INTRODUCCIÓN AL AMOR: Capítulo 1.

El arte de estar en el lugar y a la hora equivocada‏

INTRODUCCIÓN AL AMOR:  Capítulo 1. Elarte de estar en el lugar y a la hora equivocada‏

El amor es una tragedia en dos actos, el "Hola" y el "Adiós" . Para los mortales es la muestra de entrega más inconsciente que se pueda realizar. El entremés de una mirada, de un aroma, de un cuerpo... De un hechizo. Para los dioses, es el arrebato del capricho, del ego, del querer tener lo que por regla no les pertenece.

Claro que no pensaba en todo esto cuando te vi por primera vez. Bueno, la verdad sí lo pensé. No de inmediato, pero me vi obligada a hacerlo al ver como te acercabas a mí con esa seguridad imponente. Tu andar de mujer sensual (que en mi mente grafiqué como el de una leona sigilosa e hipnótica marchando en la selva), tus movimientos cadentes con el ir y venir de tus caderas... Ni siquiera me mirabas. Tus ojos, ajenos entonces a mi conocimiento, rondaban cualquier sitio. Qué hacías? analizabas tu terreno? Distraías a tu presa?

Indiferente dijiste: "Hola" y no escuché más. Observaba tus labios moviéndose, diciendo cosas que mis sentidos bloquearon para enfocarse en la forma de tu boca. En tus labios de grosor mediano, muy bien definidos y femeninos, sensuales, carmesí... Humectados con algún extracto de coco que mi nariz logró percibir. Entonces, en mi juguetona mente quise besarte, en lugar de eso te sonreí. Atinaste a clavar tus ojos en los míos, ahora podía ver el tono café oscuro en ellos y su brillo en aumento.

Te sonreí de nuevo, esta vez sin tanto disimulo. Sonreí con descaro. Tú eras mi presa también. No bajaste tu mirada pero saqué un leve rubor en tus mejillas nacaradas.

  • Hola... -dije- podrías repetirme todo lo que me dijiste? Me distraje un poco...

  • Ya veo. Te preguntaba si podías moverte un poco para tomar algunas aceitunas -en ese momento comprendí que no se dirigía a mí sino a la mesa del bufé a mis espaldas-

  • Claro -respondí moviéndome a un lado-

Qué mujer! Me dije para mí. El sólo acto de comerse una aceituna lo había convertido en una acción de sensualidad desmedida. La extrajo del palillo y la reposó entre sus dientes antes de succionarla suavemente.

Me dirigiste una sonrisa juguetona y regresaste al auditorio del lugar. La hora del refrigerio había finalizado. Nos encontrábamos en una conferencia acerca de "El amor es una utopía: empodérate de 100 razones para no creer en él". Era una sala copada por unas 500 personas que buscaban en este encuentro, el motivo ideal para no enamorarse ni reincidir en caso hubieran caído prisioneros de ese sentimiento alguna vez.

  • Excelente lugar para haber conocido a la chica de las aceitunas - me dije a media voz.-

Conocerte ahí había sido grandioso. Indicaba un muy posible éxito de cero celos, cero compromisos y mucha diversión.

Esa conferencia era fantástica. Era el manual perfecto para no enamorarse y qué mejor conferencista para ese tema, que yo. Llevaba unos meses en gira con esta serie de conferencias. Ya me apodaban "la gurú del desamor". Mi dogma era el desapego emotivo - sexual. Enseñaba como dejar de estar "emocionalmente disponibles" para ser personas "convenientemente insensibles". Así que mediáticamente se me apodó de esa manera. Modestia aparte, tenían razón.

Ahora me era necesario conocerte. Aprovecharía que al final habría una sesión de autógrafos con el lanzamiento de mi último libro. Sabía que estarías ahí. Estaba segura de ello porque sé que sentiste la misma atracción que yo.

Eras un misterio que quería develar en la cama. Te noté atrás de una de las filas. No tenía apuro alguno. Iba a hacerte esperar lo suficiente y necesario para que supieras que el control lo tenía yo. Así que, me tomaba mi tiempo para sacarme fotografías con algunos fans, firmaba hasta en el aire, tomaba unos breves minutos para dar tips y consejos... Miraba cada tanto la fila y en efecto, tú seguías ahí.

