Irene 2

Varios años después de su gang bang con el equipo de baloncesto de su secundaria, Irene se dispone a batirse contra un equipo de fútbol, compuesto por once hombres.

EL

REGRESO DE IRENE, O DE CÓMO IRENE SE TRAGÓ UN EQUIPO DE FÚTBOL.

Kleizer

1 (h,m)

Ya han pasado varios años desde que Irene atendiera a todo el equipo de basketball de su secundaria, evento relatado en “Slam Dunk… con Irene”; desde entonces, fue muy difícil para ella encontrar plena satisfacción con un solo pene, y se volvió asidua de los tríos con dos chicos, y solo una vez, durante una semana santa en su primer año de universidad, tuvo relaciones sexuales con tres hombres. Su apetito concupiscente había dificultado mucho la estabilidad de sus relaciones, Irene se enamoraba de sus novios, pero simplemente no podía resistirse al sexo cuando otro varón, sea joven de su edad o incluso hombres mayores, le agradaba. De hecho, su novio a la sazón de las vacaciones veraniegas del año pasado, aunque se había dejado llevar por la calentura y morbosidad del momento, nunca pudo superar el haberla compartido con sus dos amigos. Pocos días después de la orgía playera, su relación terminó.

Desde entonces, Irene solo mantenía amigos con derecho, y amantes ocasionales. Se preguntaba si alguna vez podría ser fiel, quizás solo si se casaba con Mandingo, pensaba ella, mientras caminaba de vuelta a su apartamento. El corto vestido floreado, de margaritas sobre fondo verde, se ceñía de manera espectacular a su voluptuoso cuerpo. El cinto de su bolso clavado entre sus dos redondos pechos, y la frecuencia con que era piropeada, la había vuelto casi indiferente, pero de vez en cuando, alguna obscenidad despertaba en su interior una comezón, un calor incipiente; los obreros de una construcción le silbaron y le dijeron toda clase de improperios sexuales cuando ella pasó por la acera, sus largas piernas blancas sobresaliendo por debajo de la corta falda, sus senos voluminosos y perfectos, balanceándose con cada paso. Su cabello castaño hasta los hombros, rutilante, y sus ojos café claro, casi con matices de miel, refulgían, fingiendo inmunidad a las sugerencias de los obreros. Irene pensó que al llegar a casa, iba a meterse a la bañera y tocarse, imaginando que aquella docena de obreros hacían con ella lo que querían.

Su madre había sido empleada de limpieza en una embajada europea, y así fue que un diplomático europeo dejó su souvenir en el vientre de la aseadora, que al nacer, la bautizó Irene. Ella recordó entonces, que aquella tarde calurosa había práctica del equipo de fútbol del barrio, en el que jugaba Nelson, uno de sus amantes usuales. Nelson era mulato, para variar, y ya llevaban varios meses de acostarse juntos. Irene le había confesado su lid contra todo un equipo de basketball, durante la secundaria, y Nelson sonrió, diciéndole: “Te toca tragarte el equipo de fútbol”; a lo que Irene sonrió, haciendo cuentas en su cabeza, y respondió que iba a morirse intentando complacer a once sujetos, sin embargo, por un instante, se imaginó a sí misma, su voluptuoso y espléndido cuerpazo desnudo, rodeado de once tipos con sus virilidades enhiestas, y esa breve visión fue suficiente para calentarla al máximo, y proseguir con la garganta profunda que hizo a Nelson suspirar, saboreando ese atisbo de gloria, en tanto su glande se frotaba contra la garganta de la preciosa Irene.

Irene se sentía bien con Nelson, lo quería, y él sabía disfrutarla, y lo más importante, la aceptaba como ninfómana, podía ella contarle sobre otras aventuras, con hombres y mujeres, y si Nelson sentía celos, Irene no había podido percibirlo hasta el momento. En otra ocasión, Nelson visitó a Irene con un amigo, y menos de una hora después, Irene se encontraba arrodillada entre ellos, chupándoles los penes, el amigo de Nelson maravillado ante aquella hermosa y caliente mujer. Irene también colaboró para hacer realidad la fantasía de Nelson de yacer con dos mujeres; Nelson contrató una prepago y junto con Irene, hicieron feliz al robusto universitario mulato de 24 años. A todo esto, Irene contaba con 23 años.

