Intriga en la Universidad

Los esfuerzos del Decano por conseguir separar a Rino y Arnela, así como por fastidiar a Oli, a quien cree responsable en parte, no tienen límite... pero se pueden volver contra él.

Oigo como solloza muy bajito, y me vuelvo. Está dormida, mi Irina… pero está llorando. La verdad que no me extraña, la verdad que también tengo ganas de echarme a llorar yo, ojalá pudiera decir que no sé lo que le pasa, pudiera pensar que sólo tiene un mal sueño, pudiera despertarla y consolarla, pero, para nuestra desgracia, lo sé perfectamente, sé que no es un mal sueño, sino una mala realidad… de todos modos, me arrimo más a ella y la abrazo contra mí. Mi mujer se despierta al notar mi abrazo, se da cuenta que ha estado llorando y se acurruca contra mi pecho, abrazándome a su vez, y oigo como sonríe pese a su tristeza. Sé que Irina es fuerte, pero yo estoy harto de verla sufrir y de sufrir yo también.

Me llamo Oliver, Oli me dicen, y soy bibliotecario. Y llevo varios meses trabajando más de doce horas diarias, desde Enero, que mi ayudante, Arnela, fue despedida. Arnela es la sobrina del Decano de la Universidad, es una chica estupenda, muy trabajadora, tímida y estudiosa, que nunca se había apartado de los mandatos de su familia… hasta entonces. La pobre no tuvo más ocurrencia que enamorarse como una colegiala del gamberro institucional de la universidad, Marino Ribeiro, un motero al que llaman Rino el Rompebragas, quien, por si fuera poco, no había tenido bastante con engatusarla, que además tuvo que corresponderla. Que yo estuviera enterado, llevaban cosa de un año viéndose en secreto, hasta que Rino se cansó de ser el amante secreto y le dio un ultimátum a Arnela: o le confesaba a su familia en general y  a su tío en particular que eran pareja, o todo se acababa… de hecho, finalmente Rino no había tenido mejor idea que ir a ver al Decano con Arnela… llevando a ésta a hombros, como quien lleva una oveja. Ese chico será un genio en Teleco, pero nunca se ha distinguido por su sutileza.

¿Qué hizo el Decano? Lo primero de todo, escandalizarse, y segundo encararse con su sobrina, pidiéndole, rogándole que le dijese que ese gamberro mentía, que no eran novios, que no eran pareja, que no eran nada… que no eran amantes, como él declaró. Arnela lloró y confesó que todo era cierto, que quería a Rino y que si a su tío o a su familia no le gustaba, le daba igual, porque no le pensaba dejar. El Decano montó en cólera y dijo que si esa era su opinión, se iba a desentender de su familia, pero para todo, no sólo para lo que a ella le conviniese… de modo que la echó de la Residencia de estudiantes, donde vivía con beca, impugnó la beca y la despidió de su trabajo como ayudante de biblioteca. Hasta donde yo sé, vive en una pensión cerca de la universidad. Pudo haberse ido a vivir con el Rompebragas, pero por algún motivo, no lo hizo… y yo me he quedado sin ayudante, y el Decano piensa que yo tengo parte de responsabilidad en lo de Arnela, que debí haberle prevenido cuando los vi juntos, que debí avisarle cuando supe, cuando simplemente sospeché que Rino iba detrás de su sobrina. Yo me defendí, lógicamente… pero creo que no estuve muy acertado.

-Señor Decano… yo no estaba enterado, no lo estuve nunca, de si su sobrina y ese chico mantenían algún tipo de relación – mentira gorda, sí lo sabía, pero nunca he sido de ir a nadie con chismorreos – pero aún cuando lo hubiera sabido, yo soy bibliotecario, no portera.

-¿Qué me quiere decir….? ¿Que de haberlo sabido, no me lo hubiera contado? ¿Qué prefiere quedar como el cómplice de una violación, antes que como un chismoso….? – Intenté excusarme, decir que a su sobrina nadie la había violado, pero el Decano me cortó - ¡No se esfuerce, ya sé que no lo entiende, usted lo mira desde la postura egoísta de aquél que es padre de dos varones, usted NUNCA va a saber lo que es criar a una niña, lo fácilmente que pueden desgraciársela!

Casi meto la pata hasta el corvejón diciendo que nadie había hecho desgraciada a Arnela salvo su propia familia, que ella era muy feliz con el Rompebragas… pero me callé a tiempo. Pero de poco me sirvió, el daño ya estaba hecho. Desde entonces, tengo al Decano pegado a mi nuca como una garrapata, fiscalizando todo lo que hago y deshago, buscando la más mínima excusa para echarme a la calle… y haciéndome trabajar más de doce horas seguidas, ya que no tengo ayudante y ha atemorizado a todos los bibliotecarios suplentes y de otras facultades para que no se les ocurra quitarme ni esto de trabajo, antes bien me carguen a mí todo lo que encuentren. De modo que hace meses que salgo de casa a las seis y media de la mañana y regreso cerca de la medianoche, porque aunque la biblioteca se cierre a las nueve, siempre queda papeleo, fichas, correos que enviar, libros por ordenar… cosas que antes hacía una vez por semana, o que hacía Arnela por mí y yo sólo supervisaba, ahora las hago yo, y todos los santos días, porque como el Decano descubra un solo libro fuera de sitio, le va a faltar tiempo para darme la patada. De momento, lo voy consiguiendo, en todos estos meses no ha podido reprocharme nada… pero yo no sé cuánto más podré aguantar. A él le basta con sentarse y esperar que yo cometa un fallo, y el tiempo juega de su lado… Por primera vez desde los dieciocho años, estoy quemado de mi propia biblioteca. He vuelto a casa pasadas las doce de la noche, y mi Irina aún estaba despierta, o todo lo despierta que puede estar levantándose a las seis y bregando con gemelos y su tercer embarazo,  y me tenía preparada cena, y todo eran mimos para mí… y ahora, estaba llorando en sueños, porque no puede decirme lo triste que está, que me echa de menos, que quiere pasar más tiempo conmigo…

La abrazo, acariciándole la cara para secarle las lágrimas, y acaricio su pancita de seis meses, casi siete, mi Irina me sonríe y me devuelve las caricias, con la barbilla temblándole, y no puedo dejar de pensar que me estoy perdiendo su embarazo, a ella, a Román y a Kostia… adoro mi trabajo, o… o lo adoraba antes de que me robase la vida, pero, ¿merece la pena seguir en él, si no me permite vivir? Sé que Irina lo piensa, pero jamás me dirá algo así. A veces, creo que tiene celos de la biblioteca, de que quiera más a los libros que a ella… No es así, puedo jurarlo. Pero es cierto que me duele el corazón cuando pienso que, o cambian mucho las cosas o… o tendré que buscarme otro empleo.


Si hubiese conservado la capacidad de pensar en palabras, Virgo hubiera pensado que la noche y los terrenos eran para él, que le pertenecían igual que el cuarto de lavandería donde trabajaba, que cada centímetro de terreno, de los bosques que colindaban con la Universidad, eran suyos como jamás serían del Decano, ni de la Guardia Civil que allí tenía un cuartel, ni del pueblo cercano, ni de los cazadores del coto… ni de nadie. No obstante, no le hacía falta pensar en palabras, las sensaciones que le embriagaban, ya le producían exactamente la misma impresión.

