preciosa y muy, muy ardiente.

Me levanté y me situé entre sus piernas para entrar suavemente en ella que se colgó de mi cuello, la sujeté de las redondas nalgas y cargué con ella hasta el salón, donde, la dejé caer en el sofá para seguir con el acoplamiento que nos llevaría a sentir deliciosos orgasmos.

Cuando nos calmamos, nos sentamos en la mesa de la cocina a desayunar. Después subimos y nos amamos de nuevo en la ducha, dejando caer el agua por nuestros cuerpos.

—Arrodíllate. — Me dijo.

Lo hice, de rodillas ante ella que, inesperadamente, abrió los pétalos de su flor para rociarme con un cálido chorro de pis. Cerré los ojos y permití que su lluvia dorada bañara mi cuerpo. La probé y no me supo mal. Era mi primera experiencia en esa práctica.

—Vaya, no lo esperaba. ¿Te gusta hacer esto?

—Sí, papá. Ahora tú a mí. Esto lo practicaba con Ceci. Desde entonces no he podido hacerlo con nadie más. Aunque en la cárcel podría haberlo hecho, pero no podía. El recuerdo de mi querida rubita no me lo permitía.

Me levanté y ella se arrodilló ante mí. Vi algo que me emocionó. Lloraba. Apunté a sus pechos y descargué.

Al terminar la sujeté por los hombros y la levanté. Nos abrazamos.

—¿Llorabas Isabel?

—Sí papá. Su recuerdo no me abandona. He podido hacerlo porque mi amor por ti es como el que sentía por ella. No he querido a nadie más así y ella… ya no está.

Terminamos de lavarnos y nos vestimos.

—Papá, ¿tú sabías que hay cámaras de video en la casa?

—No. ¿Por qué?

—Ven, te quiero mostrar algo. — Me llevó de la mano hasta el dormitorio.

En un rincón, disimulado en el plafón del techo se podía ver, si me fijaba mucho, un pequeño agujerito oscuro. Tirando de mí me llevó hasta su habitación. Seguía cómo la dejó un año antes, cuando la encarcelaron. Retiró la cama de la pared, se arrodilló, se agachó y retiro, con esfuerzo, un plinto de la pared. Detrás había un hueco de dónde sacó varias cosas, entre ellas cuatro pen-drives de colores. Me los mostró y fue a arrancar su portátil que tardó un rato en actualizarse, tras un año sin encenderlo.

Insertó uno de los pen en la ranura y abrió una carpeta con fecha de tres años antes. Eran videos. Pinchó uno de ellos al azar y vi la habitación, entraban Paula y Alba, como era de esperar, según nuestra costumbre, ya estaban desnudas, tendidas en la cama se acariciaban, cosquilleaban y se tocaban y lamían sus sexos. La sorpresa fue cuando una sombra se interpuso, era un hombre, se desnudó y al girarse pude ver de quien se trataba, Marcos. Se colocó entre las dos y ambas corrieron a lamerle su miembro y las pelotas que le colgaban, Isabel aceleró para llegar al momento en que Paula se montaba e insertaba su palo en la vagina.

Vi varias escenas. Paula y Alba, Paula y Marcos, Alba y Marcos… en todas las posturas imaginables. Lo que más me sorprendió fue la penetración anal de Marco a las dos. A mi Paula no me lo permitía. Isabel seleccionó una secuencia, puso el volumen al máximo y pude oír claramente cómo Marco les decía, “estos culitos son míos, solo míos y el cabrón de tu marido no debe ni acercarse a ellos… ¿está claro?” Palmeando fuertemente sus nalgas hasta dejarlas enrojecidas, haciéndolas gritar de dolor cuando el pene entraba hasta el fondo de sus rectos.

—Papá, lo siento. Sé que esto duele pero tenías que verlo. Hay muchas horas de grabación. También puse cámaras en el baño y el salón. Yo me marchaba pero dejaba grabando, cuando terminaban y se había marchado ese mal nacido, copiaba los videos al pen y los escondía. Ni mamá, ni Alba saben nada de esto. Solo tú y yo. Esto es lo que quiero utilizar contra Marcos, si te parece bien.

Mi cabeza era un caos. Estaba convencido de que la nuestra era una familia unida, sin fisuras y de pronto me encuentro con que todo ha sido una farsa mantenida durante años. Que he sido una marioneta en manos de Paula y también de Alba. Una comedia orquestada por Marcos para su diversión.

