Invasores del Espacio (2)

¿Podrán Koiran y Althia, los dos jóvenes guerreros del planeta Almuric defender su mundo de los invasores alienígenas venidos de las estrellas?

Año 2.638. Sector 417-A. Planeta X-M41E1. Superficie del planeta.

-Joder, tía, ¿pero qué coño estás haciendo? -La voz sonó metálica a través del intercomunicador.

En el claro de la frondosa selva, junto a un pequeño lago, se hallaban dos soldados de los Regimientos Coloniales de la Confederación de Planetas, ataviados con sus uniformes de combate grises y negros compuestos de resistentes placas de ceramita sobre tela de flak. Sus rostros estaban cubiertos por vocorespiradores que cubrían completamente sus caras, dándoles una apariencia siniestra y amenazadora. En sus manos aferraban sus rifles láser mientras miraban alrededor.

Uno de los soldados se acababa de quitar su casco, revelando el rostro de una mujer de ventipocos años que sacudió con evidente placer su larga cabellera morena.

-Bufff... me estaba asando, Maren. Además, ya te dije que la atmósfera de este planeta es respirable. Deberías hacer lo mismo.

El otro soldado pareció dudar, pero sólo un instante. Al momento siguiente se quitó igualmente la máscara y el respirador. Se trataba de otra mujer de edad similar, de rostro duro, con media cabeza rapada y varios anillos en sus orejas y labio. Su corto pelo negro estaba teñido en algunos mechones de intenso color violeta.

-No sé si deberíamos. Estamos en misión de reconocimiento, Nadine. Si nos pilla la alférez Rosmallen se nos cae el pelo.

-No seas aguafiestas y ayúdame a quitarme la servoarmadura. Me muero por darme un baño en el lago. -La mujer soltó una risilla de satisfacción. -Sitios así no los tenemos en Crescia, ¿eh?

-Ya te digo.

Ambas mujeres soldado provenían del superpoblado mundo colmena de Crescia. Los mundos colmena eran inhóspitos y polucionados planetas, hogar de innumerables miles de millones de seres humanos que vivían hacinados en enormes ciudades que se extendían hasta donde alcanzaba la vista, tanto en horizontal como en vertical, alzándose kilómetros y kilómetros hacia el cielo. La contaminación invadía esos planetas, cubriéndolo todo con una capa de humo acre y aceitosa, y la violencia y la anarquía reinaban por doquier, haciendo la vida efímera y terrible para la inmensa mayoría de sus habitantes, que jamás llegaban a ver la luz del sol. Las condiciones eran tan miserables que muchos de aquellos pobres diablos sólo veían una salida para escapar de aquel infierno: enrolarse en los Regimientos Coloniales.

-¡Ey, ten cuidado! Tienes las manos heladas. -La mujer llamada Nadine se quejó entre risas mientras la otra mujer le desabrochaba los cintos de su uniforme. Pronto, la soldado sólo quedó vestida con una ceñida camiseta verde que marcaba sus menudos pechos y unas finas braguitas.

-Pues bien que no te quejas cuando te acaricio por las noches. -Respondió ronroneando de forma descarada la mujer llamada Maren. Dadas las condiciones de hacinamiento de la flota, no era infrecuente que varios soldados compartieran los mismos camastros.

Las dos mujeres sonrieron y acercaron sus labios hasta casi rozarse. En el último momento, Nadine se alejó sonriendo hacia el lago.

-¡Vamos a bañarnos!

-¡Serás...! ¡Espérame!

Visiblemente frustrada y ansiosa, Maren se desvistió de su traje de combate, quedando completamente desnuda cuando comprobó que su compañera también se había desprendido de sus últimas prendas de ropa.

-¡Vamos, lenta, ven ya de una vez!

Ambas mujeres rieron y se sumergieron en las aguas poco profundas del lago. Maren no pudo dejar de contemplar cómo las frías gotas de aguas se deslizaban por el cuerpo de Nadine, provocando que su carne se pusiera de gallina y que sus pezones se irguieran del frescor. Sus senos, aunque pequeños, eran deliciosos, como si invitasen a ser besados, sus nalgas eran suaves y pálidas y su cintura y abdomen daban paso a una entrepierna sin vello en la que se adivinaba un sexo encantador. Maren tragó saliva y apartó la vista. Si seguía contemplándola, sentía que se abalanzaría sobre ella como un depredador en celo.

