Irresistible 3 ( el medico )

Una joven, rebosante de belleza y sensualidad, tiene que afrontar variopintas y excitantes experiencias. En este capitulo tiene que hacer a su medico una consulta de vital importancia.

Ya se ponía el sol cuando los padres de Bea intercambiaban una cordial despedida con la familia de su novio, besos, abrazos y apretones de manos se sucedían a buen ritmo, unos últimos piropos para Bea y su madre, una botella de vino, de regalo,  unas últimas miradas disimuladas a las curvas de la joven y ya estaban listos para partir.

Rubén aprovechó mientras sus padres seguían agradeciendo la hospitalidad que les habían mostrado, para dar un rápido muerdo a su novia sin que se les viese demasiado, su boca le supo rara, pero no dijo nada. Su abuelo les miraba desde lo lejos, su nieto la apartaba de el, sabia que así era como tenia que ser, pero aquel beso le dolió, como si ella le traicionara.

Rubén se quedo mirando como el coche se alejaba, mientras sus padres empezaban a despedirse también, volvían a Madrid.

Su abuelo se le acercó por detras y le dio un fuerte golpe con la mano abierta, entre los omoplatos, le hizo tambalearse hacia delante.

-- Que suerte tienes, chaval -- su abuelo le lanzó una sonrisa agridulce .

Hagamos, si os parece, un pequeño paréntesis para que conozcáis un poco mejor a Don Manuel, el abuelo del novio de nuestra protagonista.

Siempre fue un hombre muy divertido, bromista y alegre, todos le llamaban Lolo. Se partió el espinazo para dar una vida cómoda a su mujer y a sus hijos, siendo su familia, su principal fuente de orgullo.

Cuando murió su esposa, hace ya ocho años, sus hijos insistieron en que viviera con ellos, para que no estuviese tan solo, alternando sus respectivas casas para acogerle. Aunque su familia le colmaba de afecto y atenciones, el se sentía poco más que un estorbo, un viejo inútil del que tenían ocuparse.

Empezó a encontrarse cada vez más mayor y cansado, le costaba cada vez más levantarse por las mañanas, después de toda una vida de duro trabajo, no se encontraba a gusto dejando pasar el tiempo, ocioso.

Para colmo de males su cuerpo empezó a traicionarle, desde el fallecimiento de su mujer, había recurrido a los servicios de las putas en dos ocasiones,

la primera vez, la chica se tuvo que emplear a fondo, utilizando su boca, para conseguir que tuviese una erección medianamente solida, la segunda vez

a pesar de los esmerados esfuerzos de una joven gordita de origen africano, no hubo manera, no se le levantó. Aquello lo deprimió aún más.

Una tarde cualquiera, subió al autobús, tenia cita con el medico. La vio en cuanto el vehículo se detuvo en su parada, apenas una cría, alta y delgada, a el siempre le gustaron las mujeres rollizas, con abundantes carnes, pero la belleza de aquella chiquilla lo había cautivado.

Cuando aquella joven apareció entre los pasajeros que se agolpaban en el autobús y se situó justo delante de el, su entrepierna ya habia empezado a

dar señales de vida, desperezándose aún. Se distrajo mirando su culito y falló al intentar asir el pasamanos encima suyo, una curva y perdió el equilibrio, su mano encontró su seno, por accidente. Su pene recuperó su fuerza, justo en ese instante, el necesitaba agarrarse a esa oportunidad y así lo hizo...

Y a la muchacha, a ella también se agarró.

Cuando ella ya había salido de su campo de visión, tuvo una punzada de arrepentimiento, se había comportado como un pervertido, metiendo mano a

una jovencita que podria ser su nieta, jamás habia hecho algo parecido. Decidió que no iria al medico, volvió a la casa de su hijo, se encerró en el cuarto

de baño y se masturbó recordando lo que había pasado e imaginando lo que podría hacer con aquella preciosidad.

Le entristeció la idea de que, probablemente,  no volvería a verla en su vida, pero algo ya había cambiado dentro de el, se sentía más vital, con más energía, como si fuese más joven. Al día siguiente, no podía creer a sus ojos, estaba allí, era ella, era imposible, pero estaba allí de verdad, radiante,

con aquel vestido que realzaba sus formas, la vió entrar en el chalet desde una ventana, agarrada a la mano de su nieto.

- - ¿Rubén? - - Cavilaba el viejo -- ¿Es su novia? -- Madre mía, ¿que hago? -- ¿Me reconocerá? -- ¿Y si se lo cuenta a todos? --

La mente de Manuel trabajaba a mil por hora, mientras daba vueltas por el salón nervioso como un adolescente primerizo. Decidió esperar a ver que

pasaba, no podía hacer nada al respecto. Con una actuación digna de un oscar, fingió no reconocerla, aunque notó su sorpresa cuando les presentaron.

La estuvo vigilando, por el rabillo del ojo, durante toda la comida, cuando sus ojos se encontraron, lo supo. Era el destino. La sonrió.

Todo lo que se diga a calzón quitado, no cuenta, todo el mundo lo sabe, en un arrebato de pasión puedes soltar cualquier burrada.

Sin embargo, cuando Manuel le dijo a Bea que la quería, a punto de eyacular en su boca, lo dijo completamente en serio.

¿Como no iba a amarla?, antes de conocerla era solo un viejo triste, al que no se le empinaba, esperando la muerte. Ahora volvía a ser Lolo.

Se sentia fuerte y vital otra vez. Ella era la vida, su panacea, su nirvana. ¿Como no iba a adorarla?.


Cuando Bea fue al lunes al instituto, había dejado atrás las lentes de contacto y llevaba sus gruesas gafas de pasta, iba vestida con un pantalón ancho y una camiseta holgada, desde que había trabado amistad con Belen había empezado a preocuparse más por su vestuario, pero ahora mismo lo ultimo que le apetecía era que la mirasen con deseo.

Marino y Masi habían hecho las paces durante el fin de semana, el primero llevaba un brazo en cabestrillo que justificó con una mala caída, fruto del alcohol que había ingerido, Belen y Miguel mantenían las distancias, ella había dejado claro que no quería que nadie se enterara de lo que había

sucedido entre ellos y de que no volvería a repetirse, estaba muy enamorada de su novio.

