Intranquilo 28- Mi profe, mi padre...y mi hermano.

A veces uno está tan metido en lo suyo que no acaba de darse cuenta de dónde están los otros, aunque los tengamos muy cerca, aunque convivamos con ellos...

Joder, joder y joder. ¿Se podía ser más tonto que yo? ¿Cómo me había olvidado que mi padre llegaba todas las tardes a aquella hora? ¿Cómo lo había podido olvidar?

Y allí estábamos los dos, Javier y yo, sentados en la cama, yo desnudo y recién pajeado, mi polla dando muestras de la agitación vivida y de lo que estaba viendo en el móvil, Javier sin camiseta, la mesa en medio de la habitación. ¿Qué explicación le podría dar a mi padre, a ese hombre que, en segundos, estaría en la puerta, con la camisa gris del uniforme de trabajo abierta o con el torso ya desnudo?

Vale que yo era un chico muy fantasioso, pero ante aquel panorama, no habría fantasía que pasara por lo que no era, es decir, por lo que era tan evidente: mi profesor de Lengua (al que, menos mal, mi padre no conocía) y yo, en pelota, en mi habitación, en mi cama. Oí la voz de Javier, casi en un susurro:

  • ¡Sal, Luis, sal de aquí!

Lo miré pero no podía reaccionar. Solo oía cómo la puerta se cerraba.

  • ¡Hostias, Luis!- me apremió Javier levantándome- ¡Sal de aquí, cojones!

Y ya sí pude responder. Antes de salir, recogí mis bermudas grises que estaban en el suelo. Salí al pasillo y me metí en el cuarto de baño que compartía con mi hermano, que estaba al lado de su habitación, cuando cerré la puerta el corazón me iba a estallar, esperaba oír la voz de mi padre gritando, montando el pollo, liándosela al pobre de Javier, que había preferido quedarse allí, en la habitación, enfrentándose en solitario a lo que no sabía ni él mismo qué. Me apoyé contra la puerta, aún estaba en pelota, las bermudas en las manos. Oí a los pasos de mi padre por el pasillo, se estaría acercando a mi habitación.

  • ¿Qué pasa, cha...?

Eso es lo que oí, luego no pude enterarme de lo que le dijo Javier.

  • Coño, esperaba encontrar a mi hijo.

De nuevo no supe qué le contestaba Javier.

  • Ah, encantado. Sí, Luis ha habl...

Y hasta ahí pude escuchar, pues ya mi padre, supuse, había entrado en mi habitación y estaría hablando con Javier. Esperé a ver si oía algún grito, alguna voz más fuerte, pero no, no se oía casi nada, solo las voces de ellos dos que me llegaban bastante débiles. Decidí que tenía que salir y a punto estuve de hacerlo en pelota, menos mal que al abrir la puerta del cuarto de baño me di cuenta. Me puse las bermudas y me dirigí a mi cuarto. Lo que vi no dejó de sorprenderme, la verdad.

Allí estaba Javier, con su camiseta puesta, de pie, junto a la mesa, que seguía en medio de la habitación, había colocado otra silla junto a la que él tenía al lado. Unas hojas sobre la mesa. Hablaba con mi padre, bueno, más bien escuchaba a mi padre, que como no podía ser menos, iba sin camisa. Cuando se dieron cuenta de que estaba en la puerta, los dos giraron la cabeza. Creo que me puse colorado como un pimiento morrón.

  • Aquí está el hombrecito- dijo mi padre, acercándose a mí y dándome un beso en la mejilla.

Los vellos de su pecho hicieron cosquillas en mi pecho lampiño.

  • Acabo de conocer a tu profesor de Lengua, no sabía yo que se había ofrecido a darte un repaso antes del examen.

¿Un repaso? ¿Un repaso dice? Me tuve que poner más colorado aún. Le eché un vistazo a Javier, que se mantenía sonriente y muy sereno.

  • Sí, ya te dije que era muy enrollado- medio balbuceé.

  • Sí, es cierto- se volvió mi padre hacia Javier, una mano acariciando su pecho peludo-. La verdad es que todo lo que habla de ti son maravillas.