Virgo trotaba en forma de lobo, como hacía cada luna llena desde su metamorfosis. Hasta no hacía mucho, Roy, a quien llamaban Virgo, había sido un chico humano anodino y sin nada de particular. Era el lavandero de la residencia femenina de la Universidad y era razonablemente feliz pasando su vida entre las lavadoras y la ropa perfumada, hasta que se enamoró desesperadamente de Cometíos Coral, o Loba Coral… o Coral Junior a secas. La hermosa joven había resultado ser una licántropo, y a pesar que un primer momento no tuvo gran interés por Virgo y hasta barajó la posibilidad de comérselo para que la dejara en paz, su brutal modo de tener sexo la había conquistado y, con mayor o menor agrado por parte de la familia de la joven, pero se habían unido, y Coral lo había convertido en licántropo.

Junior, que había crecido siendo licántropo, disfrutando de una fuerza y vigor, así como de agudeza de sentidos desconocidos por la especie humana, y que había corrido en forma animal o híbrida desde la preadolescencia, no necesitaba ya salir cada mes a disfrutar de esa forma y esa libertad, sólo ocasionalmente le gustaba pasearse y cazar algo… pero Virgo siempre había sido un niño larguirucho, y más tarde un chico muy largo y un poco torpe, que había soñado toda su vida con ser ágil y fuerte. Ahora que lo había conseguido, y de una manera más radical de lo que se atrevió a soñar jamás, tenía que disfrutarlo, explotarlo… Junior lo comprendía y se limitaba a dejar abierta una ventana de la planta baja de la casita donde vivían juntos, para que pudiese entrar de un salto al volver. Pero hoy… lo estaba acompañando.

Virgo no la veía. Mejor dicho, sí la veía, pero no con los ojos, la veía con la nariz. El aroma de Junior, caliente y salvaje, a tierra mojada y lilas, y un poquito a agua estancada, se expandían a su alrededor, de modo que aunque no estaba en su campo visual, sabía exactamente dónde estaba. El color negro y purpúreo, con el suave tonito de verde oscuro por debajo, casi brillaba por allí. Junior estaba tras él, a unos seis metros, hacia la izquierda, tras un árbol. Y había excrementos de conejo en el suelo. Frescos, de hacía como media hora. Y la jara que había a la derecha, estaba en flor. Y hacía sólo un par de horas había pasado por allí una jabalina, que llevaba a… tres jabatos. Y había una cierva a menos de diez minutos de allí. Y…

Así era ver con el hocico. Era ver en cuatro dimensiones, porque veías no sólo lo que estaba allí, sino también lo que había estado, y en ocasiones, también lo que iba a estar, lo que se estaba acercando… no importaba que tus ojos vieran en blanco y negro, cuando tu nariz veía un espectro que estaba más allá del alcance de los sentidos humanos. Virgo al principio, se había sentido abrumado por tanta información al mismo tiempo, le era imposible mantener la atención, no digamos ya seguir un rastro… era como intentar encontrar el sonido de una campanita, en medio de un restaurante lleno de ruidos de platos, cubiertos, conversaciones, con tres coristas cantando en el escenario, oyendo los gritos de las comandas de la cocina y el tráfico de la calle. Pero poco a poco, lo había ido consiguiendo, apartabas lo que no te interesaba, y seguías el rastro que querías… y hoy buscaba un rastro en particular.

Virgo sabía bien cómo olía, y era fácil encontrarlo. Era mucho más fácil oler algo así en un bosque, que en una ciudad, porque en la ciudad, se confundiría con otros cientos de miles… Virgo buscaba un coche. Un coche negro y grande. Bajo su forma de lobo, no había más detalles en su cabeza, no había marca, ni modelo… pero no hacía falta. Y además, ya lo había encontrado otras veces y sabía bien dónde aparcaba. El sitio cambiaba, pero la zona era más o menos la misma. Detectó el olor a gasolina quemada, se notaba, empezaba como una estelita gris, y de repente llenaba todo, un velo de color gris sucio, de olor a gasolina, a goma recalentada de neumáticos, con rebordes amarillos de olor a jabón y cera de los más caros, y dentro… dentro olía a colonia cara, a ambientador de pino, a colonia de frutas, y a calor, saliva, sudor y sal. Lo había encontrado, allí estaba. Algo más alejado de lo normal, pero allí estaba, y echó a correr hacia él. Se detuvo a una distancia segura. Sabía que no le veían desde dentro del coche, en primera porque estaban muy ocupados allí dentro, y en segunda porque estaba muy oscuro aquí fuera, pero desde su distancia, podía oír la radio del coche, y la hubiera oído aún con limitados oídos humanos. “Ya no siento nada al hacerlo contigooo…”

Junior llevaba ropas grises y el rostro tiznado de barro. Estaba en forma híbrida, lo que le permitía seguir a Virgo con toda agilidad y silencio, pero le posibilitaba el uso prensil de las manos y el dominio completo de su cerebro. Bajó de un salto del árbol en el que estaba y de otro elástico salto, alcanzó las ramas bajas del siguiente, y trepó. Desde allí, dominaba el coche, y su interior. Sacó la cámara sonriendo. Virgo había hecho bien en avisarla, cuando, días antes, le había contado lo que había creído oler…


-Arnela… Nelita…

-¡Hah! ¿Qué, qué…?

-Que te has vuelto a dormir… - sonrió Rino  Rompebragas. Había invitado a desayunar a Arnela en la cafetería de la Universidad, como hacía prácticamente todos los días, porque el sueldo de ella, era para pagar la pensión y su carrera. Rino contaba con ayuda de sus padres, no mucha porque desde que se independizó a los dieciocho años, al comenzar la carrera, había querido componérselas solo, pero siempre caía algo… coladas, tuppers llenos de comida, un extra al inicio de curso para ayuda de la matrícula… Arnela no tenía nada de eso. Ni siquiera le habían dejado trabajar en la cafetería de la Universidad, su tío el Decano había dado orden de que nadie le diese trabajo, así que la joven trabajaba concertando citas por teléfono para demostraciones de aspiradores para coches… No era un gran salario, pero el trabajo sí era bastante duro, pues si no llegaba a un mínimo de citas, la echaban a la calle, y si el comercial no vendía un mínimo de aspiradores, prácticamente no cobraba. Su trabajo quedaba lejos de la pensión y de la Universidad, lo que la obligaba a levantarse muy temprano, perder mucho tiempo en el transporte público (que utilizaba para estudiar), perderse siempre alguna que otra clase para llegar a tiempo al trabajo, y acostarse muy tarde. Llevaba varios meses así, y estaba agotada, y lo que era peor: estaba empezando a bajar el rendimiento de estudios.

