Intranquilo 31- Lo que bien empieza, mejor acaba

Pues eso.

Allí estábamos, Javier y yo, en aquella cafetería tan sorprendentemente silenciosa de aquella facultad de Derecho, mirando cómo Juan bebía un buen trago de cerveza.

  • Tu primo Chema es un cabrón, Luis.

¡Qué novedad!, pensé, si todo lo que nos va a decir es de ese estilo, vaya pérdida de tiempo...

-Ya, ya sé que no digo nada nuevo- prosiguió como si me hubiera leído el pensamiento- pero que lo digas tú a lo mejor no es raro, pero que lo diga yo... que lo diga yo os puede sorprender.

Javier y yo seguíamos expectantes sus palabras.

  • Lo que no sé es cómo te ha podido enredar a ti... Es la primera vez que acababas en su piso ¿no?

Sí, aquel sábado fue la primera y última, espero, vez que había acabado allí después de una noche de marcha. Los ojos miel de Juan me miraban fijamente.

  • Me dejé el móvil, encima de la mesa... Y en el móvil...

  • Ya- continuó Juan-. El sábado aquel ni siquiera me di cuenta de que te habías dejado olvidado el móvil; supongo que si lo hubiera visto, lo hubiera quitado de encima... bueno, no sé, la verdad... ahora es fácil decirlo, en fin, quedar bien y todo eso. No, no me di cuenta y no sé lo que hubiera hecho, la verdad. Para mí no era una novedad acabar en casa de tu primo no era la primera vez desde luego que terminaba la noche viendo una peli porno y pajeándome, bueno, pajeándonos. La verdad es que me ponía muy loco, supongo que la bebida y otras cosas... Tu primo sabe cómo enredar a la gente. Es un cabrón y conoce bien cuáles son las debilidades de cada uno.

Juan hizo un breve silencio.

  • En fin, que lo del sábado se había hecho alguna que otra vez, y alguna vez tu primo había logrado llevar a su piso a alguna tía, bueno, a una sola, a Patri... ¿te acuerdas de Patri?

Asentí levemente con la cabeza.

  • La llevó una vez y no creo que ella quiera volver a ir... En fin... La táctica de tu primo siempre es la misma: nos harta de beber, nos pasa tema – yo no sabía qué era eso de tema- nos lleva a su casa, nos ponemos cachondos, nos pone una peli y...

  • Os acaba grabando- completó la frase Javier.

  • Sí- confirmó Juan.

Yo lo estaba flipando, lo flipaba en colores, qué digo en colores, en colores, en sabores y en olores... Menudo hijo de puta que estaba hecho mi primo. Joder, si no llego a salir corriendo seguro que me hubiera grabado cómo se la chupaba a Juan, seguro no, segurísimo. Yo había vivido aquel ambiente, yo había sentido la energía chunga que se respiraba en aquella habitación, cómo mi primo había ido manejando la situación hasta llevarla donde él quería llevarla. El muy cabrón...

  • Así que me grabó follando con Patri, en el sofá del salón, ese mismo sofá donde tú te sentaste, Luis- prosiguió Juan, y de nuevo un cosquilleo extraño recorrió mi cuerpo desde mis pelotas hasta la coronilla de mi cabeza-. Y aquello fue bastante lamentable, la pobre Patri...

Otro silencio se apoderó de Juan, que volvió a darle otro trago a su cerveza.

  • No creo que nunca en su vida me perdone.

  • ¿A vosotros también os está haciendo chantaje?- preguntó Javier.

  • No, a los dos no, solo a mí- respondió Juan.

  • ¿Y eso?- pregunté.

  • Al día siguiente, cuando Chema se presentó en mi casa, imaginad cómo me encontraba, medio resacoso, casi sin recordar nada, y me puso el vídeo, me quise morir. ¿Qué mierda de tío era yo? No... no me reconocía en aquel vídeo, no me reconocía en aquel tipo que se estaba follando de una manera brutal a aquella chica... aquella chica que decía que parara, que parara...- la voz de Juan pareció quebrarse-

Volvió a dar un trago a la cerveza, terminándola por fin.

  • Entonces acepté lo que me propuso.

  • ¿Qué es lo que él te propuso?- preguntó Javier.