Nelson corrió hacia ella cuando la vio. Sus piernas musculosas de piel oscura lucían resplandecientes de sudor, por debajo de la calzoneta blanca. En el campo soleado, con una rápida ojeada, Irene pudo ver al resto del equipo, distribuido entre universitarios y algunos estudiantes de secundaria, aún adolescentes. La sonrisa blanca de Nelson iluminó su rostro, e Irene le dio un beso en la boca. No era común que lo hiciera, pero aquella tarde, Irene sintió el impulso, y el olor a sudor, antes que repulsión, la trastornó. Irene sonrió a su vez.

-¿Ya saliste de clases? –quiso saber Nelson, pasándole un robusto brazo alrededor de la cintura sinuosa de Irene.

-El catedrático de la tarde mandó a decir que tuvo un percance y no iba a poder llegar, mandó a decirnos que leyéramos unos capítulos del material –explicó ella, mientras caminaban hacia los asientos de madera del campo de fútbol.

-Te ves genial con ese vestido, estás muy buena –le dijo él-. Mira cómo te ven los demás.

Irene se ruborizó. Nelson siempre se sorprendía ante tales sonrojos, debido a su conocimiento de algunas de las más alocadas aventuras sexuales de Irene, sin embargo, le parecía algo tierno también.

-Gracias –dijo ella, sonriendo-. Compré un aceite lubricante con aroma a frutas –le dijo ella, bajando la voz, como si hubiera alguien lo suficientemente cerca como para escucharlos-. Hace días que nadie me la mete por el culo –confesó ella, hablando aún más suavemente, sin embargo, sus suaves palabras produjeron un notorio efecto dentro de la calzoneta de Nelson, rememorando la maravillosa visión, que es contemplar a la curvilínea Irene, con su cuerpo de diosa, refulgente de lubricante de los pies a la cabeza, así como también, la espléndida sensación de deslizar su miembro tieso en el apretado recto de la apsara.

-¿Quieres que te lo rompa? –indagó él, e Irene asintió, sonriendo.

-Me quiero bañar todita, para que me lo comas antes de dejármela ir –confesó ella, su bella carita muy próxima a la del sudoroso universitario. Nelson la condujo a los vestidores, debajo de las sillas de madera. En vista que no había ningún partido, en el campo solo estaba el equipo que practicaba, un sujeto leyendo un libro en las graderías del fondo, y una pareja acurrucada en las otras graderías, en el lado opuesto del campo, que lucía con algunos parches polvorientos, en donde la grama se había retirado. Nelson hizo un gesto a los demás y condujo a Irene al interior de los vestidores, lo que provocó en ella una sensación de deja vu , no del todo desagradable.

-Creí que esperarías a llegar a la casa –dijo Irene, algo nerviosa.

-Aquí hay una ducha –respondió Nelson, que ya frotaba la mano de Irene sobre su bulto. A todo esto, a pesar de cierta ansiedad, Irene no oponía resistencia, y la excitación iba apoderándose de ella, mientras los dedos trémulos de su amigo con derechos iban desanudándole las tiras que sujetaban el vestido floreado, prenda maldita que cometía el pecado de ocultar uno de los cuerpos más encantadores. Nelson depositó el vestido sobre una banca de madera, e Irene se irguió ante él, únicamente con sus sandalias, su tanguita rosada, su reloj blanco y un dije que colgaba sugerente sobre su busto desnudo.

Nelson hundió su cabeza entre los pechos de Irene. Ella se sentó sobre su vestido y bajó la calzoneta de Nelson, mientras éste se despojaba de su camiseta sudorosa, forcejando con ella, ya que se le había adherido. A pesar del sudor, no fue óbice para que pronto, la tiesa verga de ébano desapareciera engullida en la boca de Irene. Nelson cerró los ojos y suspiró, pensando en que las mejores chupadas de su vida se las había convidando esa hermosa mujer. Irene succionaba aviesa, resonando sus chupetones, saboreando la pétrea carne viril, sintiendo sus labios y su lengua cada vena, toda aquella carne palpitante, con su mano izquierda le estimulaba los testículos, y con la derecha sujetaba la verga por la base, con experiencia.