Aparte de eso y de algunos comentarios procaces sobre el espectáculo que Bea, terriblemente ebria, había ofrecido a sus amigos, la fiesta de Belen

casi cayó en el olvido de la mayoria de los asistentes.

Durante la semana, Ruben descubrió que no sería tan fácil reproducir lo que había pasado en el sofá de Belen, los besos con su novia se volvieron más cortos y menos intensos y sus caricias peor recibidas. Bea había decidido que no podía caer de nuevo en la vorágine que había pasado ese fin de semana y trataba de combatir cualquier tentacion. Al fin y al cabo, ella no era así, se decía a si misma. Como toda niña buena educada en la religión cristiana, percibía el sexo con una mezcla de miedo y curiosidad, tentación y culpabilidad, fascinación y pecado.

No es que Bea fuese muy devota pero si que era una niña buena.

Así que cuando los besos de Rubén la turbaban, se apartaba, cuando sus caricias la encendían, se apartaba, cuando el contacto con su cuerpo hacia que

se le acelerara el pulso, apretaba los dientes y, practicamente, salia corriendo.

Imaginad al pobre Ruben, después de haber probado tan dulces mieles y ahora le tenían a pan y agua. El también era un niño bueno y no quería presionar a su amada, así que acepto la nueva situación dando culto a Onan, en la intimidad de su cuarto, todos los días.

Perdon por la cita biblica, parecia más elegante decir eso, que decir que se toqueteaba como un mono.

Al llegar el viernes Bea llevaba cuatro días de retraso, normalmente su menstruación era tan precisa y fiable como un reloj suizo, así que, teniendo en cuenta que había tenido relaciones sexuales sin protección... Estaba aterrada.

No lo comentó con nadie, ni con Rubén, ni con Belen, ni con nadie. Tendría que comprar uno de esos tests de la farmacia, de una lejos de su casa, donde no la conocieran, pensaba en ello y se moría de vergüenza. Además tenia dudas, ¿eran fiables esos cacharros?, ¿Había que esperar unos días o

podía hacerse ya la prueba?. Se volvía loca pensando en lo que pasaría si no era solo un retraso.

Sus amigos quedaron el viernes para salir por ahí, ella no, no se encontraba bien, no tuvo que mentir, ciertamente, no se encontraba bien.

El sábado por la mañana, no pudo más, tenia que hacer algo, no podía esperar hasta que se le hinchase la barriga para salir de dudas. Salió de su casa atropelladamente y se dirigió hasta la pequeña consulta de su ginecóloga, no estaba lejos.

Justo enfrente de la clínica, al doblar una esquina, Bea tropezó con una mujer que llevaba un carrito de bebé, iba demasiado deprisa y demasiado absorta en sus pensamientos, para evitar caerse encima del crió, tuvo que ponerse de puntillas y flexionar la parte superior de su cuerpo.

Sus gafas hicieron un ruido muy desagradable al chocar contra el suelo, el nene empezó a llorar y la madre a increparla, mientras Bea se disculpaba y tanteaba el suelo, entornando los ojos, tratando de vislumbrar donde habían caído. Todo estaba borroso.

Uno de los cristales tenia una grieta, que se notaba al tacto y el otro se habia salido de la montura de las gafas, la joven no lo encontró.

Tras aguantar el chaparron de improperios que la mujer le soltó, disculpandose más aún, maldijo su suerte, pensando si debía o no volver a casa a por

sus otras gafas, apenas podia ver nada sin ellas. Decidió arriesgarse, le dio bastante miedo cruzar la calle, los coches eran solo manchas borrosas,

pero consiguió llegar hasta la puerta de la consulta sin más contratiempos.

Entró dentro, parecía que la chica de recepción no estaba en su mesa, a su derecha, cerca de donde se sentaban los pacientes a esperar su turno,

estaban las formas borrosas de lo que parecían ser personas, una aparentemente vestida de azul de arriba a abajo y la otra de blanco y negro.

-- ¿Es que no sabes leer, bonita? -- le preguntó con sorna una grave voz masculina. La figura que estaba vestida de azul, aparentemente.

-- Perdón... es que no veo nada sin las gafas -- contestó Bea timidamente -- ¿Esta la doctora Del Soto? solo quería hacerle una consulta rápida. --

La joven se acariciaba las manos, nerviosa. La voz grave empezó a decir algo cuando la otra figura le cortó.

-- ¡Por favor, Hernandez! -- otra voz masculina que parecía mucho más joven -- Usted, a lo suyo... ¿Tenias cita con la doctora? --

-- N-no, solo quería preguntarle unas cosas, si puede ser. --

-- Entiendo, pasa por aquí, por favor -- La figura parecía indicar en dirección a una puerta abierta, que Bea franqueó teniendo el máximo cuidado en no tropezarse con nada, casi arrastrando los pies. Entraron en lo que le pareció una consulta a sus nublados ojos.

La invitó a tomar asiento y, después de ponerse una bata blanca, el hizo lo propio al otro lado de la mesa.

-- La doctora no está, quizá yo pueda ayudarte, soy el doctor Del Soto. -- Dijo el joven -- Y si, somos parientes -- se intuía una sonrisa en su voz.

Bea se quedo un poco cortada, no es que tuviese una gran confianza con su doctora, pero al menos, la conocía y además era mujer, contarle su problema a aquel desconocido, que tenia esa voz tan joven... pero necesitaba respuestas, no podía dejar pasar más tiempo.

La joven soltó, casi sin vacilar, que había tenido un retraso menstrual, pero el rubor de sus mejillas le dio a entender el resto al doctor.

El le preguntó su nombre y luego buscó su historial medico, leyendo algunas cosas en voz alta, nombre, edad, fecha de la última revisión, etc.

