Irene (2/4)

Jugando con mi zorrita: una cena sin la a.

Paré el coche y le di las llaves al aparcacoches, mientras Irene bajaba del coche nerviosa. Reconozco que me sigue haciendo gracia que todavía se preocupe tanto por que nadie note que no lleva ropa interior. Iba hecha un bombón: un vestido de tirantes blanco por encima de la rodilla y unas sandalias blancas de tacón fino. El pelo lo llevaba semi-recogido y sus bucles pelirrojos que tan loco me vuelven caían por sus hombros. ¡Madre mía! ¡Cualquiera diría que era la misma chica desastrada de hacía tres horas!

Entramos al restaurante y esperamos a que nos atendieran. Mientras esperábamos, deslicé mi mano por debajo de su vestido, pasando mis dedos por su culo, acariciándola suavemente. Sus mejillas se sonrosaron, me miró y sonrió de una forma divertida.

  • ¿Sabes? – empecé a hablar, susurrándole al oído – Hoy vamos a jugar a un juego muy divertido.

Mi miró con una expresión de sorpresa y sus ojos cambiaron por completo. Ya no parecían alegres y dicharacheros, sino profundos y brillantes. Parecía que, de repente, se hubiese metido un chute.

  • ¿¡Un juego!? – enredó uno de sus bucles en un dedo y nerviosa volvió a preguntar - ¿Qué… clase de juego?
  • Uno…que va a decidir qué voy a hacer contigo este fin de semana.

Me miró aún más sorprendida.

  • ¿Sabes qué pasa? – comencé a explicar - Que esta tarde, el tema de tu amigo el tiparraco, me ha tocado los cojones
  • ¿¡Carlos!?
  • Sí, sí… tanto sobeteo, tanto cachete en el culo y tanta camiseta prestada ha conseguido mosquearme, ya ves tú… Y encima cuando he visto que no les has dicho ni "mú" y te has dejado hacer, todavía me he mosqueado más
  • No es que le haya dejado hacer
  • ¡Uy! No recuerdo en qué parte de la charla te he pedido una explicación – dije con ironía.
  • No… en ninguna – contestó Irene.
  • Entonces, ¿¡por qué te estoy escuchando hacerlo!? – dije, apretando con fuerza una de sus mejillas – El caso, durante el camino a casa y mientras te has estado arreglando pensaba en cómo iba a castigarte… - explicaba, mientras ella miraba de un lado a otro para asegurarse que nadie me oía. - Pero al ver que mi zorrita es tan competitiva, me ha parecido mucho más divertido darte una oportunidad.
  • Una oportunidad… ¿¡de qué!? – preguntó, desconcertada.
  • De salvarte o condenarte tú solita. Esta mañana el tema iba a quedar en una falta simple, un día más sin correrte y ya está… pero he pensado "Mira, se va a poner los castigos ella solita".
  • ¿Qué… qué tengo que hacer?
  • De momento, elegir una vocal. – dije, sonriente.

Irene me miró extrañada.

  • Venga, elige una vocal – insistí, animado.
  • La… ¿la "a"?

No pude evitar soltar una carcajada. ¡Ay, Dios mío lo bien que lo iba a pasar!

  • Ay, Irene…Irene… ¡Has tenido que elegir la más difícil! ¡Ja, ja, ja! En fin, en cuanto entremos, tienes prohibido usar la "a". Como no me decidía por un castigo en concreto, he hecho una lista "chulísima" con una escala de valores. Luego cuando volvamos a casa, ya te la enseñaré… – dije, con retintín – Tu castigo se basará en el total de "aes" que digas durante la velada. ¡Y ahora, a jugar!

El camarero se acercó a nosotros con una sonrisa resplandeciente, como ya era habitual en él:

  • Buenas noches, señor – dijo, amablemente – Les acompañaré a su mesa.
  • ¿Quién será nuestro camarero esta noche? – le pregunté.
  • Es un chico nuevo – al oír eso, no pude evitar sonreír, al mismo tiempo que Irene clavaba su mirada a suelo – Pero si es un inconveniente, puedo
  • No se preocupe Emilio – contesté al maître – No es problema.