Ahora era Javier el que parecía ponerse colorado.

  • Es un buen chaval- dijo-. Algo distraído pero buen chaval.

  • Sí, es lo que yo le digo: céntrate más, Luis, céntrate más que tienes la cabeza no sé dónde... En fin, eso le digo yo y le dice mi mujer, a ella sí la conoces ¿verdad?

  • Sí, sí, creo que he hablado un par de veces con ella, ha estado en el instituto alguna vez.

  • Ya sabes, Javier, esas cosas las llevan mejor las mujeres. Uno, con el trabajo ya tiene bastante.

No contestó nada Javier, se limitó a sonreír.

  • Bueno, pues os dejo con vuestra tarea, que no hay que perder el tiempo. Voy a darme una ducha, Luis. Y a ti, Javier, muchas gracias de nuevo por tu interés, si hubiera profesores como tú seguro que la cosa no iba tan mal.

Javier bajó la mirada, era la primera vez que lo veía casi avergonzado.

  • Lo dicho, os dejo.

Y diciendo esto salió por la puerta.

Me dejé caer sobre la silla, Javier se sentó en la suya, y durante un tiempo no dijimos nada. Bueno, miento, Javier sí habló:

  • Bueno, Luis, sigamos con lo que estábamos viendo, a ver, ¿qué has escrito ahí? No, no... bueno, esto no está mal pero, fíjate que lo que dice aquí Cernuda no es lo que tú has creído.

Cuando empezamos a oír el agua de la ducha caer, por fin, respiramos.

  • ¡Hostias!- exclamó Javier.- tengo el corazón a mil. Me cago en...

Nunca le había oído hablar así, pero, claro, la situación lo merecía.

  • ¿Qué has hecho?- le pregunté, lleno de curiosidad.

-Nada.

  • ¿Cómo que nada?

  • Bueno, cogí una silla, la puse al lado de esta, me puse la camiseta, y saqué unas hojas y me senté. Y esperé que llegara.

  • ¿Y él no ha visto nada raro?

  • Supongo que sí, que algo raro habrá visto, bueno, de hecho me lo dijo.

  • ¿Qué es lo que te dijo?

  • Que por qué estaba la mesa en medio de la habitación.

  • ¿Y tú que le dijiste?

  • Que era por la corriente, que ahí había más corriente y como hace tanto calor.

-¿ Se lo ha creído?

  • ¿Y por qué no? Es una buena excusa, una excusa verosímil... por cierto, ¿qué es verosímil?

Me había pillado, yo lo sabía, lo habíamos visto mil veces en clase, pero no me acordaba.

  • Tranquilo- me dijo-. Es una broma.

Me quedé embobado mirando su rostro, y aquella sonrisa traviesa que se le ponía cuando se quedaba conmigo.

No me aguanté y le di un beso en los labios. Él se dejó besar, pero los separó pronto.

  • Bueno, bueno... Vamos a lo que vamos. Toma- dijo mientras se sacaba el móvil del bolsillo de sus bermudas y me lo daba.- Por lo que hemos visto, está muy bien, creo que al cabrón de tu primo le va a gustar. Así que no creo que haya problema en que te dé otra semana más. Ahora lo que tenemos que saber es cómo podemos neutralizar a tu primo.

  • ¿Neutralizar?- pregunté.

  • Sí, neutralizar, quitarle el poder que tiene.

  • ¿Te refieres a quitarle el vídeo que me copió?

  • No, Luis, eso es casi imposible. Lo tendrá en su casa, en su dormitorio, bien guardado. Eso lo veo muy complicado. Tenemos que pensar en algo con que le podamos hacer lo mismo que te ha hecho a ti.

Me quedé pensando un poco. Pero no se me ocurría nada.

  • Vamos a ver, Luis, piensa un poco, ¿qué es lo que más le puede gustar a tu primo?

  • La ropa- contesté.

  • No, no es eso. No le vamos a comprar ropa. Me refiero a qué es lo que a tu primo le puede gustar mucho pero también avergonzarlo.

Joder, vaya pregunta complicada. La verdad es que me estaba dando cuenta de que no conocía muy bien a mi primo. Me encogí de hombros. Menudo desastre estaba hecho. Ni siquiera así podía ayudar.

