Irene (3/4)

Había sido una velada divertidísima, pero tuvo que soltar uno de sus malditos PEROS... ¡¡Joder, cómo conseguían cabrearme!!

Conducía todo lo rápido que me permitía la ley. Tenía el volante agarrado con fuerza, mirando hacia delante con la mirada llena de ira. Estaba cabreado, muy cabreado.

Irene no había dicho ni una sola palabra desde que había entrado en el coche, movía sus manos, nerviosa y la escuchaba soltar pequeños lloriqueos. No sé si realmente estaría llorando o solamente estaba cagada de miedo.

Pero poco me importaba. Había sido una noche absurda y divertida: el puré, las "aes", Patxi, la manita calentando mi polla… Me había divertido tanto, lo había pasado tan bien… ¡y la muy idiota había tenido que poner la guinda, con su jodida manía de los "peros"! Intenté controlarme, apretabé mis labios con fuerza y respiré profundamente por la nariz, necesitaba descargar mi rabia como fuese. El semáforo se puso en rojo y frené el coche.

Sin pensarlo siquiera, bajé mi bragueta y me saqué la polla. Con la mano derecha, cogí a Irene por el pescuezo y la empujé hacia mí, apretando su cara contra mí polla. Sus gritos quedaban ahogados en el pantalón. Cuando el semáforo cambió a verde, tiré de ella para atrás y solté su cabeza bruscamente. Arranqué de nuevo mientras ella se llenaba los pulmones de aire:

  • Toni… - decía ahogada – Lo siento… lo siento mucho

  • Irene, estoy haciendo un gran esfuerzo por no perder el control así que, por tu bien: – contesté secamente – No me hables, estate calladita y punto, ¿de acuerdo?

  • Ajá… - dijo escuetamente, con voz llorosa.

Creo que esta vez había creído mis palabras.

Sé como soy: puedo estar alegre y dicharachero y al momento cabrearme como un loco. Nunca suelo perder los estribos con los problemas de verdad, ni con las situaciones peliagudas. En cambio, los detalles insignificantes, esas cositas mínimas que detesto pueden hacerme explotar. Y si yo fuese un barril de pólvora, los "peros" de Irene serían pequeñas chispas de fuego.

Nos acercábamos a otro semáforo, pero se mantuvo en verde mientras cruzábamos por debajo suyo. Sin embargo, a lo lejos ví que el siguiente cambiaba a ámbar.

  • Abre la boca – dije secamente, mientras frenaba de nuevo.

Se puso en rojo e instantáneamente volví a cogerla de la nuca, esta vez metiéndole la polla en la boca. "Joder, eso está mejor…" – pensé para mí. Irene dio un par de manotazos al aire como queja al no poder respirar. De nuevo, el semáforo cambió a verde y emprendí de nuevo el camino, soltando a Irene.

Al reanudar la marcha, dejé de conducir de una forma tan agresiva y moderé la velocidad. Total, ya no tenía la necesidad impetuosa de llegar a casa para desahogarme: ése jueguecito con los semáforos me estaba sentado bien. Eché un vistazo rápido y miré a Irene, que soltaba algún quejido de vez en cuando, mientras se colocaba bien el vestido una y otra vez, mirando la carretera, temerosa. Otro semáforo más:

  • ¡Rojo! – dije, con una tonadilla simpática.

Escuché a Irene coger aire exageradamente como si fuera a bucear. Una vez más, metí mi polla hasta el fondo de su garganta. "Uf… bien, bien…" Contrajo la garganta cuando le vino la primera arcada. Noté como hizo presión para apartarse, pero mantuve su cabeza quieta. Volvió a soltar otra arcada por la presión, esta vez bastante más sonora. Y yo, no sé por qué, solté una carcajada. El semáforo de puso verde y aparté a Irene, dedicándole una sonrisa hipócrita.

Giré a la derecha y cogí el desvío hacia mi casa. Con las manos en el volante, estiré los brazos y suspiré aliviado.

  • Es una lástima que ya no haya más semáforos… – dije, dándole una palmadita en el muslo.

Llegamos a mi casa y paré el coche. Ella seguía en silencio. La cogí por la barbilla y la observé. Ella rehuyó mi mirada:

  • Irene, mírame – dije secamente.

