Irene (y 2)

Intento vengarme de mi hermana Irene

El tiempo pasaba monótono, días, semanas, meses… Las cosas seguían igual o peor. Mis padres me tenían totalmente crucificado, sólo podía estudiar, ni siquiera salir. La zorra de Irene seguía tan pancha, se había quitado un gran problema de encima jodiéndome a más no poder, hacía lo que le salía de las narices con mis padres, no estudiaba, no trabajaba; vamos, el arquetipo de la generación ni-ni.

Yo creo que hasta ella misma se creía sus propias mentiras. Así las cosas, en mi mente se iban fraguando y desapareciendo, a la misma velocidad, los planes más peregrinos para vengarme de ese bicho que tenía por hermana.

¿Y si la violaba? ¿Y si hacía que unos desconocidos le dieran una paliza? ¿Y si me la cargaba directamente? ¡Joder, que perra era la tía! Una vez conseguido su objetivo, aparte de darse la gran vida, me jodía todo lo que podía.

Yo, reconozco que a la niña ¿de ambos? (cada vez lo dudaba más) no le hacía mucho caso, era una especie de hermana pequeña por la que, realmente, poco me preocupaba.

Esto me hizo maquinar que, si la enana se encaprichaba más conmigo, le jodería bastante a la zorra. Digo, Irene.

Cumplí los 18 y con ellos la mayoría de edad. No me sirvió para nada, era paterno dependiente así que, como si hubiera cumplido 15. Ahora bien, me podía mover por el mundo sin dar explicaciones, enseñaba mi DNI y me ponía hasta el culo de birras, podía pasar a las disco y, si hubiera querido, hasta comprar tabaco.

Bien,  que se me va la pinza, volvamos a lo nuestro que era buscar la desgracia de mi queridísima hermanita.

Al pasar el tiempo, no encontraba una manera que realmente me satisficiera de poder meter mano en los asuntos del zorrón. El hecho de haberme acercado más a la niña, solo me había acarreado tener que soportarla más tiempo. Por ejemplo, si mis padres pretendían salir conllevaba, automáticamente un:

-Luis, nosotros salimos, encárgate de la cría. A las 9 le das el biberón y no te olvides de bañarla y cambiarla. Si tiene el culito irritado, ponle bien de crema. Y no la dejes gatear por toda la casa, que eres un irresponsable.

-¡Si yo había quedado con mis amigos…! – Contestaba con sorpresa.

-¿Con tus amigos? ¡Ya los verás el día del Juicio Final! ¡No haberte portado como un pervertido! – Me decía mi padre.

-¿E Irene? ¿No es su madre? – Me defendía suplicante

-¡Y tú su padre, desgraciado! ¡Ay, Dios mío, qué hijo! ¡Un pervertido y un sinvergüenza, eso es lo que eres! ¿Cómo pretendes que tu pobre hermana se quede en casa un sábado? ¡Tiene que conocer gente! ¡Desde luego, eres el ser más egoísta que he visto! – La voz de mamá, autoritaria, era lo último que escuchaba antes de cerrarse la puerta de casa.

Para rematar (y joder más si cabe) veía a Irene desfilar por la susodicha puerta unos minutos más tarde, sin tener la decencia de despedirse ni de su hija ni de mí.

Me ahogaba en mi rabia y desesperación un fin de semana tras otro. Esto no lo iba a poder aguantar más. De tanta frustración y ofuscación, no veía ninguna salida.

Pero no todo tenía que salirme mal (gracias a Dios, porque Murphy siempre está al acecho). Como no podía hacer otra cosa que estudiar, saqué sobresaliente de media en el bachiller y unas notas de selectividad acojonantes (9,72). Conseguí un premio nacional de bachillerato del MEC (ministerio de educación) de 1.200 € más una beca para poder estudiar en la universidad que me suponían 4.000 euracos al año.

Puede parecer mucho, pero no es tanta pasta. Si me quería pirar de casa, calculaba de300 a400 pavos al mes por una habitación en un piso compartido, más otros 100 pavos de comida (a base de bocatas) más algún que otro gasto vario. Muy justo.