  • Bueno, si tú no lo sabes a lo mejor hay alguien que lo sepa. ¿Conoces tú a algún amigo de tu primo?

Sí, conocía a Juan, el otro cabrón que quiso meterme su polla en mi boca aquella nefasta noche del sábado. Se lo dije a Javier.

  • ¿Tienes su móvil?

  • No, no lo tengo. Yo solo tenía el móvil de mi primo, a través de él quedaba con el resto de la pandilla.

  • Bueno, pero algo sabrás de él ¿no?

  • Sí, es un tío muy pijito, juega al tenis en plan semiprofesional y estudia Derecho, como mi primo.

  • Bueno, ya sabemos algo. Ahora solo tenemos que localizarlo y pedirle que nos ayude.

  • ¿Que nos ayude?- pregunté un poco alterado- Estuvo a punto de violarme, es colega de mi primo... ¿ y tú crees que me va a ayudar?

Javier clavaba en mí sus ojos negros y pequeños.

  • Es lo único que tenemos, Luis. Y hay que intentarlo. Es el clavo ardiendo donde nos vamos a agarrar ¿me oyes?

Hice un gesto con la cabeza de afirmación.

  • No, no creo que te hayas enterado bien, he dicho que nos- y al decir aquel pronombre lo hizo con más intensidad- vamos, nos vamos- repitió- a agarrar.

Entonces ya lo entendí. No pude menos que abrazarme a él. Los pasos de mi padre en el pasillo hicieron que nos despegáramos. Había terminado de ducharse, esperé que no se presentara en pelota delante de nosotros, en mi cabeza una mezcla extraña de pensamientos, no sé por qué, pensé que a Javier le podía atraer más mi padre que yo, al menos estaban más cerca en edad, y los dos tenían un cuerpo recio y muy viril, el de Javier, más delgado. Intenté apartar aquella idea absurda que se me cruzó, mientras oía cómo mi padre se acercaba. Y conociendo a mi padre, todo podía pasar.

Pero no, mi padre no se detuvo, siguió de largo, nos dejó tranquilos, allí, en mi habitación, Javier, mi profesor de Lengua, y yo, en aquella habitación mía, en la que acabábamos de grabar aquel vídeo que dentro de dos horas le tendría que enseñar a mi primo. A ver si le gustaba y aceptaba el trato.

  • Bueno, Luis- dijo Javier-, creo que me voy a tener que ir marchando. Ya hemos tenido la mala suerte de que nos encontrara tu padre, no quiero ahora encontrarme con tu madre ni con tu hermano.

No me apetecía que se fuera, me hubiera gustado que se quedara allí conmigo, no toda la tarde, sino toda la noche también, toda la vida, vamos. Pero ya lo había liado bastante, así que no había más remedio que se marchara. Se levantó y yo también. Antes de salir quiso despedirse de mi padre, que estaba en la cocina.

-Ah, ya te vas.

Ahí estaba mi padre, como siempre, con el torso desnudo y aquellos estrechos pantalones que tanto le marcaban el paquete y el culo. Joder con mi padre.

  • Sí, creo que ya hemos dado un buen repaso.

Otra vez aquella palabrita que en mi mente sonaba a otra cosa.

  • Seguro que mañana le sale todo estupendamente- continuó Javier con una sonrisa en los labios.

Mi padre extendió su brazo vigoroso con la palma extendida.

  • Gracias, Javier, por preocuparte tanto por este petardillo.

Javier le estrechó la mano.

  • Nada de petardo. Es un chaval genial. Solo que está pasando por una mala racha. Pero seguro que de esta sale mejor.

Y terminó aquella frase guiñándome un ojo.

Lo acompañé a la puerta y antes de despedirnos, Javier habló.

  • Te llamo esta noche sobre las diez y me cuentas qué te ha dicho  tu primo ¿vale?

Quería darle un beso, pero no me atreví, podía aparecer cualquier vecino, o mi padre... Pero no era yo el único que tenía ganas de besar, antes de darse la vuelta, acercó rápidamente sus labios a los míos, casi rozándolo apenas, y luego ya desapareció por las escaleras.