-- ¿Has tenido relaciones sexuales?  -- ¿Has utilizado anticonceptivos? -- ¿Cuanto hace de la última vez? --  ¿Has perdido peso últimamente? -- ¿Has estado sometida a estrés? -- ¿Tomas algún medicamento? -- ¿Alergias? --

Bea contestó a sus preguntas, ofendiéndose un poco cuando el chasqueó la lengua, haciendo un ruidito desaprobatorio, cuando le dijo que no había utilizado ningún tipo de anticonceptivos. -- ¿Has tenido sexo anal? - - Aquella pregunta sorprendió a la chica, que no imaginaba que podría tener que ver

eso con su problema, luego recordó la lengua del viejo en su ano y se preguntó si eso contaba. El rubor se acentuó en sus mejillas.

-- N-no, pero me... -- tragó saliva -- me lo han lamido.... -- su voz sonó rara en sus oídos.

-- Entiendo... -- el joven doctor se aclaró la garganta antes de continuar -- No creo que tengas por que preocuparte, la amenorrea tiene muchas causas y

lo más probable es que se deba a los nervios que dices haber pasado ultimamente. De todas formas, te tengo que hacer un examen fisico y un examen

ginecológico para asegurarlo. Desnudate y ponte la bata que hay ahí.

Contarle a un hombre su problema, su incipiente vida sexual y como la habían practicado sexo oral en su anito, era una cosa, pero desnudarse delante

de el y que la explorara, eso era demasiado.  Empezó a disculparse, para salir de allí como alma que lleva el diablo, cuando se preguntó que podía hacer luego, ¿esperar a ver si la habían hecho un bombo?, ¿comprar uno de esos tests en la farmacia?, Maldijo su suerte por segunda vez, no podía estar su doctora de siempre, no, tenia que estar su... ¿hermano?, ¿su primo?, no había especificado.

Se levantó y casi a tientas, encontró la bata de tela, de esas que te dejan el culo al aire, detrás de un biombo. Empezó a desnudarse.

El doctor no se molestó en advertirla que el biombo, estaba mal colocado y desde donde estaba el tenia una visión perfecta de la joven que se quitaba

ropa y la doblaba cuidadosamente antes de depositarla en una camilla cercana, en su lugar se quedo mirandola, mientras se acariciaba el cada vez más

prominente bulto en su pantalón.  Cuando termino, la hizo sentarse en el potro, esa especia de camilla con estribos para sujetar las piernas en alto.

-- Te tengo que hacer un examen fisico completo -- El joven medico le quitó la parte de arriba de la bata, la joven avergonzada, pensó -- ¿para que me la he puesto entonces? -- pasó sus dedos por su columna, Bea recordó que su doctora siempre se ponia guantes de latex, pero no dijo nada, ponte de pie, estira los brazos, flexiona la espalda, palpo su garganta, no se que de los nodulos, Bea no entendió lo que dijo, hundió los dedos en su vientre, ¿te duele aquí?, ¿y aquí? , todo con la bata apenas sostenida por una cuerda atada a su cintura por detrás, sientate. El tener las tetitas al aire delante de un desconocido, por muy doctor que fuera, la avergonzaba. La avergonzaba mucho y... por algún motivo, había despertado mariposas en su bajo vientre.

Aunque el medico se había comportado de una forma bastante profesional, hasta ahora, estaba disfrutando de la visión de aquel cuerpo escultural, de

forma muy poco apropiada, casi no había apartado los ojos de sus tetas, salvo quizá para mirar su delicioso culito.

Empezó a palpar sus mamas, de una en una, utilizando las dos manos. -- Hmmm -- parecía cavilar algo mientras cambiaba de una a otra, hundiendo

sus dedos y apretando diferentes puntos. -- Hmmmm, parece que tienes unos bultitos -- La expresión de Bea pasó de la sorpresa y la verguenza por el

examen de mamas, sin avisar, al panico, por sus palabras -- Tranquila, por como se mueven... -- agarró un pecho con cada mano y empezó a estrujarlos entre sus dedos -- parece que son quistes grasos -- Si lo que pretendia era tranquilizar a la muchacha, no deberia haber utilizado la palabra "quiste", a decir verdad, Bea no sabia con seguridad que era eso, pero no le sonaba nada bien.

-- Son del todo inofensivos -- eso si relajó un poco a la joven, mientras el no paraba de sobarle las tetas -- pero pueden dar problemas más adelante --

-- ¿Te has dado algún golpe? -- preguntó y tiró de sus pezones subiendo los pechos, para dejarlos caer y observar como rebotaban.

-- N-no -- tanta atención sobre sus sensibles tetitas, empezaba a sentirse bien, a pesar del susto que se acababa de llevar -- No... que yo recuerde --

-- ¿Te las han chupado con fuerza? -- el medico volvió a tirar de sus pezones, esta vez dio varios tironcitos hacia el.

-- Si... si eso si -- contesto ella volviendo un poco el rostro avergonzada, el se relamió imaginando que era el quien se comia esos preciosos pechos.

-- Huy, perdona, ¿tienes frio? -- preguntó el, reprimiendo una risita  -- puedo poner la calefacción --

Bea negó con la cabeza sin volver la cabeza para mirarle, ya empezaba a tener calor antes de su pregunta, cuando comprendió por que se la hacia, subió la temperatura unos cuantos grados más.

-- Te los puedo extraer con una aguja hipodermica -- dijo el medico parando de magrearle las tetas -- pero es un poco molesto, prefiero las pomadas --

Aquellos inexistentes bultitos habían sido una idea brillante, se congratulo a si mismo, dandose una imaginaria palmadita en el hombro.

Sin esperar ninguna respuesta, fue hasta un armarito y extrajo de el un frasco, con la visión borrosa Bea no podía distinguir que ponia en la etiqueta del mismo, podría ser cualquier cosa. Le pidió que echase un poco la cabeza hacia atrás, el pecho hacia delante y que se sostuviese sus senos por debajo.

-- Que lastima no tener una camara de fotos -- pensó el, observando a la preciosa chica que parecía ofrecerle sus turgentes carnes, con sus pezones destacando erectos, intento pensar una excusa medica para poder chuparlos, sacudió la cabeza, no se le ocurrió nada convincente, una pena.

