Invierno

Hace frío en la calle. Esperas en una esquina fría de nuestra ciudad. Las farolas iluminan la calle solitaria. Esperas a tu novio, tu amante, me esperas a mi.

La cena

Hace frío en la calle. Esperas en una esquina fría de nuestra ciudad. Las farolas iluminan la calle solitaria. Esperas a tu novio, tu amante, me esperas a mi. Son las ocho menos cinco de la noche y ya no tardaré en aparecer en el coche. Hace diez minutos te llamé a casa y ya estabas preparada; llevo toda la tarde fuera y no sabes donde. Ya lo descubrirás.

Te has esmerado esta noche en estar guapa, radiante y sexy para mi. No sabes qué te espera pero por mi secretismo y el suspense que he creado contándote lo indispensable esperas una gran noche. El frío se cuela por debajo de tu abrigo de paño negro. Tus zapatos casi no cubren tus pies y las medias negras hasta medio muslo no abrigan demasiado. El vestido tampoco tiene demasiada tela y el tanga negro no es de gran ayuda. Sientes el aire frío subir por todo tu cuerpo y te abrazas a ti misma dándote calor. Tus manos también están frías bajo los guantes. La bufanda tapa tu precioso cuello, al descubierto pues te has recogido el pelo en un moño.

Ves llegar el coche y caminas hacia el borde de la calle. Llego, abres la puerta y entras. Me sonríes y nos besamos dulcemente.

-¿Cómo estás? -te pregunto. -Bien -respondes algo nerviosa sonriendo.

Es nuestro aniversario. Conduzco hacia fuera de la ciudad. Charlamos sobre cómo nos fue el día. Te fijas en mi vestimenta, pantalón de vestir, camisa, zapatos.

-Estas muy guapo -dices. -Tu lo estás más.

Sigo conduciendo y apenas hablamos, tan solo de vez en cuando nos miramos y sonreímos. Conduzco con una mano mientras la otra unas veces te coge la mano y otras acaricia tus piernas y roza tus muslos desnudos al final de tus medias. Tu mano busca mi pierna de vez en cuando también.

Sigo conduciendo por carreteras secundarias que no conoces. Charlamos distendidamente recordando nuestros primeros años de relación, hablamos del futuro y del pasado. Poco a poco al nieve nos va rodeando mientras subimos por las montañas de la sierra. Llegamos a un pequeño pueblo.

-Casi hemos llegado -te digo.

A la salida del pueblo, dos kilómetros después de la última farola descubres otra luz entre los árboles y salimos de la carretera por un oscuro camino hacia ella. Es un restaurante. Paramos en la puerta. Un mozo te abre la puerta. Otro me la abre a mi y me pide las llaves del Audi para aparcarlo. Salimos y entramos al edificio, construido con madera y de aspecto rural, muy grande, de tres pisos. Es un restaurante de lujo pero con aspecto familiar, hogareño. Una señorita nos recoge los abrigos. Ahora veo mejor tu vestido tu figura esbelta, con las espalda al descubierto desde tu precioso cuello y hasta casi tus hermosas nalgas. Estás preciosa.

El comedor es enorme, ocupa dos pisos de altura y hay muchas mesas casi todas ellas llenas. Tiene tres chimeneas de piedra en sus tres paredes de madera y en el extremo una cristalera sobre una inmensa explanada nevada, una pista blanca, iluminada por la luz de la Luna. El metre nos recibe y nos lleva a la mesa que tengo reservada. Nos sentamos, rodeados de gente, en una mesa para dos junto a la cristalera. La vista es increíble. Observamos todo con ojos curiosos. Nunca habíamos estado en un restaurante de tan alto postín pero hay que probar de todo en este mundo. Nos reímos de todo y de todos en voz baja, comentando lo estirado de la señora de la mesa de allí, lo estrambótico del bigote del señor de allá, cuánto se le nota el peluquín al metre.

