Irene (1/4)

Cuatro días para disfrutar de Irene. Y de momento el jueves, un parto y una partida de Atrapa la bandera ya me hacen perder el primer día...

Irene fue un gran hallazgo. Antes de conocerla, había tenido otras sumisas de las que en su día, pude sentirme muy orgulloso. Pero Irene… es un caso excepcional. Obviamente, nunca se lo he dicho con esas palabras y tampoco creo que ella se crea tan especial, lo cual la hace todavía más increíble.

Lo que me fascina de ella es su personalidad y su carácter frente a todo. Es risueña, alegre, divertida y con una energía que muchas otras envidiarían. Por explicarlo de un modo sencillo, diría que es una de esas personas que no ha olvidado su parte infantil y su actitud frente a la vida es parecida a la de una niña o una adolescente.

No me malinterpretéis, a ver si ahora alguno va a pensar que me entretengo sodomizando adolescentes. Tiene veintisiete años, pero al igual que otras personas se convierten en adultos y olvidan esa parte más infantil, un grupo en el que me incluyo, ella disfruta de cada detalle, de cada salida, de la misma forma que un niño en las fechas navideñas. ¿Qué queréis que os diga? Hay momentos para todo y también sienta de maravilla de vez en cuando salir del círculo vicioso de "calla puta" y poco más en el que estaba metido antes de Irene. Reconozco que desde que estoy con ella, se me ha contagiado parte de su alegría y de sus constantes ganas de broma. Sobretodo, las constantes ganas de broma, aunque sean a su costa.

Una de las cosas que más me gustan de Irene es que no es una de esas sumisas que van con la mirada clavada al suelo durante todo el día. Irene baja la mirada y se comporta como una zorra cuando toca. Cuando yo quiero. ¿Qué gracia tendría si lo hiciese a todas horas? Me parece más estimulante que lo haga en los momentos en que a mí me apetece verlo.

El caso es que aquella semana pintaba muy bien, se acercaba un puente de cuatro días en los que tendría a Irene totalmente a mi disposición. Jueves, viernes, sábado y domingo festivos… no suele darse muy a menudo. Sin embargo, cuando se lo dije, noté que no estaba tan ilusionada como debería.

  • ¿Qué pasa? – le pregunté, mientras tomábamos algo en la terraza de un bar. – No te veo muy
  • Es que… - dijo ella, interrupiéndome, como si fuera a pedirme algo – es que el jueves
  • ¿Qué pasa el jueves? – pregunté, con curiosidad.
  • Bueno… es que… dos veces al año, los que íbamos al instituto nos reunimos y pasamos el día juntos – me explicaba, mientras se colocaba el pelo tras las orejas una y otra vez.
  • Reunión de ex-alumnos, ¿no?
  • Tampoco es eso – dijo moviendo las manos, mientras me explicaba – Es que lo de "reunión" suena muy formal, y no es eso… Más bien, quedamos donde quedábamos siempre y nos vamos a la playa…¡Hasta nos llevamos los bocatas y todo!

La escuchaba pacientemente mientras ella se esforzaba por conseguir convencerme. Me explicaba quiénes iban, una docena de nombres que ni siquiera escuché, y alguna anécdota referente a la última reunión. Pero yo sólo podía pensar en lo mal ubicada que estaba esa reunión. Había esperado esos cuatro días durante demasiado tiempo para que ahora se fuera de picnic

  • y entonces, ¡Siempre acabamos jugando a alguno de los juegos que hacíamos cuando íbamos al instituto! – explicaba, animada.

Levanté una ceja y la miré, desconfiado. Creo que entendió mi mirada, porque saltó como un rayo para aclarármelo.

  • ¡No, no! ¡Nada guarro!

Sonreí. Me encantaban las expresiones que usaba en su vida cotidiana.

  • Ah, yo qué sé… Me dices "juegos de instituto" y a mí por juegos de instituo me vienen a la cabeza… – dije yo, haciendo memoria y sonriendo de nuevo sin poder evitarlo – otras cosas
  • En realidad, somos los mismos desde primaria y nos hemos quedado así, un tanto infantiles… ¡Ya ves, la última vez jugamos al escondite! – hizo una pausa y me miró suplicante - ¡El escondite no es nada guarro! ¿No podría…?
  • A ver si me aclaro – dije, interrumpiéndola - ¿¡Me estás pidiendo que te de el jueves libre…porque has quedado con tus amigos para jugar al escondite!?