—Sí, hija, duele. Pero estoy de acuerdo contigo en que podemos amargarle la vida a este cerdo. Lo vamos a hacer. Nos vamos al pueblo, en principio para que veas a tu madre, mientras yo intento concertar una cita con la mujer de Marcos. No se aún cómo pero quiero que estés conmigo cuando la veamos. Eso dará más credibilidad a la historia. Necesitamos el móvil de esa mujer para enviarle fotos comprometedoras de los videos y convencerla de que son auténticos. Otra cosa más. Busca pelos o algo con material genético de tu hermana. Podemos necesitarlo para que ella pueda hacer pruebas de ADN y asegurarse de que Marcos es su padre.

—En eso no hay problemas, mi hermana dejaba sus tangas por cualquier sitio. No será difícil encontrar alguno usado y a lo mejor se ha limpiado su padre el rabo en él.

Efectivamente buscamos en el dormitorio de Alba y encontramos un cepillo con abundantes pelos suyos. Los saqué con unas pinzas y los metí en una bolsita de las que se usan para guardar congelados.

Isabel pasó algunos videos significativos al móvil y a una Tablet.

Metimos algo de ropa para los dos en una bolsa y nos desplazamos hasta el pueblo. Tardamos hora y media en llegar. Aparqué en la puerta de mi suegra, donde estaba Paula y se bajó Isabel. Su madre salió a su encuentro, se abrazaron y entraron. Yo me quedé en la calle. No quería entrar, pero mi suegra salió.

—Entra, Julio. Están tus hijas aquí.

—¿Alba está aquí? — Pregunté sorprendido.

—Sí, vive aquí desde que se separó de su marido hace unos meses. ¿No lo sabías?

—No Petra… Hay muchas cosas que no sé. Conmigo no se cuenta ya para nada.

—Venga hombre, no te pongas así. Están tu mujer y tus hijas.

Entré. Alba se levantó para darme un beso… Frio, distante. Isabel me miraba de forma rara haciéndome gestos para que mirara hacia el dormitorio donde sorprendí a Paula con Marcos.

Y comprendí por qué. A través de una rendija en la cortina lo vi sentado en la cama.

—Isabel…  ¿Te vienes? — Le dije. A mi hija.

—Sí papá, voy contigo. Aquí no puedo quedarme, no me gusta este ambiente, está enrarecido.

Se levantó de la silla, besó a su hermana, a su madre y su abuela y agarrándose a mi brazo me empujó hacia fuera. Nos subimos al coche y arrancamos.

Me detuve en la gasolinera de la carretera, cerca del pueblo. Había un hostal y aparqué ocultando el coche detrás del edificio. Pedimos una habitación y dejamos en ella la bolsa con la ropa. Entramos al restaurante y comimos algo rápido. Fuimos andando hasta el pueblo.

—Papá, ¿sabes que Marcos estaba en el dormitorio?

—Sí, hija. Lo he visto. Por eso este es el momento para visitar a su mujer. Él no estará en su casa.

Efectivamente; yo sabía dónde estaba el domicilio de Marcos. Era una casa grande de estructura moderna, en la plaza del pueblo. Llamé al timbre y abrió una mujer. Era de media estatura, atractiva…

—¿Si, qué desean? — Nos dijo amablemente.

—Si nos lo permite queríamos hablar con usted… No vendemos nada, se lo aseguro. — Le dije tratando de romper el hielo.

—Bien… pues… pasen. A usted lo conozco. ¿Es el marido de Paula?

Me sorprendió, pero reaccioné

—Sí, así es me llamo… — No me dejó terminar.

—Julio, ¿No?

—Sí, y esta mi hija Isabel. — Nos dimos la mano, a Isabel la besó.

—Yo me llamo Loli. ¿En qué les puedo ayudar?

—Pues verá… es un tema delicado. Paula y yo nos vamos a separar, pero, seguramente habrá que asistir a un juicio y en él pueden salir a la luz cosas que pueden afectarla directamente. Venimos a informarla de que… mi mujer me engaña con su marido…

—¡¿Qué?! ¿Y cómo lo sabe? — La sorpresa de la mujer nos favorecía.

—Pues muy sencillo… Ahora mismo, su marido está en casa de mi suegra acostándose con Paula y…

—¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Si yo lo sabía, sabía que me la estaba pegando! ¿Y qué puedo hacer?

—¿No sospechaba nada? — Pregunté

—Nada Julio, siempre hay rumores, no suelo hacerles caso pero, ¿qué pruebas tiene? — Me miró de forma inquisitiva.

