Intrigando para sorprender a mi cuñada en topless.

Simulando un encuentro fortuito en la playa, sorprendo a mi cuñada en una situación un tanto embarazosa. Un profundo y morboso juego psicológico, para ti, lector sibarita, que buscas algo diferente.

Nota del autor:

Estimado lector. Si has llegado hasta aquí influenciado por no más que el título y la breve descripción de este relato, que es lo único que hasta la fecha habrá podido llamar tu atención,  es altamente probable que estés deseoso de sumergirte en la narración que a continuación vendrá.

Me gustaría pedirte encarecidamente que antes de llegar a eso, te tomes unos segundos para respirar tranquilamente y escucharme.

Te voy a pedir también otras 2 cosas antes de su lectura. La primera que te comprometas contigo mismo a dejar un comentario. No voy a esperar, claro está, que sea positivo, simplemente agradeceré que correspondas a mi entrega dedicándome unas palabras tuyas.

La segunda y mucho más importante es que te molestes en leer previamente otros 3 relatos escritos hace ya bastante tiempo y que aquí te indicaré.

Sí, lo sé... no tienes tiempo para tonterías. Has venido aquí en busca de eso que tanto ansías, y si bien es cierto que no puedo evitar que ignores mi sugerencia y vayas al grano, sí te puedo decir que si lo haces, comprenderás muchísimo mejor el significado de este relato, conocerás mejor a los personajes, los matices de su personalidad, el lado oscuro del protagonista; en definitiva, el componente psicológico y emocional de toda esta relación, cuestión fundamental que impregna de morbo y fetichismo los hechos que aquí se sucederán, hechos que para muchos, podrían ser considerados no lo suficientemente pornográficos, pero que espero a ti, lector sibarita y amante de la distinción, te deje un más que grato sabor de boca.

Si decides no hacer caso de mi recomendación, es probable que este relato te sepa a poco, con la consiguiente decepción y la más que previsible baja valoración a mi trabajo. Al no comprender los sentimientos tan enraizados entre los personajes, y la compleja y oscura personalidad del protagonista te será difícil entender el significado tan íntimo de lo que aquí sucederá.

Si por la contra decides confiar en mi sugerencia y te tomas este relato con el tiempo debido, descubrirás una relación riquísima en matices, una mentalidad compleja y lúcida del protagonista, y tal vez incluso, puedas llegar a verte reflejado en él, para terminar descubriendo que no estás solo, que como tú, somos muchos los que sentimos un oscuro deseo hacia esa cuñada, amiga o sea quien sea en tu caso concreto, que nos lleva a fantasear y a plasmar todo ello en este tipo de relatos.

Aclarar, ya para terminar, que los relatos que te sugeriré no deben ser considerados como una especie de entrega por capítulos o trilogía de nada. No; son relatos totalmente inconexos entre sí, con protagonistas de distinto y ficticio nombre incluso, pero que fueron escritos siempre recreándose en el oscuro deseo y atracción hacia la cuñada prohibida. A medida avances, verás que aunque sean relatos totalmente independientes, en todos ellos subyace ese oscuro deseo, esa común temática del anhelo hacia lo prohibido, esa maquiavélica personalidad del protagonista y su obsesión por ella, su cuñada, llámese como se llame en cada uno de los relatos.

Te extrañará que los relatos recomendados aparezcan publicados bajo distinto pseudónimo. No te inquietes, no pretendo atribuirme el mérito de ningún otro autor. Aquellos relatos fueron publicados hace ya algún tiempo, con otra cuenta que usaba entonces y a la que a día de hoy ya no tengo acceso, motivo por el cual me he visto obligado a abrir un nuevo perfil para poder continuar subiendo mis escritos. No hace falta más explicación; al leerlos, verás claramente como la misma mano está detrás de todos ellos.

Y sin más, puedes relajarte y comenzar leyendo los relatos que te sugiero a modo de introducción:

-RELATO 1: De viaje con mi cuñada (publicado en Diciembre 2012)

http://todorelatos.com/relato/98172/

-RELATO 2: Mi maquiavélico plan para disfrutar de mi cuñada

http://todorelatos.com/relato/98744/ (publicado en Enero 2013)

-RELATO 3: El deseo hacia mi cuñada sacó lo peor de mi (Febrero 2013)

http://todorelatos.com/relato/99913/

Y sí, ahora que ya conoces mejor la recurrente figura de Eva, los lazos afectivos fraguados a lo largo de todos estos años, espero que disfrutes con esta nueva vivencia, que bien podría estar basada en hechos reales, bien podría ser no más que una fantasía, o tal vez un punto medio entre una cosa y la otra. ¡Que lo disfrutes!


Aunque esto viene de muy, muy atrás, los hechos que dan pie a este relato, podríamos decir, empezaron a primeros de Mayo, cuando la llegada de los primeros días de calor anunciaban el comienzo de la casi inminente temporada estival. Ya sabéis... que si el comenzar a pensar en las vacaciones, que si ir buscando viaje, que si preparar la operación bikini, etc... Y justamente por ahí, por el bikini, comenzó todo.

A los que todavía no me conozcáis, por que habéis preferido no leer los otros textos que se sugerían en la nota de introducción, permitidme presentarme. Me llamo Alfredo, tengo 38 años y aunque sé que debería exponer aquí cual es la situación familiar en la cual se desarrollará toda esta historia, permitidme remitirme una vez más a dichos relatos, donde podréis conocernos a todos nosotros en mayor profundidad. Por ahora, simplemente para ofreceros una mínima puesta en escena, sabed que regento una tienda de moda en una ciudad cualquiera, y que en ella, además de otras 3 personas, trabaja también como encargada mi cuñada Eva. Si, esa Eva que vosotros, lectores pacientes que habéis seguido la sugerencia inicial, ya conocéis.

En el mostrador de la tienda tenemos un ordenador utilizado principalmente para gestionar las ventas, pero al que también se le da, puntualmente, un uso más particular. Ya sabéis... como en cualquier lugar de trabajo, cuando hay menos apuro, el que más y el que menos aprovecha para echar un vistacillo a la prensa digital, a perder un poco el tiempo por las redes sociales, etc... En nuestro caso, dada la condición de encargada de Eva, ciertamente era ella la que pasaba más tiempo delante de él, y de cuando en vez era habitual que hiciese alguna compra on-line desde allí. Nada en principio reseñable.

