Invierno

Continuación de "Octubre" y "Noviembre", en los que cuento mis aventuras con un alumno mío, su colega de gym o con un descerebrado que pretende que se la coma en un improvisado cuarto oscuro.

El invierno es la estación que menos me gusta con diferencia. Llueve, hace frío, el sol apenas se deja ver y mi vida social se reduce drásticamente por falta de ganas de salir de casa o por exceso de trabajo durante estos meses. Tanto es así, que a pesar de pasar fines de semana enteros sin salir de casa ni siquiera he tenido tiempo de revisar los perfiles o chats que en otras épocas han sido mis aliados. ¿Qué posibilidades quedan entonces? Pocas, la verdad. Los descerebrados de antaño son una de ellas pero como dije en mi anterior relato traté de convencerme de que no les volvería a ver porque no quiero pensar ni escribir sobre desventuras frustradas, insustanciales e irritantes que no hacen más que confirmar lo patético que soy o la mala suerte que tengo.

Pero algo tendré que muchos de los tipos que han pasado por mi cama insisten en volver a verme. Quizá sea su desesperación o necesidad en un momento de calentón porque como ya sabéis no tengo un cuerpo de escándalo ni un miembro descomunal. No sé qué tengo, la verdad; quizá un halo de hermanito de la caridad que no sabe decir que no o una enfermiza obsesión por no quedar mal ante nadie por muchos palos que me hayan ido dando a lo largo de todos estos años de vida sexual –o asexual, casi- fallida. Bueno, no me quejo más. El caso es que tanto Emilio como Raúl retomaron el contacto conmigo. Mi antiguo alumno no tardó mucho tiempo en hacerlo tras haber estado en su casa y llevarme la desagradable sorpresa que me llevé. En la casa de Emilio también estuve y el asombro y la decepción no fueron mucho menores.

Raúl se disculpó en cierta manera a través de mensajes de Whatsapp que educadamente le respondí. Para Emilio el trance fue de lo más normal y no hubo atisbo de disculpa o de que un posible futuro encuentro fuera de otra manera diferente. Se lo hice saber a través del teléfono y mis últimas palabras no obtuvieron respuesta, así que un peso que me he quitado de encima. Con Raúl fui menos claro porque en el fondo me gustaba y, aunque el rollito ese de esposas y objetos cuyas funciones se me escapan no me va, en sí mismo era un tío casi perfecto por su forma de ser o su cuerpo de carnes prietas sin músculos. Quedar de nuevo supondría un problema porque ni él ni yo vivíamos solos y la idea primitiva de irnos a un hotel no me resultaba atrayente por si a alguno de los dos se le cruzaba el cable. Decidimos volver a vernos sí, pero esperaríamos a que nuestros padres nos dieran tregua cediéndonos la casa algún fin de semana.

Pasó el puente de diciembre y no hubo suerte, pero la esperanza de la Navidad quedaba cerca y ese era el objetivo. Yo sé que mis padres no suelen marcharse, pero que les tocara la Lotería de Navidad –poco, no me he vuelto rico de repente- junto con los empleados de mi padre fue decisivo para que organizaran una escapada para celebrarlo justo después del día de Navidad. Invité pues a Raúl a cenar el jueves de esa semana y ya veríamos qué ocurría. Y pasó lo que tenía que pasar, apenas llegó a casa, y con el estómago aún vacío, se lanzó a besarme como si no hubiera más días. Fue un morreo largo que no tardó en activar otras partes de mi cuerpo y decidí entonces que era el momento de subir a mi habitación.

Allí nos desnudamos veloces y nuestras bocas volvieron a engancharse sin casi tiempo de comprobar lo que me gustaba su cuerpo, con algo de vello y esa barriga que tanto me ponía. Casi tanto como lo hacía su verga ya tiesa implorando ser comida pero se me adelantó y tras arrojarme sobre el colchón se dispuso a mamármela él a mí. Pensé que se detendría algo más, pero comenzó a succionarla con ganas y a tragársela entera erizándome el vello y haciendo que cada poro de mi piel se excitara provocándome gemidos que no trataba de amortiguar. Sentí su húmeda lengua recorrer todo mi cipote con restos de saliva con los que se ayudaba a deslizarse de arriba abajo. Su manera impulsiva quizá no fuera la más placentera, pero sí la más estimulante para que por mi cabeza se pasara aquel aro que vi en su casa y que según Google sirve para prolongar la corrida.

