Ir al dentista no tiene por qué ser tan dolorso

No entiendo por qué a la gente le da tanto miedo ir al dentista si es donde mejor te lo puedes pasar

Esto de vivir sola a veces es agotador, el tener que poner lavadoras, tender la ropa, planchar, hacer la cama. Ojalá volver a los tiempos en el que me lo hacían todo papá y mamá, pero bueno, no lo voy a decir muy alto no vaya a ser que aparezcan y me lo estén recordando como siempre.

Mi vida cambió el día que decidí salir del pueblo e irme a la Universidad, mamá me decía que me quedase cerca de ellos, que odontología no era una carrera que necesitase irme donde cristo perdió el mechero, pero aun así yo quería salir de mi zona de confort.

Después de estar un par de meses viendo las Universidades, las residencias y demás me decanté por un barrio de Madrid, era el mejor. Estaba cerca del centro, de la Universidad y a unas paradas más de metro tenía las discotecas. Debo reconocer que la carrera se me pasó en un abrir y cerrar de ojos; para cuando quise darme cuenta estaba titulada ya y ejerciendo como dentista.

Hubo un tiempo en el que quise volver a casa, pero ya que me había costado tanto echar raíces en Madrid no iba a cortarlas de la noche a la mañana, así que alquilando un piso a medias con una amiga que con el tiempo terminó por convertirse en una hermana para mí, conseguí prologar mi sueño en la capital.

Los domingos eran lo mejor de la semana, al día siguiente teníamos que trabajar, pero eso nos daba igual. Las noches de los domingos eran sagradas; no podían faltar nuestras dos copas de vino, una buena tabla de quesos y los cotilleos del trabajo. Carolina trabajaba en una agencia de viajes, era un chollo, gracias a ella encontrábamos ofertas por todos los lados.

-Pues como lo oyes, al final Fran se ha liado con Susana.

-No me lo puedo creer, por fin contesté.

Y así seguíamos informándonos de los cotilleos de la semana hasta que nos dimos cuenta que nos habíamos terminado la botella de vino blanco y los quesos.

-Te puedes creer que todavía tengo hambre dijo Carolina.

-Si quieres me acerco un momento al 24 horas que hay aquí abajo y compro más vino dije terminando con una carcajada.

-No tía, mañana no va a ver quién nos saque de la cama.

Así que sin hacer caso de las palabras de Carol, me puse lo primero que pillé por casa y baje a la tienda. Menos mal que no me lo pensé mucho porque cuando me vi reflejada en el espejo del ascensor, quise darme la vuelta de inmediato.

Nada más entrar a la tienda cogí el vino, una bolas de queso que iban envueltas en salmón, un par de bolsas de patatas y alguna que otra cosa más para picar. Lo que me sorprendió de todo aquella noche no fue el precio del vino, ya que lo habían vuelto a subir, sino que la cola llegase casi a la zona de dulces. Después de estar esperando un buen rato en la cola, cuando llegué a la caja me di cuenta de cuál era la razón.

-Hola, buenas noches dijo el dependiente un poco entrecortado.

-¿Tienes caries verdad? Le dije sin ningún miramiento, a veces el alcohol es lo bueno que tiene.

-Sí, ¿cómo lo has sabido? Me respondió un poco asombrado.

-Por la zona baja derecha de tu mandíbula, está muy inflamada y rojiza, y si a eso le sumas que desde que te he visto no paras de llevarte la mano a la cara, que te cuesta hablar y que soy dentista pues la ecuación se resuelve sola, ¿no crees?

El dependiente intentó reírse pero su dolor de muelas se lo impidió. Así que antes de que pudiese articular palabra alguna, le escribí la dirección de mi consulta en el ticket de la compra y con las mismas me fui.

-Ve a este sitio mañana cuando puedas, te curaremos ese dolor, pregunta por Cristina, soy yo.

La noche continuo su ritmo, hasta terminamos bailando Carol y yo encima de la mesa del salón, me encanta lo fácil que es todo con ella. Sin embargo lo difícil fue levantarse a la mañana siguiente cuando sonó el despertador. Todavía me preguntó de dónde saqué las fuerzas que me permitieron levantarme de la cama, lavarme los dientes, vestirme y maquillarme para tapar tremendas ojeras.

Cuando salí de casa todo me retumbaba en la cabeza, hasta el revoloteo de una mosca, parecía que el cerebro me iba a estallar con el próximo ruido que se pasase un poco de tono. Así que antes de que pasase la motocicleta que cada vez se aproximaba más a mí, me puse los cascos, sintonice mi cadena de música favorita y junto a eso y el metro de la línea 6, pude llegar al trabajo.

