Intranquilo 29- ¿Caer en la misma polla?

Creemos que conocemos a la gente, que podemos confiar en ellos, porque hasta ahora se han mostrado amables y dispuestos, pero no sabemos hasta qué punto pueden resistirse a sucumbir a aquello que uno también estuvo a punto de caer...

LO QUE ME HA PASADO HASTA AHORA: Bueno, mi primo me ha dado una semana más de plazo, gracias al vídeo que le grabé, ese vídeo en el que Javier me echó una mano, literalmente. Pero ahora tenemos que averiguar qué es lo que a mi primo le va, cuál es su rollo, para ver cómo podemos pillarlo. En fin, yo no lo tengo nada claro, confío en que Javier me vuelva a ayudar. Por ahora se ha mostrado dispuesto a todo. Pero lo que yo no podía sospechar es que él también quizás cayera en lo que yo estuve a punto de caer...

Cuando sonó el despertador, como todos los días, a la siete y media, me quería morir. Intenté aguantar un poco, y debí quedarme otra vez dormido, pues me despertó la voz de mi madre:

  • ¡Luis, Luis, vamos, levántate, que son menos veinte!

Joder, otra vez ... al menos ese día mi madre no se atrevió a entrar, no querría, supuse, encontrarse la sorpresa de la mañana anterior. Me levanté como pude y al levantarme me acordé del plan de ese día: había quedado con Javier a las diez y cuarto en la puerta del instituto. Aquello me animó bastante.

Fui al cuarto de baño, se oía la ducha caer. Mi hermano José Miguel ya se me había adelantado. Entré. Aquello se estaba convirtiendo en una costumbre. Generalmente era yo quien me duchaba primero, por ser el mayor tenía ese privilegio, pero como últimamente me quedaba dormido, mi hermano me tomaba la vez. Allí estaba, bajo el chorro de agua fría, en eso se parecía a mi padre, con su cuerpo que por días se iba poniendo más firme, más hecho. Se giró y me sonrió mientras me quitaba los slips. ¿Sabría él que yo lo había visto pajeándose? No, me dije, Luis, no lo flipes que ya bastante alucinante es tu vida como para montarte más películas.

Salió de la ducha y entré. Desde luego que el enano había pasado mejor noche que yo, o por lo menos su aspecto no decía lo contrario. Además tenía ganas de hablar.

  • Oye, Luis, ¿a que no sabes quién me ha pedido ser mi amigo en el facebook?

No sé qué es lo que me espabiló más si el chorro de agua fría que me acababa de caer o la pregunta de mi hermano.

  • Joder, Josemi, ¿cómo te puedes duchar con agua fría?

  • Me gusta- contestó mientras empezaba a secarse.

Allí estaba el tío, con todo aquel rabo bamboleándole entre los muslos, destacando de aquella mata de pelo oscuro y rizado como una fiera que sale de la espesura. No sé si he dicho que el nabo de mi hermano, igual que el de mi padre, estaba descapuchado. En lo de ducharse con agua fría, el fútbol y el descapuchamiento del nabo, se parecían los dos.

Dejé un poco abierto el grifo de agua fría, lo que estaba viendo me podía poner en un compromiso. Y no era plan. Aunque después de lo de anoche...

  • Que te he preguntado- volvió a hablar mi hermano, quizás con un ligero temblor en la voz, cosa que me sorprendió, pero no estoy muy seguro, la verdad, debajo de la ducha no aprecia uno tanto esos matices- que si sabes quién me ha pedido ser mi amigo en el facebook.

Y yo qué sé, pensé decirle, o a mí qué coño me importa, o preguntarle ¿una tía que te pone tanto que no puedes dejar de cascártela? Claro, no le dije nada de eso...

  • Pues, yo qué sé, enano, cualquiera del instituto...

  • Tú lo conoces- prosiguió él.

Parecía que le gustaban las adivinanzas. Bueno, a ver, a ver, ¿había dicho lo conoces?