—Mire usted… Isabel, muéstraselo…

Mi hija sacó el móvil y le mostró varias fotos en las que aparecía con Paula. Lo había preparado así. Me dejaba para lo último la traca final.

—¡Es él, el cabrón de Marcos! ¡Con Paula! — Tuvimos que sujetarla porque se caía. La sentamos en un sillón del salón.

—Loli, la cosa es más grave de lo que puede imaginarse. Mi otra hija, Alba, no es mía, es de Marcos. Paula se marchó del pueblo embarazada de Marcos. Él la rechazó porque usted, su dinero, le interesaba más. Por eso Paula se fue a Madrid, allí me conoció y me endosó el paquete sin yo saberlo. Hasta hace poco no lo he sabido. Como tampoco sabía que durante todos estos años Marcos ha estado acostándose con Paula, cuando ella venía al pueblo y cuando Marcos se trasladaba a Madrid, aprovechando mis viajes.

Llegados a este punto Isabel le mostró los videos en los que Marcos estaba en la cama con Paula y con su hija Alba. La mujer lloraba a raudales.

La mujer estaba horrorizada. Por lo que pude observar en la casa había muchas imágenes religiosas.

—¡¿Y qué podemos hacer?!

—Loli, sabemos que Marcos va a divorciase de ti para casarse con Paula después de que se divorcie de mí. La idea es conseguir quedarse con la mayor parte de tus bienes y los míos para vivir juntos. Pero, al tener nosotros pruebas que atestiguan el engaño podemos divorciarnos sin dejarles nada. Sé que no tenéis hijos, Marcos y su familia están arruinados y tú también lo estarás pronto si sigues casada con él. Por cierto, si vas a la casa de Paula te lo encontraras allí, posiblemente liado con ella. Lleva testigos y… te aconsejo que lo dejes como yo voy a dejar a Paula.

—Gracias Julio, gracias. No te preocupes. Mis dos hermanos no tragan a Marcos, los voy a llamar para ir a ver que nos encontramos en la casa de tu suegra.

—Lo siento Loli. Lamento haber sido el portador de estas noticias. Dime tu número de móvil si no te importa para estar en contacto. Me lo dio, la llamé y guardó mi número.

Nos despedimos y salimos. Lo peor estaba hecho. La casa estaba situada en la plaza del pueblo, la atravesamos y entramos en el bar frente a la vivienda de Marcos.

Poco después entraba un hombre que supuse uno de sus hermanos. Como de un metro ochenta, fuerte y curtido por las labores del campo. Poco después llegaba otro, de similares características y salían los tres en dirección a la casa de mi suegra, que vivía en las afueras del pueblo.

Los seguimos a una distancia prudencial hasta que llegaron a la casa. La parte de atrás tenía el corral cercado por una valla de poco más de un metro de altura. Desde fuera se distinguía el salón a través de una ventana y pudimos ver cómo los dos hermanos sacaban a rastras a Marcos desnudo. Lo seguían intentando protegerlo Paula y Alba, las dos desnudas, que fueron apartadas a empellones por los dos hermanos. Loli se enfrentaba a Paula y Alba gesticulando. No podíamos oír lo que decían pero no hacía falta.

Dimos la vuelta y llegamos a verlos parapetados en la esquina de la casa. Uno de los hermanos decía:

—¡¡Tira p’a fuera cabrón, que tenías que venir a una casa de putas teniendo a tu mujer en casa!! — Mientras empujaba a Marcos a patadas. — Y ya no te lo digo más Loli, te vas a divorciar de este mal nacido putero.

Isabel me miró y bajó la cabeza avergonzada.

—Sí papá. Mi abuela era la puta del pueblo cuando era joven. Ahora lo son mi madre y mi hermana. Me lo dijo una compañera de trena que las conocía. Por aquí pasan los que quieren echar un polvo, mi abuela es la celestina y Marcos el chulo que les busca clientes.

Nos marchamos andando hasta el hostal. Cenamos en el bar y subimos a la habitación. Era tarde nos acurrucamos en la cama sin desvestirnos y nos quedamos dormidos.

Me despertó el tono de llamada del móvil. Era Loli.

—Dígame Loli…

—Julio — Parecía llorar — ¿Puede venir a casa? Por favor…

—¿Ahora?… Son las tres de la mañana… Pero por lo que veo creo que no se encuentra bien, vamos para allá.

—Isabel, cariño… despierta.

—¿Qué pasa papá?

—Nos vamos, Loli me ha llamado y parece que no se encuentra bien.

