Intranquilo 34- Una llamada caliente

El teléfono, ese gran invento...

Como casi siempre me encontraba confundido, sin saber qué decir ni qué hacer. joder, la vida era una continua carrera de decisiones y yo aún no estaba entrenado para eso. Sentía al otro lado del teléfono la respiración de Juan y en el aire flotando su propuesta. Tenía que decir algo, pero no sabía qué.

No sé, Juan– dije al fin– yo... estoy muy liado... lo único que quiero es que esto acabe.

Lo entiendo– oí que me decía.

Tengo que pensármelo... no sé, comentárselo a Javier, él tiene las ideas más claras, yo...

Lo entiendo, Luis– le volví a oír–. Sé por lo que estás pasando porque yo me encuentro en una situación parecida y... bueno, tío, quizás... no sé... ya te digo que esto creo que es mejor que quede entre tú y yo... tu colega... bueno, mejor no le digas nada ¿no? ¿Para qué liarlo más?

¿Por qué no querría que le dijera nada a Javier? Ya, la verdad es que yo tampoco me veía contándole su propuesta.

Bueno... sí... en fin... le diré que lo de Patri no puede ser. De todas formas, gracias.

Gracias a ti, tío... y también a tu colega. Es una suerte tener alguien en quien poder confiar.

Le iba a decir que lo sabía, pero me callé, no quería parecer una nenaza. Hablar con Juan me resultaba difícil, lo veía tan seguro, tan viril, tan importante... Sé que puede parecer una estupidez y seguramente lo era, pero Juan tenía tres años más que yo, era universitario, lo veían tan...

Bueno, Luis, espero que se os ocurra algo. No sé qué más decirte. Si necesitas algo de mí no dudes en llamarme, estaré encantado de poderte ayudar.

Gracias, Juan.

Y con eso terminamos nuestra conversación. Tenía mucha calor, el corazón seguía dándome botes y mi cabeza no daba para más. No podía pensar con claridad. La idea de Juan me sonaba un poco rara, pero por otra parte, joder, me imaginaba aquella situación y me ponía muy cachondo. Pero no, no podía hacerlo, no podría soportar la presencia de mi primo, allí, grabándome, ya le había dado demasiado poder. Además, ¿qué iba a pensar Javier? ¿cómo se iba a tomar aquello?

Javier, Javier... lo tenía que llamar. Era el único a quien podía acudir, el único que parecía tener las cosas claras. Seguro que algo se le ocurriría. Busqué su número, allí estaba, iluminando la pantalla de aquel teléfono que tantos problemas me había causado, bueno, el teléfono no tenía la culpa, la culpa había sido mía por haberlo usado de aquella manera. Joder, cómo había podido ser tan estúpido.

Dime, Luis.

La voz varonil de Javier me relajó. Qué poder tenía sobre mi ánimo.

¡Hola, Javier!– le saludé.

¿Qué tal? ¿Cómo va todo?

Regular– contesté.

¿Has hablado con Juan?

Sí, acabo de hablar.

¿Y?

Que no, que dice que no puede decirle nada a Patri, que bastante daño le ha hecho ya como para meterla en otra historia.

Un silencio se apoderó de la conversación. Supuse que aquello habría sido una sorpresa para Javier. Pero como otras tantas veces, me equivoqué.

Me lo imaginaba. La verdad es que lo que nos contó esta mañana no tuvo que ser muy agradable para esa chica. En fin, tendremos que seguir buscando ¿no?

¿Buscando? ¿Dónde? ¿Dónde podíamos encontrar una tía que se prestara a un asunto que tenía una pinta tan rara?

Sí... supongo.

Tranquilo, Luis, tranquilo. Esto se va a arreglar. No te preocupes, solo es cuestión de tener paciencia y de confiar.

No dije nada, pues las dos cosas que había mencionado Javier no estaban entre mis cualidades: la paciencia y la confianza.

Supongo– dije con un tono de voz poco animoso.

¿Estás en tu habitación?– me preguntó Javier.

Aquella pregunta, quizás pretendía cambiar de tema, me sorprendió.

Sí, claro– le respondí.

¿Dónde? ¿Sentado frente a la mesa?

No, en la cama.

En la cama– repitió Javier–. Yo también estoy en mi cama.

Aquella frase me hinchó el pecho. Javier en su cama, joder, solo de imaginármelo ya me empezaba a culebrear algo dentro de los slips.