Porque de seguir así, y conocedor de mis limitaciones, sabía que yo no aguantaría mucho y sólo me faltaba una eyaculación precoz para convencerme de que tengo que amputarme el miembro sí o sí. Así que le aparté cogiéndole de los hombros y noté todo su peso desplomarse sobre mi cuerpo para besarnos de nuevo. Su boca sabía a mi polla y mordí su lengua como prefacio de lo que mordería después. Se incorporó y posó su trasero sobre mi pecho para ofrecerme su henchida polla que me supo bastante mejor que la última que había probado y quizá ayudado por mi postura sí que me detuve más que él a saborearla antes de metérmela en su totalidad.

Con la punta de mi lengua recorrí cada milímetro de su glande y cada rincón de su tronco que tracé entero mientras él se retorcía y gemía como yo lo había hecho segundos antes. Pero le pareció poco y se acercó algo más a mi cabeza insinuando que había llegado el momento de tragármela entera. Así lo hice y sentí el caliente trozo de carne en lo más profundo de mi garganta entrando y saliendo a la velocidad que Raúl trataba de imponer. ¡Me estaba follando la boca! Así que le dejé hacer, pues aguante chupando una verga que me gusta tengo bastante. La metía y sacaba a su antojo agudizando los sollozos que retumbaban solitarios en las paredes de mi cuarto, pues mi boca era incapaz de emitir ningún sonido más allá del propio del bombeo del mete y saca.

La firmeza con la que se mantenía confirmaba que Raúl no necesitaba elementos externos para disfrutar y me preguntaba para qué demonios guardaba aquellos artilugios si, tras varios minutos en la misma posición, su energía permanecía invariada. Sin embargo, decidió cambiar de postura y se dio la vuelta para volver a ofrecerme su polla pero al tiempo que él era capaz de acceder a la mía. Vamos, lo que se conoce como sesenta y nueve. Sentir su boca de nuevo en mi cipote cuando yo aún conservaba el suyo dentro de la mía era de lo más extasiante. Sobre todo cuando percibí uno de sus dedos rozando mi ano, por lo que la estimulación era máxima.

Tras ese primer acercamiento noté que se lo ensalivaba junto a mi verga y lo devolvía de nuevo al recóndito agujero para hacerme estremecer. En ese instante, cuando trató de meterlo por mi cerrado culo me convulsioné, pues al ritmo que yo me comía su polla él hacía lo propio con la mía y además me introducía su dedo en el culo. Un dedo al principio, porque no tardó en atreverse con más tratando de dilatar mi ano imaginándome que querría follarme poco después. La idea pareció ser confirmada cuando se levantó y se colocó detrás de mis piernas, las subió y acercó su boca a mi agujero. Su lengua sobre él hizo que me aferrara al nórdico al tiempo que ahogaba un enorme suspiro y agradecía lo que mi alumno estaba causándome.

Pero lo mejor estaba por llegar –bueno, mejor, mejor, tampoco- y no era otra cosa que ser follado por Raúl. Adelantándose a mis pensamientos, y sin que yo cambiara de postura arrimó su dura polla a mi agujero, y tal como hizo antes al tragársela, no se demoró mucho y la metió sin más. No fue brusco, pues aunque los dedos y su lengua habían ayudado, mi ano aún no estaba del todo receptivo así que tuvo que introducirla despacio para abrirse hueco. Una vez acoplada se decidió a meterla y sacarla con suavidad pero a ritmo constante. Una cadencia suficiente para que ambos gimoteáramos del placer que la situación nos otorgaba a los dos. Le miraba casi incrédulo y veía en sus ojos una mezcla de lascivia y ficticia ingenuidad acompañada por una afectuosa sonrisa que mitigaba sus exhalaciones.

Me sentía tan bien y tan a gusto que mi mano se fue involuntariamente a mi polla para pajearla, algo que debería ser lo normal en estos casos, pero si me habéis leído antes sabréis que mi retraimiento lo hace todo mucho más difícil y complicado. Pero como digo, me sentía tan cómodo a pesar de todo que me masturbé mientras Raúl entraba y salía de mis entrañas al ritmo que él mismo se imponía. Lo que durase ya era cuestión suya, porque en aquel momento de exaltación suprema me sentía atraído por la idea de que yo me corriera y tras ello él continuara lo que fuese necesario.

Y así ocurrió, ante tanta estimulación no fui capaz de reprimirme y cuando sintió que yo avivaba mis gemidos anunciando que me correría, él enardecía sus movimientos quizá con el objetivo de corrernos a la vez. Pero no, cuando sentí mi propia leche sobre mis manos y vientre Raúl aún seguía dale que te pego, si bien no tardó mucho en extraer su verga de mi culo, y con un grito mucho más sonoro que el mío se corrió sobre los restos de mis trallazos sintiendo su leche caliente topándose con mi barriga y deslizándose poco después hasta que casi desfallecido volvió a repetir posición quedando sobre mí y recibiendo su boca aún deseosa y deseable otra vez.