Ya sabéis también como funciona la publicidad en las páginas webs, gracias a eso de las cookies, que cuando has estado navegando por tales sitios, o buscando según que contenido, después no hacen más que aparecérsete banners publicitarios de productos similares, o anuncios de aquellas tiendas que has estado visitando anteriormente.

Aquella tarde, tenía que ocuparme de enviar un par de correos electrónicos a unos proveedores, y al abrir el navegador se me aparecieron los típicos anuncios ofreciéndome descuentos al parecer irrepetibles en la sección "moda de baño" de El Corte Inglés, distintos bikinis de Calzedonia que tal vez me gustasen y recomendaciones de prendas similares en otras 3 o cuatro cadenas de ese estilo. Pude concluir casi con total certeza, que era Eva la que había estado navegando por la red en busca de un nuevo bikini, y ya mi calenturienta cabeza comenzó a dar vueltas.

Éramos una familia muy bien avenida, y era muy habitual que algún que otro fin de semana compartiésemos una escapadita a la playa. Eva y su novio Carlos; y yo con mi mujer Elena y nuestra pequeña -su sobrina- Carla.

Habíamos estado muchísimas veces juntos en la playa, y había tenido multitud de oportunidades de verla en bikini. Sabía que tipo de bikinis solía usar, de esos más bien "comedidos"; sabía que no hacía topless (o al menos nunca delante nuestra), y por eso me extrañó un poco los modelitos que pude ver en aquellos banners publicitarios. Un par de modelos de bikini con una braguita de esas de tipo brasileño, tan sexys, que dejan al descubierto la mitad del glúteo, e incluso en una foto se le sugería un tanga amarillo con el 30% de descuento.

Tal vez fuese una simple casualidad, tal vez el algoritmo que determina los productos a ser mostrados no fuese lo suficientemente específico y se limitase a mostrar cualquier tipo de bikini de los ofertados en aquellas tiendas, o tal vez sí, tal vez mi cuñada hubiese estado buscando un bikini un tanto "especial" para lo que yo me hubiese podido imaginar nunca, tal vez para usarlo en ocasiones en las que fuese a la playa a solas con su chico. No lo sabía con exactitud, pero esa idea comenzó a darme vueltas en la cabeza y porque me conocía, sabía que no iba a ser capaz de dejar las cosas así.

Los días siguieron discurriendo con total normalidad, pero a raíz de aquello yo no hacía más que pensar en la posibilidad de que, cuando iban solos, Eva adoptase una actitud un tanto más desinhibida en la playa. Fantaseaba imaginándomela en topless, frecuentando tal vez playas nudistas, y dichas fantasías se volvían cada vez más recurrentes en mi imaginación.

Un día, plenamente inmerso en ese obsesivo deseo, comencé a rastrear sus perfiles en las redes sociales en busca de algún indicio que me ayudase a conocer algo más de su intimidad. Aún sin querer perder la esperanza de estar confundido, era más que lógico pensar que en ningún caso iba a tener la suerte de encontrarme una foto suya con las tetas al aire en la playa, pero sí albergaba la esperanza de descubrir algún nimio detalle, alguna pista que arrojase algo de luz, no sé... tal vez una imagen donde al fondo, de manera casi imperceptible, terminase descubriendo un cartel informativo de que aquella era una playa nudista o algo por el estilo.

Como era de esperar, al menos en aquella ocasión, no tuve suerte alguna pero eso no sirvió para desistir de mi empeño. Pasaron los días, el mes de Junio llegó y yo seguía con esa obsesión dándome vueltas por la cabeza.


Aquel pasado Domingo habíamos ido todos juntos a la playa. Cuando mi mujer me informó de que habíamos quedado para ir, no podía dejar de fantasear en lo extremadamente gratificante que podría ser llegar a disfrutar de una relación familiar un tanto más... ¿cómo decirlo?... ¿liberal?.

Hacía ya algunos años que había descubierto lo excitante que me resultaba que mi mujer hiciese topless en la playa.

Recuerdo que al principio, ella se mostraba muy reacia y si accedía a desprenderse de la parte de arriba de su bikini, era más que nada por complacerme a mi. Con el paso de los años, tal vez como consecuencia natural de la madurez que se va adquiriendo dentro del matrimonio, ese recelo se había ido relajando y actualmente era algo bastante normal en nuestras jornadas playeras, eso sí, siempre y cuando estuviésemos sin familiares y en una playa no demasiado masificada.

Reconozco que en aquellos primeros tiempos, el placer de ver a mi mujer con los pechos desnudos a la vista de cualquiera que quisiese mirar sí tenía un cariz puramente sexual. Me excitaba sobremanera aquella suerte de exhibición y aún hoy me tiemblan las piernas recordando los increíbles orgasmos vividos al amparo de aquellos jueguecitos de pareja.

Aunque a día de hoy es algo que me sigue poniendo muchísimo, reconozco también que ya hemos conseguido normalizar un poco más esta práctica, y disfruto casi tanto o más no ya desde la perspectiva sexual, sino desde el reconocimiento y orgullo que me produce ser consciente de tener una mujer maravillosa a mi lado, una mujer con la que comparto un matrimonio sólido y confiado, donde no hay espacio para las inseguridades o los celos. Por decirlo de algún modo, todos aquellos jueguecitos exhibicionistas, ayudaron a fraguar una relación más segura entre nosotros, y donde aprendimos a disfrutar de una faceta hasta aquel entonces totalmente desconocida.

Tal vez por haber experimentado todo aquello con mi esposa, por conocer ya de primera mano lo psicológicamente beneficioso y enriquecedor que resultó atreverse a salir del círculo de confort, tal vez -insisto- por todo ello, era que ahora quería extrapolar aquella liberadora experiencia a la relación familiar con mi cuñada.

Entendámonos... no voy a negar que en el fondo también subyacía un primario e instintivo deseo sexual, pero ciertamente puedo decir que no era solo eso. No es que anhelase sin más ver desnuda a Eva; no. Quería algo con más significado que el simple hecho de verle las tetas.

Me gustaría poder contaros algo así como que propuse a mi mujer que no se privase de ponerse cómoda aún cuando estuviésemos en compañía de mis cuñados; me gustaría poder contaros algo así como que estando un día mi mujer en topless, mi cuñada correspondió y se desnudó también delante mía, pero ¡que va!; lamentablemente la vida real en poco se parece a los relatos eróticos y sé que de ningún modo hubiese sido entendible ni aceptable que jugase a ese juego tan peligroso.

