Intranquilo 32- Lolo y sus insinuaciones

Uno hace las cosas y se cree que lo controla todo, piensa siempre uno que los demás no se enteran, pero hay gente que, aunque parezca no, está pendiente de todo...

Salimos del aparcamiento y enfiló Javier rumbo al instituto donde debía dejarme; era ya la una y media, con suerte podía llegar a la última hora. Por el camino volvimos a hablar del tema que tanto nos preocupaba: cómo anular el chantaje de mi primo Chema. La charlita con Juan nos había aclarado algo, poco según yo, pero Javier se mostraba muy optimista y hablador. Me encanta verlo así, tan dispuesto a echarme una mano (en todos los sentidos, claro), tan seguro, tan confiado, tan protector. Conducía y me hablaba.

  • Luis, creo que ya sé lo que podemos hacer, lo que vamos a hacer.

Yo, sentado a su lado, contemplaba su perfil recto, sus labios finos, su rostro moreno, sus ojos achinados y negros, la virilidad que desprendía todo él, y entre la cerveza que me había tomado y la mamada que le había hecho, me sentía como si en vez de en su coche fuera flotando en una nave espacial.

  • Vamos a pagarle a tu primo con su misma moneda. Sí, eso vamos a hacer.

¿Con su misma moneda?, me preguntaba yo sin saber muy bien a qué se podía referir. Mi primo Chema, nos había dicho Juan, no era gay, era un hetero al que parecía que le iba un rollo tan chungo que ni el mismo Juan nos lo había podido explicar. ¿Cómo le íbamos a pagar con su misma moneda?

  • Hay que prepararle una encerrona, tenemos que pillarlo haciendo algo de lo que se avergüence mucho, y grabarlo, claro- Javier parecía que hablaba solo.

No se me ocurría nada. Javier seguía concentrado en sus pensamientos y en el tráfico. Joder, cómo conduce el tío, qué seguridad, qué dominio, ¡cómo no iba a estar colado por este tío!

  • Necesitamos- prosiguió después de un breve silencio- necesitamos una tía, una tía que conozcamos y que esté dispuesta a ayudarnos.

¿Una tía? ¿Qué tía? Yo conocía a algunas, compañeras del instituto y demás, pero no tenía la suficiente confianza con ninguna para plantearle el tema, joder, cómo le iba yo a contar la historia a alguna de esas pavas. Ya bastante me había costado decirle a Javier lo que me pasaba como para tenérselo que relatar a una tía. No, no conocía a ninguna. Un momento, ¿Patri? Tal vez Patri, la amiga de Juan y de Chema, se podía prestar...

  • ¿Patri?- pregunté tímidamente.

  • ¿Patri?- respondió Javier a su vez como no sabiendo a quién me refería.

  • Patri, la que fue una noche a casa de mi primo, la que se lo hizo con Juan...

Javier guardó silencio, su mirada fija en el tráfico.

  • No sé- dijo al fin- quizás no esté dispuesta. Por lo que sabemos lo pasó muy mal. Además habría que llamar a Juan para que él se lo proponga.

  • Me ha dado su número- dije recordando la disposición que había mostrado Juan al despedirnos.

  • Bueno, quizás sí, quizás Patri pueda ayudarnos.

El tráfico era lento, pero Javier sabía sortear los coches y buscar cualquier hueco por donde meter su clío azul. Me acordé del comentario de mi hermano José Miguel acerca del coche de Javier: para lo guay que es no le pega un coche como ese. ¡Qué sabría el enano de coches y de tíos enrollados!

  • Luis, tendrás que llamar a Juan y comentárselo, a ver qué te dice.

Asentí con la cabeza.

  • De todas maneras, no podemos esperar mucho, tenemos que prepararlo y hacerlo ya. Este fin de semana como muy tarde.

Joder, la verdad es que el reloj era una amenaza tan grande como la del chantaje del cabrón de mi primo. Bueno, pensé mientras una sonrisa se perfilaba en mis labios, tampoco estaba mal tener que grabar otro vídeo, sobre todo si era como el que grabamos ayer en mi casa...

Faltaba poco para llegar al instituto. Javier seguía concentrado en sus pensamientos.

  • Y también hay que buscar un lugar, un sitio, una casa, un piso donde podamos preparar el asunto.

¿Un piso? ¿Una casa? ¿Qué piso y qué casa? Yo vivía con mis padres. Sí, a veces, un par de horas por las tardes, me quedaba solo, pero no podía contar con mi casa, mi padre seguro que se presentaba antes de tiempo o acabábamos atrasándonos y aparecía él. No, no, mi casa no podía ser.