Luego, Nelson la puso de pie, tomándola de las manos, y se besaron, apretándose el uno contra el otro. A Nelson le fascinaba sentir los pechos grandes y apetitosos de Irene, bien apretados contra su torso, y le aferraba los glúteos. Irene pasó uno de sus esbeltos brazos alrededor del cuello de Nelson, y con otra mano le sujetaba el pene, brillante de saliva. Finalmente, se desnudaron en su totalidad y Nelson la condujo a la ducha. Se besaron apasionadamente mientras el agua fría bañaba sus cuerpos. Nelson apoyó a Irene contra la pared y pronto, ella se convulsionaba y sonreía en medio de jadeos, cuando la lengua tibia de Nelson jugueteaba en su asterisco trasero, Irene enloquecía con los besos negros y empezó a lloriquear con las exploraciones de la lengua de su amante en su recto.

Nelson cerró el grifo y fue hacia el bolso de Irene, de donde sacó el bote de plástico rosado. Irene lo abrió y pronto, un hilo de lubricante rociaba el pene enhiesto de Nelson, quien gimió gozoso cuando las manos de Irene untaron el aceite en toda su longitud. Luego, Nelson indicó a Irene que se apoyara de nuevo contra la pared de la ducha, y sus dedos untaron el lubricante en su ano. Irene cerró sus ojos, mordiéndose los labios, saboreando el placer que estaba a punto de registrar su excitado sistema nervioso.

Irene y Nelson jadearon al unísono a medida que el pene de piel oscura iba adentrándose en el recto de la preciosa joven. Nelson lamía la oreja de Irene hasta que su vientre topó con las nalgas de la lujuriosa universitaria. Nelson posó su mano sobre la cadera de Irene y la otra, la posó sobre una mano de Irene contra la pared, apoyándose bien para empezar a bombearla despacio.

-Tenía tantas ganas de que me rompieran el culo –musitó Irene, poco a poco cediendo al frenesí sexual.

-¿Tenías ganas, verdad? ¿Ya te picaba? –jadeó Nelson, sin dejar de notar que Irene habló en general. Irene cerró sus ojos y gemía, sin darse cuenta de que ya no estaban solos. Los miembros del equipo observaban el espectáculo en primera fila, viendo cómo Nelson daba buena cuenta del trasero de Irene. Algunos celulares filmaban la acción y Nelson posó para ellos, levantando un brazo al estilo de los fisicoculturistas, sin dejar de sodomizar a su amiga con derechos.

-Mové ese culote, amor, movelo como sabés que me gusta –le dijo él al oído, y pronto Irene empezó a agitar su redondo trasero bien empalado, que nada debía envidiar al de Kim Kardashian o al de Vida Guerra; Irene lo batía de un lado a otro, a veces en círculos, y pronto Nelson se aferraba de su cintura, jadeando bulliciosamente, enloquecido de placer, eyaculando copiosamente muy adentro de las entrañas de Irene.

Irene apoyó su frente en la húmeda pared grisácea, resoplando. Nelson le besó la nuca y le acarició los senos. “Aún no has acabado, mi amor”, le dijo él, “pero tal vez alguien del equipo te quiere hacer ese mandado”. Fue entonces que Irene abrió sus ojos y reparó en la presencia de diez hombres, entre adolescentes y en edad universitaria, que clavaban sus ojos en ella, algunos sobándose el bulto de sus calzonetas, y un par ya se pajeaban abiertamente.

Nelson se hincó para comerle la vagina, y a veces le lamía el ano. Irene cerró sus ojos, meditando sobre la situación. Sabía que si lo pedía, Nelson dejaría las cosas hasta ese punto y podría irse, sin embargo, a medida que caía en la cuenta que había sido vista mientras era enculada por Nelson, empezó a anegarla de un calor ya conocido por ella. Los dedos de Nelson le arrancaron un gemido. Nelson se puso de pie y la besó.

“Aquí hay diez que quieren contigo, mi amor”, le dijo él, e Irene se tomó su tiempo para verlos a todos. Los más jovencitos la veían con ojos desorbitados, intentando absorber toda la gloriosa imagen de su desnudez. “Ninguno avanza”, pensó ella, “quieren joderme todos ellos, pero esperan a que yo diga algo, son caballeros a su manera”, concluyó ella. Esa mañana, cuando despertó en su cama, nunca imaginó que a media tarde, iba a dar inicio una orgía, un gang bang , más precisamente, con todo un equipo de fútbol. Irene sonrió, y pensó que los gustazos eran lo único que uno se llevaba de esta vida.