Lo que no me pude imaginar es que mis viejos decidieran contribuir con otros 300 euros al mes a mi educación (no lo sabía, pero legalmente tenía derecho). ¡Bien, bien, bien!

Las cosas parecían enderezarse. Me fui a estudiar medicina enla UAM, encontré un piso de estudiantes en el Barrio del Pilar que estaba cerquita de la facultad, en fin, todo guay.

Después de un par de años de auténtica libertad, de conocer chavalas sin compromiso donde, por fin, pude estrenarme con el sexo contrario como merecía, de sacar unas notas cojonudas, mi padre murió de un infarto con 49 años. Curiosamente no era un tío gordo, todo lo contrario, había sido muy deportista… En fin, una putada.

Mi madre era ama de casa (de las poquitas que quedaban) y ya sabemos que la zorra era una ni-ni (ni estudio ni trabajo). Conclusión, tuvieron que apretarse el cinturón más de lo que hubieran pensado. Les quedaba una pensión de viudedad a mamá y una inmerecida pensión de orfandad a Irene. La cría (por cierto, no lo he dicho pero la cretina de mi hermana la llamó Vanessa. Si, con dos “eses”. No tengo nada contra las Vanessas, pero con la cantidad de nombres normales, me parecía una horterada) no contaba para los cálculos dela Seguridad Social.

A mi me correspondía otra pensión que, más o menos, venía a compensar lo que ya percibía, pero mi asombro fue mayúsculo cuando, a mi familia, no se les ocurrió otra cosa que pedírmela para poder vivir con un poco más de desahogo.

¡No te jode! ¿Después de lo que habían hecho? ¡Ni de coña!. Lo único que me faltaba, contribuir a que el putón de Irene se diera mejor vida.

Otra cosita que se me ocurrió fue llevar una muestra (pelo) de la niña al laboratorio de genética de la facultad para que me hicieran una prueba de ADN. Increíblemente, los dioses fueron benévolos y, como era de suponer, la cría no era mía ni por el forro.

Esto me vino al pelo, ya que unos días después de haber resuelto todo el papeleo de las pensiones, etc. apareció mi maravillosa hermana con su Vanessita a cuestas en mi casa.

No soy adivino, pero esperaba esta visita desde hacía tiempo, ya estaba tardando… Un par de compañeros de piso estaban en casa, en total éramos cuatro, era sábado por la mañana, o sea, sábado de resaca, nuestro aspecto sólo lo calificaré de deplorable. Al sonar el timbre, uno de nosotros, Edu, se arrastró hasta la puerta. Al abrirla, puso cara de gilipollas, se encontró con una tía cañón de 22 o 23 tacos, de esas que te caes de lo buenas que están, con una niña en sillita (ya debía de tener 4 años o así).

-¿Ein? Digo ¿Qué desea? O sea ¿Qué quieres? – Soltó Edu con voz aguardentosa, no saliendo de su estupor.

-¿Está Luis? Soy su hermana – Contestó Irene de una forma un tanto despectiva después de ver a mi amigo en calzoncillos y el desorden del cuarto de estar.

Edu se apartó de la puerta y me llamó de un grito

-Luiiiis. Una tía maciza que dice que es tu hermana ha venido a verte. –

Salí de mi cuarto y me quedé mirando a la cacho zorra que entraba en ese momento. No me molesté en ser simpático, sólo le hice una pequeña carantoña a Vany, pero como de pasada.

-Oye Luis, tenemos que hablar de un tema muy importante. ¿Podemos ir a algún sitio? – Me dijo mi hermana, mirando alrededor con cara de asco.

Yo solo me había puesto unos vaqueros y ni me molesté en vestirme más, iba con el torso desnudo. No es por fardar, pero tengo un buen cuerpo ahora. Juego al rugby en la uni, entreno dos veces por semana y los demás días me meto una horita de gimnasio. Vamos, que estoy “petao”.

Se notó que Irene se quedó impresionada, la verdad es que era mi intención.

-¿No podemos ir a otro sitio? Esto está hecho un asco y la cría se puede coger cualquier cosa… - Si esta tía creía que yo iba a acceder a nada que me dijera, iba lista.

