INVITACIÓN AL PLACER. Las jornadas de Silvia.
La autora abre un relato, que espera continúen algún autor o autora de TR, asumiendo la voz de algún personaje. Es un experimento, ¡ ojala hay quien le gusta y juegue!
INVITACIÓN AL PLACER.
Las jornadas de Silvia.
Mis obligaciones.
Hay cosas que una mujer debe hacer por dinero cuando la necesidad es imperiosa.
Eso pensaba cuando llegaba a casa de los Reiner, ellos me habían comprado durante tres días, para que atendiera en una fiesta que iban a dar. El precio eran las deudas que teníamos con ellos, 200000 pesos, que no podíamos pagar. Mi marido había negociado y yo era la que tenía que entregarme en pago. Era la única solución.
La propuesta que habían hecho era generosa. Cancelación de la deuda y un puesto de trabajo en el restaurante que iban a abrir, si cumplíamos con sus exigencias.
Nosotros habíamos abierto una pequeña parrilla y nos había ido de mal en peor, sabíamos el oficio pero no sabíamos por qué había fracasado el negocio.
Fue terrible cuando Mario me lo explicó, lloraba al proponérmelo. Dos días en que tendría que atenderlos y servirles en todo lo que me pidieran, se sentía avergonzado, pues tenía claro que no me querían sólo para camarera, iban a usarme como puta, para satisfacer sus deseos lujuriosos.
Era terrible, pero no teníamos otra alternativa.
Y allí estaba yo, Silvia, con mis 27 años, ante la mansión de los Reiner, tras el viaje en colectivo. Iba vestida con modestia, un camisa blanca, pollera azul, larga que apenas dejaba ver los tobillos, y zapatos de taco bajo.
La casa tenía tres plantas y estaba rodeada de una tapia que no dejaba ver el interior de la finca, que sabía daba al río por la parte trasera. Pulsé el timbre, la puerta se abrió sola. Entré en un salón grande, con las paredes llenas de cuadros antiguos, de colores vivos, plenos de luz y sombra. Me quedé parada esperando que alguien viniera a recibirme.
-Bienvenida Silvia. Los señores te verán dentro de un rato, cuando estés preparada. Yo soy Ilse, la gobernanta de la casa. Te acompañaré a tu habitación.
La mujer que se había dirigido a mí, tenía unos cuarenta años bien llevados, rubia, con el pelo corto a lo paje, ojos verdes, era hermosa. Transmitía una mezcla de limpieza y poder. Muy alta, delgada, llevaba un pantalón negro, y una camisa blanca con una corbata roja.
En una esquina del salón de entrada había una puerta, la abrió. Era una pequeña habitación. Una cama de una plaza, una mesa con su silla, un espejo enorme, que parecía ampliar el cuarto, y un cuarto de baño con ducha, bidet y taza higiénica. No había ni lavabo, ni armario. Sólo un pequeño respiradero permitía la ventilación. Era una pieza de 4x4. Parecía una celda.
-Aquí estarás hasta que yo te avise. Entonces traeré la ropa que debes llevar y te indicaré cómo debes maquillarte. Ahora desnúdate y dame la ropa, el reloj, el anillo y los pendientes.
Lo hice avergonzada, me quité los zapatos, las medias, la pollera y la blusa y le di los aros, el anillo y el reloj.
-Que no tenga que repetirte las cosas. He dicho que te quedes en bolas.
Me solté el corpiño y se lo entregué, el mismo camino siguieron la pequeña bombacha. Quedé totalmente desnuda.
-Mírate en el espejo. ¿Qué ves? Descríbete.
-Veo una mujer morena, con el pelo largo ondulado, ojos negros, delgada, que mide 1,65.
-No es suficiente. Quiero más.
-La cara ovalada, nariz recta, boca ancha pero no mucho. Mis otras medidas son 92, 53 y 91.
-“Quiero más”-
-Mis pezones son beige claro y quizás demasiado grandes. Tengo la cola parada, y el vello de la concha es negro. Las piernas son largas con finos tobillos.
