Intranquilo 7- Una visita inesperada

Luis sigue bastante jodido, y la ley de Murphy está ahí para cumplirse. O no.

RESUMEN DE LO PUBLICADO: Luis sigue castigado. A pesar de la charla y la intimidad que vivió con su padre compartiendo aquella ducha, las cosas no han cambiado mucho: , sigue sin saber quién tiene el móvil, ese móvil en el que guardó un vídeo muy comprometido, y sigue sintiéndose muy confuso y solo. Menos mal que algunos recuerdos, como el de aquel antiguo compañero y amigo, Alberto José, al que le hizo una memorable paja, hacía ahora tres años, le consuelan un poco de sus desgracias. Curiosamente, en los dos últimos días estaba encontrándose mucho con este antiguo compañero.

Este era el recuerdo que me rondaba ahora, el del nabo tan gustoso de Alberto José, y su cuerpo de dios exótico, en aquella misma habitación donde tres años antes, prácticamente en la misma época, había sucedido. Y aquel recuerdo, que se me había aparecido tan vivo y tan fresco, volvió a alimentar mi deseo. Me había empalmado de solo recordarlo.

Me metí en la cama y me hice un pajote en su memoria, volví a ver aquella polla gruesa y oscura, aquellos huevos redondos y brillantes, y aquella boca que se abría cuando por fin se corrió, y en recuerdo de aquel chaval colombiano tan agradable como caliente, igual que aquel día, me coloqué un calcetín en mi nabo largo y fino.

Hay que ser cuidadoso,

fueron las palabras que resonaban en mi cabeza, mientras mi cuerpo se agitaba y me derramaba en aquella tela algo basta y dura.

Con la paja llegó el sueño y con el sueño, el descanso.

Me desperté como todos los días a las siete y media, vamos cuando el despertador sonó. Me duché y desayuné, esta vez sí, con mi madre y mi hermano. Cuando salía para el instituto mi hermano me llamó:

  • Espérame, Luis, me voy contigo.

No me apetecía mucho irme con mi hermano, llevaba un tiempo en que su actitud de niño bueno, de joven promesa del fútbol local, de estudiante aplicado y obediente me empezaba a cargar, lo veía como un crío, un crío complaciente que se aprovechaba de mi situación de mayor, del que se llevaba todas las broncas.

Nada más salir del portal, me habló. Lo que me dijo me dejó no solo sorprendido, sino también hundido.

  • Ayer se te olvidó apagar el ordenador- así empezó.

Y entonces caí, caí en lo que decía: justo cuando me acababa de correr viendo aquel vídeo de aquel tío joven y atlético que parecía tan natural, había oído a mi padre entrar en casa, y por eso había salido corriendo, bajando la pantalla del ordenador, y me había metido en el cuarto de baño.

Lo miré con todo el odio del que fui capaz.

  • No sabía yo que te iban los tíos- siguió diciendo con su voz de niño bueno que nunca ha roto un plato.

Estuve a punto de cogerlo por el cuello y darle una hostia que le dejara las cosas claras, pero no soy de natural violento. Si mi vida era complicada, aquello la iba a complicar más, seguro.

  • ¿A ti qué te importa lo que me guste o deje de gustar?- le pregunté elevando el tono de voz.

  • A mí, nada, pero a papá y a mamá a lo mejor sí.

Ahí estaba aquel pequeño cabrón, con una sonrisa en los labios. Me tenía cogido por los huevos. Vaya mierda de familia , pensé, primero mi primo y ahora mi hermano .

  • ¿Qué quieres?- le pregunté.

  • ¿Yo?- preguntó a su vez con su voz blanda- Nada... por ahora.

¿De quién habrían sacado esos dos hijoputas tanta mala leche y tanta mala baba? Encima se permitía el hecho de chulearme, el niñato de mierda.

  • Mira, enano- le dije- ya te estás largando de aquí. Me suda el nabo lo que les diga a papá o a mamá. A lo mejor hasta me haces un favor.

Me estaba tirando un farol, evidentemente. Por dentro, estaba acojonado.

  • ¿Seguro?- volvió a preguntar, le encantaba hacer preguntitas-. Bueno, para eso estamos los hermanos, para hacernos favores.

Fui a lanzarle una patada pero había descubierto mis intenciones y ya iba corriendo unos metros delante de mí, el muy cabrón. ¿Cómo iba yo a sobrevivir en una familia como esa?

Llegué al instituto y pasó el día. Lo único bueno, las clases de Javier, que seguía tan estupendo como siempre. Hoy llevaba unos vaqueros celestes y un polo blanco que se le ceñía lo suficiente al pecho para marcar unos pezones que con solo imaginármelos ya sentía un cosquilleo en mi entrepierna. Se sentó, como siempre a mi lado, me hizo alguna broma, y nuestros codos volvieron a chocar y a juntarse. Aquello, al menos, me consoló un poco.

