IRIS, la VECINITA CACHONDA
La hija de mi vecino ha venido al edificio para pasar las vacaciones de verano con su padre. Se trata de una jovencita muy mona y graciosa que no deja de provocarme en cuanto tiene la menor ocasión. Yo intento conservar mi sensatez, pero no sé hasta cuándo podré mantenerme cuerdo.
Ernesto siempre me ha parecido un buen tipo. Un vecino ideal: solitario, silencioso, cívico… Nunca se queja de nada y nunca da motivos de queja. Se divorció hace pocos años. A menudo, lo veo encorbatado, con su paso tranquilo, cogiendo el ascensor para bajar al parking.
En las reuniones de vecinos se hace patente una curiosa complicidad entre nosotros; y tú me te preguntarás: ¿por qué? Sí, él es mayor y elegante, un respetable miembro de la sociedad, y yo soy un músico que trabaja en negro y que se mantiene al margen del consumismo. ¿Entonces? Puede que sea porque aquí todos son familias y nosotros somos los únicos solterones.
Sorteo a los demás asistentes y, sin siquiera mediar palabra, me siento al lado de mi vecino con una mirada de complicidad. Estamos en una amplia sala, en los bajos del edificio. Mientras esperamos a la señora Josefina, antes de iniciar la reunión comunitaria, Ernesto y yo comentamos asuntos triviales:
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-Primer día de verano, ¿eh?- digo para decir algo.
-Se va a llenar esto de turistas. Tan bien que estábamos- contesta resignado.
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Fuerte Castillo es una ciudad costera que goza de cierta reputación turística. Es un gran valor que procura ingresos notables a sus numerosos comercios y servicios de temporada.
La reunión a la que estamos asistiendo versa, en gran medida, sobre el uso de la piscina comunitaria. Su puesta a punto se ha demorado y hay que costear su mantenimiento. No son muchos los vecinos que hacen uso de dichas instalaciones ya que estamos muy cerca de la playa; eso provoca algunas diferencias entre quienes no quieren tomar parte con sus contribuciones.
Alberto mira su reloj y se impacienta. Es el presidente de la comunidad y siempre aporta nerviosismo y enfados. No tiene talante de diplomático y suele agravar los conflictos, por pequeños que sean. Agarra su teléfono y llama a su mujer:
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Cariño, ¿me haces el favor de avisar a la señora Josefina? Que venga a la reunión.
No lo sé. Igual se ha quedado dormida… Espera, espera. No hace falta. Ya está aquí.
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Esta abuelita octogenaria avanza, con paso titubeante, hasta su asiento, en el lado opuesto de la sala. Algunos de los asistentes se miran entre sí haciendo gala del poco respeto que albergan hacia las personas mayores. En cambio, Ernesto se levanta, le sirve de apoyo y le aparta la silla para facilitar su acomodamiento.
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Eludo el sol andando por el lado más sombrío de la calle. Tengo ganas de llegar a casa y empezar a gozar del aparato de aire acondicionado que me ha llegado a raíz de mi compra online. A ver si escojo horas menos sofocantes para ir al super; no hay ninguna necesidad de abrasarme de este modo.
Me siento agradecido por haber heredado esta propiedad de mi difunta madre, pero, a veces, cuando hago frente a los gastos comunitarios, me da la sensación de que pago más de lo que pagaría si fuera un simple arrendatario: que si una obra, que si los abetos, que si la piscina… reparaciones, limpieza, seguridad… Espero que mis clientes musicales me paguen como es debido y pueda hacer frente a tanto gasto, este mes.
Otro asunto más llamativo se sobreponte a mis tediosos pensamientos. Se trata de Iris, la hija del matrimonio fallido de Ernesto. Hasta hace un par de días, la tenía muy poco vista, puesto que yo me instalé en el edificio cuando mi vecino ya se había divorciado. Su ex-mujer vive muy lejos y la niña casi nunca se desplaza de regreso a la ciudad.
En agosto, Ernesto suele viajar para pasar unos días con ella, pero, este año, hay planeado un viaje a la India que truncara esta rutina anual. Así que, una vez terminadas las clases, han acordado que Iris pasará unas semanas con su padre. Por fin podrá ver, de nuevo, a sus amigas de infancia que tanto la echan de menos.