Nos sentamos en una mesa para cuatro personas. Emilio ya sabe que me gusta tener la oportunidad de sentarme frente a mi chica, o a su lado, según el momento. Me senté frente a Irene y la miré sonriente. Ella, me miró, dubitativa:

  • ¿Ya? – preguntó, refiriéndose al juego.
  • ¡Ja, ja, ja! Empiezas bien… ¡Una!

Saqué una libretita y un bolígrafo y apunté una raya. Ella frunció el ceño.

  • ¡Jolín! – dijo, cruzándose de brazos.
  • Ahí tienes la carta. Hoy vas a pedir lo que tú quieras – comenté, divertido – A ver qué te apetece.

Se puso manos a la obra. Miró la carta una y otra vez: página para adelante, página para atrás… Yo no dejaba de mirarla, pensando para mí: "Desde luego, ya ves tú qué chorrada… Tener una zorrita para lo que quiera y ponerme a jugar a esto…" Pero, qué queréis que os diga, tenía su gracia. Saqué el móvil de mi bolsillo y probé de llamar a Sergio, pero me salió el buzón de voz.

  • "Tío, soy Toni. Veo que me has llamado, pero parece que no nos ponemos de acuerdo. Cuando lo oigas, llámame."

Colgué y dejé el teléfono sobre la mesa. Lo reconozco: ¡Estaba emocionado por esa llamada! Cuando Sergio o Pedro llaman sólo puede significar una cosa: ¡Fiesta!

  • ¿Ya saben qué van a querer? – dijo el camarero que, en efecto, era nuevo.
  • Yo tomaré la ensalada de la casa y el solomillo. Poco hecho – dije, cerrando la carta y mirando a Irene, que tenía un dedo apoyado en los labios, todavía dudando.
  • ¿Y la señorita?
  • Sí, sí… un momento – dijo mirando la carta – Quiero… el puré y otro solomillo.

Cerró la carta y me dedicó una sonrisa con chulería, dándome a entender que había logrado pedir sin pronunciar la vocal prohibida.

  • De acuerdo, señorita. El puré, ¿de qué lo quiere? ¿De calabaza, zanahoria o calabacín?

Solté una carcajada, viendo como la sonrisa de listilla se esfumaba al instante. Miró al camarero y dijo:

  • Me… ¿me los puede repetir?
  • Sí, cómo no. Tenemos puré de calabaza, de zanahoria
  • ¡¡Ése, ése!! – exclamó, señalando al camarero, entusiasmada.
  • Je, je, je… De acuerdo señorita… ¿Para beber?
  • Dile a Emilio que nos elija un buen vino, por favor – comenté.
  • ¡Oh! Por supuesto señor. No sabía que conocían al señor Morán. Ahora mismo se lo digo. – concluyó alejándose de nuevo.
  • Bueno – dije, apoyando los codos sobre la mesa – Háblame de ése Carlos, que no lo tengo fichado

Ella me miró sorprendida.

  • ¿Qué creías? – le solté - ¿Qué sólo ibas a tener que pedir la cena? Anda, desembucha.
  • Bueno… ése… ése chico – dijo Irene, pensando cada una de sus palabras – Lo conozco desde… desde que… nos conocemos desde pequeños.
  • Ajá – dije yo – Sigue.
  • Bueno… no sé qué quieres que te explique de él… siempre estuvo conmigo en el instituto.
  • ¡Oye, muy bien! –dije, animado – Una frase enterita sin la "a". ¿Ha sido novio tuyo?
  • ¡No, no! – exclamó – Él no… no… ¡Bueno, que no! – se echó a reír, nerviosa - ¡Jolín, qué difícil! Toni… esto es muy difícil.
  • Ya. ¿Y?
  • Pues que…no sé, ¿no puedo elegir… de nuevo?
  • ¿Quieres cambiar de vocal? – dije, cogiéndola de la mano.
  • ¡Sí! – asintió, contenta.
  • Eso sería hacer trampa – contesté, dándole dos palmaditas en la mano, mientras ella volvía a fruncir el ceño - ¡Oye, no me mires así! ¡La vocal la has elegido tú solita! ¡Ja, ja, ja! En fin, que nos vamos del tema. Así que el Carlos no ha sido tu novio… - dije, poniéndome más serio - pero lo he visto con… excesivas confianzas.
  • Él… siempre lo hizo. Pero no es… lo que tú crees. – Paró, pensativa, supongo que buscando las palabras - ¡Es sólo por reír! – concluyó, poniendo cara de consecuencia, por la frase tan extraña que había dicho.
  • ¿"Es sólo por reír"? – pregunté, intentando buscar el sentido de la frase - ¡Ah! Quieres decir que lo hace de cachondeo… ¡Claro! "Cachondeo", "broma", "mentira"… Todas con "a".

