Intranquilo 25- Una perdida para un perdido

Después de aquella segunda mamada vino algo que me iba a sentar igual de bien. Que no solo de sexo vive un chico de 18 años. O sí...

Allí estábamos los dos, Javier, mi profesor, y yo. Me había hecho la segunda mamada de mi vida, si ya en la primera flipé, aunque los nervios y la emoción no me dejaron saborear tanto el momento, en esta segunda, me había llevado a un lugar en el que yo nunca había estado, a pesar de que aquel sitio, el departamento de Lengua, no era el más propicio para el disfrute. Javier, se notaba que tenía experiencia, me había tratado con tanta delicadeza y tanto cariño, que yo no podía menos que estarle agradecido. Seguíamos besándonos delicadamente, intentado prolongar en aquel beso el momento vivido cuando mi mano, estaba deseando, se posó en aquel bulto que le hinchaban los vaqueros blancos, noté cómo él dejaba de besarme, en sus ojos todo el deseo del mundo acumulado pero también cierta prevención.

  • Espera, Luis- me dijo en un susurro.

El calor de su rostro, la piel morena de haber ido ya a la playa y aquella barbita que no se había afeitado, lo hacía mucho más guapo y atractivo. Mi mano seguía acariciando suavemente su paquete.

  • Espera, Luis.

Ahora se había retirado un poco.

¿Qué pasaba? ¿No quería él que yo le devolviera el placer que tanto me había dado? ¿No me iba a dejar que yo también disfrutara de aquello que tanto estaba deseando, de aquello que sólo pude catar aquel viernes de una manera tan precipitada e inexperta? Quería demostrarle que estaba aprendiendo la lección, aquella lección que él tan bien me acababa de enseñar.

Oímos unos pasos. En los ojos de Javier cierto temor, y en mi pecho el corazón que empieza a acelerarse. Echó Javier un vistazo allí donde mi polla seguía cabeceando, a pesar de haberme corrido no hacía ni dos minutos, me había vuelto a empalmar, es lo que tienen los dieciocho años.

No hizo falta que me dijera nada más, me subí las bermudas bañador un momento antes de que la puerta se abría.

  • ¿Todavía estás aquí?

Aquel profesor de carácter agrio, el que le había dado un libro a Javier cuando yo lo estaba esperando en la puerta, apareció. Entró en el departamento.

  • Aquí huele un poco raro- comentó.

Y al hablar lo que a mí me llegó fue un olor como a anís.

  • Sí, es que hace calor- intervino Javier- y no corre nada de aire.

Joder, me sorprendí, a él tampoco se le daba mal lo de mentir.

  • Mierda de calor- dijo el profesor aquel que ahora se sentaba en uno de los sillones bajos que había en aquella pequeña habitación.

  • Bueno, Luis, no creo que tengas problemas para aprobar. Ya te lo dije el otro día. Al final te has esforzado y eso siempre tiene su recompensa.

Yo miraba a Javier, el rostro encendido, y sus palabras me dejaban un poco desconcertado. Aunque me estaba diciendo lo mismo del otro día, ahora, después de lo que había pasado entre nosotros, sus palabras tenían un sentido distinto.

  • De todas maneras, me gustaría mandarte algunos ejercicios de refuerzo para este verano.

Y mientras decía esto se levantó y se acercó a una estantería que había al fondo de la habitación. Tomó dos libros y volvió a donde yo estaba sentado.

  • Ven- me dijo- acompáñame, que vamos a hacerle fotocopias.

Me levanté y antes de seguirle me despedí del profesor aquel, bajito y barrigón, que ahora parecía casi dormitar en el sillón donde estaba sentado.

  • Adiós- dije.

Pero no recibí respuesta.

Salimos del departamento y cruzamos el aula. Al llegar al patio sonó el timbre que daba señal del final del recreo. Eché un vistazo a la pista, allí vi a mi hermano José Miguel, con la camiseta quitada, bastante acalorado, ¿cómo le habría ido el partido? ¿le habría ido tan bien como a mí? Pensé. Seguro que no, me respondí yo mismo.