Rino lo sabía, y le había sugerido que se mudase con él, así al menos, se ahorraría el dinero de la pensión,  él pagaba un alquiler subvencionado para estudiantes que era una risa, y su pisito quedaba muy cerca de la universidad, podría trabajar sólo media jornada, buscarse algo más cerca… o hasta dejar de trabajar si le apetecía; con las chapuzas de Rino (estaba sin contrato en una empresa de mensajería, usaba la moto para las entregas. Algunos fines de semana ayudaba a servir copas en el bar de roqueros al que le gustaba ir, y muchas tardes de verano o festivos, se acercaba a la pizzería o a la tienda de kebabs a entregar pedidos), ni hacía verdadera falta que trabajase… pero Arnela se negó en redondo. Según decía, no quería pasar de ser una mantenida con sus padres y su tío, a ser una mantenida con su novio, tenía que demostrar a su familia, y a sí misma, que era capaz de valerse solita. A Rino le gustaba ver que tenía orgullo y que estaba dispuesta a enfrentarse a su despótica familia, pero le dolía verla siempre tan cansada. Ni para follar tenía fuerzas…

Hacía unas semanas, Rino se había colado en su pensión a escondidas, era viernes, cerca de medianoche, y tenía ganas de jugueteo. Pero Arnela, que había llegado a casa no hacía un cuarto de hora, estaba tirada boca abajo en la cama, tapada sólo con el cobertor, vestida y dormida como un tronco. Sólo se había quitado las botas. Rino intentó despertarla primero con besos y más tarde metiéndole directamente mano, pero Arnela le suplicó que la dejara dormir, “sólo un ratito…” le había dicho “me llamas en media horita, pero déjame un ratito…”. Rino no tuvo corazón para despertarla, la desnudó para que durmiese cómoda y la dejó dormir… pero mirando su cuerpo desnudo, se cascó una buena gallarda tumbado a su lado. Luego, como era así de cotilla, estuvo mirando sus cosas, su cartera, sus carpetas… Tenía un par de fotos de él que llevaba siempre encima, y en el reproductor mp3, tenía grabadas las lecciones, para oírlas una y otra vez y aprendérselas… un poco de música clásica… y… ¿El Dúo Dinámico? Rino tuvo que taparse la boca para no soltar la risa, ¡¿pero qué hacía Arnela escuchando al dúo geriátrico, por favor, si ella quería ser notario, no paleontóloga…?! Se estuvo riendo hasta que se durmió. Y también sonrió al despertar, cuando Arnela le sacó del sueño con besitos en la cara y caricias en la polla.

Ahora mismo, frotándose los cansados ojos, sentada frente a él en la cafetería, tomándose un café sólo tibio, y un trozo de tarta de manzana, no parecía estar de tan buen humor como aquélla mañana, ni tener ganas de nada, salvo de meterse en una cama calentita y caer en coma durante unas doce horas. Quizá por eso reaccionó tan lentamente cuando la vio.

-Hola, Rino, ¿te acuerdas de mí…? – era una chica morena, muy joven, más que Arnela, de grandes ojos verdes que destacaban mucho bajo su cabello oscuro. Se colocó junto a la mesa y puso la mano derecha en el hombro del Rompebragas, quien intentó hacer memoria… pero entonces reparó en la otra mano de la chica, que estaba posada sobre una gran panza de embarazada.

-¡¿LUZ?! – dijo Rino, y la citada sonrió, con la cara iluminada de alegría, dándose palmaditas en la tripa. Sólo entonces Arnela pareció darse cuenta. Y también Rino se la dio – Estás… no… no… ¡NO! – gritó, levantándose de la mesa, como si la silla quemara.

-Rino… - el nombre, había salido de la boca de las dos chicas, pero la frase sólo la continuó Arnela - ¿Quién es esta chica, por favor?

-Soy su novia, ¿no se ve? – contestó Luz. Arnela tenía lágrimas en los ojos, pero también una mirada asesina, y Rino negó con la cabeza, con los brazos, y con todo su ser.

-No… ¡Arnela, no, te juro que no! ¡Por mi padre, que no he vuelto a las andadas!

-Rino, ¿quién es esta chica? – sollozó ahora Luz.

-¡Soy LA ESTÚPIDA! – gritó Arnela sin poder contenerse - ¡Y tú eres un…. Un…. CABRITO! – Arnela no había dicho una palabrota en su vida, y se sonrojó violentamente al decir aquello, pero Rino no pudo verlo, porque Arnela le tiró el café a la cara, el plato de tarta, la otra taza de café y el azucarero, y se marchó corriendo, llorando por más que intentaba contenerse.

-¡Arnela, espera! ¡Te juro que no es mío, espera, no te marches…! – Pero Luz cogió del brazo a Rino para impedir que fuera tras ella, y el camarero le cogió del otro brazo, porque alguien iba a tener que pagar todo el destrozo.

-¡No te marches…. Rino, tu novia soy yo, tú me lo dijiste, dijiste que me querías…!

-¡No quieras correr tanto, galán, hay que ver antes quién me paga la vajilla rota!

Sujeto por los brazos y con una chica que afirmaba llevar en su tripa a su futuro hijo, Rino, empapado de café, crema, trozos de manzana y azúcar,  se derrotó; no tenía caso intentar seguir a Arnela ahora, más valía aclarar el enredo. “Necesito ayuda, pero ¿a quién recurro yo?”, pensó. Sus amigos, eran compañeros de juergas, no tipos a los que se les pudiera pedir ayuda para algo tan serio, habría que esperar cuatro semanas a que terminasen de reírse. Pensó en Virgo, el lavandero, y Coral, su novia, eran buenos amigos suyos,… pero también lo eran de Arnela, sobre todo Coral, sin duda su novia iría primero, y tan pronto Coral lo viese aparecer, lo abría en canal… necesitaba a alguien neutral… y entonces, se le ocurrió.


-Gamberro sinvergüenza, desalmado sin corazón… ¡Te tenía por un calavera, pero además eres un canalla!

-¡Que no es mío!

-¡Claro que no, será del Espíritu Santo, que se dedica a eso! – Aquello era un golpe bajo por parte del señor Oliver, el bibliotecario, porque yo había interpretado el papel de Anunciación en la obra de Navidad, a efectos prácticos, de Espíritu Santo… maldije mil y mil veces mi fama de Rompebragas. El bibliotecario no había tenido necesidad de preguntar, simplemente me había visto junto a una chica preñada, y había sacado la conclusión lógica, y ahora no había quien le hiciese caer del asno.

-Señor Oliver, por favor, ¡necesito ayuda! -  gritábamos en susurros, estábamos en el despacho del bibliotecario, Luz se había quedado fuera, sentada en una de las mesas de la biblio, ojeando un libro. Había pocos estudiantes en la sala, pero de todos modos, yo había entrado por la parte de atrás, por la salida de incendios, para evitar que nos vieran, o de lo contrario, dentro de diez minutos, toda la Universidad y media Europa andarían diciendo que el Rompebragas iba a ser papá.

-Ayuda. Tú dices que necesitas ayuda… ¡la que necesita ayuda, es esa pobre chica, a la que le has destrozado la vida! ¡Y Arnela, que como la vea, le dará un infarto! ¡Entonces, a lo mejor, sí que necesitas ayuda, porque te va a querer destripar, y a mí no me pidas entonces ayuda, porque lo único que haré será sujetarte, para que ella se despache a gusto!

-Arnela ya la ha visto. – el bibliotecario enmudeció y negó con la cabeza, sin duda pensando en el disgusto que tendría el ratoncito de biblioteca, y me miró con verdadero asco. Siempre he pensado que el señor Oliver tiene muy poca sangre en las venas, por eso había recurrido a él… si alguien podía escucharme, era él… pero en aquél momento, me pareció que sólo algún pretexto lo frenaba para cruzarme la cara, y al parecer, ese pretexto se estaba volviendo cada vez más flojo. Tenía que explicarle, ALGUIEN tenía que escucharme. – Señor Oliver, por favor… tiene usted que creerme, NO es mío.

