Intranquilo 9- Mi padre se pasa un huevo

¿Por qué los padres pretenden controlar la vida de los hijos y saber todo de ellos? El móvil de un hijo puede esconder sorpresas desagradables para un padre... ¿O no tan desagradables?

RESUMEN DE LO PUBLICADO: El cabrón de mi primo Chema me ha devuelto el móvil, mi móvil, ese con que me grabé unas fotos y un vídeo mientras me pajeaba. Me lo ha devuelto pero él se ha quedado con una copia del vídeo: o me grabo cuatro vídeos pajeándome, eso sí, sin enseñar la cara, o sube él el que se ha quedado. Una semana de plazo me da el muy cabrón. Estoy hecho polvo, y siento que mi vida, que ya era un desastre, ahora es una auténtica mierda. Mi hermano y mi madre salen de casa y voy al cuarto de mi hermano para usar su ordenador, el mío me lo confiscado mi padre :( El día anterior ví un vídeo porno de un tipo que, a pesar de no enseñar la cara, me recordaba a alguien, ahora ya sé quién es (he visto otro vídeo y lo tengo claro): es Juan, el colega de mi primo que intentó abusar de mí aquel sábado de pena. El tal Juan está muy bien, me hice otra paja viendo el nuevo vídeo y ya más tranquilo, me duché, esta vez solo ;) Luego me eché en la cama, para borrar las putas fotos y el vídeo. Como cada tarde, llega mi padre del trabajo, y como casi siempre se pasa a saludarme, son las ocho menos cuarto, bueno, faltan un par de minutos, lo sé porque tengo el móvil entre las manos...

Era mi habitación, el lugar donde uno, se supone, tiene derecho a cierta intimidad. Si ahora estaba tirado en la cama y si ahora los slips abultaban más de lo normal era algo que solo me incumbía a mí. Aunque no pude evitar un cierto rastro de vergüenza. La presencia de mi padre seguía imponiéndome.

-¿Qué tal, chaval?- me saludó desde la puerta. Levanté la vista del móvil, la última foto estaba a punto de ser borrada, la última prueba que yo tenía en mi poder de aquella tontería que había cometido un día.

  • Bien, bien- contesté apenas sin echarle cuenta.

  • ¿Ya tienes tu móvil?- me preguntó mientras se acercaba.

Volví a mirarlo, y a mirar también el móvil, en la pantalla aparecía yo, completamente empalmado, de frente, en el espejo del cuarto de baño. Mi padre se acercaba y yo no sabía qué hacer.

  • ¡Qué calor hace!, ¿no?

Lo tenía casi a mi lado, me moví un poco, intentando tapar el móvil; se estaba desabotonando la camisa del uniforme de trabajo.

  • Veo que te has duchado ya. No me extraña, con este calor.

Ahora ya se había quitado la camisa que de un certero gesto había arrojado al suelo.

  • Bueno, dime algo ¿no?- volvió a interpelarme.

Sentía su pecho subir y bajar a un metro escaso de mi rostro.

Pero yo no podía decirle nada, pues intentaba borrar la foto o por lo menos quitarla de la pantalla, aunque la presencia cada vez más cercana de mi padre y los nervios que esta me provocaban, hicieron que me bloqueara, era la última foto que me quedaba por eliminar y, joder, me empezaban a temblar los dedos.

Mi padre se había sentado en la cama, a la altura de mis muslos, casi. Notaba sobre ellos el calor de su cuerpo, de sus anchas espaldas. Levanté la vista y dije lo primero que se me ocurrió.

  • Ya tengo el móvil.

Sí, fue una gilipollez, fue como intentar huir del fuego arrojándome sobre él. Muy propio de mí.

Mi padre sonrió. Una mano le recorría el pecho peludo y se detenía en uno de sus pezones, como descuidadamente.

  • Ya lo veo, es lo primero que te he dicho, pero tú pareces estar en tus cosas, no sé qué tendrás ahí que te tiene tan absorto.

No dije nada, no era una pregunta, era un comentario, así que me callé. Dejé de trastear con el móvil, lo que me importaba ahora era que no se fijara en la pantalla. Levanté un poco las piernas, aquella cercanía de mi padre, como la del día anterior, me desconcertaba, no tanto por él, sino por mí, claro. Notaba el calor de su cuerpo, y no sabía yo si eso era una sensación agradable o desagradable.

  • ¿No tendrás ahí la foto de una chica, no? ¿Una novieta, tal vez?

Lo que me faltaba. Por lo visto era la hora de las confidencias y de la intimidad. Yo no sé por qué ni cómo, a mi padre, a la vuelta del trabajo, en vez de estar harto de la jornada laboral y con ganas de silencio y tranquilidad, le daba por buscar mi complicidad y cercanía.

Seguía mirándome fijamente, mientras que su mano se perdía ahora entre sus axilas, donde sus dedos jugueteaban con un vello oscuro y fino.

Me tuve que poner colorado, porque algo de eso notó.

  • Oye, Luis, que no me voy a asustar, que soy tu padre, que soy un tío... Que está muy bien que tengas novia, o amiguita, que ya era hora ¿no?

Lo estaba arreglando.

Ahora su mano volvía a pellizcar como distraídamente uno de sus pezones amplios y algo pálidos.

  • Que no, papá- dije por fin,- que no hay nada, de verdad.

Pero como lo dije casi riendo, porque la situación me parecía ridícula, mi padre lo interpretó como que sí, que en el móvil tenía yo la foto de una novia o amiguita.

  • Entonces, ¿no me la quieres enseñar?

Aquella pregunta me dejó descolocado, evidentemente él se refería a la foto, pero en mi mente tan machacada últimamente sonó a otra cosa. Seguía tan aturdido que no dije nada, me limité a sonreír.

Su mano amplia seguía recorriendo aquel torso que oscurecían unos vellos castaños y rizados.

  • ¿No tienes confianza en mí, macho?

Ahí estaba, ahí estaba su apelativo preferido. Por fin, había salido.

-No es eso, papá- le dije para intentar que me dejara en paz.

Su mano se había detenido en la entrepierna, algo allí dentro le molestaría porque ahora se dedicaba a colocar algo que no estaría bien puesto.

  • Yo tengo buen gusto. Mira tu madre. Bien guapa que es ¿o no?

Lo que me faltaba por oír: mi madre en aquella conversación tan rara. Iba a decirle algo cuando un movimiento brusco de él me dejó pasmado.

De repente se había echado sobre mí, ya sentía yo sobre mi pecho el calor de su pecho velludo, ya sentía sobre mi vientre todo el peso de su cuerpo, y sobre mi paquete, aplastado casi, uno de sus muslos recios. Sentía su aliento caliente, tan cerca de mi rostro, y su risa y sus manos que buscaban mi mano, la mano que escondía el móvil. A pesar de que su movimiento fue rápido y sorpresivo, yo, que estaba desarrollando un instinto natural de supervivencia, había logrado levantar las caderas antes de que él cayera sobre mí, y meter debajo de mi cuerpo la mano con él móvil. Ahora la sentía aplastada no solo por mi cuerpo, sino por el recio y pesado cuerpo de mi padre.

Estuvo forcejeando hasta que se dio cuenta de dónde estaba el móvil. Sentía su pecho y sus brazos alrededor de mi cuerpo, que le presentaba toda la resistencia posible, tenso y joven como era.

Cuando estuvo a punto de tirar del brazo, deslicé el móvil por dentro de mis slips, si quería cogerlo tendría que meter la mano allí dentro. A lo mejor no se atrevía a tanto. Pensaba yo. Pero me equivoqué.

(continuará)