Lo estás pasando muy bien y aun ni nos han atendido. Tras leer la carta, el metre nos atiende. Pedimos un vino blanco carísimo, caviar iraní con salmón noruego y cangrejo ruso de aperitivos. También pedimos un consomé de pato de primero y de segundo arroz con bogavante. Durante la cena charlamos, reímos, comemos, esta todo muy bueno. Cada vez te gusta más la noche y se te nota. Estás feliz. Cuando hemos terminado el metre nos ofrece la carta de postres y nos invita a tomar una copa a cuenta de la casa; a mi me ofrece un puro y todo. Tu pides una tarta de nata y queso con chocolate caliente. Yo me decido por una mousse de tres chocolates con crema de natillas caliente. Como copa pedimos unos licores de hierbas y yo acepto el puro.

Cuando nos sirven los postres tu comienzas a comerlo con ojos de viciosa. Me miras y relames el chocolate caliente en la cucharilla. Una gota de chocolate te corre por la barbilla y te la limpio con un dedo. Reímos mientras chupas el chocolate de mi dedo. En ese momento noto uno de tus pies descalzo jugando con mi pierna. La tela de nylon de la media roza contra mi pantalón con un sonido especialmente erótico. Subes tu pie a mi silla bajo el mantel y acaricias con él mi entrepierna imposible de relajar en toda la noche con ese vestido tan escotado y tus magníficas piernas en esas medias negras. Te acercas a mi.

-Te quiero Rubén -dices. -Ya lo sé -te respondo-, pero yo te quiero más.

Sigues jugando sobre mi erección con tu pie y mirándome, jugando con tu postre y la cuchara. En ese instante paras, bajas tu pie y me dices que te vas al baño. Yo me quedo con mi copa y mi puro, observando a los ricachones que beben y disfrutan de sus comidas, muy excitado recordando tu pie en mi entrepierna y tu cuerpo en ese vestido.

Sorpresas

Unos minutos después regresas del baño y te sientas de nuevo frente a mi. Me miras con picardía y te muerdes el labio. Miras en rededor y de pronto me lanzas algo al pecho que cae sobre mis rodillas. Me fijo disimuladamente y veo que es tu tanga. Levanto la mirada y me sonríes. Noto que ahora tus pezones están duros, a pesar de que no hace frío, y se notan muchísimo a través de la fina tela del vestido; además, con ese vestido tus pechos se notan libres, sin ataduras.

-Te quiero -te digo con una sonrisa. -Pero yo más -me respondes riéndote.

Recojo la prenda y me la meto en el bolsillo. Levanto la mano y pido la cuenta al metre. Tras pagar nos levantamos de la mesa. Te llevo cogida de la cintura rozándote con mi mano las nalgas, desnudas bajo tu vestido. En el hall la misma señorita de antes nos devuelve nuestros abrigos. Salimos a la calle y me abrazas. Yo aprovecho y meto una mano por tu vestido acariciándote las nalgas y llegando hasta ese hueco cerradito que siempre me vetas. Nos besamos a la luz de la Luna mientras nuestro coche llega.

-Gracias por esta noche, te quiero mucho -me dices mientras me abrazas. -Aún no ha terminado la noche cariño -te respondo. -Ya lo sé -dices sonriendo como una niña, pensando que me refiero a que ahora volveremos a casa y haremos el amor.

El aparcacoches llega y nosotros montamos en el coche. Conduzco por el camino de vuelta hacia la carretera. Tu te quitas los zapatos y pones lo pies en el salpicadero; dices que te duelen de los zapatos nuevos. Mientras conduzco acaricio tus piernas y tus muslos. Llegamos a la carretera pero en lugar de regresar por donde vinimos giro en sentido contrario. Tu me miras sorprendida y me preguntas que donde te llevo. Te digo que quiero probar otro camino de regreso. Te quitas las medias, dices que te aprietan en los muslos. Sigo acariciándote las piernas y como sé que no llevas bragas de vez en cuando intento llegar más arriba de tus muslos, pero tu no me dejas, dices que soy un impaciente. Pero si me dejas acariciarte los pechos y tu mano juega con el bulto de mi entrepierna. Cada vez respiramos más agitadamente los dos. Sigo conduciendo entre nieve y árboles oscuros. La única luz es la Luna y los faros del Audi.