Hablé un momento con mis amigos y les pedí que nos dejaran solos unas horas. Ya era la hora del aperitivo, no pusieron muchas pegas. Un cuarto de hora y un rato de limpieza después, mis colegas se piraron dejándome solo ante el peligro.

-¿Y bien? ¿Qué se le ha perdido a la señora para que se digne pisar mi humilde morada? – Le dije con mucho recochineo. La pequeña, después de haberse tomado un par de potitos, se había quedado dormida en su sillita.

-Mira Luis, después de la muerte de papá lo estamos pasando bastante mal, nos ha quedado una mierda de pensión y a mí no me dan nada por la cría. Como también es tu hija, creo que deberías…

No la dejé continuar. Me dio un ataque de risa (un tanto forzado, todo hay que decirlo) con el que estuve retorciéndome un buen rato…

-¿Qué pasa, he dicho algo gracioso? – me espetó Irene, con una cara de mosqueo considerable (por no decir de la hostia).

-Mira tía, yo estudio y vivo aquí porque me lo he currado. Que yo recuerde, no me has dirigido la palabra desde hace años si no es para soltar alguna bordería o hacerme la puñeta con los papás. A mí no me vengas con tus historias. – Le solté todavía riéndome de ella.

-¡Perola Vanyes tuya, te tienes que hacer cargo! – Cambió la cara, de miedo o confusión a la típica de zorra que usaba conmigo y siguió. – Lo que voy a hacer es dejártela aquí y que tú te ocupes. Sí, va a ser lo mejor… –

-Tú eres gilipollas o te lo haces. Si dejas a la cría aquí, llamo a la policía o a los Servicios Sociales a que vengan a por ella. Para mí no es nada, si te quedaste preñada aquel día, haber tomado una píldora o haber abortado. A mi no me metas en tus movidas. ¿Por qué no la das en adopción? Se te solucionaban todos tus problemas. – Le dije con total indiferencia.

Todavía no le había dicho nada de que sabía que la niña no era mía y, de momento, pensaba guardarme esa baza. Quería saber hasta donde era capaz de llegar mi hermana con tal de salirse con la suya. Esto era más que alucinante.

-Además, Irene, cuando te quedaste preñada yo era menor de edad y no sé si tú lo eras (yo sabía que todavía si) Imagínate, abuso de un menor, estupro, incesto… Se te puede caer el pelo...- La seguridad en mí mismo con la que hablaba, la estaba dejando desarmada del todo.

Se estaba sintiendo cada vez más acogotada (o acojonada), no encontraba solución a su problema y veía que su táctica de presionarme a mí no daba resultado. (Qué zorra era)

Cambió de estrategia e intentó comportarse como cuando éramos pequeños. Se abrió un poco (más) el escote de su blusa, enseñándome descaradamente las puntillas de su sujetador y el canalillo de su pecho.

-Bueno, quizás podríamos encontrar una solución – Me dijo zalamera – Yo antes te gustaba…-

¡Joder! ¡Hay que ser puta! ¡Y delante de la niña! A esta tía había que darle una lección de las que no se olvidan…

-¿Gustarme? ¡Claro! Estás muy buena, pero me parece que llegas un poquito tarde. ¿No te da cosa no haberme ni dirigido la palabra en años y, de repente, insinuarte así, como una golfa? Ya no tengo 15 años –

-Pero sé que todavía te acuerdas de aquello, sé que fue tu primera vez y que te encantó. –

Más zorra y no nace.

Sin pensármelo dos veces, la agarré de la nuca y le pegué un morreo de campeonato. Colaboró en todo; más bien pretendía llevar la iniciativa. Me mordió los labios, repasó con su lengua mis dientes, se enroscó en la mía…

Llegó un momento en que sólo pensaba con la única neurona útil que me quedaba y no estaba en el cerebro precisamente. ¡Qué bien se movía la jodía! Todavía estaba intentando entender qué pasaba, cuando una mano segura me desabrochaba el pantalón.

