Irene y Maria
El placer que nos damos dos mujeres es muy diferente al que puede darnos un hombre. Ni mejor ni peor, simplemente diferente.
Irene se encontraba algo deprimida desde la separación. Aunque en muchas ocasiones se venía a casa con los niños y lo pasábamos bien junto con mi marido, las depresiones no cedían a la velocidad que pretendía.
Decaída por verse en soledad obligada, venía a casa y pasaba con nosotros las tardes de calor, de lluvia, o de frío.
El fin de semana se presentaba como uno más, dispuestos a hacer un trío con mi marido, que ya estaba dentro de las costumbres de los fines de semanas alternos. Alfonso se retiró a su despacho después de comer para terminar un trabajo que tenía pendiente.
Solas en el salón viendo la televisión y tomando un café Irene me comentó.
María, hace calor, me gustaría salir a algún sitio a pasear tranquilamente sin gente a mi alrededor, estaba pensando marcharme a la casa de mis padres que tienen a las afueras y pasar allí el fin de semana, pasear por el campo y bañarme en el río o en la piscina.
¿Quieres ir sola?. Pregunté
No, tampoco quiero estar sola, ¡si tu quisieras venirte conmigo!, las dos.
¿Y dejar a Alfonso aquí solo? No se si querrá. Voy a preguntarle.
Fui hasta su despacho, la puerta estaba entornada lo suficiente para ver a Alfonso enfrascado en su trabajo frente al ordenador.
Alfonso, ¿tienes un momento?
Si, dime.
Mira, Irene quiere que nos marchemos las dos solas a su casa del campo a pasar el fin de semana, se encuentra algo deprimida y no le apetece estar aquí, ¿te importa si nos vamos las dos solas? Solo sería hasta el domingo por la mañana.
Como queráis, si me quedo aquí solo me dedicaré al trabajo y tendré mas tiempo para acabarlo . Terminada la frase se levantó y me acompañó junto a Irene.
¿Os vais a ir ahora mismo? Preguntó Alfonso
Si, tenía pensado salir en breve. Dijo Irene.
Te podrías venir el sábado por la tarde y nos dábamos un baño. Dijo ella nuevamente.
Me parece buena idea. Comenté
Entonces, vamos, llevaros algo de ropa por si salimos por la noche a tomar algo . Terminó Alfonso a la vez que se marchaba nuevamente a su despacho.
De acuerdo. Contesté y nos fuimos a la habitación para preparar una bolsa con algo de ropa para el fin de semana.
Pusimos el coche en marcha, al cabo de hora y media ya habíamos llegado a la casa de campo de los padres de Irene. Estaba vacía, se habían ido a pasar unos días a la playa.
Después de dejar la bolsa con la ropa en la habitación y prepararnos un café con hielo, nos sentamos en el salón. Irene se levantó para ir a la habitación. Después de unos minutos se presentó ante mi con una camiseta completamente transparente y sin ropa interior, su desnudez resaltaba entre la tela. Se sentó a mi lado.
¿Quieres ponerte algo más cómodo? Tengo algo parecido en el armario. Me dijo.
Si, no me vendría mal.
Fuimos a la habitación, abrió una puerta del armario y en el segundo cajón había varias blusas como la que ella llevaba puesta, distintos modelos y colores pero igual de transparentes. Sacó uno muy bonito con tono azulado, muy escotado y corto que apenas me tapaba mi trasero. Me lo puse y salimos al salón para terminar con los cafés que habíamos dejado encima de la mesa.
Las ventanas abiertas, las puertas del jardín de par en par, la brisa se acercaba hasta nosotras para relajarnos. Me levanté para encaminarme a la salida por la puerta del salón. El césped bien cortado, el agua de la piscina clara y limpia invitaba a bañarse.
Sobre las tumbonas varios juegos de toallas dispuestos en orden. Me quité la camiseta y desnuda de los pies a la cabeza comencé a caminar descalza por el suave césped, despacio, con el aire rozándome el cuerpo estremeciéndome y relajándome. El silencio roto por el sonido de las ramas de los árboles, me hacía sentir como en un sueño.
