Intranquilo 24- Aclarando las aguas turbias

Bueno, cuando bajan turbias las aguas, lo único que hay que hacer es esperar a que se aclaren, y a veces, pedir perdón es una buena manera de que las aguas se remansen y otras cosas se agiten ;)

LO QUE ME HA PASADO HASTA AHORA: Joder, mejor os leéis los 23 capítulos anteriores o los resúmenes que aparecen al principio de cada, ufffff... me empieza a dar palo esto de tener que resumir todo lo que me ha pasado hasta ahora :((((

Me despertó la voz de mi madre. Eran las ocho menos veinte, y no me había enterado de la alarma del móvil. No sé qué fue peor si ver sus ojos fijos en mí, como casi todas las mañanas una buena erección me daba los buenos días, o darme cuenta de que estaba desnudo y empalmado delante de ella, que lo único que decía era:

¡Luis, Luis, Luis!

a voces, desde la puerta. No se atrevería a entrar.

Como pude busqué las sábanas e intenté taparme.

Joder, las ocho menos veinte y tenía la sensación de haber dormido solo cinco minutos y mal. Seguía con aquel sentimiento de nerviosismo y cierta angustia, sentimiento que, evidentemente, la aparición de mi madre no mejoró. No, no podía ser por el examen de Naturales. Había algo que me inquietaba, algo que... Sí, joder, ¿qué día era hoy? Martes , era martes, era el día fijado por mi primo para darle una respuesta a su chantaje.

Entre la visión de mi madre, asustada y gritona, y la toma de conciencia del día que era, mi polla, tan obediente a mis estados anímicos, se encogió como un animalito asustado. Me levanté de un salto, busqué mis slips, me los puse y salí corriendo al cuarto de baño.

Al abrir la puerta me encontré a mi hermano José Miguel, se estaba secando, acababa de ducharse.

  • ¡Hola!- me saludó un poco sorprendido por mi entrada y posiblemente por mi estado.- ¡Qué pintas tienes!

Me miré. Sí, sobre mi pecho y mi vientre se pegaban, como costras blancuzcas, los restos de la paja que me había hecho unas horas antes.

No le contesté. No estaba para decir nada. Me quité los slips y me metí bajo la ducha. Mi hermano se me quedó mirando.

  • Como sigas así, te vas a matar a pajas- comentó.

Ahora el enano se permitía el lujo de darme consejos, justo él, a quien yo había sorprendido el domingo en el chalet cascándosela como un mono. Joder, se supone que eso es normal, tenía dieciocho años, él quince, un cuerpo pasto de las hormonas. ¿A qué venía él con sus comentarios sanitario- moralistas?

Terminé la ducha con agua fría, cosa que nunca hacía, a ver si me despejaba.

Apenas si pude desayunar. El estómago lo tenía completamente cerrado, aquella sensación de nerviosismo y angustia no se me iba. Recogí mis cosas del instituto y salí. Mi hermano me siguió.

Durante el camino hasta el instituto no hablamos mucho, bueno, él si habló pero yo no tenía ganas, ni ganas ni fuerza. Jugaba aquel día, por lo visto, un partido muy importante, la semifinal del campeonato del instituto, un campeonato que se organizaba en el recreo. Nos despedimos en la entrada y me dirigí a clase.

Y a segunda hora, el examen de Naturales. Joder, qué mierda...

Al entrar, los ojos azules de Lolo me recibieron.

  • Uy uy uy... tú has pasado una muy mala noche, ¿verdad, Luis?- me preguntó.

¿Tanto se me notaba?, pensé.

  • Regular- le contesté en un susurro.

  • No te preocupes, hijo, que seguro que nos sale estupendamente el examen. Ayer le dimos un buen repaso, a los temas, claro, aunque me quedé con la sensación de que podíamos haber hecho más, no sé si me explico, bueno, yo me entiendo, tú sabes, y, por cierto, no sé si te di las gracias por la merienda y por invitarme a tu casa, que me encantó, no sé si te lo dije, y tu padre, un hombre muy simpático... ¡qué suerte tienes!

No estaba yo para su cháchara interminable, así que me senté en mi mesa mientras él seguía parloteando sin parar. Curiosamente se sentó a mi lado, en la mesa donde se sentaba Javier, esa que siempre quedaba vacía, entre la de Lolo y la mía.