De repente giro sin previo aviso y cojo un camino que sube por la falda de la montaña. Tu te sobresaltas y me dices que donde vamos. Yo te digo que es una sorpresa. Conduzco por otro camino oscuro y cerrado entre árboles altos y rodeado de nieve. He dejado de tocarte y tu a mi tampoco me tocas pero sonríes y estás nerviosa, a la expectativa. De repente los árboles desaparecen y entramos en una especie de balconada natural, como un mirador hacia la ciudad. Ahora se ven todas las luces de los pueblos y al fondo la capital.

-Es precioso -dices mirando con una sonrisa en la boca la extensa planicie que hay antes del barranco.

Entonces te señalo hacia la montaña nevada. Cuando miras ves una cabaña de madera. De las ventanas sale una tenue luz y de la chimenea sale humo. Me miras y me sonríes de nuevo.

-Hala que chula -dices sonriendo como una niña a la que le acaban de regalar una casa de muñecas, me abrazas y me nos besamos apasionadamente.

Acerco el coche a la cabaña.

La cabaña

Abrimos las puertas, tu ni siquiera te pones el abrigo y los zapatos los llevas en la mano. Esperas a que abra la puerta de la cabaña y entonces sales corriendo sobre la nieve y entras dentro. Yo me entretengo cerrado el coche y recogiendo algo más de leña de una pila de troncos que hay junto a la puerta. Cuando entro te veo junto al ventanal mirando hacia fuera.

-Que bonito Rubén -me dices.

La cabaña esta medio a oscuras, algunas velas y la luz del fuego en la chimenea son la única iluminación. Una mullida alfombra frente a la chimenea, sofás, una mesa con sillas, una pequeña cocina abierta en una esquina del amplio salón decorado con cuadros y trofeos de caza. Hay tres puertas pero no están abiertas.

Me quito los zapatos y camino descalzo por el suelo crujiente de madera. Cojo dos copas vacías de una bandeja y me acerco a ti. Te giras, sonríes de nuevo y me besas dulcemente.

-Gracias, dices.

Te doy una copa vacía y te quedas con cara de extrañada, como diciéndome y que hago yo con esto. Abro una de lo que parecen puertas más que ventanas del ventanal y cojo una botella de cava de entre la nieve acumulada en el macetero que hay por alfeizar. La abro y el corcho sale disparado por la ventana. Hace frío, tu piel y tus pechos lo indican, además del vaho que sale de nuestras bocas, por lo que te apresuras a cerrar. Sirvo nuestras copas y brindo por nuestro amor, por que te quiero más que a nada que exista en cualquier parte. Bebemos y nos besamos de nuevo.

Entonces metes un dedo en la copa de cava y dejas caer unas gotas del dulce líquido entre tus pechos. Me ofreces tu dedo y lo chupo. Me inclino y lamo las gotas que han quedado en tu escote. Dejo la copa en el suelo y te cojo por la cintura besándote apasionadamente. Comienzo a deslizar los tirantes de tu vestido por tus hombros y tu mientras te das la vuelta dándome la espalda. El vestido cae pero se detiene en tu cintura. Muevo mis manos y te abrazo desde atrás y luego acaricio tus hombros, tus brazos, tus caderas. Tu te contoneas, frotando tu precioso culo contra mi, notando lo excitado que me tienes. Subo mis manos por tu vientre hasta tus pechos. Tu te agarras a mis nalgas, abrazándome. Sopeso tus pechos, juego con ellos, los acaricio, los amaso. Pellizco tus pezones mientras beso tu cuello, lo chupo, lo humedezco. Mi lengua juego en tu mandíbula, dibujándola; te beso desde atrás en una postura forzada pero erótica. Retrocedo, y sin dejar de masajear tus senos juego con mi boca en tu oreja lo que te hace estremecer y de un respingo me separas de ti.

