Involución
Involución, de Caronte. La falta de subvenciones y apoyo a la investigación en España provoca historias como ésta...
Evolución. La supervivencia del más fuerte Mejora, adaptación, superación Evolución. ¿Por qué hemos de aceptar que la evolución es buena? ¿Quién lo dice? ¿Charles Darwin? También dijo que los indios ona no eran humanos y que, por lo tanto, podían ser cazados como animales. Así empezó uno de los mayores genocidios de la Historia. La ideología nazi se basaba en las teorías evolucionistas de Darwin. Así empezó otro de los mayores genocidios de la Historia. ¿Es la evolución sinónimo de exterminio? ¿Si una mejora conlleva el bien, por qué la evolución del ser humano ha traído tanto mal? ¿Por qué, entonces, aceptamos que la evolución del ser humano es la correcta? ¿Tanto nos asusta pensar que el hombre se debilita gradualmente?
La luz del laboratorio inunda todo de blanco. Batas blancas, mesas blancas, paredes blancas, ratones blancos en jaulas blancas Todo blanco. Meto la mano en la jaula de los roedores, siento su suave pelaje acariciarme los dedos mientras corretean de un lado a otro. En un rincón, ajeno del grupo del que fue expulsado por su debilidad, el sujeto del primer experimento come alguna migaja, lo que el resto le permite. Agarro al ratón y lo saco de la jaula sin que el resto de ratones siquiera lo note.
El pequeño animalito blanco corretea por la mesa creyéndose libre, husmea el aire y me mira a los ojos. Su mirada es un ramalazo de indefensión y desamparo. Casi parece que me pide que no le haga daño cuando mi mano lo rodea y lo eleva a pocos centímetros de mi cara.
- Tranquilo, amigo sólo voy a darte lo que quieres
La aguja de la jeringuilla se clava en su pequeñísimo cuerpo. El chillido que despide se me clava en los oídos. tranquilo, pequeño, tranquilo digo mientras deposito su cuerpecito dormido en la mesa y dispongo lo necesario.
Electrodos conectados a la unidad informática del laboratorio, la pequeña jeringa con el ADN del sujeto, ligeramente alterado Todo está preparado. Acerco la jeringa y su aguja resplandece con un brillo macabro. Lentamente, va hundiéndose en el vientrecillo del roedor. Aprieto y el mejunje hecho a partir del ADN del sujeto va desapareciendo en su interior. El cuerpo del ratón se contrae involuntariamente merced a las descargas eléctricas que, espero, reaccionen con el catalizador del combinado de ADN para ayudar a la asimilación. MI experimento está en marcha.
- ¿Doctor Herranz? ¿Está usted aquí?
¡Mierda! ¿Qué hace esta tan pronto por aquí?
Abro el cajón con rapidez y la jeringa trastabilla hasta caer en el fondo del mismo. La jaula queda lejos de la mesa, así que cojo al ratón, le despojo de los electrodos y lo deposito al lado de la jeringuilla. Cierro el cajón.
- ¡Estoy aquí, Vanessa!
La joven universitaria se acerca con su paso de botas grandes, tan poco femenino, al tiempo que yo salgo del pequeño laboratorio que ocupa la tercera parte de mi casa.
¿No has venido un poco pronto?- le digo, cerrando la puerta tras de mí.
No aguantaba más la clase del Fulgen
El Fulgen. Fulgencio Corbalán. Profesor de física molecular en la universidad y ex-compañero mío de carrera.
Pues El Fulgen- le digo- Es un científico muy brillante y que quizá te podría ayudar en tus estudios más aún que yo mismo.
El Fulgen es un viejales aburrido que, cuando está a solas con una alumna no deja de mirarle el escote y dios sabe qué más. Por otra parte, usted es uno de los científicos más brillantes del país, y no me folla con la mirada como su amigo.
¡Joder con la niña! Por un instante, siento la tentación de mirarle yo mismo el escote para ver qué tan prodigiosas son esas tetas que Corbalán gusta tanto de mirar, pero al final me retraigo. No sería propio de mí andarle mirando el escote a una universitaria.