Ya era muy mona de pequeña, pero ahora… u fff. El otro día, su padre me la presentó y yo no sabía qué cara poner. Sí, lo sé. Ya sé qué me dirás: "¿Por qué no te fijas en mujeres de tu edad?" Estoy enfermo, ya lo sabes. Me pueden las nenas muy jóvenes. Ernesto actuaba con naturalidad, pero entre ella y yo percibí una timidez cargada de significado. No creo que fuera solo cosa mía.
Desde entonces he pensado demasiado en ella. Tengo que confesarte que he intentado diseñar alguna argucia que me permita acercarme. Incluso estuve a punto de bajar a la piscina ayer, cuando la vi tomando el sol desde la ventana de mi lavabo. Pero no. Ella estaba con sus amigas y no quise crear una situación… … no sé. Tampoco sería tan extraño. Aunque yo debería perder algún kilo, comprarme un bañador que no me avergonzara y remediar mi extrema palidez. Tengo la playa aquí mismo. No tengo excusa.
Toco la tecla del ascensor. Sigo sin sacármela de la cabeza: su carita aniñada adornada por esta mecha rubia, su piel tan uniformemente bronceada, esta delgadez tan bien moldeada por soberbias curvas tendenciosas, esta estatura aún poco definitiva…
Como si mi poder mental pudiera deformar la realidad, al correrse la puerta metálica, aquí está ella, solo con su escueto bikini amarillo, sacándose un selfie en el espejo, con su móvil.
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-Hola- pronuncia sorprendida tras percatarse de mi presencia.
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Acto seguido, sonríe tímidamente. Le contesto con una simétrica respuesta oral mientras entro en este recinto cubicular. Respeto demasiado su espacio vital, como si cualquier contacto accidental pudiera acabar con mi vida.
Para que entiendas esta situación, tengo que contarte que el jardín comunitario, donde se halla la piscina, está a un nivel inferior al rellano de la entrada que da a la calle, al otro lado del edificio. Iris viene del -1 y yo del 0, por eso me la he encontrado ya dentro del ascensor, de camino al 3B. Pulso el botón nº 2.
Ni toalla, ni sandalias, ni un simple pareo defiende una semidesnudez tan descontextualizada. Este bañador es demasiado breve; esto n… s. !Pero qué buena está esta niña!
Estoy sufriendo un bloqueo por tan inesperada circunstancia. Ella disimula mirando la pantalla de su SmartPhone con una pose natural pero estética. Sabe que la estoy observando, y apuesto a que intuye mi sofoco en este breve viaje compartido.
Sin siquiera planear ser gracioso, golpeo mi frente contra la pared metálica; lo hago comedidamente y con semblante atormentado. Tras la tercera repetición, Iris se da cuenta de lo que hago y se ríe dedicándome una divina mirada luminosa. Sabe perfectamente a que viene este gesto de desespero y, a pesar de cierto rubor cutáneo, para nada parece incomodada.
Una sutil campanita suena justo antes de que la puerta se abra de nuevo. Me cuesta un mundo abandonar la estancia, pero, finalmente, ella me empuja con un amable y vocalizado "Adiós". La puerta se cierra tras de mí una vez que ya he salido.
Mientras introduzco la llave en mi cerradura sigo deslumbrado por esa radiante sonrisa que me ha hecho temblar las piernas. ¿Le caigo bien? ¿Le gusto? ¿Hay alguna expectativa a la vista? ¿Es posible que Iris le cuente a su padre el gesto tan elocuente que he tenido en el ascensor?
Si Ernesto se percata de que alucino con su hijita, seguro que me retira la palabra de por vida. Pero es que esto… esto no es normal. Estoy seguro de que esta muchacha no se pasearía así por el edificio si su padre no estuviera ausente, en la oficina.
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Estoy terminando mi último encargo musical: un tema techno que me han encargado unos chicos de Augusta. Sé que, en cuanto empiecen a cantar encima, destrozarán la base, pero ese ya es su problema. Me ha pasado la tarde volando. El cielo ya está oscuro. ¿Qué hora es? !Wah! Casi media noche. No sé si cocinar algo. No tengo mucha hambre.
