Intranquilo 27- Cámara, silencio... ¡¡acción!!

Si uno ha decidido confiar, tiene que confiar en todo, sobre todo si el otro tiene más experiencia en cómo hacer disfrutar...

La verdad es que aquella tarde de martes de mediados de junio fue una de las tardes que más nervioso recuerdo haber estado. Los tres cuartos de hora hasta las siete y cinco que pasé esperando que mi madre y mi hermano se fueran y que llegara Javier, no los olvidaré mientras viva, aunque luego también hubo otros momentos de nervios y de tener la sensación de estar viviendo al borde de un precipicio, bueno, la realidad es que las dos últimas semanas habían sido eso: nervios, incertidumbre, desconcierto...

Por fin se fueron mi madre y mi hermano, y a las siete y once minutos exactos, según el reloj de la cocina, donde yo me había sentado para atender el portero electrónico en cuanto sonara, el timbre de este hizo que pegara un salto en la silla.

  • ¿Sí?

  • Soy yo- oí la voz de Javier.

Abrí la puerta y al minuto apareció él: se había cambiado de ropa, llevaba unas bermudas vaqueras y una camiseta sin mangas. Nunca lo había visto vestido así, tan informal, y la verdad es que estaba muy atractivo, tenía unos buenos brazos, morenos, con algo de vello oscuro que le sombreaban el antebrazo y las piernas. Su sonrisa y su mirada franca me tranquilizaron.

  • No sabía yo que por aquí fuera tan complicado aparcar.

Me eché a un lado para que entrara, y al pasar junto a mí aspiré todo aquel aire que dejó, le tenía que preguntar qué perfume se echaba, aquel perfume que tanto me gustaba y me trastornaba. Cuando cerré la puerta sentí su abrazo, el calor de su cuerpo contra el mío volvió a hacer que mi corazón se acelerara. Buscó mis labios y me besó, me hubiera gustado que aquel beso durara más, pero teníamos un asunto que tratar, una tarea que no podíamos retrasar más. Al separarnos fue él el primero en hablar, como siempre, claro.

  • Se me ha ocurrido algo, no sé qué pensarás pero creo que puede estar bien- empezó a decir.

Menos mal que él tenía las ideas más claras que yo, a mí no se me había ocurrido nada. Seguíamos allí, en el pequeño vestíbulo del piso.

  • Mira, creo que hay algo que le puede gustar al cabrón de tu primo.

Joder, se le estaba pegando mi forma de hablar, o al menos mi forma de referirme a mi primo.

-Yo te masturbaré.

¿Cómo? ¿Había oído bien? ¿Él me iba a hacer a mí una paja? ¿Estaba dispuesto a salir en el vídeo? ¿Tanto me podía querer? Parecía que me estaba leyendo el pensamiento pues siguió hablando.

  • Evidentemente no se me va a ver, bueno, no se me va a ver la cara, pero sí se va a ver que es otro tío el que te está masturbando.

Mis ojos debieron abrirse mucho, pues intentó aclararme la cosa.

  • Tranquilo, Luis, tranquilo. Ya verás cómo todo sale bien. A ver, no podemos perder más tiempo, creo que me dijiste que tu padre llegaba sobre las ocho menos cuartos.

Joder, mi padre.

  • Sí, más o menos, a veces llega un poco antes.

  • Bueno, por eso, vamos ya al tema.

Algo empezó a culebrear dentro de mis bermudas grises de felpa.

  • ¿Tu dormitorio?- me preguntó

Sí, no podíamos perder más minutos, eran ya las siete y cuarto pasadas, y teníamos muy poco tiempo. En media hora teníamos que grabarnos y Javier tenía que salir de casa.

  • Por aquí.

Me encaminé hacia mi habitación, Javier detrás, cuando llegamos le oí decir.

  • Sí, yo creo que en la cama estará bien.

Miraba Javier toda la habitación como buscando algo.

-Sí, sí, pero tendremos que traer la mesa hacia aquí- dijo señalando un metro más o menos de distancia de la cama, casi en medio de la habitación.

Yo lo observaba como quien mira a un técnico que llega a casa a instalarte la línea telefónica.

  • Ven- me dijo-. Ayúdame a traer la mesa.

Entre los dos sujetamos la mesa y la colocamos donde él había pensado.

  • Déjame tu móvil, por favor.

Se lo alargué.

-Gracias- me respondió-. ¿Puedes ir desnudándote, por favor?