El camarero volvió y nos sirvió el primer plato.

  • Ensalada para el señor – dijo, colocando los platos - y puré de zanahoria para la señorita.

"Ya verás, ahora pica", pensé divertido.

  • ¡IRENE, QUÉ SE DICE! - dije con tono firme.
  • ¡Gracias! – dijo instintivamente - ¡Oh!

Se llevó las manos a la boca en un acto reflejo, como cuando un niño dice "teta".

  • ¡Ja, ja, ja, ja! –reí de nuevo.
  • ¡Eso no vale! –gritó, rabiosa.
  • ¡Otra más! – dije, entre risas.
  • ¡Eh! No… ¡No es justo!
  • Y tanto que lo es… ¿Quién pone aquí las normas del juego? ¿Tú o yo?
  • Tú – dijo, haciendo morros.
  • Pues entonces – cogí el bolígrafo y apunté tres rayas más – Ya llevas cuatro
  • Joder… - susurró entre dientes.
  • Irene – dije, mirándola seriamente – Ojo con esa boca.

El camarero permanecía allí, mirándonos sin comprender nada. Pensé que no era justo para él que no supiera cuál era la situación.

  • Disculpa, ¿cuál es tu nombre? – le pregunté cortésmente.
  • Patxi, señor.
  • Bien Patxi. Sólo comentarte que… bueno Emilio está al tanto de lo que se cuece entre Irene y yo. A veces, hacemos cosas poco comunes
  • Le escucho, señor.
  • Como ahora, por ejemplo, Irene dentro del restaurante no puede decir la "a".
  • Ah, comprendo señor – dijo, con una leve sonrisa.
  • Te lo explico más que nada porque me sabría mal que pensaras que nos estamos mofando de ti, nada más lejos de mi intención. En realidad, de quién me estoy cachondeando es de la pelirroja… - concluí, guiñándole un ojo a Irene.
  • No hay problema, señor. Gracias por su consideración. Buen provecho – dijo, alejándose de nuevo.

Irene me miraba con las mejillas sonrosadas. ¡Qué vergüenza le daba que le comentase a la gente algo sobre nuestra relación! Creo que desde que fui consciente del bochorno que pasaba, lo hago mucho más a menudo

  • Bueno, número nueve – dije burlonamente – que sepas que eres la hooligan más sexy que he visto nunca.

Ella abrió los ojos, sorprendida y sonrió:

  • ¿¡Lo viste!?
  • Sí, llegué antes y pude ver una parte del juego. Buen placaje
  • ¡Sí! ¡Lo hice bien! – dijo entusiasmada - ¡No pude cogerlo en el primer juego… pero en el segundo sí!
  • Te lanzaste a por él como una energúmena, no te imaginaba así
  • Pero perdimos – contestó, poniendo cara de mosqueo – Eso es porque… bueno, en el juego, no hicimos grupos mixtos.
  • Ya vi que tus compañeras de equipo eran bastante pavas… y la bronca que les metiste.

Ella se rió nerviosa, volviendo a ponerse como un tomate.