-¿Y eso, cómo lo sé? ¿Cómo lo sabe ella, cómo lo va a saber Arnela? ¿Me vas a decir que nunca te has acostado con esa chiquilla?

-Sí, lo hice, lo admito, ¡me acosté con ella! – me golpeé la cabeza contra la pared del despacho de pura impotencia - ¡Claro que me acosté con ella, pero de eso hace más de año y medio! ¡Es lo que llevo dos horas intentando decir! – el señor Oliver me miró con sospecha. Quería creerme, pero mi fama era más fuerte – Fue poco antes de lo de Arnela. Apenas una o dos semanas antes. La conocí en un bar, cerca de aquí, y me la llevé a mi casa. Estuvimos juntos unos días, cuatro o cinco días. ¡Y sí, tuvimos sexo! Luego… le dije que se había terminado, que yo estaba enamorado de otra persona y que no podía continuar con ella. Y me pidió que le dijese que la quería, que si no fuese por la otra, yo me quedaría con ella. Claro está que se lo dije, ¿por qué no, si eso la hacía feliz? No comprometía a nada… pero mire, señor Oliver – me levanté y le enseñé la cartera, el bolsillito, donde siempre llevo cuatro o cinco condones, y el bibliotecario apartó la vista, Jesús, ¿cómo ha tenido críos un tío que se sonroja mirando un guardaleches? – SIEMPRE llevo, y SIEMPRE los uso, ¡pregunte a quién quiera! Con ella también los usé, pero ya le digo que aunque no fuese así, por tiempo, NO puede ser mío. No puede estar preñada de ocho meses…

-¡Embarazada, no “preñada”! ¡Que no es una perra…! – el bofetón me dio como un rayo, en toda la oreja, y me hizo daño. El bibliotecario estaba de mí hasta los cojones, pero la verdad que le agradecí el hostión… no sé porqué, pero me sentí mejor.

-Perdón… no puede estar embarazada de ocho meses, cuando yo dejé de verla hace ya veinte. No puede ser mío, palabra de honor, señor Oliver, que desde que estoy con Arnela, no he vuelto a acostarme con ninguna chica más. ¡Ni siquiera la vez que nos enfadamos! Se lo juro, señor Oliver… ¡tiene usted que ayudarme!

El bibliotecario me miraba con cara de cabreo.

-Ayudarte… vamos, que quieres que te libre de esa pobre chica, o incluso que hable yo con Arnela y le diga que eres inocente… No eres más que un egoísta, ¿no se te ocurre pensar que esa chica, que no aparenta tener ni veinte años, va a dar a luz un bebé, y ni siquiera sabe quién es el padre? ¿Que no sabemos qué plantel de familia tiene, si tiene trabajo, si va a poder mantener a la criatura, si tiene siquiera donde dormir esta noche…?

-¿Ve por qué he venido a verle a usted…? – me mordí el labio, el bibliotecario tenía razón en todo – Usted es capaz de pensar, yo desde que la vi aparecer y Arnela me tiró a la café a la cara, no he sido capaz de hilvanar un pensamiento más de dos putos segundos. – el señor Oliver pareció aplacarse un poco. – Mire, sólo le pido que hable con ella. A mí no quiere escucharme, sólo sabe decir que es mío, y cuando le intento hacer ver que no es posible, se me echa a llorar, y aunque no se lo crea, me duele… yo también tengo mi corazoncito – el bibliotecario torció la boca, como si lo dudase muchísimo. – Sólo explíqueselo. Yo voy a ir a ver a Arnela a donde creo que puede estar, y vendremos aquí a aclarar todo el embrollo, ¿querrá?


“¿Quién me manda a mí a meterme en estos fregados? Yo es que soy imbécil, si no, no se explica esto, yo nací idiota y moriré idiota…” pensé, mientras Rino salía por una ventana de mi biblioteca para que la chica no le viera, y yo me dirigía a hablar con ella, haciéndola pasar a mi despacho.

-¿Dónde está Rino? – preguntó de inmediato. La miré. Era muy joven, como mucho tendría veinte años, y parecía muy desamparada… “¿qué haces tú con un bebé, hija, si tú misma eres una criatura? ¿Quién ha sido el malnacido que te ha hecho esto, y cómo has sido tú tan loca de dejártelo hacer…?”

-Ha ido a… siéntate aquí, ¿quieres? – dije, señalando el silloncito biplaza que tengo en mi despacho, y la verdad que suele servir más de “estantería supletoria” que de “mueble para sentarse”, pero hoy me venía bien tenerlo, ya ves. Me senté a su lado, y Luz me miró con curiosidad, como preguntándose qué pito tocaba yo en todo ese asunto. La verdad que yo mismo me lo preguntaba, por eso fui al grano. – Luz… te habrá dicho Rino que soy Oliver, el bibliotecario, y… mira, yo no soy Rino…

-De eso, no hay duda… - contestó, y creí entender que, en la comparación, yo salía mal parado. Pero no era momento para ocuparse de algo así.

-Lo que quiero decir es… que a mí me lo puedes contar. ¿Quién es el padre?

-Rino. – contestó sin vacilar, casi ni me dio tiempo a acabar la frase. La verdad que me recordaba mucho a Irina, aunque no se le pareciese en nada, y me recordaba también… a mi  hermana. Pero Rino me había pedido que confiase en él, y la verdad que yo le veía capaz de muchas tropelías, pero de algo así… me costaba creerlo.

-A ver… ¿cuándo fue la última vez que viste a Rino?

-¿Se refiere para… “eso”? – asentí – Hace como año y medio.

-Entonces, no puede ser el padre. – dije con suavidad.

-¡Sí que lo es! ¡Yo no me he acostado con ningún otro, tiene que ser suyo! – la chica rompió a llorar sin consuelo, y entendí qué quería decir Rino. Yo ni iba ni venía allí, y me destrozaba verla llorar con tanto sentimiento.

-Luz, yo sé que el Rompebragas es guapo, que tú le quieres… pero si hace tanto tiempo desde la última vez que… que os encontrasteis, es que no hay más… no puede ser el padre de tu hijo. Y aunque lo fuera… dime, ¿tú querrías obligarle a que estuviera contigo sólo por obligación?

-Él me quiere, me lo dijo, no estaría conmigo por obligación… le gusté para la cama, ¿por qué no puedo gustarle para lo demás?

Quise ponerle una excusa, disculpar al Rompebragas… pero antes, había cosas más urgentes.

-Luz, dime una cosa, ¿dónde estás viviendo?

-En un albergue. Allí cocino y limpio, y me dejan vivir y comer gratis…. Pero no me puedo quedar si tengo al niño, salvo que tenga a alguien que me ayude con él, a Rino, para que lo cuide mientras yo trabajo… si no trabajo, no me dejan quedarme, ya me lo han dicho. – “Ya apareció el peine.” Me dije.

-Vale. Entiendo que necesitas un marido, una persona que te ayude… pero eso, no es excusa para tirar del primero que te parezca. Necesitamos saber quién es el padre, él es quien debe hacerse responsable…

-No hay ningún otro, ninguno, señor… sólo Rino puede haberlo hecho, de verdad que no hay ninguno más. Nadie. – Luz negaba con la cabeza, y me pareció que tenía… miedo.

-Nada de lo me cuentes, va a salir de aquí. Dime, Luz… ¿Has hecho… “algo” con un hombre casado, quizá…? ¿Alguien que te pidió que no lo contaras?