Javier caminaba a mi lado, en silencio. Yo lo seguía, a su lado, sin saber muy bien si lo de las fotocopias era verdad o era un rollo. Entramos en el edificio, ruido de voces, risas y carreras. Tiró Javier hacia la derecha, en dirección a conserjería, parecía que sí, que iba a hacer las fotocopias, pero al llegar al vestíbulo oí cómo le decía a Manolo, el conserje:

  • Manolo, abre, por favor.

Manolo le dio al interruptor de abrir, y sonó una especie de chicharra eléctrica. Íbamos a salir a la calle ¿A qué? me preguntaba yo.

Cuando salimos a la calle, Javier dio un resoplido.

  • La hostia, tengo el corazón a mil- dijo.

Me hubiera encantado ponerle la mano en el pecho, allí donde el polo azul marino se combaba y se marcaba un pezón que yo imaginaba delicioso. Pero, claro, no lo hice. Estábamos a las puertas del instituto y no era plan. Mis ojos seguían fijos en su rostro, joder, cuánto me gustaba aquel tipo. Me iban a estallar el corazón y la cabeza.

  • Vamos a desayunar ¿te parece?

Genial, me sacaba del instituto y me llevaba a desayunar fuera. ¡Cómo no me iba a gustar aquel profesor!

Echamos a andar.

  • No tengo clases ahora- prosiguió Javier- ¿Tú qué tienes?

  • Informática- respondí.

  • Bueno, luego hablo con Jesús y le digo que estuviste conmigo, es buena gente, no le importará que te haya sacado de su clase.

Fuimos más o menos en silencio hasta el bar donde algunos profesores, con los que nos cruzamos por el camino, solían ir a desayunar. Era un bar bastante grande y algo destartalado, de estos bares de barrio que llevan años abiertos, y han dado de beber y de comer a generaciones enteras de familias, de profesores y de algún que otro alumno. Yo no había ido mucho, primero porque hasta los dieciocho años no podíamos salir del instituto y, una vez que los cumplí, porque prefería comerme el bocadillo en el patio.

Después de pedir en la barra, nos sentamos en una mesa. Aquella especie de cerrazón en el estómago me había desaparecido, así que di buena cuenta de la tostada que me pedí.

Fue Javier el primero en hablar, ya sabéis de mi incapacidad de romper el hielo.

  • Luis- en su voz se notaba cierta tensión-, estoy hecho un auténtico lío.

Mis ojos se abrieron y él debió notar algo.

  • Siempre he intentado ser honestos con vosotros... lo sabes, para mí es fundamental la honestidad, que no es sino la necesidad de no engañarse uno ni engañar a los demás.

Pensé que iba a volver al tema del trabajito aquel sobre el libro, pero me equivoqué.

  • Tú me gustas mucho, de verdad, en serio. Pero no puedo negar que tengo ciertos escrúpulos... ¿sabes lo que son escrúpulos?

Negué con la cabeza.

  • Reparos, prevención, o si quieres, miedos.

¿Miedos? ¿Cómo podía tener miedos un tipo como él, un tipo de treinta y cuatro años, tan atractivo, con la vida resuelta, que vestía tan bien y que todo el mundo quería?

¿Miedos? Miedos tenía yo, que estaba acojonado con lo que me estaba pasando, y no, no era lo que había sucedido entre él y yo, aquello era lo único bueno que me había pasado en semanas, era, era... y ahora volvió aquel nudo en el estómago... era el puto vídeo y mi primo Chema, era mi incapacidad para hablar con mis padres, era la sensación esa de estar vendido, de no entender qué me pasaba, de no saber cómo resolver mi historia... Pero no dije nada, seguí mirándole a los ojos, aquellos ojos negros y pequeños que seguían fijos en los míos.

  • Este fin de semana lo he pasado realmente mal.

No has sido el único, pensé en decirle. Pero me callé.