¿Qué es lo último que te estaba contando antes? !Ah! Sí. Iris en el ascensor. Joh. Cómo me he puesto. Esa escena se ha convertido en un pensamiento recurrente durante toda la tarde: flashes eróticos y fantasías se reiteraban al tiempo que trabajaba las pistas con el sinte. ¿Qué estará haciendo ahora ella? ¿Dormirá? ¿Estará con su padre mirando la tele? Yo no podría tener nunca una hija así sin tener un serio conflicto moral. Suena mi móvil:
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Hola, Ernesto. ¿Qué ocurre? ¿Va todo bien?
No. Todavía no duermo. Siempre trasnocho, sobre todo en verano; vida de artista.
Ahá… … sí… … ya… … vale… … entiendo.
¿Que suba yo? ¿Pero es que tú tardarás mucho?
No, si no me importa. Lo que es una situación un poco… … rara, ¿no?
No n ono, tranquilo. Ya lo hago. Por ti lo que sea, tronco. Ya voy.
No. No me des las gracias. No es nada.
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Qué cosas. Ernesto me ha pedido que suba a ver a su hija para comprobar que está en casa y que todo va bien. Se ve que no contesta al teléfono desde hace rato. Él está en una cena de empresa y parece que la cosa se va a alargar. No se fía. Iris tiene prohibido salir por la noche y exponerse al turismo de borrachera que empieza a florecer en la costa de Fuerte Castillo.
Estoy subiendo los escalones que separan la segunda planta de la tercera. Qué corte. Esto de vigilar que Iris se porte bien… ¿No era algo así lo que quería? ¿Un motivo para poder verla? ¿Una excusa para acercarme sin exponer mi depravación?
Mantengo el dedo en el botón, durante algunos segundos, antes de que la presión sea suficiente para desatar esta curiosa melodía de campanas. Unos largos segundos de quietud, mientras aún suena el eco de este sonido agudo, preceden los discretos pasos descalzos de la chica. Cuando percibo que me observa desde el otro lado, aparto la mirada de la mirilla y poso con cierta incomodidad. Con cautelosos movimientos, Iris articula la cerradura y abre la puerta. Una escasa obertura de un palmo me permite contemplar su carita extrañada.
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YO: Hola, Iris. ¿Estás bien?
IRIS: Sí. ¿Por?
YO: Me ha llamado tu padre. Dice que no le coges el teléfono.
IRIS: !¿En serio?! Estoy flipando. Se cree que me he ido poráy.
YO: Creo que… … no se fía mucho de ti, ¿no? Debes de ser una niña muy traviesa.
IRIS: No lo sabes tú bien.
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Iris me asesta un guiño sonriente que hace añicos la coraza de serenidad que intentaba abotonarme desde que he recibido la llamada de su padre. Viste una ancha camiseta gris y… puede que nada más; aunque es fácil suponer que lleve alguna prenda de ropa interior. Esta dulce mirada, con la cabeza inclinada a un lado, me desarma todavía más, pero… no puedo seguir callado:
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YO: Bueno… … entonces… … contesta a tu padre… … y si necesitas algo… … ya sabes.
IRIS: ¿Algo como qué?
YO: No sé, cualquier cosa.
IRIS: ¿Cualquiera?
YO: E mmm… … Claro que sí… … ¿Necesitas algo?
IRIS: Necesito que te quedes conmigo un ratico.
YO: … … ¿En serio?
IRIS: No te emociones. Lo que ocurre es que acabo de mirar una peli de miedo y aquí, sola y lejos de mi zona de seguridad… Estoy cagada… Me he asustado cuando has tocado el timbre. Pensaba que me ocurriría lo de la peli.
YO: ¿Qué ocurría en la peli?
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Iris, sin verbalizar su oferta, me invita a entrar con explícitos gestos mientras me cuenta el argumento de esta turbadora película. Yo la sigo, sin mucho convencimiento, y cierro la puerta tras de mí. Me habla con total naturalidad, como si fuéramos amigos desde hace años. Llegamos al comedor y se deja caer sobre un elegante sofá de piel marrón.