¡Joder! Mira que la diferencia de edad entre Irene y yo no es mucha, de hecho nos llevamos cinco años… pero en ese momento, me sentí como un padre. Es que… ¡Joder! ¡Me estaba pidiendo permiso para ir a jugar al puto escondite!

  • Si no quieres que vaya, no iré…-dijo, bajando la mirada y volviendo a juguetear con su pelo.
  • Gracias por aclararme ese punto – le dije con ironía - ¿Cuánto tiempo se supone que dura esa reunión?

Ella alzó la mirada y sonriente contestó:

  • ¡Nada, no mucho! Quedamos a la una, vamos a la playa, nos ponemos al día mientras comemos y después de jugar a algo, nos vamos.
  • Irene, no te pedía el planning – dije, intentando mantener la paciencia – Te he preguntado cuánto tiempo es eso.
  • Hasta las siete, más o menos.
  • ¿¡Seis horas!? – pregunté, mientras pensaba – Son muchas horas, niña… Si fuese otro fin de semana, todavía me lo podría plantear, pero siendo este puente… no.
  • Pero… - protestó.

La miré fijamente con cierta cara de enfado. Sus "peros" tras una decisión mía me suelen sacar de quicio.

  • De acuerdo… no iré.

Y ahí quedó el tema.

El jueves por la mañana apareció en mi casa puntualmente a las nueve. Quiero resaltar eso de "puntualmente" porque Irene NUNCA lo es, su pequeño caos horario le ha costado más de un castigo. Por eso destaco que llegase puntual. Ahí estaba, frente a mi puerta, con una sonrisa de oreja a oreja. Y, puedo ser muchas cosas, pero no soy tonto. ¿Quién no recuerda esa sensación, cuando era un adolescente y esperaba que sus padres le permitiesen salir, o llegar un poco más tarde? Era evidente que seguía teniendo una pequeña esperanza de que la dejase ir.

  • Uy – dije, con sarcasmo, mirando el reloj - ¿Creías que habíamos quedado a las diez o es que se te ha estropeado el reloj?
  • ¡Toni…! – dijo ella.
  • Anda… ¡Para adentro, pelirroja!

Entró en la casa y se quedó de pie frente a la mesa del comedor.

  • Estaba desayunando… - comenté, mientras tomaba asiento - ¿Has desayunado?
  • ¡Sí, hace un ratito! – dijo ella.
  • Bien.

Cogí el periódico y tomé un sorbo de café mientras reanudaba mi lectura. Ella seguía de pie frente a mí, canturreando en voz baja, mirando de un lado a otro y sin parar de mover las manos de una forma nerviosa. La verdad es que conseguir que Irene esté quieta y centrada no es sencillo, siempre tiene una energía y un nerviosismo que, aunque esté sentado como estaba en ese momento, consigue estresarme. Sin levantar la vista del periódico le pregunté:

  • ¿Estás nerviosa? – dije, con sarcasmo – No entiendo por qué… no es la primera vez que me ves desayunar
  • ¡No, no! – dijo, soltando una risita – Estoy la mar de bien.
  • Pues no lo parece – le comenté, levantando la vista – Como sigas moviendo tanto los brazos, saldrás volando

Sonó el móvil. Miré quién era. Um… mi secretaria. Lo cogí mientras tomaba otro sorbo de café. Al parecer, la mujer de mi socio se había puesto de parto y no había nadie para la reunión de las once. ¡Maldita sea! El primero de los cuatro días a tomar viento

  • De acuerdo… voy para allá.

Colgué, me terminé el café de un trago y me levanté para coger mis cosas.

  • Irene, tengo que irme. – comenté desde el fondo del comedor, mientras cogía mis cosas - Tú ponte cómoda y disfruta de la casa. Volveré a las
  • ¡Pero…!

¡Ay, Dios! Irene y sus "peros". Me acerqué a ella rápidamente y mi cara quedó frente a la suya.