-No era eso lo que debías ver. Lo que eres es una mujer hermosa dispuesta a obedecer y a satisfacer a sus señores. ¿Lo empiezas a entender?
-Sí, Ilse. Lo entiendo.
-Ahora te dejaré. Vendré a por ti dentro de un par de horas, con la ropa que debes llevar para la cena.
Cuando salió, cerró la puerta, me quedé encerrada. La luz se apagó, sólo una pequeña bombita azul iluminaba la pieza. Me envolví en la toalla del baño. Asustada como estaba me adormecí.
Me despertó un timbrazo y la luz que volvió a la habitación. Entró la gobernanta.
-Dúchate, sin mojarte el pelo. Lávate bien la cara, mientras te traigo la ropa que debes ponerte.
Obedecí, volvió mientras me secaba. Mi indumentaria era mínima, un delantal blanco, una cofia y unas bailarinas del mismo color.
-Ahora vamos a ir al comedor. Servirás la mesa a los señores. Sólo hablarás cuando se te pregunte. Es sencillo. Estarás parada junto a la ventana por la que entran los platos. Has sido camarera y no tendrás problemas. Yo iré sólo si hay algún problema, pero es mejor que no los haya. Llámales siempre señores.
El comedor estaba en el primer piso, una mesa grande ya armada ocupaba el centro de la habitación, dos pequeños sillones marcaban las cabeceras.
-Pórtate bien, como se espera de ti.
Apenas se marchó noté como se abría una puerta. Allí estaban mis amos. Fernando Reiner era un hombre en los cuarenta, alto, fuerte, de cara hermosa, pero mirada cruel. El pelo le empezaba a agrisar. Vestía una camisa negra de seda, semiabierta , que dejaba a la vista sus poderosos pectorales cargados de vello y un jean azul marino.
Su mujer, Luisa Montemayor de Reiner estaba en los treinta. De pelo castaño, menuda de menos de 1,60. Con nariz respingona, boca bien dibujada, con un gesto de suficiencia, sintiéndose de una casta superior. Llevaba la misma ropa que su marido, pero con unos botines de taco alto, para aumentar su estatura.
Se sentaron uno en cada cabecera, yo les puse un panecillo en cada platito, y les serví el agua. Después descorché el vino, era un Malbec de Ruttini, lo dejé airear unos momentos mientras me dirigía a la ventana donde iban a salir las viandas. El primer plato era un revuelto de espárragos. Serví el vino al señor. Fernando cató la bebida. Hizo un gesto de aprobación y pude escanciar la copa de la señora.
Comieron tranquilos, sin prisas, echaban ojeadas a mi cuerpo semidesnudo bajo el pequeño delantal como si fuera un adorno de la habitación.
Retiré los platos, volví a escanciarles vino y fui a por una fuente con carne estofada, tuve que ponerme a su lado para servirles. Me calentaba estar prácticamente en bolas ante ellos, que parecían indiferentes pese a mi excitación.
-“Un poco mas de vino”- ordenó la señora. Yo rellené los vasos de ambos. Los bebieron de un trago.
-“Acompáñanos al dormitorio”- dijo el dueño de la casa.
Les seguí, abandonando el comedor, quedaron los platos sucios pero me imaginé que alguien se los llevaría.
Subimos al primer piso y tras ellos, entré en una enorme habitación. No creía que existiera un lujo así. La cama era de esas antiguas con techo y cortinas de gasa, una de paredes tenía espejo y estaba cargadas de cuadros eróticos, grabados antiguos, con escenas totalmente explicitas de hombres y mujeres cogiendo. En otra pared, frente al lecho, además de una puerta había una gran televisión plana con una reproductora sobre una cómoda blanca. Y por último un enorme ventanal que daba a un balcón y al río. Estaba impresionada. Se me debió notar, porque tomándome de la muñeca la Señora me arrastró hacia la puerta que abrió, allí había un baño, todo blanco. Lo más curioso era que coexistían una bañera antigua de porcelana y grifería dorada, junto a una ducha.