  • No sabía cómo encajar lo que pasó el viernes – prosiguió- estaba muy confundido, tenía remordimientos, creía que me había precipitado, que te había llevado a hacer... En fin, que ha sido un fin de semana bastante horrible. Por eso el lunes, ayer, al verte, salió todo aquello, más la sensación de que me habías tomado el pelo... No, no digas nada, eso ya está solucionado. El caso es que me volví a sentir fatal después de lo que te dije. Yo, que pensaba que al fin me iba a quedar tranquilo... Llegué a casa y estuve toda la tarde dándole vueltas al tema. Había metido la pata, me había comportado como un cabrón, y te había hecho mucho daño.

Se interrumpió brevemente. En sus ojos un brillo distinto relampagueó. Yo quería hablar, pero no podía.

  • En fin, me fui a la piscina, que eso siempre me relaja, y nada, allí estaba yo echándote la bronca, hundiéndote... Y me di cuenta de que había metido la pata y que cuando uno mete la pata, la tiene que sacar, pedir disculpas e intentar reparar el daño. Por eso, quería hablar contigo. Bueno, por eso y porque...

Su voz pareció quebrarse un poco. No, no te pares ahora, pensaba yo, sigue, sigue, por favor.

y porque, sí, Luis, me gustas mucho. Es una locura, una puta locura... nunca me ha pasado... yo...

Estuve a punto de cogerle la mano, de levantarme y de darle un beso en los labios, aquellos labios que ahora estaban cerrados y que yo quería abrir con los míos, pero, claro, no era plan, estábamos en un bar, en el bar donde suelen desayunar los profesores, y aunque ahora no había ninguno... que no, que no era plan.

Tenía que hablar, tenía que decirle lo que yo sentía, lo que me había parecido todo, lo que estaba viviendo y cómo lo había vivido, pero me costaba mucho expresar mis sentimientos. ¿Por dónde iba a empezar? ¿Qué le iba a contar? ¿Qué episodio de los que estaba viviendo le podía yo soltar? Aquella sensación en el estómago me había vuelto a aparecer y ahora subía por el pecho. Debía hablar y hablar ya.

  • Debía decírtelo, necesitaba decírtelo y quería que tú lo supieras- continuó Javier- No sé qué piensas tú, no lo sé, pero me gustaría que me dijeras algo. Si quieres, claro.

Venga, Luis, vamos, no seas cobarde, joder, venga, te lo está poniendo a huevo, te lo está poniendo en bandeja, vamos, ábrete de una puta vez, confía en alguien, joder, ¿qué más quieres? Estás aquí, sentado frente al tío que más te gusta del mundo, al tío que te acaba de comer la polla y al que tú estás deseando comérsela, un tío con el que tú jamás hubiera soñado estar, un tío que se ha abierto ante ti y se ha expuesto, joder, Luis, joder, Luis, suelta ya, suéltate ya, joder...

  • Yo... yo...- empecé a hablar, la voz me temblaba como el pasado viernes- Tú... también me gustas- el corazón se me salía por la boca-. Yo... yo también soy gay- joder, no me salían las palabras, yo yo tú tú yo yo, me sentía fatal pero hice un esfuerzo, sus ojos negros y pequeños clavados en los míos, su rostro expectante- Yo estoy muy mal- sus ojos se abrieron.

  • Lo entiendo, lo entiendo- me interrumpió-. He sido un ...

  • No, no es eso- le dije cortándolo- No, no eres tú, tú eres lo único bueno que me ha pasado en estos días. Tú, Javier- y al decir su nombre noté cómo las lágrimas volvían a querer asomarse a mis ojos, debía ser fuerte, debía contenerme- No tiene nada que ver contigo. Es que...

Y otra vez el puto nudo en el estómago, la tostada que parecía querer salir. Aquel bar, la tele encendida, el olor a café.