La tumbé en el sofá, la fui desnudando contando en todo momento con su colaboración. Le quité la blusa, un bonito sujetador negro con puntillas en los bordes… Unos vaqueros gastados a la moda, unas bragas también negras, pequeñas y muy monas.

En fin, que se quedó en pelotas en menos que canta un gallo. Si cuando tenía 17 años estaba buena, ahora era una auténtica maciza, estaba para tomar pan y moja. No era excesivamente delgada, tenía todo en su justa medida, parecía una modelo. Hasta su cara era angelical. Si no supiera que era tan zorra…

Allí, tumbada en el sofá, la sobé por todas partes; acaricié, chupé y mordí sus tetas, recorrí su cuello, su vientre, sus piernas… Irene suspiraba mientras la niña seguía dormida en la sillita.

Dominando la situación (o creyéndola dominar), ascendí por la cara interna de sus muslos con la boca, dando pequeños mordisquitos hasta llegar a su íntimo tesoro. No sé por qué pero la traté con delicadeza, con respeto, casi con cariño…

Me hundí en sus profundidades, me fundí con ella. Mis manos acariciaban esos pechos sublimes mientras mi lengua recorría, casi independiente de mí, todo lo que se le ofrecía. Labios, mayores y menores, hoyitos, nódulos de placer, jugos… Todo era tentado, chupado, mordido, absorbido…

Irene jadeó mucho, sé que se hallaba en otro mundo, en uno en el que solo valían las sensaciones, el placer… Tuvo un orgasmo y, después de unos segundos, al introducirle un dedo en su dulce coñito y frotar la parte superior de su vagina, otro. Con eso me valió.

Me levanté de entre sus piernas con un esfuerzo sobrehumano y, apartando la sillita de Vany, me fui a mi habitación. La zorra se quedó tirada en el sofá, jadeando e intentando recuperar el resuello, totalmente alucinada por mi actitud.

Al cabo de unos minutos, apareció en mi cuarto desnuda. Tenía cierta cara de sorpresa.

--Luis, perdona. Perdona si te he hecho algo, pero ¿por qué me has dejado sola en el cuarto de estar? ¿No estabas disfrutando? ¡Sabes que te quiero, siempre te he querido! Si no te hablaba era porque los papás me lo habían prohibido. – Me dijo poniendo mucho sentimiento (fingido) en sus palabras.

Se fue acercando a mí que me había sentado en mi cama. No salía de mi asombro, del poder de seducción que te puede proporcionar un buen cuerpo, sobre todo a una mujer. Irene creía tenerme totalmente bajo su hechizo y prácticamente lo había conseguido.

Sin embargo, no estaba dispuesto a transigir esta vez. Si caía, me quedaba sin dinero, sin estudios, sin nada de lo que, con tanto trabajo, había conseguido. A ella le importaba un huevo todo con tal de salirse con la suya.

Me aparté de mi hermana haciendo de tripas corazón. Me puse una camiseta dando a entender el fin de la sesión, la polla me estaba matando debajo de mis vaqueros. Me puse unas zapatillas y, ante el asombro de Irene, cogí mi móvil y le hice un par de fotos como Dios la trajo al mundo (tenía que recordar esa imagen celestial). Las iba a colgar en internet echando virutas.

Puso cara de estupor, yo simplemente me dirigí a la cocina a pillar una cerveza, tenía que permanecer en movimiento o volvía a caer en sus garras. De paso le dije.

-Espero que dentro de cinco minutos os hayáis dado el piro tú y tu mocosa. Te vuelvo a repetir que yo no tengo nada que ver son esa cría, yo era un menor cuando la tuviste, y fue porque te dio la gana, que métodos para evitarlo hay montones.

Utilizando uno de sus últimos recursos, abrió el grifo. Que se puso a llorar, vamos. Debería haberse hecho actriz, tenía unas dotes de interpretación de escándalo. Particularmente, me di media vuelta cepillándome la birra de un trago.

Con toda mi mala educación solté el mayor eructo del mundo, fui a por la niña, suerte que no se había despertado, recogí la ropa de mi hermana, abrí la puerta y lo dejé todo en el descansillo de la escalera. Irene me miró con espanto…

-¿No irás a dejarme en la calle en pelotas, verdad? – Dijo con voz de incredulidad.

