Irene I

Una joven a punto de casarse confiesa a una amiga sus vicisitudes con su futuro esposo

Irene

Le contaba a la tía de su novio como se habían

distanciado y había conocido a otro y lo que tuvo

que hacer para subsanar su desliz cometido

Muy poco antes de casarme, apenas un mes, un ahijado mío –un poco mas joven que yo–, se me adelantó. Aclaro que fue con motivo de su bautismo: se bautizó a los dieciocho años. Como es normal hubo el consabido revuelo previo a la-gran-fiesta-familiar que se aproximaba.

Sergio –que así se llama mi sobrino–, salía hacía dos años con una compañera de estudios de la carrera de económicas –Irene– a la que conoció en un prestigioso centro privado de Barcelona. En realidad fueron dieciocho meses, pues hubo una interrupción en su noviazgo que, felizmente, terminó en reconciliación al principio del verano.

Cuando llegó septiembre, apenas nueve semanas desde que esta se produjo decidieron iniciar los trámites del casamiento, que fijaron para el quince de ese mismo mes.

Yo conocía a Irene desde los primeros días de la relación. Desde el momento que lo anunciaron, ella pasaba muchos días –y noches– en la casa familiar. Ya sabes lo acogedora y liberal que es mi hermana Teresa.

Me encontraba con Irene cada vez que iba por Barcelona. El tener casi la misma edad facilitaba una corriente de confianza mutua que ella no podía mantener con otros miembros de mi familia. Así que puedo afirmar francamente que éramos amigas. Se sinceraba conmigo como yo con ella... en lo posible por mi parte, claro. Cuando tuvo lugar la separación lo sentí de veras. Apreciaba mucho a esa chica y consideraba que podía hacer mucho bien a mi fillol. Mi ahijado, debo decirlo, era un tanto pasota y despreocupado con todo, y también con ella, desde luego. Precisamente esa “cualidad” me pareció ser la mayor causante de la ruptura. En parte sí lo fue, pero solo en muy pequeña parte.

Tardé bastante tiempo en enterarme que se habían reconciliado. De hecho estuve en casa de mi hermana para el ferragosto y Sergio andaba solo por allí, sin rastro alguno que denotara su vuelta con Irene, así que me extrañó que a finales de mes me anunciaran el arreglo. Como no había tomado vacaciones durante ese caluroso estío, ya que mi prometido no lo había hecho, harta de tanto estajanovismo de mi novio, decidí no aguantar mas, lo dejé plantado con sus quehaceres y todo –imprescindibles para él, por lo que podía ver– y me fui a Barcelona hasta la boda, a disfrutar de la gran casa con piscina que mi hermana y mi cuñado tenían en Sant Cugat. y por fin allí me encontré con Irene. No había tenido ningún contacto con ella desde que habían tenido aquella momentánea separación, cosa que me había extrañado sobremanera y lo seguía haciendo. Mis llamadas siempre tenían la misma contestación: “Este teléfono está fuera de servicio temporalmente por orden del titular”.

Ya he dicho que atribuía a la dejadez y falta de atención de Sergio los motivos del alejamiento, algo de lo que ella se quejaba amargamente muy a menudo. De ahí mis vanos intentos de hablar con Irene y consolarla a quien –con mi sobrino o sin él–, yo consideraba mi amiga. Así que cuando hubo ocasión de estar a solas le manifesté mis agravios para con ella y su falta de confianza, tanto cuando rompió como cuando se reconcilió, lo cual me había dolido enormemente. A Irene se le saltaron las lágrimas cuando me dijo que sentía mucho el haberse comportado así conmigo, pero que tenía sus razones, que no podía hablar en ese momento, pero que quería contármelo todo con tranquilidad, lejos de la casa, así que quedamos para comer un día que tenía la tarde libre.

Nos encontramos algunos días después a las tres en el Nostromo, un restaurante muy acogedor y discreto muy cerca de la plaza Sant Jaume, que no cerraba por las tardes. Sólo cuando terminamos nuestro almuerzo, me contó aquella extraña y excitante historia:

–Recordarás que cuando hablamos por última vez aquel fin de semana del pasado verano, te contaba las últimas trastadas que me había hecho Sergio. Ya sabes que he aguantado lo indecible. Quizás debido a mi pasividad, que tanto me has reprochado, quizás debido a un íntimo convencimiento de que la cosa cambiaría algún día. El caso es que hace ahora mas o menos un año, poco después de hablar contigo, la situación con Sergio empeoró. Nunca hasta entonces había sufrido tantos desaires y desatenciones, y esas cosas van dejando poso y la paciencia acaba teniendo un límite. Conocí a un chico que trabaja en el departamento de marketing de la empresa, una persona amable y simpática que me hizo el centro de su atención, pero con elegancia y clase, sin atosigarme lo mas mínimo. Además, tenía dos cualidades: el tío estaba muy bueno y me hacía reír tanto como pocas veces he reído en mi vida.