Veo que lo tienes claro.- Contesto, mirándola fijamente a los ojos.- Lo que no me ha gustado es eso de viejales. Que los dos tenemos la misma edad - continúo, soltando una sonrisa que la contagia.
¡Pero usted lo lleva muy bien!- Responde ella, rápida y cándidamente.
Bueno, ¿Y qué has traído hoy para repasar?
Microbiología.- Dice, con una expresión que denota lo mal que lleva la asignatura.
Bien. Siéntate a la mesa y vamos a ver qué puedo hacer contigo para que los conceptos te entren en esa cabecita tuya.- Le digo, dándole toquecitos con el índice en la frente, a lo que ella responde cerrando los ojos, frunciendo el ceño, sonridendo y empujando con la cabeza, con gesto de niña traviesa.
Mientras se aleja hacia la mesa del comedor, no puedo evitar fijarme en su esbelta figura. 22 añazos de curvas acentuadas por los vaqueros y su camiseta negra ajustada. Melena rubia hasta la cintura Es una belleza en todo sentido. Además, están esos ojos verdes, esos ojazos verdes Marcos, olvídate. Tú a lo tuyo, me digo al tiempo que sacudo la cabeza para deshacerme de la imagen de Vanessa y centrarme en sus estudios de microbiología.
Dos largas horas horas paso explicándole a Vanessa los entresijos de los retrovirus. Cuando al fin se va, siento la cabeza como un bombo. La muchacha no dejaba de hacerme preguntas para las que creía (sólo creía) tener la respuesta, y muchas veces tuve que recurrir yo mismo al libro de texto para explicarle un par de cosas que se quedaban en el tintero.
Tras aclararme un poco la cabeza, enfilo de nuevo hacia el laboratorio, pero alguien me interrumpe llamando a la puerta. Maldigo en voz baja y vuelvo sobre mis pasos.
¿Qué se te ha olvidado Vane ?- la frase se me queda colgada en los labios cuando ante mí aparece no Vanessa, sino María Durá, mi casera, y la mujer más hermosa que haya visto esta mierda de planeta en el que nos toca vivir.
Ma-María ¿Q-Qué haces aquí?- pregunto, con la torpeza grabada a fuego en mis labios.
Marcos, tengo que hablar contigo. ¿Puedo pasar?
¿Cómo?- La sorpresa deja paso a un rastrojo de ira.- ¡No puedes hacerme esto!
Marcos, llevas dos meses sin pagar el alquiler.- ¡Já! ¡Como si no lo supiera! Me he gastado absolutamente todo en sacar adelente mi experimento.- Y he hablado con unos muchachos que estarían dispuestos a pagar el doble de lo que tú pagas.
Dinero. Puto dinero. Desde que la farmacéutica quebró (cosa de la que me alegré en su día, aunque luego llegara el arrepentimiento), mi único sustento ha sido el dinero que me pagan los padres de Vanessa por conseguir que la niña pasara de curso. Y ahora, por el puto dinero, no iba a conseguir llevar a buen puerto mi experimento. Necesitaba más tiempo. Mucho más tiempo.
Dame una semana.- ruego, aún a sabiendas de que no es tiempo suficiente.
Tienes cinco días, Marcos. Si no has pagado lo que debes para entonces, puedes recoger tus cosas.
Está bien.
María se marcha con ese meneo de caderas tan femenino y yo me derrumbo en el sofá. Cinco días. No hay tiempo. No hay tiempo, a no ser
Me levanto disparado y abro la puerta del laboratorio que he montado durante el último mes. Rebusco en la nevera una probeta especial. La encuentro. Hinco en su tapón la aguja de una jeringuilla y poco a poco voy absorbiendo el brebaje. Cuando saco la jeringuilla, en la aguja titila una gota de siniestro tono rojizo.