  • ¡Pero… qué!
  • Yo… - dijo ella, nerviosa - ¿Me tengo que quedar aquí?
  • ¿Es que tienes algo más que hacer? – le pregunté con hipocresía.

Ella se encogió de hombros y puso cara de circunstancia.

  • ¡Claro! La reunión del escondite… – le dije, apartándole el flequillo de la cara.
  • Por favor…¿puedo ir? Por favor… por favor

La miré fijamente. Estaba claro que realmente le apetecía ir

  • Si vas… - dije, viendo cómo al instante su mirada de iluminó – te contará como una falta.

Su alegría se esfumó y su respiración comenzó a agitarse.

  • ¿Qué… qué tipo de falta? – preguntó, nerviosa.
  • ¡Ja, ja, ja, ja! – reconozco que su comentario me hizo reír - "¿Qué tipo de falta?" ¿Qué crees que es esto? ¿Lo de las multas por puntos?
  • No, sólo… es que no sé por qué no puedo ir a un sitio… si tú no vas a estar aquí.
  • Yo no he dicho que no puedas ir… - comenté, sonriente.
  • Ya, pero me contará falta… - dijo ella, mirando al suelo.
  • Tú verás – continué – Puedes quedarte aquí… o irte con tus amiguitos. Pero si vas… ya sabes lo que hay.

Deslicé mis manos por su espalda y levanté su vestido. Ella dio un respingo en cuanto notó mis manos directamente acariciando su culo. Apreté su cuerpo contra el mío y acercando más mi cara, empecé a lamerle el lóbulo de la oreja pausadamente. Ella soltó un gemido. Sonreí. Sin duda, la semanita que llevaba sin correrse estaba haciendo mella.

  • ¿Qué… te pasa? – pregunté con retintín, mientras deslizaba una mano a su entrepierna.

Ella volvió a gemir.

  • Yo… yo… - decía, nerviosa.
  • ¡Ja, ja! ¿Tú… tú… qué? – volví a preguntar, disfrutando de su nerviosismo.
  • Estoy muy… ¡Ah…! – gritó cuando pasé mi lengua por su cuello – Estoy tan… cachonda.
  • Ya veo… - dije, pasando un dedo por su coño, que estaba empapado – Pues si vas, un día más sin correrte. De momento.
  • No…no es justo.

Me aparté de ella y solté una carcajada.

  • ¡Ja, ja, ja! Irene, si querías justicia, haberte hecho abogada.

Ella frunció el ceño y se cruzó de brazos, permaneciendo otra vez quietecita y de pie, con las mejillas sonrosadas y normalizando su respiración.

  • ¿Te quedas o vas? – pregunté, listo para marchar.

Dudó un momento y finalmente dijo:

  • Voy

Me volví a acercar a ella y pasé un dedo por su escote.

  • Vaya… realmente debes tener muchas ganas de ir - dije, sonriente.
  • Sí... aunque si vas a enfadarte
  • Cuando me enfado, siempre te enteras… - comenté, fijando mis ojos en los suyos - Ahora, apuntame la dirección exacta del lugar al que vas. A las siete allí como un clavo, ¿entendido?
  • ¡Sí! - dijo entusiasmada - ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias!

Cogí las cosas y salimos por la puerta.

  • Y después, ya veré qué hago contigo… - concluí, dándole un cachete en el culo.

Fui a buscarla veinte minutos antes de la hora. Aparqué el coche en el lugar que me había dicho y salí del coche, buscando a Irene. Pero no me hizo falta buscar demasiado. A pocos metros del coche, un grupo de chicos y chicas estaban jugando, entre ellos mi pelirroja, que gritaba como una descosida. Me apoyé en el capó del coche y la observé. Se había puesto un pantalón corto de sport y se había recogido el pelo en una coleta, aunque lo llevaba bastante alborotado. También llevaba una camiseta, con el número nueve, que le iba como cuatro tallas más grande. Estaba claro que esa camiseta no era suya, pero en ese momento todos los chicos que estaban allí se habían quitado las camisetas, así que no tenía ni idea de quién sería el galán que le había cedido la suya.

El juego lo reconocí rápidamente. Esta vez no jugaban al escondite, ahora estaban en medio de un "Atrapa la bandera". No os sorprendáis, obviamente, también he sido niño y he jugado a esas cosas, aunque dejé de hacerlo hace muchos años.

