Irina

La erección era cada vez más potente. Abrí mis ojos y pude ver sus pechos balanceándose sueltos debajo de su vestido. Quería tocarlos, pero no podía ser. De hecho aquello que estaba sucediendo era una locura.

IRINA

Irina es una mujer joven. Físico menudo. Pelo negro y bastante largo. Un jodido pelo negro que es más negro cuando se lo tinta de, adivínenlo, negro. Es una cosa que nunca entendí. ¿Para qué coño tintarse el pelo de negro teniéndolo negro? Cosas de Irina.

Pero para ser sincero, he de decir que con esa melena negra, lisa y brillante, está radiante. Tiene los ojos azules. Piel blanca. Un rostro afable cuando no está de mal humor jurando en ruso, y un cuerpo estupendo. Un jodido cuerpo adornado por dos protuberancias nacidas bajo los hombros, que se pegan a mis ojos cuando estoy en casa. Una chiquilla si se quiere, pues cuenta apenas con 21 años. Es rusa. Aunque con la partición del país en repúblicas ya no sé si es de aquí o de allá. Pero ella es rusa. Trabaja en mi domicilio como doméstica. Nos ayuda con las cosas de la casa a cambio de un buen sueldo y la manutención.

Mantiene limpia la casa, la ropa y sobre todo, nos hace compañía. Algo patosa con el idioma, pero poco a poco va aprendiendo. En verdad, es como de la familia. El trato con ella es demasiado familiar diría yo, pues cualquier problema de Irina, es problema nuestro. Al menos de mi mujer, que hace suyo todo lo referente a "su querida y niña…. Irina".

Yo estoy casado desde hace 35 años de años. En la actualidad cuento con 60 años. Mi mujer, y gran amiga de Irina, tiene 57. Rosa e Irina se llevan de maravilla. Aunque una es la dueña de la casa y la otra la doméstica, parece como si fueran madre e hija. La hija que Rosa no tiene y no tendrá por mor de una intervención a la que fue sometida donde le extirparon los ovarios. Ella aconseja a Irina sobre esto y sobre lo otro. A mí me hace mucha gracia cuando las veo enfrascadas en esas conversaciones en el idioma Espanru. Así es como yo llamo a esa mezcla de español-ruso de mi mujer y ruso-español de Irina. Esta última da unas patadas al idioma que ¡ya te digo!

Irina vive con nosotros. Duerme en una de nuestras habitaciones, desayuna con nosotros, y cena con nosotros. La comida, tanto mi mujer como yo, la hacemos fuera de casa por motivos laborales. Irina hace y comparte muchas cosas con nosotros. Al punto que en mi casa somos tres. Compramos un coche hace dos meses, a mí me gustaba un deportivo de dos asientos, y liquidamos el asunto con una berlina de cinco plazas. Había que dar cabida a Irina. Palabras textuales de Rosa. Nada que oponer. El borrego se fue a por un coche de cinco plazas. Lo que dicen Rosa e Irina, va a misa.

Me vi llegando a casa a mediodía. Fuera de hora. Tanto Rosa como yo nos vamos por la mañana al trabajo y llegamos por la tarde. Irina come sóla. Irina ve la tele e Irina hace lo que le apetezca hacer. Ella sabe que salimos a las 7 de la mañana y volvemos a las 6 de la tarde. Pero ese día llegué a las 2 del mediodía. ¿Motivo? Ninguno especial.

Abro la puerta de mi casa. Suelto las llaves en la entrada y me encamino al salón. No veo a Irina. Voy a la cocina. Tampoco. Me dirijo a su habitación y veo su puerta entreabierta. Un sonido extraño sale por la rendija de la puerta. No doy crédito. Y por un instinto sin premeditar, empujo la puerta hasta abrirla en su totalidad. Me quedo blanco y con la boca seca.