-“Prepara la ducha, que el agua esté templada y luego ven a ayudarme a desnudar”- me ordenó la señora.
Al abrir la ducha y darle la temperatura me mojé, el pequeño delantal se pegó transparente a mi cuerpo. Me di cuenta que si salía del baño podía mojar el dormitorio. Así que no tuve más remedio que preguntar:
-“Señora, ¿ paso a la habitación aunque la llene de agua?”-
-“Sécate con la toalla del lavabo y ven”-
Obedecí rápida , nerviosa me acerqué a la mujer. Estaba parada , esperándome. Comprendí que debía quitarle la ropa. Desnudar a otra persona, parece fácil pero no lo es, sobre todo si estás prácticamente desnuda, hay un hombre mirándote, te tiemblan las piernas y además estás terriblemente excitada. Procuré concentrarme,
Le desabotoné la blusa , y fui quitándosela, lo más difícil fueron las mangas, me tuve que arrodillar para acabar de sacarlas.
Dejé la camisa sobre la cama. No llevaba corpiño, no lo necesitaba, sus senos estaban erguidos , eran dos manzanas redondas con su pezones rosas enhiestos. Se sentó en un sofá y me ordenó: -“ Los botines.”
Puse una de sus piernas entre las mías, dándole la espalda, sentí como apoyaba la otra bota en mis nalgas y me empujaba para que tirara y la sacara. Me sentía humillada, pero lo hice y repetí la operación con el otro botín.
Se levantó, me arrodillé para soltar el pantalón y bajarlo. No había visto nunca una bombacha tan preciosa, negra, de encaje traslúcido, se amoldaba al vientre como una segunda piel. Sacó los pies del pantalón, lo recogí y lo dejé extendido junto a la blusa.
El señor, sentado en un pequeño sillón nos miraba con sonrisa malvada mientras fumaba un puro, soltando anillos de humo.
Volví a arrodillarme para bajarle la prenda íntima. El tocar su piel desnuda, suave, cálida me calentaba mucho, y más cuando rocé sus caderas, nalgas y muslos. Tenía la concha depilada. Al retirarle los calcetines, de manera disimulada, pude verla, era pequeña, casi sin labios, una rajita que rompía la continuidad de pubis.
-“Pon la ropa en el cesto de la ropa sucia y vuelve a comprobar la ducha para que el agua esté tibia.”-
-“ Sí, señora”- la obedecí. – “Señora, está bien”- De nuevo, la escasa ropa que llevaba se me pegó al cuerpo, como si estuviera desnuda.
- “Enjabóname con ese gel y que no se moje el pelo.”-
Vi el frasco con el jabón líquido, pero ninguna esponja. Me quedé parada sin saber qué hacer.
-“Niña, pareces boba. Ponte gel en una mano, me lo extiendes y con la otra controla la ducha para que me quede el pelo seco.”-
Lo hice, me puse la crema en la palma derecha y agarré la ducha con la izquierda. Comencé a pasarle el jabón por la espalda. Ella se había sujetado el pelo en alto.
Estaba hermosa, al levantar los brazos, se realzaba su figura. Nunca había hecho nada con una mujer, y el tener que tocarla, prácticamente acariciarla me dio una subida de vergüenza y excitación.
Tenía la piel suave y cálida.
-“Ahora, delante.”- tuve que rodearla para extender el gel por su torso. La situación me calentaba, más cuando enjaboné los senos. Eran elásticos, pero duros, creo que me entretuve demasiado en lavarlos, no podía evitar sentirlos en mis manos, eran como imanes que me atraían. Ella estaba imperturbable , como si fuera una estatua.
-“Arrodíllate y acaba.”-
Separó las piernas para que pudiera lavarlas, desde los pies fui subiendo hasta el final de los muslos, ahí me paré. Me daba vergüenza seguir.
