Intranquilo 4
La vida de Luis no parece mejorar mucho, lo único que tiene para escapar de una realidad desastrosa es su fantasía, la fantasía de un chico de 18 años que empieza a saber lo que le gusta...
RESUMEN DE LO PUBLICADO: Luis, un chico de dieciocho años, está pasando un mal momento. Su primo le ha preparado una encerrona, en la que también interviene un amigo de este, Juan. Luis sale huyendo, llega muy tarde y con muy mal aspecto a su casa, y recibe la bronca del padre. Al día siguiente se da cuenta de que no tiene el móvil: su móvil lo tiene el primo, y lo que es peor, en el móvil hay unas imágenes bastante comprometedoras. Luis se quiere morir: se siente solo, su padre le tiene castigado y está en manos de su primo, quien además es un experto manipulador. Su único consuelo es el instituto, y su profesor de Lengua, Javier, un tipo de unos treinta y tantos años, muy atractivo y comprensivo, que ahora está sentado junto a él...
Estaba a punto de saborear por fin aquella leche que yo había imaginado tan deliciosa cuando oí la voz de Javier, a mi izquierda.
- Luis, ¿no tienes nada que decir de la exposición de Pedro?
Noté mi rostro encendido y las miradas de mis compañeros y de Javier sobre mí. Instintivamente me llevé las manos a la entrepierna, donde sentía un dolor de carne aprisionada; menos mal que el pupitre no dejaba ver nada, y que aquel día llevaba unas bermudas vaqueras y no los calzones de deportes... Javier seguía con la mirada fija en mis ojos.
- No, no...- balbuceé como puede-. Estoy de acuerdo con todo lo que ha dicho.
Unas risas sucedieron a mis palabras. ¿Qué pasaba? ¿Qué habría dicho Pedro para que todos soltaran aquellas carcajadas? No me iba a enterar. Como no me había enterado de nada de su exposición, colgado como me había quedado de aquella fantasía tan caliente que aún notaba en mis labios algo hinchados.
Pasó aquel mal rato y terminó la clase. El resto de la jornada siguió con la normalidad y el cansancio de los lunes. Además el calor se notaba ya, y eso nos dejaba flojos y pesados.
Cuando llegué a casa, volvieron todos mis temores, aquellos que había logrado olvidar en el instituto. Mi madre acababa de llegar y trasteaba en la cocina.
¿Cómo te ha ido?
Bien- respondí.
Me fui a mi cuarto, dejé la mochila y me cambié de ropa para estar más cómodo: el pantalón corto del pijama y una camiseta ancha.
Al poco tiempo oí cómo mi madre me llamaba para comer. Entré en la cocina, mi hermano José Miguel estaba ya sentado. Me senté en mi sitio, con hambre pero sin ganas de hablar. Fue mi madre la que empezó la charla.
- Mira, Luis, he estado hablando con tu padre... Tienes que entenderlo, y tienes que entendernos... Quiero decir que nos preocupas, que hace ya semanas que te vemos algo raro, no solo por los estudios, que ese es otro tema, sino, no sé...
Se notaba que le costaba hablar, como se me notaba a mí, supongo, que no tenía ganas de sermones. No dije nada, seguí comiendo y escuchando.
En fin, eso es lo que quiero decirte. Por cierto, antes de que llegaras ha llamado el primo, quería hablar contigo, dice que lo llames, que es importante.
¿El primo?- pregunté mientras notaba cómo se me cerraba el estómago. El hambre había desaparecido.
Mi madre percibió algo porque ahora en su rostro se reflejaba cierta sorpresa:
Sí, tu primo, ¿te ha pasado algo con él?
¿Qué me va a pasar?- pregunté con demasiado ímpetu. Decididamente el hambre había desaparecido.
Mi madre volvió a lanzarme esa mirada de desconcierto.
- Ya sabes que Chema te aprecia mucho, siempre te ha tenido mucho cariño, ya de pequeños...
¡Lo que me faltaba por oír! Me estaba dando la comida. ¿Que me apreciaba mucho? ¿Que siempre me ha tenido mucho cariño? Sí, claro, ya empezaba yo a saber qué tipo de cariño era el que me tenía el muy cabrón. El estómago se me cerró totalmente.
- No tengo hambre- dije mientras me levantaba y dejaba el plato sobre la encimera.
Otra vez la mirada acuciante de mi madre, y la de mi hermano José Miguel, tan bueno e intachable.
- ¡Luis!- oí que me llamaba mi madre mientras yo salía de la cocina en dirección a mi cuarto- ¡Luis!