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-Pues llaman al timbre y la chica, muy mona ella, mira por la mirilla y ve a su hermano. E s per a esp e rae s per a , no te lo estoy contando bien. Resulta que ella está hablando con su hermano por el móvil, que está de camino para hacerle una visita; entonces suena el timbre y allá está él, al otro lado de la mirilla, pero cuando abre !pam! no hay nadie. Y de pronto, del auricular empieza a sonar un ruido s upe r ate r rad o r. Ya s eya s eya s e, parece que no sea nada, pero es que hacía rato que le pasaban cosas muy raras y estaba acojonada. Y la música y todo. Le persiguen los fantasmas y…-
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Habla deprisa, sin pausa, empeñándose en que la comprenda, moviendo teatralmente sus brazos y haciendo muecas faciales.
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IRIS: No te rías. Si hubieras estado aquí durante la peli también estarías cagado.
YO: No lo sé, Iris. Yo soy un tío muy duro.
IRIS: !YA! Me dijo mi padre qué lloras como una nena cuando se te acerca una avispa.
YO: No. Espera. Eso no tiene nada que ver. Es una fobia perfectamente respetable que no afecta a mi día a día. Y no lloro. Solo me aparto por precaución.
IRIS: ¿Por eso te has puesto tan nervioso, antes, en el ascensor? ¿Porque mi bikini es amarillo y negro como el color de las avispas?
YO: … … … … Sí… … Será por eso.
IRIS: Pues tienes suerte de que no te enseñe las bragas. A lo mejor te da un yuyu y tengo que llamar a una ambulancia.
YO: Creo que podría soportarlo… … … … No sé. Prueba.
IRIS: ¿En serio? ¿Me estás pidiendo que te enseñe las bragas? Se lo diré a mi padre.
YO: Nonono. !¿Qué dices?! Solo era una broma.
IRIS: ¿Entonces? ¿No quieres vérmelas?
YO: Iris… … … … No me busques problemas con Ernesto. Tu padre es el único vecino con quien me llevo bien. Tenemos muy buen rollo.
IRIS: ¿Qué va, tonto? No voy a traerte ningún problema si te portas bien. Hagamos una cosa: yo me voy subiendo la camiseta, poco a poco, y si te entra el pánico me tapo en seguida, antes de que rompas a llorar.
YO: Pero ¿qué dices, niña?… … Anda, no juegues conmigo.
IRIS: Parece que no eres tan duro, al fin y al cabo. Te has rajado antes de empezar.
YO: No me he rajado… … … … Hazlo, si quieres, pero no se lo digas a tu padre.
IRIS: Te aviso que tienen rallas; negras y amarillas. ¿Estás seguro de que podrás mirar?
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Me tapo la cara con una máscara de frialdad, pero estoy como un flan. Está muy claro de que va este juego y empiezo a contemplar posibles desenlaces, cada cual más sobrecogedor que el anterior. No creo que me vaya de vacío. Espero que no.
Iris se ha puesto de rodillas, sobre la butaca que acompaña al sofá donde me encuentro. Dándome la espalda, hace bascular los limites inferiores de su camiseta, en el sentido contrario al que mueve sus nalgas, para que dichas redondeces salgan a relucir un poquito más en cada oscilación textil. Voltea la cabeza para observar, con su rubio mechón profanando su angelical carita, cómo mi expresión se desencaja. Esta tela es muy fina y su culo respingón se expresa, con cada meneo, marcando su silueta.
Pronto empiezo a sospechar que lo que esconde esta chica, bajo tan holgada prenda, es un tanga atrincherado entre sus nutridas nalgas adolescentes. Recupero la motricidad de mi mandíbula desgobernada y trago saliva. !Pero que duro me he puesto! Aunque si te digo la verdad, me inquieta más lo que está a punto de ocurrir que lo que está ocurriendo ahora mismo.
!Oh! !No! Esto sí que no m e lo esperaba. Ni bragas, ni tanga, ni tongo… Esta cría me está vacilando.
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-Ay, no- dice tímidamente mientras se baja la camiseta de nuevo -Qué vergüenza-
-¿Q.qué? ¿Quesqué?- contesto sin conseguir formular una frase coherente.
-No me acordaba que no llevaba nada. Cuando he salido de la ducha antes…-
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Fuaaaaaaaah. Puede que sea el mejor culo que he visto jamás. Tan redondo y tan uniformemente bronceado.
