Invitado a una boda

Me invitan a una boda en la que con quien más me divierto es con la novia.

Hacía años que no veía a mi amigo Charlie. Nuestras vidas habían seguido caminos distintos después de concluir nuestros estudios. Yo crucé el Atlántico y llegué a Europa lleno de sueños y proyectos, así que me establecí en Barcelona para ejercer como diseñador industrial. Charlie se quedó "en casa" y a pesar de que yo al menos iba una vez al año para visitar a la familia, a él nunca lo visité, si bien es cierto que solíamos mantener contacto vía e-mail. Teníamos ambos ya 37 años cuando mi amigo me comunicó que estaba a punto de contraer matrimonio y que yo quedaba invitado a la boda. Su noviazgo fue fugaz y su amor con la afortunada un flechazo.

Volé a Caracas entusiasmado con la boda de mi amigo y hasta después de la ceremonia religiosa no conocí a la novia, que había permanecido con el velo hasta ese momento. Creo que jamás había conocido a una mujer tan hermosa. Se llamaba Bernabela. Mi amigo Charlie era un hombre con suerte, y yo lamenté mi interminable soltería, con algún amor frustrado en Barcelona, y eso que no me consideraba feo ni un hombre desagradable, puede sí que un poco escrupuloso, ya que no me conformaba con cualquier mujer y era muy selectivo con ellas. Sin embargo, como comprenderéis, un polvo es un polvo, y perforar una raja es algo que en ocasiones se necesita imperiosamente sin tener mucho en cuenta quien es la hembra. Tras la boda intenté en el banquete nupcial echar el ojo a alguna chica, pero casi no conocía a nadie, aparte de que o bien estaban acompañadas o eran demasiado niñas o estrechas. La mirada se me iba en todo momento hacia Bernabela.

Parecía muy enamorada de Charlie, abrazándose y retratándose junto a él, pero a mí me empezó a volver loco con su manera de ser. En todo momento se mostró encantadora conmigo, hasta que llegó el momento en que tuvimos oportunidad de hablar ella y yo solos mientras su recién estrenado esposo atendía a otros invitados.

  • ¿Qué tal tu vida por España? –me preguntó.

  • Bien, pero me gustaría estar por aquí, más cerca de los míos.

  • Sí –dijo ella- es una pena que un hombre tan interesante como tú no esté aquí.

  • Has de bromear; el seductor, el conquistador, el hombre al que amaban todas era Charlie.

  • Depende del gusto de cada mujer –dijo ella.

  • ¿No te gusta tu propio marido?

  • Por supuesto, pero a lo largo de este tiempo me ha hablado tantísimo de ti… Como a él lo tendré para siempre y tú te irás tan pronto, pues no quería desaprovechar la ocasión de

  • ¿De qué…? – le pregunté.

  • De intimar contigo –contestó enigmática y libidinosa.

  • ¿El mismo día de tu boda? –pregunté tan sorprendido como interesado.

  • ¿Por qué no? Tu avión sale mañana y sabe Dios cuando nos volvamos a ver.

Durante unos segundos casi no pude respirar. O Bernabela era tan puta como hermosa o verdaderamente se había enamorado de mí. La verdad es que no sé si importaba una cosa u otra. Lo que importaba es que era la esposa de un amigo, al que por cierto no veía hacía años y quien hubo una época en que me levantó al menos a tres novias; y otra cosa en la que ella llevaba razón: ahora o nunca. De modo que le dije que qué sugería. Cómo eran los minutos de música y baile en un amplio jardín de una gran casona me propuso entrar al edificio. Cada uno lo hicimos por separado para no llamar la atención y nos encontramos en un despacho exquisitamente amueblado y decorado al más puro estilo antiguo. Ella entró primero, yo un par de minutos después. Me esperaba, cerré la puerta tras de mí y la divisé aguardándome, bella como en ese momento no habría otra en la tierra. Una mujer vestida de novia, el día de su boda, pero esposa de otro. La luz entraba a raudales desde el exterior, pero los visillos impedían que nadie nos pudiese ver desde fuera.

  • ¡Dios –dije- cómo envidio a Charlie por tenerte!

  • Voy a ser tuya durante media hora, ¿de qué te quejas?, no pierdas ni un segundo y conviértelo en una eternidad.

Empezamos a besarnos, primero despacio y poco a poco a un ritmo más fuerte mientras permanecíamos en pie en medio de aquel lujoso espacio. Nuestras manos empezaron a actuar recorriéndonos las anatomías, por encima de la piel o de la indumentaria que lucíamos cada uno. Recorrí sus senos por encima de su bonito vestido. Tan sólo me pidió que no descompusiese su peinado. Besé su cuello y sus finas orejas, al tanto que comenzaba a subirle el vestido para acariciar sus piernas. Estaba excitado como un burro. Bernabela desprendía un olor a intenso perfume elegante y sexual, reclamo infranqueable para el macho. Ansiaba lamerla toda, sin dejar centímetro de su piel por recorrer con mi lengua ensalivada, entonces bajé la parte superior de su vestido, descubriendo unos senos perfectos para mis manos, de pezones de escaso diámetro pero oscuritos y ya bien dispuestos y tiesos. Sus tetas eran de las que me gustan, no redondeadas sino acampanadas, puntiagudas como una montañita de merengue; descendí, no obstante olfateando a lo largo de su canaleta y ella ronroneó acuciada por las primeras descargas de placer. Luego chupé alternativamente cada uno de sus pezones, pero eso era por arriba; abajo me entretenía con sus portaligas y acariciando el fino encaje de sus braguitas, las cuales quería verlas puestas antes de quitárselas impidiéndome la visión su vestido. Quedé en camisa porque mi hambrienta amante me desnudaba con una actitud que no sé si describir como mesurada o furiosa. Increíblemente manteníamos una conversación al tiempo en la que lo mismo alabábamos las virtudes de nuestro físico que comentábamos las vicisitudes de nuestros empleos (ella, por cierto, era dependienta en una tienda de ropa de caballeros, como no podía ser de otro modo dada la destreza con la que me desabotonaba camisa y pantalones).

  • ¡Quiero que me folles con brutalidad!- exclamó.

  • Déjame contemplarte desnuda antes.

Mientras yo me derrengaba en un cómodo sofá, Bernabela comenzó a desvestirse ante mí que admirado contemplaba su simulacro de striptease, algo que aún me estaba excitando más. Era bella, con esa ropita interior blanca, braguitas y ligueros, tan sugerentes. Se bajó las braguitas y apareció su sexo depilado, digno de un buen cunnilingus. Me dijo que nunca se lo había depilado, pero que el día de su boda era una ocasión especial. En todo caso yo lo estrenaría antes que su marido. Me quité lo que me quedaba de ropa y quedé desnudo, como ella, el uno frente al otro. La hice girar para que quedase de espaldas a mí para abrazarla y sobar sus tetas y su coño, pero no me demoraría en la acción y la empujé al sofá en el que antes yo estuve sentado pidiéndole que se abriese de piernas para hundir mi boca en su sexo. Me esmeré en hacerlo de modo que le gustase y no lo pudiera olvidar nunca. Bernabela se vino al cabo de unos minutos y en esa misma posición me alcé para que me comiera la verga, lo cual hizo con maestría, imaginando yo cual sería a menudo su trabajo en la tienda de ropa de caballeros. Antes de correrme le abrí la almeja para introducirle el pene poco a poco y dar comienzo al mejor polvo de mi vida, hasta el orgasmo.

Bernabela, ¡qué mujer!