Hubo una pausa y chicos y chicas se separaron, haciendo una especie de reunión, cada grupo en un lado del "campo".

¡Mi primera sorpresa de la tarde! ¡Irene era la capitana del grupo de las chicas!

¡Segunda sorpresa de la tarde! Les estaba metiendo una bronca de tres pares de cojones.

Me quedé embobado mirándola; Irene parecía uno de esos rudos entrenadores de fútbol americano que gritan e insultan sin parar.

Mientras volvían a sus posiciones, aproveché para dejar mi americana dentro del coche. El calor era infernal y mi atuendo no era el más apropiado.

Um… parecía que volvían a moverse. Unos por aquí, otros por allá… De nuevo, me sentí descolocado. Parecía un padre que observa cómo juegan los críos. ¡No es normal, sólo me llevo cinco años con esa gente!

Uno de los chicos llegó hasta la bandera de las chicas, que estaba vigilada por dos de ellas, bastante pavas, por cierto, porque salieron despavoridas en cuando vieron a aquel tiarrón correr hacia ellas. El tío cogió la bandera y corrió de nuevo hacia su campo. Parecía que la partida estaba a punto de terminar cuando… ¡¡La puta que la parió!!

Di un brinco y me incorporé. ¡¡Irene acababa de placar a ese tiparraco enorme!! Literalmente, se había lanzado a su cuello en plan kamikaze, tirándolo al suelo y recuperando su bandera. Todas las chicas aplaudían la hazaña de Irene mientras yo, con cara de tonto, asimilaba lo que acababa de ver.

Sonó mi móvil y entré en el coche para charlar tranquilamente. Mi socio, el parto había ido todo bien… una niña preciosa, tres kilos cuatrocientos "¡Vaya cuatro días de sexo desenfrenado! ¡La primera en la frente! Padres felices que me informan de sus bebés y mi putita jugando al pilla pilla…"

En fin, cuando colgué, vi que ya estaban recogiendo sus cosas. Irene charlaba enérgica en medio del grupo de chicos y parecía estar bastante rabiosa.

Empezaron a caminar hacia el paseo; las primeras en pasar frente a mí fueron las chicas que charlaban y reían como si fuesen unas adolescentes de quince años.

Cómo no, en el último grupo iba Irene, rodeada de cuatro tíos, que la estaban haciendo rabiar:

  • No te cabrees, tonta – dijo uno de ellos – lo habéis intentado, pero somos mejores.
  • ¡Eso no te lo crees ni tú! – dijo ella, bastante picada – La culpa es de ellas, que son unas finolis. ¡La próxima vez hacemos grupos mixtos, nada de chicos contra chicas!
  • ¿Lo ves? – dijo otro chico, chuleándole – Porque sabes que somos mejores.

Todos rieron a carcajadas y ella todavía se picó más. Eso me hizo gracia, he de reconocerlo. Los tenía prácticamente a pocos metros, hablando a gritos y la verdad es que me alegré de estar dentro del coche. Podía estar de espectador sin problemas.

  • "Somos mejores, somos mejores" – vitoreaba aquel chico, haciendo rabiar a Irene.
  • ¡¡Tu puta madre!! – contestó ella, cabreada.
  • Irene tía, que es un juego… - dijo el tiparraco al que había placado – No te lo puedes tomar así
  • ¡Me lo tomo como me da la puta gana!
  • Déjala tío – dijo otro - ¡Si siempre ha sido así! Jugar con ella, o apostarse algo es un peligro

Vaya… interesante conversación. ¿Así que mi putita es extremadamente competitiva? ¡Tercera sorpresa de la tarde!

  • No me gusta perder, ¿vale? – dijo ella cruzándose de brazos - ¡Y si no te gusta, pues no juegues más conmigo!
  • Uy… jugar contigo… - dijo aquel tiparraco, abrazando a Irene por detrás y refregándose como un salido - ¡Eso sí estaría bien!

Levanté una ceja, un tanto alertado. Ése tipo no me gustaba… Tampoco me gustó que Irene no le dijese nada… Y fue entonces cuando me percaté: Todos los chicos se habían puesto camiseta, menos… ¿A que no adivináis quien NO llevaba camiseta? En efecto, el mismo tiparraco. En cuestión de un segundo, decidí que detestaba a ese tío.