A la mierda. No hay tiempo. Se acabó el pasar por los pasos normales. Nada de pasar de experimentar con ratones a un mamífero más grande, para luego usar cerdos y primates como puente entre la idea y el resultado. Se acabaron las medias tintas. Yo seré mi experimento.
Es el último paso. No sé en qué pensaba cuando lo hice, pero ahora sé que es mi única salida. Me coloco yo mismo los electrodos y pongo la potencia al máximo. Agarro la jeringuilla, anudo una cinta elástica a mi brazo y busco una vena. Pincho. La aguja se interna en mi cuerpo y mi ADN modificado hace lo propio en mi torrente sanguíneo. Latigazos de electricidad me recorren el cerebro. Mis miembros se sacuden espasmódicamente. Me arde el brazo. No pensé que doliese tanto. Siento lenguas de lava mezclarse con mi sangre y quemarme desde dentro. Duele mucho. Caigo de rodillas al suelo, intento no gritar pero es imposible, el dolor es más fuerte que yo. Siempre más fuerte que yo. El grito sale de mis pulmones y es a la vez animal y humano, bestia herida y ronca. Luego me desmayo.
Son las dos de la mañana cuando me despierto. Sigo tumbado en el suelo. Me duele la cabeza, pero pese a eso, no noto ningún cambio. Quizá esto estaba destinado al fracaso. Si hubiera podido investigar más con el ratón ¡El ratón!. Aún debe estar en el cajón. Rápidamente, voy hacia él. Lo abro y, efectivamente, allí, en medio del suelo del cajón, está el roedor blanco. Lo agarro con una mano mientras con la otra abro la jaula para devolverlo con sus compañeros.
- ¡HIJO DE PUTA!- se podría decir que casi he tirado al ratón al interior de la jaula. Me miro la mano, el cabrón me ha dado un buen mordisco. Menos mal que sé que no tiene la rabia. De todas formas, me dan ganas de estrangularlo. Morderme ¡A mí!. Maldito hijo de perra.
La luz de mi apartamento me saluda, otra vez, sucia y amarilla, cuando entro desde la puerta que la conecta al blanco nuclear del laboratorio. Doy dos pasos y enseguida me tropiezo con una de las sillas cargadas de ropa que tengo desperdigadas por mi casa. Mi apartamento es un soberano desastre.
- Mierda- susurro, agarrándome la espinilla.
Voy primero a la diminuta cocina y, tras desistir de hacerme algo de cena (no me cabría nada en el estómago agarrotado por los nervios), entro en mi habitación y empiezo a rebuscar en los cajones. Debe estar en algún sitio, eso seguro. Busco por aquí y por allá y, al final, debajo de un tomo sobre moléculas sub-atómicas, encuentro lo que andaba buscando.
La libreta. La misma y vieja libreta donde empecé a esbozar mi teoría sobre la manipulación genética. La abro y en la primera página redescubro los garabatos iniciales. Por todos sitios, la misma palabra en la misma tinta roja: EVOLUCIÓN.
Allí he puesto todos mis avances. La modificación del ADN del ratón junto con los de un antepasado suyo de ya no me acuerdo que época de la prehistoria La recogida de una muestra de ADN de hombre de las cavernas gracias a mis contactos con el instituto de Historia Natural Y ahora, el último paso: El experimento en seres humanos. Coloco la grabadora al lado de la libreta, para cuando me haga falta, y me marcho a dormir. Extrañamente, aún me siento cansado.
Cinta nº1, Grabación nº8:
El ratón, primero objeto de experimento, ya está completamente integrado en el grupo. Podría decir que incluso se ha convertido en el macho dominante.
Sin embargo, por mi parte, han pasado los tres días del fin de semana y no noto ningún efecto. Puede que sea por que mi metabolismo es mucho más lento para asimilar el experimento o la diferencia estriba en el par de horas de diferencia con las que formamos parte del experimento el bicho y yo. Quizá el aumento de un 5% de la masa corporal responde a que hace días que no como en condiciones, más preocupado en el experimento que en cualquier otra cosa. Me ronda por la cabeza la idea de que todo esto haya sido un fracaso y que mi cuerpo no haya asimilado el ADN, pero me resisto a creerlo. Necesito un poco más de tiempo. Me voy a dormir, necesito descansar un rato.