Irina está desnuda sobre la cama. Totalmente desnuda. Sus piernas abiertas y su mano derecha entre ellas. La televisión funcionando a bajo volumen. La miro a ella primero y luego visiono las imágenes que corren por la pantalla después. Esta viendo una película porno. Me ve allí de pies. Ella cierra sus piernas y las encoge y con sus manos cubre esos pechos que me persiguen. Trata de articular alguna palabra. Pero no dice nada. Entorno nuevamente la puerta y me voy al salón.

Me sirvo una copa. Fumo. Al poco llega Irina. Vestida con un vestido de tirantes. De una sola pieza. Hombros descubiertos, pelo revuelto, y rostro de preocupación.

-¿Cómo has vuelto antes de tu hora? Me pregunta.

-No me encuentro muy bien. Tengo gases. Me duele el estómago.

-Yo….quería…..lo que has visto….no…es….

-No tiene importancia Irina. No debí abrir la puerta de tu habitación sin llamar.

-Yo es que estaba….viendo…la tele….en….la siesta…..y…..me iba a quedar dormida

-No me expliques Irina. ¡Olvídalo! Dije.

-¡Qué vergüenza!

-No hables más de ello. Fue culpa mía. Nunca debí abrir sin llamar antes.

-Pero es que yo…..estaba sóla…! Dios mío que vergüenza! Me has visto allí. Haciendo eso tan horrible.

-¿Masturbarse lo consideras horrible?

-No debí

-Hiciste lo que te apetecía hacer. Estabas sola. Se supone que nosotros llegaríamos a las 6 de la tarde. No te atormentes por ello. No diremos nada a Rosa. Será nuestro secreto.

Irina se echó a llorar. Sus manos se fueron a cubrir su rostro y agachó su cabeza. Su pelo vencido hacia delante, cubrió parte de sus manos. Solté la copa y dejé el cigarrillo en el cenicero y en dos pasos estaba con mis manos intentando que ella levantara la cabeza y me mirara.

-Ey, ey…..Irina….no llores. No pasa nada. Es normal. No he visto nada. No te agobies.

-¡Claro que me has visto! ¡Has visto lo que estaba haciendo! ¡Que vergüenza por dios!

Me sentí culpable de aquella situación. En el fondo yo era quien la había provocado por no llamar antes a la puerta. Esa chiquilla de 21 años, preciosa y a veces graciosa, ahora estaba temblando. Abracé sus hombros y ella depositó su cabeza sobre mi pecho. Su largo cabello caía sobre su espalda y me entretuve en acariciarlo a la vez que trataba de calmar su llanto.

-No pasa nada. Ya te lo he dicho, y por favor, deja de llorar. Ahora me tengo que sentar. Me duele el estómago.

Ella se separó de mí y secó sus pómulos con las manos.

-¿Te duele mucho? ¿Quieres algo? ¿Te preparo unas hierbas o un te?

-No gracias. Son gases. Esta mañana he tenido una reunión y he hablado mucho a la vez que fumaba y es posible que eso haya creado estos gases. Ya se irán. Me daré un masaje en el estómago. Dicen que con eso se diluyen los gases, y los expulsaré.

-¿Cómo los expulsarás?

-Expulsándolos Irina, expulsándolos. No me hagas reír. Los gases se expulsan. Son pedos.

-¡Ah ya!

-Me tumbaré un rato en el sillón. ¿No tienes algo que hacer?

-Si. Dijo y se marchó del salón.

Me tumbé en el sillón. Saqué mi corbata y tiré de mi camisa fuera del pantalón y fui sacando botón a botón de su ojal correspondiente. Con ella abierta, lo siguiente fue quitar mi cinturón y abrir el botón de mi pantalón. Bajé ligeramente la cremallera de mi bragueta y ya con mi estómago libre, masajeé con la palma de la mano abierta haciendo presión para tratar de diluir mis gases.

Irina se presentó en el salón portando un vaso de agua. Su rostro aún reflejaba las secuelas de su llanto.

-Te traigo agua. ¡Quizás se te pase bebiendo!

-Ya me he tomado un wisky. Eso es lo verdaderamente bueno para mi estómago. Dije poniendo una mueca de asco.