”Comíamos juntos en el comedor de la empresa; nos veíamos tomando el cortado de la mañana, y poco más, de momento. Una mañana fui a trabajar especialmente seria, afectada por el último plantón de mi novio, que se fue de vacaciones a Andorra sin decirme nada, a pesar de haber quedado para cenar. Me tuve que enterar por tu hermana. Ese día me decidí a aceptar una cita con mi pretendiente después del trabajo. Fue muy hábil. Esa tarde –y toda la noche–, me hizo reír como nunca, tanto que me olvidé completamente del botarate de mi novio. Casi sin quererlo me encontré en su cama. Esa noche me llevó al cielo como dicen los cursis. Tuve seis orgasmos, ¿te lo puedes creer?. Al día siguiente estaba radiante, feliz, saciada. Por la tarde tuve el bajón cuando me encontré sola. Había rechazado verme de nuevo con él porque quería ordenar mis sentimientos. Nunca hasta entonces me había acostado con otro que no fuera Sergio ¡y menos aún a la primera cita!

”Yo en realidad no le quería y atribuía aquella maravillosa e inolvidable follada al despecho, pero bueno, eso de hacerme correr seis veces cuando con mi novio apenas rozaba uno, y con suerte... Creo que en el tiempo que llevo saliendo con él solo habré disfrutado de una docena de orgasmos a lo sumo. Después de un año y casi medio no lo veo como satisfactorio... ¿no te parece?”

Me dejó de piedra, la verdad, así que le manifesté mi incredulidad ante el hecho de que no lo hubiera plantado mucho antes. Desde luego yo no lo hubiera soportado.

–Ya sabes que le quiero y soy muy pero muy pasiva. Quizás te sirva para comprenderme –me respondió y luego de un respingo agregó–: Bueno, continúo contando:

”Volví a salir con Robert, que así se llama el otro. Discretamente pero bastante a menudo, dadas las oportunidades que me ofrecía Sergio. En cada cita nos íbamos apresuradamente a follar como locos. Me hacía todo tipo de guarradas que le pasara por la cabeza. Me llevaba a alcanzar el clímax múltiples veces. Me enseñó el placer del sexo anal, cosa que nunca le había consentido a mi novio. A medida que pasaban los días se me hacía mas imprescindible. Cuando me acostaba con Sergio solíamos terminar de mal humor. Como lo hacíamos casi siempre en su casa, a la mañana siguiente tu hermana lo notaba. Sabía que íbamos a la deriva, lo que todavía me hacía sentir peor. No se puede trastear con dos coches a la vez –como suele decirse–, así que tomé una decisión: Me incliné por Robert a pesar de mis dudas sobre mis sentimientos hacia él. Le conté a Sergio que había otra persona y iba a dejarlo. Me pidió que reflexionara unos días, que lo pensara, pero me negué. Aceptó mi decisión sin aspavientos ni dramas. Nos despedimos con un beso. Me planté en casa de su madre para comunicarlo yo misma. Abracé a tu hermana y me fui.

”No te llamé porque me sentí incapaz de mentirte respecto a los motivos verdaderos de dejar a tu sobrino, y no me atreví a contarte la verdad.

A mi memoria vino el episodio de Héctor, y me sentí muy solidaria con ella, así que le dije:

–Debiste hacerlo. Yo te hubiera comprendido. Nunca te hubiera juzgado.

–No lo se –me contestó, bajando la vista–. Entonces también tenía mis dudas y estaba hecha un lío. Las primeras semanas, a pesar de que una ruptura siempre es un trauma, fui feliz. No me fui a vivir con el porque quería consolidar antes nuestra relación, así que seguí en el piso con mi hermana. Sin embargo hacíamos el amor todos los días. Los fines de semana eran agotadores. Acabábamos con la cama empapada... Un verdadero pringue, tú sabes.

”Sin embargo, a medida que pasaban los días empecé a acordarme de Sergio. Las primeras veces no le daba importancia y apartaba fácilmente esos pensamientos. A los tres meses ya empecé a echarlo de menos. Me di cuenta de cuanto lo quería y que mi único lazo de unión con Robert era el sexo. Todo lo demás era vacío. Empezaron a fallar los encuentros. El éxtasis era cada vez menos frecuente. Poco a poco dejamos de follar todos los días. Cada vez me hacía reír menos. Muy frecuentemente me daban ataques de melancolía. Cada vez más se me hacía insoportable la ausencia de Sergio. No me preguntes el porqué, pero eso era lo que sentía. La cosa duró otro mes hasta que finalmente dejamos de vernos.

”Con la soledad vino lo peor. A la falta de mi amado vino a acompañarme el sentir desprecio por mí misma. Me consideraba una cerda viciosa, una perra adúltera. Me sentía culpable del mas horrendo de los crímenes: el crimen contra el amor. Me di perfecta cuenta de lo mucho que le quería a tu ahijado y que no podía vivir sin él. Entonces me decidí a recuperarle de cualquier forma.