Extrajo dos buenos chorros de aquel tubo, el ruido que hizo le recordó a Bea el que hacia el protector solar, impreganaron la parte superior de sus pechos y empezó a escurrirse hacia el canalillo de inmediato, -- ya puedes retirar las manos -- le dijo, se habia situado detrás de ella, con una rodilla apoyada cerca de su trasero y de inmediato, se concentró en extender aquella crema oleosa en cada centimetro de sus senos, las palmas de sus manos

se deslizaban con facilidad, abarcando las copas, suavemente, al principio, para ir ganando en intensidad y velocidad en cada recorrido.

Normalmente, aquel masaje tan placentero quizá hubiera bastado para encender la líbido de la joven, a pesar de lo inoportuno de las circustancias, pero despues de casi una semana reprimiendo sus impulsos sexuales, hizo que su coñito empezara a lubricarse, aún más rapidamente, hambriento de atenciones.

-- No, no, ahora no... -- se decía a si misma -- dios, ¿pero que me pasa? -- Bea apretó sus muslos uno contra el otro, avergonzada.

La joven se revolvia inquieta, mientras, las manos de el seguían dibujando brillantes y aceitosas trazas en su piel, recorriendo todo el contorno de sus

pechos, envolviendola en una sensación, calida y familiar.

El joven medico notaba como sus caricias, hacian que su repiración se acelerará, complacido, imprimió más fuerza al masaje, moldeando esas divinas tetas, haciendo que chocaran una contra otra, sus dedos ya habían asido sus pezones, pellizcandolos, su boca salivaba como un gato a punto a devorar a su presa, carrapeó.

-- Esto va muy bien -- dijo tratando de que su voz no vacilará -- Va muy bien -- dedico un pensamiento a los pechos de su novia, comparando los suyos,

con los que estaba disfrutando en este momento, -- ¿como se le plantea a una chica un aumento de pecho? --. Se preguntó.

Bea sintió un poco de dolor cuando el estiró de sus sensibles pezoncitos, de algún modo, ese dolor era agradable, no pudo reprimir un gritito, que no hizo mella en los toqueteos del medico, que siguió esculpiendo sus formas, deformando sus carnes, hincando sus dedos profundamente en su tersa piel, haciendo que tensara su cuerpo, cerrando sus piernas con fuerza, luchando contra la pasión que amenazaba con hacerle perder la cabeza.

-- Mmmmm -- un gemido roncó salió de garganta, su cuerpo estaba perdiendo esa batalla.

Como si estuviese esperando esa señal, el medico paró el masaje y después de hundir los dedos en sus pechos un par de veces, anunció que ya estaba todo bien, e hizó tumbarse a la turbada joven.

-- Un poco más atrás, así. -- sus ojos percibieron la mancha de humedad que Bea había dejado donde estaba sentada. -- P-perfecto --

Estaba tan excitado, que dolia. Empezaba a hacer mucho calor en ese cuarto, pensaron los dos jovenes, sin saberlo, al mismo tiempo.

Colocó, con cuidado, las piernas de ella en los estribos y sin decirle nada, le desabrochó la bata y se la quitó. Bea, totalmente desnuda, quiso protestar, pero su voz, quedo atrapada en su garganta. -- Dios, que verguenza -- pensó la joven cuando entendió que la iba a mirar ahí y que iba a notar lo excitada que estaba. Efectivamente, se notaba. Sus hinchados y entreabiertos labios vaginales, quedaron expuestos a la mirada lujuriosa del doctor,

despedian un seductor brillo, una promesa no exenta de los más dulces manjares que pudiese imaginar.

-- Hmmm -- dijo el, abriendo aquella flor con una sola mano -- La falta de vello púbico puede ser un sintoma de algún trastorno hormonal --

A pesar de conocer perfectamente la respuesta a la pregunta que solo había insinuado, se quedo callado hasta que la avergonzada joven confesó que se

había depilado. -- Ah, entiendo -- dió unos golpecitos aprobatorios con su mano en su pubis. -- Te ha quedado muy bien... precioso --

Bea no se tomo bien la critica, quería salir de allí, estaba muerta de vergüenza. Buscó una forma de escapar. -- ¿Como podía excusarse y...?!Oh! -- La mano del medico quedó apoyada en su pubis y había empezado a acariciar su clitoris, haciendo pequeños circulos con su pulgar. El medico acababa de descubrir un impulso sadico que le hacia disfrutar avergonzando a la pobre chica y pretendía explotarlo al máximo.

-- Esta como hinchado -- dijo, mientras le daba golpecitos con el dedo en su botoncito, se aproximo a la entrepierna de la joven, casi rozando su nariz con su rajita -- ¿Siempre lo tienes así? -- le dió un pequeño pellizco que hizo que Bea apretase sus nalgas, tras una breve descarga de placer,

-- Mira aquí, quiero que me digas si es normal -- no pensaba darle tregua. Una gota de sudor recorrió su sien, ardía de impaciencia.

Ella, apoyandose en los codos, se irguió un poco y observó la borrosa cara del joven pegada a su coñito. Totalmente abochornada se quedo mirando, con

los ojos entornados, como el jugueteaba con una zona tan sensible de su anatomia, sus labios temblaban con cada roce. Los de arriba y los de abajo.

El no esperaba una respuesta, bueno, no esperaba una respuesta hablada por parte de su paciente, solo quería ver la reacción de su rostro y le gustó

lo que observó en sus facciones. Dejando apoyada esa mano donde estaba, le introdujo la mitad de su dedo indice, de la otra mano, en la vagina, sin dejar de observar su precioso y ruborizado rostro. -- Tengo que medir la temperatura basal -- comento, aprovechando para inhalar el embriagador olor que despedia su sexo.

Bea abrió su boquita, profiriendo un mudo gemido, otro más cuando el medico empezó a dar vueltas a aquel dedo, para colocarlo bien según dijo y otro más cuando le introdujo el dedo del todo, lo sacó un poquito y lo volvió a meter hasta el fondo.

No tenia ni idea de que era la temperatura basal, aunque no entendia que se midiese con los dedos, eso no era un termometro, de eso estaba segura.

