Intranquilo 5- Lo que hace un buen vídeo

Luis se queda al fin solo en casa, su vida sigue siendo una mierda aunque hay cosas que internet puede aliviar... Pero en la vida de Luis últimamente, hasta la visión de un vídeo porno, se puede complicar...

Resumen de lo publicado: Luis, un chico de 18 años, siente que su vida es un puro desastre: no acaba de aceptar que le van los tíos, ha tenido una bronca con sus padres, y su primo, con el que solía salir de marcha, está tramando algo contra él, además ha perdido su móvil, aquel móvil que contiene un vídeo muy comprometido...El único consuelo de Luis es el instituto, y sobre todo, Javier, su profesor de Lengua, con el que suele tener bastantes fantasías muy calientes.

Me desperté sobre las seis, empapado de sudor y con una buena erección, estuve a punto de hacerme otra paja, pero unos pasos en el pasillo, me quitaron las ganas. Alguien llamaba a mi puerta: mi madre. Busqué las sábanas y me tapé.

  • ¿Sí?

Se abrió la puerta y apareció el rostro preocupado de mi madre.

-¿Estabas durmiendo?

  • Me acabo de despertar- contesté.

Entró mi madre y se sentó en el borde de la cama. Mi polla, instintivamente, volvió a su estado natural. Cuando me pasó la mano por el pelo, cosa que me daba mucho coraje, ya todo el deseo se me había bajado.

  • Luis, Luisito, mi niño- empezó a decirme-. ¿Por qué te empeñas en hacer las cosas tan complicadas?

¿Hacer yo las cosas complicadas?, ¿empeñarme yo en hacer las cosas complicadas? Si mi madre iba buscando un acercamiento no era la mejor forma, desde luego. ¿Qué sabía ella de lo complicada que podía ser mi vida?, ¿qué sabía ella de lo cabronazo que era su sobrino, ese que tanto adoraban los dos y de quien hablaban maravillas: universitario, buen chaval, educado...? Puffff, ¿En qué mierda de mundo vivían mi madre y mi padre?

Algo debió notarme en la cara, cuando dejó de acariciarme el pelo.

-¿No quieres contarme nada?

¿Qué le iba a contar? ¿Qué quería que le contara?... Claro que yo estaba deseando contarle a alguien lo que me estaba pasando, pero no a ella, no a ella ni a mi padre. ¿Cómo iban a reaccionar? Seguro que al final la culpa había sido mía, la culpa había sido del maricón de su hijo.

Me mantuve en silencio, la mirada perdida en algún punto de la habitación. Sentía sobre mi rostro los ojos lastimeros de mi madre.

  • Ha vuelto a llamar tu primo. Hemos estado hablando un rato y está muy preocupado. Lo dejaste muy preocupado ¿lo sabes?

Aquello ya era el colmo. El muy cabrón estaba jugando sus cartas y las estaba jugando muy bien, mientras yo seguía paralizado, esperando no sé qué, esperando un milagro, o esperando despertarme de aquella pesadilla. Una mierda.

-¿Por qué no lo llamas? Por cierto, me ha comentado algo sobre tu móvil. Dice que un amigo vuestro se lo encontró en la botellona. ¿No es estupendo?

¿Que un amigo nuestro se lo encontró en la botellona? ¿Pero a qué estaba jugando mi primo?

Aquello me desconcertó aún más. Mi cabeza empezó a dar vueltas. ¿Se lo habría llevado Juan?, ¿tendría ahora Juan mi móvil? Tenía que buscar una solución, tenía que enfrentarme de una puta vez a la realidad. Pero no sabía cómo, ni sabía cómo ni tenía el valor suficiente.

  • Ya lo llamaré- dije al fin, con la esperanza de que mis palabras la tranquilizaran y me dejara en paz.

  • Así me gusta. La familia para eso está, para ayudarse y protegerse.

¡Menuda ayuda tenía yo con mi primo!

Se levantó mi madre por fin y cuando ya se marchaba me acordé del trabajo que pensaba entregarle a Javier el viernes. Necesitaba el ordenador y necesitaba internet, y mi padre me lo había prohibido. Ahí estaba mi madre, deseosa de acercarse a ese hijo que se le mostraba tan distante. Ahora podía jugar yo mis cartas.

  • Mamá- la llamé antes de que se marchara.

  • ¿Sí?

  • Tengo que hacer un trabajo para Lengua, para Javier- mi madre lo conocía pues había ido a hablar con él un par de veces a lo largo del curso; de aquellas dos visitas vino encantada-. Es sobre un libro que me he leído- mentí- y tengo que hacer un trabajo.

  • ¿Un trabajo?

  • Sí, un trabajo que me sube la nota. ¿Puedo usar el ordenador de José Miguel? El mío me lo ha quitado papá.

Mi madre pareció dudar un momento.

  • Lo hago en su cuarto, mamá. Confía en mí.

Aquellas eran las palabras mágicas.

  • Claro que confío en ti. Voy a hablar con Josemi.

Bueno, al fin había logrado algo. Por lo menos, en todo el desastre que se estaba convirtiendo mi vida, podría salvar alguna asignatura.

A la media hora estaba yo en la habitación de mi hermano, delante de su ordenador, buscando trabajos sobre el libro

Rebeldes.

Mi hermano José Miguel estaba tumbado en la cama, con la play, tan feliz y ajeno a todo que me daba envidia. Deseé por un momento ser él, veía que su vida era fácil, sin problemas, tenía quince años, tres menos que yo, y todo le iba genial: sacaba buenas notas, mis padres le mimaban y atendían, jugaba en un equipo de fútbol...

