Iron Kaiser (2)
Con el mundo en ruinas, yo había creado mi propio mundo. Yo era el Dios de mi mundo y el Kaiser era mi mano ejecutora.
IRON KAISER 2
A través de internet me había informado de que había salido una nueva generación de robots que duplicaban la fuerza y potencia del Kaiser. Se llamaban Krator.
Muchos de esos nuevos modelos se habían vendido en la zona de la antigua Francia, y sus dueños los estaban utilizando para conquistar las zonas limítrofes.
Me preguntaba si llegarían hasta donde yo me encontraba.
Esperaba que no. Y si así fuera les estaría esperando con el Kaiser.
Pero la noticia no me había gustado nada, era obvio que la tecnología seguía su evolución acelerada. Dentro de poco mi Kaiser quedaría antiguo y obsoleto, sin ninguna posibilidad de hacer frente a los nuevos modelos que fueran surgiendo.
Yo tenía confianza en mi destreza y manejo del Kaiser. Pero si algún Krator entraba en mi territorio lo iba a pasar realmente mal. Según había leído utilizaban arsenal nuclear. Podrían hacer papilla al Kaiser.
Me mantuve allí largas horas, pensando que salida tomar. No tenía medios para adquirir un nuevo modelo de robot, ya que eran excesivamente caros.
Podría saquear todas las joyerías de la zona para conseguir oro. El oro era un bien que nunca se deprecia, ni siquiera en condiciones tan adversas como aquellas.
Los bancos no me eran útiles, ya que el dinero que había en ellos era de antes de la guerra. Y en los pocos mercados que todavía estaban vigentes al norte de Europa, se había acuñado una nueva moneda.
Me tiré horas buscando con el Kaiser joyerías. Las que encontrábamos, las destrozábamos y sacábamos todo el oro que pudiera haber.
Después de horas saqueando joyerías apenas tenía unos kilos de oro en mi posesión, no era suficiente.
Me encontraba cansado y frustrado.
Llamé a Xirca, ella siempre venía a 4 patas, como un perro. Después de quemarle el cerebro a base de electro shocks decidí adiestrarla como si fuera una perrita.
Iba vestida con botas de cuero que le llegaban hasta la ingle y también llevaba guantes de cuero para evitar las rozaduras tanto en las manos como en las rodillas.
También llevaba un jersey para que no cogiera frío, y llevaba el culito y el coñito al aire para poderla penetrar cuando me apeteciese.
Una de las pocas cosas que le enseñé fue a maquillarse. Ella cada día lo hacía mejor, cada día se recargaba más, cada día estaba más zorra.
Cuando se acercó le indiqué que se pusiera en posición, con el culo en pompa hacia mí. Yo la montaba con facilidad, habíamos practicado mucho durante aquel tiempo.
Me relajaba mucho montarla. Cuando terminaba de follarla ella ladraba y se iba.
Comía en un bol que le ponía en el suelo. Era como una perrita auténtica.
Cuando quería algo simplemente se acercaba a mí y me lamía la mano, o en ocasiones emitía un gemido bastante similar a un ladrido.
Ya no era una mujer, era un perro. Era una Mujer-Perro, era mi creación.
Con el mundo en ruinas, yo había creado mi propio mundo. Yo era el Dios de mi mundo y el Kaiser era mi mano ejecutora.
No solo la montaba, en ocasiones cuando necesitaba desahogarme la castigaba a base de latigazos. Ella estaba totalmente acostumbrada a todo aquello y lo aceptaba con total naturalidad. No se quejaba cuando la castigaba sin razón. Ella lo veía todo normal pues era único que conocía.
Después de desnudarla le até las manos a una polea que colgaba del techo, tiré de la cuerda de tal manera que quedaba suspendida en el aire. Y empecé a latigarla sin compasión.
Castigarla de aquella manera me ayudaba a pensar. A cada latigazo que descargaba sobre su fina y suave piel mi mente se iba aclarando y solía encontrar soluciones a los problemas que me iban surgiendo en el día a día.
Continué más de una hora azotándola hasta que finalmente perdió el conocimiento vencida por el dolor. Pero yo seguía sin encontrar una solución.
El espectáculo era dantesco. Una mujer tan bella colgada del techo, con la piel desgarrada por los latigazos. En muchos puntos de su cuerpo brotaba sangre.
El castigo había sido más severo de lo habitual. Había sido un castigo proporcional al gran problema al que me enfrentaba.
Xirca era alta, delgada y esbelta. Muy bella. Lucía una larga melena rubia de pelo liso.
Sus rasgos eran nobles y dulces, con ojos grandes y pestañas largas.
Tenía nariz bonita, y labios suaves.
Estaba totalmente enamorado de ella.
Dormir cada día con ella y hacerle el amor era como tocar el cielo dentro de aquel infierno.
Después de 24 horas sentado allí, pensando que poder hacer, se me ocurrió una idea..
La idea era adentrarme en el territorio de mi vecino al Noreste, y destruirle a él y a su robot. Y así desvalijar las joyerías de su territorio para acumular más oro.
La idea no era muy buena, pero era la única salida que había encontrado ante esta situación tan desesperada.
Decidí que me iría a dormir para descansar y que al despertar ejecutaría el plan.
Me fui a dormir a mi cama, pero allí estaba Xirca dormida y herida. Tenía un poco de fiebre por la paliza..
Antes de cualquier combate yo necesitaba descansar bien. Tenía que dormir solo en mi cama, si quería tener mis sentidos a 100. Pero no podía echar a Xirca de allí, estaba malherida. Otro problema añadido, odiaba los problemas.
Acaricié a Xirca, le besé la mejilla y me acosté a su lado.
Cuando desperté no lo hice todo lo fresco que quisiera, pero había decidido ejecutar el plan y no lo demoraría un día más.
Después de un café bien cargado, me puse a los mandos del Kaiser , y empecé a moverlo hacia su destino, tal vez sería nuestro fín.
Miré a Xirca todavía seguía dormida pero parecía que estaba mejor de la fiebre, me alegré.
Cuando llegué al territorio del Vecino, me cercioré de que había restos de batalla.
Había peleado con alguien no hace mucho.
De repente apareció delante del Kaiser un robot desconocido, nunca había visto ese modelo, pero no era el de mi vecino.
Vaya parecía que mi vecino había caído. Esto complicaba el plan, ya que el robot de mi vecino era más antiguo que el Kaiser y sabía que podía ganarlo con facilidad. Pero de este robot desconocido no sabía nada.
Lo que más me preocupaba es que no tenía un aspecto impresionante como el Kaiser, sino que era menudo y con apariencia frágil.
Maldita sea, eso solo significaba una cosa, que era de ultimísima generación.
Un sudor frío corrió por mi frente. La posibilidad de perder estaba frente a mí, y con ella la posibilidad de perder la vida.
Me empecé a sentir solo, sentía frío. Miré a mi alrededor, allí estaba Xirca dormida, parecía un ángel.
Ella era un ángel y yo un demonio. Al pensar aquello me envalentoné y empecé a disparar con todo.
No surtió ningún efecto, el nuevo robot demostraba una agilidad y rapidez nunca vista en un robot.
Se me cortó la respiración, el pánico se apoderó de mí, me sentía vencido. Era el fín.
Me quedé largos segundos esperando su respuesta a mi ataque.
¿Que se sentiría al morir?. Parece que no tardaría en descubrirlo.
CONTINUARÁ.
(Nota del Autor: Admito todo tipo de críticas y comentarios. Sólo puedo decir que estoy disfrutando mucho escribiendo esta saga)