Me acerque hasta la orilla de la piscina, me agache para pasar la mano por la superficie del agua y notar la frescura que emanaba. Metí los pies sintiendo un escalofrío por todo el cuerpo que se agradecía después de sopor de la aburrida ciudad.
Con los brazos apoyados detrás de mi espalda, incliné mi cabeza hacia atrás con la cara hacia el cielo y los ojos cerrados, me relajaba, me dejaba tocar por la brisa del atardecer.
Estuve allí durante unos minutos moviendo los pies dentro del agua. Me levanté para acercarme a la ducha que tenía en la parte de enfrente de cara a la puerta de la casa. Abrí el grifo para dejar escapar el agua fría de las tuberías, que cayera por encima de mi piel. Me mojaba el pelo, la espalda, los brazos, las piernas. Cerré la llave de paso para lanzarme de cabeza al agua sin demora.
Recorría el largo de la piscina con brazadas cortas y pausadas, cuando alcanzaba la orilla me daba la vuelta para nadar de espaldas, dejándome llevar lentamente hasta el otro lado. Los ojos cerrados impedían ver a mi alrededor. Mis pechos por encima de la superficie, mi pubis mojado se asomaba entre las ondas rebotadas en las paredes.
Abrí los ojos para ver si alcanzaba el borde de la piscina y veo a Irene contemplando mis movimientos. Sin ropa, su cuerpo desnudo por encima de mi, tenía una visión perfecta. Me paré.
Báñate conmigo. Le dije
Varias veces la había visto así e incluso habíamos estado haciendo el amor, pero esa tarde sentía algo especial. ¿Admiración, deseo?, no lo sé pero me gustaba mirar su cuerpo.
Se lanzó de cabeza como hice yo, nado durante unos minutos, mientras yo descansaba sobre las escaleras, sentada sobre el penúltimo peldaño la seguía con la mirada. Se acercó hasta mi, agarró los pasamanos de la escalera, se quedó contemplando mis ojos mientras le devolvía la mirada sin pestañear. Se iba acercando poco a poco hacia mi. Empezaba a notar su cuerpo contra el mío, su piel contra mi piel, su cara junto a la mía y su boca pegada a mis labios me besó tiernamente. Rodeo mi cuerpo con sus brazos acariciando mi espalda con dulzura. Hacia estremecerme, nuestros labios no se separaban y sus manos no se detenían.
Disfrutaba del momento, del placer y del sentimiento aportado por ambas. ¿Quién daba más? Eso no importaba, lo que merecía la pena era estar allí juntas, desnudas, solas, libres. El tiempo que estuvimos no era importante, habíamos llegado hasta allí para descansar, disfrutar y sentir y eso es lo que estábamos aprovechando.
Se apartó de mi lado para seguir nadando nuevamente, mi mirada no se retiraba de ella, la seguía allí donde el agua le permitía.
Nadé junto a ella, despacio sin hablar, sin decirnos nada. Nos agarramos de la mano y seguimos moviéndonos como dos sirenas en alta mar. Al cabo de unos minutos salimos en dirección de la casa. Las hamacas esperando nuestra llegada con las toallas uniformemente colocadas para ser usadas en ese momento. Nos secamos y nos tumbamos hasta que las estrellas aparecieron en el firmamento. Las miradas perdidas entre las tenues luces, los pensamientos abiertos a la imaginación. Cerré los ojos para que mi mente corriera libre.
Siento que Irene se acerca hasta mi, se sienta en el suelo mirando mi cara. Pasa su mano alrededor de mi cara, apartando el pelo hacia un lado, rozándolo con la yema de los dedos hacia atrás.
Me acaricia las mejillas, los párpados, los labios. Sus dedos frotan con suavidad las sienes y va bajándolas lentamente por el cuello para rozar los hombros, deslizando con ternura mi piel, rodea mis pechos. Seguía recorriendo mi cuerpo con sus manos, me abrió las piernas para seguir con sus caricias por los muslos.