-“Pareces un niña mojigata. Te he ordenado que me laves.”-
- “Sí, señora.”- tenía las nalgas duras, redondas, perfectas, y mis manos las recorrían primero con el jabón y luego ayudando a quitarlos con el agua de la ducha. Arrodillada , como una esclava que se debe a su ama, me di cuenta que también debía lavarle la raja entre los cachetes, lo hice con cuidado, usando sólo dos dedos, luego dejé que el agua la limpiara.
Tenía que seguir, nunca había pensado que me vería lavando la concha a otra mujer. Pero lo hice, deslicé mis dedos por su sexo, no puedo contar que y cómo lo sentía, aquel tacto me tenía en un grado de calentura sexual que me asustaba. Cuando acabé de enjuagar su pubis , no sabía qué hacer.
-“Levántate y trae ese toallón blanco para secarme.”
Se lo di, tapándola, me di cuenta que esperaba que le ayudara, temblando, mojada el cuerpo y empapada la concha , mis manos la apelmazaron contra la toalla.
No podía aguantar la calentura que me devoraba.
-“Ahora, baña al señor.”- había puesto tanta concentración en ella, que no había recordado que su marido nos contemplaba sentado en un sillón. Cuando me volví, lo encontré desnudo con la verga en alto, dura , poderosa.
Era hermoso, fuerte, con un cuerpo cuidado y musculoso, pero sin los excesos que te encuentras en algunos visitantes del los gimnasios. El pecho ancho cubierto de vello que griseaba, el vientre plano y destacando un polla surcada por venas, gruesa. Me dio pudor mirarla, pero en mi sexo la humedad indicaba que me gustaba.
-“Deja de miramientos y enjabóname bien. Rápido.”-
Me llené las manos de gel y recorrí todo su cuerpo , ardía al tocarlo, iba acelerada, no sabía cuanto podía aguantar más sin que se me notara la terrible excitación que tenía. Acabé pronto, iba a retirarme buscando la toalla, cuando me agarró de la muñeca y me soltó con voz dura.
-“ Silvia, me parece que se te olvida lavar bien algo. Y eso hazlo despacio”-
Sólo había mojado su verga con el agua, comprendí que quería que se limpiara bien, con mimo. Pensé cómo hacerlo, algo me salió de dentro, me arrodillé ante él, dejé la ducha bajo mi pierna y tomé su falo en la mano derecha, con la izquierda extendí el jabón, me hubiera gustado mirar hacia arriba y verle los ojos, pero no creí que debía hacerlo. Volvía a tomar la ducha y fui retirando la espuma sin dejar de moverlo despacio arriba y abajo, como si tuviera miedo de que quedara algún residuo. Sabía lo que me quedaba por hacer, tiré de la piel para dejar el badajo al aire, era hermoso como una ciruela, hice que corriera el agua por él y contuve mis ganas de metérmelo en la boca.
Cuando me levanté para buscar la toalla, sólo pensaba en lo bueno que sería que me cogiera. Pero no lo hizo, se dejó arropar y me ordenó.
-“ Saca el cesto con toda la ropa y vete a descansar. Mañana empiezan tus dos días.”-
Salí cargada y temblando, bajé al piso donde tenía mi cubículo y allí me estaba esperando Ilse.
-“Deja el cesto y dame tu ropa. Sécate y duerme, te despertaré cuando empiece tu primera jornada.”-
Entré desnuda en mi pequeña celda, apenas se cerró la puerta, mis dedos buscaron mi clítoris y lo acaricié hasta que estallé. Me sequé y me tumbé en la cama, seguía caliente, la paja que me había hecho sólo me había servido para liberar la enorme tensión que acumulaba, estaba asustada pero al tiempo excitada, me daba cuenta que un mundo desconocido para mí se abría, que lo que me iba a ocurrir nunca lo había imaginado pero ansiosa lo esperaba. Necesitaba relajarme para dormir y como si fuera una niña, mi mano se colocó entre mis muslos comenzando una masturbación mucho más lenta.
EL COMIENZO DE LA JORNADA.
Me despertó Ilse, me había costado dormir, sólo después de hacerme dos pajitas lo logré, no sabía que hora era, en mi cuarto no había luz natural. La mujer me zarandeó, me paré desnuda ante ella.