Hoy es lunes. A la hora de siempre, Vanessa toca a mi puerta para que yo abra y comencemos la clase. Hoy está especialmente preciosa, no sé por qué, pero tiene un brillo de alegría que la hace áun más resultona. Me atrevería a decir que esta noche ha follado, y de lo lindo.
¡Hola, señor Cabrera!
¿Pero qué trato es ése?- respondo con una sonrisa.- ¿Tan viejo me ves? Anda, llámame Marcos.
Está bien.- responde ella alzando los hombros con inocencia.
¿Hoy qué has traído para estudiar?
Bah, fitopatología. Pero está mamao.- Qué otras cosas habrás dejado tú bien mamas. Pienso, con una sonrisa perversa.
Ella se sienta a la mesa de siempre mientras yo me coloco detrás de ella. El Fulgen tiene más razón que un santo. Las tetas de Vanessa son punto y a parte en la gama de escotes universitarios. ¿Pero qué haces, Marcos, mirándole las tetas a la chiquilla?, clama la vocecita de mi interior. Es verdad. Podría ser mi hija. Me concentro en intentar darle la clase, pero ella parece muy capaz en esta asignatura en concreto y yo no puedo evitar mirarle el escote. En un momento dado parece que ella se da cuenta, por que gruñe y se coloca la camiseta de tal forma que lo tapa. Se lo agradezco. No sé qué me está pasando, pero si hubiera seguido mirando los pechos de Vanessa no hubiera sabido responder.
Cuando se marcha la noto más distante que de costumbre. Bienvenida al mundo de los vivos pienso para mis adentros, mientras la miro atravesar la puerta. Todos los hombres son iguales. Sin excepciones.
Cinta nº1 grabación nº10:
Los resultados del experimento por fin se hacen notar en mi cuerpo. He notado un aumento de la vellosidad, sobre todo en la cara. La barba me crece más rápido y, aunque me afeite al levantarme, por la tarde ya tengo una sombra oscura coloreándome el rostro. Además, mis facciones se están volviendo más varoniles. Mi masa corporal ha aumentado bruscamente y también he descubierto que he dejado de necesitar gafas. Mis propios ojos se han corregido por sí solos y he desterrado las lentes al cajón de la cómoda. Cada vez me siento más poderoso, más como aquél que siempre quise ser pero que la timidez me impedía. Temo, sin embargo, por ir más allá. El ratón con el ADN modificado se está volviendo más violento a cada rato que pasa. Cada vez es más posesivo con respecto a las hembras y la comida. Espero poder controlarme. Quizá todo esto haya sido un error.
Alguien toca a la puerta. Me levanto de un salto y abro. De nuevo, la escultural figura de María se presenta ante mí como agua de mayo.
¿Marcos?
Dime.
Mañana acaba el plazo. ¿Tienes el dinero?- Dinero. Puto dinero.
Sí emmmm he pensado que podríamos discutirlo esta noche mientras te invito a cenar.- La frase fluye de mis pulmones con una convicción que desconocía en mí.
La cena es corta. El restaurante pronto se nos queda pequeño y María dice de ir a su casa. ¿A la tuya o a la mía?. Digo yo. Al fin y al cabo, las dos son tuyas. Sonrío. Entramos en su casa tras el cuarto o quinto beso. Ya no recuerdo la última vez que besé a una mujer. Quizá en la facultad, o en la farmacéutica, con aquella secretaria que No, fue en la facultad.
Sin embargo, cuando mi lengua bucea en su boca, soy todo un experto. Se enredan, su lengua y la mía, mojadas, lúbricas, insaciables. No la deposito, la lanzo directamente sobre la cama y la despojo de ropas en un santiamén.
- ¡Marcos!- Su sorpresa se acrecenta cuando me desnudo. Se marcan músculos donde antes sólo había carne fofa. Mírame grito mentalmente. ¡SOY EL HOMBRE!.