2 (m, h, h, h, h, h, h, h, h, h, h y h)

Irene salió del estrecho espacio de la ducha, totalmente desnuda, aún temblando por su reciente copulación anal y gracias a los estímulos de Nelson. Algunos jugadores dieron un paso hacia atrás. Irene se pasó una mano por su cabello castaño, aún adherido por su humedad. Irene indicó a Nelson que le alcanzara el bote de lubricante y le pidió que la bañara de pies a cabeza con el mismo, perfectamente consciente de los efectos –o trastornos, más bien- que producían sus curvas resplandecientes de lubricante, sobre los espectadores, tanto masculinos como en las pocas mujeres que habían logrado persuadirla para hacer el amor con ellas, o con las que había participado en tríos, como con la prepago junto a la que hizo feliz a Nelson hacía unas semanas, la prepago le dijo que con ese cuerpo podía llegar a tener mucho dinero como escort, e incluso, que podría tratar éxito en California Norte como actriz pornográfica. Esa última idea no le pareció tan desagradable, y recordarla, puso más caliente a Irene. “Si eres bueno en algo, nunca lo hagas gratis”, dijo el Guasón en El Caballero de la Noche, pero en esta ocasión, al igual que con aquél equipo de baloncesto en su secundaria, sería placer libre y sin discriminaciones.

Irene supuso que nadie andaba condón, pero haciendo cuentas con las fechas, verificó que no se encontraba en su periodo fértil, “así que podrán rellenarme como dona con crema”, pensó ella, ruborizándose, ante la audacia de sus pensamientos. Irene sonrió y se dio tiempo para asimilar el magno espectáculo que había frente a ella. Diez tipos jóvenes, desnudos, con sus penes bien duros. Las manos expertas de Nelson untaban el óleo por todo el cuerpo de Irene, y aquellos diez pares de ojos no se despegaban de ella. Irene se sintió muy bien, su vanidad y su ego muy alimentados, al sentirse tan deseada.

Irene se acercó al primero, un muchacho. “¿Cómo te llamas?”, le preguntó ella, con voz felina y sensual. “Tulio”, balbuceó el joven, que bien podría ser su hermanito menor. Irene le llevaba ocho años por delante. Irene se inclinó hacia el jovencito de piel blanca y lo besó en la boca, metiéndole la lengua muy profundamente, sujetándole su duro pene, pajeándolo con suavidad. Con su mano izquierda, aferró la verga siguiente en la fila, cuyo propietario respingó y suspiró, apenas uno o dos años mayor que Tulio, cuyas manos ya acariciaban los enormes pechos de Irene. Irene apretó la cara de Tulio contra su busto y besó en la boca al siguiente, Alan, también de secundaria, ambos aún inexpertos y por la manera en que temblaban, quizás todavía están vírgenes, pensó Irene. El concentrado tufo a sudor varonil, trastornaba a Irene casi tanto como ella a aquellos dos afortunados adolescentes, que nunca se imaginaron, al despertarse ese día, que iban a hacerse hombres con semejante diosa.

Irene acercó las dos caritas de los adolescentes, y aunque al principio vacilaron, pronto cedieron al morbo y al deseo, y se fundieron con Irene en un intenso beso triple, pletórico de chasquidos y lengüetazos. El que hubieran accedido, acentúo el calor infernal en el interior de Irene. “Dioses, esto está ocurriendo, me voy a comer a once”, pensó ella. Irene les sonrió y acercó sus caras hacia sus pechos, Alan y Tulio chuparon un pezón cada uno, como bebés. Irene gimió en tanto los acariciaba y les sujetaba las vergas durísimas. Los ocho restantes se pajeaban.

“Yo no quiero pajearme porque si acabo no podré hacer nada”, comentó alguien.

