Irene, la sirena

Polvazo con una morena de calientes curvas en el vestuario de una piscina.

Irene, la sirena

Los siguientes sucesos tuvieron lugar durante una calurosa tarde de verano en la piscina de mi comunidad. La piscina estaba prácticamente vacía. Una vieja tomaba el sol en un lugar apartado; un par de marujas discutían animosamente a la sombra de un árbol; tres jovenzuelas doraban sus carnes al sol cuando no se encontraban chapoteando en la piscina; y yo me encontraba en un lugar estratégico, dominando con la vista la mayor parte de la piscina.

La tarde era bastante aburrida y mi principal diversión consistía en no quitarles ojo de encima a las tres lindas muchachas. Conocía a una de ellas. Se trataba de la hija de un tipo acaudalado, que por lo que yo sabía, regentaba varios restaurantes. Se llamaba Lorena y aunque en esos momentos no podía apreciarlo en la distancia, recordaba que tenía unos ojos increíbles, con una tonalidad clara que se movía entre el gris y el azul. Tenía una larga melena rubia que le caía espalda y hombros y una piel suave y clara. Si me ando por las ramas es porque no tenía mucho más que llamara la atención. El pecho era más bien pequeño y el culo no era gran cosa. Una chica normalita que le hacía mamadas a su novio en la calle vertical a su casa casi todas las noches.

Con ella estaban otras dos chicas, supuse que amigas invitadas. Una de ellas estaba entradita en carnes aunque parecía orgullosa de ello, pues llevaba un bikini blanco bastante escueto. Sus tetas casi desbordaban la parte superior y la parte inferior se acercaba a la definición de tanga. La otra tenía un buen tipito. Pecho generoso aunque no excesivo, pelo moreno corto, risa estruendosa y un culo que aparentaba resultar delicioso. Llevaba un bañador negro de natación de una pieza. Por alguna razón, era la que más morbo me inspiraba de las tres.

Dado que no les quitaba ojo de encima, no tardé en notar que cada cierto tiempo las chicas me lanzaban furtivas miradas. En más de un ocasión nuestras miradas se cruzaban y sólo la morena del bañador negro era capaz de mantener los ojos fijos en mí sin volver la cara con risitas avergonzadas.

En un momento dado, la morena salió del agua y se dirigió hacia los vestuarios. Estos se encontraban justo detrás de mí, por lo que pude apreciar los detalles de su belleza mejor según se acercaba por mi diestra. Ella no despegaba su mirada de mis ojos y mostraba una amplia sonrisa, conocedora del hipnótico control que ejercía sobre mi persona.

Cuando pasó a mi lado no pude evitar girar la cabeza para fijarme en su culo. Realmente se veía tierno y sabroso, ideal para hincarle el diente. Eché una mirada rápida a la piscina. Sus dos amigas también habían salido y secaban sus cuerpos juveniles al sol. Decidí acercarme a los vestuarios, pero no a los de hombres.

Entré sigilosamente en los vestuarios de mujeres y vi que uno de los baños estaba cerrado. Con un rápido vistazo por debajo me aseguré de que la morenita se encontraba al ver sus pies en el suelo. Oí con paciencia ese ruidito característico de un arroyuelo goteando, el rasgar del papel higiénico y el sonido de la cadena del váter.

La chica abrió la puerta y salió despreocupada acomodándose el bañador a las nalgas. Cuando estaba a punto de llegar al lavabo, reparó en mi presencia. Se quedó helada, con la boca abierta.

  • Hola.

Saludé como si nada. Ella correspondió el saludo. Pensé que podría divertirme un poco apretándole las tuercas a la chica.

  • Cómo te llamas?
  • Irene.

Le lancé varias preguntas absurdas sobre Lorena y otras banalidades. Cuando parecía que el hielo ya se había roto, comencé a insinuarme. Halagué sus ojos, su pelo, su sonrisa y su bonita figura. Ella también me correspondió, no sé si por simple cortesía o porque así lo pensaba. Poco a poco me había ido acercando a ella y apenas unos centímetros nos separaban ya. Me fijé en sus pezones, los cuales se marcaban a través de la tela del bañador. Sus ojos reflejaban algo de nerviosismo, quizá de excitación.

Le acaricié el pelo con una mano de forma delicada, situándola en su cuello despreocupadamente. Entonces la besé. En pocos segundos nuestras lenguas se exploraban mutuamente. Con pocas chicas había tenido tanta facilidad en entablar un beso con lengua, y todas habían resultado ser poco menos que unas zorras. Irene parecía que apuntaba a lo mismo, pues además sabía besar tremendamente bien. Sabiendo que no nos íbamos ya a separar, mis manos comenzaron a explorar sus curvas.

Toqué sus nalgas y estiré la elástica prenda para poder acceder de primera mano a la piel de aquel bonito trasero, llegando a cualquier rincón. Tras la exploración por la parte de atrás, tocaba inspección delantera. Un leve reconocimiento de sus tetitas bien puestos y un primer acercamiento a un chocho que prometía ser un buen lugar donde guardar las cosas.

Tras varios minutos de intenso intercambio de saliva, nuestras bocas se separaron. Los dos respirábamos agitadamente y ambos deseábamos continuar. Le bajé uno de los tirantes del bañador y pude observar atentamente su pecho izquierdo. El oscuro pezón estaba durito y resultaba una delicia para mis labios. Mientras me amorraba a su teta izquierda, pellizcaba oportunamente el otro pezón. Irene jadeaba de forma cada vez más acelerada. Sentir sus dulces manos palpar mi polla y mis huevos me hizo recordarlos.

Bajé una de mis manos a su chochito y, separando la tela del bañador, introduje un par de dedos para comprobar su estado de lubricación. Estaba algo húmeda, pero aún debía encenderla más. Mojé mis dedos de saliva y me dediqué a llevarla a un nivel de excitación mayor. Cuando consideré que estaba a punto, me bajé mi bañador y mi verga venosa salió a relucir. Los ojos de Irene, fuertemente fijados en mi polla, hacían chiribitas. Me arrimé aún más y la penetré. Irene gimió.

Inicié un lento balanceo hacia delante y atrás, penetrándola continuamente. De tanto en tanto, tiraba de uno de sus pezones o le volvía a meter la lengua en la boca para acallar sus gemidos. La espalda de Irena chocaba contra la pared de azulejos con cada nueva embestida. Yo sujetaba su pierna izquierda para poder follármela mejor. Variamos las postura un par de ocasiones, aunque aquello no iba a durar demasiado. Cerca ya de mi clímax, hice fuerza ligeramente sobre sus hombros para que se agachara.

No me costó demasiado esfuerzo, pues Irene sabía perfectamente lo que debía hacer. Abrió su dulce boquita y se metió todo lo que pudo en su interior hasta casi llegar a la garganta. Sus lametones y un par de sacudidas hicieron que comenzara a correrme. La leche manó con fuerza y golpeó una de sus mejillas. Parte del esperma se alojó en el interior de su boca y parte le caía por la barbilla. Una vez que hube disfrutado mi momento de placer, me enfundé la polla morcillona, di media vuelta y me dispuse a salir del vestuario.

  • Y tú cómo te llamas?

Me preguntó la morenaza. Me detuve en la puerta, y la miré sonriente:

  • Pregúntaselo a tu amiga Lorena.