La chica bajó la cara. Movió la cabeza ligeramente, podía ser un asentimiento.

-Pero él no ha podido ser, él no ha sido… No puede ser suyo.

-¿Por qué no?

-Lo hacía de modo que no me quedase en estado, siempre lo hacía…

-¿Usaba protección?

-¡Del todo! ¡Lo echaba fuera! Una no se puede quedar en estado cuando se lo echan fuera…. ¿le pasa algo?

Me decía eso, porque yo me había tapado los ojos con una mano.

-¿Quieres decir que… en el momento de… lo sacaba, y… y eyaculaba fuera? – Luz asintió - ¿y no te advirtió nunca, no sabía ese hombre que… bueno, “que antes de llover, chispea”? ¿Que antes de eyacular, el mismo líquido preseminal contiene espermatozoides que pueden… y que lo han hecho? – Luz negaba con la cabeza, mirando al suelo, como si se diera cuenta por primera vez que la habían engañado. Miró su tripa de embarazo y se echó a llorar. Intenté tomarla de los hombros, pero la joven dio un chillido.

-¡NO LO QUIERO! ¡Maldito embustero, soy una idiota….!

-No digas eso, Luz, no eres una idiota… eres una chica confiada, has pecado de inocente, eso es todo… - Luz seguía llorando, golpeándose las sienes, y de pronto la emprendió a golpes furibundos con su panza, y la frené las manos - ¡No! ¡Eso no, tu hijo no tiene la culpa….!

-¡Sí que la tiene, ¿quién lo llamó?! ¡Yo no lo quería, nunca lo he querido! ¡¿Por qué no se queda en estado él, porque no es él quien tiene vómitos, dolores y a quien van a echar a la calle?! ¡¿Por qué no me dejó abortar en cuanto me enteré?! – Luz se abrazó a mí, sollozando, el llanto rabioso había pasado a un llanto normal de tristeza, de lástima por sí misma… hasta a mí me daban ganas de llorar. – Me dijo que era de Rino, que no abortase… que Rino necesitaba algo así, que le cortasen las alas… ¿qué voy a hacer ahora, señor Oliver…? ¿Qué va a ser de mí…?

Abracé a Luz con fuerza y le acaricié la espalda.

-Teniendo yo sólo nueve años y mi hermana quince… se quedó en estado. Nunca supimos de quién. –dije. Hablaba casi maquinalmente, ni Irina sabía esto, en casa me hicieron jurar que jamás se lo diría a nadie. Mi mujer no era tonta, sabía que algo le había pasado a mi hermana, pero se daba cuenta que algo gordo debía ser si nadie se lo contaba, y no preguntaba - Mi hermana pensó que… bueno, no sé qué cuernos pensó, la verdad. El caso es que se lo calló. Se compró fajas muy apretadas para intentar disimular el vientre, y dejó de comer. Supongo que pensó que si no comía mucho, abortaría sola, o tal vez que podía perder peso y disimular la gordura… no lo sé. El caso es que un día llamaron a mis padres del instituto donde estudiaba mi hermana. Había tenido “un accidente”, y estaba en el hospital. A mí me dejaron con los abuelos. Cuando volví a casa al día siguiente, mi hermana no estaba en casa. Me llevaron a verla al hospital, y me explicaron que “había sido muy mala, porque se había ido a hacer guarradas con chicos, y éste era el resultado”. Mi padre no hablaba con ella. Cuando tenía que decirle algo, se lo decía a través de mi madre, aún estando delante, en plan “dile a tu hija que si no deja de llorar, le cruzo la cara para que llore por algo”, “dile a tu hija que las cosas hay que pensarlas antes, que así aprenderá a ser un poco más responsable”… “dile a tu hija que si yo fuera de otra manera de ser, podría echarla de casa por haberse portado como una zorra, pero que no quiero que lo acabe siendo de verdad”.

Luz había dejado de llorar y me escuchaba, mirándome a los ojos.

-Luego me enteré, mucho más tarde, que mi hermana había sufrido un aborto. Y su cuerpo había expulsado el feto, en mitad de la clase de gimnasia. Ya estaba muerto cuando nació, sin duda por el modo en que mi hermana se había maltratado, precisamente para conseguirlo, si bien ella hubiera esperado conseguirlo de un modo… más discreto. Estuvo castigada durante un año, pero te garantizo que ella misma era la primera que ya no tenía ganas de salir, ni de quedar con chicos, ni de nada. Se pasó mucho tiempo llorando a escondidas, para que mi padre no la viese. Mi madre lloraba con ella. Yo tardé un tiempo en comprenderlo del todo, y me prometí a mí mismo que si un chico como yo, había hecho sufrir tanto a mi hermana, yo jamás me acercaría a ninguna chica, para no hacerla tanto daño. Como medio año más tarde, mi padre entró en el cuarto de mi hermana, donde estaba estudiando, y no sé qué le dijo, pero mi hermana se abrazó a él y le pidió perdón entre sollozos. Mi padre también le pidió perdón a ella. Una de las pocas veces que mi hermana estuvo dispuesta a hablar de esto conmigo… me dijo que lo que más le dolía, no era lo mal que lo había pasado ella, ni lo mal que lo había hecho pasar a papá y mamá… sino que una vez, pensó en llamarle Oliverio, como nuestro padre. Ni siquiera llegó a saber si era niño o niña.

Luz lloró de nuevo, pero esta vez, ya no era por pena de sí misma.

-Te cuento esto, porque… no eres ni la primera, ni la última chica que va a pecar de confiar en un hombre, que ha cometido un error. Todos, en el mundo, cometemos errores, y errores graves. Pero en este mundo, menos la muerte, todo tiene remedio, todo se puede solucionar.

-Pero, esto, ¿cómo lo soluciono yo…? No quiero tenerlo, no puedo tenerlo, ¿qué hago…? – le besé la cabeza sin poderme contener.

-Luz… te garantizo que hay alguien en el mundo, que sí lo quiere. – la chica parecía algo más calmada. Aunque seguía llorando, su llanto era ahora silencioso y sin rabia. Entonces, alguien llamó a la puerta, dije “pase”, y entró el Rompebragas. Luz se cubrió la cara, y el joven gamberro supo que en ese aspecto, no tenía que preocuparse. Y entonces, hizo algo que yo no me esperaba que hiciera. Se arrodilló frente a nosotros y abrazó a la joven. Luz intentó resistirse, sentía vergüenza de su propia candidez,  a ella le habían dicho que el padre era el Rompebragas por que la “marcha atrás” era segura, y ella sencillamente lo había creído… Rino sonrió con amabilidad y la apretó con fuerza, y Luz le susurró algo al oído. No llegué a oírlo, pero me imagino qué podría ser.

-Luz, casi siento que no sea hijo mío. Ya te lo dije en cierta ocasión: si no estuviera enamorado, tú serías mi novia… pero el que te ha hecho esto, va a pagar por ello, me puedes creer. – Mientras Luz se dejaba abrazar por Rino, mantenía los ojos cerrados y tenía que abrir la boca para respirar, porque los sollozos no la dejaban hacerlo. Lo quería, lo quería muchísimo, pensé. Rino se sacó una cámara digital del bolsillo y me la dio, señalándola, mientras me hacía gestos para que me fuera. Esto ya era el colmo, el niñato me echaba de mi propio despacho, pero supuse que tendría que ver con la chica, y obedecí, salí fuera, a la biblio, y allí conecté la cámara.

