Intranquilo 8- La paja en el ojo ajeno

Luis está en su dormitorio cuando la madre le anuncia una visita. La verdad es que aquella visita le aclara mucho la situación, situación que no es nada buena. Menos mal que al final Luis encontrará algo que le dará bastante gusto...

RESUMEN DE LO PUBLICADO: Sigo tan confundido como desde aquel sábado en que mi primo y su amigo, Juan, intentaron abusar de mí. Y es que en mi vida todo parece irme mal, lo único que me consuela son las pajas que me hago pensando en Javier, mi profe de Lengua, la única persona en la que puedo confiar, aunque le he mentido un poco... Últimamente me he encontrado mucho con un antiguo compañero, Alberto José, un chico colombiano muy guapo, con un cuerpo de joven nadador muy excitante, al que me encontré por la mañana en el instituto. Mi madre, después de echarme un sermón sobre lo bueno que es mi primo (un auténtico cabrón manipulador), me despierta de la siesta y me anuncia una visita... ¿Sería Alberto José?

Estaba aturdido, aún con el sueño en los labios. Me incorporé en la cama y me senté. Por la puerta apareció el cabrón de mi primo. Una sonrisa en su boca, la sonrisa de las hienas, pensé.

-¿Qué tal, bella durmiente?- me saludó entrando en la habitación y extendiendo la mano.

Pasé de estrechársela evidentemente.

  • ¿Qué quieres?- le pregunté.

  • Joder, primo, ni siquiera un cómo estás, qué alegría me da verte, qué bueno que viniste...

Su sentido del humor me jodía más que nada en el mundo. Y yo no tenía la polla para fiestas.

Cerró la puerta y se sentó a mi lado. Yo llevaba solo los slips, ya digo que hacía calor y que estaba recién levantado de la siesta.

  • Te he traído una cosa que seguro has echado de menos- continuó mientras sacaba de su bolsillo mi móvil.

El corazón se me aceleró y las pulsaciones se me pusieron a cien.

Allí estaba mi móvil, en las manos del mayor hijoputa que yo había tenido la desgracia de conocer, mi primo Chema, aquel tipo de aspecto casi insignificante, tan canijo era, tan poca cosa, con esa cara en la que destacaba una gran nariz como de aguilucho y unos ojos grandes y algo caídos, aquel tipo que solía vestir con ropa de marca, en plan pijo, pero que tan mal le lucía. Allí lo tenía, a mi lado, sintiendo su presencia viscosa y fría.

  • ¿A que lo has echado de menos?

No contesté, solo quería que me lo diera y que se fuera.

  • Menos mal que aquí está tu primo Chema, tu primo que se preocupa por ti y que no quiere que caiga en malas manos, manos que a saber qué iban a hacer con él.

Esas eran sus cartas y esa era la manera que tenía el muy cabrón de decirme que me tenía pillado.

  • Porque no querrás que caiga en malas manos ¿verdad?

No respondí.

-¿Verdad?- volvió a preguntar.- Ya veo que no tienes ganas de hablar. Mejor, yo en tu caso, tampoco- y soltó una risita.

  • ¿Me lo vas a dar o no?- pregunté al fin.

  • Vaya, parece que me equivoco, parece que sí hablas. Despacio, chaval, que te lo voy a dar, ahora, dentro de un momento, aunque antes me gustaría que viéramos algo...- y volvió a soltar esa risita.

Intenté agarrar el móvil y quitárselo, pero el cabrón, a pesar de ser tan canijo y más bajo que yo, se retiró de un ágil salto.

  • Despacio, despacio, todo a su debido tiempo. Si te he dicho que te lo voy a dar es que te lo voy a dar, pero antes quiero que veamos algo.

Ya me imaginaba yo lo que era. No hacía falta ser muy listo para adivinarlo.

Al momento apareció en la pantalla del vídeo mi cuerpo desnudo y empalmado. Sentí cierta vergüenza pero también, y esto me resultó extraño, cierta excitación. El vídeo no duraba mucho, casi dos minutos, y acababa en una estupenda corrida. Intenté no mirar, pero el sonido me despertaba el recuerdo. Notaba cómo dentro de mis slips aquello empezaba otra vez a levantarse.

Mi primo sostenía en sus manos el móvil, a una distancia suficiente como para que yo no se lo intentara quitar de nuevo. Su mirada fija en mí, su mirada que ahora bajaba hasta donde empezaban a hincharse los slips.

Cuando terminó, volvió a sonreír.

  • Vaya, parece que te gusta verte ¿no?

No hice caso de su comentario, intenté taparme con una sábana.

  • Bueno, no eres el único a quien le gusta verte, hay muchos tipos como tú a los que les encanta este tipo de vídeos: vídeos de chicos jóvenes que se pajean en sus cuartos de baños, no te puedes imaginar cuántos hay... Y es un negocio, un buen negocio. ¿Sabes la pasta que se puede ganar con un vídeo como este, un vídeo de un chico joven que no tiene reparos en pajearse y enseñar la cara?