No tuvimos que vestirnos así que fuimos al pueblo con el coche. Aparqué en una de las calles aledañas a la plaza. Al llegar y pulsar el timbre la puerta se abrió inmediatamente. Loli estaba en la puerta esperándonos. Llevaba puesto solamente un picardías casi transparente y se adivinaban sus pechos sin sujetador y unas mini braguitas. Los pies, muy pequeños, cubiertos por unas chinelas con pon-pon.

—¿Qué ocurre Loli? — Pregunté.

—Pasad. Necesito hablar contigo, Julio. Tengo aquí a Marcos. Mis hermanos le han dado una paliza… bueno, mira cómo lo han dejado. No sé qué hacer.

Nos llevó hasta una habitación en el sótano. Marcos estaba atado en una silla, desnudo. La cara era un mapa y el cuerpo parecía una masa informe sanguinolenta. Desde luego se habían ensañado con él.

—¿Está muerto? — Pregunté preocupado.

—No, está vivo. Quiero que se espabile y vea lo que vamos a hacer. ¿Puede retirarse tu hija?

—No te preocupes. Confío totalmente en ella y puede estar presente sea lo que sea lo que pretendas hacer.

—Entonces adelante. Quiero que me poseas ante mi marido, que él lo vea todo y pase por lo que yo he pasado. ¿Podrás hacerlo?

—¿Tú que piensas Isabel? — Le pregunté.

—Papá, hagas lo que hagas no será suficiente, este cerdo no pagará por lo que te ha hecho. Por mí, adelante. Yo te ayudo…

Loli se desprendió de la poca ropa que llevaba, mostrando un bonito cuerpo, unos pechitos pequeños, como los de una quinceañera. La cintura estrecha y las caderas y nalgas con bellas curvas.

Isabel se acercó a Marcos, cogió un cubo con agua y se la lanzó al cuerpo. Un estremecimiento y un lamento nos indicaron que estaba despierto. Mi hija le abrió los ojos que mantenía semicerrados y los mantuvo así.

Le pidió las chinelas a Loli que no tuvo inconveniente en dárselas, descubriendo unos pies pequeños, muy bien formados. Con una de ellas en la mano golpeó los genitales de Marcos que aulló de dolor. No conocía a mi hija. Su tendencia sádica me sorprendió.

—Venga cerdo, dime ahora lo que me decías en mi casa cuando venias a follarte a mi madre y a mi hermana. ¿Me vas a follar el culo? ¿Me vas a desvirgar? ¿Vas a follarte a la bollera?… Papá, no sabes las veces que he tenido que correr a mi habitación y encerrarme para huir de este animal. Déjame tomar mi revancha. Déjame hacerte el culito, es lo que él me decía.

Loli se desnudó completamente y me rodeó con sus brazos. El contacto de su piel me enervó, mi erección lo mostraba. La mujer se arrodilló a mis pies, desabrochó el pantalón y me lo quitó. Ya desnudo acarició mi hombría y la introdujo en su boca hasta el fondo. No podía imaginar que tuviera esa capacidad. La extraía y la insertaba, el glande traspasaba la garganta.

—Para… para… aún no quiero correrme — Le dije

Loli se detuvo para tenderse sobre una mesa en el centro de la sala abriendo sus piernas y ofreciéndome su sexo impúdicamente. Mi hija se desnudó y miró fijamente a Loli, se colocó sobre ella y bebió sus fluidos. Loli se retorcía de placer. Cuando lo creyó conveniente se apartó y me empujó hacia ella. Acaricié los pechos que se me ofrecían. Besé y mamé sus pezones, mis labios se unieron a los suyos y casi sin darme cuenta me encontraba dentro del vientre de Loli. Isabel se colocó, sobre la boca de Loli, de forma que pudiera lamer su sexo y su ano y mi hija gritaba de placer.

El orgasmo de Loli nos sorprendió. Gritaba como una posesa y se revolvía como una serpiente. Cuando se calmó se dirigió a su marido, apoyó sus manos en sus rodillas y le escupió en la cara.

—¿Y tú te llamabas hombre? Nunca me he corrido contigo como lo he hecho ahora, pero no tengo suficiente… Julio, atácame el culo, rómpemelo. Este hijo de la gran puta lo ha querido desde que nos casamos y no se lo he dado. Ahora es tuyo, Julio. Serás el primero que entre por ese agujero. Quiero que lo hagas sin compasión, que me lo dejes para no poder sentarme en una semana. ¡Adelante coño!

Sus blancas nalgas se abrieron para mí. Mi hija me miraba, me besó en los labios y me empujó hacia el rosado orificio. Escupí, apunté y empujé, entró parte del prepucio y un grito de Loli me hizo pensar en retirarme.