El vestido se libera y cae hasta tus pies. Sigues dándome la espalda. Observo tu figura iluminada por las llamas de la chimenea, recortada por la luz de la luna. Eres preciosa. Te sueltas el pelo al tiempo que sacas los pies de entre la tela del vestido. Te acuclillas, lo recoges y dejas el vestido sobre un sillón que queda cerca. Recuerdo tus prendas en mi bolsillo, las saco y las tiro al sillón. Me acerco de nuevo hacia ti y acaricio tu espalda bajando lentamente hacia tus nalgas. Juego con ellas como hice con tus pechos. Las abro, las junto, las sopeso. Paso mi dedo pulgar desde abajo hacia arriba por la raja, pasando por mi preciado hoyito. Tu, al notarlo, apoyada en la ventana, mueves el culo y te ríes jugando a no dejarme jugar. Comienzo a avanzar por tus costados hacia tu vientre y al llegar lo acaricio. Comienzo un movimiento hacia a bajo pero no me dejas y te vuelves apretándote contra mi. Me besas mientras mis manos te abrazan y acarician tu espalda. Entonces con otro brusco movimiento me pones de cara a la ventana con las manos sobre los fríos cristales.

-Quieto ahí, no te muevas -me dices y me haces abrir las piernas como si me estuvieses deteniendo.

Comienzas a cachearme. Yo me río.

-Cállate ladrón.

Sigues tocándome sobre mi ropa. Entonces llegas a mi culo y metes la mano por debajo cogiéndome suavemente de los huevos y subiendo por mi erección, sobre la tela del pantalón.

-Estás armado malhechor -me dices fingiendo que te pones seria.

Me masajeas un rato y luego me sueltas y comienzas a desabrochar mi camisa. Intento darme la vuelta pero me lo impides. Me desnudas y acaricias mi espalda, mi cuerpo de cintura para arriba.

Entonces me juntas las piernas y me desabrochas el pantalón que con tu ayuda cae al suelo. Entre risas, agachándote, me bajas los calzoncillos y me muerdes el culo.

-¡Hay! -me quejo.

Me ha dolido. El mordisco ha sido fuerte. Entonces me quitas los pantalones de los tobillos. Toda nuestra ropa está en el sillón a nuestro lado. Te pones de pie de nuevo y me abrazas desde atrás. Juntando todo tu cuerpo contra mi espalda, mis nalgas y mis piernas. Algo no es como otras veces, pero no sé qué es. No sé por qué pero me gusta mucho ese abrazo.

-No te muevas -dices.

Te separas de mi, coges mi camisa y te la pones. Te llega casi a las rodillas.

-Voy al baño, ahora vengo, espérame en el cuarto -me dices. -Es la puerta de la derecha -te digo y sales correteando hacia ella.

Yo me acerco a otra de las puertas y entro en el dormitorio. Allí otra chimenea calienta la habitación, la cama es enorme, dos por dos metros. Abro la cama y la preparo para dentro de unos momentos. Compruebo que todo lo que he preparado está tal como yo deseo y me tumbo en la cama, boca abajo, esperándote.

Tu regalo

Cuando llegas te subes a la cama gateando. Me montas a horcajadas con mi camisa aun puesta. Estoy tumbado bocabajo con los ojos cerrados. Acaricias mi espalda con fuerza. Te quitas la camisa y haces una ademán de vendarme los ojos con ella, pero  entonces ves un pañuelo de seda sobre la almohada, estratégicamente colocado. Yo sigo con los ojos cerrados e intuyo lo que haces. Tiras la camisa sobre una silla y coges el pañuelo. Me acaricias la cara con él. Muévete voy vendarte los ojos, dices. Sonrío y levanto la cabeza para ayudarte mientras lo atas alrededor de mis ojos. Todo ha salido como esperaba, pero también hay sorpresas para mi esa noche. Entonces te tumbas a mi lado y me acaricias la espalda suavemente. Date la vuelta, dices. Observas mi cuerpo. Acaricias mi torso, mi tripa, bajas hasta los rizos de mi pubis, sigues por mi muslo hasta mi pie izquierdo donde me haces cosquillas al pasar tus dedos suavemente por la planta. Subes por la pierna derecha y sigues por el muslo. Mi erección es enorme, palpita de deseo. Ves humedad en la punta. Te inclinas y la besas recogiéndola. Entonces me besas a mi y saboreo mi excitación en tu boca.

No veo nada y me encanta. Entonces te colocas de otra forma, dándome la espalda con una pierna a cada lado te inclinas sobre mi polla y la empiezas a acariciar. Juegas con ella yo intento subir mis manos para acariciar tus nalgas, tu ano, tu precioso coño, pero no me dejas, me las sujetas con las piernas contra mis costados.

-No -dices-, aun no.