-Je, tú me has dejado así a mi durante más de cuatro años. Cuando igualemos la cifra, a lo mejor hablamos. – Le contesté con sorna. – Además, si pensabas que con la niña me iba a ablandar, lo llevas claro.

Se vistió a toda prisa con la puerta abierta mirándome con cara de no entender nada. Supongo que pensaba que me iba a engatusar con su sola presencia (a puntito estuvo); se había llevado un chasco considerable. Un minuto después, había desaparecido (qué paja me tuve que cascar para desahogarme).

Siendo sincero, me sentí un poco mal por la pequeña, pero no demasiado. Mi hermana pretendía utilizarla como chantaje, así que tampoco me comí mucho la cabeza.

Sin embargo, resulta que, en el fondo, soy un blandengue y, a pesar de haber intentado mantener el rencor contra ese zorrón que tenía por hermana (incluida mi progenitora), interiormente no me consumía ninguna rabia sino más bien un fondo de pena y tristeza.

Decidí que no podía ser tan cabrón con ellas como habían sido conmigo, a fin de cuentas, uno tiene sus principios (esperaba no tener unos finales). Así que, a bote pronto (o a bote corrido) me planté en la casa de aquellas mujeres que tanto daño me habían hecho.

No había estado nunca allí, me pareció un sitio bastante cutre pero sabía que su economía no daba para más dispendios. Me había enterado de que, últimamente, mi madre trabajaba de asistenta por horas para mejorar la economía familiar.

Fue ella misma la que me abrió la puerta, su cara de pasmo seguro que no se me olvida.

-¡Luis! ¿Qué haces aquí? ¿Ha pasado algo? – Me dijo con preocupación.

No, si va a resultar que en el fondo todavía le importo a mi madre.

-Hola mamá – No me acerqué a darle un beso ni nada. Empecé de sopetón. -La cuestión es que el otro día estuvo en mi casa la zorra de tu hija… -

No me dejó seguir

-¿¡Cómo se te ocurre llamar así a tu hermana!? ¿Es que nunca te hemos enseñado nada? ¡Dios mío, sigues siendo el mismo! –

Se me inflaron un tanto las pelotas, estaba más que harto de que fuera siempre el pringado mientras Irene se iba siempre de rositas.

Empujé a mi madre hasta el cuarto de estar y la hice sentarse en un sillón. Yo lo hice enfrente.

-Mira mamá, estoy cansado de que creas tener a un degenerado por hijo y a una santa por hija. ¡Se acabó! Si quieres volver a verme tienes que estar dispuesta a escuchar lo que tengo que decir, si no, no me vuelves a ver el pelo. – Dije levantándome, dirigiéndome a la puerta.

-Espera, espera Luis, no te vayas, siéntate, siéntate y hablamos. ¿Cómo puedes decir que no te escucho? –

¡Joder, hay que se hipócrita, no me habían dejado abrir el pico en los últimos cinco años.

-Bueno, como te decía, el otro día vino a mi casa Irene con la niña. Venía a pedirme mi pensión para que vivierais más desahogadas. Me dijo que estabais fatal de dinero. –

-¿Cómo? – Se asombró mi madre -¿Qué fue capaz de ir a pedirte dinero? Pero si desde que trabajo estamos bastante bien. A la niña no le falta de nada y a ella tampoco. –

-E Irene, ¿ella trabaja? – le pregunté.

-No hijo, la pobre está en paro, ya sabes cómo están las cosas… - Me dijo defendiendo a mi hermana. –Se dedica a cuidar a Vanessa, eso ya es mucho trabajo…– Lo dicho, una ni-ni de la cabeza a los pies.

-¿Los fines de semana también? – Me extrañaba muchísimo que ese putón se quedara cambiando pañales un sábado.-

-Bueno, los fines de semana no, la pobre necesita salir con gente, conocer chicos…- ¿Dónde había oído yo esa frase?

No la dejé continuar. Se me estaba poniendo una mala leche de cojones.