Evitaba tocarme el sexo y los pechos, solo caricias. Se sentó en la tumbona empujándome cariñosamente con su precioso trasero para que le dejara sitio a mi lado. Siguió con sus manos agasajándome hasta que se tumbó a mi lado cara a cara, nos pusimos frente a frente para abrazarnos con ternura. Sus labios y los míos se juntaron para que nuestras lenguas exploraran el interior.
Pasó su pierna por encima de ni cadera y aproveche para tocar su hermoso, dulce y tierno trasero. Ella continuaba recorriendo mi cuerpo con su mano por la espalda, la cintura, mi trasero. Yo respondía a sus caricias con el mismo sentimiento que ella hacia mi.
Al cabo de no se cuanto tiempo, Irene se colocó mirando hacia arriba, hacia las estrellas que brillaban tanto como ella. Pasó su mano por detrás de mi cabeza para que me apoyara sobre su pecho a la vez que mi mano no podía evitar tocar sus pechos y su sexo.
Aunque la notaba excitada como lo estaba yo, el deseo de sexo no estaba presente.
Sonó mi teléfono móvil. Entré en el salón para buscarlo en el bolso. Era Alfonso que quería saber que tal habíamos llegado.
¿Qué tal estáis? ¡podías haber llamado al llegar! Me reprochó cargado de razón.
Es cierto, no me di cuenta. Perdona cariño.
Lo importante es que habéis llegado bien, casi tengo terminado el trabajo y mañana después de comer iré para allá, cuando salga de aquí te llamo.
De acuerdo, estaremos atentas a tu llamada y ven despacio con la moto no hay prisa.
De acuerdo.
Vuelvo nuevamente hacia el jardín y antes de salir veo que Irene se estaba acariciando el sexo. Tumbada mirando al cielo con las piernas recogidas y abiertas, sus manos estaban apartando el escaso vello del pubis que le tapaba su vagina.
Sin decirle nada la contemplaba, miraba todos sus movimientos en silencio. Me excitaba ver como se estaba masturbando. Mientras contemplaba semejante espectáculo abrí mis piernas, me agaché y busque mi clítoris que no tardé en encontrar.
La veía moverse al ritmo de sus dedos, su estado de excitación era tan grande como el mío y casi a la par, alcanzamos nuestro primer orgasmo. Solo unos segundo para relajarse, volvió a meter su mano entre las piernas, cuando estaba a punto de alcanzar un nuevo estado de éxtasis, me acerque para besarle en la boca y tocar sus pechos pellizcando suavemente sus pezones, ayudando de esta manera a acelerar el máximo estado de placer que buscaba.
Hizo que me tumbara de nuevo junto a ella para besarme en la boca, mientras pasaba su mano entre mis piernas en busca del clítoris para frotarlo como lo hacía con el suyo. Mientras ella jugaba con mi sexo, yo lo hacía con el suyo, el placer de sentir sus pechos junto a los míos, su mano tocándome entre las piernas y yo repitiendo sus gestos y movimientos, daba origen a nuevos orgasmos cada vez mas cortos en el tiempo y más placenteros.
Descansamos durante unos minutos, sin dejar de acariciarnos y abrazarnos, hasta que nos levantamos para ir a la cocina y prepararnos algo para cenar. Llevamos una bandeja al salón para ver una película mientras comíamos la ensalada y algo de embutido.
Seguimos desnudas. Se hizo tarde y aunque no teníamos que madrugar, el sueño se apoderó de las dos y nos fuimos a dormir en la misma cama.
El sábado llegó mi marido y le contamos lo que ocurrió la noche anterior cuando Irene se fue a comprar el pan y algo de comer. El domingo volvimos a nuestras casas y volvimos a la rutina.
Irene pasó una semana bastante mejor de lo que se encontraba la anterior y eso es bueno para nuestra amiga y para nosotros.