  • Bueno, en un momento dado podemos hacerlo en mi piso- continuó Javier fijando sus ojos negros en los míos.

Estábamos parados en un semáforo. Aquella frase me llegó. Yo ya había imaginado el día en que me llevara a su casa y compartiéramos aquella intimidad que tanto estaba deseando. Su piso, su casa... la frase podemos hacerlo en mi piso me recorrió toda la espalda con ese cosquilleo que empezaba allí abajo y que me llegaba hasta la coronilla. Sentí su mano, fuerte y nervuda, sobre mis rodillas, y aquel gesto hizo que me estremeciera aún más.

  • No te preocupes. Seguro que se nos ocurrirá algo.

Iba a darle un beso, que es lo que me apetecía en aquel momento, bueno, me estaba apeteciendo desde que salimos del aparcamiento, pero el semáforo se puso en verde y empezamos a circular de nuevo.

Llegamos al instituto. Javier me dejó en la esquina del bar donde habíamos tenido aquella charlita que tanto bien me hizo. Cuando paró el coche, sus ojos achinados se fijaron en los míos.

  • Tranquilo- ahí estaba su palabra favorita-, todo va a salir bien, seguro. Llama a Juan y proponle lo de Patri. Yo voy a ir pensando qué podemos preparar. Alguna idea ya tengo pero quiero pensarla bien. Tú encárgate de llamar a Juan y de decirle lo que hemos pensado ¿vale?

  • Vale- contesté.

  • Llámame cuando hayas hablado con él.

Otra vez las ganas de darle un beso, pero estábamos en medio de la calle, sí, metidos en su coche, pero a menos de cien metros del instituto. Me reprimí. Noté su mano apretando mi rodilla.

  • Gracias- fue lo único que me salió mientras abría la puerta y me encaminaba hacia la puerta del centro.

Cuando entré sonó el timbre del cambio de hora. Las dos menos cuarto. Subí las escaleras y me dirigí hacia mi clase. Antes de que pudiera entrar, mis compañeros ya salían.

  • ¿Dónde vais?- pregunté.

  • ¡Hombre, aquí está el señor mayor de edad, don Luis!- la voz de Pedro, el delegado, con su punto de ironía- No hay quien te vea el pelo.

  • ¿Qué pasa? ¿Por qué salís?

  • La de Naturales, que ha faltado. Nos vamos al patio.

Joder, qué alegría. Al patio, última hora y al patio. La verdad es que aquel día me estaba saliendo redondo. Entré en el aula para recoger mi mochila. Los ojos azules de Lolo se cruzaron con los míos.

  • El niño perdido en el templo- empezó a decir-, y al fin devuelto.

Le dirigí una sonrisa. Le estaba tomando cariño a este compañero al que hasta ahora había evitado y casi despreciado. Pero era un buen chaval, no había duda, un poco friki, pero buena gente. Me colgué la mochila y salí, Lolo iba a mi lado.

  • Vaya diíta que llevo, hijo, un no parar que me tiene con los nervios de punta. Y esta tarde tenemos una cita.

¿Una cita? ¿Lolo y yo? Lo miré sorprendido.

  • Sí, hijo, no me digas que se te ha olvidado, no me extraña, con la vida tan movida que llevas... pero, bueno, cada uno hace lo que le place y no seré yo quien se meta en lo que no me incumbe, aunque, no te creas, que de buena gana te diría un par de cosas...

¿A qué se podía referir Lolo con eso de vida tan movida? ¿Qué par de cosas me tenía que decir él? No dije nada, bueno, y aunque hubiera dicho algo Lolo iba a seguir con su cháchara interminable.

  • Allá cada uno con sus líos y tejemanejes, yo ahí no me meto, que es lo que yo digo: el que la lleva, la entiende, y si no que San Pedro se la bendiga.

No estaba entendiendo nada de lo que me estaba diciendo. Aquel día parecía que Lolo se había levantado un poco bíblico.

  • Yo lo único que sé, y con eso ya tengo bastante, es que esta tarde tengo una cita contigo y con tu padre, que, por cierto, cómo está tu padre, y es una pregunta, no te vayas a creer...

Joder, sí, parece que Lolo estaba cogiendo unas confianzas conmigo y con mi familia más que evidentes. Pero, curiosamente, no me molestaban sus palabras, al contrario, me hacían gracia.