Irene juntó su boca a las de Alan y Tulio, quienes ya no dudaron, encantada por la novedad de esa lujuriosa acción, y luego, sin dejar de sonreírles, se hincó ante ellos, sus semidioses. Tulio se estremeció y gimió por todo lo alto, cuando su pene desapareció en el interior de la boca de Irene. Tulio clavó sus manos en la cabeza de Irene, quien mugió gustosa, convidándole al adolescente la primera felación de su vida. “Y quizás su primer beso también”, pensó ella. Luego fue el turno de la pija de Alan, quien también se sobresaltó, pues fue su primer sexo oral. Irene succionaba con intensidad, sus chupetones resonando en aquél silencio, solo roto por sus mugidos, sus chupetones, los lloriqueos de los dos jovencitos y algunos comentarios de los demás jugadores. Tulio fue el primero en correrse en la boca de Irene, algunos chorros rebalsaron por sus labios y gotearon sus senos. Luego fue Alan quien se corrió en la cara de Irene. Irene juntó sus penes para lamerles los glandes.

-“Quiero agua”, pidió ella, y sobraron los botes con agua que aparecieron casi por arte de magia. Irene dio un buen trago, y no se molestó en limpiarse el semen de Alan y Tulio sobre su rostro y sus senos. Fue el turno del número 8, Oscar; Irene lo besó en la boca mientras le sujetaba el pene, seis años los separaban. Con su mano izquierda, Irene aferró el pene del número 7, Elder, quien se sobresaltó; Irene comprobó que ya había emanado líquido preseminal y lo untó por toda su longitud. Irene besó a Elder entonces. Elder ya tenía 18 años. Irene sintió que aquellos dos no serían tan colaboradores con lo del beso triple, así que se arrodilló de inmediato para chuparles sus vergas. De cuando en cuando, Nelson la chorreaba con lubricante para mantener su cuerpazo brillante y apetitoso. Oscar y Elder acabaron casi simultáneamente, Elder adentro de la boca de Irene y Oscar en su cara, chorreándole la oreja derecha y los pechos.

“Yo quiero que me pajiés con tus chiches, amor”, le dijo el número 6, Santos. “Este ya no es virgen”, dedujo Irene, sonriéndole. Ella le untó un poco de lubricante y pronto acomodó el largo miembro de Santos entre sus pechos, apretándolo y empezó a moverse, a veces lamiéndole la punta. Santos jadeaba feliz, Irene hacía un espléndido trabajo. Finalmente, Santos sintió que iba a acabar y sujetó la cabeza de Irene, para eyacular en su boca; Irene se tragó casi todo lo que Santos le ofreció. “Este sí está bien dotado, la tiene bien rica y larga”, pensó ella, mientras se tragaba a los hijos de Santos.

Irene volvió a tomar agua y se acercó al número 5, Giancarlo, de veinte años, le sujetó la verga y con su mano izquierda estrujó la del número 4, Brian, de 21 años. Esta vez, Irene manifestó que ya le dolían las rodillas y se sentó en una banca de madera, para chuparles los miembros al 5 y al 4, respectivamente. El número 3, Jones, de piel más negra que la de Nelson, isleño y de 22 años, pronto hizo su aparición e Irene se la tragó sin contemplaciones. Al final, el 5, el 4 y el 3 efectuaron un mini bukkake sobre Irene, chorreándole la cara, el busto y el vientre, en tanto la agasajada no dejaba de sonreír.

Irene tomó agua de nuevo para atender las vergas 2 y 1, correspondientes a César de 25 años y Boanerges, de 27, el mayor de todos los machos ahí presentes. Irene los chupó con suma dedicación, haciendo recuentos en su mente. “Ese tipo, Santos, y Jones, sí están bien ricos y bien dotados, me muero de ganas por montarlos”, pensaba ella, mientras engullía a la progenie de César y Boanerges rugía, acabándole en los pechos, bien embadurnados de semen.

A esas alturas, Tulio y Alan se encontraban restablecidos. Nelson había traído unas colchonetas para areobics y las puso sobre el piso de cemento. Irene tomó al 10 y al 9 de las manos y les indicó que se acostaran boca arriba sobre las colchonetas. Tulio abrió sus ojos desmesuradamente, viendo a Irene acomodándose encima de él, como para comprobar que su tiesa pija iba desapareciendo en la vagina de la diosa. Los dos suspiraron cuando el vientre de Irene, aún pegajoso de semen, topó con la carne de Tulio, su pene totalmente adentro de ella. Irene empezó a cabalgarlo, metiéndole sus dedos en la boca, a veces pajeando a Alan. Irene estaba muy caliente, rodeada de machos pajeándose sus vergas, a veces chupaba alguna que otra mientras montaba al adolescente. Cuando Tulio estalló adentro de Irene, ella lo besó de nuevo y le dijo, “ahora no vas a olvidarme nunca, porque yo, Irene, te hice hombre”. Y fue el turno de Alan para ser cabalgado. Mientras atendía a Alan, Irene se turnaba para succionar virilidades enhiestas, incluso la de Nelson, ya restablecida. Irene se estremeció, acabando por fin, junto a Alan que eyaculó en su interior. “Vos también entraste virgen y vas a salir hecho hombre”, le dijo ella.