Aquel primer Domingo de Junio, fue como cualquier otro a los que nos habíamos acostumbrados durante todos los años de relación familiar. Una jornada playera más, donde ambas hermanas guardaron la compostura ante sus respectivos cuñados, y donde todo transcurrió con absoluta y plena normalidad.

Al día siguiente, ya de vuelta en la tienda, con el pretexto de que Eva quería pasarme unas fotos que había sacado el día anterior con su móvil, conectó su smartphone al ordenador para descargar todas sus fotos y ponerlas a buen recaudo. Vamos.. nada que no hubiese ya hecho muchísimas veces. No vayáis a pensar que en aquellas fotos había nada censurable.

Copió todos sus archivos al disco duro del ordenador, seleccionó unas cuantas donde aparecíamos nosotros, donde salía la niña jugando con su cubo, y de entre las demás fotos y algún video que también había, hubo algo que me llamó poderosamente la atención.

Debía ser de hacía un par de semanas, y en un breve video salía mi cuñado Carlos tumbado sobre su toalla en la playa durmiendo la siesta, roncando estrepitosamente.

Eva me lo mostró socarronamente para que viese lo escandalosos que eran sus ronquidos, pero yo rápidamente detecté algo aparentemente imperceptible, pero que para mi supuso una enorme excitación.

El plano enfocaba claramente a Carlos, obviamente era el objetivo, pero detrás de él se veía la toalla que Eva ocupaba hasta aquel instante en que se levantó para grabarlo, y del capazo donde guardaban sus pertenencias, asomaba colgando lo que parecía ser el tirante trasero de un bikini.

En aquel primer vistazo no pude estar totalmente seguro, pero tras volver a visionar el video con mayor tranquilidad cuando estaba a solas, pude cerciorarme al 100%. Sí, efectivamente había un sujetador de un bikini en aquella bolsa de playa.

Lo sé, eso no significaba nada. Que estuviese esa prenda ahí, no implicaba que en el momento de grabar el video Eva estuviese con los pechos al aire. Lo sabía pero aún así no quería dejar de imaginármela. En más de una y de dos ocasiones me he masturbando recreándome en esa ensoñación. Imaginándomela desinhibida, semidesnuda, grabando aquel video donde Carlos dormía a pierna suelta, totalmente ajena a lo que mi maquiavélica mente comenzaba a intrigar.

Discurrieron una o dos semanas más, todo dentro de la previsible normalidad, y yo no hacía más que tener pensamientos recurrentes sobre todo aquello. Intentaba encontrar alguna señal inequívoca de que mis presentimientos, o más bien mis anhelos, pudiesen ser ciertos. Pensaba como podía jugar mis cartas para que la relación entre ambas hermanas, y por extensión los respectivos cuñados, se relajase y se terminase propiciando un ambiente más distendido donde desapareciese ese autoimpuesto pudor.

Ya bien entrado el verano, un fin de semana de esos asfixiantes, a mi mujer le tocaba guardia en el hospital donde trabajaba.

-¿Te toca guardia este finde verdad cari?; pregunté.

-Si. Hasta el domingo por la noche.

-Puff!.. ¡Que mierda!... podíamos ir a la playa, porque con este calor que otra cosa sino se puede hacer.

-Lo sé, ya he intentado que me la cambiasen pero nada. Nadie quiere currar el Domingo. Pero vete tú con la peque; me animó.

-Bah... sin ti no me apetece.

-Pero sino la niña va a estar insoportable todo el día metida en casa; insistía.

-Psst.. no sé.. ya veremos como hago. A lo mejor un ratito por la tarde, pero paso de ir todo el día yo solo.

-Vete con Eva y Carlos; propuso.

Y en ese instante mi lado oscuro salió a relucir al darse cuenta de la oportunidad que se presentaba.

-Uhm.. no creo.... ellos querrán ir ya por la mañana y después se me hace el día muy largo. Bah!.. no sé.. ya veremos...

Y como queriendo quitarle importancia cambié de tema sin dejar nada claro, pero comenzando ya a maquinar lo que podía ser una buena estrategia.


Llegó el Domingo y mi mujer se marchó a trabajar temprano. Yo todavía no había decidido, o más bien no le había dicho nada, si finalmente iría o no a la playa. Claro está que había estado pensando larga y tendidamente sobre ello, pero no quería admitir que lo que en principio podía parecer un descabellado plan, tal vez no lo fuese tanto y que con un poco de suerte, hasta incluso pudiese terminar saliéndome bien.

Sabía que mis cuñados, porque así se lo había oído comentar a Eva en la tienda, sí irían a la playa que suelen frecuentar, pero ya yo me había cuidado de no comentar absolutamente nada acerca de la posibilidad de que tal vez me terminase pasando yo también por allí.

Fantaseaba pensando en la posibilidad de aparecerme casi accidentalmente, y que tal vez, pillándolos desprevenidos, los descubriese en una actitud digamos "más relajada".

Pensaba por otro lado de que probablemente aquello no fuese más que fruto de mi calenturienta mente, y que eran muy escasas, por no decir nulas, las probabilidades de que efectivamente algo así sucediese. De cualquier modo, no perdía nada por intentarlo; de todos modos no me venía mal salir a la playa un rato, y tras repasar mentalmente los posibles flecos de mi plan llegaba a la conclusión de que no había ningún punto débil.

Si por el motivo que fuese finalmente ellos hubiesen cambiado de plan y no fuesen; si finalmente sí fuesen y nos encontrásemos, si finalmente me encontrase o no a Eva en una situación embarazosa, etc.. fuese como fuese, nada reprochable había en mi actuación. A ver si me explico; claro que se me pueden reprochar muchas cosas, pero digo que nada que evidenciase mi mala intención. Es decir.. no es que me hubiesen pillado en mitad de una fechoría ni mucho menos, si salía bien ¡premio!, y en caso contrario, habría pasado una inocente tarde de playa con la niña, tal y como era previsible e incluso mi mujer me había sugerido.

Pasé toda la mañana dándole vueltas a la idea, y a medida pasaba el tiempo más convencido estaba de ponerla en práctica. Cierto es que en otras circunstancias, de quererlo, hubiese pegado una llamada a mis cuñados para preguntarles donde estaban, o para avisarles de que iríamos a su encuentro, pero tampoco pasaría nada si no lo hacía y fingía que aquel supuestamente casual encuentro había sido de lo más imprevisto.

