Inventando a Ana
Una mujer diez, una mujer de bandera. Una mujer perfecta. Así es Ana.
Ana, es especial. Llena toda mi vida y hace que, cada noche, olvide las cosas malas que me hayan podido suceder durante el día.
Apareció en mi vida siendo los dos muy jóvenes. Pero a pesar del paso de los años, ella no ha cambiado en absoluto. Sigue siendo una hermosa muchacha de cabellos largos y negros, piel tersa, morena y suave. Sus ojos azules, siguen teniendo el brillo del primer día. No hay una sola arruga que afee el contorno de sus carnosos y sensuales labios. Su cuello se asimila al de un cisne, invitando a los más húmedos besos. Tiene los pechos tan llenos y erguidos como cuando pude verla por primera vez. Su vientre es plano y su pubis estrecho. Sus largas, fuertes y torneadas piernas, culminan en un precioso culito redondo y respingón que tienta a sodomizarla.
Una mujer diez, una mujer de bandera. Una mujer perfecta. Así es Ana.
Jamás me niega nada, puesto que no conoce la palabra "no". Siempre complaciente, siempre excitada y excitante.
Todas las noches, cuando es hora de ir a la cama, me regala su cuerpo, sus caricias, su falta de pudor, su sensualidad y su sexualidad.
Ahí viene. Yo estoy tumbado en la cama, desnudo. Ella se queda parada en la puerta y me sonríe, antes de entrar y comenzar a desnudarse. Lo hace lentamente, dejando deslizar cada prenda por el suave tobogán que es su piel, moviendo su cuerpo sinuosamente como una serpiente al ritmo de una canción que no oímos.
Gatea sobre la cama hasta llegar a mí. Besa mis labios, los abre con su lengua hasta que penetra en mi boca. Su humedad y su calidez me saben a gloria. El beso se prolonga, siendo cada vez más ardiente, más intenso, mientras mis manos acarician su espalda aterciopelada hasta llegar al arranque de sus nalgas.
Deja de besarme y acerca su boca a mi oreja...
Esta noche, quiero que me des por el culo...
Así es Ana, sin vergüenzas, sin tabúes, sin recato, sin remilgos. Cuando quiere algo lo pide. En sus labios nada resulta grosero. En su boca todo sabe a miel.
Estira el brazo hasta el cajón de la mesita de noche y saca el tubo de gel lubricante, poniéndomelo sobre el pecho.
Vuelve a gatear sobre la cama, girando sobre si misma y poniendo su apetecible trasero a la altura de mis manos. Abre ligeramente las piernas mostrándome los tesoros que esconde entre ellas.
No me lo pienso, me inclino sobre el costado, abro el tubo de crema, me pongo un poco sobre el dedo y comienzo a extenderlo sobre su estrellado agujerito. A Ana no le gusta esperar, cuando siente un deseo, hay que satisfacérselo rápidamente. Es una pantera sexual. Si tiene hambre debe comer... Esta vez, será su culo el que devore mi polla.
Un dedo ya ha resbalado dentro de su ano y considero que está preparada para recibir el segundo. Apenas me cuesta poner meterlo, sólo una leve presión. Ana sabe relajar los músculos, Ana sabe disfrutar de esto y Ana sabe no hacerme esperar. Otro dedo más y estará dispuesta para albergar mi polla.
Ya está preparada. Saco mis dedos y observo su agujerito abierto. Me resulta realmente excitante recrearme en la vista de ese pozo entre semejantes montañas. No puedo más quiero metérsela y ella, con el bamboleo de sus caderas me indica que desea lo mismo.
Me incorporo y me pongo de rodillas detrás de ella, entre sus piernas. Se que ni siquiera tengo que temer dañarla. A ella, la primera acometida, le gusta así. Despacio, pero de una sola vez...
Su espalda se arquea mientras mi miembro la penetra. Ana Gime. Mitad dolor, mitad placer. Pero a Ana le gusta el dolor. A Ana le gusta el placer. A Ana le gusta todo lo que yo quiera proporcionarle.
Comienzo a moverme, sacando mi polla casi por completo y volviendo a meterla de repente cuando está a punto de salir. A Ana le gusta así, la entrada rápida y profunda, la salida lenta, notando bien el roce de mi polla en su apretado canal.
Agarro con fuerza sus caderas, hundiendo mis dedos en su carne y ella aplasta sus nalgas contra mis piernas, mientras nuestro vaivén se convierte en un baile salvaje de sudorosos cuerpos entrelazados, en el que mis manos acaban deslizándose hasta su grandes pechos agarrándolos con fuerza.
Ana gime, Ana grita, Ana se encorva como un caballo desbocado, Ana se corre acariciando su clítoris y cerrando su esfínter alrededor de mi polla entre convulsiones.
No soy capaz de contenerme. Esa presión sobre mi miembro es demasiado poderosa. Me corro largamente. Estallo en un manantial de placer. Caigo hacia atrás en la cama, dispuesto a relajarme.
Ana viene a mí y se tumba a mi lado, recostando su cabeza en mi pecho.
Alzo la mano para acariciarle el cabello. Pero no toco nada.
Abro los ojos para mirar su dulce cara sonriente. Pero no veo nada.
Miro mi mano, está cubierta de un líquido blanquecino y pegajoso...
Emito un suspiro pensando en ella.
Una mujer diez, una mujer de bandera. Una mujer perfecta. Así es Ana....
Ana sólo tiene un defecto. Ana no existe.