Y Javier alargó su mano y la dejó sobre mi brazo, estábamos sentados el uno frente al otro, y aquel contacto, notar su mano fuerte y nervuda sobre mi brazo delgado, su piel sobre mi piel, me dio fuerzas para continuar. Sí, joder, lo tenía que soltar, soltarlo de una puta vez, confiar en alguien que había confiado en mí y que me estaba ofreciendo su apoyo, ese apoyo que yo tanto necesitaba.

  • Estoy metido en un buen lío- dije al fin. Los ojos de Javier volvieron a abrirse.

  • ¿Un buen lío? Venga, hombre, no será para tanto.

  • Lo es- respondí.

  • A tu edad todo parece tremendo y horrible, pero ¿qué problemas, aparte del instituto puede tener un chaval como tú?

  • Un primo mío me pilló el móvil, bueno, me lo dejé en su casa, este sábado no, el anterior. Es una historia un poco larga, no sé si quieres escucharla...

  • Quiero escucharla, todo lo que quieras contarme me interesa.

Y le conté todo lo que me había pasado, lo de la grabación que me había hecho yo mismo mientras me pajeaba, lo de las fotos, lo del amigo de mi primo, Juan, y el chantaje que mi primo me estaba haciendo, lo de que estaba castigado. En fin, que no me quedé con nada, bueno, con casi nada. Mientras se lo contaba me iba liberando, sí, ya sé que suena tópico, pero era así, me fui descargando, le fui trasladando a él todos mis miedos y todas mis preocupaciones. Y la voz dejó de temblarme y cada vez fui sintiéndome mejor, y ahora me llegaba una oleada como de ira y cabreo, y también le transmití mi desolación, no sabía qué hacer. Antes de las doce tenía que contestarle a mi primo, y quedaban ya menos de doce horas.

Javier me escuchó sin interrumpirme, atentamente; a veces movía la cabeza como no dando crédito a lo que yo le estaba contando. Pensé que creería que yo era un puto chalado, que vaya ojo había tenido al fijarse en mí, que, en fin, como dice el refrán el que se acuesta con niños, mojado se levanta. Cuando terminé por fin, se hizo un pequeño silencio. Un silencio que rompió Javier.

  • Hay que buscar una solución.

Claro, claro, hay que buscarla pero ¿quién la iba a encontrar? ¿tenía aquello solución?

  • ¿Has pensado hablar con tus padres y decírselo?

No era esa la solución que esperaba, desde luego. Quizás levanté un poco la voz, quizás fui muy rotundo pues Javier pareció sorprenderse de mi respuesta.

  • ¿Mis padres? Mis padres no me entienden, ni quieren saber nada de las guarrerías que hace su hijo. Además no saben nada de que soy gay. Joder, Javier, no puedo contar con mis padres. No puedo.

Y él debió entenderlo.

  • Pues algo habrá que hacer. Mira, Luis, si lo hubiera sabido antes quizás algo se me habría ocurrido, pero así, con doce horas de plazo, no sé, no sé, la verdad.

En fin, si no me podía ayudar, no había nada que hacer. Le diría a mi primo que sí, que aceptaba su chantaje: cuatro pajas sin que se me viera la cara por el vídeo y las fotos que él tenía. Joder, no podía ser todo perfecto, al menos tenía a Javier a mi lado y sabía que yo le gustaba, me lo había demostrado no hacía ni una hora, y me lo acababa de decir.

  • Lo que necesitamos es tiempo, quizás una semana más, quizás cinco días. Tiempo para pensar, Luis, ya se nos ocurrirá algo, seguro- volvió a apretarme el brazo, en sus ojos brillaba una luz especial.

  • ¿Y cómo voy a conseguir que me dé más tiempo?- pregunté.

  • Javier no conocía a mi primo, no sabía lo cabrón que era.

  • Le tendrás que ofrecer algo a cambio, por lo que he entendido tu primo va buscando su negocio, así que le tendrás que hacer una buena oferta.

  • ¿Una oferta? ¿Qué oferta?

Noté cómo Javier tragaba saliva.