De todas formas, sería elevada, pensó, se estaba cociendo, su cuerpo era una estufa, su gruta, puras llamas, el sudor perlaba su cuerpo y se pegaba al papel que habia puesto encima de la camilla, debajo suyo, haciendo que se le pegase a la piel.

Aquel dedo intruso se movia un poco, adelante, atrás, en circulos, mientras el doctor hacia ruiditos. como si obtuviese algún dato interesante de la exploración. Otro dedo presionaba, de cuando en cuando, su clitoris, cuando una gota de fluido vaginal se delizo hasta su ano, Bea se dejo caer en la camilla tratando de ocultar su rostro. El aprovechó para sacar su dedo y chuparlo en silencio...

-- Tendre que revisar tu ano -- antes de que la joven pudiese reaccionar le introdujo el dedo hasta por debajo de su uña en su agujerito trasero.

-- Relajate -- presionó un poco más, hasta meter el dedo casí hasta el nudillo -- Dices que te lo lamieron, no te introdujeron un dedo o la lengua, ¿verdad? --

El culito de Bea intentaba expulsar a aquel intruso, ella negó con la cabeza -- Relajate -- su dedo empezó a moverse, haciendo pequeños circulos con la punta.

-- Hmmm , habrá que echar un vistazo -- extrajo el dedo y cojió unas cosas de un carrito cercano, lleno de instrumental medico. Se puso un poco de pomada en un dedo y procedió a extenderla en su ano -- ¿Cuantas parejas sexuales has tenido? -- las palabras del medico no contribuian a relajar a la pudorosa chica -- D-dos -- contesto ella con apenas un soplo de voz -- el volvió a introducir su dedo y a moverlo dentro de ella, estaba decidido a ser el

tercero, aquella belleza era la mujer más sensual que había visto, bueno, mujer, mujer... Era tan joven, pensaba el medico mientras su dedo se movia en su interior, el tenia casi dieciocho años cuando... -- ¿Cuando perdistes la virginidad? -- la pregunta no tenia proposito diagnostico, era pura curiosidad,

Bea quería llorar, entre que tenia un dedo explorando su recto y la entrevista del doctor creia que iba a explotar de la vergüenza que sentía .

-- El... viernes... -- logró articular tras respirar hondo. -- El viernes pasado -- Su respuesta descolocó al medico. Se quedó pensativo mientras su dedo pasaba ya del nudillo, sin dejar de hacer pequeños circulos para dilatar el ano.

-- El viernes pasado -- si -- pero me has dicho que tu última relación fué el sábado -- s-si -- ¿Con dos hombres diferentes? - - Ella asintió levemente.

-- Joder con la niña -- pensó el joven doctor -- quizá no sea tan modosita, después de todo. -- extrajo el indice, aplicó la pomada en sus dedos e insertó, con dificultad, dos dedos esta vez, indice y corazón. -- Intenta relajarte -- dijo pensativo.

La dolió un poco, hizo que apretara los dientes, la sensación era extraña, dos dedos se abrian paso, cada vez más profundamente, en su culito y otro, el pulgar, acariciaba levemente su rajita, era imposible que se relajara. -- ¿A la vez? -- la voz del doctor interrumpió los pensamientos de la joven.

-- ¿Como dice? -- Bea abrió mucho los ojos -- Los dos hombres... ¿tuvistes relaciones con los dos a la vez? -- preguntó el, arqueando las cejas.

Ella negó con la cabeza. Los deditos en su recto estimularon una terminación nerviosa, una nueva sensación que la sorprendió e hizo que su coñito se mojase aún más, durante unos minutos esos dedos estuvieron moviendose, entraban y salian, hasta el fondo, mientras el pulgar seguia encajado entre sus labios vaginales, empezaba a ser muy agradable, eso ofendia el pudor de la joven.

Cuando al fin, extrajo sus dedos de tan impuro orificio, Bea pensó que ya había acabado con esa zona. No había acabado, cambió sus dedos por un pedazo de plastico, largo y estrecho. Entro como si nada, con facilidad, recubierto de lubricante. El medico empezó a bombear aire con una pera del otro extremo y aquello empezó a expandirse en su interior, presionaba todo el conducto. Otra nueva experiencia. Extraña, sin duda.

-- Volveremos con esto más tarde -- dijo el, cuando hubo acabado, aquella cosa hacia que tuviese la sensación de estar abierta, ahí detrás.

-- Vamos a hacer un estudio del moco cervical -- El medico se levantó y se puso a rebuscar en los cajones del escritorio, -- ¿que clase de material medico se guarda en los cajones de un escritorio? --, mientras, la joven pensaba en las diferencias entre el tratamiento que estaba recibiendo y al que le sometia su doctora de siempre, lo que la otra medico le hacia era incomodo, doloroso y desagradable, esto en cambio...

El medico volvió a su lado llevando el instrumental que necesitaba, si quereis imaginar que es lo que Bea vio con sus defectuosa vision, entornar los ojos hasta que no sean más que una fina rendija y poneos una mano delante de la cara, es una mano, esta claro, lo que no se puede apreciar son los detalles, pero más o menos se entiende lo que se ve.

Lo que el medico traia en la mano era una polla... Una de buen tamaño, de color oscuro. Por un segundo, Bea pensó en Miguel, para su vergüenza.

El no dijo ni una palabra, se sentó, e introdujo un poco esa herramienta en la vagina de la joven. Bea exhaló por su boca, no pudo evitar que aquel leve gemido fuese audible, El hizo unos cuantos momientos circulares con ese grueso aparato dentro de ella, dilatando, expandiendo. Era incomodo, demasiado grueso, pero al poco tiempo, las sensaciones que transmitian las paredes de su utero empezaron a ser cada vez más dulces, después de unos minutos, ya solo era incomodo el hecho de que sintiera placer por una prueba medica... De repente, se lo introdujó hasta el fondo.

-- Auuu -- Le hizo daño, demasiado grande.  -- ¿Te he hecho daño? -- Ella asintió timidamente. Pareció chocar contra lo que se alojaba en su recto.

