Irene, Irene (2: Seguimos en tu boda)

Sigue la boda y voy rememorando las perversiones de Irene, la morbosa catalana, la más obscena de Barcelona.

Cap 2

Irene, Irene.

Te veo con tu vestido de novia, con tu marido, ese "novio para casarte" que me dijiste (advertencia, creo que fue)

Pero yo sé lo que tienes dentro y también conozco bien lo que tienes fuera, en la piel, porque he navegado horas eternas en ella y he dirigido (no estoy muy seguro) otras navegaciones masculinas en ti. Porque tus gemidos me han erizado toda mi piel y me han provocado momentos de éxtasis profundo, porque eres una droga adictiva a la que estuve enganchado.

Y sé que tu marido se asombrará de la fruición con la que tu garganta le dará el placer heterodoxo. Y que cuando, generosa como siempre, le incites a montarte, él sentirá que eres la única hembra del universo.

Pero él no sabe que lo eres para todos. El es tu marido ahora. Sólo eso, tu marido. Y tú, su esposa.

Y yo, haciendo un esfuerzo, miro mis compañeros de mesa, heterogéneos, unos cuantos venidos de aquí y de allá, conjuntados por el azar y por las directrices del jefe de ceremonias que ha decidido que la edad es un buen criterio para compartir el espectáculo de tu subida al tálamo con otro.

Ellas te miran, a ti, sólo tú cuentas en todo el tinglado, sólo la novia, y remueven algunos deseos ocultos pasados o por pasar y, comparándose, desarrollan el ensueño de ser mejores que tu porque lo hicieron mejor o porque lo harán mejor, pero con un cierto aire de la amargura que tu les arrojas y que proviene de la realidad que es lo único que cuenta. Y la realidad, hoy y ahora, es tuya.

Ellos te miran con evidente deseo, con el ardor masculino de la desfloración anunciada. Yo sé que no eres virginal, pero hoy sí lo eres, aunque sé lo que te gusta ser puta y también sé de tu delirio por el semen. Sin pedantería, porque sé que tampoco yo degusté la ambrosia de tu desfloración y que no llevas la cuenta de todos a los que hiciste sentirse hombres únicos.

Pero tú siempre serás virgen la primera vez, incluso cuando uno es consciente de ser tu segundo amante en la misma sesión, con tu entrepierna rezumando semen de otro:

Ahora tú, cariño – solías decir – fóllame como tú sabes, acábame tú.

ZORRA, PUTA, - decía yo con un sentimiento de macho herido, pero excitado y erecto hasta el dolor físico, penetrándote con rabia, haciéndote daño – toma polla guarra, puta de todos, tragapollas, depósito de semen.

Cabrón, hijoputa, me follas como nadie – y te corrías como una fuente en un orgasmo eterno, gimiente que anulaba mi rabia y sanaba mi herida. Diosssss, qué mujer – dame tu semen cabrón, deseo también el tuyo – y, ¡cómo no!, te lo daba hasta la última gota, en tu vagina, en tu culo, en tu boca, siempre dispuesta, sin problemas, donde fuera.

Tu marido no lo sabe, yo sí. El no te ha visto como yo, abierta (te gustaba que dijera despatarrada) dolorida, la piel brillante de sudor, la cara desencajada de placer, emanando un intenso olor de semen (no siempre el mío) y flujo, de hembra follada, sí multifollada, y tus besos con sabor de las pollas (no siempre la mía), que han encontrado alojamiento cálido y entusiasta (muy entusiasta) en tu boca de puta, la misma que ahora sonríe virginalmente y besa a todos los invitados.

Conozco algunos de mis compañeros de mesa en la boda. Sé que algunos se hacen reflexiones parecidas porque tú ya les concediste el privilegio de tu sensualidad y sé que otros lo desearon. Y hoy lo deseamos todos. Y tu marido será hoy el elegido.

Algunas miradas cruzadas me confirman lo que pienso, Irene. Miradas de complicidad. Expresan más que las palabras:

Está preciosa hoy Irene.

Y casi asoma a cada pupila la imagen que cada uno capturo de tu cuerpo desnudo extendido, receptivo. Lo sabemos.

Tu marido viene a saludarnos, nos conocemos, (tu siempre le has presentado a tus amantes, claro que sin decírselo) y le felicitamos haciendo alguna alusión pícara, obligada, de buen gusto, sobre su suerte. Alejada del verdadero empuje verbal que quisiéramos dejar suelto:

  • Vaya suerte que tienes, ladrón, es guapísima, te llevas la mejor, etc. – En realidad queremos decir: no te la mereces, imbécil, tu esposa es una de las mejores putas de Barcelona, debería ser yo quien estuviera con ella en la cama y no tú.

Se va. Nos miramos. Complicidad. Hemos obligado a tu marido a beber con nosotros. Mezquinos. Esperanza que se emborrache y no te posea. Los tres queremos ser tu marido, vaya, tu marido, no, solo follarte. Complicidad. Sonreímos.