-No lo creo. Bebe esta agua. Te sentará bien.

Dejé de lado el wisky y tomé el vaso de agua que me había traído Irina. Un trago corto sirvió para diluir el sabor del wisky. Entonces ella se sentó en el borde del sillón. Su pelo cayó por delante de su cara otra vez. Su mano se posó en mi estómago.

-¿Qué haces?

-Déjame. Yo te puedo hacer eso que estás haciendo tú. Dijo ella.

-No. Me voy a ir a la cama un rato. Tal vez cuando me levante se me haya pasado. Ya te dije, esto se arregla soltando los gases.

-Pero si este masaje te ayuda a que se vayan….

Ni que quisiera ni que no. Irina se puso manos a la obra. Su palma de la mano derecha, caliente, pequeña y grácil, se posó en mi estómago y comenzó a presionar. Cerré mis ojos y apoyé mi brazo doblado sobre mi frente. Ella se afanaba en presionar lentamente sobre mi estómago. Abrí los ojos y pude notar sus pechos tras el vestido. Aún estaban desnudos. Los cerré de nuevo y la vi unos minutos antes en su habitación, sobre su cama, desnuda, masturbándose mientras veía una película porno. Aquello despertó mi instinto sexual. Nunca hasta ese momento, en los dos años que llevaba con nosotros, había pensado en Irina como una atracción sexual. No voy a decir que la quisiera como a una hija, como a la hija que nunca he tenido ni tendré por lo que antes dije, pero sí había valorado su físico. Y en aquellos instantes, con su mano en mi estómago……..me hizo pensar en ella de otra forma. Con mis pensamientos y su mano logramos despertar el letargo de mi pene. Unos ligeros desperezamientos me avisaban que aquello iba a manifestar su deseo. Pese a mis 60 años, mantengo un gran interés por el sexo. Rosa no es muy caliente. No he tenido suerte en eso.

Por desgracia o por suerte para mí, Irina también notó como aquello despertaba. Y me lo dijo. Me quedé perplejo.

-¿No me digas que te estas poniendo cachondo?

-¿Cómo? ¿Cómo dices? Pregunté más para evadirme de contestar que para advertirla de mi sordera.

-Mira, dijo señalando mi bulto en la entrepierna y dejando de masajear mi estómago, te está creciendo.

A duras penas me rehice como pude. Y cerré los ojos porque me daba vergüenza hablar cara a cara con ella.

-Supongo que será normal. Dije. Con tu mano tan cerca………es lógico.

Irina hizo algo inusual e inesperado por mí. Jamás lo podría haber imaginado. Ahuecó el elástico de mi calzoncillo y metió su mano en el interior topándose de inmediato con la carne caliente y pujante. Me incorporé en el sillón sentándome. Abrí los ojos.

-¿Qué haces? ¿Qué haces Irina?

-¿No te gusta? Me preguntó con esa cara risueña de diablillo ruso.

-No es eso…….pero….

-Chisssss…….dijo llevándose un dedo en medio de sus labios.

Me dejé caer de nuevo sobre el sillón y volví a mi postura con el brazo doblado y apoyado sobre mis ojos. Irina extrajo como pudo aquel gusano de carne y lo liberó de apreturas mientras asistía al alzamiento de aquella morcilla.

Eran las 2,30 del mediodía. Apenas llevaba en mi casa media hora y ya había obtenido de Irina más de lo que hubiera imaginado en dos años que llevaba con nosotros. Una vez liberado mis testículos, los sopesó con su mano izquierda a la vez que con la derecha comenzaba a bajar y subir el prepucio lentamente. La erección era cada vez más potente. Abrí mis ojos y pude ver sus pechos balanceándose sueltos debajo de su vestido. Quería tocarlos, pero no podía ser. De hecho aquello que estaba sucediendo era una locura. Ella seguiría viviendo con nosotros y yo no lo olvidaría si se consumaba aquello.