-Tienes visita Cris, me dijo mi compañera Carla nada más entrar por la puerta.

-¿Ya? Si ni si quiera son las diez.

-Estaba antes de que levantase la persiana, y nada más abrir ha entrado y me ha dicho que te buscaba, que suerte tienes siempre cabrona me dijo Carla con una sonrisa en la cara y un guiño de ojos.

Al girar la manivela de la puerta y entrar en la sala me quedé bastante sorprendida.

-Hola buenas, soy Álvaro, el chico de anoche.

-¿Cómo que el chico de anoche? Dije hacia mis adentros, dónde estuve anoche o qué hice que no recuerdo el haber conocido a semejante Adonis. La belleza de aquel ser era deslumbrante; Álvaro tenía un cuerpo perfecto, brazos fuertes, cuello portentoso, mandíbula definida, no importaba la parte del cuerpo que mirases porque iba a ser perfecta.

-¿Hola? ¿Te acuerdas de mí? Soy el chico de la tienda, el de las caries.

Al escuchar esas últimas palabras todo vino a mi mente. Álvaro era el dependiente del 24 horas, cómo pude fijarme en sus caries y no él –Ya no vuelvo a comprar ese vino me volví a decir a mí misma.

-Sí, sí, claro que me acuerdo de ti Álvaro, lo que pasa es que me acabo de levantar y tengo la cabeza en otra parte terminé con una risa forzada mientras no paraba de mirarle de arriba abajo. Aquel lunes iba a ser el mejor de mi vida, y más si iba a pasar un tiempo en aquel cuadrado que conformaban las paredes de la habitación.

-Bueno, siéntate que veamos esas caries le dije para que se acostase en la silla. Aunque Álvaro era tan grande que costaba que su cuerpo cogiese en aquel lugar – ¿Estás cómodo? le dije a lo que él agitó su cabeza diciéndome que sí.

Tras un primer vistazo, me di cuenta de que Álvaro no tenía caries, sus dientes eran perfectos, blancos, todos colocados en su sitio, pero una muela, la del juicio mejor dicho era la que le estaba causando esa inflamación.

-Álvaro, lo que tienes no son caries, es la muela del juicio ¿vale? Así que si te parece te pongo un poco de anestesia, te la quito y para cuando te des cuenta estás en casa.

-Vale me volvió a decir él agitando su cabeza de arriba abajo.

La operación fue un poco más lenta de lo que pensaba. La muela se resistió un poco y la verdad es que no fue nada fácil sacarla sin hacerle un poco de daño a Álvaro. Para colmo de todo aquello era Agosto, en Madrid y con el aire de la clínica roto hasta nuevo aviso, por lo que al cabo de un tiempo varias gotas de sudor comenzaron a caerme por la cara.

Tal era el calor que decidí desabrocharme un par de botones de la camisa, pero eso no sirvió de nada, ya que el calor seguí haciendo mella en mí. Una gota en concreto pasó por debajo de mis gafas, surcando la comisura de mi ojo, luego de mi nariz, de mis labios y por último se posó en mi barbilla hasta coger impulso y caer sobre mi escote.

Álvaro fue testigo de aquel momento y sin aviso alguno, alzó su mano y cogiendo con la yema de su dedo índice la gota de sudor que surfeaba por mi escote, se la llevó a la boca y la puso sobre su lengua.

-Yo también tengo calor dijo Álvaro clavando su mirada en la mía.

Reconozco que no supe cómo reaccionar ante tremendo acto. Álvaro aprovechó mi rigidez provocada por el contacto de su dedo y mi cuerpo que se atrevió a desabrocharme otro botón de la camisa. Mis manos era antes las que estaban encima de su boca y ahora sin embargo son las suyas la que juguetean con mis pechos –En qué momento ha sucedido esto me pregunté.

Álvaro sacó una mano de mi escote para ahora dirigirla hacia su entrepierna. Era impresionante ver la facilidad y rapidez con la que aquel hombre desabrochaba todos y cada uno de los botones de su pantalón y dejaba su miembro a la vista de todos los presentes en aquella habitación.

Yo seguía sin poder dar crédito de lo que estaban viendo mis ojos por lo que fue Álvaro el que nuevamente tomó la iniciativa por mí y agarrándome la nuca me dirigió la cabeza hacia su sexo. Intenté cerrar la boca, pero el largo y ancho de aquel miembro erecto consiguió que mi boca se abriese por completo y que mis glándulas salivales generasen la suficiente saliva para lubricar semejante pene.