Sin ponernos de acuerdo nos levantamos y vamos a tu encuentro, radiante, expresiva, feliz, hermosa. Nos miras llegar, sonriente. ¿Qué piensas? Siento un hormigueo en mis testículos, te veo en aquel atasco de la Ronda Litoral, en tu coche, volviendo a toda prisa (los dos habíamos quedado, yo con mis amigos y tu con tu "novio para casarte") de la playa nudista de Sitges, donde habíamos echado un polvo glorioso, en el agua, aguantándote de pie y tú me comías la boca mientras te penetraba con fuerza en medio de una multitud, diciéndonos (pero no creyéndolo) que como estábamos en el agua no se notaba que te estaba follando, pero te excitaba la expectación, sobre todo la de los tres muchachos adolescentes que te miraban de cerca, y a los que te descubrí mirando mientras gemías levemente cuando empujaba fuerte.

Perversa calientapollas, pensé, pobres chicos, suplicio de Tántalo, viendo como delante de sus narices un cabrón (yo) se folla esta tía buenísima que les mira mientras se traga el rabo. ¡No sabía entonces que yo iba a estar en la situación de los chicos! Pero no me avanzo.

Y después en el atasco, con tu vestidito ligero y corto, tu tanguita y tu generoso escote sin sujetador. Me estaba poniendo nervioso por la tardanza. Me pediste que me tranquilizara. Te miré y una idea perversa (me creía listísimo) me asaltó. Sonreí.

-Quítate las bragas, Irene – me miraste un momento, la faldita solo te cubría un poco el muslo, no dudaste más, cogiste tu tanga y lo sacaste. Me miraste.

Sube tu vestido, cariño – lo hiciste, perversa y sonriendo – abre las piernas – sin problemas lo hiciste, sonriendo. Vi tu coño – quédate así – excitado, saqué mi polla de la bragueta, la miraste – menéamela, cariño, sin juntar las piernas – me masturbabas con suavidad, en un momento la tuve dura, tu mirada en ella – ummm, putita, me la has puesto a punto para tragártela – oi una risita pagada, te inclinaste y comenzaste la mamada.

Me gusta tu polla, cabron, la voy a dejar seca.

Qué puta eres Irene, me encantas. La mamas como una ninfa. Te gusta mamar pollas, zorra, seguro que se la has mamado a cientos de tíos – me calentaba yo mismo intentando ofenderla o humillarla – ¿ya sabe tu novio que eres una tragapollas? ¿Que te has amorrado como una puta viciosa, de cualquier postura, a cientos de pollas?

Me gusta mamar pollas, cabron, si, me gusta, suelo mamar dos o tres cada dia, después de ti se la pienso mamar a a varios aún – ¡y yo que pensaba que te humillaba! Sabías perfectamente seguir el juego, excitarme.

Irene, zorra, mi semen....bébelo.

Dámelo hijo de puta – senti la explosión de placer y el sonido de tu garganta tragándolo. Estuviste hasta que mi erección desapareció totalmente y luego la besaste. Y te acercaste a mi boca.

Bésame cerdo, y prueba tu semen – me besaste con la lengua casi en mi garganta y tuve conocimiento del sabor de mi propia polla. Vi que mirabas hacia fuera por el parabrisas. Miré y lo que vi me heló.

En la cabina de un camión parado un poco más adelantado, había dos hombres mirándonos. Desde su posición elevada y cercana no podían haberse perdido detalle. Comenzaron a aplaudir, me maldije por no haberme dado cuenta, pero me helé más aun cuando te vi, sin pudor, sonreírlos, sin bajarte la falda, obscena, saludándolos con la mano.

Nena, puedes seguir con nosotros – dijeron, y tú te reías - las tenemos a punto

Ya me gustaría, pero ahora no tengo tiempo, guapos - ¡qué dominio de la situación! Yo estaba como bloqueado, no sabía cómo reaccionar.- En otra ocasión.

Vaya manera de mamar nena, ahora voy para allá. – abrieron al puerta del camión y yo me puse nerviosísimo, mientras tu no dejabas de sonreír, divertida.

En aquel momento, el atasco pareció que se diluía y tuviste que ponerte al volante y arrancar, les dijiste adiós con la mano y yo pensé ¡menos mal!, pero me quedé inquieto.

¿Por qué me miras así? ¿No te ha gustado la mamada?

Sí, claro, mucho, pero....lo de los camioneros....- echaste una carcajada que me hizo sentir ridículo. ¡Pardillo!, me dije y me maldije.

Hubiera sido divertido, ¿no te parece? Seguro que te hubieras excitado– callé, pensando que me metía en un terreno resbaladizo, tu sonriendo de esa manera que uno no sabe si hablas o no en serio – no te preocupes que no haré nada sin que tú estés de acuerdo.

Ahora sé que se lo hubieras hecho sin dejar de sonreír. El exhibicionismo te gustaba también como pude comprobar en los días siguientes. Y comencé a pensar en cosas que no se me habían ocurrido. Sonaba en mis oídos "no haré nada sin que estés de acuerdo", pero....y si estoy de acuerdo, ¿lo harías? Se me quedó la pregunta en los labios. Y fue el comienzo de la plenitud de perversiones sexuales que hicimos juntos.

Y ahora, vestida de novia. ¡Qué cosas!