En la habitación solo se oia la pesada respiración de la muchacha, algún roce de la bata del medico cuando se movia y algún chirrido del taburete donde estaba sentado. Cuando empezó a meter y a sacar esa cosa de su rajita, solo se oian ruidos humedos... El sonido avergonzaba a Bea, era como si su cuerpo confesara su lujuria, se tapó la cara con las manos, el sonrió, enseñando unos dientes muy blancos, empezo a acariciar su pene con una mano contra su muslo, sin dejar de menear "eso" con la otra, lo giraba y lo retorcia, cambiando ligeramente el angulo de inserción, cada vez más rápido.

Al principio, la doble penetración a la que se estaba siendo sometida, hizo que todo le ardiese ahí debajo, el dilatador en su recto la molestaba y esa gruesa herramienta fálica había dejado dolorida su vagina, en cierto modo, le recordó a cuando perdió el virgo, el dolor se entremezclaba con otras placenteras sensaciones que batallaban en su cerebro, sin saber donde acababan unas y empezaban otras, entrelazandolas, pero su cuerpo era joven y estaba avido de sexualidad, más de lo que joven se confesaba a si misma, el dolor remitió pronto y rememoró las palabras del medico cuando le preguntó si había estado con dos hombres a la vez, se imaginó a Miguel y al abuelo de su novio, uno a cada lado, ella estaba tumbada de lado y gozaba de ambos al mismo tiempo, durante un momento, ese pensamiento la asustó y la hizo sentirse culpable, pero, sobre todo, la excitó.

Bea se puso el dorso de la mano sobre los labios, invadida por descargas de placer, se empeñaba en no dejar oir su voz, cerró sus ojos con fuerza, cada vez se sentía mejor ahí abajo, a pesar de que la ardia el ano después del abuso previo, sus caderas empezaron a moverse contra su voluntad, entonces "eso" estimuló un punto dentro de su chochito que la hizo gemir, no pudo evitarlo. Conocia esa sensación, si aquella dulce tortura continuaba, se iba a correr... delante del medico... que vergüenza. Pero que gustito, se derretia.

-- ¡Toc, toc! -- alguien llamó a la puerta -- ¿Cesar?, Cesar que yo me tengo que ir, ya he acabado. -- La voz grave, del hombre vestido de azul.

El medico tardó unos segundos en reaccionar, estaba absorto contemplando como se bamboleaban los turgentes senos de aquella chiquilla, brillantes por el aceite y el sudor como su cara se distorsionaba por el placer, mientras sus caderas se movian para acompañar la frenetica penetración a la que el estaba sometiendo a su coño, su miembro presionaba la pernera del pantalón, ansiando liberarse y unirse a la fiesta.

-- ¡Voy! ¡Espera un segundo! -- extrajo aquella gruesa herramienta de la vulva de su paciente, casi de un tirón y se levantó -- Vuelvo enseguida -- Se acomodó la bata para que tapara lo mejor posible su erección y se limpió el sudor de la frente.

Salió de la habitación, cerrando tras de si, unas voces ahogadas llegaron desde el otro lado de la puerta, ininteligibles, mientras se alejaban.

Bea se había quedado a las puertas, tumbada en la camilla, en pelota picada, jadeante, con las piernas en alto, en los estribos, necesitaba liberarse, necesitaba acabar, su cuerpo entero se lo demandaba. Su mano recorrió su vientre, acarició su muslo y acabo posandose delicamente en su coñito.

Quizás podría terminar su suplicio antes de que el doctor regresara, se puso, perdon por el juego de palabras, manos a la obra, con ganas, sus dedos recorrieron su intimidad, con violencia, sus fluidos salpicaban el suelo, su otra mano estimulaba uno de sus pezoncitos, empezaba a ver las estrellas en el oscuro fondo de sus ojos cerrados, no tardaria mucho, el dilatador en su culito ya no la molestaba, se había convertido en una sensación agradable, la mano de su pecho se desplazo hasta su boca, empezó a juguetear con su lengua, su rajita echaba de menos la presencia de aquel instrumento falico, probó a sustituirlo con dos de sus dedos, metiendolos y sacandolos freneticamente, estaba a punto de alcanzar el climax, por fin.

-- ¡Ejem! -- La voz del medico le corto el rollo, de mala manera.

Había entrado en silencio, hace cinco segundos y se quedó patidifuso con el espectáculo, observar la masturbación de una joven preciosa, no es algo que le pasara todos los días, precisamente. Pero reaccionó a tiempo, logrando que ella notara su presencia, al fin y al cabo, no quería que acabase la diversión y menos aún, que la terminase ella sola.

Bea, detuvo sus manos, asustada, por la presencia de el medico en el cuarto. Liberó sus piernas de los estribos y se sentó, el artefacto en su culito, le hizo daño y tuvo que ladear un poco su cuerpo, empezó a sollozar, la había pillado, que marron, que vergüenza, que pensaria de ella.

El se apresuró a colocarse a su lado -- No pasa nada -- puso su mano sobre los hombros de la gimoteante joven -- Es normal --

Después de unos segundos tratando de consolar a la muchacha, ella intentó ponerse de pie, tenia que salir de allí, el la disuadió empujandola suavemente hacia abajo, por los hombros. -- No pasa nada, de verdad -- dijo el con una voz calmada.

-- Le ocurre a todas mis pacientes -- no mintió, en cierto sentido, al fin y al cabo, ella era su primera paciente. -- En realidad, esto solo quiere decir que eres joven y estas sana -- las palabras del medico tranquilizaron un poco a Bea, solo un poco. -- Ahora mismo lo solucionamos - -

La pidió con voz firme que se colocara, boca abajo, a cuatro patas, ella ya no podía discutir, había traspasado la barrera de lo que su pudor consideraba tolerable, así que obedeció, colocando las rodillas cerca del borde del potro, el desplazo los estribos para que no estorbaran y empezó a manipular el dilatador que seguia firmemente anclado a su recto, se desinflo y lo extrajo, su ano estaba tan abierto que se podía mirar dentro, era una visión, cuando menos, turbadora, le dió una pequeña palmada en las nalgas.