  • Pues me propuso cinco pajas, grabadas además por él, el muy cerdo, yo creo que disfruta mientras graba...

  • ¿Es gay?- preguntó Javier.

  • ¿Por qué todos los mari...gays pensáis que todos los tíos somos como vosotros?- preguntó Juan con cierta complacencia en su voz- No, no, para nada. Es hetero, pero le va un rollo raro... no sé... en fin, quiero decir que cuando ve que hay una persona que lo está pasando mal, por ejemplo, el día de Luis, o cuando lo de Patri, o cuando me graba, que sabe que por dentro estoy jodido vivo, la cara que pone, esa mirada... Es un puto tarado.

Juan se había terminado la cerveza, y posiblemente necesitaría otra para continuar; su historia y lo que nosotros necesitábamos de él la requerían. Viendo el vaso vacío, Javier se levantó y le preguntó que si le apetecía otra, Juan asintió y yo le dije que me trajera una a mí.

Nos volvimos a quedar solos Juan y yo. Y la verdad es que ahora no tenía nada que ver con la situación que había vivido unos minutos antes. Cuando se fue Javier, Juan me miró a los ojos y siguió hablando.

  • Luis, esto te lo digo a ti, no creo que a tu amigo le interese mucho, te lo digo para que veas que te aprecio y que, aunque me haya portado como un cabrón, he intentado reparar el daño que hice.

Joder, Juan, me tienes en ascuas, ¿qué coño me quieres decir?, pensé.

  • En el trato... bueno, eso dice tu primo, trato- continuó Juan- además de las cinco pajas que me tenía que hacer, Chema me dijo que te iba a liar de tal manera para que tú acabaras, no sé cómo, chupándomela un día.

Mis ojos debieron abrirse mucho, y algo en mi pantalón debió despertarse al oír aquella última frase.

  • En serio te lo digo. El muy cabrón ya sabía que tú... en fin, que me había comentado lo tuyo, hacía tiempo que te quería pillar, no sé por qué, tío, tu primo es un tarado, y un tarado peligro. Lo que yo no esperaba es que... yo... hostias...

Joder, escuchar aquello por una parte me había dejado más alucinado aún, pero por otra, no sé por qué, me había excitado.

  • ¿Y tú qué le dijiste?

  • Que si no valía con que me grabara otra paja, aunque fuera metiéndome un dedo en el culo.

Joder, tampoco se tenía que sacrificar tanto por mí.

  • Ya te digo que le gusta joder a la gente... por eso no me ha extrañado lo que me has contado. Una mierda, tío.

No sabía qué decir, joder, había acudido a uno que estaba casi en peor situación que yo.

  • El muy cabrón me ha vuelto a amenazar con el vídeo, con editarlo y sacar aquellas tomas en las que Patri, en fin... Me cago en todo.

Yo lo flipaba, seguía flipándolo. Menos mal que llegó Chema con las cervezas, esta vez eran tres. Las dejó en la mesa y los tres nos la llevamos a los labios. No sé qué me estaba dando tanta sed, pues apenas si había hablado, pero lo último que me había contado Juan, joder, eso, eso me había dejado la garganta seca.

  • Lo que me sorprende, Juan- empezó de nuevo Javier a hablar- es que no hayas hecho nada por evitarlo, quiero decir, que no te has rebelado ni has ido a la policía a denunciarlo ni nada.

Juan miró hacia abajo, las manos sobre la mesa.

  • Sí, yo también me sorprendo de mí mismo... no pensaba que era tan... tan cobarde... Además, no sé tú, Luis, pero yo estaba acojonado... acojonado por mí y sobre todo por la reacción de mis padres. ¿Qué iban a pensar ellos? ¿Cómo les iba yo a meter en ese marrón?... Llámame cobarde, Javier, o niñato, como me dijiste ahí arriba hace un momento. Lo soy. No puedo decir lo contrario. Lo único que he logrado, al menos, es que Patri no tuviera que hacer nada.

  • Era lo mínimo- repuso Javier, que no dejaba pasar ni una-. En fin, creo que has sido sincero, y ahora que parece que todos estamos en la misma historia, vamos a ver si sacamos algo en claro. Tú dices que Chema es hetero ¿verdad?