¿Te acuerdas de Raquel? ¿La chica de la bolera? Ella lo tenía un poco más grande y tan pálido… Me pareció sublime entonces; insuperable; pero Iris… Vaya par de soles tan luminosos. Me duele la polla. Tengo que levantarme y liberar a la bestia.
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YO: Te voy a…
IRIS: Noo0h. !¿Qué haces?! Ha sido una broma. Yo no quería…
YO: Tengo que follarte, niña. En serio… … Ahora no me digas que no.
IRIS: Pero ¿qué dices? Si aún soy virgen. ¿No ves que soy demasiado pequeña para ti?
YO: ¿Estás de coña? ¿Cómo puedes decirme esto, ahora?
IRIS: Te lo digo de verdad. Además… … Mi padre estará al caer.
YO: !Si me ha llamado hace nada!
IRIS: Imagínate que te encuentra aquí, follándome. Irías a la cárcel.
YO: Pero… … ¿cuántos años tienes?
IRIS: Te digo yo que irías a la cárcel. Créeme.
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Tengo el pantalón desabrochado, pero todavía estoy cubriendo la discreción de mi miembro erecto. Me he detenido a un escaso metro de mi presa e intento frenar mis arrolladores impulsos.
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YO: Entonces ¿qué? ¿Quieres que me vaya?
IRIS: No. Todavía tengo miedo de estar sola.
YO: En serio, Iris… fffff… Si algún peligro te acecha, ahora mismo, ese soy yo.
IRIS: No creo que seas tan peligroso. Dice mi padre que eres un pedazo de pan.
YO: ¿No sabes que los psicópatas sanguinarios siempre parecen buenas personas? Cuando la verdad sale a la luz, todo el mundo dice: "pero si era tan amable, era tan buen vecino…"
IRIS: Sí, eso. Tú termina de meterme el miedo en el cuerpo. Si te he pedido que te quedes es para protegerme de los muertos, no para hacerme temer a los vivos.
YO: Valevale… … … … Dime una cosa: ¿por qué no contestabas a tu padre?
IRIS: Tenía el móvil en silencio. Espera, aún lo tengo. !Fuaaah! Doce llamadas perdidas.
YO: Pues corre. Llámale y dile que todo está bien. Eso tenía que haber sido lo primero.
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Estoy cerrando los puños con fuerza. De pie, inmóvil, constato la obediencia de Iris. Esta cría debería saber que no tiene que jugar con fuego; que es peligroso provocar así a un desconocido; que cualquiera puede resultar ser un tío tan salido como yo. Afortunadamente, mi autocontrol infranqueable consigue salvaguardarla del oleaje de mis lujuriosos instintos carnales.
Iris, después acceder a la agenda de su móvil y de seleccionar el número de su padre, escucha, pacientemente, los numerosos tonos que la mantienen a la espera, hasta que, finalmente:
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Hola, papá.
Sí. Estoy bien. En casa.
Ahora acaba de venir.
Lo siento. Es que lo tenía en silencio y estaba viendo una peli.
De miedo.
Emmmm, no sé. La Maldición creo.
No es culpa mía. Si tuvieras teléfono fijo me hubiera enterado.
Papá, ¿estás borracho?
Tú no hablas así. Haz el favor de comportarte o no volverás a salir en todo el verano.
Claro. Sí, seguro.
Vale. Te lo paso.
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Iris me pasa el móvil brindándome una chistosa mueca de complicidad. Casi se nos cae al suelo, lo que desata una serie de movimientos esperpénticos para evitar el impacto. Unas contenidas risotadas finiquitan este entuerto en cuando me apodero del aparato.
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Hola, Ernesto.
No, que casi se nos cae el móvil.
Sí. Parece que se porta bien. Es una buena niña.
Sí. Ya veo. ¿Tú tardarás mucho? Es qué viendo la peli le ha entrado miedo.
No. Me quedo cinco minutos. A ver si se le pasa y se va a dormir ya.
Espero que no pretendas conducir en este estado, ¿eh?
Vaya ejemplo para tú hija. Luego querrás que se aleje del turismo de borrachera.
Vale. No, no hay de qué. Ya sabes que yo también te pido algún que otro favor.
Hasta mañana.