La fuerza y rapidez con la que Álvaro me empujaba la cabeza de arriba abajo me hacía sentirme sucia, me estaba encantando, no quería parar, pero de lo que no estaba dispuesta era que Álvaro dominase todo el rato. Así que en uno de los momentos en el que él echó la cabeza hacia atrás debido al placer que mi lengua le proporcionaba a su polla. Cogí la manguera pequeña que tenemos los dentistas en la silla para mojar su cara. Este sorprendido se llevó sus manos a la cara para intentar limpiarse los ojos y ver qué era lo que estaba sucediendo, tiempo el cual aproveché para sentarme encima de él y agarrarle por el cuello.

-Vamos a ver Álvaro, ahora soy yo la que manda ¿de acuerdo?

A Álvaro no pareció gustarle lo que estaba escuchando por lo que intentó levantarse para librarse de mí y volver a tener él el poder. Pero Álvaro no contó con que mi mano sobre su cuello tenía demasiado poder. Cuando Álvaro intentó levantarse apreté la zona de su mandíbula que estaba herida y este gritó de dolor.

-Ahora ves que de verdad tengo el poder no Alvarito le dije llena de confianza –Así que ahora vamos a hacer lo que yo quiera ¿vale?

Álvaro permaneció callado, furioso, en sus ojos se podía ver la ira acumulada por no ser él el que estuviese encima de mí.

-Lentamente vas a bajarme los pantalones le dije acercando mi boca a su oreja. Y después vas a pasar tus manos por mis piernas, y cuando llegues a mi coño, vas a meter primero un dedo, y si lo haces bien, puede que hasta te pida que me metas dos.

Álvaro siguió mis órdenes como un perro a su amo. Fue inmenso el placer que sentí cuando aquel dedo recorrió desde la parte más alta de mi coño hasta entrar por mi vagina.

-Mete otro dedo le dije cuando me sentí lo suficiente cachonda y húmeda, no pares, hazlo lo más rápido que puedas.

Álvaro pareció meter la quinta marcha y aquellos dedos parecían puñales entrando y saliendo de mi coño, matándome así de placer. Con cada embestida que me metía con los dedos, mi cuerpo se movía hacia delante y hacia atrás, notando así en mi culo una especie de objeto. Cuando giré levemente mi cabeza para ver de qué se trataba, era el miembro de Álvaro, más erecto todavía que antes.

Si su pene estaba deseoso por follarme y yo porque lo hiciese, quién era yo para evitar que sucediese. Así que apretando de nuevo la mandíbula de Álvaro aproveché su quejido para abalanzarme con mi coño desnudo y mojado sobre su pene como si de un guepardo se tratase. Ambos gemidos, él de placer y dolor y yo solo de placer.

Comencé a moverme, cada vez de manera más frenética, debo reconocer que saber que yo tenía el poder me ponía cada vez más y más cachonda. Así que cada vez que apretaba la mandíbula de aquel pobre diablo y este gemía de dolor, yo me restregaba notando su pene dentro de mí. Continué así hasta que mi cuerpo no pudo más y me corrí sobre Álvaro, cayendo sobre él.

El problema fue cuando solté la mandíbula de él y mi poder se desvaneció. Álvaro todavía no se había corrido, así que rabioso por el poder que había ejercido sobre él, me acostó boca abajo sobre la silla, inclinándola del todo, hasta tal punto de que todo mi cuerpo estaba a mí merced. Intenté librarme de él, pero el muy astuto usó los cables de las máquinas para atarme las muñecas y los tobillos.

Mis pechos y mi coño descansaban sobre aquella fría silla de dentista. Sin embargo mi culo estaba indefenso. Álvaro dirigió su erecto miembro hacia mi ano y sin dudarlo ni un segundo posó sus manos sobre mis caderas y comenzó a follarme. Su fuerza era bestial, cada empujón me desgarraba por completo el ano, pero aquella sensación no la había tenido jamás. Las bocanadas de aire que salían y entraban por la nariz y boca de Álvaro me excitaban, mi ano cada vez se dilataba más hasta tal punto de no sentir dolor, sino placer.

-Sigue joder le susurraba a Álvaro, no pares.

Álvaro animado por mis plegarias siguió hasta que pasados unos segundos eyaculó en mi interior. Acto seguido Álvaro se vistió, me dejó 70€ encima de la mesa y se fue sin desatarme.

-Gracias Cristina, la muela ya no me duele tanto.