  • Pues eso te estoy diciendo, que cualquiera del instituto.

Cerré el agua y empecé a enjabonarme. Los ojos de mi hermano estaban fijos en mí, casi había terminado ya de secarse; en fin, esperaba que no se pusiera a comparar, porque las comparaciones siempre son odiosas, y más en este caso.

  • Es amigo tuyo.

¿Un amigo mío? ¿Solicitar tu amistad un amigo mío por el facebook? ¿A qué coño estaba jugando el enano?

Debí quedarme un tiempo así, colgado de estos pensamientos, cuando la voz de José Miguel me hizo reaccionar, bueno, la voz y el nombre que me dijo:

  • Manuel Antonio Piedras- fue lo que oí.

  • ¿¿Lolo??- pregunté sacando la cabeza de debajo del chorro de agua y subiendo la voz.

  • Sí, tu compañero de clase. ¿No es raro?- me preguntó mi hermano mientras se ponía los calzoncillos y aquel rabo se quedaba casi fuera, un movimiento rápido de la mano y, hala, dentro con el resto.

  • Bueno, ¡y yo qué sé!- le contesté.

Sin decirme nada, se giró y salió, dejándome con la mosca detrás de la oreja. ¿Lolo? ¿Qué coño pretendía Lolo? Dentro de media hora me iba a enterar.

Desayuné como los pollos y me fui para el instituto, a mi lado mi hermano José Miguel, que ahora parecía estar especialmente silencioso, taciturno... Los adolescentes y la montaña rusa de sus sentimientos.

  • ¿Te pasa algo, enano?- le pregunté.

Y no es que yo fuera muy dado a entablar conversaciones íntimas con mi hermano, ya he dicho que desde había unos tres años más o menos nuestra relación, que antes era genial, se había ido deteriorando, supuse que a los dos la edad del pavo nos estaba sentando muy mal.

  • ¿A mí? ¿Qué me va a pasar?- fue toda su respuesta.

Estaba claro que no quería hablar, así que lo dejé. Yo muchas veces me había sentido como él, bueno, no sé realmente cómo él se podría sentir, pero viendo su cara supuse que nada bien.

Llegamos al instituto y cada uno tiró para su clase. Joder, quedaban solo dos días, sin contar este, para que terminara el puto instituto. No veía el momento de que eso ocurriera, aunque por otra parte, me daba palo, quizás no tendría la posibilidad de ver a Javier, al menos durante dos meses. Ufff, no, eso no podía ser.

Cuando entré en clase, lo primero que me encontré fueron los ojos azules de Lolo, a media asta, no habría tenido una buena noche, últimamente parecía que todos pasábamos unas noches bastante chungas.

  • Eh, tú, ¿qué te propones?- así fue como empecé. Ni un buenos días, ni hola, qué tal, ni oye, me ha dicho mi hermano que le has mandado una invitación al facebook.

Sus grandes ojos azules se abrieron.

  • ¿Que qué me propongo? ¿Con qué?

  • Sí, no te hagas el tonto- continué, lo estaba arreglando, seguro.

  • Mira, hijo, déjame un poco que he pasado una noche que para mí solo se queda, y no me hagas hablar.

Ya estaba Lolo y sus frases hechas.

  • Me lo ha dicho mi hermano.

Sus enormes ojos azules se abrieron más aún.

  • ¿Qué te ha dicho tu hermano?- preguntó con evidente emoción.

  • Que le has mandado un mensaje para que le agregues al facebook.

Entonces Lolo empezó a reír, empezó a reír y no había manera de que parara.

  • ¿Qué le ha dado a ese?- preguntó Pedro.

  • Cuidado a ver si le va a entrar algo malo- comentó Tamara.

  • Todo lo que ríe ahora, lo llorará luego- sentenció Antonio, que era muy dado a las sentencias y a los malos augurios.