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Cuelgo y, tras un instante reflexivo con la vista en el teléfono, fijo mi mirada en Iris. Le devuelvo el dispositivo y le pregunto:
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YO: ¿Y ahora qué?
IRIS: No me voy a dormir.
YO: ¿Quieres ver otra peli que no sea de miedo?
IRIS: No. Quiero ver una de miedo. Me encantan.
YO: ¿Entonces qué? ¿La Maldición 2?
IRIS: Sí. Me dan más miedo las asiáticas.
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No suelo madrugar ni estoy demasiado cansado, aunque mi verdadera motivación calenturienta ningunearía cualquier obstáculo que pretendiera menguar mis expectativas.
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Pues no me parece a mí que de tanto miedo. Llevamos unos cuarenta minutos de película y no me está emocionando mucho. Además, las cintas orientales tienen un tono como descolorido y triste; como si sus técnicos de fotografía no supieran de iluminación. Los efectos no tienen demasiado presupuesto y la dirección abusa demasiado de la oscuridad. Eso sí, los instrumentos disonantes son estremecedores y los altavoces de Ernesto sobredimensionan los sobresaltos. El subwoofer le da fuerte. Sufriría por el vecino de abajo si no fuera porque soy yo.
Iris se acerca un poco más a mí a cada susto. Se aferra a mi grueso brazo y hasta llega a clavarme sus uñas en los momentos más críticos. En serio: ¿qué es lo que quiere esta niña? ¿Ponerme cachondo para luego dejarme con las ganas?
Solo presta atención cuando pasa algo inquietante. Cuando la trama es más liviana, con diálogos, se dedica a teclear conversaciones con sus amigas. Esto es algo que suele ponerme histérico: mirar una peli con alguien que hace más caso a la pantalla del móvil que a la pantalla del televisor. ¿A ti no te pasa?
Ahora, ahora Iris, fíjate que vuelve estar la chica sola en esta dichosa casa fantasmal. Efectivamente. No tarda en pegarse a mí de nuevo. Sí. Aquí va. Me estoy empalmando de nuevo. Parezco un globo: cada vez que me aprieta el brazo se me hincha la polla. Esta vez no voy a intentar disimular mi bulto. Voy a seguirle el juego. No. Espera. Está resultando demasiado evidente.
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YO: ¿Por qué te pegas tanto, niña? Me estás dando calor.
IRIS: !Hay! Perdone míster caluroso. Ya me separo. Pero al próximo susto me pego otra vez. Quítate la camiseta si tanto calor tienes. A mí no me importa.
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Tardo unos escasos cuatro segundos en obedecer su directriz. Mientras tiro la camiseta sobre la acolchada alfombra, vuelvo a dar relieve a mis perspectivas. No parece que se disguste por mi repentina maniobra nudista. Ni si quiera me está mirando.
No sé si la voy a desvirgar hoy, pero… Iris quiere algo. Aquí, pegándose a mí sin ropa interior; sugiriéndome que me saque la camisa. Si no sucede nada por no haber tomado la iniciativa, la culpa me atormentará durante todo el verano.
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YO: Pero ¿qué estás haciendo ahora?
IRIS: Tranquilo. Solo es una foto de nada.
YO: Pero no me saques fotos así, descamisado.
IRIS: Solo quiero que te vea mi padre; que vea cómo te acomodas conmigo.
YO: !Pero ¿tú estás loca?!
IRIS: Que nohoooo, tonto. Son para mi amiga Noelia. Para fardar de ligue.
YO: ¿Estás fardando de ligue?
IRIS: Sí. Es que mira que maromo se está ligando ella. Quiero darle envidia. Tú estás mucho más bueno. Estás cachas… … Para comerte entero.
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!Vamos! Lo que me faltaba. Ahora la nena se pega a mí para enseñarme las fotos de su móvil. Quiere que vea al niñato ese que ha conocido su amiga. Está muy cerca, y huele tan bien… ¿Jabón perfumado? ¿Champú infantil? ¿Suavizante de flores? Ya estoy palote otra vez. Ahora sí que no voy a esconderme.
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-Se llama Petter- me susurra muy cerca de mi oído.
-Menudo tirillas- le digo con un tono igual de bajo -Es alto. Parece Petter la Anguila-
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IRIS: ¿Quién es ese?