—¡Sigue, cabrón, sigue, no te pares ahora!

Y seguí, empujé y entro hasta la mitad. Me detuve. Esperé durante unos minutos durante los cuales vi cómo Isabel se colaba bajo Loli y le chupaba el clítoris. No esperé más y de una sola estocada entró hasta el fondo. El grito fue aterrador. Mis testículos chocaban con su vulva, me detuve y poco después reiniciaba el mete y saca.

Soportó estoicamente  la rotura del esfínter anal, para poco a poco con el acompañamiento, por parte de mi hija de los toques en el sexo de Loli que le provocaban orgasmos brutales. Yo no pude soportarlo más y descargué en su intestino. Esperé para que se redujera el tamaño y me deslicé con cuidado sentándome en la mesa central.

—Marcos, acaban de destrozarme el culo y me ha gustado. De ahora en adelante se lo daré a todo aquel que se acueste conmigo. Me convertiré en esa puta que tú querías, pero para otros. No para ti. Tú jamás volverás a tocarme. — Le gritó a Marcos.

Se giró y apunto su trasero a la cara de Marcos.

—Isabel, sujétalo por favor.

Mi hija, siguiendo sus indicaciones, sujetó la cabeza de Marcos para que las nalgas abiertas por las manos de Loli se tragaran su rostro. Apretó saliendo pedos, sangre, y semen embarrando toda su cara. El rostro de Marcos lleno de fluidos le hizo vomitar sobre su mismo cuerpo.

Loli se giró hacia su marido y le gritó.

—¡Y firmarás la propuesta de divorcio que te voy a hacer! ¡Lo nuestro se ha acabado! — Se acercó al grifo y reguló los mandos, miró a mi hija — Isabel ¿puedes ayudarme a limpiarme? rocíame agua por detrás por favor.

Mi hija dirigió la manguera a sus blancas nalgas y la bañó por completo, del suelo cogió un bote de gel de baño y tras rociarla se dedicó a lavarla con sus manos, acariciando con suavidad sus glúteos. Loli la miró sonriente y se dejó hacer. Isabel estaba en su salsa, se acercó más a ella y la besó en los labios, beso que Loli no rechazó. Todo lo contrario, se abrazaron y se lavaron mutuamente. Después se envolvieron en sendas toallas.

—Vamos a mi habitación niña que aún queda noche por delante. Hace muchos años que no saboreo las mieles de otra mujer.

Mi hija me guiñó un ojo y cogidas de la mano salieron de la sala. Yo cerré el mando de agua caliente y dirigí la manguera hacia Marcos que, al recibir el chorro de agua fría, llorando se retorció todo lo que las ataduras le permitían. Lo dejé y me alejé de él. Al subir a la primera planta escuché los gemidos, subí y me asomé a la habitación. Las dos estaban enzarzadas en una tijera frotando sus sexos y chupando los pies cada una de la otra. Loli me miró sonriendo.

—Julio, estoy descubriendo a la puta que llevaba dentro, y con tu hija, también a la bollera. En toda mi vida había disfrutado tanto como en esta noche. ¿Te apuntas?

—No Loli, estoy cansado, solo quiero darme una ducha, ¿puedo usar tu baño?

—Claro, Julio, puedes usar el baño y a mi cuando quieras.

Me desnudé y entré en la ducha, el agua me resulto un bálsamo, pero, yo estaba preocupado por lo que pudiera hacer Marcos. Aun así me relajé y me tranquilicé.

Unas manos me sorprendieron por la espalda, sus caricias me resultaron agradables. Me giré para ver quién era. Mi hija me lavaba la espalda, me abrazaba, sentir sus pechos en la espalda me excitó sin poder evitarlo. De Alba no me hubiera extrañado pero Isabel… ¿mi Isabel? Pero la erección era ya imparable y sus manos me acariciaban el miembro. No pude evitarlo; me enfrenté a ella y la besé, cómo nunca lo había hecho. Se apoyó en la pared con sus manos y me ofreció sus nalgas.

La penetré con dulzura, con amor… E inexplicablemente me sentía feliz, muy feliz.

Loli nos miraba desde la puerta, me abrazó por la espalda y me sentía en la gloria. Acabamos los tres en la  cama donde practicamos todas las posturas imaginables hasta quedar destrozados. Nos quedamos dormidos en el lecho.

—¡Buenos días Loli! — Un fuerte vozarrón nos despertó. Me levanté sobresaltado.