-Yo quiero metértela por el culo –le dijo Oscar- y que te movás como te moviste con Nelson. Irene le sonrió y lo tomó de la mano, ella se hincó para mamársela de nuevo, dejándosela bien dura, luego le untó lubricante, viéndolo a los ojos y sonriéndole. Oscar estaba algo tenso, por lo que estaba a punto de experimentar. Irene se colocó a cuatro patas sobre una de las colchonetas verdes. Le dijo a Oscar que la sujetara por la cintura, y ella misma ubicó la verga para empezar a tragársela por el culo. Oscar suspiraba y se estremecía, cayendo en la cuenta que se trataba de la primera vez que penetraba un culo. Gracias al lubricante, el vientre velludo de Oscar topó contra los glúteos suaves y tibios de Irene, y ella dio inicio a su especialidad. Oscar se aferró a ella como vaquero en un intenso rodeo. Oscar lloriqueó y pronto sintió cómo su leche inundaba las entrañas de Irene.

Irene lo miró por sobre su hombro, sonriéndole, respirando dificultosamente, algo agotada. Sin embargo, pronto, el número 7, Elder, se hincó tras ella, para enterrar su miembro en el culo de Irene, y ella le obsequió el mismo tratamiento que a Oscar y a Nelson. Elder se abrazó a ella, ululando como fantasma en pena, aferrándose de sus pechos, besándola con lengua, estremeciéndose cuando eyaculó en el recto de la joven universitaria risueña.

Fue el turno de Santos, uno de los menos pasivos. El número 6 la tomó de la mano y pronto la sujetó de las nalgas, alzándola del suelo. Caminó con ella hacia la pared y la presionó contra la misma, para penetrarla por la vagina. Irene cerró sus ojos, saboreando la larga pija de Santos hundiéndosele hasta el fondo, ambos se besaban mientras Santos se la cogía de manera exquisita, y la hizo acabar dos veces, antes que él mismo derramase su ardiente semilla en el interior de Irene, que temblaba de placer. Irene lo vio a los ojos y lo besó. “Qué delicioso, estás bien bueno”, le dijo.

Nelson dio a Irene un Gatorade, y los participantes en el gang bang esperaron. Irene indicó a Giancarlo y a Brian, el 5 y el 4, respectivamente, que se aproximaran a ella, en el banco de madera en el que se sentaba. Dejó caer chorritos de bebida energética sabor ponche de frutas alternativamente, sobre las vergas duras de sus amantes, para lamer el líquido. “¿Alguna vez han estado en una penetración doble?”, les preguntó ella, sonriendo pícaramente, sus ojos color miel resplandecientes de lujuria. Los dos negaron con la cabeza, pero manifestaron saber de qué iba el asunto, por haberlo visto en videos pornográficos.

Irene los llevó de la mano hacia una de las colchonetas, los observó un instante e indicó a Brian que se acostara boca arriba. Irene le mamó la pija antes de encajársela, luego, Giancarlo untó lubricante en su pene y derramó un chorrito en el ano, algo enrojecido, de Irene, quien se sobresaltó al sentir el líquido, montando despacio a Brian. Finalmente, Giancarlo se hincó, acomodándose detrás de Irene, que detuvo sus movimientos para permitir el ingreso de Giancarlo en su culo. Irene entonces, exclamó, con sus ojos en blanco, sintiéndose bien llena. Giancarlo y Brian empezaron a cogérsela, por partida doble, e Irene lloriqueaba enloquecida de placer, hasta que fue silenciada por la verga de Jones, la que Irene succionó como si en eso se le fuera la vida. Cuando el 5 y el 4 dieron buena cuenta de Irene, ella se levantó temblorosa, varios hilillos de semen escurriéndose de sus dos orificios amorosos.