-“Sígueme”- me ordenó. Como estaba, sin nada con que cubrirme, fui tras ella hasta otra habitación de la planta baja. Ilse vestía como el día anterior, una blusa blanca, pantalones negros, esta vez no llevaba corbata, y la blusa se abría hasta el canal de sus senos.
-“Silvia, tienes que aprender y mucho. Ayer cometiste bastantes errores, y un error es un castigo. No fuiste diligente al atender al baño de los señores y además, te atreviste a mirarles a la cara….Tienes suerte que me han encargado a mí, que te aplique las correcciones…ellos son mucho más duros…..Apoya las manos en la mesa y separa las piernas.”-
La obedecí. Abrió un placard tras de mí, noté como se ponía a mis espaldas y…
-“Estate quieta . Y no chilles”-
Sentí un golpe seco en las nalgas, después otro, me dolía mucho, me mordí los labios para no gritar, otros dos azotes llegaron a mi popa.
-“Estos han sido con la paleta, ahora te tocan otros cuatro con la fusta. Cubre tu culo con este cuero, nadie quiere hacerte marcas. Sujétalo fuerte y pegado a tu carne.”-
Me dio un cuadrado de piel de vaca, al tomarlo y colocármelo, vi la fusta con la que iba a azotarme. Volvía colocarme en la misma posición, frente al dolor seco, esta vez los golpes eran trallazos sobre mi piel, que añadían escozor a mi piel.
-“Párate frente a mí, y tápate los ojos.”- Yo estaba aterrorizada, pero sabía que no tenía más remedio que obedecer.
-“Dios mío”- solté cuando un montón de cintas de cuero golpearon mis senos. Fueron otros cuatro latigazos.
-“Tenía que repetir los golpes, porque te has quejado, pero….es la primera vez y …ya tendrás tiempo de aprender. Te he pegado con esta palmeta de cuero y este látigo corto de cintas , ninguno deja marcas, sólo como puedes ver…mírate al espejo.. te pone colorada la piel. La fusta es diferente, duele más y deja verdugones, por eso , como el látigo que usa el señor, sólo se usará con tu piel cubierta. Procura que no se te olvide. Duele y mucho, sobre todo cuando pegan los señores, no pienses que es un placer para ti, es un castigo.”
Me quedé asombrada que alguien pudiera pensar que aquella golpiza podía ser un placer. Me escocía todo el cuerpo pero no dije nada.
-“Ponte esta bata y sube a servir el desayuno a los señores. Encontrarás todo en la puerta de su alcoba. Corre, no les hagas esperar”-
Me dio un bata blanca, cuando me la puse me dí cuenta que no tenía botones, sólo un cinturón, que al intentar cerrarla dejaba prácticamente mi cuerpo al aire. Me miré en el espejo que me devolvió la imagen de una mujer cuya semidesnudez la hacía provocativa.
Subí rápido las escaleras, ante la puerta cerrada había tres bandejas, dos vacías con patas para apoyar en la cama, la otra con las vituallas, además dos periódicos.
Antes de que llamase, la voz del señor me ordenó. –“Sirve el desayuno.”
La experiencia de ser camarera me sirvió para acomodar todo y poder entrar sin derramar nada.
Estaban en la cama, apenas cubiertos del vientre hacia abajo, ambos tenía las piernas fuera de las sabanas que tapaban sus sexos. Les coloqué las mesitas auxiliares , sabía que no podía mirarles a los ojos, pero no pude menos que admirar la belleza de sus cuerpos.
Les serví el desayuno, era sencillo, mediaslunas, café con leche, más cargado el de la señora y un jugo de naranja. Mientras comían se pusieron a leer el periódico, yo estaba parada a los pies de la cama. A veces levantaban la vista de la lectura para echarme una ojeada. La bata me semicubría los pechos pero dejaba mi sexo expuesto a sus miradas.
La mano de la señora buscó la verga de su marido bajo las sabanas y comenzó a tocarle. Poco a poco la tela fue elevándose al erguirse la pija.