  • Una pregunta tonta, Irene. ¿Cómo es que en todo este tiempo nunca te he visto sacar a relucir ese carácter?
  • ¿Cómo? – dijo desconcertada - ¿Qué quieres decir?
  • Es extraño que tenga que ir a verte sin que lo sepas, para encontrarme a una Irene chunga y peligrosa… ¿Cómo eres en realidad? - comenté, levantando una ceja - ¿Fuerzas ser así de happy cuando estás conmigo, o qué?
  • No, Toni… no es eso – dijo, poniéndose seria – Yo… bueno, con los juegos pierdo el control. Con los juegos y discutiendo. Por el resto, soy como me conoces
  • O sea, charlatana y divertida… - anoté.
  • ¡Eso! En el colegio… "Irene-Feliz", como contigo – dijo como una apache, moviendo las manos a un lado de la mesa, como si fuera un bloque – Y en el instituto, "Irene-borde"… tuve líos y discusiones con muchos – dijo, haciendo el mismo gesto hacia el otro lado – Yo lo controlo, menos en los juegos… lo intento, pero no puedo… Entonces vuelve "Irene-borde", - concluyó, moviendo una vez más el bloque imaginario hacia un lado.
  • Vale, vale… frena – dije, intentando entenderlo – Así que en el colegio eras como ahora, pero en el instituto te entró la vena rebelde y te convertiste en una chunga - dije riéndome de mi pequeña camorrista - ¿Y por qué no sacas nunca esa parte?
  • Porque… siendo borde, en el instituto perdí… gente. Y si soy como contigo, estoy feliz y bien, sin discusiones. Y yo me siento mucho mejor siendo de este modo.
  • Te juro que es la conversación seria más idiota que he tenido nunca – dije, tomándome un segundo de descanso, mientras ella soltaba una risita – Pues que sepas que me interesa también esa parte, pelirroja. Me gusta que seas así de alegre, pero a partir de hoy no quiero que te cortes y si tienes que sacar ese carácter, sácalo sin problemas, ¿de acuerdo?
  • Sí – dijo, bajando la mirada.
  • ¡Pero no conmigo! – anoté, con burla – Porque si me haces un placaje como el que le has hecho a aquel tiparraco, te reviento a hostias – dije, dándole una palmadita en la mano.
  • ¡No, no! – dijo, riendo – Contigo no seré

Sonó mi móvil. "¡Sergio, por fin!" Hice un gesto a Irene para que se callara y lo cogí:

  • ¡Sergio, tío! ¿Qué tal? (…) Bien, aquí cenando con Irene – Irene frunció el ceño, extrañada de que la mencionara – (…) ¿Éste fin de semana? Sí, lo tengo libre. (…) Sí, sí, sin problemas, por eso no te preocupes (…) ¿Un mail? ¿Qué mail? (…) ¡Ah, es que esta tarde no he abierto el correo! (…) ¿¡Qué!? ¡No jodas! ¡No me lo creo! (…) – levanté la vista y vi a Irene, que me hacía gestos y ponía caras intentando decirme algo – Perdona Sergio, pero el mimo que tengo delante me está poniendo nervioso – Aparté el teléfono y miré a Irene con cara de cabreo - ¿¡Que quieres!?
  • Yo… - dijo, nerviosa.
  • ¿¡No ves que estoy hablando!?
  • ¿¡Qué es tan importante que no pueda esperar, eh!? – pregunté, cabreado.
  • Nada… - contestó con un hilo de voz.
  • "Seis" – susurré, volviendo a atender a Sergio mientras apuntaba dos rayas más en la libreta - ¿A las ocho? (…) ¡Genial! (…) ¡Sí, sí, yo me encargo de todo! ¡Qué ganas tengo de verte, tío! (…) ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Hasta el sábado!

Colgué el teléfono y miré a Irene, enfadado. Había ciertas cosas de su carácter que, por mucho que me esforzara, parecía seguir sin controlar. Como los "peros" y como el hablar por los codos cuando no toca. Ella sin decir nada, siguió comiéndose el puré con cara de asco. Seguramente, ni siquiera le gustaba


En el restaurante ya sólo quedábamos nosotros. Habíamos cenado estupendamente y la velada había transcurrido con más o menos normalidad. Irene había estado trampeando con sus respuestas, abusando de monosílabos y recurriendo al lenguaje "apache" en más de una ocasión. Pero se la veía mucho más relajada. Y cuando una zorrita se relaja… es el mejor momento para volver a ponerla nerviosa.

Patxi trajo un par de cafés, los dejó sobre la mesa y se alejó, mirando hacia atrás un par de veces, sonriente. Yo me levanté de mi sitio y me coloqué en la silla que había al lado de Irene, que me miró alertada, temiendo lo que pudiese hacer. Por debajo de la mesa, puse una mano en su muslo. Ella pegó un brinco y miró a su alrededor, nerviosa:

  • Tranquila, ya no queda nadie… - dije, rozando su pierna con las yemas de los dedos – y los que quedan, ya saben que somos peculiares.