Joder, aquella pregunta me puso a cien y también me dejó un poco cortado. Hasta entonces Javier no me había visto desnudo, en fin, me había comido la polla un par de veces, pero siempre había llevado una camiseta, me había bajado las calzonas o las bermudas, pero ponerme en pelota delante de él, sí, sé que puede parecer una gilipollez, me cortaba un poco. Había que hacerlo, tenía que hacerlo, tenía que confiar en lo que él me decía.

Mientras yo me desnudaba, que tampoco me llevó mucho tiempo, quitarme la camiseta y bajarme las bermudas, él trasteaba con el móvil. No me quité los slips, dentro de ellos ya iba aumentando aquel bulto que se mostraba nervioso por lo que sabía que iba a pasar dentro de unos minutos.

  • Siéntate en la cama, por favor.

Me senté donde él me indicó, justo enfrente de él, intentando colocar el móvil de tal manera que pillara el ángulo correcto.

  • Un poco a la derecha- me dijo-. Así, perfecto.

Y allí estaba yo, casi desnudo, casi como un niño desamparado, si no fuera por la hinchazón que destacaba descaradamente en mi entrepierna. Javier seguía manipulando el móvil. Parecía que tenía dificultades.

  • ¿Puedes?- pregunté.

  • No estoy muy seguro- me contestó mientras se acercaba a mi lado.

Ahora estaba agachado junto a mí, podía sentir el calor de su cuerpo, su respiración agitada, más agitada que la mía, sus manos que me pasaban el móvil.

  • Para grabar vídeo, aquí- le indiqué un botón, y lo dejé preparado.

  • Perfecto- dijo mientras recogía el móvil y volvía a colocarlo en la mesa.

Había buscado un par de libros y un lapicero para que el teléfono se quedara de pie. Pero el móvil no quería colaborar. Lo intentó un par de veces, hasta que por fin pareció que se quedaba fijo. Yo  contemplaba a Javier en silencio, veía su espalda fibrosa, sus piernas morenas y su culo, aquel culo tan bien trabajado que le marcaban las bermudas vaqueras.

  • Quítate los slips- le oí decir, mientras se giraba, se quitaba la camiseta que lanzó hacia a un lado y se dirigía hacia mí.

Joder, ni en mis mejores fantasías podía yo haber imaginado aquel torso fibrado y tan apetitoso que ahora se acercaba a donde yo estaba. Tenía la piel morena, un pecho amplio y alto, cubierto de un vello negro recortado, dos tetillas oscuras y pequeñas y un vientre muy terso del que bajaban unos vellos más densos.

  • Los calzoncillos, Luis- le volví a oír.

Me quité los slips, mi polla larga y fina me golpeó el vientre al verse por fin liberada, mientras Javier se sentaba detrás de mí. Yo, hasta aquel momento, no sabía qué iba a hacer, bueno, sí sabía lo que me iba a hacer, pero no cómo, no sabía dónde se iba a colocar, estaba tan nervioso que ni siquiera se me ocurrió preguntárselo, y a él tampoco decírmelo. Así que cuando sentí cómo se sentaba detrás de mí y cómo sus piernas se pegaban a las mías y cómo su pecho se apretaba contra mi espalda, sentí un estremecimiento brutal.

  • Tranquilo- volví a oír su voz a menos de un centímetro de mi oreja.

Podía sentir su respiración cálida, el latido de su corazón, sus manos deslizándose sobre mis brazos, esas manos que ahora bajaban y se posaban en mis muslos, podía sentir cómo un bulto me apretaba a la altura de la cintura. Respiré hondo e intenté relajarme. Sus manos seguían acariciando mis muslos, suavemente, por dentro, por fuera, notaba cómo sus labios me mordisqueaban el lóbulo de la oreja, tiernamente, y aquello me estaba poniendo a cien, no, a cien no, a cien ya estaba antes, ahora me estaba poniendo a mil. El que peor lo pasaba era mi nabo que empezaba a cabecear buscando una mano que lo aliviara. Javier lo estaba haciendo todo muy despacio y muy suave.

Sus manos ahora me tocaban el vientre, un dedo se detenía en el ombligo, seguía mordiéndome la oreja y también parte del mentón. Joder, este tío sabía lo que se hacía. Instintivamente me retorcí un poco, quería volverme y comerle toda la boca, pero no podía, noté cómo sus piernas apretaban las mías, como un jinete experto que intenta domar un potro. Ahora sus manos habían subido y ya me recorrían el pecho, un pecho que intentaba abrirse para tomar todo el aire que pudiera, otra vez la sensación esa tan extraña de creer que me faltaba el aire y a la vez, pensar que estaba respirando mucho. Cuando sus dedos se detuvieron en una de mis tetillas, dura como el hierro, otro estremecimiento me sacudió, y otra vez intenté girar mi cabeza y buscar su boca. Pero no podía, me tenía bien sujeto con sus piernas recias y con su otra mano. Empezó a pellizcarme un pezón, y allí creí que me iba a correr, tanto era el gusto que estaba sintiendo, y eso que todavía no había empezado a pajearme, noté que una gota aparecía en mi capullo a medio desenfundar.