YO: Déjalo. Un tío muy alto y delgado… … Pero si es un crío.
IRIS: Pues como Noelia.
YO: ¿Y cómo tú?
IRIS: ¿Te molesta eso?
YO: No sé ni cuántos años tienes. Solo sé que la última vez que te vi eras una mocosa.
IRIS: Pues será mejor que no eches cuentas.
YO: Creo que debería irme. Tu padre no tardará en llegar y yo estoy malo por tu culpa.
IRIS: ¿Lo dices por esto de aquí?
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Iris señala la tienda de campaña que habita debajo de mi vientre. Ya me temía yo que esta niña se había percatado de tan bochornoso bulto. Sin apartar la mirada de ella, asiento con la cabeza con una lentitud dramática.
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YO: Estoy muy tenso, Iris. Estoy a punto de reventar.
IRIS: Podrías irte al lavabo y hacerte una paja. Así te tranquilizarías.
YO: Creo que mejor me bajo a mi piso y hago esto que dices. Me imaginaré que te violo, salvajemente, delante de tu padre.
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Iris, escandalizada, estalla en una carcajada incontenible.
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IRIS: ¿En serio te pone eso?
YO: ¿Qué quieres que te diga? ¿Qué me has puesto a cien con el numerito de antes?
IRIS: Vale. Te creo. Pero antes de irte quiero que me la enseñes.
YO: … … … … Vale… … Aquí la tienes.
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Sin reparo alguno, me bajo el calzón. Mi polla, venosa y enrojecida, se propulsa hasta estamparse contra mi barriga, sonando a modo de palma suave. Iris expresa su fascinación con los ojos como platos y la boca muy abierta.
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YO: ¿Te gusta?
IRIS: !Por Dios! !Mateo! ¿Cuánto mide esto? ¿Lo sabes?
YO: No estoy en edad de medírmela. Hace veinte años que no lo hago, lo menos.
IRIS: Aún me faltaba mucho para nacer la última vez que usaste una regla… ja, ja, jah.
YO: Tócamela, Iris… Vamos… Te mueres de ganas.
IRIS: Emmmm… … Bueno… … Solo un poquito, ¿eh?
YO: Vamos, pequeña. Es toda tuya.
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Con mucha timidez, la niña acerca su mano, cautelosamente. En el preciso momento en que establece contacto, se sorprende de las inconscientes contracciones que ejecuta mi falo, hambriento de atenciones femeninas.
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-¿Esto es normal?- pregunta Iris mientras me devuelve la mirada.
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Asiento encontrando sus ojos castaños. Cuando ella vuelve a centrarse solo en mi polla, me permito romper mi quietud y rodearla por la cintura para acentuar este pernicioso acercamiento. Ella no rechaza dicho gesto e incluso lo reafirma pasando su brazo por detrás de mi cuello, adquiriendo cierta altitud postural en dicho acercamiento. Esto ya no tiene freno, ¿no? ¿Cómo lo ves? Todo va de bajada.
0h, sí. Me está agarrando los huevos con fuerza. Debería de tener más cuid… o00uu x x… Qué daño. Tengo su carita muy cerca. Puedo incluso sentir su dulce aliento insinuándose.
Con mi mano libre me apodero de su rostro y me lo encaro para comerme su boca. Mientras le muerdo los labios y aprieto mi lengua contra la suya, percibo que sus curiosos movimientos manuales en mi miembro han tomado forma de paja; una gayola cada vez más rápida e intensa que me lleva al éxtasis.
Estoy tan cachondo que podría correrme en poco rato. Tengo que parar esto. Cuando por fin consigo separarla de mí, ella, sin aliento, me pregunta:
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IRIS: ¿Tienes condón?
YO: ¿Qué?… … ¿Q u é?… … Sí… … Abajo.
IRIS: ¿Lo vas a buscar?
YO: Emmm… … No hay tiempo, ¿no? ¿O sí?
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Ya no sé ni lo que me digo. Me urge tanto follarla que se me pone muy costa arriba la idea de salir del salón. Pero es que, si la penetro ahora, igual exploto y me corro enseguida. Lo mejor es disiparme un poco mientras bajo a mi piso a buscar gomas. Imagínate que marrón si la dejara preñada. No quiero ni pensar en la reacción de su padre, en su misteriosa edad y, mucho menos, en las consecuencias legales de mis actos.