Pero si aquel día había empezado fatal, iba a terminar bastante bien. Quizás mi vida iba a empezar a cambiar, quizás ya la vida se apiadaría de mí y me daría una tregua. No se puede poner a prueba a un chaval de dieciocho años durante tanto tiempo. Y eso yo lo iba a agradecer.

El examen de Naturales, que lo tuvimos a segunda hora, me salió bastante bien, parece, como me había dicho Lolo, que el repaso que le dimos me servió. Cuando terminé y sonó el timbre, salí a los servicios. Necesitaba echarme un poco de agua en la cara, para despejarme, seguía con aquella especie de atontamiento, y con esa especie de pellizco en el estómago que me subía hasta el pecho.

Al salir de los servicios, en medio de un pasillo, con el follón normal que se monta durante el cambio de clase, me encontré de frente a Javier. Lo que me faltaba, pensé. Volví a sentir en el estómago aquel nudo. Noté sus ojos en mí, instintivamente los aparté, después de lo que me había dicho el día anterior, me sentía muy avergonzado y no quería ver la mirada de reproche que posiblemente me iba a dirigir. Cuando nos íbamos a cruzar, oí cómo decía mi nombre. Todo mi cuerpo empezó a temblar, y el nudo en el estómago se apretó un poco más.

  • Luis- me llamó mientras se paraba- Espera, Luis...- lo miré a la cara, joder, él tampoco tenía muy buen aspecto- Mira, tenemos que hablar... Yo... bueno... ¿Por qué no te pasas por el departamento en el recreo?

¿Hablar? ¿Hablar de qué? ¿No me había dicho ya el día anterior todo lo que pensaba de mí? ¿No me había dejado ya las cosas claras? ¿Qué pretendía, seguir machacándome? Joder, sí, vale,  yo había jugado sucio, sí, le había mentido con lo del trabajo, sí, era un puto niñato, vale, pero era un niñato que estaba loco por él, loco por mi profesor de Lengua, vale, eso venía a confirmar que era un puto tarado, ¿a quién se le ocurre enamorarse de su profesor? Seguro que a ninguno de los cerca de mil alumnos de aquel puto instituto. Solo a un puto tarado y marica como yo.

Como yo no decía nada, Javier siguió hablando.

  • Ven, por favor. Es muy importante para mí.

Y en esa frase y en algo que vi en sus ojos pequeños y oscuros encontré un alivio que ya iba necesitando.

  • Vale - fue lo único que pude decir.

Él sonrió y noté su mano ancha y fuerte apretar levemente mi hombro.

Cuando llegué a la clase, Lolo, que seguía sentado en aquella mesa junto a la mía, exclamó:

  • Vaya, hijo, qué pronto se te cambia la cara. ¿Qué agua milagrosa te has echado?

No pude menos que lanzarle, eso sí, muy suavemente, un puño a su brazo bien definido de bailarín.

  • Ains, Luis, que me lesionas- fue su comentario.

Terminó la tercera hora, la hora justo antes del recreo. Salieron todos mis compañeros, cogí mi bocadillo y con el corazón pegando botes me fui hacia el departamento de Lengua, que estaba en otro edificio distinto del de mi clase. Había que cruzar el patio. Me encontré a mi hermano José Miguel, que iba a jugar aquel partidito tan importante para él en la pista central.

  • ¿Dónde vas, Luis?

  • Tengo que hablar con Javier, el de Lengua.

  • ¿Te ha suspendido?

  • No sé- mentí.

  • Suerte- me dijo mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro y le achinaba aún más sus ojos. El mamón tenía un encanto especial cuando sonreía.

  • Suerte tú también con el partido.

No sé si me escuchó pues ya se había dado la vuelta, el balón en los pies, en dirección a la pista.

Entré en aquel edificio, en el que había también algunas aulas y un par de departamentos. Para acceder a los departamentos había que pasar por una de esas aulas. Algunos alumnos, los más rezagados, iban saliendo, y también algún profesor. Entré en el aula y me dirigí a la puerta, que estaba abierta. Cuando llegué, vi a Javier hablando con otro profesor, un tipo bajito y barrigudo, con un bigotito fino y una melena negra que se recogía en una cola, un tipo de carácter muy agrio y con fama de follarse a todo el mundo, bueno, quiero decir de suspender mucho.