-- Bueno, esto ya esta -- anunció el, mientras pasaba sus manos por las rotundas nalgas de la muchacha -- Ahora, te ayudaré con tu... problema --

Una mano pasó a sujetar a la joven por su vientre, mientras la otra, empezó a acariciar su coño -- Nunca he hecho esto por ninguna de mis pacientes --

Cuando extrajo aquel artefacto hinchable de su cuito, Bea notó cierto alivio, su cuerpo se había amoldado a el, tolerandolo, incluso empezaba a hacerle unas agradables cosquillas, pero la zona seguia un poco dolorida. Pero cuando notó la mano del medico en su rajita, sus musculos se tensaron, fue una sorpresa, ¿Así era como pensaba ayudarla?.

-- Pero... doctor... -- Comenzó a decir, mientras esa traviesa mano continuaba masajeando habilmente su sexo.

-- Ssshh, no hables -- Susurró el mientras introducia sus dedos corazon y anular en su vagina. El ataque de Spiderman hizo mella en la sobreestimulada

chica, que empezó a respirar con dificultad y separó un poco más sus piernas, invitando a su atacante a continuar.

Su mano se empapó en sus fluidos, sus dedos se perdian con facilidad en su interior, dentro y fuera, arrancando ahogados gemidos de la garganta de la joven, dentro y fuera, forzandola a mover sus caderas, adentro... y afuera. Ella reclinó su cabeza, apoyando su mejilla en la fria superficie de la camilla.

Estaba preparada. Se la iba a follar. Se la meteria hasta el cuello.

Llevó sus manos hasta sus pechos, estrujandolos entre sus dedos, con fuerza. -- ¿Quieres correrte? -- Le dió un mordisquito en el culo.

Luego, un sonoro lametazo en su rajita. -- Dilo -- lamió su ano e introdujo la punta de su lengua dentro su agujerito, la joven tuvo un escalofrio desde la punta de sus pies hasta su columna vertebral, el irguió su cabeza, dejo caer su bata y desabrocho sus pantalones  profiriendo bufidos de deseo.

-- Dime lo que quieres -- dijo liberando su pene de los calzoncillos, al no obtener una respuesta, agarró sus caderas y, en un alarde de habilidad, sin utilizar las manos para apuntar su miembro, insertó la mitad de una estocada en su coño, penetró como un cuchillo caliente en mantequilla. Luego, se quedo muy quieto, esperando su respuesta.

Una parte de la mente de la joven no quería que su medico la tocara, menos aún, tener su verga alojada dentro, esa parte, hacia de ella la chica pudorosa, timida, decente y sensata que sus padres habían educado. Esa parte jamás hubiera engañado a su novio con otro.

Esa parte estaba siendo eclipsada por el ardor que había invadido su cuerpo. Empezó a mover sus caderas.

Movia las caderas en circulos, haciendo que el miembro de el acariciara las paredes de su utero, oyó como el joven a su espalda reaccionó a sus movimientos con una expresión de sorpresa primero, para lanzarle una risita de suficiencia después, mientras apretaba sus nalgas.

-- Dilo -- dijo el medico y empezó a golpear con la palma de su mano su divino culo -- Quiero que... mmmh... lo digas --

El quería que ella dijese algo así como "quiero que me folles", era imposible que Bea pronunciase esas palabras. Aunque lo deseaba, necesitaba que se la follasen, pero jamás podría admitirselo a si misma y menos vocalizarlo en voz alta.

Necesitaba más, así que sus caderas empezaron a moverse atrás y adelante, sus nalgas chocaban contra la pelvis del medico, su coñito acogió su verga con alegria, envolviendolo entre sus labios vaginales, bañandolo en sus secrecciones, devorandolo, un calor intenso la recorrió de arriba a abajo.

El interpretó sus movimientos como una respuesta, una respuesta que le complacia, pero que no era suficiente, la sensación en su pene era maravillosa

y pensó que si la dejaba, le exprimiria como una fruta madura, no quería que aquello acabase sin probar algo nuevo, algo que ni siquiera se habria atrevido a plantear a su novia, se moría de ganas de intentarlo.

Extrajo su miembro del calido y estrecho orificio en el que estaba alojado para apuntar con la punta a otro más pequeñito, que nadie había profanado aún, eso le otorgaria un lugar de honor en su historial sexual, pensó orgulloso. Y presionó su ano con su amoratado glande, introduciendo parte de el.

Cuando Bea entendió lo que intentaba hacer, se echó hacia adelante, tratando de rehuir tan humillante tratamiento por ese perfecto desconocido que se la estaba beneficiando, el sujetando su cadera con una mano se inclinó detrás de su presa y enterró su pene unos centimetros más en su cuerpo.

-- Nnnnooo... -- El dolor fué atroz, fue como si la hubiesen marcado con un hierro al rojo vivo, El medico sonrió, aquella criatura celestial despertaba su parte más oscura, una que ni el sabia que existiera, empujó mas fuerte aún con sus caderas, la chica apenas si logró amortiguar un grito de dolor.

-- Shhhhh... ya esta, ya esta -- El medico había metido toda su longitud dentro de sus intestinos -- Aguanta un poco --

Dejando el resto de su cuerpo inmovil, deslizó una mano por debajo del cuerpo de la joven, acariciando su coñito mientras lamia su cuello.

El dolor había incapacitado a Bea, no quería ni respirar, todavia sentía como si unos cristalitos se hubieran clavado en sus visceras, solo las caricias en sus partes ayudaron a que la excitación de su cuerpo no desapareciera del todo, esa extraña sensación, que era como si tuviese que usar el retrete pero no pudiese aliviarse, la incomodaba y... algo más, la turbaba. Estuvieron así un par de minutos, después el empezo a moverse.

Las pequeñas punzadas de dolor se mezclaban con otras, más placenteras, mientras su pene se deslizaba en su culito, lentamente.

El doctor disfrutaba del rechazó del estrechisimo orificio de la joven, que intentaba librarse de aquel objeto extraño que la había invadido, las contracciones de su recto, masajeaban su miembro, como si pretendiese ordeñarlo, era fantastico. No podría aguantar mucho más, empezó a moverse con más brio, sacando cada vez más su verga de su cuerpo y metiendola otra vez, con saña, deleitandose en los suaves quejidos que daba la chica, debajo suyo.