-Esto no puede ser mamá. Tienes una venda en los ojos con tu querida hijita y va siendo hora de que te la quites. Para empezar, ¡Y no me interrumpas! Cuando se quedó embarazada, no fue culpa sólo mía. Piénsalo. ¿Tú crees que un chico de 15 años, bastante inocentón, le puede seducir a una chavala de 17? Ni de broma, vamos. La cuestión es que fue ella la que provocó toda la situación. –

-¿Pero por qué iba ella a querer eso? No tiene sentido.-

-Pues porque ya sospechaba que podía estar embarazada. –Solté en plan bombazo.

-¿Qué? ¿Ves como no puede una fiarse de ti? ¡Tu hermana era virgen, si lo sabré yo! -

Dijo mi madre levantando la voz. Yo me puse más serio todavía.

-¡Te he dicho que no me interrumpieras! Tengo pruebas mamá. Se me ocurrió hacerme una prueba de paternidad y la niña no es mía. Mira –Le dije enseñándole el dictamen del laboratorio de genética.

Estuvo un rato mirando el papel, luego levantaba la vista y me miraba a mi, parecía no entender nada…

-Pero, pero… No puede ser, tiene que haber algún error, Irene no le haría algo así a su propio hermano… Siempre te quiso mucho…-

-Ya. Y era más fácil creerla a ella que dedicarme cinco minutos de vuestro tiempo. ¿Te acuerdas de aquel tío con malas pintas que no os gustaba nada? Me parece que es el padre. Se inventó que el hijo era mío para no tener que casarse con él. Lo que me alucina es que, por el mero hecho de que lo dijera Irene, tenía forzosamente que ser verdead y que yo era un pervertido.

Ya ves que ella es muy guapa. Pues con 15 tacos sólo se piensa con lo de abajo, no le costó nada llevarme al huerto. Lo que no perdono es lo que me habéis hecho pasar después. Hasta el pobre papá se fue a la tumba sin saber la verdad.-

Mi madre se quedó de una pieza. Todos sus esquemas se vinieron abajo como un castillo de cartas. Empezó a llorar (qué facilidad la de esta familia) a querer abrazarme y darme besos.

Como podía me la quitaba de encima dándole palmaditas en la espalda.

-¿Y ahora, qué vas a hacer Luis? – me preguntó. –No me extraña que no hayas querido saber nada de nosotros en todo este tiempo. Pero, se acabó. En cuanto vuelva Irene de la calle, le canto las cuarenta. –

-No mamá, en cuanto venga Irene me las va a pagar todas juntas, me las va a pagar en carnes. Y como se te ocurra decir o impedir algo, monto aquí la de Dios es Cristo.-

Mi madre me miró con cara de susto…

-¡No pensarás hacerle algo a tu hermana!-

-¿Qué si le voy a hacer algo? ¡Me la voy a follar! ¡Me la voy a follar delante de ti! Y espera que no te dé a ti también un meneíto.-

Su cara era ya de pánico. Debía pensar que me había vuelto loco.

-Además, voy a volver a vivir con vosotras, para repetir esto todos los días… -Le dije con toda mi mala baba.

Al cabo de un par de horas y de unas cuantas cervezas que le había hecho servir a mi madre, apareció mi queridísima con su hija. Si mi madre se había asombrado al verme, el susto de mi hermana fue mayúsculo.

Según entró, se quedó mirándome alelada. Yo me había pillado un puntillo así que le dije a mamá que cogiera a la cría mientras me llevaba a mi hermana a una de las habitaciones, no me importó cual.

-Bueno Luis –Me dijo la muy hipócrita (qué fácil se reponía) -¿Cómo es que has venido a vernos? –Por su tono de voz y donde estábamos debía de creer que tenía totalmente controlada la situación.

Le solté un bofetón en toda la cara.

-¡Desnúdate zorra! Ahora mismo me vas a comer el nabo y luego veré si hablamos de algo…-

Con la cara marcada por mis dedos y cagada del susto intentó salir pitando de la habitación. Su mirada, normalmente angelical o sensual dejaba traslucir un odio que me dejó helado.