Me abalanzo sobre sus piernas. Lamo los muslos, y mi nariz se inunda de su olor a hembra dispuesta. Sabroso olor que me adelanto a tomar con mi boca.
Lamo, chupo, muerdo, succiono. Clítoris, dedos, labios de boca y labios de sexo, ni el ojo más avezado podría identificar dónde acaba uno y empieza otro. Mi índice y mi corazón se internan en su sexo mientras mis labios presionan y masturban su clítoris. Gime. El gemido es idioma universal, significa lo mismo en todo el mundo, en todas las épocas. Placer. Subo por su cuerpo a besos mientras sigo masturbándola con tres dedos, toda vez que mi anular se suma a sus dos compañeros. Mi lengua se anuda a su pezón derecho y el suspiro que suelta pregona la cercanía de un grito que tarda un par de segundos. A partir de ahí, todo enloquece. Mi mano que se hunde cada vez más profunda, la suya que me agarra la verga, nuestras dos bocas que se vuelven a entrelazar. El chillido de agónico placer que apaga en mis labios, corriéndose con un orgasmo que la sacude de arriba abajo.
Mientras se recupera los besos sensuales se multiplican. La penetro. Gime de nuevo, esta vez con todo el aire que cabe en sus pulmones. Le amaso las tetas. La cojo de la cintura. Giro, haciéndola rodar conmigo. Ahora está arriba, pero mis manos no la sueltan. Arriba, abajo. Con fuerza la llevo a mi compás. Mi pene entra y sale de su coño, brillante de sus fluidos. Se agarra del pelo, de los pechos, se tapa la cara. Blasfema, grita, gime, folla como una leona. La siento estremecerse cuando mi mano vuelve a tocar su clítoris. Se tumba sobre mí y mueve las caderas buscando un segundo orgasmo que aparece con ganas. Mis manos se apoderan de sus nalgas y las manejan, arriba y abajo, abajo y arriba, al ritmo de sus caderas.
Sus brazos me rodean la cabeza, se cuelan bajo mi cuerpo para tocar todo lo que se pueda. Huele a sudor y a sexo. A sudor de hembra en celo que fornica. La melena negra es ahora un matojo despeinado de pasión. Los gemidos se suceden. Más, más, más. Me dice. Más, más, más, le doy. Cambia de postura, me da la espalda y su vista se fija en el espejo que hay enfrente nuestro. Mira cómo mi polla entra y sale de ella, cómo desaparece en su interior para volver a aparecer al instante, goteando sus flujos. Mi mano derecha busca uno de sus enormes pechos. La izquierda se apodera de su clítoris. No puede evitar gritar. Grita todo lo que se le ocurre, todo lo más sucio y lascivo que cabe en su boca decorada con carmín embarrado por nuestros besos.
La veo, ahora yo, en el espejo y no la reconozco. Esa mujer, desnuda, sudorosa, de piel marfileña y sexo hambriento no es la misma recatada María que me pide católicamente el alquiler cada mes. Esa mujer, que se mueve como una puta experta sobre la polla de un servidor, que le grita obscenidades no sé si a mí o al espejo, no puede ser ella. Pero lo es. Ella es la mujer que me estoy follando.
El semen se agolpa, en torrente blanco, ansioso por salir de mi cuerpo e inundarla. Pero me espero, con esfuerzo sobrehumano, a que ella vuelva a correrse, gritando y maldiciendo como loca, presa de un orgasmo que se potencia cuando siente mi semen arder en su interior. Su grito se escucha en todo el piso y camufla el berrido animalesco que yo profiero.
Cae agotada a mi lado. Su cuerpo aún se estremece. Está sudando tanto como yo.
Ha sido Maravilloso.- la beso y comienzo a vestirme. No quisiera que ninguno de sus vecinos me vieran salir de su casa por la mañana y se hicieran ideas malas. Acertadas, pero malas para la reputación de la señora Durá.
Volveré - le susurro, despidiéndome con un beso en los labios que se alarga cuanto yo quiero.