-Esto es el jodido paraíso. La Federación debería conquistar ya este planeta. -Repuso Maren, para cambiar de tema, frotándose los brazos y piernas con evidente placer.

-Bueno, supongo que a sus habitantes no les parecería muy bien, ¿no?

-¿Esos salvajes subdesarrollados? ¿Y a quién le importa su opinión?

El rostro de Nadine se ensombreció mientras hablaba pensativa.

-Lo que hacemos no está bien. Les atrapamos, les desplazamos, les confinamos en reservas... les aniquilamos si oponen demasiada resistencia... Así mundo tras mundo. Es cierto que nuestros planetas de la Federación están superpoblados pero ¿por qué no nos limitamos a colonizar mundos deshabitados?

-Bueno, Maagrath, la soldado de nuestra escuadra es nativa del mundo primitivo de Thaantos y parece encantada de estar en nuestro regimiento. Creo que se enroló voluntaria. Bufff... la verdad es que esa tía me da miedo.

-No es justo para ellos. Los habitantes de los mundos subdesarrollados nos consideran poco menos que dioses cuando nos ven descender de nuestras naves espaciales y se enfrentan por primera vez a nuestras armas láser o a nuestras servoarmaduras casi impenetrables. Los regimientos coloniales les conquistamos, les sacamos de sus planetas y les empleamos poco menos que como a carne de cañón en guerras contra gente que no conocen y que no les han hecho nada. Además...

Nadine se mordió la lengua, como si se diera cuenta de que estaba hablando demasiado.

Maren se acercó con una sonrisa traviesa.

-Si te escuchara algún oficial te arrestaría por activista de los derechos alienígenas y te mandaría de cabeza a un regimiento penal. -La mujer plantó un beso en el cuello de su compañera. -Quizá por ser tan rebelde es por lo que me gustas...

Ambas se abrazaron y se recostaron en la orilla del lago. Los dedos de Maren acariciaron la piel de Nadine, los tatuajes, las cicatrices de pasados combates y las “marcas de la Colmena”, las manchas indelebles de pigmentación de color de herrumbre o aceitoso que la polución ambiental de los mundos colmena imprimía en la piel de sus habitantes.

-Eres preciosa...

Los labios de la mujer se posaron sobre el estómago y los muslos de su compañera, besando cada centímetro de piel.

-Te comería entera... -Musitó Maren casi para sí misma.

La voz de Nadine sonó enronquecida por el deseo.

-Pues cómeme...

Como si hubiera recibido una orden, el rostro de Maren se internó entre los muslos de su compañera, sin la menor delicadeza. Pronto se refrenó. Los soldados de los Regimientos Coloniales, sin mucho tiempo libre entre combate y combate, estaban acostumbrados a hacer el amor entre ellos de forma apresurada, acelerada, con el terror de la guerra sobre sus cabezas, sin poder perder demasiado tiempo en nada que no fuera su seguridad. En ese momento era diferente. Maren y Nadine se hallaban en un mundo paradisíaco como jamás habían visto. Querían tener un poco de tiempo para ellas mismas.

Los dedos de la mujer de mechones violeta se internaron en el sexo de la mujer morena. Estaba completamente encharcada. Retiró sus dedos y los chupó con avidez, para finalmente sustituirlos con su lengua. Un satisfactorio suspiro brotó de los labios de Nadine.

Maren subió su rostro hasta besar a su compañera, entrelazando sus lenguas, obligándola a degustar su propio sabor. Sus dedos continuaron internándose en el suave y esponjoso interior de Nadine, moviéndose cada vez más rápido.

Maren creyó alcanzar el orgasmo cuando contempló el rostro de Nadine, sus ojos cerrados en una exquisita agonía, como si, paradójicamente, estuviera sufriendo lo indecible. Se abalanzó sobre su cuello, mordiendo suavemente. Los gemidos de Nadine se intensificaron, en un progresivo in crescendo hasta que, de repente, la mujer chilló.

Maren levantó la cabeza, alarmada. Parecía más un grito de terror que de placer. También ella estuvo a punto de chillar al divisar a escasos centímetros sobre sus cabezas a dos bárbaros habitantes del planeta, un hombre y una mujer, inclinados sobre ellas. Maren se maldijo a sí misma. Ni siquiera les había oído acercarse. Estaba desnuda, desarmada y completamente indefensa y a merced de aquellos dos salvajes. Intentó revolverse e incorporarse para poder defenderse, pero fue inútil. Unas vigorosas manos la sujetaron e inmovilizaron.