Joder, y yo creí que lo había flipado con la mamada de esa misma mañana... Aquello, aquello era mucho mejor, sentir su cuerpo caliente pegado a mi espaldas, sus muslos apretando los míos, su bulto contra mi culo...

  • Tranquilo- me susurró-, tranquilo -volvió a repetirme-, aguanta un poco- añadió viendo que quizás estaba a punto de correrme.

Y llevaba razón, como esto no terminara pronto me iba a acabar corriendo y tal vez eso no le iba a gustar a mi primo. Fue pensar en mi primo y quitárseme todas las ganas de correrme, no así el calor que seguía sintiendo.

Ahora Javier había vuelto a bajar las manos, por mi costado, deteniéndose en la cintura, deslizando los dedos por esa curva que lleva a lo que seguía asomado buscando su consuelo, mi verga larga, levantada hacia el ombligo. Las manos de Javier pasaron por su lado, apenas si la rozaron, joder, me vino otra vez toda la excitación. Seguía él comiéndome la oreja, echándome su respiración en mi cuello, cómo se notaba que era un maestro en dar placer y qué suerte tenía yo de tenerlo allí, detrás de mí... Otro estremecimiento casi eléctrico vino a sacudirme al notar cómo sus manos masajeaban ahora mis huevos, que se ponían duros, se encogían y dilataban al contacto de aquellos dedos juguetones que se afanaban en darle su protagonismo.

Joder, me iba a correr de gusto y todavía no me había tocado la polla. Siguió dando suaves tirones a mis pelotas y volví a retorcerme buscando sus labios, apretó él sus muslos contra los míos y mordió un poco más fuerte mi lóbulo. Y entonces sí, entonces noté cómo una mano agarraba mi verga larga y fina y a punto de explotar, y cómo deslizaba hacia abajo aquel suave pellejo que no dejaba ver del todo mi capullo violáceo. Ahora sí, ahora ya estaba todo como tenía que estar. Deslizó lentamente la mano de nuevo hacia la base de mi nabo y siguió jugando con mis huevos, mientras otra mano, me volvía a pellizcar una tetilla, con lo que me a mí me gustaba aquello. Sentí que me faltaba el aire, o sentí que todo el oxígeno del mundo entraba más abajo de donde Javier seguía manipulando con sus dedos, y empecé a percibir cómo una marea brutal subía desde allí, una marea que yo no podría contener ni aunque quisiera, una marea de leche blanca que ahora, por fin, salía a una velocidad tremenda, salía y acababa contra el suelo, mientras Javier me mordía con los labios la oreja y el cuello, mientras con un dedo recogía la última gota que quedaba en mi capullo rojo oscuro, dedo que llevaba a mis labios, dedo que yo chupaba como si le arrancara un veneno.

  • No bajes la cabeza, aún no- me susurró, cuando yo estuve a punto de hacerlo.

Y entonces se apartó de mí, mi espalda sentía el frescor del aire que enfriaba el sudor. Vi cómo Javier se acercaba a la mesa, en medio de sus bermudas vaqueras un bulto se mostraba rotundo, tomaba el móvil y pulsaba sobre la pantalla. Se giró hacia mí que seguía sentado sobre la cama, desnudo, sudado, contemplando cómo mi cuerpo volvía a la calma. Se acercó, se inclinó buscando mis labios y pude sentir por fin aquel beso que tanto había buscado minutos antes y no había conseguido. Sus manos me sostenían y levantaban la cara. Sus manos recias, aquellas manos que tan bien me habían trabajado, sacando lo mejor de mí.

  • ¿Quieres verlo?- me preguntó.

  • Claro- contesté.

Volvió Javier a la mesa y tomó el móvil. Se sentó a mi lado.

  • Toma- dijo alargándome el teléfono-. Que tú lo entiendes mejor que yo.

Sonreí y le di al play.

Estábamos tan entusiasmado viendo el vídeo, tanto que otra vez me estaba empalmando, tanto que a punto estuvimos de ni siquiera oír cómo la puerta del piso se abría.

Joder, eran las ocho menos veinte. ¡Joder, la hora de llegada de mi padre! No podía ser, ¡¿¿cómo se me había pasado??!

(continuará)