Me planté un día a la puerta de su bufete. Siempre salía muy tarde pero le esperé. Bajó solo por la gran escalera del edificio de oficinas. Cuando me vio quedó inicialmente sorprendido. Después se me acercó aparentemente contento y me dio un cálido beso en la mejilla. Sin mediar preámbulo le pedí perdón. Le dije que le quería, que no podía vivir sin su presencia. No hizo falta que le preguntara si aún sentía algo por mí. Me lo dijo él. ¡Gracias a Dios!. Nos abrazamos y así estuvimos un buen rato. Lloraba de felicidad. Llamó a casa para avisar que no iba a cenar y nos fuimos a un hotel. Después de tirarnos el primer polvo, cometí el error de confesarle la verdadera razón de haberlo dejado; el motivo de mi relación con Robert. Se lo conté todo, con pelos y señales”.

Irene se puso a llorar. Menos mal que estábamos solas en el restaurante porque estaba de verdad muy afectada. La animé como pude. Continuó entre hipos.

–Le cambió la cara. Se puso serio como nunca le había visto. Sin mediar palabra se levantó y se vistió. Con los ojos en llanto le pedí, le rogué, le supliqué que me comprendiera, que me perdonara, que haría cualquier cosa por conseguirlo, lo que fuera, lo que quisiera. Tras un buen rato en silencio me pidió tiempo para pensarlo: una semana. Después hablaríamos. Fue una triste despedida.

”No quiero decirte como pasé esos 7 días para no aburrirte con mas de lo mismo. Llegado el día señalado, el 20 de Junio a las 7 de la tarde, ambos llegamos puntuales a la cita. Está bien, me dijo. Volvamos a intentarlo. Una vez dicho nos besamos en medio de la Diagonal entre un millón de personas.

”Las siguientes semanas fui enteramente feliz. Sergio era mas atento de lo que podía considerarse normal. Hasta me enviaba flores al trabajo. Pasábamos juntos todo nuestro tiempo libre, sin embargo... algo rozaba en nuestra relación, algo se echaba en falta comparado con nuestro noviazgo anterior. Y esa sensación se instaló entre nosotros hasta que pude darme cuenta qué era, junté coraje y se lo dije:

”–¿Por qué vamos siempre entre semana a hoteles o a casa de amigos comunes y no vamos a tu casa como antes?. Tengo muchas ganas de ver a tus padres especialmente a ti y a tus hermanos.

”–Porque no estoy seguro de ti –me respondió tu ahijado.

”Su respuesta me dejó pasmada. La herida no estaba cerrada del todo, pensé. Así que le dije:

”–¿Qué puedo hacer para convencerte de que te quiero y que puedes fiarte de mí?”

Irene volvió a llorar. Era un llanto amargo. Tomé su mano intentando consolarla:

–No llores, mujer, que todo ha pasado ya. Solo son recuerdos malos que se los llevó el tiempo –le dije, con ternura.

Cuando pudo controlar los sollozos, continuó:

–Sergio me preguntó hasta donde estaba dispuesta a llegar para probar mi completo arrepentimiento.

”–Haré lo que tú quieras, por doloroso que sea.

”–¿De verdad harás lo que te pida? –Insistió.

”–Si, si, lo que quieras –accedí con las lágrimas a punto de brotar.

”Entonces me lo dijo. Me dijo exactamente qué quería que hiciese para rehabilitarme ante él.

”–Tienes que ir a Villa S.

”–¿Villa S? ¿Dónde está eso? –Fue lo primero que se me ocurrió y en el rostro de Sergio se dibujó un gesto de contrariedad–. Muy bien, muy bien –agregué, para que no se enfadara–, donde tú quieras iré, pero... ¿puedo saber por lo menos para qué quieres que vaya?

”Entonces tu ahijado me lo aclaró todo. Villa S era –es– una residencia para mujeres. Había conocido su existencia a través de su tío, uno de los socios fundadores del bufete donde trabaja, al que por lo visto había contado lo de nuestra reconciliación y sus dudas sobre mí. Sergio lo adora. Es como si fuera su padre. Este mandaba allí a su mujer y a su hija cada año. Mas tarde comprenderás el porqué. Bueno, continuo, me dijo que la estancia allí no era fácil, pero que allí «purgaría mi pecado». Me volvió a preguntar si estaba dispuesta a ir. Le dije que sí sin pensarlo”.

–¿Y contestaste que sí? ¿Así nomás? ¿Sin indagar algo mas sobre aquello? No te entiendo, Irene –le respondí, íntimamente ofuscada.

–Sí Inés, con temor pero lo hice... por amor. No me importaba lo que me pasara si haciéndolo recuperaba a Sergio.

–Bueno –contesté, casi con fastidio–. ¿Y qué paso?

–Por fin encontramos plaza libre la segunda semana de julio, y gracias al tío de Sergio. Hice maravillas para conseguir unos días de vacaciones. Tenía que “ingresar” el viernes por la noche, así que salimos después del trabajo en coche. Imagínate, sin escalas, y después de trabajar todo el día para que me dieran esa semana y, por si fuera poco, con el aire acondicionado estropeado. Llegamos sobre la una de la madrugada...

Contunuará...