Asintió con la cabeza y empezó a respirar nerviosa, con la mirada clavada al café que tenía delante.

  • ¿No te tomas el café? – pregunté, divertido.
  • No me… no, de momento no – contestó ella, echando un terrón de azúcar en la taza y empezando a remover el café con la cucharilla.
  • Mejor, así tienes una mano libre.

Cogí su mano izquierda y pasándola a la parte inferior de la mesa, la llevé a mi pantalón, dejando su manita justo encima de mi polla. Su cara era un poema.

  • No la quites, ¿eh? - dije apretando su muslo con toda la mano.

Ella negó con la cabeza, roja como un pimiento, mientras removía su café sin parar. Me encanta cuando se pone tan nerviosa… Divertirte con tu putita es más entretenido que cualquier juguete que pueda existir. Sonreí, divertido. Subí mi mano un poco más hasta llegar a la parte interna del muslo. Ella soltó un gritito ahogado.

  • Shhh… - dije, acercando mi cara a la suya- Contrólate pelirroja, o si no, vendrá nuestro amigo Patxi y tendré que explicarle esto también.

Con cara de espanto, negó con energía, con la mirada clavada en su café y la respiración agitada, mientras aceleraba el ritmo de la cucharilla, que daba vueltas y más vueltas dentro de la taza. Y yo… ¡Uf! El calor que desprendía la manita de Irene, colocada sobre mi polla, estaba consiguiendo ponérmela muy dura. Irene se dio cuenta en seguida, porque giró su cabeza hacia mí, alterada.

  • ¿Qué pasa? – dije con ironía, jugueteando con su pierna y acercándome a su oreja – Cualquiera diría que es la primera vez que tienes una polla en la mano

Subí más mi mano y acaricié su coño. Ella, en un acto reflejo, dio un salto en la silla y cerró las piernas, aprisionando mi mano con sus muslos.

  • Shhh, shhh, shhh… - dije, negando con la cabeza – Abre las piernas.

Ella las abrió un poco, mientras respiraba rápidamente.

  • Más… - insistí.

Ella las abrió un poquito más y me miró suplicante. Levanté una ceja y con ambas manos, abrí sus piernas todo lo que pude, quedando totalmente expuesta…eso sí, bajo el mantel.

  • Así abren las piernas las zorritas, Irene – dije sonriente, volviéndome loco con esa manita caliente que seguía ahí, bien quietecita - ¿Te ha quedado claro para la próxima vez que te lo pida?
  • Sí… - dijo ella, que seguía removiendo el puto café, a una velocidad de vértigo.
  • Mejor – contesté – Es que eso de cerrar las piernas no me gusta… ¿sabes por qué?
  • ¿Por… por qué? – preguntó, alterada.
  • Porque si no, no puedo hacer "esto" – dije con sarcasmo, metiendo dos dedos en su coño con un movimiento rápido.

Noté como se tensó de la cabeza a los pies e hizo presión con la mano que tenía apoyada sobre mi polla, agarrándomela con energía.

  • ¡Uf… joder, pelirroja…! – dije notando como mi polla se ponía como una piedra – Voy a tener que darle un premio a tu mano… ¡Ja, ja, ja!

Ella no hacía ni el amago de levantar la mirada. Agitaba el café sin parar, mientras su respiración se entrecortaba cada vez que metía y sacaba mis dedos.

  • Sí, sí… mucho bajar la mirada – comenté, en voz baja – pero estás chorreando.
  • Lo… lo sé… - contestó escuetamente.
  • Y ahora que ya casi tienes el café a punto de nieve… - añadí - ¿Por qué no llamas a Patxi y le pides la cuenta?