  • Sí, es hetero.

  • ¿Estás seguro?

  • Segurísimo, en serio.

  • Y también dices que le va un rollo chungo, ¿quizás el rollo sado? Parece por lo menos que le gusta ver que la gente lo pasa mal.

  • Pues no se, tío. Es que es muy raro. Porque le gusta las situaciones límites, le gusta.... no sé... situaciones en las que uno lo está pasando mal, o incluso en las que él parece que también lo está pasando mal.... no sé.

  • ¿Situaciones humillantes?- preguntó Javier.

  • Sí, eso es, tío... situaciones humillantes. Y él.... bueno, él ahí parece que disfruta, que le gusta... Un tarado, un puto tarado.

  • Bueno- concluyó Javier- pues al menos ya sabemos algunas cosas que antes no sabíamos: que tú estás también cogido por los huevos, que Chema es hetero, yo tenía mis dudas- aclaró Javier- y que disfruta con situaciones extremas y humillantes.

De esas tres cosas, yo más o menos tenía clara las dos últimas, y la primera, así así, y no es que me las quiera dar de listo, pero los vídeos pornos que había visto de Juan, y que tan guardado para mí dejé, algo me habían hecho sospechar.

Nos levantamos y antes de despedirnos Juan me extendió su mano.

  • Lo siento, Luis, siento todo este follón.

Estreché su mano, aquella con la que se había hecho las tres pajas que yo había visto en internet y un cosquilleo recorrió mi columna vertebral. No le dije nada, supongo que puse la cara que siempre pongo cuando pasa una cosa de estas, que tampoco sé qué cara es, la verdad.

  • Espero que te vaya bien- continuó Juan- y ya sabes, si necesitas algo, me puedes dar un toque, lo que haga falta.

Entonces me acordé, me acordé de que no tenía su número de teléfono.

  • No tengo tu número de móvil.

Juan me miró sorprendido.

  • Es verdad, a ti siempre te llamaba tu primo. Al hijoputa le gustaba controlarte... Dame el tuyo- prosiguió mientras se sacaba su teléfono del bolsillo- y te hago una perdida.

Se lo di, y al momento sentí cómo vibraba el móvil dentro de mi pantalón, allí donde otra cosa también sentía cierto cosquilleo. Nos despedimos de él y salimos Javier y yo a la calle.

Era cerca de la una del mediodía, hacía bastante calor, la gente caminaba deprisa, cada uno ocupado en sus problemas. Notaba cómo la cerveza se me había subido, sí, vale, era una sola cerveza, pero tenía el estómago vacío y yo tampoco estaba acostumbrado a beber a esas horas, aunque fuera una sola cerveza. Me quedé mirando a Javier, ¿qué íbamos a hacer?

  • Bueno- habló él, ya sabéis que a mí me cuesta la misma vida romper el silencio-. Al menos ya tenemos alguna idea ¿no?

¿Alguna idea? Como no la tuviera él, porque lo que era yo, yo no tenía nada claro, la verdad, así que permanecí callado.

  • Vamos al coche, te acerco al instituto.

Fuimos caminando hasta el coche y aquel paseo, junto a Javier, me sentó bastante bien. Me sentía contento, aunque la charlita con Juan no hubiera sido todo lo productiva que había imaginado. Supongo que la cerveza contribuía a ese estado, y que me había escaqueado del instituto unas horitas, y también que iba caminando al lado del tío que tanto me gustaba, sí, ya sé que puede parecer cursi y tonto, pero me sentía muy orgulloso de que a aquel tipo de treinta y cuatro años que caminaba junto a mí yo le gustara mucho y que se pringara tanto en esta historia y que se hubiera mostrado tan íntegro y seguro. Joder, eso es lo que más o menos sentía.

Apenas hablamos durante el trayecto hasta el aparcamiento. Cuando llegamos por fin al coche y entramos dentro, no sé por qué, o bueno, sí lo sé, sé que yo le estaba muy agradecido y también muy caliente, y si sabéis sumar, uno más uno da...