Me resultó fácil sujetarla y soltarle las dos siguientes bofetadas cruzándole la cara. Cuando volví a levantar la mano, se intentó cubrir. Aproveché para sentarme en la cama, ponerla sobre mis rodillas y darle unos azotes en el culo con toda la fuerza de la que fui capaz. No sé si le haría mucho daño pero era tremendamente humillante para ella.

Cuando ya tenía el brazo hecho polvo por los golpes y ella el culo como un tomate, dejó de chillar como una cerda en el matadero, empezó a gemir, a suplicar perdón…

‘Ni perdón ni hostias’ Pensé. Esta cabrona se va a enterar de cómo las gasto. La tumbé boca abajo en la cama, le quité la minifalda y las bragas dejando ante mí un culo glorioso totalmente colorado.

Yo había venido  preparado, Me puse un condón, lo embadurné con crema lubricante, me puse entre sus piernas mientras ella lloriqueaba y con fuerza, saña pero sin pausa, le introduje la polla por su esfínter anal.

‘Mira que casualidad’ pensé otra vez ‘por aquí sí que era virgen. Pues que se joda, o mejor, la jodo’

Los gritos de cochina retumbaron en la habitación y, cuanto más chillaba, más disfrutaba yo. Al llegar hasta el fondo, hice lo que todo el mundo hace, empezar un mete saca con toda la fuerza de la que fui capaz. La verdad es que lo estaba haciendo a mala hostia.

Seguí hasta que calló, sus gritos fueron gemidos, entonces paré. La di la vuelta, me subí a su boca y le hice chuparme el nabo con el condón puesto, lleno de lubricante y manchado de heces. Se la metí hasta la garganta sin ninguna consideración obteniendo el resultado previsible, vomitó hasta la primera papilla.

Le solté otro par de bofetadas por guarra, la levanté de la cama (estaba hecha un asco), la apoyé sobre la cómoda de la habitación metiéndole mi pene en el coño sin la menor delicadeza.

-¡AHH, CABRÓN!. ¡Eres un hijo de puta! ¡Te juro que esta me la pagas!. –

Ni habiéndola dado unas cuantas leches, ni habiéndola roto el culo, ni follándola a lo bestia era capaz de dar su brazo a torcer.

Redoblé mis embestidas, ella botaba encima de la cómoda medio desmadejada. En ningún momento dejó de insultarme… Sin embargo, disfrutaba; me daba la sensación de que le encantaba ser tratada así. Pensé en no decepcionarla.

Volví a cruzarle la cara, un hilillo de sangre le corría por la comisura de la boca… Me lancé a morderle los labios, a chuparle esa sangre… La chupé y mamé los pezones hasta hacerle daño… Pero ella disfrutaba, su mirada de odio pasó a ser de deseo, luego de agradecimiento (bueno, esta no la supe interpretar).

Se corrió a lo bestia dando grandes gemidos y gritos, se abalanzó hacia mí mordiéndome la boca, la oreja.

-¡Sigue cabronazo! ¡Ten cojones y sigue dándome así! ¡Haz que me corra otra vez! -

¡Joder con mi hermanita, que zorrón!

Por puñetera rabia la bajé, la di la vuelta volviéndosela a meter por el culo. Con una mano le retorcía los pezones mientras le introducía dos dedos de la otra por el coño. Sin ninguna delicadeza, pensando en que, de un momento a otro, me pediría piedad.

Pues no, volvió a correrse a lo bestia apretando mucho su esfínter, dando grandes  gritos, haciendo que soltara mi carga en el interior del preservativo, mordiéndole la espalda.

Me quedé descansando encima de ella, dándole mordiscos en el cuello, las piernas nos temblaban, estábamos a punto de caer al suelo. Así fue, me dejé caer arrastrando a Irene conmigo, sin sacarle la polla del culo en ningún momento.

-Eres un cabrón, me has hecho polvo. Ahora a ver que le dices a mamá… - Me dijo segura de su triunfo.