-¡Hello! – dijo la cámara con una voz chillona, y la chisté. Afortunadamente, nadie de los pocos estudiantes que había, dio muestras de haberlo oído. Miré las fotos de la memoria. Y casi se me cae la cámara de las manos.


El Decano estaba blanco, blanco como el papel, yo no recordaba haberle visto así nunca, ni siquiera cuando pasó una inspección fiscal y estuvo en un tris de tener una multa de las gordas, se libró por los pelos. Miraba las fotos que yo mismo había sacado por impresora, pasándolas ante sus ojos una y otra vez, como si no se lo creyera, pero no había duda. Era él, y estaba con una u otra jovencitas en su coche, en los terrenos del bosque cercano. Una de ellas, era la propia Luz. Finalmente dejó a un lado las fotos y me miró, juntando las yemas de los dedos. Su mirada tenía un brillo feroz, y tuve la sensación que, de haber podido, me hubiera matado allí mismo… quizá por eso, había recalcado que no era el único que estaba al tanto de aquello, y que esas fotos, no las había sacado yo, sino que me habían… sido confiadas por una fuente que prefería mantener el anonimato.  El Decano me miraba sin hablar, es un truco que tiene, te mira sin decir nada, esperando que seas tú quien hables primero, sabe lo tenso que puede ser el silencio con él…. Pero mira, hoy, hoy, precisamente, el silencio con él no me parecía tenso, me había parecido muchísimo más tenso el llanto de Luz, así que yo también seguí callado. Funcionó:

-No sé qué quiere decirme con esto, señor Oliverio. – dijo, dando un ligero manotazo a las fotos, como si careciesen de importancia. Yo me recosté en la silla y seguí sin decir nada. Oye, era mágico, funciona – Soy un hombre, tengo relaciones con mujeres, todas ellas consentidas y con chicas mayores de edad. Nadie puede reprocharme nada.

Permanecí mirándole en silencio durante otro ratito más, debió ser algo más de un minuto. El Decano no dijo nada, y entonces me incliné ligeramente hacia delante.

-Necesito un ayudante. Necesito a MI ayudante, a Arnela, quiero que vuelva y poder volver a tener un horario normal. Y quiero que Arnela pueda tener también un horario normal y salir con quien guste, dado que ella, también es mayor de edad y consintió su relación con Marino Ribeiro. Y ya que estamos en ello, me gustaría una revisión de los salarios de los empleados de Archivos y Bibliotecas, porque llevamos dos años sin subida salarial, ni siquiera el IPC… Se nos dice que es por la crisis, pero el precio de las matrículas no ha descendido, ni tampoco el número de matriculados, y el salario de los catedráticos, curiosamente, ha subido más del doble de lo que era normal.

El Decano me sonrió. Era una sonrisa falsa y que daba miedo, pero luché por mantener la presencia de ánimo.

-Señor Oliverio… creo que no me ha entendido. ¿Qué cree usted que va a poder hacer con esas fotos…? El sexo consentido, no es delito para nadie, yo no tengo la culpa de ser un hombre atractivo.

Podría decirle que yo mismo había reconocido a alguna de esas chicas que habían estado en su coche, y había una extraña relación entre las veces que visitaban con él el bosque y el número de matrículas que sacaban, pero en lugar de eso…

-Eso, nadie lo discute, señor Decano. Yo no digo nada acerca de las chicas, eso forma parte de su vida privada, si ellas eran mayores de edad y lo hacían de mutuo acuerdo, y yo nunca he dudado eso, no entiendo porqué lo justifica, yo estoy esperando que me justifique otra cosa.

El Decano puso cara de extrañeza.

-¿Se refiere….?

-Al coche. Los coches, de hecho. Mírelo, cada tres o cuatro fotos, hay un auto distinto. Me he tomado la libertad de comprobar las matrículas, y todos están puestos a nombres de personas diferentes, o hasta de sociedades, como la propia Universidad… pero parece que son de uso exclusivo del excelentísimo señor Decano. Ningún seguro está a nombre de usted, ni siquiera está declarado como conductor, pero sin embargo, sí los conduce, y hasta los guarda en el garaje de su casa, donde hay la friolera de una docena de vehículos, dos de ellos, clásicos, asegurados como históricos… En su declaración de renta, alega usted carecer de vehículo propio, sin embargo, si desde Hacienda alguien comprobara estas fotos, y se tomara la molestia de cotejar las pólizas de seguro con la frecuencia con que usted conduce los vehículos y dónde son guardados, tal vez llegara a la conclusión de que, puede ser que sí tenga coche propio… y es posible que, desde Hacienda también, pensaran que una persona que declara el sueldo que usted declara, no tiene posibilidad para pagar esos coches, y sin embargo, los ha pagado, así que puede que sintieran curiosidad por hacer un balance más exacto de sus cuentas bancarias, incluyendo aquéllas que están domiciliadas en Europa, pero no estrictamente en España…

El Decano ahora sí que tenía miedo. Lo tenía de verdad, él ya conocía las inspecciones de Hacienda y no tenía ganas de pasar por otra, y menos sabiendo que alguien tenía semejante puñal apoyado en sus riñones. Quiso hablar, tal vez amenazarme, tal vez justificarse de nuevo, pero le dediqué mi mejor sonrisa:

-Señor Decano… usted ya sabe cómo se llama esto: chantaje.


Aquello, había sido fácil, pensé por la noche. Hablar con el Decano, soportar sus miradas asesinas, sus silencios cortantes, pasar miedo delante de él, había sido facilísimo en comparación con esto.

-Anda, cielito, ¡si va a ser muy divertido! – Irina, peinándome, no podía dejar de reír. Los niños estaban en el coche, para variar, Román estaba dormido, pero Kostia me miraba y se mataba de risa. No me extraña. Su padre iba vestido con pantalones negros, una camisa blanca de manga corta y un jersey sin mangas de punto rojo, ligeramente escotado, e iba repeinado con brillantina, por Dios, parecía del Opus…

-Irina, ¿por qué me dejo? ¿Por qué dejo que me enreden en estas cosas? Ya he conseguido que la readmitan como mi ayudante, ya les he conseguido que puedan tener una relación normal… ¿era necesario someterme a esto?

-Te dejas porque eres bueno, cariño. Por eso. – Y ahí abandoné toda resistencia, porque cuando mi Irina me mira con esa sonrisa tan tierna y me acaricia la cara con esa suavidad, yo sería capaz de todo. También hay que reconocer que los dos estábamos de muy buen humor, apenas podía creerlo cuando le dije que volvía a tener ayudante, y que se acabó lo de volver todos los días a las tantas. Acaricié a mi mujer por la cintura, por su panza, donde está Tercero, y la besé. Fue un besito pequeño, pero mi Irina me cogió de la nuca y me apretó contra su boca. Y justo en ese momento, apareció Rino.

-Vamos, señor Tenorio… - sonrió, y le hice un gesto con el brazo para que se largara, sin soltar la boca de mi Irina. Me daba un corte horroroso que nadie me viera besarla, pero mira, hoy… hoy, al cuerno con el corte, estaba contento. Finalmente, Irina me soltó, sonriendo. Una sonrisa llena de promesas agradables, y me fui en pos del Rompebragas, que estaba vestido igual que yo. Y la verdad que tenía la misma pinta de gilí, no se salvaba por ser más guapo. – Hable usted primero, a mí no querrá escucharme. –dijo, y se retiró un poco.