Maren se debatió, intentando liberarse, pero el hecho de luchar desnuda causaba una indefensión psicológica por sentirse más desprotegida ante enemigos más fuertes físicamente. Pronto, dejó de luchar, sus brazos y piernas firmemente aferrados por sus dos captores. Con creciente terror, pudo ver que su compañera estaba en igual situación y que ambos eran atados con cuerdas para impedir que pudieran huir.

-Nadine, ¿estás bien?

-Maren... lo... lo siento... todo ha sido culpa mía... -Nadine parecía a punto de sollozar.

-Cálmate, ahora tenemos que centrarnos en salir de ésta... ¡Ey, qué estás haciendo, maldita salvaje! ¡Dejadnos en paz!

Maren no pudo evitar chillar cuando las manos de los salvajes comenzaron a manosearla y a pellizcar su cuerpo y su piel y lo mismo pareció suceder con su amiga.

-Supon... supongo que... ¡ay! … tienen... bufff... tienen curiosidad por saber... unggg... cómo somos... -Nadine apenas podía hablar mientras era igualmente explorada.

Maren gruñó inútilmente, mientras la mujer salvaje de aquel planeta pellizcaba sus pechos y sonreía con diversión y algo de extrañeza al tocar y tironear de los piercings que anillaban sus pezones. Pronto, su clítoris anillado corrió igual suerte y unos dedos rudos e inquisitivos lo pellizcaron y sobaron, estirándolo y toqueteándolo. Incluso uno de los dedos se posó sobre su expuesto ano y comenzó a introducirse poco a poco. Las “marcas de la Colmena” también parecieron suscitar su curiosidad, tocándolas con recelo.

Maren echó su cabeza hacia atrás sin poder dejar de quejarse y gemir. A su pesar, aquella humillante exploración la estaba excitando y, debido al constante manoseo, su sexo comenzó a encharcarse de flujos, algo que no pasó inadvertido a sus captores, que rieron al verlo y comentaron en su ininteligible idioma.

-¿Qué... qué va a ser de... bufff... de nosotras...? -Masculló Maren.

-Creo... creo que... mmm... como prisioneras que somos... unnnggg... nos... nos... ufff...

-¡¿Sus prisioneras?! ¡Malditos simios! ¡Somos... ummmfff... soldados de los Regimientos Coloniales! ¿Qué coño se piensan que pueden hacer... ay... con nosotras?

Pero Nadine no pudo responder. Las dos mujeres fueron volteadas y colocadas boca abajo y los nativos de aquel mundo primitivo ataron las manos de las mujeres a los tobillos, lo que provocó que sus rostros quedaran a la altura de la mullida hierba de la orilla del lago, con lo que sus nalgas quedaron levantadas, mostrando sus culitos en pompa.

Maren no pudo evitar sonrojarse por la humillación.

Los dos salvajes, unos muchachos que tendrían poco más de dieciséis o diecisiete años, permanecieron un buen rato contemplando con regocijo los hermosos traseros de ambas, con sus rosados anos a la vista. Las soldados de los Regimientos Coloniales se debatieron, pero fueron incapaces de liberarse.

-Por los dioses, qué vergüenza. Si se abriera la tierra y me tragara, te aseguro que no me importaría lo más mínimo. Si nos van a matar, espero que lo hagan ya de una maldita vez.

-No sé... -la voz de Nadine estaba teñida de temor. -Me parece que no es matarnos lo que tienen en mente.

Las dos mujeres gimieron asustadas cuando pudieron contemplar la tremenda verga del muchacho, que había crecido hasta proporciones insospechadas. La muchacha salvaje agarró con firmeza el tremendo falo y lo masturbó lentamente, arriba y abajo, mientras lo conducía hasta el trasero de Nadine y lo posaba sobre su delicado ojete.

-O tal vez siiiiIIIIEEEAARRGGG!!!!

La mujer no pudo evitar chillar mientras la gruesa y venosa polla se incrustaba poco a poco en sus intestinos, invadiendo lenta pero incesantemente sus entrañas. La mujer meneó su trasero febrilmente, intentando resistirse pero logrando únicamente que aquella gigantesca polla se hundiera más y más en las profundidades de su apretadito culo, mientras las lágrimas caían por su rostro.

Maren gritó y se debatió.

-¡Cerdos, cabrones! ¡Soltadla! ¡Haced conmigo lo que queráis pero no la hagáis daño! ¡Hijos de la gran puta!