Marcos.- me dice, aún desnuda y temblorosa, antes de que yo llegue a la puerta.
¿Sí?
Lo del alquiler Olvídalo.- responde con una sonrisa perversa.
Cinta nº2 Grabación nº 1:
Es martes por la mañana. Los cambios fisiológicos cada vez se hacen más notorios. La fisonomía de la cara me está cambiando lentamente y podría decir que está involucionando. La mandíbula es cada vez más prominente, al tiempo que parece que mi cráneo empequeñece paulatinamente. Noto también una agudización de mis sentidos. Veo y oigo cosas que están más lejos. Caminando por la calle, me he encontrado con la agradable sorpresa de despertar miradas bastante claras de parte de las mujeres. Creo que he despertado algúna glándula que segrega feromonas en grandes cantidades. No sé cómo estará el ratón. No me he atrevido a entrar en el laboratorio. Temo ver en ese mísero roedor mi futuro cercano.
El martes por la tarde, Vanessa vuelve a mi piso para seguir con las clases. Son las seis cuando entra a mi casa, con un andar decidido y casi furioso.
¿Hoy que vamos a estudiar?- pregunto.
No sé Física molecular, por ejemplo.- responde, secamente.
¿Qué te pasa hoy, Vanessa? Estás muy seria.
¡Nada!- me grita.- Quiero decir nada en lo que pueda ayudarme.
Casi sin querer, la vista se me va hacia su cuello. El colgante que llevaba ayer ha desaparecido.
Te has peleado con el idiota de tu novio, ¿Verdad?- le digo.
Sí pero aquí no estamos para eso ¡Estamos para estudiar la mierda esta!- grita, antes de lanzar el libro sobre la mesa.
Tranquila.- Le susurro mientras la abrazo por la espalda. Ella se deja hundir en mi pecho y empieza a sollozar.
Ese hijo de puta - se gira y comienza a llorar sobre mi hombro. Sus juveniles pechos se oprimen contra mi torso. No puedo evitar que la verga se me levante. Mala cosa. Lo ancho de mis pantalones permite que mi erección suba, haciéndose de notar entre el cuerpo de Vanessa y el mío. Ella lo nota y se separa un poco de mí.
S-será mejos que me vaya. No creo que hoy pueda estudiar - susurra casi con un hilo de voz, mirando al suelo (o a mi erección).
Hace ademán de marcharse, pero pongo una mano en la pared, justo delante de su cara.
- Olvida a ese gilipollas.- Le susurro al oído, antes de lamérselo.
A la nariz me llega el inconfundible aroma a sexo de mujer.
Jamás hubiera soñado, ni en mis sueños más sucios, lo bien que la chupa Vanessa. Es una especie de aspiradora de boca sabia y húmeda que extasía todos y cada uno de los puntos erógenos de mi pene.
Lame el glande con gesto de niña, engulle el tronco hasta la garganta y luego da una pasada de lengua por los huevos. Me hace estremecer. Comienzo a mover mis caderas al tiempo que su cabeza marca. Cada vez la penetro un poco más profundo. En una de esas, la hundo hasta al fondo y Vanessa hace lo posible por evitar una arcada. Se intenta alejar un poco pero la agarro de la cabeza y empiezo a follármela por la boca. Sus labios son un cierre perfecto para mi polla. Me rodean la base, me aprietan ligeramente el glande. No aguanto mucho tiempo. Hundo mi verga hasta el fondo de su boca y disparo el semen directo a su garganta. Lo traga como puede. Tose y un hilillo de sustancia blancuzca se le escapa por la comisura de los labios.
Abre la boca, aún arrodillada frente a mí, y veo aún restros de semen. La cierra entonces y lo traga, para volver a enseñarme su boca limpia, como una niña que ha de comerse las verduras.
La agarro y la llevo a la cama. La sitúo de espaldas a mí, a cuatro patas. Su sexo, húmedo, aparece tentador y lascivo entre sus piernas. Me subo a la cama y la penetro.