  • Tendrás que ofrecerle otro vídeo.

  • ¿Otro vídeo? ¡Entonces me tendrá más pillado!

  • No, Luis, un vídeo en el que no se te vea la cara. Te haces otra paja, te grabas con cuidado de que no se te vea la cara y al menos, con ese vídeo como garantía, te dará más tiempo. Él lo podrá subir, a lo mejor lo sube, en fin, tenemos que contar con eso, pero tu imagen no se verá dañada. No se te verá la cara.

No sé si era una solución o no, y la sola idea de pensar que mi primo iba a tener otro vídeo mío pajeándome me echaba un poco para atrás. Pero yo no tenía otra propuesta. Y además, tenía que confiar en Javier, si él me había dicho que necesitábamos tiempo, seguro que en ese tiempo algo se le ocurriría.

  • Mira, Luis, hay que intentarlo. Y si no encontramos una solución, un vídeo menos que le debes. Ya solo le faltarán tres.

Los adultos y su idea práctica de la vida.

  • Sí, creo que sí- dije al fin-. Creo que es lo único que puedo hacer.

  • Por ahora- añadió Javier dándome un leve cachetazo en la cara.- Y cuando hables con él este mediodía, porque lo tienes que llamar pronto, tú con una idea fija: te grabo otro vídeo y me das una semana. Solo tienes que decirle eso: te grabo otro vídeo y me das una semana. ¿De acuerdo?

Asentí con la cabeza, y Javier volvió a agarrarme el brazo en ese gesto que tanto me gustaba y tanto necesitaba.

Como era ya cerca de la una menos cuarto, es decir, la hora de comienzo de la quinta hora, y Javier tenía clase, nos levantamos, pagó él los dos desayunos y salimos, al pasar por la puerta noté su mano sobre mi cintura, como dejándome paso. Aquel gesto tan simple me hizo sentir muy bien. Ya no tenía el nudo en el estómago. Hacía calor pero no me importaba. No había solucionado el gran problema que tenía y tampoco me importaba.

Llegamos al instituto y nos despedimos, a punto estuve de darle un beso, en una nube tan alta me encontraba. Me pidió Javier el número de mi móvil.

  • Te hago una perdida ahora- me dijo cuando se lo di.

Él tiró para el departamento y yo para la clase. Cuando entré los ojos grandes y azules de Lolo se clavaron en los míos.

  • Vaya, caballerete, ¿se puede saber dónde ha estado usted la hora anterior? Me tenías preocupado, hasta he ido a la clase de tu hermano para preguntarle. Por cierto, tu hermano no parece muy simpático, mira que es guapo, pero la simpatía no es una gracia que le adorne, sin ánimo de ofender, claro, que toda tu familia me cae muy bien, Anoche cuando llegué a casa se lo dije a mis padres: que de buena gana yo me cambiaba de familia y no veas cómo mi pa...

Mientras hacía como que oía la cháchara interminable de Lolo, el móvil vibró en mi bolsillo. A pesar de ser un número desconocido era el número menos desconocido que jamás me había llamado. Cuando iba a grabar el número, la mirada fija de Lolo sobre mí, oí que me preguntaba.

  • Uy, y ahora te llaman. ¡Qué misterioso eres, hijo!

Le sonreí, porque me hizo gracia su comentario, y girándome, para que él no lo viera, y para que se jodiera un poco y pensara que era mucho más misterioso de lo que él pensaba, grabé el nombre de Javier. Y luego guardé el móvil en el bolsillo como quien guarda un diamante que acaba de encontrarse. Le di un pequeño golpe en el brazo a Lolo, que seguía con los ojos muy abiertos.

  • Ains, que me lesionas, y el viernes tengo estreno- dijo mientras exageraba todos sus gestos en una mueca de dolor y sufrimiento.

Menudo actor estaba hecho. No pensaba yo que me iba a aprovechar tanto de sus habilidades como actor, esas habilidades que tan feliz me iban a hacer.

(continuará)