-“Retírate y llévate esto, deja sólo la prensa.”- Me acerqué a retirar el servicio y salí de la habitación. Fuera me esperaba Ilse.
-“Ve a tu habitación, come algo de lo que ha sobrado, y luego aséate bien y espera a que te ordene lo que debes hacer.”
Bajé a mi cuarto, tenía hambre y estaba excitada. Devoré una factura que había quedado entera, y los restos de otra, Me serví el café con leche en la taza del señor, todavía quedaba un poco y bebí de la jarra el jugo que había sobrado. Lo dejé todo encima de la cama y entonces descubrí el paquete de cigarrillos, los fósforos y el cenicero. Me senté y fumé un pucho. El placer del tabaco me relajó.
No sabía cuanto tiempo tenía hasta que me volvieran a llamar. Al ducharme me di cuenta que me dolía donde me había azotado Ilse, era un recordatorio de mis obligaciones. No me había dejado marca en la carne pero sí en la mente. Lo comprobé al secarme el pelo con la toalla, estaba caliente y decidí hacerme un dedito. Mi imaginación voló a las escenas en el dormitorio, pero sin darme cuenta acabé fantaseando con Fernando azotándome y con sus golpes me llegó la explosión.
Me envolví en la toalla para esperar, en la habitación hacía calor, no había miedo que me resfriara en mi desnudez.
No sabía cuanto tiempo había pasado cuando volvió a entrar Ilse. La seguí desnuda, fuimos al jardín, allí había una pileta de aguas cristalinas y tumbada desnuda, tomando el sol, estaba Luisa.
-“Puedes ponerte cómoda”- le dijo a Ilse. Ésta se quitó la ropa, tenía un cuerpo cuidado, de piernas largas, cola parada y senos erguidos. Era muy blanca.
-Dile que te ponga protector.”-
En una mesa había una crema solar, Ilse la miró y me hizo un gesto. Fui a por ella y volví. El extender la crema por su cuerpo, sintiendo la suavidad de su piel me excitaba, más cuando la señora no me quitaba los ojos de encima. Sabía que no podía ser tímida , así que no me detuve con pudor para ponerla ni en la nalgas ni en las lolas que tenía los pezones enhiestos. Me consolé pensando que ella se había puesto tan caliente como yo.
Las dos se tumbaron en las reposeras, les daba parte de la sombra del parasol, ese sol que a mí me daba sin remedio, ya que seguía parada, esperando que me dirigieran la palabra. Pero ellas me ignoraban, charlaban de una fiesta que iban a dar, de los invitados, de la comida, como si yo no estuviera.
-“Sírvenos agua”- me ordenó la señora. En la mesa había una jarra y una cubeta para el hielo. Preparé su pedido y se lo serví con rapidez, primero a Luisa , luego a Ilse.
Yo estaba muerta de sed, con lo que moría de envidia cuando les vi beber.
-“Toma lo que queda”- me dijo la señora. En los vasos , apenas quedaba un dedo de agua. Pero los apuré con deleite.
-“¿ Cómo la ves?. ¿Valdrá para algo?”-
- “Tiene buena disposición. Con un poco de aprendizaje puede dar juego. Es ardorosa, se nota que le gusta el sexo, pero tiene poca experiencia”- contestó Ilse.
Me di cuenta que se referían a mí, con dos novios y un marido, no entendía porque decía que yo era inexperta.
-“Ven acá.”- me ordenó la señora. Cuando estaba a su lado, sin ningún miramiento me metió el dedo en la concha.-“ Pues sí, afición tiene. Está empapada. Compruébalo tú misma”-
Se chupó los dedos mientras Ilse me sometía al mismo examen. Era verdad que estaba muy caliente. El estar allí, esperando desnuda con otras dos mujeres, me había excitado.