Cuando cerré la puerta, algo en mi pecho se encogió. Me sentí muy solo, solo y desamparado, aunque no tenía motivos para ello, Javier me quería y me estaba ayudando, se había arriesgado, se estaba arriesgando a meterse en un buen lío, si es que ya no estaba metido, metido en el lío al que yo lo había empujado. Me fui a mi cuarto y me senté frente a la mesa, allí estaba yo, solo, intentando retener algo del olor que Javier había dejado en mi habitación, sentado en medio del cuarto. Tenía claro que no iba a volver a poner en su sitio la mesa.

Mi madre y mi hermano llegaron a la hora más o menos de haberse ido Javier. Mi padre fue el que les dio la noticia. Si mi madre se sorprendió no menos se sorprendió mi hermano. Le faltó tiempo para venir a mi dormitorio.

  • ¿Es verdad que ha estado aquí tu profe de Lengua?- me preguntó.

Me quedé mirándolo. Venía de su entrenamiento. El pelo aún mojado de la ducha reciente, supuse.

  • Sí. Ha venido para ayudarme para el examen de mañana.

  • No sabía yo que daba clases particulares.

  • Es un favor que me ha hecho- contesté.

  • ¿Un favor?- en la voz de mi hermano, cierta suspicacia-. No sé yo, Luis. Yo que tú tendría cuidado con ese tipo.

-¿Qué dices, enano?- pregunté elevando el tono-. ¿Es que tú lo conoces acaso? ¿Qué sabes tú de él?

  • Lo que se cuenta por el instituto.

  • ¿Y qué es lo que se cuenta, eh?

Estaba esperando la respuesta de mi hermano, se la había dejado a huevo, así que ahora vendría el típico comentario machista de que es marica. Pero, para mi sorpresa, mi hermano se calló, se giró y desapareció de mi vista. Bueno, al menos no había tenido que enfrentarme a él.

A él no, pero a mi primo sí, pues no otro era quien llamaba al portero electrónico. Antes de que mi padre me anunciara que Chema estaba allí, ya mi corazón, dando botes, lo había sabido. Desde mi cuarto podía oír su voz y la de mis padres. El muy cabrón sabía cómo ganarse a la gente. A los pocos minutos ya lo tenía en mi habitación.

  • Buenas noches, mi princesa.

Ahí estaba él, con su saludo tan simpático.

  • Creo que tienes algo para mí.

Se había colocado ya a mi lado, casi donde no hacía una hora había estado sentado Javier. No tenía ganas de dirigirle la palabra, cuanto menos hablara con aquel hijo de puta, mejor. Tomé el móvil que estaba sobre la mesa y busqué el vídeo. La verdad es que tenía seca la boca y un sabor como amargo en la lengua. No sé por qué pero enseñarle aquello a mi primo me parecía que era como traicionar a Javier. Le di al play.

  • Vaya, vaya, qué buena toma- dijo nada más empezar el vídeo-. Y además no estás solo. ¿Quién es ese?

No contesté, por supuesto. Seguí callado, sin querer mirar el vídeo, como la otra vez cuando vino a devolverme el móvil y me enseñó aquel otro vídeo que tanto me estaba costando olvidar. A pesar de no querer mirar, el sonido de mis suspiros y del roce de las manos de Javier en mi cuerpo hizo que algo empezara a estremecerse dentro de mis pantalones.

Joder con las reacciones de mi polla.

No llevaba slips, porque desde que salí corriendo de la habitación ante la llegada de mi padre, los había dejado en el suelo, y no los había echado en falta. Ahora sí los echaba de menos, sobre todo porque no quería que mi primo se diera cuenta de mi excitación, aunque sería difícil que se diera cuenta porque no quitaba la vista de la pequeña pantalla del móvil. Cuando terminó el vídeo, oí su voz.

  • Vaya, vaya, estás hecha toda una estrella, querida primita. No está mal el vídeo, nada mal. Seguro que mañana es el que más visionados tiene.