Javier se sorprendió cuando sintió mi mano sobre su paquete. Estaba sentado a mi lado, dentro del coche, en aquel aparcamiento subterráneo con aquella luz blanquecina y débil. Me miró y me sonrió, en sus ojos vi lo mismo que yo sentía subirme por el pecho. Acercó su rostro al mío y nuestros labios se juntaron. Mi mano seguía colocada entre sus piernas, allí donde un bulto comenzaba a hincharse.

  • Nos pueden ver- le oí decir, pero qué coño me importaba a mí, después de lo que estaba pasando, qué coño me importaba salir en otro vídeo.

No dije nada, me dejé llevar por lo que sentía y por lo que en ese momento necesitaba. Deslicé mi mano por su torso y logré meterla por dentro de su polo verde, ahora podía sentir su vientre terso y duro, su vientre donde unos vellos suaves se extendían hacia arriba, y hacia allí fue mi mano, como un pájaro que sigue el rastro de unas migas de pan, y ya mi mano se abrió y pude notar cómo uno de aquellos pezones que tanto me habían trastornado, al contacto de mis dedos se apretaban y se ponían rígidos, eran pequeños y tenían vellos alrededor, unos vellos más recios que los del vientre. Seguíamos besándonos, bueno, comiéndonos la boca, la lengua de Javier empujaba mi lengua como en una lucha desigual, pues a pesar de que yo lo intentaba notaba cómo mi boca era invadida por esa bicha húmeda y densa que exploraba todos sus rincones. ¡No podía yo atender a tanto! Sus manos me desordenaban el pelo y jugueteaban con mis orejas.

Y entonces decidí que ya tenía que ocuparme de aquello que tanto abultaba entre sus piernas, aquello que le iba a hacer estallar la cremallera de los vaqueros. Bajé mi rostro hasta allí aunque por el camino pude entretenerme brevemente en aquel vientre tenso y en aquel ombligo que unos vellos oscuros rodeaban. Javier seguía despeinándome y de sus labios ahora solo salían suspiros. Le desabroché el cinturón y descorrí la cremallera con dedos nerviosos.

Joder, el corazón lo tenía en la garganta, y me pedía algo que lo frenara un poco. Unos bóxers blancos se curvaban pidiendo a gritos ser arrancados. Los bajé y aquel prodigio de nabo oscuro y grueso saltó golpeándome la nariz. ¡Qué olor tan rico me llegó! No menor que la visión de una polla, aquella polla que yo había tenido el gusto de conocer hacía cinco días y que ahora me volvía a saludar dando inquietas cabezadas. Y si el olor y si la visión me habían dejado casi noqueado, el sabor de aquella carne que unas venas azules recorrían, no iba a ser menos. Javier dio un leve gemido y noté cómo sus dedos tiraban suavemente de mi pelo. Y empezó mi boca a recorrer aquel rabo que, no era posible, iba aumentando su tamaño y su grosor. Me apliqué en ir lentamente, tenía que demostrarle que había aprendido algo, que de algo me había servido lo que viví el viernes pasado y lo que él mismo me había demostrado ayer, así que controlé mis impulsos, mis impulsos de comérmela entera y de una vez, y fui poco a poco recorriendo con la punta de la lengua aquella piel tersa y brillante. Los gemidos de Javier me confirmaban que iba por el buen camino, y seguí mi tarea.

Ahora mi lengua se detuvo en su capullo reluciente y se aplicaba en sacarle aún más brillo, mientras una de mis manos acariciaban unos huevos muy afeitados que se comprimían a su contacto. Y ya no pude más, tanta eran mis ganas y tanto el dolor que me provocaba tanto freno, que abriendo mucho la boca la deslicé por aquel nabo prodigioso hasta casi la mitad, y empecé a subir y a bajar, cada vez más rápido, intentando no pegar un mordisco, que es lo que a veces me apetecía, tan salido estaba, y ya mi saliva descendía por aquella carne oscura y caliente y se enredaba en sus vellos recortados, y aquel olor me confundía y quería comerla entera, pero me resultaba difícil, joder, lo que tenía que aprender, hasta que noté cómo Javier levantaba las caderas y cómo unos espasmos rápidos rompían en un líquido cremoso y caliente que me inundaba ahora toda mi boca. Líquido que apuré hasta que no quedó ni una sola gota.

(continuará)