Irene y sus dos mascotas

Soy la mascota de Irene, y Rocío es mi compañera. Esta mañana me he portado bien, y el ama dice que me dará mi premio cuando vuelva de trabajar. ¿Qué será?

Irene es mi ama. Lo ha sido desde los últimos siete meses. Antes tenía que preocuparme por un montón de cosas. Alimentarme, escoger mi ropa, ir a trabajar... ahora Irene se encarga de la mayoría. Soy su pequeño bebé, como ella me llama de vez en cuando, y me quiere mucho, aunque a veces, si me porto mal o la desobedezco en algo, tiene que pegarme unos azotes como castigo.

Somos dos los que estamos a su cargo. A su cuidado. Mi compañera es Rocío, y también la quiero, aunque no tanto como a mi ama. Las noches en las que ella no está dormimos juntos, aunque tenemos prohibido el contacto voluntario si mi ama no dice lo contrario. Será nuestro secreto. Cuando ella está en casa, dormimos los tres juntos abrazados. Nos acaricia el pelo hasta que nos dormimos, aunque si ese día hemos sido buenos, nos deja que la masturbemos. Mi ama tiene unos pechos preciosos, pálidos y redondos, con unos pezones que apuntan hacia el cielo. La gusta que chupemos de ellos. Tanto lo hemos hecho a lo largo de estos siete meses que de cada uno de los oscuros pezones sale leche si ella los masajea un poco. Esa leche caliente y dulce es nuestro desayuno diario, en la cama, abrazados a ella. Nos alimenta con su cuerpo, y esa es la mayor expresión de cariño.

Solo nos podemos masturbar o hacer el amor entre nosotros -entre Rocío y yo- con su permiso. Al principio se hacía muy duro, pues siempre estamos desnudos en casa, y nos pillaba por las esquinas tocándonos mutuamente. Nos castigaba mucho por ello. Ahora nos controlamos mejor, por lo que sus castigos son menos frecuentes. Además ha llegado a comprender que castigar nuestra sexualidad puede ser contraproducente, así que de vez en cuando, si hemos sido buenos, nos masturba ella misma. No deja que la penetre, dice que su coño solo es para personas y no para pequeñas mascotas como yo, pero no me molesta.

Esta mañana he sido bueno. No ha sonado el despertador, pero sabía que mi ama tenía que ir a trabajar, así que la he despertado yo. Amanecí acurrucado a su lado, con el pene erecto. Pensé que podía aprovechar que ella dormía para tocarlo, pero miré el reloj y vi que era su hora de despertarse, así que empecé a darle besos debajo de la cintura haciéndola cosquillas con la nariz. El motivo de hacerlo en las piernas y no en cualquier otra parte del cuerpo es señal de respeto y sumisión. Como ser inferior que soy, para besarla más arriba necesito su permiso. Abrió los ojos y me miró, yo señalé el reloj y ella sonrió, con gesto aprobador. "Rocío, despierta", dijo a mi compañera, y ella despertó. "Es la hora del desayuno". Se incorporó contra el cabecero de la cama, nos atrajo hacia ella y nos ofreció sus pezones. Acerqué los labios al que estaba a mi lado, y, tras dar un suave y atrevido beso a la aureola, empecé a mamar, mientras ella me acariciaba suavemente el rostro. La leche estaba caliente, y cerré los ojos para disfrutar de cómo se deslizaba por mi garganta. Mi pene, aún erecto, estaba acariciando su muslo. La sensación era muy placentera. "¿Qué tal habéis dormido, mis pequeños? Espero que bien... Rocío, esta mañana Rubén me ha despertado. Ha sido un niño muy bueno, ¿no crees?" veo a Rocío asentir, mirando a los ojos al ama, con el pezón aún entre sus labios. "Se merece un premio. Esta tarde cuando llegue a casa se lo daré y tú me ayudarás, ¿vale?". Rocío vuelve a asentir, y yo no podría estar más feliz. Los premios del ama siempre son algo especial, y es algo que espero con ansia.

Normalmente ayudamos a mi ama todas las mañanas antes de que se vaya a trabajar. Ella nos da el desayuno de sus senos, que son como cántaros de vida, así que lo minímo que podemos hacer es preparar el suyo. Rocío la escoge la ropa, bien conjuntada, ya que antes de ser mascota como yo, trabajaba en una tienda de moda. Yo reviso las notas del ama en busca de fallos ortográficos. Era escritor, seguramente hayais leído algo mío alguna vez. Pero el mundo era demasiado grande y demasiado feo. Ahora mi mundo son el ama y Rocío, y no podría haber encontrado un rincón más bello y lleno de amor en todo el universo.