Después de comer, dispuse todos los tratos habituales para estas ocasiones y salí en el coche, con la pequeña, rumbo a la playa, mandándole previamente un whataspp a mi mujer, informándola para cubrirme las espaldas, sabiendo perfectamente que a esas horas no iba a verlo pues habría dejado el móvil en su taquilla.

No sabía con exactitud si efectivamente mis cuñados habrían ido o no a la playa, y en caso de que así fuese, tampoco tenía certeza alguna de que estarían en la que visitan con más asiduidad. Generalmente solemos ir a uno u otro de los arenales más cercanos a nuestro domicilio, así que a las malas, bien podía darme una vuelta de reconocimiento por ambos para ver si encontraba su coche por allí aparcado. Tienen un coche bastante exclusivo, así que no debería serme difícil verlo si efectivamente estaba por allí.

Llegué a la primera de las playas, cuyo nombre me reservaré por aquello de no descubrir demasiados datos personales, y tras un par de vueltas por el aparcadero no vi su vehículo por ningún lado.

Continué hasta la siguiente, y ¡efectivamente; ¡ahí sí!.. su coche estaba perfectamente aparcado. Mi corazón comenzaba a palpitar con más intensidad.

Sé que puede resultar casi surrealista este nivel de obsesión, y que tal vez no seáis capaces de entender el porqué de tantas molestias para una tan poco probable posibilidad de sorprender a mi cuñada un poco más ligera de ropa de lo habitual. ¿Todo esto por unas tetas?, podréis estar pensando. No; todo esto por las tetas de mi cuñada y todo lo que ello podría llegar a significar a partir de aquel día.

La playa en cuestión no es demasiado extensa, y desde lo alto, ofrece un pequeño paseo desde donde sentado en la terraza de uno de los dos chiringuitos allí presentes, se puede controlar con más o menos precisión el arenal.

Resistiéndome a la impaciencia de mi pequeña por bajar a la arena, me senté a tomar un café en aquella terraza con la intención de poder analizar primeramente el terreno con la suficiente calma.

A los pocos minutos de ser servido, tras un barrido visual lento y progresivo de extremo a extremo de la playa, por fin los localicé. Me costó cerciorarme al principio, pero sí, estaba seguro, eran ellos dos los que estaban allí tumbados bajo la ya por mi conocida sombrilla de rayas verdes y blancas.

Eva estaba totalmente tumbada, espalda hacia arriba, y dado que Carlos estaba en mi línea visual no conseguía distinguir si llevaba o no puesto su bikini. Tal vez fuese fruto de la calentura del momento, pero desde la distancia parecía que efectivamente su espalda estaba desnuda, o tal vez eso quisiese imaginarme yo. En aquel instante, mi corazón latía a mil por hora, y por un momento casi me arrepiento de haber ido a su encuentro. ¿Y ahora qué?, me preguntaba para mis adentros mientras alargaba el último sorbo del café.

Valoré las distintas posibilidades, y concluí que era preferible esperar un poco más hasta propiciar un encuentro más favorable a mis intereses. Pedí otro café y esperé pacientemente, asegurándome eso sí, de dejar mis consumiciones ya pagadas por si tenía que salir precipitadamente.

Permanecía vigilante controlándolos desde lejos, hasta que Carlos se revolvió en su toalla, y Eva se levantó para coger la botella de agua de su nevera. ¡Sí!; ¡efectivamente!... ¡estaba en topless!... Desde la distancia no podía apreciar el detalle de su desnudez, pero era más que seguro que no llevaba puesto su bikini. Disimuladamente coloqué la erección que en ese momento amenazaba ya con estallar dentro de mi bañador.

Intuí que se disponían a alejarse de la toalla para tal vez darse un chapuzón. Era el momento.

-Venga Clarita... vámonos a la playa.

-Bien.. ¡playa!; balbuceó mi pequeña con sus escasos 3 años.

Nos levantamos apresuradamente y me dirigí hacia las escaleras de acceso que bajaban a la arena. En lugar de usar las que tenía prácticamente enfrente mía, dí un pequeño rodeo para aparecerles desde un lateral, como si viniese caminando desde el otro extremo.

A medida bajaba las escaleras, al ritmo que mi pequeña podía permitirse, ellos se alejaban de sus toallas para irse a pegar un chapuzón.

Tenía que acompasar muy bien los tiempos. No podía apresurarme pero tampoco podía tardar demasiado en recorrer el trecho que separaba mi posición de la suya. La pequeña remoloneaba un poco por el esfuerzo que le suponía andar por la arena, y tampoco podía cogerla en brazos pues iba totalmente cargado con la sombrilla y demás bártulos. A medida ve acercaba, podía verlos claramente refrescándose en el mar. Carlos zambulléndose y nadando unos pocos metros mar adentro, y Eva, que no era demasiado buena nadadora, dejándose caer de espaldas para inmediatamente volver a incorporarse.

Cuidándome de disimular mi posición entre la gente, intentando no ser visto precipitadamente, podía distinguir perfectamente a Eva. Ahora sí que no había ningún tipo de duda. Efectivamente estaba con el torso totalmente desnudo, y aunque sus pechos no eran demasiado voluptuosos, más bien lo contrario, el morbo de aquella situación me excitaba de manera indescriptible.

Se disponían a salir del agua. ¡Ahora era el momento!. Tenía que apurar un poco más el ritmo para llegar a su encuentro antes de que alcanzasen sus toallas. Quería que el encuentro fuese justamente así, de pie, en tierra de nadie, sin ningún tipo de resguardo en el que Eva pudiese cubrir su desnudez.

-Venga Carla... anda un poquito más deprisa; apresuré a mi pequeña mientras la ayudaba sujetándola de la mano.

Discurríamos en trayectorias casi perpendiculares; ellos desde el agua hacia sus toallas, y yo lateralmente, a lo largo de la playa, intentando interceptarlos a mitad de recorrido.

Con cada paso que dábamos mi corazón latía con más fuerza, mientras yo intentaba disimular mi erección tapándome con la bolsa de las toallas. Ya apenas nos separaban unos pocos metros.

Ellos, totalmente ajenos y sin poder imaginarse mi presencia allí, caminaban prácticamente a la par. Eva a la derecha, y por tanto, en la posición más inmediata al camino que nosotros seguíamos.