Y ese momento de relax, de tranquilidad y alivio fue casi tan intenso que el propio acto sexual por lo que comentaba antes de sentirme extremadamente a gusto. Ya sabéis que Raúl me molaba mucho -más de lo que hubiera preferido- y al parecer yo a él también. Y digo al parecer porque como siempre la gente no deja de sorprenderme. Es verdad que fui yo quien interrumpió tan mágico instante por buscar un cigarro, pero no creo que fuera la razón para que Raúl anunciara que se marchaba poco después.

-¿Dónde está el baño? Que me voy –dijo sumiéndome en el más puro desconcierto.

-¿Te vas? –traté de confirmar.

No quise preguntar por qué dando rienda suelta a que mi imaginación encontrara una razón, pero no fue capaz ni entonces ni ahora. Cuando se vistió y le acompañé a la puerta apenas hubo palabras ni por su parte ni por la mía. Quise decirle que al día siguiente no estaban mis padres, pero él ya lo sabía y yo tenía muy claro que no me iba a rebajar por mucho que mi alumno me gustase. Una sonrisa un tanto desconcertante y un “hasta luego tío” fue su despedida. No hubo apretón de manos ni besos ni nada. Al igual que con su colega Gonzalo, la despedida fue fría, como el invierno de Madrid.

Pero si algo tiene de bueno el hecho de tocar fondo es que no se puede ir a peor. Yo no me lo creía, pero quizá la magia de la Navidad es cierta y aunque a mí no me tocara la lotería, en cierto modo agradecí que Gonzalo, el compañero de gym de Raúl, me deseara Feliz Año Nuevo a través de Whatsapp. No fue el típico mensaje de cadena con la gracia de turno, fue un mensaje de los que te dan ganas de responder. Y aunque no suelo hacerlo porque no me gusta eso de que la gente sólo se acuerde de ti una vez al año y tampoco sabía por qué Gonzalo tenía mi número de teléfono, me animé a contestarle sin mucho entusiasmo con un “gracias, igualmente. Happy New Year”. Su respuesta fue algo más elocuente: “¿cuándo celebramos el New Year?”. Obviamente le dije que cuando él quisiese, aunque no supe muy bien a qué tipo de celebración se refería. ¿Otro polvo? “Unas cañas cuando quieras”.

Pero siendo yo, así de gafe, la suerte no podía ser plena y aunque mis padres no volvían hasta dos días después, yo tenía planes de pasar Nochevieja con mis amigos en la Sierra como cada año. Tras el frustrado intento con Raúl el día interior, y sin imaginarme que un plan B aparecería tan rápido, les confirmé a mis amigos que el mismo viernes por la noche llegaría al pueblo para salir el sábado temprano ya que teníamos reservada la casa desde el sábado por la noche. Pero el mensaje de Gonzalo me hizo dudar en si quedarme o no y para que él las disipara le dije que me marchaba durante una semana, pero que le aceptaba las cañas a la vuelta. Me deseó que lo pasara bien y no volví a saber de él hasta que volví la noche de Reyes.

Aquel mismo día nos vimos en el pub donde le conocí y donde me pareció un chulo maleducado por interrumpir la primera velada con mi alumno. Pero ironías de la vida acabé follando con él antes que con Raúl, y aunque fue un aquí te pillo un tanto gélido, Gonzalo no captó toda la atención que se llevaba sin atisbo de dudas mi alumno favorito. Y eso que Gonzalo estaba bastante bueno fruto de sus horas en el gimnasio, algo que a priori no me resulta determinante, pero a nadie le amarga un dulce. El Roscón de nata que nos ofrecieron a las tres de la madrugada zanjaba una velada en el pub irlandés de lo más amena ratificando la idea de lo sorprendente que es la vida y lo extrañas que pueden resultar las personas. Entre copas me había informado de que fue Raúl quien le dio mi número cuando le contó que nos habíamos acostado sin que él supiera que mi alumno y yo estábamos conociéndonos. “No pegáis” le dijo, “y por eso no creí que estuvierais liados”.

-Y por ello dejé pasar cierto tiempo para llamarte.