Pero no había manera de parar. Entró el profesor de Inglés, Paco, un tipo bastante rancio y revenido, si se puede ser las dos cosas a la vez, y aunque tenía fama de ciezo, que lo era, ni aún así pudo parar Lolo de reírse.

¡Joder, el examen de Inglés!, hasta ese momento no me había acordado.

Lolo tuvo que salir y tranquilizarse. Hasta después de diez minutos de habernos entregado Paco el examen  no pudo entrar. Pero yo no me iba a enterar de por qué se reía tanto.

Cuando terminó el examen, Lolo desapareció. Y eso que luego teníamos Música, su clase preferida. Supuse que había hecho novillos.

El Lolo este se estaba espabilando de una manera...

Cuando terminó la clase, una chorrada pues el curso estaba ya casi acabado y la profesora nos dejó solos en el aula para que pusiéramos la música que quisiéramos, menudo follón armamos,  salí corriendo y me dirigí a la puerta, tenía una cita con Javier, y el corazón, como siempre, me pegaba botes.

  • Abre, Manolo- le dije al conserje, un tipo buena gente, que parecía controlar todo lo que pasaba en el instituto desde su garita acristalada.

Manolo abrió y me quedé allí en la puerta, pero fuera, esperando que Javier saliera. Estaba allí, esperándolo, ya digo, nervioso, cuando noté que alguien me estaba mirando desde dentro, no sé si sabéis de qué os hablo, es esa sensación que tiene uno en el cogote de que alguien ha clavado los ojos en ti. Me giré y sí, llevaba razón, una tía, una tía rubia, alta, vestida un poco choni la verdad, me estaba mirando detrás de los cristales de la puerta. No la conocía, no la había visto nunca, bueno, eso tampoco era tan difícil, en aquel instituto había más de mil alumnos y yo generalmente no me solía fijar en las chicas ;). El caso es que le volví a dar la espalda, pero la tipa seguía mirándome, mirándome y sonriéndome. ¿Qué coño querría?

Menos mal que salió Javier, vaqueros despintados y un polo verde claro, porque estuve a punto de entrar de nuevo en el instituto y decirle a aquella pesada que qué quería. Allí estaba Javier, mi profesor de lengua, mi no sabía cómo llamarlo, ¿novio? No, ¿amante? No, ¿hombre? Ufffff, demasiado rimbombante. Bueno, el caso es que Javier salió, me dedicó una sonrisa espléndida que le achicó aún más sus ojos negros y lo hizo más atractivo, y poniéndome una mano en la espalda, me dijo:

  • ¡Hola, Luis! ¿qué tal has dormido?

Echamos a andar en dirección a su coche, que estaba aparcado cerca de allí.

  • Más o menos- le contesté.

  • Bueno, es normal que estés nervioso, pero, tranquilo, que esto se va a solucionar. Ya verás.

Seguíamos caminando hasta que llegamos a su coche. Nos montamos, arrancó, y puso dirección a la Facultad de Derecho, teníamos que encontrar a Juan, hablar con él, sacarle la información que necesitábamos para que, por fin, mi primo me dejara en paz.

Costó un poco de trabajo aparcar porque el aparcamiento subterráneo que había más cerca de la facultad estaba casi a tope , pero al final encontramos un sitio, gracias a un tipo que se iba. Nos bajamos del coche y el corazón seguía latiéndome como un conejo loco. Yo me dejaba llevar, era Javier el que sabía por dónde se entraba y el que parecía manejar la situación.

  • ¿En qué curso me dijiste que estaba Juan?- me preguntó una vez que llegamos al vestíbulo del edificio, un edificio moderno.

  • En segundo, este año se matriculó en segundo.

  • Espera aquí- me dijo.

Y vi cómo Javier se acercaba a un mostrador con un cartel en el que estaba escrito

Información.

Regresó al cabo de nada.