Venía totalmente mojada, extremadamente sexy, con el pelo recogido y con sus gafas de sol y la braguita del bikini como única prenda vestida. Braguita del bikini que deduje era la que había comprado recientemente, prenda que yo nunca le había visto, y que rápidamente escruté visualmente. De color rojo, de licra, y con ese corte brasileño que tanto me gusta. Una braguita de lo más básica, que así mojada, se ceñía a su piel y suponía yo, amenazaría con revelar hasta el más mínimo detalle de su anatomía.

No me dio tiempo a deleitarme mucho más con aquella imagen. Estábamos prácticamente encima de ellos y ni tan siquiera se habían percatado de nuestra presencia entre el resto de la gente.

-¡Mira quien está ahí Carla!, ¡la tita Eva!; azucé a mi pequeña sabiendo que saldría como una bala a su encuentro.

-Tita, tita...; comenzó a vociferar mi pequeña al ver a su tía favorita, y como era previsible, se soltó de mi mano para irse a abalanzar sobre ella.

Al vernos, Eva se quedó volada. Todavía hoy guardo una perfecta imagen de su rostro totalmente desencajado. Hizo ademán de querer cubrirse de un modo sutil, pero al enredársele la pequeña entre las piernas pidiéndole que la cogiese en brazos, poco o nada podía hacer.

-Hombre Alfredo, que sorpresa; balbuceó mi cuñado Carlos obviamente también sorprendido e incómodo por aquella situación.

-¡Que tal!.. pues sí..; balbuceé algo así intentando yo también disimular el nerviosismo.

Eva estaba roja como un tomate. Probablemente estaría sofocada por el sol, pero aquel rubor era mucho más que fruto del calor.

Intentaba utilizar a la pequeña en brazos para cubrirse el pecho, pero la niña se revolvía queriendo jugar, y rápidamente se le descolgó para volver al suelo, queriendo llevársela a jugar con ella.

-No sabíamos que ibais a venir; intentó desdramatizar.

-Fue un plan de última hora, como Elena tenía guardia...; respondí sin poder evitar que se me notase mi intenso nerviosismo.

Eva estaba justo delante de mí, pensando tal vez -me imagino- sí resultaría más conveniente taparse los pechos con las manos que ahora ya tenía libres, o si sería preferible aparentar una normalidad inexistente. Yo afortunadamente llevaba puestas mis gafas de sol, lo que supongo que habrá ayudado a evitar que se percatasen claramente de que mis ojos se desviaban a donde no debían.

Por mi parte, mientras intentaba seguir aquella conversación, además de intentar mantener la mirada alta, me preocupaba por si alguno de ellos dos se habría percatado de mi erección, erección que en aquel momento, bien podría estar ya dando evidentes signos de humedad a través de la tela de mi bañador, protegida tan solo por el largo de mi camiseta, y por los trastos que llevaba en las manos y que sutilmente colocaba hacia adelante.

Me sorprendió que Eva no se cubriese apresuradamente los pechos en cuanto tuvo oportunidad, en cuanto sus manos quedaron libres. Porque la conozco bien sé que es lo que hubiese querido hacer, pero imagino que habría pensado que hacerlo era darle más importancia de la que merecía; que taparse así tan violentamente, hubiese transmitido una imagen distorsionada, y que consideró preferible intentar aparentar, aunque fuese sin éxito, una naturalidad totalmente inexistente, que reconocer tan abiertamente lo avergonzada que se sentía. Me alegró que así fuese.

Era más que obvio para los tres lo violento de aquella situación. Imagino que ellos, al igual que yo, estarían intentando encontrar en su cabeza una estrategia de huida, unas palabras que decir, un algo que rompiese aquella tensión.

Tal vez al igual que yo, estuviesen tentados de exponer claramente el hecho que provocaba nuestra vergüenza, como si hablarlo claramente ayudase a normalizarlo, o si por la contra considerarían seguir haciendo lo que estábamos haciendo, intentando ignorar el desnudo de Eva como si por no verbalizarlo ya no fuese real.

-Vamos a jugar tita; reclamaba la pequeña mientras tiraba a su tía de una mano.

Ni el uno ni el otro hacían ademán de saber por donde salir, así que debía ser yo el que marcara el camino. Podía optar por buscar cualquier pretexto para alejarnos de ellos, y dejar aquel encuentro en el reconocimiento de un encontronazo incómodo del que nunca más volveríamos a hablar, y que haríamos como si no hubiese existido, o aprovechar que había llegado hasta ahí para terminar de descubrir todas las cartas. No me había tomado tantas molestias para nada, así que... ¡valor y a agarrar el toro por los cuernos!.

-¿Preferís que nos marchemos?; pregunté directamente a Eva trasladándole a ella toda la responsabilidad.

-Eh... no.. ¿porqué?; balbuceaba echa un manojo de nervios. ¡Como si no lo supiese!

Intentando no dramatizar demasiado, con la más informal de mis sonrisas, intenté rebajar la tensión reconociendo las cosas abiertamente.

-Hombre... ¿como decirlo?... Es más que evidente que hemos llegado en mal momento. Comprendería perfectamente que te diese palo que nos quedásemos; y haciendo ademán de señalar su pecho, pude aprovechar para mirar sus tetas ya sin demasiado disimulo.

-No que va.. es que…. ; Eva seguía incapaz de articular una frase completa con un mínimo de coherencia.

Carlos, impávido, sin saber tampoco como reaccionar, intentaba disimular reclamando la atención de la pequeña, quien insistía en querer quedarse con ellos a jugar.

-Joé, tranquilos, que no pasa nada. Intenté restarle importancia. Ni que nunca se  hubiesen visto unas tetas en la playa.

-No, sí.. ya sé..; Eva continuaba nerviosísima.

-Si Elena también hace topless habitualmente; aproveché para sacar a la luz este hecho relevante, confiando en que al oírlo Carlos empezase a pensar cosas, esas cosas que los hombres siempre pensamos, y se mostrase un poco más predispuesto a.

-Si claro... quedaos con nosotros. Menuda gilipollez, ¿verdad cari?; le preguntó como esperando su aprobación.

-Si claro. Si no tiene importancia; dijo Carlos sin resultar demasiado convincente.

-Oye, y si te hace sentir más cómoda yo hago como que no he visto nada, te pones el sujetador, y aquí paz y después gloria; bromeé mientras avanzábamos ya todos juntos hacia la zona donde ellos tenían colocadas sus toallas.

-Que va hombre.. si ahora ya está; además mira tú que ni eso puedo. Para no bajar tan cargados dejamos algunas cosas en el coche, y entre ellas, el top del biquini. ¿Quien lo iba a pensar?.