Me quedé en la puerta esperando que terminaran de hablar. El tipo este le estaba comentando a Javier algo de un libro que tenía entre sus manos.

  • Es mi último libro, Alma de cántaro, una simbiosis de poesía popular y contemporánea. Seguramente este libro será el que me dará a conocer. Ya me dices qué te parece.

Javier miraba al tipo y asentía, no lo veía yo muy entusiasmado, la verdad. El tipo notó mi mirada o algo porque se volvió a mí y me preguntó:

  • ¿Qué quieres?

Iba a contestarle pero Javier intervino.

  • Viene a hablar conmigo, es alumno mío.

El tipo se volvió y no me dijo nada.

  • Bueno, ya me dirás- siguió con Javier-. Me voy a desayunar, a ver si me tomo un lingotazo de algo que me anime.

Y diciendo esto salió pasando junto a mí. Era muy bajito y muy barrigón, como una especie de gnomo.

  • Pasa, Luis.

Entré, el corazón dando botes.

  • Siéntate- me indicó una especie de silla que había en torno a una mesa, mientras él se dirigía a la puerta y la cerraba. Cuando cerró la puerta, se giró y acercando una silla a la mía, se sentó. Joder, aquello me recordó al viernes anterior, y algo empezó a cosquillear dentro de mí.

Lo volvía a tener a menos de un metro y podía sentir el calor de su cuerpo, el calor de su torso, un torso que se presentía como siempre atlético y fuerte bajo aquel polo azul marino que tan bien se le ceñía. Llevaba los mismos vaqueros blancos del otro día. ¿Cómo se llama esa sensación de estar viviendo algo que ya has vivido antes? Sé que es una palabra francesa, pero no me acuerdo. Pues eso es lo que yo estaba sintiendo, sentía que ya había vivido aquella situación. En mi entrepierna, a pesar del nerviosismo que sentía, algo empezaba a moverse.

  • Bueno- empezó diciendo él, ya sabéis que a mí eso de romper el hielo como que no- en fin... yo..bueno, tú....

Joder, estaba nervioso, él también estaba nerviosos, Javier, mi profresor de Lengua, un tipo hecho y derecho de treinta y cuatro años, tan seguro como siempre se mostraba, estaba nervioso, le temblaba la voz y el rostro se le encendía

  • Yo... en fin, que quería pedirte disculpas, Luis, creo que me pasé ayer... Quizás fui, no sé,... fui bastante duro contigo...

-No, Javier- dije con un nudo en la garganta- Te mentí, llevabas razón, te mentí y no... no...

Me costaba mucho hablar, volvía a sentir aquella sensación de desamparo del viernes anterior, allí, en clase, cuando las lágrimas empezaron a asomarse en mis ojos y me empecé a sentir muy solo, muy solo. Pero ahora no me sentía solo, ahora me sentía muy bien, estaba allí, junto al tío que más me gustaba en la vida, el mismo tío que se estaba mostrando ante mí arrepentido, sin tener por qué, porque el que le había engañado había sido yo. Notaba cómo el pecho se me encogía y cómo las lágrimas querían volver a salir, pero no, no iba a llorar, no quería llorar porque no tenía motivos para llorar.

  • Mira, Luis, tú tienes dieciocho años y yo treinta y cuatro, yo soy el adulto... yo soy el que tiene que tener cuidado, no tú... Tú, en fin, tú has hecho algo que... no está bien... pero es algo normal, no te lo justifico, pero entra dentro de lo posible... pero yo, yo debía haber tenido cuidado, yo no debería haber...

No, Javier, no, no digas eso, pensé, tú no hiciste nada, fui yo, tú lo único que hiciste fue ayudarme, darme consuelo, no digas eso, por favor, no digas eso. Pero, claro, como siempre, mis labios no se movieron, solo sentía mi pecho agitarse y cómo las lágrimas luchaban por salir.

  • Te lo tenía que decir, Luis- y al decir esto, una mano, aquella misma mano que me acariciaba la rodilla el viernes en el salón de actos, se posó en la misma rodilla.