Era tanto el encanto de tu mirar, era tan presente tu silueta entre la gente, que al pasar, dibujaba tu sombra llena de melancolía y misterio. El aroma de tu perfume suspendido en aquellos aires llegaba hasta mi nariz y me hacía posesa de tu esencia de mujer felina, de mujer implacable… de tu ser así, de mujer.

Por momentos me perdía en el pensamiento de amores tan añejos que parecían ahora inciertos. Me parecías tan conocida, tan mía que mi corazón se detenía cuando mis ojos te veían. Llegaste a mí, luego de que la gente se abandonó a sus pasos y marcharon. Con el libro en mano te paraste frente a mí, con ese libro que hacía meses escribí pensando que el amor es en vano, hacía meses, pero en realidad venía escribiéndolo por años. Con cada amor vacío, con cada historia  que mi mente ya rehusaba recordar.

-        Fírmalo para Giselle – dijiste colocando el libro sobre la mesa. Tus manos finas y delicadas acariciaron la carátula del mismo, mientras tu mirada penetrante se clavaba en mis ojos. –

Tu rostro dibujaba una sonrisa extraña. En el poco tiempo que esos tres segundos me brindaron para verte, quise detallarte. Sumí mis ojos en aquellas páginas que hablaban de estar tan bien en la soledad y sin engaños. Esas páginas bañadas en letras que creía con firmeza, pero que al verte, deseaba tanto que fueran mentira.

-        Giselle, muy bien. – lo típico es decir, “lindo nombre” pero en vista de que yo ejercía el aparente control de lo que sucedía, hice caso omiso de ello –

Coloqué una inscripción poco usual. En ausencia de amor o de esperanza en él, decidí escribir la dirección de mi hotel y el número de la habitación. Como si nada, lo cerré. No dijiste ni tan siquiera un gracias , simplemente lo tomaste y te fuiste de ahí.

Te vi caminar por la sala hasta que te perdiste tras el marco amplio de aquellas puertas. Quedó tu aroma, quedó tu mirada y en mi rostro… quedó tu sonrisa, esa tan extraña. Al poco rato me despedí de mi  editora, me dirigí al parqueo del lugar. Subí al auto y de inmediato me dirigí al hotel. Debía esperarte pues sabía que llegarías. Debías hacerlo porque estaba segura de que ambas habíamos sentido esa atracción. El romance y el enamoramiento no cabían aquí. Ni un espacio para los sentimientos, si estos no fueran pasionales. Deseaba desnudarte con mis manos como ya lo había hecho con mi mente.

En el andar por el pasillo hacia mi habitación, mi mente creaba historias soñadas con el erotismo de tu piel nacarada cubriendo cada curva de tu cuerpo. Abandonándote en mis brazos y enmudeciendo con mis besos. Te imaginaba entre las sábanas de mi cama empeñándote en fundirte con mi ser. Dejándote comer tus labios sensuales, gimiendo con cada roce de mis manos. Mi cabeza hilaba historias, formas, motivos… maquinaba el encuentro perfecto. Al entrar, tomé una ducha. Me rendí en la cama viendo como el alto techo se dibujaba poco a poco tu rostro.

-        Es sólo deseo – eso me repetía tanto hasta hacer eco – una vez la tenga, una vez la haga mía saldrá de mis pensamientos como las otras.

Esa noche no llegaste ni lo hiciste las dos siguientes. Jamás me había pasado eso. El decirle a un grupo de gente que el amor es una farsa y que se disfruta mucho más estando en soledad, me daba muy buenos resultados con las conquistas. Pero tú no habías aparecido, ¿qué te hacía diferente? Ahora mi hambre era de conquistarte de alguna forma, sin siquiera saber quién eras, tan sólo sabía tu nombre.

Alistaba mis maletas para marcharme. No solía viajar con muchas cosas, era simplemente lo básico y nada más. Llevaba dos maletas, una con mi equipaje y la otra llena con el recuerdo de las conquistas en cada ciudad. Esta vez esa maleta lucía vacía. No estaba completa sin haberte tenido.

Tomé el vuelo de las 7 pm con rumbo hacia el sur. Tomé mi asiento junto a la ventanilla. Soporté el bullicio de unos niños que estaban algunos asientos atrás. Poco a poco más pasajeros fueron ocupando sus lugares.