Yo no lo miraba, intentaba evitar su mirada asquerosa como todo él. Me había acercado más a la mesa, con objeto de que no notara el abultamiento de mis pantalones cortos.

  • Y para que veas que soy un hombre y que cumplo mi palabra, te doy una semana más. Ahora bien, este vídeo lo subo, que lo sepas, como pago por estos siete días extras que te concedo. Los negocios son los negocios ¿lo entiendes, verdad?

Seguía sin mirarle, pero hice un gesto con la cabeza como afirmando.

  • Muy bien. Saca tu tarjeta de memoria y pásamela.

Saqué la tarjeta de memoria y se la pasé como él me había dicho. Aquella operación de trasvase duró poco, aunque más de lo que a mí me hubiera gustado. Cuando terminó por fin, mi primo se levantó.

  • Me voy ya, no quiero entretenerte más que seguro que estás deseando cascártela de nuevo, no te creas que no me he dado cuenta de que te has empalmado, lelo, lelo y marica, que eso es lo que eres, princesita mía.

Un calor me subía por todo el cuerpo y unas ganas tremendas de partirle la cara a ese puto desgraciado, pero, como siempre, me mantuve en silencio, la mirada perdida en algún punto de la mesa, sí, en aquel folio donde Javier había dibujado unos garabatos, como dos monigotes que se cogían de la mano, uno más alto que el otro, los dos con caras felices, tan ajenos al resto del folio, quizás, él y yo, no sé.

Salió mi primo por fin de la habitación y allí me quedé, sin saber muy bien si estaba hecho polvo o si me encontraba feliz. Y es que siempre me había costado mucho distinguir mis estados de ánimo.

A las diez en punto sonó mi móvil, el nombre de Javier parpadeaba casi al mismo ritmo que mi corazón palpitaba.

  • ¡Hola, Luis!- oí su voz al otro lado- ¿Cómo ha ido eso?

Y le conté cómo me había ido con mi primo, lo que me había dicho, cómo me había tratado, lo cabrón que era, cómo había intentado humillarme... en fin, creo que era la vez que más he hablado con Javier, no podía parar, estaba realmente nervioso, pero él me iba tranquilizando, con sus pequeños comentarios, con su escucha atenta y complaciente.

  • Bueno, tenemos una semana para preparar nuestro plan- terminó diciéndome Javier.

Pero qué plan tenemos, me hubiera gustado preguntarle...

  • Como te dije, lo primero es enterarnos qué es lo que le gusta a tu primo, todo el mundo tiene algo que le gusta mucho pero también le avergüenza, a veces son tonterías, otras cosas realmente importantes. La mayoría de las veces no debería avergonzarse de eso, es lo que te ha pasado a ti, Luis ¿qué hay de malo en masturbarse y grabarse? Nada, pero, claro, si eso se hace público...

No dije nada, no tenía nada que decir.

  • Mira, me dijiste que conoces a un amigo suyo ¿no?

  • Sí, Juan, otro cabrón.

  • Este tipo estudia Derecho también ¿verdad?

  • Sí- contesté sin saber muy bien a dónde quería ir.

  • Mañana miércoles solo tengo las dos primeras horas, así que a las diez y cuarto nos vemos en la puerta del instituto, fuera. Vamos a ir a hacerle una visita a la facultad.

  • ¿Una visita?

  • Sí, Luis, tranquilo. Creo que es lo único que podemos hacer y creo que nos saldrá bien.

Tenía que volver a confiar en él, era el único que podía ayudarme, el único que estaba ahí para sacarme de aquel lío en el que yo mismo lo había metido.

Mi madre empezó a llamarme para la cena.

  • Javier, voy a tener que colgar.

  • Bueno, Luis, lo dicho: nos vemos mañana a las diez y cuarto fuera del instituto.

  • Vale- dije.

  • Un beso, guapo. Te quiero.

Iba a decirle lo mismo pero me quedé tan sorprendido de sus últimas palabras que solo le pude decir: un beso. Al menos esta vez su beso no se había quedado huérfano.