¿Qué llevas puesto?

Joder, la cosa se ponía caliente. ¡Sexo telefónico con mi profesor!

Unos slips.

Unos slips– repitió Javier– ¿Por qué no me los describes?

Me hizo gracia la pregunta, no sé por qué pero me recordó a un examen.

Pues son unos slips azules, un poco ajustados, con el elástico blanco y unas letras...

¿Un poco ajustados solo?– volvió a preguntar–. Seguro que hay un sitio por donde se ajustan más.

Eché un vistazo a mi entrepierna y sí, justo por el centro empezaban a ajustarse más.

Sí, por el centro se me están hinchando.

¿Y eso? ¿Por qué se te hinchan?

Porque me estoy poniendo...– joder, me costaba trabajo hablar pero por otra parte lo estaba deseando, de los tres encuentros sexuales que habíamos tenido, en ninguno de ellos dije palabra y ahora, ahora estaba deseando decir algo– Me estoy poniendo muy cachondo.

Muy cachondo... –repitió Javier–. Eso está bien, yo también me estoy poniendo muy cachondo con lo que me estás diciendo.

Tragué saliva, el corazón se me empezó a acelerar.

Me gustaría que vieras cómo a mí se me está hinchando también mis bóxers.

No hacía falta que me lo imaginara, los había visto esta mañana.

Son azules, como tus slips.

Pues no, no eran los mismos, los de esta mañana eran blancos, se habría duchado.

¿No te molestan los slips, Luis?

Mucho– respondí rápidamente.

Yo me acabo de quitar mis bóxers.

Hice lo mismo que él, levanté las piernas y de un tirón me saqué los slips.

Los míos acaban de salir volando– dije.

¿Y qué ves?

Veo... veo una polla larga y... unos huevos con algunos pelos.

Sí, la conozco. La estoy viendo, como estoy viendo mi nabo, un nabo que no es tan largo como el tuyo...

Pero es más grueso, Javier, tu polla es... es perfecta.

¿Te gusta, Luis?

Me encanta.

Pues ahora me la estoy acariciando, con los dedos, de arriba abajo, y se me está poniendo más gorda aún.

Joder, yo empecé a hacer lo mismo, pero no tuve paciencia, me agarré bien el nabo y empecé a meneármelo.

¿Sabes lo que estoy haciendo con la otra mano?

No– casi gemí.

Me estoy pellizcando un pezón, como a ti te gusta que te hagan.

Me llevé los dedos a una de mis tetillas, que estaban duras y preparadas, y empecé a manosearlas.

¿Te gusta eso, Luis?

Mucho.

Me estoy tocando pensando en ti, Luis, pensando en tu cuerpo delgado y limpio, en tu polla larga y fina, en tus huevos peludos, en tu sonrisa, en tu mirada, en el olor de tus axilas, Luis, y mi nabo se está poniendo cada vez más gordo, si vieras mi capullo, está tirante, a punto de romperse, porque ahora mi mano le está dando un buen meneo, Luis, y con la otra mano me estoy sobando los huevos...

Joder, tenía la oreja ardiendo y estaba a punto de estallar, a punto de correrme, la voz de Javier en mi oído, tan cerca, tan caliente, me estaba poniendo más cardíaco que cualquier otra cosa, era como si estuviera allí a mi lado, en mi cama, su boca a escasos centímetros de mi oído. Ya sentía yo mi cuerpo preparado, ya un calambre me tiraba de los dedos de los pies, ya me venía toda aquella leche que ahora salía con violencia y se estrellaba contra mi cara, contra mi pecho, contra mi vientre...

Sí, Luis, mi polla está a punto de romperse por ti, en tu boca, Luis, en tus labios finos, en tu...

Oí una especie de gemidos, y luego silencio. Como siempre, no fui yo quien lo rompió.

Luis, no te puedes imaginar lo que te quiero.

Y diciendo estas palabras, colgó el teléfono.

Joder, qué capacidad tenía este tío de cambiarme el ánimo; hacía unos minutos estaba hecho polvo, medio hundido y ahora, ahora me sentía feliz, relajado, contento, pleno...

Sí, creo que había oído bien, creo haberle oído: te quiero. Joder, te quiero, ¡qué bien sonaban aquellas dos palabras! Tan bien sonaban en mi cabeza que me quedé dormido con ellas resonando dentro de mí.

(continuará)

Y si no puedes esperar, aquí lo tienes completo ;)

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