Con la mirada centrada en su café, contestó:

  • Toni… por f… te lo pido… no me… - intentar buscar palabras sin la "a" ahora era una odisea – Toni… no...
  • Suelta la cucharilla, levanta el brazo y Patxi vendrá en un periquete. Vamos

Abochornada y sin ni siquiera buscar a Patxi con la mirada, soltó la cucharilla y levantó el brazo, muerta de vergüenza. En efecto, el gran Patxi apareció frente a nosotros al momento:

  • ¿Si, señorita?
  • Yo… - empezó a decir, buscando unas palabras que no conseguía encontrar, mientras bajo la mesa dos dedos jugaban en su interior – Nosotros… queremos… ¿puedes…? ¡Joder…! – gritó, ante la mirada de Patxi, que sonreía, intuyendo parte de lo que ocurría – Yo quiero… ¡Ése recibo… donde pone lo que hemos comido!
  • ¡Ja, ja! ¿Quiere la cuenta, señorita? – confirmó Patxi, sonriente.
  • ¡Sí, por Dios! – dijo, histérica perdida, agarrándose a la mesa con la mano que tenía libre.

Patxi se alejó con una sonrisa más pronunciada que las otras veces. Aunque esta vez no le explicase nada, Patxi no era tonto. Creo que era suficientemente inteligente para entender lo que está pasando cuando dos personas están sentadas una al lado de la otra, agitados, con las manos bajo la mesa. Yo saqué mi mano de su coño y reí satisfecho.

  • ¡Bien, muy bien, Irene! – comenté, contento, dándole un beso en la mejilla – Pensaba que ibas a hacer otro de tus numeritos de mimo… pero no te ha hecho falta. ¡Ja, ja, ja! ¡Genial!
  • Pensé que… Bueno, sí, lo he hecho – dijo, aún con las mejillas rojas – Y no sonó muy horrible... ¡Je, je!
  • Es verdad, es verdad… He de reconocer que eres una campeona. ¡Me gusta esta Irene competitiva, con un par de huevos bien puestos! – le dije, consiguiendo hacerla sonreír contenta – Ha sido una cena muy divertida, pero ahora, si no te importa… me gustaría recuperar mi polla. – concluí, cachondeándome de nuevo en su cara.
  • ¡Oh! ¡Lo siento! – exclamó abochornada al darse cuenta de que su mano seguía en mi entrepierna.

Nos levantamos y ella fue al servicio mientras yo fui a pagar. Cuando salió del baño, el vestido se le enganchó a una de las sillas cercanas al pasillo.

  • ¡Mierda! – dijo, dando un traspiés.
  • ¡Te he oído! – grité desde la puerta - ¡Siete! Vaya, tendré que volver a sacar la libreta
  • ¡Es un grito, no cuenta! - dijo, rabiosa.
  • Ocho. – añadí.
  • ¡Toni, para ya! ¡Hablo en serio!
  • Nueve, diez, once, doce – conté rápidamente, llenando la libreta de rayitas.

Se calló. Creo que vio que era la única opción de no seguir sumando puntos. Con los brazos cruzados caminó hasta mí, con cara de enfadada.

  • No es justo… - comentó al quedar a mi lado.
  • ¡Ay, madre mía! Tú y la justicia
  • ¡Pero…!

¡Malditos "peros"! ¡Esos jodidos "peros" me traían loco! La miré con una mirada fulminante y ella se quedó paralizada, mirándome asustada. Apreté la mandíbula, tomé aire y, sonriendo todo lo que pude, me despedí de Patxi y Emilio, antes de explotar.

  • Señores, como siempre, una velada maravillosa. Buenas noches.
  • Un placer. Vuelva pronto – dijo Emilio, despidiéndose.

Cogí a Irene por el brazo y prácticamente la saqué del local en volandas. El aparcacoches había aparcado justo enfrente, con lo que abrí la puerta del copiloto y metí a Irene de un empujón. Cerré la puerta, di la vuelta al coche, di las gracias al cochero y entré en el coche, arrancando y saliendo de allí lo antes posible.


¡¡Muchas gracias por seguir conmigo y seguir leyéndome!!

No olvidéis puntuar (con las estrellitas de abajo) y comentar, tanto aquí como por mail.

J

Aprovecho para agradecer a aquellos que explican que no suelen dejar comentarios que hayan dedicado un minutito de su tiempo en escribirme. ¡Gracias!

Y

gracias

a aquellos que estáis ahí, al pie del cañón, capítulo tras capítulo. ¡Sin vosotros, escribir todo esto no tendría ningún sentido!

Un saludo.

Susana Martín.