  • Bien, hay cuatro aulas para los cursos de segundo, afortunadamente todas están en la misma planta. Creo que es por allí- comentó Javier mientras señalaba unas escaleras.

Joder, el ambiente en la facultad era tremendo, muchos tíos guapos, la mayoría bastante pijos. Me encantaría estudiar una carrera, pensé, y no sé por qué fue pensarlo y sentirme pequeño y ridículo. Cosas mías, supongo.

Llegamos a la primera planta y después de un corredor, dimos con una especie de amplio pasillo con aulas a los lados. Faltaban cinco minutos para las once. El pasillo estaba casi vacío, solo un par de chicas sentadas en un banco, con apuntes en las manos.

  • Bueno, Luis, ahora esto es importante. Tú sabes quién es Juan, no yo, así que nos tendremos que colocar por aquí, de tal manera que en cuanto lo veas me lo señales, él no te debe ver, por eso te vas a colocar detrás de mí.

Yo, ya lo he dicho, era algo más alto que Javier, casi cuatro dedos.

  • A las once termina esta clase, según me ha dicho el bedel. Así que cuando empiece a salir gente, estáte muy atento ¿vale?

El corazón me iba a estallar. No estaba yo para jugar a espías, joder. Pero tenía que hacerlo, debía hacerlo. Debió notar algo Javier pues una mano suya se posó en mi pecho desbocado.

  • Tranquilo- me dijo.

Y sin yo esperarlo sus labios chocaron con los míos en un corto beso.

Joder, con Javier. Aquel beso me puso más cardíaco aún. Antes de girarse, pude ver aquella sonrisa en su rostro que tanto me trastornaba.

Allí estábamos los dos, en un lateral de aquel pasillo, esperando que se abrieran las puertas, con el corazón a mil, y con la nuca tan deliciosa de Javier a menos de diez centímetros de mi cara.

Y de pronto se abrió una puerta y empezó a salir gente. Otra vez el corazón a diez mil, y, sí, joder, aquel tipo que ahora venía hacia nosotros, aquel que había salido de los primeros, aquel  tipo moreno, de rostro anguloso, andares seguros, vaqueros azules y polo blanco, aquel tipo era Juan, el amigo hijoputa de mi primo.

  • E.. e..ese es- tartamudeé acercándome al oído de Javier.

  • ¿Quién?- preguntó Javier un poco alterado.

  • El del polo blanco, ese que viene... ese que...

Y me eché a un lado, detrás de Javier. Cuando pasó por nuestro lado, Javier me dijo:

  • Espérame aquí.

Al irse, me quedé sin mi barrera, sin mi protección, como desahuciado... Joder, como si me hubiera quedado en pelota.

Y entonces, no sé por qué, bueno, sí, por lo que ya acabo de decir más arriba, fui detrás de Javier, que iba detrás de Juan.

Al girar por el pasillo, Juan enfiló un pequeño corredor, algo menos iluminado, abrió una puerta y entró, Javier hizo lo mismo unos segundos más tarde, y yo, el corazón se me iba a salir, algunos segundos después.

Cuando llegué frente a la puerta un dibujito de una silueta que representaba un tío me indicó que aquellos eran los servicios. No sabía si entrar o no, si quedarme fuera o no, no sabía qué hacer. Así que hice lo que a lo mejor no tenía que haber hecho, lo que a lo mejor estropeaba todo. En fin, que entré.

Y lo primero que vi fue a Juan en un urinario y a su lado, Javier,  los dos de espaldas a la puerta, Javier más cerca de los lavabos, que era lo primero que se veía. Javier estaba meando o haciendo como si meara pero sus ojos se fijaban en lo que tenía Juan entre las manos.

Joder, ¿también tú, Javier, también tú te ibas a quedar embobado contemplando aquel rabo oscuro y gordo que había estado a punto de romperme la boca? Fue lo que pensé, allí, quieto, petrificado, en aquel cuarto de baño, tan blanco, tan limpio.

(continuará el lunes 29)