Sonriendo divertida, la muchacha salvaje se giró hacia ella y metió dos dedos por el ano de Maren, quien no pudo evitar chillar, cerrando los ojos con fuerza mientras los rudos dedos de la salvaje penetraban zafiamente por sus entrañas, explorando sus intestinos, mientras a escasos centímetros su camarada soldado era brutalmente empalada por la gigantesca verga de aquel chico.

-¡Dejadla, simios! ¡Os voy a...!

Maren, sin poder resistirse, sólo pudo contemplar impotente cómo Nadine se arrastraba débilmente hasta colocar su rostro pegado al suyo y comenzaba a besarla, no supo si por agradecimiento por intentar ayudarla, por acallar sus insultos para no desatar la ira de aquellos salvajes o porque la excitación se había hecho dueña de ella finalmente.

-Maren...

-Nadine...

Las dos mujeres, derrotadas e indefensas, sólo pudieron besarse mientras sus cuerpos se movían al compás de las embestidas que aquellos bárbaros les propinaban, mientras escuchaban los gemidos y quejidos y el húmedo golpeteo de la carne contra la carne.

El muchacho sacó su gruesa verga del ano de Nadine y comenzó a repartir sus atenciones entre los traseros de ambas soldados. Esta vez fue el turno de gritar para Maren, al sentir como si una cruel deidad la empalase, rellenando completamente sus entrañas antes de salir. El chico salvaje las penetró por turnos, saltando de un culo a otro, mientras se escuchaba el gemido de cada mujer penetrada que se alternaba con el de su compañera cuando le tocaba el turno recibir, durante lo que les parecieron horas y horas.

El bárbaro no parecía atreverse a decidir cuál de aquellos ensanchados agujeritos recibiría su caliente semen. Por fin, el pequeño esfinter de Maren triunfó finalmente y ésta no pudo evitar gemir cuando el vigoroso joven se derramó, vaciándose en sus entrañas. Atada como estaba, no pudo sino abrir y cerrar las manos con impotencia, mientras sentía el ardiente esperma inundando sus doloridos intestinos.

Girando la cabeza, la jadeante Maren abrió los ojos como platos cuando contempló que la polla no había perdido un ápice de su vigor. Tragó saliva mientras veía cómo el estoque de carne se iba incrustando de nuevo en el maltrecho ano de su compañera, quien no tuvo fuerzas ni para quejarse. De los labios de la semiinconsciente Nadine apenas escapó un quedo gemido, más parecido al maullido de un gatito, y de su sexo brotó un chorro de orina que resbaló por sus muslos y regó el suelo.

Maren sollozó cuando sintió de nuevo los toqueteos de la muchacha salvaje, jugando nuevamente con sus perforados pezones e introduciendo sin la menor delicadeza sus dedos por los labios de su sexo o por su escocido ano. Tendida en el suelo como una muñeca rota, se sintió poseída por aquella chica salvaje como si ésta fuera su dueña y señora, sintiéndose excitada a su pesar por la humillante situación. Quizá por ello, Maren gimió mientras un intenso orgasmo la invadía, arrebatándola sus últimas fuerzas mientras se convulsionaba como si recibiera descargas eléctricas.

Apenas pudo contemplar cómo los salvajes acercaban un cuchillo hacia el cabello de la desvanecida Nadine.

-A ver si lo he entendido bien...

En el claro de la jungla, a los pies de la nave de descenso, la alférez Coriolainia van Rosmallen escrutaba a las tres mujeres desnudas con una mirada glacial.

-... me están ustedes diciendo que dos salvajes de este mundo primitivo, que ni recuerdo cómo demonios se llama...

-Planeta X-M41E1, mi señora.

La alférez, una mujer hermosa aunque de expresión malhumorada, rubia de ojos verdosos, alzó la voz, contrariada por ser interrumpida.

-Sé cómo se llama, soldado Nadine Brauhn, era una forma de hablar. Sé que el planeta que estamos pisando es un planeta perdido, apenas cartografiado al que todavía no se ha dado nombre oficial, cuyos habitantes se agrupan en tribus que todavía no han salido de la edad de piedra, con una tecnología irrisoria. ¿Es correcto?

Las tres mujeres desnudas miraron al suelo, avergonzadas.

-S... Sí, mi señora.