-¿A mamá? – Le contesté –Con ella ya he hablado. Me pienso venir a vivir aquí. Ya que necesitáis el dinero…

-Pero aquí no hay sitio, sólo hay dos habitaciones. ¡Como no quieras dormir en el sofá! –

-Veo que no te enteras. Voy a quedarme en esta habitación, en esta cama…-

-Pero esta es la habitación de mamá, aquí no te puedes quedar. Y en la otra dormimos mi hija y yo –

-Sigues sin darte cuenta de nada. Esta va a ser mi habitación y la tuya, la otra, la de mamá y tu niña. Vamos a repetir esto muy a menudo –

La cara de mi hermana era un poema. Se levantó desencajándose de mí, mirándome con cara de espanto.

-¿Estás loco? Somos hermanos, no podemos dormir juntos, mamá no lo va a permitir jamás –

-Mamá ya lo sabe, y si no lo sabe, ya lo está sospechando. Y a ti más te vale tenerme contento, esto va a cambiar más de lo que piensas –

Fue a decirme algo, a negarse, pero sin llegar a abrir la boca se llevó otras dos hostias que la cruzaron la cara.

Me vestí y salí de la habitación, ni mi madre ni la cría estaban en la casa. Apareció mi hermana, su cara de odio o de indiferencia hacia mí había desaparecido, me miraba con una especie de temor reverencial.

-Luis, por favor, ¿No pensarás en serio hacerme esto, verdad? Soy tu hermana, no me puedes obligar…-

-Si no quieres que te cruce la cara todos los días, tú misma. – Era un farol, no iba a estar dándole de hostias a diario…

-Pero la niña se va a dar cuenta, imagínate que cuenta en el cole que su mamá duerme con su hermano. – Estaba buscando todas las salidas posibles viendo que se cerraban una puerta tras otra.

-Pues le dices que soy tu compañero, no tu hermano. Además, si te portas bien, las cosas te irán mejor. Eso sí, te pones a estudiar o a trabajar, pero nada de estar tocándote el coño todo el día. Y se acabó lo de salir los fines de semana, te tienes que ocupar de tu hija. –

El putón de mi hermana se estaba viniendo abajo por momentos, veía un panorama más negro que el sobaco de un cuervo.

Apareció mi madre, muy oportunamente. Le dijo a Irene que las cosas se iban a hacer como yo dijera (creo que temía que usara el mismo tratamiento con ella). A partir de entonces, yo sería el hombre de la casa (a joderse tocan).

Ha pasado un tiempo y, en efecto, las cosas han cambiado. Hubo un par de intentos de rebelión que fueron cortados con contundencia. Irene no sabe que yo sé que Vanessa no es mi hija, aunque no sé si eso me sirve de algo.

A mi madre la tengo comiendo de la palma de la mano. Uno de los intentos de rebelión vino por su parte y tuve que aplicarle el mismo tratamiento que a Irene. No me hizo ninguna gracia follármela y partirle el culo, no me produjo placer, sólo aumentó mi poder y control sobre ambas.

A mi hermana me la cepillo casi todos los días, reconozco que siempre he sentido debilidad por ella, incluso en los peores momentos. A pesar de lo que dice (que vive esclavizada), yo creo que disfruta de la situación, estoy seguro de que a veces me provoca para llevarse unas cuantas leches y un polvo de campeonato, sobre todo cuando yo llevo una temporada siendo simpático.

Dentro de nada acabaré la carrera, se que el MIR no me supondrá ningún problema, a partir de entonces, yo mantendré a mi familia. Irene vuelve a estar embarazada (un fallo técnico), esta vez estamos seguros de la paternidad. Yo no tengo ningún problema en que tenga o deje de tener al niño. Trabaja de cajera en un híper y hace un par de meses le hicieron contrato fijo, gracias a Dios las cosas han ido mejor de lo esperado, ahora puede decidir lo que hará (con el niño, conmigo lo lleva claro).

Lo que nunca he llegado a saber es porqué se quedó embarazada la primera vez, mejor dicho, porqué siguió con el embarazo. A lo mejor, en un momento de debilidad, sintió algo por mí (es lo que quiero pensar), o por el macarra con el que salía. Creo que eso va a ser uno de los grandes misterios de la raza humana y, si vuelve a tener este otro niño… Me dará mucho más en que pensar.