Aquel contacto me hizo estremecer, joder, ¿estaba viviendo en un bucle?, y al contacto de su mano, mi polla, tan presta a las reacciones, empezó a dar señales de su existencia. Llevaba yo aquel día un bañador tipo bermudas, ya digo que era la última semana de clase, y a pesar de que nos decían en el instituto que había que ir presentable a clase, aquella semana la cosa se relajaba. Si hubieran sido unas bermudas vaqueras a lo mejor no se notaban pero, claro, el algodón ya se sabe.

Algo notaría Javier, pues retiró la mano y se echó hacia atrás.

No, joder, no, sigue, sigue, quería decirle pero no me salían las palabras, estaba más pendiente de no soltar una lágrima, aunque ya notaba mis ojos acuosos, y en intentar controlar aquella hinchazón que empezaba a ser más que evidente. Javier había apartado sus ojos de mí, y ahora, levemente ladeada la cara, se perdían en un punto indeterminado de la pared.

Necesitaba que me mirara, necesitaba que me dijera algo, algo distinto de lo que le había oído, y, sobre todo, necesitaba decirle lo que pensaba, lo equivocado que estaba, lo feliz que me había hecho, que había sido el único que me había dado algo bueno en aquellas semana tan nefasta. Lo necesitaba pero no me salían las palabras.

Y como no encontraba las palabras, y como las lágrimas estaban a punto de desbordarse y como en medio de mis bermudas mi polla también estaba a punto de derramarse, hice lo único que podía hacer: incliné mi cuerpo hacia él y buscándole los labios, dejé los míos sobre los suyos.

Y ya empezaron los besos, ya empecé a notar su lengua, como una bicha rabiosa, perderse en mi boca, que ahora se abría y buscaba su lengua también, ya nos mordíamos los labios, ya me raspaba yo con su piel curtida, con su barba, hoy no se había afeitado, quizás de ahí su mala cara, ya notaba sobre mi entrepierna su mano recia, su mano amplia, su mano nervuda, y ya mis manos le apretaban la espalda, se agarraban a él, como si yo fuera un náufrago y él la única tabla de salvación posible. Ya notaba su mano perderse por dentro de mi camiseta, buscar mis tetillas, apretarlas suavemente, no, no tan suavemente, apretarlas reciamente, aquello que tanto me gustaba, mientras su mano bajaba por dentro de mis bermudas bañador y tocaban mi polla caliente, mi polla que se levantaba al fin sin nada que la aprisionara, solo aquella mano que ahora la recorría, que ahora pegaba un recio tirón hacia abajo, ya notaba mi capullo el aire libre y reaccionaba a los envites de la mano de Javier, mientras nos mordíamos la boca, mientras seguíamos en aquel combate de igual a igual, mientras en mis ojos las lágrimas se secaban, mientras aquella mano acariciaba ahora mis huevos, que se hinchaban y encogían a su contacto, mientras Javier, después de casi comerme el labio, me sonreía y se inclinaba hacia mí, y yo le acariciaba la espalda, mis manos por dentro de su polo, mis manos acariciando aquella espalda firme, mis dedos leyendo cada músculo de aquella espaldas, y sus labios sobre mi polla, y en mi polla su saliva, y su lengua que punteaba mi glande, y yo que me sentía morir, pero me sentía vivir, y ya no sentía aquella angustia en el pecho, sino un vértigo delicioso, un vértigo en el que quería caer, y la lengua de Javier, y su boca combada sobre mi verga alta y fina, y una gota que aparecía en el capullo y él que la lamía y lamía y ahora sí, ahora ya llegaba, ahora apretaba yo con mis manos su espalda y una sacudida, y una especie de suspensión en el vacío, y todo mi cuerpo temblando, desde la punta de los pies hasta la coronilla, y la boca de Javier donde ahora entero me derramaba, me derramaba, me derramaba, mientras él me acariciaba el pecho, el vientre, y no desperdiciaba nada.

Se hizo el silencio, tenía yo los ojos cerrados, cuando sentí en mis labios, el sabor de los labios de Javier y el de mi propio semen.

Sí, ahora parecía que por fin mi vida iba a empezar a cambiar.

(continuará el lunes 22)