-“¿ Quiere que le de algunas lecciones?”-
-“Ilse , mejor prepárala para que nos atienda. Me apetece ver lo que sabe hacer”-
El ama de llaves se puso la camisa y la bombacha y me ordenó que la siguiera. Me llevó a una pequeña habitación en el primer piso. Cando entré, vi a un jovencito muy lindo, mulato, con una bata rosa.
-“Michele, ponla como hay que ponerla. ¿ Qué te parece?”-
-“Es divina, déjala en mis manos”- tenía una voz extraña, acentuando su ambigüedad.
-“Debes hacer todo lo que te diga. No puedes opinar. Te guste o no, hará lo que quiera contigo”- me ordenó Ilse.
-“La voy a convertir en una joya.”-
Ilse se marchó dejándonos solos. No me atreví a hablar. Pasó su mano por mi piel, las piernas, los sobacos, la entrepierna, ponía un mimo infinito al hacerlo. Después de la violencia con que me habían tratado, me resultaba delicioso, aquella dulzura.
-“Te voy a poner una crema para acabar de depilarte. No necesitas ni cera ni que te afeite nada. Tu piel es divina.”-
En un tarro, mojó los dedos de la mano derecha y fue extendiendo la untura por mi cuerpo. Se esmeró bajo los brazos, el monte de Venus, y luego con cuidado, muy despacio, en toda la entrepierna, sobre mis labios exteriores y la raja que separaba mis glúteos.
-Y ahora , debes creer en mí. Te voy a cortar el pelo. Así largo como lo tienes , tienes que secarlo y no vas a tener tiempo. Y además es más difícil ponerte peluca. Y no protestes , porque lo tendré que decir y te castigarán, haciéndote mucho daño. Saben ser muy duros.”-
No podía hacer nada, así que dejé que la tijera me fuera cortando los cabellos. Era un buen peluquero, lo hacía con rapidez , sabiendo lo que se traía entre manos.
-“Mírate. Te ves diferente, pero preciosa, pareces una niña. Y puedes jugar con varios looks”-
Con un cepillo, me fue mostrando cómo podía variar mi aspecto, y tenía razón, con el pelo muy corto parecía una adolescente dispuesta a ser seducida.
Me quitó la crema, la piel estaba suave, como la de un bebé.
-“Métete en esa ducha para que no te quede nada de nada en la piel.”-
Apenas entré y cerré la puerta, comenzó a salir agua templada a presión por varias bocas que había en las tres paredes. De pronto se abrió la puerta , ante mí estaba Michele, me quedé de una pieza, nunca había visto lo que estaba viendo. Tenía pechos, medianos, pero totalmente femeninos y pene, una pequeña pija que en alto dejaba ver la bolsa de sus huevos. Era un mezcla hermosa de chico y chica. No tenía nada de vello en el cuerpo, las piernas y la cola eran divinas. - “ Silvia, te has quedado de piedra. ….Yo soy así ...un joven pasando a ser mujer....Anda, deja que te ayude a acabar de lavarte.....Los señores me están haciendo feliz.......pagan mi cambio....la verdad es que yo estoy con ellos hasta el fin....son maravillosos...no sabes la suerte que tienes”- Sus manos cargadas de jabón líquido recorrían mi piel, era una mezcla de caricia y masaje, que me ponía lasciva, no tanto caliente, como viciosa, esperando placeres que no conocía. Me lavó la juntura de las nalgas y la concha. Yo quise asir su pene que me atraía como un imán, duro, pequeño, como un pulgar, con su piel que cubría el glande. Me retiró la mano. - “Silvia , eso no es tuyo, es de los señores.......tienes un coñito divino...apretadito..lindo...lindo. Anda ,... vamos a secarnos y te peino que te llamarán enseguida”- Me sentó en un taburete y me peinó, me hizo verme en el espejo, estaba preciosa. Sonó un teléfono , contestó diciendo que yo ya iba. Me dio una casulla de gasa transparente que apenas llegaba a medio muslo. Estaba más desnuda que si no llevara nada. Bajé hasta los jardines que rodeaban a la pileta, allí me esperaban Ilse y Luisa, desnudas, tomando unos enormes jugos de frutas. Me quedé parada esperando sus ordenes. - “Silvia, arrodíllate ante la señora y lame y besa su tesoro.”