Clavó sus ojos empañados en los míos. ¡Joder, qué guapa estaba! Irene siempre iba tan bonita y tan arreglada, que la imagen de ella que ahora tenía frente a mí, hizo que mi polla diese un respingo: Tenía el pintalabios esparcido alrededor de sus labios y el rimel descorrido. Ya no parecía una muñequita, sino una puta barata. Estaba preciosa

Cogiéndola del brazo, la llevé hasta casa. Seguía sin decir ni una palabra… ¡Qué tranquilidad daba eso!

Tan sólo entrar, la puse frente a la mesa del salón y la incliné, quedando la mirad de su cuerpo apoyado sobre la mesa. Ladeé su cabeza y la mantuve así, con una mejilla enganchada a la superficie de la mesa.

  • Ni se te ocurra moverte – sentencié.

Fui hasta la habitación de invitados y cogí uno de los cojines que había sobre la cama. Volví y lo dejé frente a su cara.

  • Creo que te va a ser útil – comenté, con ironía.

Separé sus piernas y levanté su vestido bruscamente, quedando enrollado en su cintura. Con el coño y el culo expuestos, pasé la palma de mi mano por su entrepierna.

  • Mucha "Irene-Feliz" – dije, mencionando su explicación del restaurante – y mucha niña bonita y happy pero mojada como una puta.

Volví a pasar la mano y ella soltó un gemido. Al instante, le di un azote en el culo con la mano abierta.

  • No quiero oírte – dije, secamente – Ni una palabra, ni una excusa, ni un quejido. N-A-D-A.

Con brusquedad, pasé la palma de la mano una y otra vez por su coño despacio, acariciándolo con muy poco tacto. Con los dientes, tiró del cojín y lo colocó bajo su cara, hundiendo su cabeza en él.

  • Veo que lo has pillado. – comenté con sorna – Chica lista

Me desabroché el pantalón y sin miramientos, escupí en su culo. Ella apretó las nalgas y tensó todo el cuerpo, comprendiendo mis intenciones.

  • Y recuerda pelirroja – añadí, con la polla en la entrada de su culo – No quiero oír ni un "ay".

La cogí por las caderas y me fui abriendo paso lentamente, mientras Irene ahogaba sus gritos en el cojín, hasta quedar mis huevos rozando con su coño. Me quedé quieto, disfrutando de la presión que ejercía su culo. ¡Era maravilloso! Podía notar su pulso en mi polla y disfrutar de la visión de su cuerpo, que temblaba de un modo espasmódico.

  • Sabes que… no soporto tus "peros" – dije, con la respiración agitada – Pero lo que más… me toca los cojones… es que no hagas nada por… controlarlos. ¡A ver si así… te entra en la cabeza de una puta vez!

Comencé a moverme sobre ella, bombeándola sin miramientos, mientras mis gemidos se mezclaban con sus sonidos incomprensibles, que se perdían en el cojín. Aceleré el ritmo, no quería que se acomodara ni que se fuese acostumbrando, la estaba follando con rabia y con cada embestida, hacía saltar su cuerpo de una forma deliciosamente bestia. Saqué mi polla completamente y volví a meterla hasta el fondo, volviendo a escuchar un sonido gutural que provenía de la pelirroja. Repetí el mismo movimiento varias veces hasta que no pude más y me corrí en su interior.

Me quedé así un rato, recuperando el aliento y acariciando su espalda, que brillaba por el sudor. ¡Qué bonita estaba, tan indefensa, tan dócil… y tan callada!

Salí de ella y me puse el pantalón. Irene permanecía inmóvil, con la cabeza metida en el cojín. "Vaya… se ha tomado en serio eso de quedarse quietecita". Acerqué mi cara a su oreja y acariciándole el pelo susurré:

  • Buena chica

La cogí de la mano y la llevé hasta el baño, ayudándola a entrar en la bañera. Se sentó con las rodillas flexionadas y… sin decir nada, simplemente se dejó hacer.