Vanessa gime cuando siente mi polla hundirse hasta el fondo de sus entrañas, atravesándola como mantequilla, deslizándose entre los labios mojadísimos. La aferro de la cintura. Su culo se abre en redondez absoluta desde allí. Me fascina el contraste de mi piel blanquecina con la suya más morena. La penetro de nuevo, y le doy una palmada en las nalgas, enrojeciendo levemente la piel golpeada. Ella se queja levemente, y eso enciende aún más mis instintos. La penetro una y otra y otra vez, la agarro del pelo y tiro hacia atrás, y su boquita de piñón se queja y gime. Los ayes se confunden entre dolor y placer, y pasado ya este primero, aumentan de volumen.
Embisto la carne de Vanessa, joven y dura. Su sexo se traga literalmente el mío. Lo aprieta, lo exprime. La mano que no la hala del cabello se apropia de sus pequeños pechos, para nada comparables a los enormes melones de María, pero estos primeros más jóvenes y firmes. La penetro con velocidad (violencia) creciente desde detrás. Sus gemiditos, cortos y sonoros, rebotan en toda la habitación.
Visiones nublan mi mente. Instintos de mil años. Lucha por la supervivencia, por la perpetuación de la especie. Toma, mi hembra, toma. Embisto, con crueldad casi, y Vanessa explota de placer. Una, otra vez. Otra más. Tres orgasmos seguidos la dejan tumbada, derrengada de placer sobre las sábanas. Pero no he acabado con ella. La levanto de nuevo, pese a sus quejas y sus Espera un momento, Marcos, por favor.
La penetro con salvajismo. Yo ya no soy yo. Soy un ser visceral, instintivo, que busca su placer a costa de su hembra. La atravieso, sin preocuparme ya de ella, tratándola como a un pelele. Uga, bufo, y Uga me respondo yo mismo. No sé lo que significa, pero Uga. Uga por mí y Uga por Vanessa.
Nuestras caderas chocan, plas-plas repetitivo durante largos minutos. Ya hace bastante que ella se ha recuperado y acompasa su cuerpo al mío. Orquesta de dos instrumentos, dúo implecable de seres complementarios. Macho-hembra, macho-hembra. Toma, mi hembra, yo soy tu macho.
Me siento arder. La siento quemarse. Desde dentro, allí donde no llegan los ojos, nace una explosión. Primero ella. Luego yo. Nos corremos gritando. Su grito es de victoria y de alma desgarrada. El mío es animal. Berrido de bestia poderosa que domina a su hembra, que se corre en ella y la usa para engendrar a su descendencia.
Cinta nº 2 Grabación nº3:
Ya hace tres horas que Vanessa se fue. Me he atrevido a mirar el estado del ratón del experimento. Ojalá. Ojalá no lo hubiera hecho. No puedo describirlo con palabras. Cuando llegué, allí estaba él. Hocico y patas bañados en sangre, y a su alrededor, todos sus compañeros, muertos, chorreando de rojo, asesinados por aquél a quien hicieron líder y que previamente habían expulsado del grupo. El ciclo se repite. El solitario vuelve a estar solo. Lo que más me asustan son esas visiones. La primera la tuve mientras follaba con Vanessa. Era yo, o no era yo, si no un Yo antiguo, algún hombre de las cavernas que un día fornicó con una de sus hembras. Feas, peludas, excitantes. Tras esa visión vinieron otras. Tigres de largos colmillos que me acechaban tras los árboles de la selva. El profundo y atemorizante berrido del Mamut. Una fiesta alrededor del fuego que un rayo había hecho aflorar en un matorral He de salir a la calle. Temo volverme loco, aquí encerrado, y emprenderla a golpes con lo primero que encuentre.