Jones acercó una colchoneta, pegajosa de sudor y lubricante, hacia uno de los bancos de madera, junto a un pilar grueso, acomodó varias prendas para ocultar la madera y luego tomó a Irene de la mano, quien ni siquiera dijo algo, resoplando, más bestia que humana, casi demencial su situación cognitiva. Jones la colocó contra el piso, su cabeza, nuca y parte superior de la espalda, apoyadas contra la colchoneta, de modo que sus caderas apuntaban al cielo. Jones la sujetó de las piernas para poder penetrarla de arriba hacia abajo. Irene gemía y lloriqueaba como si la estuvieran torturando, mientras Jones le musitaba cualquier clase de obscenidades, diciéndole lo muy perra que era, diciéndole que era una puta fácil y caliente, tragona, etc. Y pronto, Jones se turnaba para penetrarla ora en la vagina, ora por el culo. Irene quiso protestar, pero su boca solo emitía jadeos, era un objeto sexual sometido al pene de Jones, quien acabó chorreándole sendos agujeros. Irene permaneció un rato en esa incómoda posición, temblando, por primera vez cayendo en la cuenta de la clase de situación en la que se había metido, esa sensación entre la culpabilidad y la vergüenza, por una parte, y el gozo irrestricto, por otra parte.

César y Boanerges la ayudaron a levantarse, notando su cansancio, pero eso no la eximiría de atenderlos a ellos, sus dos agujeros bien ensanchados, bien usados, toda ella muy usada, usada sin compasiones por aquellos once hombres. Boanerges se acostó sobre una colchoneta e Irene, casi instintiva y mecánicamente, se ubicó encima de él, para montarlo, pero pronto se dio cuenta de algo nuevo, y abrió sus ojos, más su boca, abierta, solo emitió más quejidos, cuando su cerebro asimiló lo que estaba ocurriendo: la verga de César estaba deslizándose en su vagina, junto a la de Boanerges, convidándole así su primera penetración doble vaginal. Irene clavó sus uñas en Boanerges, lloriqueando, sus ojos lacrimosos, en aquella frontera del dolor y el placer. Sus dos amantes no parecían incómodos por su cercanía, más enfocados en cogérsela de todas las maneras posibles. Irene balbuceó algo ininteligible y se estremeció cuando sintió dos cargas estallando dentro de ella.

Irene se mantuvo acostada de lado, temblorosa y quejumbrosa, llena de lubricante seco, de semen, usada toda ella, resoplando agotada, viendo de reojo a sus once amantes. ¿Había sido violada? ¿O fue consensual? No debió haber permitido que Nelson la convenciera de tener sexo en ese lugar. Pero tuvo la oportunidad de decirle que se la llevara, dejando al resto del equipo con solo la visión de su desnudez. Nelson le dio otro bote con agua e Irene empezó a beber, con sus manos trémulas. Alan y Tulio se arrodillaron para acariciarla, sus penes adolescentes bien tiesos. Nelson quiso apartarlos pero, Irene le indicó que los dejara. Le parecían lindos y se sentía especialmente conectada con ellas, ya que se habían amachinado con ella. Alan y Tulio le ayudaron para ir a la ducha y la asearon diligentemente, e Irene, en medio del chorro de agua, les obsequió una chupada más. El agua pareció reanimarla, y pronto, Irene los lavó a todos, uno por uno, a Santos le dijo lo mucho que le gustaba y que quería seguir cogiendo con él, tenerlo como amante o si quería ser su amigo con derechos, a lo que Santos accedió gustoso. Cuando fue el turno de Jones, Irene le confesó lo mucho que le gustó la manera en que la usó y quedaron de ir una noche solos los dos.

Al final, se tomaron una foto, desnudos, con Irene desnuda en medio, sosteniendo una pelota de fútbol, su expresión cansada pero sonriente, Irene era su nuevo trofeo.

3

Cuando llegó a su cuarto, con ayuda de Nelson, Irene se dejó caer sobre su cama, totalmente exhausta, su ropa interior había desaparecido, por lo que estaba directa. Ella se durmió casi de inmediato. Nelson se fue a ver la tele, impresionado ante la proeza de Irene, pero al mismo tiempo, algo culpable. Luego pensó lo que opinarían los del equipo de baseball del barrio.