Me puse a tirar piedrecitas a la ventana de la residencia femenina donde se alojaba Arnela. Ella seguía en ayunas de lo que pasaba, sólo sabía que la habían vuelto a admitir en la residencia y que volvía a ser mi ayudante, sin duda pensaba que, como había roto con el Rompebragas, su familia le había permitido volver a su vida anterior. A la tercera piedrecita, Arnela abrió la ventana y se asomó.

-¿Señor Oliver….? – su cara reflejaba todo el estupor que sentía - ¿qué hace aquí….?

“El idiota” estuve a punto de contestar, pero me contuve.

-Arnela… hay alguien que quiere hablarte. – mi ayudante supo enseguida a quién me refería.

-Yo no quiero hablar con él. Ya está todo dicho y visto. Y me parece fatal que le haya enviado a usted, en lugar de dar él la cara.

-Sabe que a él no le creerás cuando te diga que es inocente… pero Arnela, me puedes creer a mí. Rino es inocente, y te quiere, y está aquí para decírtelo. – Rino salió de la oscuridad con un radiocassette, y se colocó junto a mí, tocándonos por los hombros. Y yo noté que empezaba a ponerme colorado, sobre todo cuando Arnela se dio cuenta de cómo íbamos vestidos y de lo que pensábamos hacer. La joven se tapó la boca con las manos, y los ojos le brillaban cuando su novio encendió el radiocassette y empezó a sonar una canción, mientras yo me limitaba a abrir y cerrar la boca para fingir que cantaba, pero el Rompebragas, que no tiene vergüenza ni la tendrá nunca, empezó a cantar a voz en cuello:

( http://www.youtube.com/watch?v=u9TJGtKvqZI )

-Quisiera seeer…. Tu gran amooooor…. Quisiera ser, el eco de tu voz… para poder, estar cerca de tíii…. – Hubiese querido que la tierra me tragase, encima tenía que ser una canción tan casposa como esa, no llevábamos ni cuatro versos y yo tenía ganas de reír y llorar a la vez de la vergüenza que tenía… pero entonces, me di cuenta que Arnela ni me miraba, ella sólo tenía ojos para Rino, yo estaba de comparsa, así que no tenía por qué tener vergüenza… de modo que empecé a girarme lentamente para mirar a mi Irina que estaba detrás, y sin darme cuenta, yo también empecé a cantar, muy bajito, pero cantaba… - Y conseguirte las estrellas, y la luna, y ponerlas a tu pies…. Con mi amooor…. Y conseguirte… las estrellas…. Y ponerlas a tus pieeees….. Quisiera ser tu gran amor… ¡quisiera ser tu gran amooooor….!

Rino me dio una palmada en el hombro y dijo “¡Gracias!” y se largó. Y yo me quedó con Irina, que quiso venir corriendo hacia mí, pero yo corrí hacia ella, no quería que hiciese esfuerzos con su tripa, y nos abrazamos, y la besé. Una risa chillona muy alegre nos interrumpió. Sentado en su maxi cosi en el coche, Kostia se reía y aplaudía. “Con éste mico, alucino”, pensé. Y no lo sabía, pero no iba a ser la última vez que lo pensara.


-Rino… No puedo creer que hayas hecho algo así por mí… - Arnela tenía razón, Rino era un roquero, le iba el heavy, no aquello, para él, el duo dinámico era basura… pero había sido capaz de hacerlo por ella. El Rompebragas no contestó, sólo sonrió, disfrutando del modo en que le miraba el ratoncito de biblioteca. Al terminar la canción, había corrido a la fachada y había trepado por los balcones de la escalera de incendios hasta llegar al de ella, y había entrado por la ventana. Arnela se moría de amor por él, y eso el Rompebragas lo sabía. La tomó en brazos y la llevó hasta la alcoba, y la tiró en la cama. La joven no dejaba de reír, y Rino saltó a la cama con ella, y empezaron a desnudarse entre besos y risas alborozadas.

“Eres mía… por fin, por fin te tengo” pensó el Rompebragas, quitándose el estúpido chaleco de punto y metiendo las manos bajo la blusa de Arnela, que ella misma se sacó por la cabeza, dejando ver sus grandes pechos, cubiertos por el sostén blanco. Siempre parecían mayores vistos así, Rino no se explicaba dónde se escondía esas pedazo de tetas cuando estaba vestida, y le bajó el sostén, para ver brincar los pezones y le amasó los pechos, los dos de rodillas sobre la cama, mientras ella gemía y se dejaba sobar, tan feliz que quería llorar.

-Te he echado de menos… pensé que nunca más… - balbució y Rino la besó, boqueando, lamiéndole la boca, mientras le desabrochaba el sostén con una sola mano, porque la izquierda la estaba metiendo ya bajo la falda de Arnela, para tocarle el culo… qué calentita estaba, Arnela se desabrochó la falda larga y la tiró fuera de la cama, mientras acariciaba los costados de su novio, intentado que él se quitase el pantalón… le daba un poco de corte hacerlo ella, y Rino no se hizo rogar, se lo quitó en el acto, junto con los calzoncillos, y la tiró sobre la cama, le agarró las bragas con las dos manos, y tiró hasta destrozarlas. Arnela chilló y rió, pero cuando el Rompebragas fue a ponerse encima, le frenó - ¡Espera…! Rino… ¿recuerdas el día que nos conocimos?

-Sí, claro… - musitó el joven, que no veía a qué venía eso ahora, que no dejaba de frotarse en la entradita dulce de Arnela y estaba loco por meterse en ella y bombear como un animal, pero se contuvo.

-Entonces, Pedro y tú aún erais amigos,… os peleasteis por mí, porque tú pusiste… aquélla canción, y yo me asusté de lo que dijiste… - Rino se acordaba muy bien. Había puesto en el coche una canción que hablaba de sexo anal, bastante burra, y cuando le hicieron quitarla, bromeó diciendo que usaba esa canción como indirecta de lo que a él le gustaba, y que Arnela tenía un culito precioso. La joven, que entonces era bastante más pipiolina y que no conocía cómo se las gastaba Rino, se echó a llorar sin consuelo, y eso motivo la ruptura de la amistad entre Pedro y Rino. - ¿Dijiste… dijiste de verdad eso de que tengo… un pompis bonito…?

Rino se rió.

-Tienes un culo precioso, un culo en el que se podría comer helado a lamidas, un culo que volvería loco a cualquier tío, Arnela, me encanta tu culo.

-Entonces… ¿querrías… querrías hacerlo por ahí hoy…? – Arnela se puso como una cereza y el Rompebragas tuvo que recurrir a todo su autocontrol para no derramarse ahí fuera, como un primerizo.

-Nelita…. ¿me estás pidiendo que…? – Arnela asintió, con los ojos cerrados. “Que la dé por el culo… me está pidiendo que le reviente el culo…” Pensó Rino, y se rió a carcajadas. Arnela pensó que él la pondría a cuatro patas, como había visto alguna vez, pero su novio simplemente le levantó las piernas e hizo que ella misma se las sujetara por las corvas. Le hubiera gustado hablar, pero no podía, la excitación no le dejaba, y en lugar de eso, se agachó entre las piernas de Arnela.