El aire frío de la madrugada se me cala en los huesos. La calzada es demasiado dura para mis pies descalzos. Necesito un lugar más puro, algo donde estas estúpidas luces no me persigan. El parque Sí, recuerdo que había un parque en algún punto de la ciudad. Era Por allí. No, por aquí. Allí lo veo. Me pesa mucho el pecho. Ando apoyándome también en los puños. Se me pelan con el asfalto, pero casi no me duele. Puede que el experimento me haya dado una resistencia especial contra el dolor. Dos luces se acercan hacia mí con rapidez. ¡Van a golpearme! Un chirrido. Un pitido. Unas maldiciones. ¡Que te jodan a ti! ¡Y yonqui lo será tu puta madre!. No sé por qué pero no he entendido lo que he dicho. Me ha sonado a un argot ininteligible de gruñidos.
El parque. Escalo la valla y me pierdo en él. ¡Ah, los árboles! ¡Qué fresco es el aire! Me llena los pulmones de aromas a flores. A flores y Huelo. Huelo algo. Huele a hembra.
Se acerca un golpeteo rápido de zapatillas deportivas sobre la tierra. Las calza una mujer joven, que viste chándal y huele a hembra. Sonrío. La verga se me levanta.
Me dejo caer desde el árbol justo delante de ella. Grita, sorprendida y asustada. Veo, reflejado en sus ojos, un monstruo que no conozco, más cercano al mono que al hombre. Ella intenta huir. No la dejo. La inmovilizo en el suelo. Se tensa, tratando de quitárseme de encima. Le arranco pantalones y bragas. Su sexo emerge al aire. Me coloco en posición. Grita, llora, se niega. ¿Te niegas?. ¡Toma polla, hembra, yo soy tu macho!.
- ¡Basta, por favor!
Pero no me detengo. Le sigo los movimientos. Me levanto con cada pequeño salto que da para apartarme. Tengo los dientes apretados, la respiración tranformada en un sonido sibilante, casi un rugido de inhalaciones y exhalaciones. Los gruñidos de mi boca se suceden, cada uno menos entendible que el anterior. Le agarro una muñeca y le aparto el brazo del pecho. El otro brazo cede solo. Caigo encima de ella. La penetro.
- ¡Basta!
Es casi un grito. Siento como intenta resistirse, como se remueve tratando de evadirse de mi acto. Tiembla, trata de doblarse, de ponerse de costado.
- ¡No!
Entro más y con más fuerza.
- ¡No!
Me araña los hombros pero le doblo los brazos con una fuerza que la sobrepasa.
Llora, intenta patalear pero estoy muy bien situado y con un empujón la penetro completamente y ella rasga el parque con un grito. Disfruto.
De pronto, todo se tensa en mi cuerpo. Tengo esa espina clavada tan hondamente que la siento como si me estuviese horadando la garganta. Me estremezco y un rugido me sale del pecho. Luego, el flujo del líquido caliente saliendo de mi cuerpo y entrando en el de ella.
Me dejo caer sobre su cuerpo. Oigo otros pasos no muy lejos. Ella parece que también los ha oído y pide ayuda. Los pasos se aceleran. Los pasos se acercan.
- ¡Oye tú!
No me gusta como suena su voz. Demasiado autoritaria. Como si estuviera intentando quitarme el poder que me corresponde. Lo miro fijamente. Mis pupilas deben destellar en la noche, pues veo el miedo abrirse paso en sus ojos. Echa mano del bolsillo y levanta algo negro que en la oscuridad no puedo distinguir.
- ¡Policía! ¡Levanta las manos!
¿Me está dando órdenes? ¿Cómo se atreve? Se va a enterar de quién soy yo. Salgo corriendo hacia él.
Algo raro ha ocurrido. Una cosa ha explotado dentro de mí. He oído la explosión y luego el dolor lacerante, el ardor insoportable de mis entrañas. Miro a mi pecho y descubro un agujero que escupe un líquido rojo. ¿Sangre? Sí, es sangre. Pero cada vez es más oscura. No. No es la sangre. Es todo lo que se vuelve oscuro. Cada vez más negro. Hasta que ya no veo nada. Ni siento nada. Creo que me he desmayado otra vez. Pero ahora, no sé por qué, no estoy seguro de despertarme.