No tenía yo muy claro dónde iba a acabar aquello.

  • A mí me dan lo mismo los gustos de los demás- prosiguió su discurso-, bueno, no, no me da lo mismo, miento, me gusta que la gente se lo pase bien y si puedo hacer feliz a unos pobres maricas pajilleros que están al otro lado del mundo o aquí al lado, pues muy bien, y si encima me dan dinero por eso, pues mejor aún ¿no te parece?

A mí no me parecía nada, yo solo quería mi móvil y mi vídeo, no hacer feliz a nadie. Y el dinero tampoco me interesaba, tenía el suficiente para mis gastos, además, supongo que pocos gastos tendría a partir de ahora: entre el castigo de mi padre y que me había quedado sin amigos.

  • No sé si me sigues, siempre has sido un poco lelo, Luis- continuó mi primo-. Guapo y lelo, que una cosa no quita la otra.

Me estaban entrando unas ganas enormes de partirle la cara, pero no podía, estaba allí en mi habitación, mi madre y mi hermano a pocos metros, y él tenía el móvil.

  • Dime qué quieres de una puta vez- hablé por fin.

  • Vaya, el chaval tiene genio. El mismo genio que te faltó el otro día ¿no?

Aquello era un golpe bajo.

  • Mira, te lo voy a decir claro. Tengo tu vídeo y tengo tus fotos, a buen recaudo. Te propongo un negocio: tú te haces cuatro pajas más, las grabas, me las das y las cuelgo en esta página. En esas pajas, no te preocupes, que no se te va a ver la cara. Si accedes, borro este vídeo y las fotos, si no, en vez de ganar dos, gano uno, porque subo tu vídeo, y tus fotos, y ya todo el mundo te podrá ver y a lo mejor hasta te reconocen y se enteran de lo que te gusta de verdad, de que estás colado por ese profesor tuyo, ¿Javier se llama, no?, y de lo que te gusta meterte un dedo por el culo. Tú verás.

Me quedé helado. No me esperaba aquello. La verdad es que soy muy ingenuo y no pensaba que mi primo sería capaz de una propuesta como aquella.

  • Si te grabas cuatro pajas, que a lo mejor le coges el gusto y pueden ser cinco o seis... como sabes que te estás grabando para un amplio público, no tienes por qué decir ningún nombre ni meterte un dedo en el culo, aunque esto siempre se valora más.

Estaba completamente aturdido. Ahora sí que no sabía qué hacer. Por una parte quería recuperar mi móvil y mi vídeo, pero no estaba dispuesto a hacer lo que el cabrón de mi primo me pedía. No quería hacerlo, no quería que medio mundo se pajeara viéndome cómo yo me la meneaba, aunque no se me viera la cara.

  • Te lo piensas. Tienes una semana, es decir, hasta el martes que viene. Si no me dices nada o me dices que no, el martes a las doce de la noche estoy subiendo tu vídeo a esa página, que a lo mejor hasta la conoces... Me llevaré un dinero, no lo dudes, pero me gustaría llevarme más. Creo que es un buen negocio ¿no te parece?

¿Buen negocio? Para él, por supuesto. Mi primo y su sentido del humor tan cabrón como él.

Se levantó de la cama y me tiró el móvil.

  • Ya sabes, antes del martes a las doce de la noche. Y recuerda, que la familia está para eso: para ayudarnos.

Iba a cruzar la puerta cuando se giró:

  • Por cierto- dijo con una media sonrisa-, Juan me manda recuerdos para ti.

Salió por fin de la habitación y lo oí llamar a mi madre, quien acudió a despedirlo entre risas y palabras amables. Me quedé en mi habitación, solo, derrotado, sin saber qué hacer, humillado.

Al momento apareció mi madre.

  • ¡Qué bueno es tu primo! Al final ha sido él el que ha tenido que venir para traerte el móvil. Ya me ha dicho que habéis hecho las paces.

¿Qué paces ni mierdas? Miré a mi madre y ella algo debió notar.

  • Bueno, te dejo, Luis, que voy a llevar a José Miguel al entrenamiento.

Se fueron los dos, tenía la casa para mí solo, necesitaba tranquilidad para poder pensar. Por mi mente una idea cruzó: el ordenador de mi hermano. Esperaba que no le hubiera puesto la contraseña, el mamón era muy listo, pero a lo mejor tenía suerte. Sí, tuve suerte. No le había puesto la contraseña.

Abrí internet y entré otra vez en la página web de vídeos pornos gays de aficionados. Busqué el vídeo del tipo de ayer, aquel chaval de aspecto saludable y atlético. Allí estaba. Pinché encima de él y se abrió en otra página, lo maximicé y me fijé bien: estaba realmente bueno con su polito blanco y sus pantalones de tenis, parecía que acaba de jugar en Wimblendon, sería un pijita, supuse... espera ¿un pijita? Le di al cursor para adelantar la imagen y allí estaba lo que yo andaba buscando: aquel nabo grueso y moreno que se agitaba frenéticamente entre aquella mano nervuda, mientras la otra se acariciaba el pecho y pellizcaba ahora una de esas tetillas también oscuras y prietas.