- Luisa se había movido dejando las piernas abiertas y su concha sin apoyar, me di cuenta que mi trabajo era comerle el sexo. No lo había hecho nunca, debo reconocer que me excitaba y me apetecía. Acerqué mi rostro a su entrepierna , saqué la lengua y la pasé por los labios mayores, ellas seguían hablando, yo lamiendo, más rápido, más fuerte, surqué con la punta la hendidura, mi saliva se mezclaba con el flujo de Luisa, le debió gustar porque cerró los muslos, apretando mi cabezaentre ellos, ya no podía oír nada. Sólo concentrarme en chupar la concha de la señora, descubrí su clítoris, estaba erguido, duro, lo ataqué, sabía que el placer que daba iba a ser mayor. Mayor fue la presión de sus muslos, Una mano agarró mi cabeza dejándola quieta, de modo que sólo me concentrara en el pequeño botón. Noté su orgasmo en cómo casi me dejaba sin respiración. Abrió las piernas, quedé libre, arrodillada. Ilse me agarró la mano haciendo que me levantara. Al quedar frente a la señora, esta me metió los dedos en la concha.
-“Saber comer una concha, no sabe, pero tiene voluntad, y encima se vuelve loca. Mira, está chorreando”- En sus ojos había una mezcla de ironía , desprecio y deseo.
- “Hazte una paja , que lo necesitas”-
Me daba vergüenza , pero recordé los golpes, y mi mano bajó a encontrarse con mi sexo. Me acaricié, deseaba acabar cuanto antes, mis dedos en contacto con mi clítoris lo acariciaban rápido. Para lograr mayor contacto, con la otra mano tiré del monte de venus, para dejar mi objetivo totalmente dispuesto a la acelerada masturbación.
-“Mírame a los ojos, quiero ver como te corres.”-
La obedecí. Sus ojos desnudaban mi alma, comprendí que era un juguete en sus manos, y que me gustaba...eso era lo que más me impresionó que me hacía gozar obedecerla, servirla, cumplir con todos sus deseos. Y me vine,entregada a mi señora. -
“Ahora, Ilse, puedes llevarla y enséñale bien sus obligaciones-
Ilse me tomó de la mano y me llevó a su habitación, era grande, luminosa, con una cama doble, una cómoda y dos pequeños sillones. Colocó una toalla en uno de ellos y se sentó desnuda como estaba, yo me quedé de pié ante ella, apenas tapada con aquella extraña prenda que dejaba todo mi cuerpo a la vista aunque parte velado. Sus ojos me recorrieron como a un animal en una feria de ganado, pero luego sonrió y me comenzó a hablar con una voz en la que se mezclaba la maestra y la amiga.
- Eres atractiva, te gusta y se ve que disfrutas con el sexo y estás abierta a nuevas experiencias, porque me he dado cuenta que nunca has comido una concha ni te has masturbado en público. Lo has hecho y te va. Hoy a la noche hay una fiesta en la que tu y Michele sois las camareras que servís la comida y las bebidas, y con quien ...pueden jugar los invitados.
-Haré lo que se me mande. Debo pagar un deuda y acepté las condiciones cuando vine a la casa.
HASTA ACÁ LLEGA LA AUTORA Y LO DEJA ABIERTO CON UNA INVITACIÓN A LAS AUTORAS Y AUTOES DE TODO RELATOS.
HAY VARIOS PERSONAJES A PARTE DE SILVIA:
FERNANDO , el amo.
LUISA, la señora.
ILSE, la ama de llaves.
MICHELE, el joven sirviente.
Si alguno quiere seguir la historia desde el punto de vista de alguno de ellos, ésta es una invitación al placer de que lo hagan.
¿ Que le ocurrirá a Silvia?
¿ Cómo tendrá que atender a sus señores?
¿ Cómo será la fiesta?
¿ Cómo cambiará su vida?
Acá queda el reto de su continuación.
Besos de la autora.