Allí, en la tranquilidad de mi habitación, me tiré en la cama, hundiendo la cara en la almohada, deseando que todo terminara de una puta vez, sin ganas de enfrentarme a mi primo, sin ganas de nada, bueno, casi sin ganas de nada... bueno, sí, había algo que era lo único que me apetecía: estar con Javier, abrazarme a su cuerpo y sentir todo lo que él tendría guardado para mí, aquello también era un imposible, una realidad que nunca iba a poder vivir. Así pensaba yo en aquella tarde calurosa de primeros de junio, mientras notaba cómo un cosquilleo subía por mi entrepierna hacia el pecho, hacia la garganta, y, cerrando los ojos, la imagen de Javier, mi profesor, en mi mente, imaginé que hundía mi rostro en su pecho recio y trabajado, lejos de cualquier peligro, al fin, seguro y a salvo.
Aquel pecho donde crecían unos suaves vellos oscuros que se arremolinaban en torno a unos pezones pequeños y duros, los mismos pezones que mis labios empezaban a chupar delicadamente. Javier estaba allí, a mi lado, tumbado y desnudo, con ese cuerpo en el que ya el sol había dejado su huella, un cuerpo hecho y maduro, un cuerpo en el que podía sentirme protegido, protegido por aquel brazo que ahora sentía sobre mí, aquella mano que me acariciaba la espalda con la misma delicadeza con la que yo le seguía besando las tetillas, duras como una piedra. ¡Qué sabor tan rico!
Pero lo que más llamaba mi atención no estaba allí, sino más abajo, justo en medio de su cuerpo, una verga oscura y tersa se levantaba apuntando hacia arriba. Aquel era el destino de mis labios y hacia allí me fui. Era la misma polla que aquella misma mañana había empezado a saborear. Sí, ahora lo recordaba. Descendí por su vientre plano que al contacto de mis labios finos sufrió un pequeño espasmo. Para prolongar aquel momento ya mi mano sujetaba aquella carne caliente que seguía tensa a la espera de un placer mayor. Bajé la mano y empecé a acariciar unos huevos cubiertos de una fina piel muy suave. Oí cómo Javier suspiraba, mientras su mano seguía recorriéndome la espalda. Ya no quería posponer más el instante que tanto había estado esperando: mi boca agarró su verga profunda y empezó a chupar con un ansia concentrada. Yo también estaba muy empalmado, sentía mi polla chocar contra la cama, así que empecé a meneármela. Sí, el meneo de mi mano seguía el ritmo que mis labios imprimían a la verga oscura y alta de Javier, quien a mi lado se retorcía de puro placer. La visión de su capullo casi morado, de aquel prodigio de carne tirante y a punto de estallar, hizo que mi lengua se detuviera y se aplicara en recorrerlo con pequeñas lamidas, una gota blanca y deliciosa asomó en aquella carne templada. Su visión hizo que mi mano acelerara sus movimientos.
Sí, ya sentía yo cómo un vértigo se acumulaba en mis huevos. Mi polla larga y fina seguía sufriendo los embates de mi mano, cada vez más rápida y más frenética en sus meneos, mientras con la otra mano, que era la mano recia de Javier, me acariciaba el culo. Un dedo exploraba allí donde más placer encontraba, levanté un poco la cadera, sí, ahora, ahora podía recorrer mucho mejor aquel camino que no tenía muy explorado, aquel camino que se abría ante mí provocándome unas sensaciones desconocidas. Sentía mis tetillas cómo se estiraban, cómo todo mi cuerpo, allí, tumbado boca abajo en mi cama, se preparaba para lo que tanto estaba deseando. Y la visión del cuerpo de Javier, que tan bien, reaccionaba a mis labios, me animaba a seguir, a seguir hasta que al fin reventó la verga oscura de Javier estallando en una lluvia de leche espléndida, y ya no hizo falta más: me derramé entero sobre las sábanas del colchón.
Busqué los labios entreabiertos de mi profesor y en ellos estrellé mi boca, sintiendo su lengua, casi como si se le escapara la vida. La respiración agitada, mi pecho sobre el suyo, hasta que al fin llegó la calma. Sentí la almohada húmeda por la saliva y busqué el torso de mi profesor. Oía cómo su corazón palpitaba, que no era sino el mío, que en mi pecho iba recobrando su ritmo, y aquel sonido, y el calor de su cuerpo, que era el calor de mi cuerpo, trajo el sueño que tanto necesitaba.
(continuará)