-Ja,ja.. intentaba bromear. ¡Pues vaya hombre!.. Si es que hay situaciones la mar de comprometidas. De hecho, una vez Elena me hizo cambiar todos los trastos hacia una posición más alejada de donde estábamos, porque vio llegar cerca nuestra a otro médico de su hospital. ¡Y además ginecólogo!..¡Anda que no estaría cansado ese hombre de ver tetas, pero nada...! ¡Que le resultaba incómodo, me dijo!.

Y así intentando desdramatizar, fuimos consiguiendo romper el hielo y hablando claramente sobre lo ridículo que resultan estos prejuicios, especialmente cuando se dan con alguien cercano.

Yo sabía que Eva seguía un tanto incómoda, y Carlos, uhm.. podríamos decir que un tanto receloso. Seguramente se estaría autoconsolando pensando que tal vez, en otra ocasión, él tuviese oportunidad de descubrir los encantos de mi mujer, pero en aquella ocasión, estaba en clara desventaja.

Ambos se "medio extrañaron" también al descubrir que Elena no era tan recatada como ellos imaginaban; yo aproveché para hacer algún que otro comentario inocente sobre lo guapa que estaba Elena; sí, así, tal cual suena... guapa; con esa palabra. Nunca habíamos sido muy efusivos en nuestro trato familiar, y seguramente que ellos se extrañaron al oírlo casi tanto como yo al pronunciarlo.

Poco a poco la cosa se fue normalizando, la pequeña ayudó mucho a la causa pues con sus juegos y sus gracietas contribuía a un clima más distendido, y cuando nos quisimos dar cuenta, ya casi casi nos habíamos olvidado de aquello, que si bien es cierto era una tontería, para nosotros, sabíamos que tenía mucha trascendencia.

A lo largo de la tarde fueron muchas las ocasiones que tuve para deleitarme estudiando con más o menos disimulo la anatomía de mi cuñada. Cada dos por tres se estaba agachando para jugar con la pequeña, dándome, dándonos mejor dicho, pues Carlos estaba sentado a mi lado, la espalda, ofreciéndonos una espléndida vista de su carnoso trasero; trasero apenas cubierto por la exigua tela roja que insistía en ceñirse como una segunda piel, resaltando la raja de su culo.

Sin llegar a ser un tanga propiamente dicho, en según que posturas, la tela se retraía un poco más entre sus glúteos, amenazando con mostrar una maravillosa vista de su bronceado y turgente culo. No dijo nunca nada, pero sé que Carlos era plenamente consciente de que yo me percataba perfectamente de ello. Era todo un tanto extraño. Extraño y extremadamente excitante.

La pequeña reclamaba nuestras atenciones constantemente, y ya sabéis lo agotador que puede llegar a resultar eso. Por ello, nos turnábamos para jugar con ella y yo aprovechaba los ratos en los que Carlos se distraía con la niña para ganar un poco de tranquilidad cerca de Eva.

Aprovechaba esos breves momentos en los que Carlos se alejaba unos metros, para sacarme las gafas de sol y ver sin ningún tipo de distorsión a Eva. Quería además establecer una suerte de reto, conmigo mismo por un lado pero con ella también, en los que mientras conversábamos de cualquier cosa, me esforzaba por mantenerle la mirada. Estoy segurísimo de que alguna miradilla indiscreta se me habrá escapado, y estoy seguro también de que Eva se habría podido percatar de ello. No me importaba demasiado. Me excitaba pensar que Eva era consciente de que "me había fijado en ella". Me excitaba imaginar que ella tal vez también se excitase por ello.

Supongo que es algo habitual en todos, que una vez finalizado un determinado suceso, sea del tipo que sea, reflexionemos sobre lo que hemos dicho o hecho y pensemos que pudimos aprovechar para hacer o decir alguna otra cosa. Eso de... "si pudiese volver atrás hubiese hecho esto otro..". En mi caso, hoy lamento no haber hecho aquella tarde ninguna alusión directa a sus pechos, no haber bromeado sobre ello, soltando cualquier chascarrillo inocente sobre su tamaño por ejemplo, o cualquier tipo de broma similar, que simplemente hubiese servido para enfatizar lo que era más que evidente, que me había fijado en ellos y que aunque lo asumiese como algo de lo más natural, no le negaba el reconocimiento que ciertamente tenía. Era una carta que no había sabido jugar, pero bueno; en términos generales la partida había salido bastante bien.

Ya contra última hora de la tarde, tras pegarnos el que habíamos dicho sería el ultimo chapuzón del día, Carlos tuvo que ir a comprar unos helados. Era lo que tenía habérselo prometido como recompensa a la pequeña si merendaba toda la fruta. Sé que no le gustó demasiado. En parte por lo perezoso que es siempre para ir a los recados, pero especialmente porque ello supondría dejarnos a solas. Yo en su lugar estaría igual de incómodo, o eso creo.

Aprovechando que la niña iba con él, Eva y yo disfrutamos por fin de unos minutos de calma en aquella ajetreada tarde. Yo que no soy mucho de sol, me senté en mi silla debajo de la sombrilla, mirando hacia el mar,  y Eva, con la excusa de secarse bien, pero más que nada por su obsesión por el bronceado, se tumbó a escasos metros delante mía, transversalmente, con la cabeza algo ladeada, exhausta, mojada, y permitiéndome recrearme con total libertad en su cuerpo. Seguramente no fuese así, pero quise imaginar que había una doble intención en ella. Me excitaba pensar que ella estuviese jugando, que se estuviese excitando al saber que podía ser observada por mi sin ningún tipo de reparo ni disimulo.

Sé que optó por aquella posición concreta, dado que era la que a esa hora de la tarde correspondía para que el sol le coincidiese justo de frente -las mujeres que se preocupan mucho de esas cosas por aquello de no broncearse más de un lado que del otro- , pero yo no quería dejar de imaginarme lo que podría estar pensando en aquel preciso instante.

Ella no me miraba directamente, por tanto no podía saber si yo la miraba a ella o no, pero justamente eso era lo que lo hacía todo tan morboso, o al menos a mi me lo parecía.

Saber que ella sabía que yo podía mirarla; saber que aún siendo así lo aceptaba pues en caso contrario hubiese adoptado otra postura con la que vigilarme más directamente; saber que ella estaba lo suficientemente cómoda como para relajarse sabiendo que yo podía mirarla; imaginarme que se sintiese excitada al saber que yo me fijaba en ella; imaginarme que tal vez al llegar a casa, en la ducha, se masturbase pensando en mi. Buff.. mi erección era tremenda y difícilmente podría ocultarla si por cualquier motivo me veía obligado a levantarme de la silla.