Cerré mis ojos por unos minutos, a lo mejor le robé al tiempo muchos de ellos. La mayoría de luces estaban apagadas. El bullicio había desaparecido. Miré la hora y eran las 11 de la noche. Aún faltaban un par de horas más de vuelo. Me levanté de mi asiento para ir al baño. Viéndome al espejo me percaté del pasar de los años. Cierto, aún faltaba un lustro para los 40, pero parecía que estaba a segundos de alcanzarlos.

Al abrir la puerta para salir, de nuevo me vi dentro con los labios de alguien empotrados en los míos. No podía abrir mis ojos pero sabía por el sabor de aquella boca, que se trataban de los labios de una mujer. Con los ojos cerrados decidí dejarme llevar. Deslicé mis manos por aquel cuerpo que me tomaba. Sentí sus curvas amoldarse a mis caricias. Me sacó la ropa con prisa. Su boca succionaba mis senos con pasión… fue entonces cuando su mano fue directo a mi sexo. Abrió camino con sus dedos, iba y regresaba por mis labios y por mi clítoris. Mi cuerpo recostado en la pared no por mucho, con arrebato y cierta violencia me giró y quedé de espaldas a ella. Su mano hacía maravillas en mi sur con pasión animal. Su boca mordía mi nuca. Intercambiaba esto por mordidas en el lóbulo de mi oreja, su lengua se apoderaba de mi oído. Escuchaba como gemía al hacer esto, o a lo mejor era yo escuchándome. Arañaba mi espalda y paseaba su lengua por ella. Yo estaba tan excitada que podía sentir como mojaba su mano y como mis líquidos recorrían mi entrepierna.

Me desnudó completa. A su merced, sin ropa y con mis ojos aún cerrados. Quería verla, pero el morbo de lo inesperado me tenía cautiva. Sólo disfrutaba del momento. Separó un poco más mis piernas. Su lengua jugaba con la piel de mi nuca, cuello y espalda. Sentía como bajaba dando besos cortos  y ligeros lengüetazos hasta llegar al final de mi espalda. Los movimientos de su mano en mi sexo se habían vuelto suaves y lentos. Su boca ahora besaba mis glúteos, los mordía con suavidad y al hacerlo, apretaba con su mano el contorno de mi vagina. Separó mis piernas un poco más aun, yo sólo me dejaba hacer. Su lengua bajaba por mi cola hasta llegar a la entrada de mi vagina. La chupó en varias ocasiones. Su boca fría contrastaba con mi calor y el calor de su aliento. Era una sensación deliciosa. Yo jadeaba sin control. Me excitaba saber que ahora era su boca la que se bañaba con mis jugos. Continuó de esa manera hasta que me hizo acabar en ella. Continuó dando largas lamidas y ejerciendo presión en mi sexo hasta secarme. Besó mis piernas y luego subió despacio por mi espalda hasta llegar de nuevo a mi cuello. Viró lentamente mi rostro y volví a sentir su boca en la mía. Su beso era seductoramente suave y apasionado, muy profundo.

Sentí cómo se separo lentamente de mi cuerpo. Yo estaba extasiada, embriagada totalmente por sus besos. Cuando logré incorporarme, me di la vuelta pero ella ya no estaba. Me encontraba yo sola en aquel baño, acompañada solamente de mis ropas en el piso. Las tomé y al agacharme por ellas, aún podía sentirla apoderándose de mi sexo. Quedé con su sabor en mi boca mezclado con el mío. Salí de ahí ruborizada y aún agitada. Con la mirada estudié a los pasajeros para descubrir quien había sido la mujer que me hizo suya minutos antes. Nadie parecía en especial acaloramiento, la poca luz no me dejaba verlos a todos ni mucho menos detallarlos.

Sabía que esa mujer estaba entre ellos y deseaba descubrirla antes de que el avión aterrizara. Quería hacerlo para devolverle lo que me había dado. Ese misterio me mantenía exudando excitación por los poros.

El aroma de esta chica desconocida y el de Giselle me abarrotaban el pensamiento. Después de semejante acto, lo más normal es que Giselle fuera tan sólo el recuerdo de una conquista fallida, aunque de eso nadie se enteraría. Pero no era así. La recordaba más y más. Me reprochaba el no haber indagado más sobre ella, el haberle perdido la pista, pero es que en realidad jamás pensé que fallaría mi táctica.