Fue la única referencia que hubo de Raúl, del que por cierto no había sabido nada en esos días. Desconcertante cuando menos. Gonzalo no me fascinaba tanto, todo hay que decirlo, y aunque sí que había cierta atracción sexual, hubo momentos en los que permanecimos callados, puede que a sabiendas de lo que iba a ocurrir. Porque sí, después de que nos echaran del pub me invitó a su casa, y allí nos besamos, nos desnudamos y follamos. Todo muy fácil y sencillo, y lo que es aún más importante: sin sorpresas. Gonzalo se comportó de la misma manera que la vez anterior. Besos no muy apasionados aunque alguno con lengua esta vez, increíble mamada y petición de follarle. Parecía seguir uno a uno los pasos de nuestro primer encuentro. Y yo los fui siguiendo tal como él me iba pidiendo.

No estoy acostumbrado ni a que sea todo tan claro ni a que yo sea el activo, pero he descubierto que me gusta. No por hacerme el duro, que no me va, sino por darme cuenta de que esa extrema entrega que he regalado siempre a los descerebrados no me ha reportado ninguna satisfacción. Al menos ahora tenía la complacencia física y además no me iría a mi casa comiéndome el tarro o maldiciendo mi suerte. Si Gonzalo estaba en sintonía conmigo y pensaba lo mismo mejor que mejor. Y eso parecía a pesar de que el equilibrio se quebró cuando me invitó a quedarme a dormir. No me hice de rogar, pero una Noche de Reyes no era el mejor día y me despedí dándole un beso en los labios. Le dejé a pesar de todo con una sonrisa, y yo me monté en el coche camino a casa con otra. ¡Por fin!

Era un gran regalo de Reyes, mucho mejor que los cachivaches electrónicos que vi junto al Árbol al día siguiente cuando me levanté satisfecho, aliviado y descansado por una historia sin complicaciones. Le envié un mensaje después de comer: “¿Te han traído muchas cosas los Reyes?”. “Creo que sí porque he sido bueno. ¿Y a ti?” “Yo no he sido tan bueno, pero no me puedo quejar. ¿Un café?” “¡Claro!”. Y al rato nos vimos en una cafetería cercana a su casa con más Roscón de por medio y más conversaciones de precipitado final. Vale que no pareciera el hombre de mi vida, pero estando con él me sentía relajado y con eso me bastaba.

Lo mismo que cuando subimos a su casa dispuestos a repetir uno a uno los pasos del día anterior. Nos besamos aunque ahora sí con más ganas, nos desnudamos y le noté pronto comiéndose mi polla. Sentí su húmeda lengua jugando con mi glande deteniéndose en él con parsimonia infligiéndome un exorbitante placer a través del cosquilleo que recorría mi cuerpo. Con la misma postura tumbado sobre su cama, sentía su dura barbilla rozándome los huevos tras deslizar su lengua por el largo de mi cipote. Su calma y paciencia casi consiguen acabar con la mía, pero en el momento justo se la tragó entera sumiéndome en un largo sollozo que se extendió hueco por la habitación.

El siguiente sonido fue su voz pidiéndome que le follara. Manteniendo la misma postura, apenas tuve yo que hacer algo, pues se puso a horcajadas sobre mí y se clavó mi polla. Su culo estaba bastante más dilatado que el mío por lo que comenzó a cabalgar con ganas uniendo sus gemidos a los míos mientras perdía la mirada por algún rincón del dormitorio y yo le observaba y envidiaba su firme torso o sus definidas abdominales. Que un tío como él estuviera hundido sobre mi verga era lo más asombroso de todo. Porque el trance fue de lo más natural y placentero. Para romper con la monotonía acerqué mi mano a su polla medio tiesa y comencé a estrujársela agradecido por el primer aullido que dejó escapar. Y en esa postura seguimos hasta que le anuncié que me corría, apartándose y ayudándome de nuevo con una paja que terminó por doblegarme y soltar furiosos trallazos de espesa leche sobre su mano y mi barriga.

Quise hacer lo mismo con él a pesar de que mis fuerzas desfallecieran y Gonzalo se dejó. Le pregunté que si quería que se la chupara y dijo que no hacía falta, pero insistí y probé por fin su polla. Un sabor y olor a semen casi me reactivan de nuevo, pero mentiría si dijese que prefería que se corriera pronto y probarla de nuevo en otra ocasión. Se la chupé, pues, con ganas, metiéndola y sacándola a un ritmo vivo y sin detenerme como lo hiciera él en movimientos más lentos. Sin dejar de gemir se apartó, se la sacudió con furor y se despojó de su leche entre sacudidas y convulsiones. Me dio las gracias, me ofreció un cigarro y de nuevo me invitó a quedarme a dormir. Acepté y repetimos la jugada un par de veces aquel mismo día. Siempre sin sorpresas, sin cambiar de roles, sin palabras que fueran demasiado comprometedoras.

Asustaba que fuera todo tan ideal, placentero y agradable en aquella cálida cama que nos resguardaba del gélido y tempestuoso invierno.