Invitado en casa (Parte 1)

Mi mujer es profesora y ha acogido en casa a un alumno de prácticas que hará que nuestras ganas de hacer un trío se disparen.

Mi mujer y yo llevamos casados veinticinco años. Yo tengo 46 y mi mujer 45, sí, nos casamos muy jóvenes. Nos conocimos en la fiesta del pueblo y, como habíamos bebido un poco, nos emborrachamos y acabamos follando en un pinar cercano a las fiestas. La dejé embarazada. La familia se enteró y nos casaron de inmediato. Eran otros años y era un pueblo pequeño. Los primeros meses de casados, aun con el embarazo, teníamos sexo diario. A todas horas, en todos sitios, en todas posturas. Era impresionante. Cuando nació el niño la cosa siguió igual y durante los primeros tres años de casados raro era el día en el que no había sexo. Los días que ella estaba con el periodo lo hacíamos en la ducha, la cuestión era que siempre teníamos ganas.

De todos los días se pasó a cada dos días, a cada tres, cada semana, cada dos semanas, cada mes, y ya en los últimos cinco años habrán sido tres los polvos que hemos echado mi mujer y yo. Ella me sigue atrayendo, ella es morena, de ojos verdes y su cuerpo, con algún kilo de más (pero no mucho) conservaba su silueta de guitarra. Yo me mantenía bastante peor durante unos años, aunque hará cuestión de unos meses empecé a hacer ejercicio y a comer más saludable. Perdí mi barriga cervecera y mi mujer recuperó un poco de su apetito sexual. Ella era ahora más morbosa, siempre quería probar algo nuevo. Nuestros hijos ya son mayores, el mayor ya está independizado y la pequeña pasa más tiempo en casa de su novio que en la nuestra.

Mi mujer empezó a comprar juguetitos sexuales y nuestra relación se avivó. No era como en los primeros años, pero más de un polvo a la semana caía. Disfrutábamos con un par de adolescentes y mi mujer era la más feliz cuando me follaba con un consolador. Le encantaba verme a cuatro patas mientras ella sacaba y metía ese enorme trozo de plástico por mi culo. Me confesó que tenía muchas ganas de hacer un trío. Yo le decía que también, más bien pensado que sería imposible o poco probable.

Una tarde llegó del trabajo con un chico joven, Antonio. Él era bastante guapo, era delgado, no marcado pero se le veía un cuerpo trabajado. Tenía los ojos azules y era rubio, bastante alto.

Hola cariño, mira, este es Antonio. Es del pueblo de al lado, acaba de llegar a la ciudad para hacer las prácticas en mi centro ―mi mujer es profesora de secundaria y este chico había ido como alumno en prácticas por el máster―. No tiene donde quedarse y le he dicho que aquí podría, tenemos la habitación del niño vacía.

Perfecto, pasa Antonio. Mira, la habitación del fondo es la tuya. Acomódate. ¿Te gustan las hamburguesas?

Sí, señor.

Llámame Juan, vamos a vivir juntos unos días.

En cuanto Antonio se fue a la habitación de mi hijo, mi mujer se vino para mí y se restregó por mi entrepierna.

¿No te da morbo tener a un chico tan jovencito con nosotros? Ojalá fuera el trío con él.

Ya te digo…

Espera, voy a hacer algo… ―Mi mujer salió de la cocina y yo seguí haciendo la comida como si nada. Escuché que mi mujer le daba permiso a Antonio para ducharse. Oí la puerta del baño cerrándose y mi mujer volvió a la cocina.

He puesto en el baño una cámara grabando cómo se ducha este chico.

¿Que has hecho qué? ―dije sorprendido.

No me digas que no te da morbo.

Carmen, que eso va contra su intimidad, como nos descubra se nos cae el pelo.

No se va a dar cuenta, le he sacado todo, toalla, albornoz, colonia, desodorante, mascarilla para el pelo, suavizante, gel, champú… Todo así que no irá a tocar al sitio donde la puse.

Estás loca.

Loca me voy a poner contigo cuando veamos el vídeo.

Cenamos y me di cuenta de que Antonio era un chico muy educado, algo tímido, pero parecía buena persona. Nos contó que tiene novia en su pueblo, que estudiaba para ser profesor de matemáticas y que era la primera vez que pasaría tanto tiempo sin su novia. Parecía muy enamorado de la chica, así que parecía que la idea del trío se desvanecía como el humo de una colilla moribunda.

Cuando fuimos a dormir mi mujer trajo la cámara y la conectó a la televisión de nuestro cuarto. Cerramos la puerta y pusimos el vídeo. Después de unos segundos del baño solo, entró mi mujer con nuestro invitado. Era el momento en que ella le decía dónde estaba cada cosa para el baño. Salió mi mujer y el chico cerró la puerta con pestillo. También cerró la ventana del cuarto de baño y se sacó el jersey que llevaba de un golpe. Su torso salió a relucir. Efectivamente no estaba marcado, pero tenía un aspecto impresionante. Rápidamente se quitó los zapatos y los calcetines, los olió y los dejó dentro de los zapatos. Se desabrochó la correa del pantalón y estos cayeron al suelo dejando un enorme paquete a la vista. Llevaba unos slips negros y en ellos se marcaba un bulto de unas dimensiones considerables.

Wau ―exclamó mi mujer.

Parece que no anda mal despachado el chico.

Calla, que te va a oír.

El chico abrió el agua de la ducha y se quitó el slip dejando al aire un pene bastante grueso, de unos 16 centímetros en reposo. Se la estiró para acomodarse al aire libre y se metió en la ducha. Se duchó un tanto rápido pero podíamos ver todo ese cuerpo, con un culo que se semejaba al del David de Miguel Ángel. El chico, sin duda, iba al gimnasio porque estaba como un queso. Notando la excitación de mi mujer y con la escena que se desarrollaba ante nosotros me calenté muchísimo.

Mi mujer notó mi excitación y se lanzó a mi entrepierna. Todavía hacía calor y solo llevaba una camiseta y unos calzoncillos bóxer. Me los quitó y mi polla, toda dura, de unos 18 centímetros y de grosor unos 5 saltó sobre mi pecho. Empezó a comerme la polla como hacía años que no lo hacía, con ansia y con hambre. Notaba que me iba a correr así que aparté a mi mujer, la acosté sobre la cama, le quité las bragas y empecé a lamer su sexo. Metía un dedo, lo sacaba, seguía lamiendo, le pasaba la lengua por el clítoris, le metía la lengua en su agujero. Mi mujer ahogaba sus gemidos con un cojín para que nuestro invitado no nos oyera. Me puse encima suyo y se la clavé hasta el fondo sin dejar de masturbarle el clítoris, algo que a mi mujer le encantaba cando éramos jóvenes. Fue poco lo que duró porque pronto sentimos el calambre y me corrí como loco dentro de mi mujer mientras notaba que ella tenía un orgasmo espectacular. Nos quedamos dormidos todavía sudorosos.

Continuará...