Ya lucía paranoica y a cada mujer que se ponía en pie o que pasaba por los pasillos, la examinaba de pies a cabeza para ver si pegaba con mi imagen mental. No podía dejar ir a una mujer que me tomó de semejante manera. Pasada una hora más, el avión aterrizó en el aeropuerto. Era la una y algo de la madrugada. Me apresuré a bajar para poder ver de primera mano a todas las mujeres que bajaban del avión. Tantos rostros, tantos cuerpos. A lo mejor debía tener los ojos cerrados y acariciar sus cuerpos para reconocerla, pero no creo que esa hubiera sido la mejor idea, así que la deseché.

Ninguna. Me parecía la causante de aquella arrebatada pasión. Así las vi pasar, no lo entendía. Estaba segura que era una los pasajeros pero no la había podido distinguir.

-        Srita. Cardenal, ha sido un gusto que haya volado en nuestra aerolínea, esperamos que su vuelo haya sido placentero.

-        Gracias, muy amable. – me limité a decirle al equipo de la aerolínea y caminé para hacer mi registro.

Había abandonado parcialmente mi obsesión investigativa. Sería la segunda cosa inconclusa de este viaje. Por el último evento debí sentirme deleitada y feliz. Pero me ponía a pensar si el llevar mi vida de esta manera me estaba dando una soledad innecesaria cuando podía perfectamente sentar cabeza y hacer familia.

-        Toco madera!! – dije de inmediato – debo estar cansada y por eso pienso cada disparate - ¿yo? ¿sentar cabeza? Ajá… sí, como no.

Por un costado, vi como una mujer con el uniforme de azafata de aquella aerolínea se acercaba. Era usual que me bombardearan con preguntas de sí disfruté el vuelo, que si la comida estuvo rica, que si esto, que si aquello… en fin.

-        ¿Placentero su viaje srita. Cardenal? En nuestra aerolínea siempre tratamos que nuestros pasajeros vivan una experiencia excitante e inolvidable.

-        Sí, gracias. Excelente vuelo – y preparé una de mis mejores y diplomáticas sonrisas -

Levanté mi mirada para responderle a la aeromoza. Pasajeros… buscaba pasajeros pero no pensé en las azafatas.

-        ¿Giselle?

-        Diga srita. Cardenal…

-        Eres tú… tú la mujer que me encerró en el baño y me…

-        Como le repito, siempre tratamos que nuestros pasajeros vivan una experiencia excitante e inolvidable. Espero que lo haya disfrutado.

Me guiñó un ojo y continuó su camino como si nada. Tomé mi equipaje y fui tras de ella. No podía creerlo, jamás me lo hubiera imaginado. Hubiera querido que mis pies fueran tan veloces como el palpitar de mi corazón en aquel momento. Conmigo llevaba mi equipaje, pero esta vez sólo mi maleta con las cosas básicas, la otra, la de las conquistas, la dejé por ahí en algún lugar de aquel aeropuerto cuando volví a encontrarme con Giselle. Ya no la necesitaba, sentí la necesidad de estar sólo con ella. Al fin la alcancé.

-        Giselle, espera un momento…

-        Dime – respondiste, invadido tu rostro por aquella sonrisa extraña –

-        Tienes un lindo nombre – te sonreí… como idiota debo reconocer. Había perdido el control de la situación. Había pasado esa barrera que considero prohibida, esa misma que enseño a no pasar. En cuestión de nada, me volví emocionalmente disponible para ti.

-        Mira Adriana… ¿puedo llamarte Adriana, cierto?

-        Por supuesto – te respondí –

-        Bueno. Debo agradecerte. Tus charlas y tu libro me han cambiado la vida. Y debo admitir que seguí todos tus consejos acerca de cómo tomar el control de la situación. Y ha sido muy satisfactorio saber que tuve el control justo sobre la gran gurú del desamor. Muy rico tener el control, ¿sabes? Claro que lo sabes muy bien.

Me diste un beso en la comisura de la boca y pusiste en mi mano un papel. Te marchaste sin decir más. Descubrí el contenido de la nota… era la dirección de tu hotel y el número de tu habitación…

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