-Nuestra unidad de exploración, en cambio, dispone de servoarmaduras C47, estancas, formadas por miles de moléculas de termoplástico, capaces de deflectar un disparo frontal de láser. Contamos además con rifles láser de asalto E-100M, capaces de paralizar a un hombre o de acabar con él a cientos de metros. Y me están ustedes diciendo que dos salvajes, dos chicos que apenas tienen dieciocho años, que estaban desarmados...

-Bueno, la muchacha tenía una honda.

-Y con la verga que gastaba el chico, dudo que “desarmado” sea el término correct...

-¡Silencio, estúpidas! ¡Son ustedes un hatajo de incompetentes! ¡Dos chiquillos les han derrotado! ¡Les han... les han follado y luego les han robado el equipo! ¡A tres de mis soldados! Cuando se enteren en el Alto Mando voy a ser el hazmerreír de la flota.

Las mujeres desviaron la mirada, abochornadas. La alférez, nerviosa, se rascó el brazo con fuerza, hablando en voz alta y furiosa mientras pensaba para sí misma.

-Era una misión facilísima, una simple operación de reconocimiento en un mundo de mala muerte y por culpa de ustedes la hemos cagado. Por los dioses, estoy a punto de lograr ascender a teniente y, en cambio, me van a... me van a...

La mujer rubia escrutó a sus tres subordinadas. Ante ella estaban las soldado Signy Duffet, una mujer con el pelo rubio ceniza, Nadine Brauhn, una mujer de pelo largo y moreno con el rostro dolorido y que casi tenía que ser sostenida por la tercera mujer, Maren Aschen, con múltiples piercings y el pelo moreno y violeta casi rapado. Todas estaban desnudas, con algunos chupones y zonas enrojecidas en el trasero, como si hubieran recibido alguna nalgada y con el cuerpo embadurnado de efluvios, sudor y alguna sustancia blanquecina que Coriolainia no quiso indagar en su procedencia. También se fijó en que el corte de sus cabellos era irregular, como si les hubieran arrancado o cortado algún mechón.

La alférez casi gritó:

-¡¿Y qué coño les ha pasado en el pelo?

Las mujeres se miraron entre sí asustadas antes de hablar.

-N... No sabemos, mi señora. Los dos salvajes, después de sodom... de... de derrotarnos, nos cortaron un mechón de pelo.

-Un trofeo.

Las cuatro mujeres se volvieron hacia quien había hablado, la última miembro de la tripulación. Se trataba de una mujer que rozaba los dos metros, de aspecto recio, fuerte y musculosa. Su cabello rojizo oscuro estaba recogido en rastas y su piel cubierta de tatuajes y escarificaciones rituales. Sus ojos eran amarillentos y sus dientes parecían más largos y afilados de lo normal cuando sonreía.

-¿Qué ha dicho, Maagrath?

-Dos guerreros. Su código de honor dicta que deben recoger trofeos de los enemigos a los que derroten. Por fin un reto.

La temible mujer comenzó a desnudarse, quitándose la servoarmadura de combate.

-¿Pero qué demonios está usted haciendo?

-Los habitantes de Thaantos nos unimos a los Regimientos Coloniales para probar nuestro valor en batalla. Con el cuchillo, no con los láseres, con fuerza y valor, no con bombardeos orbitales propios de cobardes. -La mujer escupió al suelo y miró con desprecio a su superiora y a las otras tres mujeres. -Por fin tengo la oportunidad de entablar un combate con oponentes dignos. Me enfrentaré a esos dos guerreros y, como reconocimiento a su valor, les arrancaré sus corazones y me los comeré.

Cuando la mujer quedó desnuda, sin más equipo que su cuchillo, comenzó a encaminarse hacia la selva. La alférez Coriolainia pareció desconcertada.

-¡Espere, Maagrath! Soy su superiora, no puede usted ir sin más...

La mujer salvaje miró con diversión a la alférez. Sacó la lengua y llevó el cuchillo hasta ella, cortándose mientras sonreía. Unas gotas de sangre carmesí resbalaron por la hoja del arma.

-¿Vas a detenerme... mi señora?

Coriolainia no pudo evitar temblar. Bufando, se volvió hacia las tres mujeres, que observaban la escena sin atreverse a mover un músculo.

-¡¿Y ustedes qué coño están mirando como pasmarotes?!

Maren se acercó a la temblorosa Nadine mientras todas observaban fascinadas cómo la mujer del planeta Thaantos se internaba en la jungla.

-Joder, ya te dije que esta mujer da miedo.