IRUNE Cap.3 El contrato y Cap.4 Instrucción
Es un contrato de sumisión y entrega de ti hacia mi; si aceptas los términos, inmediatamente tomaré posesión de ti y te dirigirás a mi como Dómina.
CAPITULO 3: “El Contrato”
Pasé toda la noche pensando en la situación vivida. Apenas dormí porque, cada vez que recordaba la situación me volvía la excitación y cogía esos pantis, los olía, me los ponía. Cuando vi mi pie derecho fuera de los mismos me pregunté si seguir los “deseos” de Esther, de comerme los pantis. Decidí que sí, me lo tomé como un castigo divino y a lo largo de la noche fui fagocitando la mayor parte de la pierna derecha, con la ayuda de algo de agua. La excitación y deseo no me abandonaba, era muy tarde; de madrugada y caí rendido.
Por la mañana bajé al garaje rezando para no encontrarme cone ella. Solo de pensar esa posibilidad me inundaba la vergüenza, así que apreté el paso hacia mi vehículo. Afortunadamente no me crucé con ella y salí cin mi coche descapotado, con destino a mi trabajo.
Mientras conducía, tenía la cabeza perdida, recordando la situación de la tarde anterior. Estaba excitado, pero me preguntaba si la incomodidad, la vergüenza que sentiría al estar de nuevo frente a ella compensaría un futurible “premio”.
Nada mas llegar a mi despacho pregunté a Claudia, mi secretaria, si conocía la ubicación de alguna Boutique de Wolford. Me dijo que sí, en la Calle Claudio Coello, y me anotó la dirección exacta en un Post It. Acto seguido me senté en mi despacho, encendí el ordenador y me sorprendí viendo el catálogo de esta marca de lencería en la red, maravillado ante las imágenes de aquellas mujeres posando con esas prendas tan bonitas y delicadas, divinas. Se me ocurrió que Esther tenía buen gusto y sabía lo que se compraba y me entraron unas ganas irrefrenables de comprarle unas medias allí, y lo que me pidiera. Así que decididamente cogí mi chaqueta de nuevo y mi maletín; salí del despacho y le dije a Claudia que estaría toda la jornada del día de reuniones, fuera de la oficina. Bajé en el ascensor y pensé, divertido, que si los pantis que me había comido eran de gran calidad y caros, serían para un fetichista de las medias como una loncha del mejor Jamón para un amante del mismo, sonreí.
Los segundo se me hacían eternos y la hora de bajar al piso de Esther parecía no llegar nunca.
Las 18h, ya estaba; la mano me temblaba buscando el timbre, abrió la puerta y, sin apenas mirarme me invitó a pasar. –Espero que te gusten- le dije tímidamente alargándole la bolsa con la compra realizada dentro, la cogió sin apenas mirarla y la tiró encima de un sillón. –Siento lo de ayer…- empecé a balbucear y ella mandó callar con la mirada. -¿Por qué lo sientes?, Si es algo que te gusta te puedo ayudar a saciar ese deseo por la ropa femenina- No me lo podía creer, solo de imaginarme disfrutando de la lencería de Esther con su connivencia me tenía el miembro enhiesto al limite de su capacidad. –No obstante- interrumpió mis cavilaciones – quiero algo a cambio-. ¿Qué querría? –Te voy a entregar un contrato d para que lo leas. Es un contrato de sumisión y entrega de ti hacia mi; si aceptas los términos, inmediatamente tomaré posesión de ti y te dirigirás a mi como Dómina , Ama, mi Señora o Lady Mastia. Si no lo aceptas seré , para ti para siempre, Esther; la vecina de abajo que no querrá saber de ti nunca mas-.
Colocó el palo de una escoba en el suelo y me ordenó arrodillarme encima de el. Con las rodillas apoyadas en el palo. –Lee en voz alta y clara-, ordenó Esther. Sentí un azote de vergüenza y sin embargo accedí. La madera se me clavaba en las rodillas, dolía mas conforme pasaba el tiempo, suspiré y empecé a leer en voz alta.
En el se radactaba las condiciones de entrega de mi cuerpo, mis bienes y, sobre todo, mi voluntad en su beneficio. Todo sería consensuado, pero en caso de interrupción unilateral por mi parte no habría posibilidad de reanudación.