-¡Huuyyyyyy….! – gimió la joven, al sentir la lengua de su novio acariciar su clítoris, y empezar a bajar, casi a mordiscos, hasta el perineo, y finalmente… - ¡aaaaaaaaaaaah… pero no beses ahí….! – Rino se rió, Arnela no se esperaba que él fuese a lamerle el ano, pero él estaba poniendo toda su pasión en ello, sabía al jabón íntimo que ella usaba, le gustaba lavarse al final del día, odiaba acostarse sucia… Rino movía la cara dando rugidos, acariciando con la lengua, intentando meterla todo lo que podía, pero la rosada estrellita estaba bien cerrada. El Rompebragas estiró el brazo para que Arnela le lamiese los dedos, y la joven, toda colorada, pero entre escalofríos de gusto, obedeció. Rino empezó a acariciar con el dedo el ano de Arnela, mientras ella daba botecitos a cada caricia, a cada suave presión, y se le escapaban los gemidos. Su coñito estaba húmedo, los jugos de su excitación se escurrían lentamente y mojaban la zona de guerra que Rino no dejaba de intentar conquistar. Suave, pero firmemente, siguió apretando, apretando, hasta que…

-¡Haaaaaaaaaah…. Ay! – Arnela se quejó, pero su estómago giraba y su sexo… su sexo...

-¡Nelita… estás palpitando… aaah… haaaaaaaaaaaaaah…! – Rino no había sido capaz de resistir más, había visto el rosado sexo de Arnela, todo depilado, cerrarse violentamente sobre sí mismo, dando contracciones adorables mientras ella gemía y se estremecía, y los dedos de sus pies se encogían… se cerraba, se abría como si se relajase, y se volvía a cerrar, y el Rompebragas tenía la nariz a menos de un centímetro, mirando sin parpadear el precioso espectáculo, sintiendo cómo le aplastaba el dedo que aún tenía dentro de su culo, a cada contracción. Su polla estaba ahora empapada y pegajosa, se había corrido sin tocarse, pero, ¡qué espectáculo!

-Lo… lo siento… - musitó Arnela.

-Pero, ¿qué tienes qué sentir, tonta? ¡Si lo que yo quiero es esto, que te lo pases de puta madre!

-Sí, pero tú…

-Yo me lo he pasado igual de bien. Mira… - se llevó la mano libre al miembro y se limpió parte de la descarga con los dedos - ¿te parece que no me lo he pasado bien…? – Arnela le miró la mano manchada, y boqueó, mirándole a los ojos. Le avergonzaba pedirlo de viva voz, pero lo podía pedir con los ojos… Rino acercó los dedos y Arnela emitó un “mmmmmmmmh…” delicioso cuando los lamió, retozándolos con la lengua para metérselos en la boca, tragando, con los ojos casi cerrados de gusto… “Otra vez que estoy con ganas de soltarlo”, pensó Rino, y se arrodilló entre las piernas de Arnela, sacó su dedo, y sin dejar que el cálido agujerito pudiese cerrarse, empujó con el miembro.

-¡Aay! – Arnela gritó, entre sorprendida y dolorida, pero se dejó hacer, apretando los dientes. Rino hubiera querido empujar de golpe, pero se contuvo, aquello no era como cuando la desvirgó, aquí podía hacerle mucho daño si no se andaba con ojo… aaay, qué prieta estaba por ahí… joder, qué calorcito… Arnela contraía el culo como si quisiera echar el invasor, pero así sólo hacía que le gustase más, le estaba masajeando el capullo, que era lo único que tenía dentro.

-Arnela… Nelita…  - musitó Rino, sosteniéndose en el colchón con un solo brazo, usando la mano libre para masturbar a su novia y esparcir la humedad por detrás. La joven gemía y sollozaba, pero tenía un incendio en las entrañas, ¡le gustaba! “Me pica… me pica mucho, no quiero que pare…” pensaba.

-Rino… sigue, por favor… quédate a gusto… - el Rompebragas gimió como si se le escapase el alma, y empezó a moverse. No quería meterse más hondo, sólo se movía muy ligeramente, haciendo que su miembro presionase dentro del ano de Arnela, que empezó a gemir de placer, y muy pronto sus gemidos se fueron convirtiendo en gritos. Rino quiso reír a carcajadas, a Arnela, la niña perfecta, el ratoncito de biblioteca, la sobrinísima del Decano, ¡le enloquecía que la enculasen, no podía soportar el placer y tenía que gritarlo, ella, tan modosita que apenas si gemía en el sexo, se aguantaba los gemidos y cuando los soltaba, era siempre muy bajito…!

El Rompebragas sentía su miembro aplastado, exprimido, cada vez que se movía, el placer le tiraba de las pelotas, hubiera dado media vida por dejarse caer del todo y gozar de esa sensación en todo el miembro, era una tortura sentirlo sólo en la punta, ¡pero qué bueno aún así…! “Arnela, voy a hacer que te acostumbres a esto, tenemos que repetirlo…” pensaba en medio de su placer, y entonces el cosquilleo travieso empezó a bailarle en las pelotas, se corría y no podía evitarlo, apenas le quedaban unos segundos de resistencia… y Arnela le sonrió, asintiendo con la cabeza, quería que lo hiciera… la carita de su chica se abrió en una expresión de sorpresa, y Rino tuvo que cerrar los ojos, ¡qué apretón! Arnela… se estaba corriendo, ¡se estaba corriendo con el culo! Rino no aguantó más, miró las deliciosas sonrisitas de gusto que le echaba Arnela, sus grititos de gusto, y se dejó ir, el latigazo de placer le recorrió la columna y pareció estallarle en las orejas, morderle los hombros y bajar hasta su estómago, y reventar en su miembro, y el Rompebragas gritó de gusto, mientras veía su semen salirse del culo de Arnela y resbalar por su miembro, en las sábanas… las contracciones del ano de su chica le sacaron finalmente de éste, y Rino se dejó caer sobre ella, que le abrazó con brazos y piernas. Sudada y feliz.


El lunes, a eso de las dos, yo disfrutaba de la vida y de mi biblioteca una vez más. El Decano parecía haberse olvidado de mí lo suficiente para dejarme trabajar a gusto, que era todo lo que yo quería, y allí estaba yo, ordenando por signatura los libros recién devueltos, cuando mi ayudante, la recién re- incorporada Arnela, se me acercó con una sonrisa radiante.

-Señor Oliver, ¿quiere usted hacerme un favor inestimable…?

-Cómo no, Arnela, dime.

-Márchese a casa ya. – intenté protestar, yo salía a las tres, no hacía falta que… - Señor Oliver, lleva usted unos seis meses trabajando doce horas todos los días, por un día que se marche una hora antes, nadie se va a ofender… deje que yo me ocupe de eso.

Sonreí. Arnela quería agradecerme lo que había hecho por ella y Rino. Claro está que no sabía los detalles, ella no tenía por qué perderle el respeto a su tío enterándose de sus escarceos sexuales, ni de sus fraudes a Hacienda… pero sabía que si ella había vuelto a la Universidad, a su trabajo y seguía teniendo a Rino, era en parte gracias a mí. Y también ella echaba de menos el trabajo en la biblioteca. Yo sé que quiere ser notario, pero esa chica adora la biblio, la lleva en la sangre… le agradecí el gesto y me marché. La verdad que hoy me convenía llegar pronto a casa, porque esta tarde, queremos acompañar a mis primos, Beto y Dulce, al Juzgado. Van a encargarse de una adopción.

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