Ahora que estaba libre de toda vigilancia, y queriendo disfrutar de esa suerte de permiso que mi calenturienta mente quería ver donde seguramente no existía, me recreaba fijándome detenidamente su cuerpo, intentando grabar a fuego en mi retina aquella imagen por cuya consecución, tanto había conspirado.

No voy a decir que me hubiese sabido a poco el descubrir sus pechos desnudos, porque no era así, pero ciertamente, analizándolo fríamente, mi excitación no se debía tanto al hecho en sí de verle las tetas, sino a todo ese cúmulo de sentimientos cruzados en los cuales nos habíamos visto inmersos. Como ya había comentado antes, físicamente hablando Eva en absoluto era una de esas mujeres voluptuosas en las que uno se termina fijando sí o sí. Era muy guapa, eso sí, pero a diferencia de su hermana que ciertamente era un poco más exuberante, Eva era una chica delgadita, bien compensada, con un pecho más bien pequeño. Una talla 85C para ser más precisos; y sí.. lo sé con precisión pues en más de alguna ocasión su hermana le había regalado conjuntos de lencería.

Me agradó comprobar, eso sí, como coronando la cúspide de sus senos lucían orgullos, erectos, bien posicionados, unos pezones tostaditos por el sol con los que apetecía entablar un juego de pellizcos. Tenía unas tetas normales y corrientes, bonitas y proporcionadas, como era de esperar, como perfectamente intuía, pero el poder comprobarlo por mi mismo, el poder certificarlo fidedignamente, me enchía de orgullo y satisfacción.

Mi tensión sexual seguía en aumento, mientras repasaba cada detalle de su cuerpo. Mis ojos discurrían por su canalillo, bajaban por su vientre, intentaban colarse por debajo del elástico de su braguita, esperando que en algún movimiento la telilla se separase unos milímetros permitiéndome avanzar hasta su pubis. Sabía que nada me encontraría allí, pero aún así me gustaba fantasear con la idea de ese descuido.

Por comentarios con su hermana, acerca de la clínica de depilación laser a la que ambas acuden, suponía, más bien estaba en condiciones de casi asegurar, que Eva llevaba el sexo depilado integralmente.

Si tuviese que apostar, lo haría sin miedo a perder y diría que de poder bajarle la braguita descubriría ante mi una rajita totalmente limpia, impoluta, empapada de deseo; bueno, eso más bien no lo apostaría, sino que simplemente lo desearía.

Me la imaginaba acariciándose el sexo con su mano derecha, con esos dedos largos y estilizados que tenía, proporcionándose el más íntimo de los placeres, masturbándose pensando en lo sucedido aquella tarde, sabiéndose deseada, recordando el rubor en sus mejillas, recordándose húmeda a la vez que avergonzada, por descubrir que le gustaba que yo la mirase, me la imaginaba reprimiendo los gemidos de su orgasmo, para que Carlos continuase totalmente ajeno a su más oscuro e íntimo placer.

Eva se volteó para que el sol le dorase la espalda. Aprovechando el giro, dirigió su mirada hacia mi, seguramente sin ninguna oscura intención, pero yo excitado como estaba en aquel momento, quise ver en sus ojos un gesto de complicidad, como si me buscase, como si quisiese estar segura de que yo la miraba. No intenté disimular y continué mirándola, tal y como llevaba haciendo un buen rato, aunque ella no pudiese estar segura de ello.

Rápidamente ladeó la cabeza hacia al otro lado, seguramente por comodidad suya, tal vez para que pudiese continuar con mi juego -quise pensar yo-. Analizaba su espalda libre de marcas, señal de que era costumbre en ella estar así de libre, y continué bajando hacia la prominencia de su trasero. Como si una conexión mental nos estuviese uniendo en aquel preciso momento, como si ella también quisiese jugar, como si fuese algo de lo más inocente -casi seguro era esto último con toda seguridad-, sujetó los laterales de la exigua tela de su braguita, y estirándolos, se la encajó todavía más entre las nalgas simulando ser un tanga en toda regla.

Lo hizo con delicadeza, sin prisas, asegurándose de hacer una doblez perfecta, descubriendo la mayor parte de glúteo posible, separando ligeramente las piernas para hacerle acomodo a la telilla cerca de su ano, sin preocuparse en exceso de que yo estuviese allí. Era algo natural.

Hubiese dado lo que fuese porque la posición fuese a la inversa de como estábamos; es decir... que en lugar de tener la cabeza hacia mi lado y los pies hacia el opuesto, se hubiese tumbado con las piernas abiertas hacia mi, lo que me hubiese permitido ver con mucha más nitidez su protegido tesoro. Obviamente, ello hubiese sido una desfachatez imposible de justificar en modo alguno. Sería absurdo que se colocase cabeza abajo, pero aún así, no sabéis lo que me hubiese gustado que las circunstancias hubiesen sido otras.

Igualmente me deleité un par de minutos que me parecieron eternos fijándome atentamente en la voluptuosidad de su culo. Siempre había tenido un buen trasero, y sabía como sacarle buen partido. Deleitándome en él estaba, imaginándome lo que sería perderse entre sus glúteos, cuando a lo lejos comenzaba a asomarse la silueta de Carlos. Venía con la pequeña en brazos; seguramente se le vendría quejando de que la arena quemaba.

Todavía tardarían un par de minutos en llegar a donde nosotros estábamos. Todavía podría alargar aquel juego autoimpuesto un ratito más. Excitado como estaba, comenzaba ya a pensar irremediablemente en lo mucho que me apetecía masturbarme. Tenía claro lo que quería hacer. Tenía claro que no quería que acabase aquel día sin que el recuerdo de una maravillosa paja pusiese el broche a aquel plan que tan bien había salido. Podría esperar a llegar a casa, pero no tendría el mismo simbolismo. Tenía que ser allí, cerca, antes de que acabase el juego.

Pensé por un momento que podría ir al baño en busca de un poco de intimidad, pero entre lo escrupuloso que yo soy, y lo poco presentables que suelen estar los baños públicos en las playas, desistí rápidamente. Mi juego se merecía algo mucho mejor.