La obsevé: ahora estaba más sumisa que nunca. En ese momento podría hacer cualquier cosa con ella y se dejaría, sin más. Pero lo que yo quería en ese momento era tranquilizarla, que dejase de ver a ése Toni al que tenía miedo. La primera vez que la castigué, estuvo atemorizada de mi durante ¿De qué me serviría tener una sumisa aterrorizada? Sí, está claro que se comportaría de maravilla, pero tal vez me perdería otras muchas cosas, como por ejemplo, su maravilloso carácter.

Acerqué mi cara a la suya y la besé en los labios dulcemente, acariciando su espalda con las manos. Y creo que era eso justamente lo que necesitaba, porque en ese momento Irene se abrazó a mí ansiosamente.

  • Toni… - dijo con un hilo de voz – Yo… siento mucho…lo que

  • Shhh – contesté, poniendo un dedo en sus labios – Tranquila pelirroja, ya está

Encendí el grifo y el agua empezó a llenar la bañera. Cogí una esponja y la fui pasando por su cuerpo con delicadeza. Le di tiempo. No esperaba que se calmara en cuestión de segundos pero, aunque no dejó de mirar hacia abajo, poco a poco fue destensando su cuerpo. Con tal de mantenerla entretenida en otros temas, aproveché ese momento para hablar de un tema importante:

  • En el restaurante – empecé a explicar, mientras pasaba la esponja por sus hombros – te extrañaste cuando te mencioné durante la llamada. Eres lista y sabes que si te nombro es por un tema común.

  • Sí… -contestó con la mirada clavada en sus rodillas.

  • Era Sergio – anoté – ¡El bueno de Sergio! Aún no le conoces pero lo me has oído hablar de él en más de una ocasión, ¿verdad?

  • Sí – volvió a decir.

  • Bueno, hay cambio de planes: el fin de semana no lo pasaremos solos. Estaremos con ellos.

  • ¿Con… con Pedro también? – preguntó, levantando la mirada.

  • Sí, esta vez coincidimos todos – al decir eso, ella abrió los ojos, temerosa – ¡No, no te asustes pelirroja, que no seremos tres contra una! ¡Ja, ja, ja!. Además, esta vez iremos a mi casa, así que mañana tendremos que prepararlo todo.

Hice una pausa y le miré seriamente:

  • ¿Crees que mañana podremos tener el día en paz? – pregunté.

Irene asintió, dejando entrever una minúscula sonrisa.

  • Bien – concluí, devolviéndole la sonrisa – El tema de las doce "aes" las guardaremos para el fin de semana.

  • De acuerdo – contestó, volviendo a fijar sus ojos en las rodillas.

Cerré el grifo, la sequé con una toalla y fuimos a la habitación. La tumbé en la cama, totalmente desnuda y me recosté junto a ella, acariciando su mejilla y observándola con detenimiento. No hablaba, ni hacía ningún amago de moverse. Estaba rendida.

Deslicé mi mano por su cuello hasta llegar a sus pechos y empecé a acariciarlos con suavidad. Irene entreabrió la boca y me miro con unos ojos brillantes. Sonreí. ¡Qué bonita estaba cuando estaba cachonda! Acaricié su vientre y bajé hasta rozar su entrepierna. Ella cerró los ojos y dio un suspiro profundo. Volví a sonreír. ¡Cómo me hubiese gustado arrancarle un orgasmo en ese momento! Pero no podía. Accedí a su petición de salir a cambio de un día más sin correrse. "Esta noche no, pequeña…" Me acerqué a ella y le di un beso en la frente.

  • Espero que lo hayas pasado bien hoy con tus amigos – susurré, pasando mis dedos por su cabello.

Abrió los ojos y con una expresión seria asintió, comprendiendo lo que eso significaba.

  • Ahora cierra los ojos y descansa… - dije dulcemente – Me quedaré aquí contigo hasta que te duermas

  • Gracias…- dijo ella.

Se acurrucó en mi pecho y se durmió abrazada a mi.


¡¡Gracias a todos por leerme!!

Ya sabéis, comentarios, estrellitas, bla bla bla

J

¡Gracias por seguir aquí conmigo! Sois vosotros los que hacéis que todo esto tenga un sentido. Está claro, si nadie lo leyera, ¿para qué serviría?

Un saludo!!

J