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IRIS: ¿Qué pasa? ¿En qué estás pensando?
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Sin mediar palabra, recojo mi camiseta, me visto con premura y me apresuro a salir de aquí. Bajo los escalones de cinco en cinco, procurando no pensar en Iris. Intento enfriarme para durar más cuando la folle. A pesar de ello, mil estampas de lo que me puede aguardar tras la puerta de este piso me acechan, estimulando mi lívido inoportunamente.
Con temblores de impaciencia, intento introducir la llave en mi cerradura. Una vez dentro, y sin siquiera abrir la luz, llego al cajón de mi cómoda y, tras superar el pánico inicial de no encontrarlos, logro dar con una caja aún precintada. Dejo tras de mí un sonoro portazo al tiempo que subo los escalones de cuatro en cuatro.
Una vez encarado el pasillo de la tercera planta, la campanilla del ascensor, tan sutil como imperativa, detiene mi paso en seco. Ernesto hace acto de presencia sin percatarse de mi asfixiada aparición desde el rellano de las escaleras. Afortunadamente, mi ubicación no me delata y un par de pasos atrás son lo único que necesito para permanecer en el anonimato mientras mi vecino consigue abrir la puerta con severas dificultades.
Estoy sufriendo por Iris. Ella me está esperando y ¿quién sabe en qué condiciones? Su piso está en silencio. Habrá apagado la tele. El sonido de la cerradura la habrá alertado, pues yo no tengo las llaves de su casa.
Cometiendo una estupidez desprovista de la más mínima prudencia, me acerco y pego mi oreja a la madera de la puerta. No escucho nada. O, espera. Sí. No entiendo bien las palabras, pero tienen un tono muy bajo. Suenan a normalidad absoluta. Eso me tranquiliza hasta que unos rápidos pasitos descalzos, al otro lado, me alertan de nuevo. La puerta se abre repentinamente:
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-Sssshhhh- susurra Iris asustada nada más encontrarme aquí.
-Sssshhhh- le respondo haciendo gestos de peligro parecidos a los suyos.
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Me estoy apartando aún con el dedo en la boca para representar la señal de silencio. Iris había dado un par de pasos nerviosos en mi dirección, para empujarme de vuelta, pero no ha hecho falta que me toque. Se dispone a entrar en casa, otra vez, pero un arrebato frena su trayectoria.
Tras echar un vistazo a su espalda, vuelve a acercarse a mí para estampar su boca en mis labios. Se trata de un beso fugaz pero intenso. Se apresura a volver y llega justo a tiempo, pues una corriente de aire ha estado a punto de propiciar un portazo injustificable. Me dedica un resoplo de alivio y, ya dentro del piso, se apresura a cerrar la puerta silenciosamente.
A toda prisa, articulo mis pasos más rápidos y mudos para abandonar mi peligrosa localización. Una vez arropado por la oscuridad de mi piso, me siento a salvo. Un cóctel de ideas y sensaciones zarandean mi mente entre la euforia, el miedo, el alivio, la culpa, el optimismo…
Le hubiera podido hacer de todo a esta nena si no hubiera perdido tres cuartos mirando esa fantasmal película asiática.
Nada está perdido aún. Iris acaba de llegar y tardará en irse. Le gusto y quiere tema. Solo es cuestión de tiempo que consumemos nuestros deseos; al menos, eso espero.
Ha ido de tan poco… Si Ernesto llega cinco segundos más tarde me pilla golpeando impacientemente su puerta con una caja de condones en mi mano. Si hubiese tardado cinco minutos… ¿Quién sabe?
Los próximos días serán interesantes. Espero que Iris no se raje; que su reflexión en frío no le haga lamentar lo que su calentura tanto se ha empeñado en justificar. No. No lo creo. Me la voy a follar, donde sea y como sea. La tengo en el bote. Y sí. Te lo voy a contar. Si has llegado hasta aquí querrás saber lo que ocurre, ¿no? Dímelo a mí. Estoy que trino.
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[IRIS, LA VECINITA CACHONDA]
-por GataMojita-