Sigues acariciándome la polla y los huevos. Te la pasas por los pechos, por el cuello, la rozas contra tu cara y le das lametones, besos, pequeños mordisquitos. Lames mis huevos y mi erección cada vez es más grande o al menos así la siento yo. Sigo inmóvil, sólo puedo mover mi piernas que separo para dejarte hacer. Poco a poco se acerca mi orgasmo y tu lo sabes por lo que de repente dejas de tocarme. Sólo siento tus piernas. Te mueves y me mueves a mi, obligándome a quedar tumbado como estaba pero algo separado de la almohada, con las piernas cayendo por el borde de la cama.

Entonces noto tus pies entre mis brazos y mis costados. Estás de pie mirando de espaldas a el cabecero de la cama.

-Ahora quiero placer oral -me dices-, a ver que tal me lo haces.

Noto que te mueves que te acuclillas sobre mi cara ayudándote con las manos que me cogen por la cintura. Abro la boca, saco la lengua. De repente un contacto fugaz de mi lengua con tu coñito te hace gemir. Mueves tu húmeda cavidad contra mi barbilla, mi boca, mi nariz y mi lengua. Gimes. Me encanta lo salda que estás. Estás muy húmeda. Pero algo es nuevo. No sé que es. Tu sigues rozándote y yo intento penetrarte con mi lengua. No veo nada y la situación es muy erótica. De pronto te paras y te dejas caer un poco con lo que mi lengua entra en tu coño y mi nariz se apoya contra tu ano.

  • Me encanta -dices.

Entonces, mientras juego con la lengua en tu interior, caigo en la cuenta. ¡No tienes pelo! ¡Te has depilado! Empiezo a toser y tu te quitas de encima riéndote a carcajadas, con lo que quedo libre. Me quito la venda. Estás a los pies de la cama retorciéndote de risa. Yo estupefacto y excitado la vez enciendo la luz. Me acerco a cuatro patas hacia ti.

-¡Te has depilado! -digo-. Déjame verte.

Entonces tu te acurrucas.

-No, me da vergüenza -dices entre risas mientras lucho contigo para exponerte.

Al final consigo tumbarte boca a arriba y separar tus piernas. Estás  preciosa con la cara colorada del acaloramiento y la vergüenza, tus rizos oscuros, tu piel blanca, tus pechos grandes y suaves, tus pezones duros como piedras y tu entrepierna completamente depilada, rosada, húmeda, muy húmeda. Te beso en la boca y con una mano bajo por tu vientre hasta acariciar la suave piel de tu entrepierna. Me encanta. Me abrazas con las piernas mientras buscas con tu mano mi polla. Nos comenzamos a masturbar. Yo entro con mis dedos dentro de ti. Mientras, tu juegas en toda la extensión de mi sexo y aprietas de vez en cuanto mis huevos. Uno de tus dedos busca mi ano y juega en él. Mientras nuestras bocas se devoran.

-Te quiero -digo.

Estoy demasiado excitado y aun no quiero correrme por lo que me muevo y tu mano deja de estar en contacto con mi entrepierna. Sin dejar de masturbarte bajo hasta tus pechos que reciben mi boca, mi lengua. Los muerdo y lamo. Los dejo completamente cubiertos con mi saliva y sigo bajando. Llego a tu coñito. Esta empapado. Mis manos comienzan a masajear tus pechos mientras mi lengua se deleita entre tus pliegues. Me encanta lamerte así, sin vello. Sigo lamiendo y tu colocas tus pies en mi espalda, con los muslos muy separados. Comienzas a gemir y a respirar muy profundamente. Noto venir tu orgasmo y me esmero lamiendo tu clítoris. Una de mis manos regresa a tiempo para penetrarte con un dedo. Comienzas a jadear y gemir con más fuerza y vas llegando al orgasmo. Te corres con abundante humedad en mi boca y mi mano. Dejo que poco a poco te vayas relajando sin dejar de acariciarte y lamerte. Entonces me incorporo, subo a tu lado y te beso dulcemente.

-Malo -dices. -¿Por qué soy malo? -Porque quería correrme contigo. -Hay mucha noche por delante mi vida -te respondo.

Nos abrazamos y nos quedamos dormidos...