Bueno, también pasó algo curioso. Por un pasillo me crucé con Alberto José. A pesar de que las clases de segundo de bachillerato habían terminado, allí estaba él. Me quedé un poco cortado, pues desde aquel día en que le hice una paja en mi cuarto, aunque no volvimos a hablar del tema, entre nosotros había una cierta tensión, la verdad; además como yo repetí y él pasó a cuarto, nuestra amistad se fue enfriando hasta que dejamos de llamarnos y de vernos, si acaso alguna vez en el instituto, por los pasillos, o en el recreo. Pero él ahora andaba con otra gente y yo, quizás llevado por mi paranoia, pensaba que me despreciaba.

Por eso cuando me lo encontré en el pasillo, mi primera reacción fue darme la vuelta, pero su rostro amable y sonriente, y su boca que decía mi nombre, hizo que me detuviera y que me acercara a saludarlo.

  • Ayer me pareció verte en la ventana de tu casa- me dijo.

  • ¿Ayer?- pregunté intentando disimular- ¿A qué hora?

  • Sobre las once más o menos.

  • ¿Sobre las once? No, no, imposible, salí con mis padres a dar una vuelta- mentí.

  • Bueno, no tiene importancia- añadió-, simplemente pasaba por allí y me acordé de ti. Una pena que ya no nos veamos tanto ¿no?

Vaya, no esperaba yo aquel comentario, un comentario tan agradable en un momento de mi vida en el que lo único que escuchaba eran reproches, amenazas o chantajes.

  • Pues sí, la verdad...- dije casi en un susurro, me podía la timidez.

  • ¿Cómo te va?- preguntó.

  • Bien, bien. No creo que tenga problemas para aprobarlas todas ahora en junio- mentí de nuevo-. ¿Y a ti?

  • Muy bien, no me quejo. Aprobé segundo y ahora me estoy preparando para la selectividad.

Era un buen tipo este Alberto José, bueno y guapo, vamos, el ideal de tío que todo marica de dieciocho años como yo quisiera tener de novio. Pero hetero. O por lo menos eso pensaba yo, el vídeo aquel de las dos tailandesas o chinas o vietnamitas...

  • Bueno- dije al oír el timbre que anunciaba la siguiente clase- A ver si nos vemos ¿no?

  • Claro, tío, cuando termine con esto de la selectividad te doy un toque y ya quedamos ¿de acuerdo?

-Vale- respondí con una sonrisa enorme en la cara y el corazón estallando.

  • Dale recuerdos a tu padre- fue lo último que le oí.

Y no me sorprendió mucho, la verdad, ya he dicho que a mis padres le caía genial este amigo mío, de hecho, al año siguiente, cuando yo repetí y el pasó de curso, me insistían hasta el cansancio de por qué no lo llamaba o por qué no quedaba ya con él...

  • Quien tiene un amigo, tiene un tesoro- solía repetirme mi padre entonces- Y a los amigos hay que cuidarlos.

Pero yo aquello me lo tomaba como un reproche, como si me estuviera diciendo que no era capaz ni siquiera de conservar un amigo. La verdad que un poco paranoico sí que era. O no.

Llegué a casa y comí con mi madre y con mi hermano. Al verlo, me sonrió, con esa sonrisa de quien te tiene cogido por los huevos, pero yo procuré no echarle cuenta. Durante la comida mi madre me dijo que había hablado con la madre de mi primo, su cuñada, y que esta le había comentado lo preocupado que estaba Chema, el hijoputa de su hijo, conmigo, que algo le había contado de lo que pasó el sábado, de cómo yo desaparecí de la botellona y de lo preocupado que lo dejé.

  • ¿Por qué no lo llamas?- me preguntó mi madre.

Allí estaba de nuevo aquella tortura, aquella espada sobre mi cabeza que no desaparecía a pesar de lo que yo lo deseaba. No tendría más remedio que llamarlo. Tenía que afrontar ya la realidad porque esta incertidumbre y la insistencia de mis padres me estaban jodiendo vivo.

  • Ahora lo llamo.

Y eso hice, justo cuando terminé de comer. Lo llamé a su casa y no estaba. Hablé con su madre, mi tía, la hermana de mi padre, que me trató como si yo fuera un enfermo.

  • Ya le digo que te llame, cariño, no te preocupes. ¿Vas a estar en casa?

  • Sí, claro- respondí- Estoy castigado.

  • Vaya, cariño, no se pueden hacer determinadas cosas, ¿lo sabes, verdad? Aunque a tu edad, ¿quién no ha hecho alguna tontería?

¿Cariño? ¿Qué mierda era esa? ¿Determinadas cosas? ¿Qué cosas? ¿Y el cabrón de su hijo, ese no hacía cosas que realmente jodían a los demás?  Me despedí y colgué. Me metí en mi cuarto y me eché en la cama. El recuerdo agradable de Alberto José vino a mi mente y con su rostro, y otras partes de su cuerpo tan o más apetitosas, me dormí.

Me despertó mi madre, sobre las seis y pico. Seguía haciendo calor, pero esta vez no me había empalmado.

-Luis- me dijo- tienes una visita.

¿Una visita? Pensé ¿quién podía ser?

(continuará)