Supe que lo mejor sería adentrarme en el mar. No era la primera vez que jugaba a esto con mi mujer. Nadar hasta alejarme de la orilla lo suficiente como para que nadie se percatase, y allí, en mitad del océano, dar rienda suelta a la tensión sexual acumulada a lo largo de toda la tarde.

Tentando estuve a hacerlo ya, pero viendo que Carlos se acercaba, quise ver cual era la reacción de su rostro al ver que Eva se había tumbado, digamos, tan relajadamente.

-Ahí vienen ya, y mira, Carlos sin aliento; comenté en voz alta a Eva, más que nada para que supiese que su chico estaba a escasos metros.

Eva se incorporó ligeramente, comprobó como efectivamente venían de camino, y respondió con un comentario irrelevante que ciertamente no alcancé a oír muy bien; sería por estar pensando en otras cosas.

Recuerdo ese preciso instante en el que nuestras miradas se encontraron, ella tumbada, culo arriba, y yo mirándola directamente.

Si hasta el momento -y ya sé que seria casi imposible no haberse percatado de ello- hubiese podido estar pensando que yo no me había fijado, que hubiese podido estar despistado con mi libro, o con los ojos totalmente cerrados buscando dar una cabezadita, ahora era más que obvio que sí, que la había visto, que me había dado cuenta de cómo se había recolocado la braguita, que había podido disfrutar de la imagen de su culo en tanga. Me excitó ser consciente de que ella lo sabía sin ningún lugar a dudas.

Quería ver cual era el comportamiento de Eva ante la inminente aparición de Carlos. En uno de esos fogonazos mentales, pensé que lo más probable sería que se recolocase la braguita. Sé que no tenía mayor importancia, pero el haberlo hecho hubiese significado reconocer por su parte, que sí, que algo de importancia sí tenía.

Pensé después que eso era una gilipollez. Seguramente Eva no le estuviese dando ningún doble significado a todo lo vivido aquella tarde, y que todas mis calenturientas interpretaciones no eran más que parte de mi juego sexual.

Finalmente, todo quedó en un punto un tanto ambiguo, pues a escasos metros de nuestra posición, la pequeña se apeó de los brazos de Carlos y fue corriendo ya en busca de su tía para enseñarle los helados que acaba de comprar. Inmediatamente Eva tuvo que incorporarse, rompiéndose la magia de aquella instantánea.

Si bien es cierto que Eva no se molestó específicamente en volver a colocarse su escueta braguita del modo más comedido posible, cierto es también que por inercia, nada más incorporarse, el plieguecillo de tela abandonó aquella posición original en lo más profundo de sus glúteos para intentar volver a su postura original. Fuese como fuese, lo que también era más que seguro, es que desde la escasa distancia a la que Carlos se encontraba, había podido percatarse perfectamente de lo sucedido en su ausencia. Por la abrupta interrupción de la pequeña no pude analizar con detalle la expresión de Carlos, no pude dilucidar en su gesto si se había sentido más o menos contrariado al saber que a su chica no le había importado mi presencia para sentirse relajada y con la suficiente comodidad como para rebajar su nivel de pudor.

Tomé mi helado apresuradamente y confiando en que la holgura del bañador fuese suficiente para disimular mi erección, me levanté rápidamente casi sin darles tiempo a reaccionar.

-Voy a pegarme el último, vengo ahora.

Y me adentré en el mar para poder certificar aquella tarde gloriosa.

Mientras nadaba mar adentro, distintas instantáneas de Eva retumbaban dentro de mi cabeza. El recuerdo de sus pequeños pechos, el plano general de su torso, mirándome, sonriéndome, sin pudor; la silueta de su trasero ofreciéndose carnoso, protegido no más que por aquella delicada barrera de licra; la fantasía de su sexo depilado, húmedo, salado.

Ya estaba lo suficientemente alejado del bullicio. Desde lo lejos, tan solo se divisaría mi cabeza flotando en mitad del mar. Tenía total libertad.

Aflojé el cordón de mi bañador, deslicé mi mano en su interior, y rítmicamente comencé a masturbarme reconstruyendo mentalmente todo lo sucedido aquella tarde.

No necesité más que uno o dos minutos. Tal era el grado de calentura que llevaba que mi orgasmo no tardaría en explotar.

Me relajé flotando con la mirada perdida hacia el cielo, cerré los ojos, saqué mi polla fuera del bañador para no mancharlo innecesariamente, y continué estimulándome hasta que un latigazo de placer me atravesó la espalda provocando una explosiva eyaculación. Imaginaba a Eva tumbada bronceándose, mientras yo de pie, descargaba mi esperma sobre ella.

Me mantuve allí flotando unos segundos más, disfrutando del buen sabor de boca que me había dejado aquella jugada maestra. Recobré la compostura, limpié los restos que habían caído sobre mi vientre con la propia agua del mar, y tomé rumbo de vuelta hacia la arena.

Apuramos los últimos rayos de sol de la tarde, terminé de secarme ahora ya un poco más relajado, nos echamos unas risas recordando lo embarazoso de aquel encuentro, ¿casual?, y de la conversación extraje algunas pinceladas que me hacían deducir que aquello había sido el comienzo de una etapa, digamos, distinta.

No es que ninguno de los dos hubiese insinuado lo contrario, pero yo también quise asegurarme de dejarles leer entre líneas que no tendría ningún tipo de problema en contarle a mi mujer lo sucedido aquella tarde. Es más, quería que lo supiese. Tal vez se despertase en ella algún tipo de resquemor, pero era un movimiento más de aquel juego.

Seguramente por haber aliviado mi calentura, mi cabeza empezaba ya a pensar con algo más de lucidez y comencé a imaginarme lo que podría ser el próximo día que acudiésemos todos juntos a la playa, ahora ya con Elena.

¿Se repetiría esto?, ¿Estaría yo dispuesto a que Carlos disfrutase de los encantos de mi mujer?; ¿Me sentiría yo incómodo?. Se abrían preguntas para las cuales todavía no tenía respuesta.

Comenzamos a recoger los trastos, Eva se vistió poniéndose no más que un short vaquero y una camiseta de tirantes, y enfilamos cada uno el camino de regreso.

Mientras conducía, pensaba en la mejor estrategia para contarle lo sucedido a Elena, intentando anticiparme a la que suponía sería su reacción, fantaseando sobre lo que podría ser el futuro, y por momentos temiendo que esto terminase causando algún tipo de fricción en la familia.

Tal vez el próximo fin de semana, pudiese terminar saliendo de dudas.