  • ¿Sigues sin acordarte, verdad?

Decidí ya hablar. Habíamos llegado al patio, no éramos el único curso que estábamos allí fuera, o habían faltado más profesores o algunos profesores, ya terminados los exámenes y el curso a dos días de acabar, habrían decidido que no tenían más ganas de aguantar a los alumnos y los habían bajado.

  • Joder, Lolo, dime ya qué cita es esa.

Los ojos grandes y azules de Lolo se pusieron a media asta, en ese gesto suyo, como de recién despertado y de chico que no se entera o no se quiere enterar de nada.

  • El reto, Luis, el reto- me dijo.

  • ¿Qué reto, joder?

Lolo levantó sus ojos azules hacia el cielo y suspiró.

  • El reto que me hizo tu padre ¿o es que no te acuerdas?

Joder, sí, ya me acordaba, el puto reto. El reto de a ver qué era más duro: si el entrenamiento normal que hacía mi padre en el gimnasio o una de las clases de funkyjazzfussion a las que asistía Lolo y que, según él, tanto le gustaban y tanto cansaban.

  • Ya... vale... sí... el reto...

  • Hijo, qué poco entusiasmo... Y te entiendo, te entiendo que no te entusiasme tanto, con lo que tú tienes encima...

Y aquellas palabras, como las de antes, quedaron ahí, en el aire, flotando, a ver si yo las pillaba. ¿Qué coño estaba queriendo decirme Lolo? ¿Qué eran esas indirectas y esas frases sin terminar?

Nos habíamos ido al fondo del patio, a una zona de árboles frondosos y bancos de piedra, un sitio tranquilo, lejos del jaleo de la pista y de los demás. Sí, no me importaba que me vieran con Lolo, creo que era la primera vez que estaba solo con él dentro del instituto, ya digo que siempre hasta entonces había evitado su presencia y cercanía.

  • A ver, Lolo- dije mientras nos sentábamos y le miraba a sus ojos grandes y azules- ¿qué coño me quieres decir con tanta frasecita y tanta insinuación?

Los ojos azules de Lolo se abrieron hasta lo imposible.

  • ¿Yo? ¿Yo, Luis? ¿Decirte a ti? ¿Insinuarte qué?... ains, desde luego...

Y sus ojos se volvieron hacia la pista, un grupo de chavales iban a empezar un partido de fútbol.

  • Uy, mira, ¿no es aquel tu hermano José Miguel?

Miré hacia la pista y, sí, allí, en medio de aquel grupo de chavales de distintas edades y cursos estaba Josemi.

Joder, ahora me acordé, me acordé de lo que me había dicho mi hermano aquella mañana mientras me duchaba, me acordé de que me había dicho que Lolo, el mismo que estaba ahora sentado junto a mí, sentado muy derecho, con las piernas cruzadas y las manos sobre los muslos, le había mandado una invitación para que lo agregara a su facebook; joder,  cuando yo se lo había comentado al llegar al instituto, a primera hora, este Lolo, el mismo que no dejaba de mirar aquel grupo de chavales que ya empezaban a correr por la pista central detrás de un balón, a pesar del calor que hacía, había empezado a reírse, y no había podido parar y se había tenido que salir de clase, estábamos a punto de empezar el examen de inglés, joder, el examen de inglés, vaya mierda que me había salido, y luego, luego había desaparecido, a segunda hora, en Música no había estado, y ya yo me había olvidado de aquello, me había ido, había quedado con Javier y en fin, no voy a seguir contando lo que había pasado, pues supongo que ya lo sabéis, si es que habéis llegado hasta aquí...

  • Joder, Lolo, ¿qué es lo que te traes entre manos?

Los ojos grandes de Lolo se volvieron hacia mí.

  • ¿Yo? ¿Yo, Luis?- su mirada se fijaba en la mía como si yo hubiera dicho una barbaridad.- ¿Qué es lo que te traes tú entre manos, Luis? ¿Qué es lo que te traes tú con Javier, nuestro profesor de Lengua?

Y al oír aquella pregunta, aparté rápidamente mis ojos de los ojos de Lolo, esos ojos que ahora notaba sobre mi rostro, rostro que empezaba a ponerse muy rojo, más rojo incluso que el color de la camiseta de mi hermano José Miguel, camiseta que él se había quitado y había tirado a un lado de la pista.

  • Por cierto, ¿sabes que tu hermano me ha aceptado en el facebook?

(continuará)