Sí, era él, no había duda, aquella polla era la de Juan y aquella mano y aquel pecho velado por unos suaves vellos negros. Era Juan, el amigo hijoputa de mi primo, el que me había querido violar la noche del sábado, el que me quería reventar la boca metiéndome aquel nabo que ahora seguía agitándose en busca de una corrida que llegaría en pocos minutos. No se le veía la cara, pero no hacía falta, era él, estaba seguro. Pero ¿qué coño hacía en aquella página de vídeos gays de aficionado? ¿Sería marica él también? No me lo pareció, pero todo podía ser.

Un momento, pensé, espera Luis, un momento. A lo mejor Juan también estaba siendo chantajeado por mi primo. No, eso no podía ser, eran amigos, se llevaban muy bien, yo mismo lo había comprobado, eran cómplices, seguro. Pero si eran cómplices, qué coño hacía Juan pajeándose en aquella página. Espera, Luis, piensa, piensa. Y se me encendió la luz.

Le di a

next

y fui deteniéndome en cada cuadrito de cada vídeo, esas fotos pequeñas que ponen para que los pajilleros nos hagamos una idea de lo que nos íbamos a encontrar, y lo que me quería encontrar lo hallé a golpe de cuatro clicks.

Allí estaba, era él, sin duda, el mismo Juan, ahora estaba en una cama, desnudo y empalmado, no se le veía la cara, pero no había duda de que era él. Pinché sobre el vídeo y se abrió en otra página, lo maximicé y apareció el cuerpo extendido de Juan, llevaba unas bermudas azules, estaba desnudo de cintura para arriba, no se le veía la cara, aunque sí un poco del mentón. La cámara estaba lo suficientemente lejos para tomar un plano general, sin enseñar el rostro, pero lo suficientemente cerca para que yo reconociera su cuerpo moreno y fibroso. Como en el otro vídeo la mano masajeaba su paquete, que ya tenía un importante tamaño. El mismo tamaño que empezaba yo a notar que adoptaba el mío, luchando contra la tela de mis slips.

Ahora una mano recorría la cara interna de sus muslos, había flexionado las piernas y de un certero movimiento, levantándolas para quitarse las bermudas, lo que hizo que se viera un agujero oscuro y morboso, apareció su polla erecta, tan erecta y gruesa como yo la recordaba las tres veces que la había podido ver.

Empezó a meneársela, con movimientos rápidos, casi con ansia, como si quisiera terminar. Yo hice lo mismo, esperando que esta vez pudiera aguantar un poco más que el día anterior. La cámara se fue acercando, poco a poco, ¿quién coño le estaría grabando?, hasta entrar entre sus piernas, ahora la visión era extraordinaria: sus huevos oscuros y algo velludos, la polla agitada, el capullo casi morado, y un poco de su pecho.

Yo estaba a punto de correrme, me iba a correr ya, pues la visión tan cercana de su miembro y de sus huevos que botaban por el movimiento frenético de su mano, me estaban poniendo a cien. Acerqué mis labios a la pantalla, como queriendo morder aquel manjar delicioso cuando noté que aquel chico tan tenista y hetero levantaba un poco la cadera, como había hecho en el anterior vídeo, paraba su mano, y venía a salir de aquel nabo tan caliente un torrente de líquido blanco que fue cayendo en su vientre algo velludo, y en sus muslos, y también, alguna gota que salpicó la cámara. Otras gotas tan espesas o más que las que veía yo en la cámara fueron a estrellarse en la pantalla del ordenador de mi hermano, mientras mi cuerpo se agitaba y combaba en lucha por morder algo que no estaba a su alcance.

Me repuse poco a poco de tamaña sorpresa, y recompuse con mis propios slips la pantalla del ordenador. Borré el historial de internet y lo apagué y lo dejé como yo creía que estaba. Salí al pasillo desnudo, con mi polla larga y fina bamboleando después de la actividad que le había dado, los slips en una mano. Y entré en el cuarto de baño: el reloj que había sobre una repisa marcaba las siete y cuarto. Aún quedaba media hora para que llegara mi padre. No cerré la puerta, no hacía falta.

Me duché tranquilamente, y después volví a mi habitación. Me tiré en la cama: allí estaba mi móvil, con el vídeos y las fotos. Los busqué y fui borrándolos uno a uno, como quien quiere borrar una pesadilla, una pesadilla que sabía yo que no se había acabado. En eso estaba cuando oí la puerta de la calle abrirse. Era mi padre. Asomó su rostro por la puerta. Se me quedó mirando: yo estaba tumbado en la cama, con unos slips limpios, quizás un poco más abultados de lo normal. Le había dado un buen meneo a mi rabo no hacía ni media hora. Levanté la vista y vi que mi padre no me miraba, algún punto debajo de mi rostro era donde se fijaban sus ojos. Joder, con mi padre, pensé.

(continuará)