El tamaño de mi pene y la velocidad y soltura que había adquirido su mano contribuían a que aquella paja fuera realmente un pajote en toda regla. Me debatía en un mar de dudas, si dejarla continuar o frenar aquella locura. Opté pon pensar con la polla, no con la cabeza.

Me incorporé en el sillón y alcé mis manos a sus hombros y sus tirantes cayeron hacia ambos lados de sus brazos. De inmediato, su vestido resbaló dejando ante mí aquellos dos hermosos pechos, que minutos antes había podido ver derrotados hacia los lados encima de su cama. Ella no dijo nada. Con mis manos temblorosas acaricié aquella piel tersa y suave. Me recreé en sus dos pezones turgentes y morenos. Ella levantó su cabeza y me miró como una chiquilla que está haciendo una travesura. Su pelo negro cayó por delante de sus hombros cuando ella agachó su cabeza en busca del glande. Abrazándolo con sus labios, lo insertó dentro de su boca recibiéndolo con su saliva y su lengua. Creí desvanecer. Me dejé caer de nuevo en el sillón. El castigo inflingido sobre los 17 cm estaba siendo letal. Mi respiración agitada denotaba claramente que yo estaba gozando con aquella mamada. De pronto, como para castigarme por pronunciarme, aquella boca liberó los cuatro o cinco centímetros que mantenía en su interior. La miré. Me miró. Sonrió. Su mano tomo la mía y tiró de ella invitándome a incorporarme. Me senté primero, después me puse en pie. Ella se mantenía con su vestido caído hasta la cintura. Sus pechos arrogantes, propios de su juventud, se clavaban en mis ojos desafiantes. Su cara se acercó a la mía y nuestras bocas se juntaron a la vez que su mano retomaba mi verga en un ir y venir que ya parecía desenfrenado. Mi mano acudió presta a su pecho y la otra, solícita a sus nalgas. Las caricias en su espalda desnuda se pronunciaron con amabilidad, ternura y deseo expectante.

Mis gases habían pasado a la historia. Es conocido que estando enfermos, cuando hacemos el amor, no nos duele nada. Al menos en esos momentos. Y eso me sucedía a mí. Olvidado de gases, molestias y demás achaques, mi mano se deslizó bajo su vestido. El muslo fue el principio del alzamiento. Su cadera, y sin dilación, su entrepierna. Fueron la antesala del tesoro que yo buscaba. Con la mano aconcabada quise proteger aquella grieta húmeda. Sus piernas se separaron más para dejarme vía libre. Su mano incansable, trajinaba de arriba abajo con mi cipote. Otro beso más antes de soltar mi titán y liberarse de su vestido por entero. Me bajó los pantalones y los calzoncillos. Humillados sobre mis pies, yo mismo me los saqué. La camisa fue fácil de liberar de un cuerpo que emanaba calor y deseo para calmarse. Irina hizo el resto con maestría rusa. Me empujó para que me sentara en el sillón y abriendo sus piernas, se sentó sobre mis muslos. Sus manos en mi nuca mientras me besaba, sus pechos rozando mi pecho y mis manos en sus nalgas formaban un acoplamiento perfecto, sólo observado desde el interior de nuestros cuerpos por mi cipote.

En un alarde de seguridad, Irina tomó ese trozo de carne que delataba mis deseos y arrimándolo a su raja, lo empujó con la mano hacia dentro. La cabeza asomó dentro de aquella gruta y rápidamente salió como disparada probablemente asustada y deslumbrada ante el paraíso que se le ofrecía. De nuevo ella lo tomó con la mano y lo condujo lentamente a la mazmorra para propinar el castigo que merecía por haber resbalado la primera vez. Alojado por entero en ella, me di un momento de respiro para saborear el placer de la sensación que producía en mi mente y en mi piel, el calor de su cuerpo. Me abrasaba. Notaba esa sensación de escozor ante lo desconocido. Con esas andaba deambulando en los rincones de mi cerebro cuando las cabalgadas de Irina se hicieron presentes.

Soy hombre de 60 años, maduro, acostumbrado a coño viejo. Al mismo coño. Era de esperar que las salvas de mi semen, escasas ya, asomaran en breve.