Cuando el ama se va, nos quedamos solos en casa Rocío y yo. Después de asegurarnos de que no se la ha olvidado nada por lo que pueda llegar antes a casa, follamos de manera salvaje y desordenada. Como los dos perros en celo que somos. Es la única desobediencia a la que nos atrevemos hacia alguien de quien depende nuestro cuidado y alimentación. Succionar la leche del ama siempre nos excita mucho, y para cuando quiero deslizar el falo a través del coño de Rocío, descubro que ya está bien lubricado y caliente, esperándome. No usamos condón ya que no hay peligro, el ama nos castró a los dos cuando aceptamos la sumisión. Sabía que desobedeceríamos la ley del sexo, así que no quiso correr riesgos. El ama es así de inteligente, y así de bien nos conoce. Una, dos y hasta tres veces repetimos el coito, y cuando ya estuvimos cansados, nos duchamos juntos. Tenemos una bañera grande en la que entran tranquilamente cinco personas de pie con espacio aún para moverse. Es una bañera de obra, el ama la encargó en previsión de que nos bañasemos con ella. Cuando ella no está, nos ayudamos a limpiarnos entre nosotros. Tenemos que estar siempre perfectos, la higiene es muy importante si vives siendo una mascota. Rocío se queda de pie mientras yo froto la esponja contra todo su cuerpo. Su culo es muy bonito. No tanto como el del ama, pero a mí me gusta mucho. Es redondo y respingón, y mojado por el agua caliente brilla. Me atreví a darle un mordisquito, y Rocío se rio. No hablamos incluso cuando no está el ama, no nos atrevemos a desobedecerla tanto. Después la tocó a ella lavarme bien, y puso especial atención en el pene. Supongo que quiere dejarlo preparado para la recompensa del ama.

Cuando llega el mediodía comemos juntos también. Tenemos una manta con almohadas en el suelo del salón donde pasamos mucho tiempo. Es nuestro rincón, junto al radiador y bajo la ventana, para que los rayos de sol calienten nuestros cuerpos desnudos. Vivimos en un edificio alto, por lo que no hay ningún riesgo de que nos vean desde la calle. Después de comer nos echamos la siesta, tumbados. Normalmente yo me coloco detrás de Rocío. Paso un brazo detrás de su cabeza, la abrazo con el otro y coloco mi erección apoyada suavemente en sus nalgas. Pongo el despertador media hora antes de que llegue el ama, y me adormezco oliendo el pelo de mi compañera. Usa otro champú distinto al del ama, por supuesto, pero huele muy dulce y muy bien. Hoy me siento especialmente juguetón, así que antes de dormirme acaricio los pezones de Rocío. Sus pechos no son tan grandes como los del ama, ni los pezones tan oscuros y perfectos, pero tiene un lunar en el escote que me gusta acariciar con la lengua si se me permite. Es precioso. Si no la gusta algo, me aparta la mano y seguimos a otra cosa, pero empieza a ronronear suavemente. Mi prioridad es complacer al ama en todo lo que pueda, pero cuando ella no está, me gusta dar placer también a Rocío. Antes de que se duerma, bajo mi mano y acaricio su sexo. Cuando ya tengo los dedos humedecidos, los regreso a sus pezones y los mojo un poco más, notando como se ponen duros a la caricia de mis llemas, y sin poder evitar el calentón, la penetro suavemente, lamiendo el lóbulo de su oreja izquierda.