Una vez leído se lo hice saber a Esther y ella levantó la cabeza del libro en que estaba enfrascada y me dijo – Tienes un día para pensártelo; como bien te he dicho, caso de negarte, me lo dirás sin rodeos, te girarás, saldrás por esa puerta y no querré saber de ti nunca mas. Si la respuesta es afirmativa trae contigo , en una bolsa, toda tu ropa interior masculina, incluido calcetines; ya tendrás que presentarte en lencería femenina- . Noté como el rubor inundaba mis mejillas y estuve a punto de replicar pero Esther me atajó : - ¡¡24 horas!!-
Subí a mi piso lentamente, pero excitado. La idea me gustaba y, sobre todo, me excitaba pero había una parte de mi que se mostraba reticente -¿Qué se habrá pensado esa niña?- Me tiré en el sofá con una cerveza, puse la tele y me dediqué a releer el contrato. Pufff…..estaba muy excitado.
CAPITULO 4 : “Instrucción”
Me pasé dándole vueltas al asunto una buena parte de la noche. Al despertar estaba cansado, me duché para ir al trabajo y mientras buscaba unos bóxer para ponerme recordé la conversación con Esther.
No podía parar de pensar en ello, en el coche, en mi despacho, comiendo…. y cuando volví a mi despacho después de comer, el deseo y el hormigueo que me recorría el estomago era ya inaguantable. Me levanté corriendo, me despedí de mi secretaria y me dirijí a casa, donde agrupé casi toda mi ropa interior, incluido calcetines (digo casi toda porque me dejé una muda, por si acaso….)y su espacio en los cajones fue sustituido por mi escasa colección de lencería femenina, pantis, minimedias y algún par de medias. Me acomodé un tanga brasileño verde de encaje, unas mini medias de cristal y me volví a vestir con la ropa que llevé al trabajo. Cuando me dispuse a salir de casa camino de el piso de abajo las puernas me flojearon, me pitaban los oídos y me tuve que sentar en un sillón y servirme un vasito de mi mejor Bourbon , para ayudar un poquillo, ya me entendéis.
Al final me armé de valor y descendí por las escaleras. Me sentía mareado por el nerviosismo y sentía el típcio hormigueo de excitación de cuando vas a hacer algo que te gusta y no lo puedes hacer tan a menudo como te gustaría. Me encantaba el roce del encaje de mi tanga con mis partes intimas y la suavidad de las mini medias que enfundaban mis pies.
Apreté el botón del timbre y aguardé. Escuchaba el repiqueteo de unos tacones contra el suelo, acercándose a la puerta y el corazón se me quería salir del pecho. Ese cerrojo me abría paso a un mundo tan ansiado como misterioso. Se abrió la puerta y ahí estaba ella; impresionantemente bella. Con un vestido negro ajustado, de tirantes y corto, a media altura de sus deseados muslos de Diosa, que dejaba ver, insinuante, el bordado de unas medias negras con costura, que cubrían esas larguísimas piernas, realzadas por unos stilettos negros brillantes, mágicos.
Me recibió con un escueto –Pasa y arrodíllate en tu sitio-. Con esto se refería que me arrodillase sobre el palo de escoba que me esperaba en el mismo sitio que el día anterior. Se sentó ante mi, en un sillón de piel negra. La mirada se me perdía entre sus piernas cruzadas, sus muslos; mataría por acariciarlos, por olerlos, por procurarle cualquier placer que se le antojase, era una diosa, me tenía atrapado, hipnotizado. Podría hacer conmigo lo que quisiera, mi orgullo estaba totalmente derrotado, incluso antes de empezar la batalla.
-¿Y bien?- Me preguntó. –He bajado el contrato firmado- le contesté. Me hizo un gesto para que se lo acercara, miró la firma y esbozó una sonrisa despectiva. –Dame un dedo-, ordenó. Lo pinchó con una aguja larga que se sacó del pelo y me miró inquisitiva. Lo entendí al instante, planté la yema de mi dedo ensangrentado en el contrato –Eso está mejor,- enrolló el mismo y lo guardó en un aparador bajo llave, que llevaba colgada de su cuello. –Ya eres mía- dijo.
-Quiero que entiendas lo que te voy a contar. Voy a invertir mi tiempo y mi paciencia en procurarte una instrucción. Te moldearé a mi gusto, serás mi sirvienta, mi secretaria, mi ama de llaves, mi puta, mi exclava. Para mi, mi tiempo es muy valioso por lo que espero, por tu bien, no me hagas malgastarlo. Quiero que seas consciente que a partir de ahora mismo son mias tus pertenencias personales, tus pensamientos, tu cuerpo; en definitiva, tu libertad. Seré administradora de tus ingresos. ¿Te ha quedado claro?-, -Si Dómina- (así ponía en el contrato que debía llamarla). -Ahora , lo primero que necesito, es pulir esas aristas, suavizarte ese porte de tio duro que crees que eres. A partir de ahora te llamas Irune-. Me miró pensativa , sonrio y dijo –Irune, mi exclava con polla. Comprate un traje de criada y tacones de 7 centimetros, para empezar y vuelve para prepararme la cena.