Llegué a la cocina con el corazón a mil y con una cara en la que se podía reflejar toda la felicidad del mundo. Algo debieron de notarme pues mis padres y mi hermano me miraron sorprendidos. Cenamos, salió el tema de Javier y mi padre empezó a alabar lo profesional que era ese profesor y el detalle que había tenido al venir a casa. Mi hermano José Miguel apenas si habló. Cosa que yo agradecí interiormente.

Terminamos de cenar y me fui a mi cuarto, la mesa seguía en el centro de la habitación, estorbaba un poco pero no me importaba. Me senté y vi el dibujo que había hecho Javier, el de los dos monigotes cogidos de la mano. Saqué el libro de inglés y me puse a estudiar. Estuve estudiando, bueno, más bien estuve mirando el libro hasta las doce y media. Mis padres y mi hermano ya se habían acostado.

Fui al cuarto de baño y volví a mi habitación, me tiré en la cama, estaba muy cansado pero también muy nervioso, esos nervios que se te meten dentro y que no te dejan descansar. Apagué la luz, confiando en dormirme pronto, pero no hubo manera, hacía calor y la cabeza no paraba de darme vueltas. Estuve un rato largo así, cada vez más desesperado, no sé, quizás una hora o más, o quizás menos. El caso es que me levanté, me estaba meando. La casa estaba en completo silencio, todos dormían ya. Qué suerte, pensé. Bueno, todos no, del cuarto de mi hermano, la puerta estaba entreabierta, salía una luz débil y azulada. ¿Qué coño estaría haciendo el enano aún despierto? Era la una y media pasada de la noche. Aquella situación me recordó a la del domingo en la parcela.

No sabía yo muy bien por qué, quizás porque la puerta, como ya he dicho, estaba entreabierta o quizás porque, sí, se oía otra vez ese sonido como de persona que se está rascando con fuerza, me acerqué muy despacio y con mucho cuidado, iba descalzo lo que favorecía que no me oyera. Me asomé a la puerta entreabierta. El cabecero de su cama estaba justo en la pared de la puerta, a la derecha, es decir, que él no podía verme. Estaba completamente desnudo y, como la otra vez, empalmado como un burro. A su derecha, sobre la cama, el ordenador encendido y la débil luz que este proyectaba me permitía ver su cuerpo joven y muy bien formado, sus muslos recios, su vientre plano y marcado, su pecho que se ensanchaba, sus tetillas pequeñas, y sobre todo, aquel nabo que sobresalía de su mano. Algo dentro de mis slips se agitó.

Joder, otra vez, pensé, pero era tanto el morbo que me daba ver a mi hermano cascársela que no pude retirarme, tenía que verlo, quería verlo.

Y allí estaba el enano, que de enano ya no tenía nada, dale que te pego, cada vez más rápido, cada vez más frenético. Estaba tumbado boca arriba, un poco incorporado para ver lo que se mostraba en la pantalla del ordenador, intenté fijar la vista pero un movimiento suyo me lo impidió. Se había detenido, ahora se veía aquel rabo en todo su esplendor, sobresaliendo de una buena mata de pelo oscuro. Extendió mi hermano un brazo que empezó a buscar algo por el suelo. Al momento volví a verlo. ¿Qué es lo que llevaba? ¿Qué era eso que le ponía ahora a su polla tiesa como un palo?

Joder, sí, era un calcetín, un calcetín que ahora se agitaba al ritmo furioso de su mano, cada vez más exaltada, más rápida. Y entonces me fijé en la pantalla del ordenador, aquella pantalla que estaba abierta en una página de facebook, no podía ver más, solo que era, seguro, una página del facebook, algún perfil de alguien, alguna foto de alguna tía, no sé, joder, la cabeza de mi hermano no me dejaba ver más, pero mucho le tenía que gustar lo que estaba viendo pues cada vez aquella mano agitaba con más fuerza su rabo enfundado en aquel calcetín, hasta que echó la cabeza para atrás y dejó de moverse...

Me giré, aturdido y desconcertado, como si hubiera entrado en una casa que no era la mía y la hubiera saqueado. Aquella era la sensación que tenía. Me fui a mi habitación. Hasta se me habían quitado las ganas de mear.

Me tuve que hacer una paja para quedarme dormido.

(continuará)