A las siete y pico me dejó solo en su cuarto. Tenía entrenamiento. Mi madre lo acompañó, así que me quedé solo en su dormitorio, solo y con el ordenador. El trabajo ya estaba casi terminado, total, cortar y copiar, y escribir, eso sí lo hice yo, mi opinión sobre el libro que no había leído. Puse que me había encantado y que me identificaba con el protagonista y que no cambiaría nada de la historia. Le di a imprimir y recogí las copias.

Como tenía la oportunidad de seguir con el ordenador y a saber cuándo me veía en otra, abrí mi perfil de facebook. Tenía un mensaje. El corazón se me aceleró cuando vi que era de mi primo:

“Como eres una nenaza que no me llamas, te lo digo por aquí. Tengo tu móvil y creo que te interesa recuperarlo. Yo, en tu caso, estaría muy interesado”

¡Joder! El muy hijo de la gran puta había estado bicheando en el móvil y seguro que había visto las fotos y el vídeo. La poca alegría por haber terminado el trabajo desapareció por completo. Otra vez el mundo se me venía abajo.

Estuve como un par de minutos sin saber qué hacer, si contestarle o no. Lo que me salía era mandarle un mensaje lleno de insultos, pero no me quería arriesgar. Era él quien me tenía a mí pillado, y cualquier cosa que hiciera yo y que no le gustara podía tener unas consecuencias nefastas. Una puta mierda, vaya.

Para olvidarme del tema me puse a navegar por internet. Y di con lo que estaba buscando. Una página de vídeos pornos gays de aficionados. El recuerdo del sueño que tuve en la siesta y mi fantasía matinal con Javier, mi profesor, me hinchó el pecho, haciendo que me olvidara de mi primo y de sus mierdas.

En la pantalla, una serie de vídeos se sucedían, dispuestos para que yo los pinchara. No, no había ninguno que se correspondiera a lo que yo iba buscando, le di a next y otra fila de vídeos aparecieron. Joder, ahí había uno que tenía buena pinta: se veía el torso de un tipo joven, moreno y algo velludo, pero no mucho, con ese vello oscuro que sombrea un poco el pecho y la línea que va del ombligo a la polla. No se le veía la cara, estaba sentado en una silla, frente a la pantalla de su ordenador, era un vídeo doméstico, posiblemente se estaría haciendo una paja y lo habían grabado.

Aquel torso atlético, moreno y oscuro, me había puesto caliente. No era exactamente lo que yo estaba buscando, iba buscando uno en el que saliera un tipo de treinta y tantos, con un buen cuerpo, maduro... vamos, como mi profesor, pero aquel me venía bien, total, para una paja rápida... no era cuestión de echar más tiempo allí, mi padre, ya eran las siete y media pasadas, podía llegar en cualquier momento y no me apetecía que me encontrara en el ordenador, darle explicaciones que no iba a creer y que me montara la bronca de nuevo.

Así que le di al play y el vídeo se abrió en otra página, lo maximicé y vi un torso con un polo blanco, el tipo llevaba unos pantalones cortos como de tenis, se estaba sobando la entrepierna mientras que una mano que se adivinaba por dentro del polo se acariciaba el torso. Al momento se puso de pie: el bulto de la entrepierna tenía un aspecto considerable, el mismo que iba adquiriendo el mío, que ya curvaba mi pantalón corto de pijama. El tipo del vídeo se quitó el polo, en ningún momento se le vio la cara. Apareció aquel torso que yo ya había visto en la imagen pequeña: un torso fibroso, marcado, moreno y con un pecho no muy amplio, en el que un vello oscuro rodeaba unas tetillas también oscuras y de una apariencia muy rica. Seguía con los pantalones cortos puestos y continuó frotándose con la mano el paquete, paquete que parecía a punto de estallar cuando se lo cogía con las dos manos.

Seguía embobado aquella especie de ritual. Entre mi mano, mi polla larga había soltado ya un poco de líquido que yo ahora extendía por mi capullo tirante. El tipo al fin se bajó los pantalones blancos y un nabo también oscuro y bastante grande, saltó hasta golpearle casi el ombligo. El tipo lo agarró con una mano y suavemente echó hacia atrás el pellejo que cubría el glande. Estuve a punto de correrme cuando vi aquel gesto simple y para mí lleno de tanto morbo, quería aguantar, quería esperarme, quería ver cómo ese tipo se la machacaba y acababa derramándose entero. Pero llevado por mi propia ansias, con la otra mano empecé a pellizcarme los pezones, y aquello provocó que me corriera, antes de lo previsto, pues aquel tipo, que ya se había sentado, empezaba ahora a menearse aquel nabo tan impresionante, mientras con una mano se recorría el torso.

Mi semen se había estrellado contra mi pecho delgado y mi vientre, restos de aquella leche descendían por mi polla y me manchaban los dedos. Pero yo ahora estaba pendiente de la pantalla, del movimiento frenético que aquel tío le estaba dando a su nabo, un nabo que al fin soltó su carga de nata. Al correrse, el tipo había levantado las caderas, dejando una visión tremenda de su miembro erguido y de unos huevos oscuros y algo peludos. La lluvia de su semen cayó también sobre su torso y sobre la mesa del ordenador. Un ruido en la puerta hizo que volviera a la realidad. ¡Joder, eran las ocho menos cuarto! La hora en que mi padre, minutos más minutos menos, solía llegar a casa. No era plan que me encontrara en el cuarto de mi hermano, con su ordenador y recién pajeado. Hice lo único que se me ocurrió, lo que yo no esperaba es que aquello tuviera otras consecuencias...

(Continuará)