-¿Te corres? Me preguntó un tanto incrédula por lo que se avecinaba.

-No tardaré ¡joder Irina! ¿Qué me haces? ¿Nunca me habían follado así?

La cara más amable de la vida se presentó para saludarme. Tuve suerte que Irina aún estaba caliente de su interrumpida masturbación. Liberó de un solo golpe su tensión y cabalgó sobre mis muslos como si persiguiera a los malos cuando huyen. Sin tiempo a nada, sin poder retenerme ni aguantarme, noté como su útero absorbía el exiguo semen que generaba mi cuerpo. Cerré los ojos, apoyé mi cabeza entre sus pechos y la dejé cabalgar con locura mientras que con una mano apretaba mis cojones como queriendo expulsar de ellos mas semen. Sobre mis muslos, se movió con alevosía diría yo, hasta que por fin, cuatro o cinco frenazos cada vez menos intensos, me indicaban que la corriente eléctrica producida por su orgasmo se había apoderado de su cuerpo.

-

ебешь меня работает

(

¡

me corro coño!).

Hasta en ruso lo entendí.

Mi pene se encogió asustado probablemente por tal número y cantidad de estertores sentidos dentro de su vagina. Lo había dicho en ruso, pero lo entendí perfectamente. Mi pene dentro de ella fue el ilustre traductor.

Se apoyó vencida sobre mi hombro y su cuerpo se pegó al mío. Mis manos resbalaron por su espalda hasta afincarse en sus nalgas.

Permanecimos unos minutos en esa postura hasta que Irina se levantó de su silla de montar y dejó resbalar el guerrero derrotado y humillado ¿Dónde estaba la dureza y la arrogancia de minutos antes? Había ido a la batalla. A pugnar con el clítoris y chocar con el útero de Irina. Las trampas habían sido excesivas. Lo habían derrotado en dos asaltos y lo habían devuelto para que recargara su munición.

Me incorporé a la vez que un cargamento de nervios se apoderaba de mi ser. De pronto me entró miedo de lo que había sucedido. Irina se puso su vestido, pues no llevaba ropa interior, probablemente olvidada en su habitación con la sorpresa de mi descubrimiento. Me excusé diciendo que me iba a la cama pues el dolor que provocaban mis gases se volvía a manifestar dando así la razón a ese pensamiento que aún hoy mantengo, que cuando se folla no duele nada.

Al poco tiempo apareció Rosa por la puerta. Si tardamos 15 minutos más, nos pilla. Ella volvió de su trabajo porque, al parecer según me dijo, me había llamado a la oficina y allí la dijeron que me había tenido que ir a casa con dolor de estomago. Y la pobre se vino corriendo a casa a interesarse por mis dolencias y a tomar posesión privilegiada sobre mis cuidados.

Al llegar me encontró en la cama. Aún con olor al sexo de Irina. A ella la encontró viendo la tele y la llamó para que acudiera a nuestra habitación y allí entre las dos, diagnosticaron que lo mejor era que se ambas se metieran en la cama para consolarme.

Empezamos otra orgía bestial donde yo estaba a punto de correrme cuando un codazo de mi mujer me despertó de aquel sueño maravilloso que estaba teniendo.

-

¡

Despierta que son las 6 de la mañana!. El trabajo nos espera. Esos fueron sus buenos días.

-Esta visto Rosa, que quien no folla de noche, jode de día. Esos fueron los míos.

Con aturdimiento descubrí como mis calzoncillos estaban manchados de algo húmedo. Me había corrido soñando aquel polvo maravilloso. Miré a mi lado. Allí estaba ella. Rosa y su codo. Preparado para atizarme otra vez. Para que saliera de la cama. Y con estupor descubrí, que un día más, el desayuno me lo tenía que preparar yo. No había ninguna Irina en nuestra casa. Pero algo pegajoso en mi entrepierna delató que aunque había sido en sueños, me había follado a esa joven rusa de 21 años. Me había follado a Irina.

Coronelwinston