Cuando pasaron de largo, decidí entrar en acción.

  • Buenas tardes – dije, saliendo del coche y caminando hacia ellos.

Los chicos se pusieron un tanto a la defensiva, desconcertados. Irene dio un brinco, estaba claro que no me esperaba allí. Caminó hacia mí a toda pastilla con cara de susto y me preguntó, bajando el tono de voz:

  • ¡Hola…! ¿Qué haces aquí?

Preferí no contestar, sólo la miré fijamente.

  • Bueno, quiero decir… ¡No es que no puedas estar aquí! – corrigió sobre la marcha - Es que… ¿aún no son las siete, no? – preguntó nerviosa y sonriente.
  • Ah… y si no son las siete, no puedo estar aquí. – le dije, sarcásticamente.
  • No, no… perdona, es que me ha sorprendido verte aquí.

Los cuatro chicos permanecían quietos, unos pasos por detrás de ella, como si fueran sus guardaespaldas.

  • ¿No vas a presentarme a tus amigos? – pregunté, esperando poder ponerle nombre al tiparraco.
  • ¡Sí, claro…! - dijo, un tanto alterada – Chicos, éste es Toni, no sé si os había hablado de él

Hicimos toda la ronda de presentaciones. La verdad es que no me acuerdo del nombre de los otros tres, porque no hice ni el intento de recordarlos, pero el tiparraco sin camiseta se llamaba Carlos. Ya no odiaba al tiparraco. Ahora odiaba a Carlos, el tiparraco.

Él, sin cortarse un pelo preguntó:

  • ¿Así que… tú e Irene…?
  • Exacto – contesté, sin dar más explicaciones - ¿Quién ha ganado al final?
  • Nosotros – dijo él, con voz de siete machos y volviendo a reirse de Irene – Aunque le joda a la niña, ¿eh?

Al ver la cara de Irene, no pude evitar reír. Ella, colorada, se giró hacia Carlos.

  • Vamos a dejarlo ya… ¿eh, Carlitos? - dijo, picada de nuevo, pero intentando controlarse, supongo que por mi presencia.

Quise indagar un poco más sobre la competitividad de Irene y me uní al cachondeo que llevaban , preguntándoles:

  • ¿¡Qué pasa!? ¿Tan poco le gusta perder a la pelirroja?

Todos los chicos se echaron a reir, mientras ella, como un tomate, los miraba como si fuera a asesinarlos.

  • ¡Lo de Irene es muy fuerte! – dijo Carlos, el tiparraco – Desde el colegio, pierde los nervios con los juegos.
  • ¡Y hasta en los trabajos de clase! – añadió otro – Sólo faltaba que dijeran "el primero que acabe…" y ya la veías ah텡Ciega perdida! ¡Ja, ja, ja, ja!
  • Por eso siempre la acabábamos poniendo de árbitro – dijo el tiparraco – para que no armara jaleo

El resto de chicos se rieron y cuando ella fue a contestarles, Carlos le dio un cachete en el culo y le guiñó un ojo. Irene le rió la gracia, pero se giró al instante, mirándome con cara de circunstancia. Yo, por mi parte, ya tenía más que suficiente.

  • Bueno, tenemos que irnos ya – dije, finalizando la conversación – Encantado de conoceros.
  • Lo mismo, tío – dijo el tiparraco – Y para la próxima, a ver si te apuntas
  • Lo tendré en cuenta – contesté sarcásticamente.

Mientras ella acababa de despedirse de su grupo, entré en el coche. " Piénsalo de este modo" – pensé para mí – " Después de este día de mierda, sólo puede ir a mejor".

Miré mi teléfono y me llevé una MUY grata sorpresa. "¡Vaya, una llamada perdida de Sergio! Eso sólo pueden ser… BUENAS NOTICIAS"

Quien sabe, tal vez acabe siendo un fin de semana tremendo


¡Gracias por leerme!

Si tenéis tiempo, PUNTUAD y COMENTAD, tanto para bien como para mal.

Un saludo!!

Susana Martín.