Poco más de una hora después el sonido de la radio nos despierta. Ambos tenemos signos evidentes del calentón, yo en mi pene y ella en sus pezones. Me coge de la mano y me arrastra al baño a terminar de limpiarnos, y acabamos justo a tiempo, pues el ama está entrando por la puerta de casa. Nos arrodillamos y vamos a recibirla a cuatro patas, como a ella la gusta. Apenas ha dejado el abrigo, y ya nos estamos abrazando a sus piernas, dándolas besos, señal de que sus queridas mascotas la han echado de menos cada segundo que ha pasado fuera de casa. "Ay, mis preciosos, mamá también os ha echado de menos", dice, y se agacha para darnos un beso en la frente a cada uno. "Esperad aquí, voy a cambiarme. Y cuando salga, daremos a Rubén su premio, ¿vale, Rocío?" y dicho esto se dirige a su cuarto. Minutos después sale, y lleva puesta la ropa de domar. Lo llama así porque sabe que nos encanta, y que haríamos cualquier cosa por verla vestida así. Lleva un tanga muy fino, negro, semitransparente, y unas medias hasta medio muslo, dejando el culo al descubierto. Los pechos quedan sujetados por un sostén también negro y semitransparente, pero que deja a la vista del pezón hacia arriba para poder jugar con ellos y darnos de mamar si se da la oportunidad. "Pasad a la habitación", dice, y la seguimos aún a cuatro patas. Ella se sienta en la cama, con la espalda apoyada en la pared, y me ordena ponerme a su lado. Acerca sus labios a mi miembro para endurecerlo, pero no es necesario el contacto, pues la erección ya está en pleno apogeo con solo ver a nuestra ama así de guapa. Tampoco tocaría jamás mi pene con sus labios, no soy digno de un honor tan grande. "Rocío, ven", dice, y tras rebuscar en un cajón de su escritorio, saca un bote de lubricante. "Quiero que embadurnes bien con esto tanto el pene como los testículos de tu compañero". Y dicho y hecho, retira el prepucio con especial cuidado, con el dedo índice y pulgar, y frota bien hasta que queda bien cubierto. "Rubén, escucha, esto es lo que quiero que hagas. Quiero que te tumbes boca abajo en mi regazo, con el pene entre mis muslos". Así lo hago, y mi pene roza contra las suaves medias. Es una sensación muy placentera, y creo que voy a morir de placer. Si esa era la sorpresa, mi ama ha demostrado ser tan genial como siempre. Pero parecer ser que hay más, puesto que con el brazo izquierdo me ha abrazado la cintura y la mano derecha se pasea por mi culo, acariciándolo. Entonces sin previo aviso comienza a darme unos cachetes muy suaves. No me duelen nada, pero al estar encima de la cama, con cada golpe rebotamos un poco y mi pene se desliza arriba y abajo entre sus muslos. Me está masturbando azotándome. Levanto la mirada y veo que Rocío se ha sentado delante de mí, con sus piernas abiertas y acercándome el coño a la boca. "Come, Rubén. Ella también ha sido muy buena, os merecéis los dos una recompensa". Y obedezco, pues es lo único que quiero hacer en ese momento. Muevo mi lengua haciendo los movimientos que sé que mas la gustan, y tal es su excitación que me empieza a llenar la cara de fluídos vaginales. Mi ama cierra un poco más sus muslos, y la presión y el rozamiento se hacen demasiado fuertes. Sin poderlo evitar, eyaculo encima de la toalla que ella había dejado dispuesta debajo de si misma, y un gran gemido de placer sale de mi boca. El ama acaricia un poco más mis nalgas, y se agacha a darme un beso en una de ellas. "Eres una mascota muy buena". Rocío la mira, en ascuas, pues por el placer dejé de comer. "Y tú también lo eres, preciosa", dice el ama, levantando un brazo e invitándola a tumbarse contra ella. "Yo acabaré esto por Rubén", y la lleva con un solo dedo a un orgasmo fuerte y duradero.

Estamos los dos agotados. Podemos hacer entre nosotros mil y una cosas para darnos placer, bajo la atenta mirada del ama, pero ella, con solo un dedo en el coño de Rocío y unos cachetes en mi culo, es capaz de llevarnos a los dos a los orgasmos más potentes que hayamos sentido en nuestra vida. Es una Diosa del sexo. "Oh, mirad esto, lo habéis dejado hecho un desastre, perritas mías. ¿Os ha gustado? ¿Os ha gustado?" nos dice, y sí, nos ha gustado mucho. "Preparad la bañera, vamos a lavarnos hoy los tres juntos. Me siento generosa", y Rocío y yo vamos a preparar el agua, muy caliente y con sales termales, como a ella más la gusta. Llega al baño completamente desnuda, y se ve que tiene el coño húmedo. Ella también se ha excitado. "¿Rubén, qué tal unos besitos como agradecimiento?" dice, abriendo los labios con los dedos. Y yo me arrodillo, y después de besarla los pies, hundo mi lengua con ansia en su sexo, mientras ella me coge de la cabeza para que no me aleje. Cinco minutos tardo en complacer a mi ama, y para cuando se quiere meter en la bañera, la tiemblan las piernas.

Empieza de nuevo el ritual de la limpieza, y Rocío y yo nos esmeramos en que la piel del ama quede limpia. La frotamos los brazos, cada uno de los dedos, debajo de las uñas... con infinito cuidado. Si la hacemos daño, luego nos tocan azotes en el culo, y esos sí que duelen. Cuando el ama está bien limpia, nos lavamos entre nosotros, pero esta vez no me atrevo a dar el mordisco en el culo de Rocío. No con el ama delante. Pero sí le doy un beso en el ombligo cuando la limpio por delante, ya que el ama no me puede ver. Cuando terminamos, nos llama a tumbarnos a su lado, igual que en la cama. Es igual que cuando un gato se sienta en el regazo de un humano. El humano siente ternura por él y le acaricia por instinto. Nosotros colocamos la cabeza sobre sus pechos, son almohadas perfectas, cómodas y muy suaves. Tengo el pezón a pocos centímetros de mi boca, pero no me atrevo a mamar, la leche es para el desayuno. Entonces me muevo para acomodarme un poco mejor, presiono sin querer más de la cuenta y una gota de leche blanca, perfecta, aparece en la punta. "¿No la irás a desperdiciar, no? Podéis cenar aquí en el agua si uno de los dos me vuelve a masturbar". Noto que Rocío baja la mano y se mete el pezón en la boca. Yo hago lo mismo y empiezo a succionar. No podría ser más feliz. Mi vida con el ama es genial. Y pensando en eso, me quedo dormido.