Bea encontraba cada vez más confusas las reacciones de su anatomia, el dolor y el placer se solapaban, mientras las embestidas del medico se volvían cada vez más constantes y ritmicas, era vejatorio, humillante y... sorprendemente agradable, su mano extraia cada vez más flujo de su rajita, mientras acariaba su botoncito, el infierno daba paso al cielo, la tortura al climax.

Cuando el oyó como la joven debajo suyo profirió un gritito de asombro y alzó su trasero, haciendo más facil y profunda la penetración, su retorcida alma se enorgullecio del logro, estaba gozando, aquella inocente chiquilla estaba disfrutando de que el la empalase como un pollo, no cabia en si de felicidad.

Apoyandose en su brazo irguió su tronco, mientras tiraba de la cadera de la joven, sin salir de ella, la había colocado a cuatro patas, a lo perrito. Quería pervertirla, sus acometidas eran cada vez más furiosas, quería mancillarla, sus caderas azotaban sus nalgas haciendolas temblar, olas de dulce carne se conmovian en sus gluteos, la joven comenzó a gemir, intentaba taparse la boca con una mano, pero los empellones del doctor casi la tiraban hacia adelante y desistió, agarrandose con las dos manos al borde de la camilla. De rodillas, entre sus piernas, el joven se movia cada vez más vigorosamente, gruñendo como una bestia encolerizada, era grotesco... o hermoso, segun se mire.

-- ¿Te gusta?...  mmm...  ¡Dilo! -- El joven expulsaba perdigones de saliva, gritando como un poseso -- ¡Di que adoras tener mi polla en tus entrañas! --

La voz del medico llegaba a los oidos de ella como un leve rumor, estaba sumergida en un remolino de sensaciones, no contestaria, aunque quisiera, no podría, el seguia enculandola con violencia, haciendola gritarle a dios, que parase, que no parase, que se moria, dentro de su cabeza.

Bea no podía aguantarlo más, el dolor no había desaparecido, pero ahora solo parecía acrecentar la satisafacción que la producian las descargas nerviosas que aquella endemoniada verga provocaba en su culito, gemia, sus piernas empezaban a flaquear, arqueó la espalda, gritó a pleno pulmon.

-- ¡Aaaaaah! -- Un repentino chorro de sus fluidos vaginales salió despedido de su coñito, empapó la pelvis y los pantalones del medico, salpicando su bata, en el suelo. Su primera eyaculación llegó a rociar la pared de la consulta, a más de dos metros de distancia.

El orgasmo fue tan intenso que durante un momento su visión se quedo en blanco, su lengua quedó colgando entre sus carnosos labios, las descargas de endorfinas en su cerebro habian relegado el dolor al olvido, solo quedaba disfrutar de esos interminables segundos en los que el universo desaparece por completo, su cuerpo temblaba, su interior se convulsionaba, se había perdido en un mar de calido placer, cada poro de su cuerpo, gozaba.

Las contracciones en el recto de la joven, fueron demasiado para el joven medico, lo presionaba, lo masajeaba, lo ordeñaba... se vació dentro de su intestino. Dejando caer su cuerpo encima de ella, estrujaba fuertemente sus pechos mientras llenaba su culito de calido esperma, consumación, realización, satisfacción, se sintió como su fuese el primer hombre en pisar la luna, una hazaña, digna de un semidios.

Casi se caen de la camilla, al final, el volvió a aplastarla debajo suyo, mientras recuperaban el aliento.

Cuando Bea logró salir de la catarsis provocada por tan poderoso impacto en su organismo, el medico estaba ya de pie, con los patalones abrochados y se agachaba para recoger su bata del suelo.

-- Eres una guarra de cuidado -- Dijo el, sin dejar de sonreir de oreja a oreja -- Lo has puesto todo perdido -- Su semen empezó a salir a borbotones del culito de la joven, haciendo un ruido de lo más grosero, una respuesta a sus palabras, sin duda.


La doctora Del Soto colgó el telefono, con una sonrisa de satisfacción, su sobrino que había empezado la carrera de medicina, no hacia mucho, había recapacitado, hace unos días estaba emperrado en que quería ser actor, que siempre podría volver a estudiar medicina, si no triunfaba. Ahora segun sus propias palabras había encontrado su vocación, quería trabajar con ella cuando terminase la carrera, estaba orgullosa.

Se preguntó que era lo que había hecho cambiar de opinion a Cesar, solo había ido a la consulta a supervisar al fontanero, una inoportuna averia les había obligado a cerrar ese sábado por la mañana, bueno, no importaba demasiado, era la decisión correcta.

Cuando colgaron Cesar seguia fantaseando con lo que podría hacer con su novia esta noche, ¿atarla?, ¿azotarla? ¿sodomizarla?. Solo que el rostro de Bea aparecia en su mente más a menudo que el de su chica... quizá tendria que pasar por la clínica más a menudo, quizá mirar las horas de consulta...


Antes de nada, queria agradecer la calida acogida que habeis dispensado a mis dos primeros relatos, me alegra que hayan sido de vuestro agrado.

Ha sido un poco molesto descubrir algunos errores, después de releerlos, tanto ortograficos, como de forma y de fondo en ellos, entendeme bien, no es que vaya a presentar estos escritos a algun certamen literario, aún asi, es un poco decepcionante. Trataré, probablemente sin conseguirlo, de minimizar esos errores en este y en posteriores relatos, si los hay.

He leido algunos relatos de medicos en esta pagina que me han gustado mucho, asi que no he podido evitar poner a mi joven protagonista en tan delicada tesitura, parecia de lo más apropiado. Huelga decir, que en la vida real, creo en el respeto y la adoración sin reservas de las mujeres, esto solo es fantasia, no podria hacer daño a una mujer a sabiendas, bueno, quizá un poco, pero solo si ella me lo pidiera...

Aún hay muchas cosas que me gustaria hacer experimentar a Bea, tanto recuerdos que modifico para que encajen en la historia, como fantasias en mi cabeza, vere como las dejo salir y si me satisface el resultado, habrá más aventuras de mi parte. Un saludo.