Intranquilo 22- Un pasillo oscuro y...

Algunos compañeros de clases no dejan de sorprendernos, quizás sea porque hay que salir del instituto para darse cuenta de lo que cada uno esconde...

LO QUE ME HA PASADO HASTA AHORA: Como yo estoy castigado y no puedo salir ni siquiera a casa de un compañero a estudiar, viene Lolo, uno de mi clase, a mi casa. Estamos a mediados de junio, exámenes finales y ya se nota el calor. Nos aburrimos tanto de estudiar Naturales, que Lolo me propone una manera más práctica de repasar los músculos y los huesos del cuerpo humano, una manera más práctica pero también más excitante, aunque, claro, conociendo mi historia, las cosas nunca pueden terminar como uno pensaba...

Podía sentir la respiración agitada de Lolo a mi lado y, por supuesto, la no menos agitada de mi pecho, que intentaba volver a la calma, pero sin conseguirlo. Estábamos los dos callados, mirando el libro, intentando leer lo que allí ponía, intentando que no se nos notara no sé muy bien qué, porque tampoco había pasado nada, éramos dos compañeros que estaban estudiando en el cuarto de uno de ellos, ¿qué había de malo en eso?

En mi pantalón aún se notaba cierta marca de lo que había pasado no hacía ni tres segundos. En eso estábamos, en hacer como si, en disimular no sé qué, cuando oí la voz de mi padre que se acercaba por el pasillo. Claro, eran cerca de las ocho menos cuarto, su hora de llegada a casa.

  • ¡Luis!- oí que me llamaba.

No levanté el rostro del libro, me la notaba ardiendo, la cara, no seáis mal pensados. No así Lolo, que echó un vistazo a su derecha. Oí a mi padre de nuevo.

  • Ah, tienes visita.

Levanté la vista, por fin, y, junto a la puerta, lo que ya venía siendo casi una costumbre diaria, estaba mi padre. Se había quitado la camisa del uniforme de trabajo, para no variar, y allí estaba, con su torso velludo y recio... Claro, también estaba un poco cortado, no porque lo viera Lolo, yo tenía claro que mi padre tenía un punto de exhibicionista, sino porque no se esperaba verme con un compañero.

Lolo, al ver a mi padre, abrió sus grandes ojos azules y, cosa que me sorprendió, se levantó de su silla y se dirigió hacia él con la mano extendida.

  • Mucho gusto, me llamo Manuel Antonio Piedras, y soy compañero de clase de su hijo Luis. Estamos estudiando para el examen de Naturales.

Mi padre primero lo miró con gesto de sorpresa, gesto que se transformó en una sonrisa amplia.

  • Yo soy Luis, el padre de Luis.

Y se estrecharon las manos.

  • Encantado- volvió a decir Lolo mientras se giraba hacia la silla.

  • Así que estudiando ¿no?

  • Sí- contestó Lolo, dispuesto a llevar la conversación- Naturales, mañana tenemos un examen, ya sabe usted cómo es la vida del estudiante, un examen tras otro. Estamos ahora con anatomía, los músculos.

No sé por qué, pero me dio la impresión de que Lolo estaba dando demasiadas explicaciones.

  • Muy bien, muy bien- contestó mi padre, su mano, como casi siempre, acariciando su pecho peludo.- Pues, nada, os dejo que sigáis con vuestra tarea, que lo primero, como siempre le digo a Luis, es el trabajo ¿verdad Luis?

  • Verdad- contesté casi en un susurro.

  • Ea, lo dicho, y encantado de conocerte, Manuel- se despidió mi padre.

  • Lo mismo digo, señor- contestó, tan redicho, Lolo.

Y mientras mi padre se daba la vuelta y se alejaba pude observar cómo la mirada de Lolo le seguía, y cómo en esa mirada aparecía el mismo brillo que le había visto cuando nos cruzamos con mi hermano José Miguel en el pasillo. Joder, con el Lolo. ¡Para que luego dijera que él no era gay! Si no lo era él ¿quién coño lo era?

La aparición de mi padre nos había tranquilizado, aunque parezca una contradicción. Ahora ya nuestra respiración era más normal y lo que bullía dentro de mis pantalones se había aplacado bastante.

  • Bueno, vamos a darle a esto ¿no?- dije señalando el libro que teníamos frente a nosotros. No sé qué debió entender Lolo que abrió muchos sus ojos y me preguntó:

  • ¿A darle a qué?

Joder, este tío era la leche.

  • Que vamos a seguir con el tema ¿no?

  • Sí, sí, claro.

  • Pero lo estudiamos con el libro ¿vale? Creo que es mejor.

  • Sí, sí, mejor.

Y a eso nos pusimos.

No llevábamos ni diez minutos cuando se empezó a oír la ducha del cuarto de baño de mis padres, que estaba al fondo del pasillo, pasado su dormitorio. Allí estaría mi padre, pegándose un buen duchazo. Esperaba yo que por lo menos hubiera cerrado la puerta.

Noté a Lolo inquieto, quizás porque se oía el agua caer y también, muy débilmente, a mi padre canturrear. Otra de sus costumbres. Como yo estaba acostumbrado, aquello no me llamaba la atención, pero a Lolo sí. Normal.

Llevábamos casi tres horas estudiando, y no habíamos hecho ni un descanso. Así que pensé que era una buena idea parar un rato.

  • ¿Qué tal si descansamos un poco?- pregunté a Lolo.

  • Parece que me has leído el pensamiento, no dejas de asombrarme Luis, ya sabía yo que entre tú y yo había una conexión. Mira, ahora mismito te lo iba a decir, pero...

  • ¿Te apetece merendar algo?- le interrumpí, su cháchara me ponía un poco nervioso porque nunca sabía dónde iba a terminar. Así que acordándome de la importancia que él le daba al hecho de merendar, le propuse tomarnos algo.

  • Me encantaría. En eso estaba yo pensando, en un buen colacao con unas galletas, o madalenas, o bizcochos... vaya, lo que tengas- me contestó abriendo sus dos grandes ojos azules.

  • Pues, vamos- le dije, mientras nos levantábamos y salíamos de la habitación. Al levantarnos me di cuenta de que Lolo se tocaba la cremallera de sus bermudas, como si buscara colocarse algo.

Salimos al pasillo y cuando íbamos a entrar en la cocina, oí su voz detrás de mí.

  • Luis, ¿el cuarto de baño, por favor?

Me volví y le indiqué que siguiera por donde habíamos venido y que pasada mi habitación, a la izquierda, justo enfrente del otro, enfrente justo de la habitación de mis padres, al lado del cuarto de mi hermano.

  • Gracias- me dijo mientras se alejaba.

Entré en la cocina. Ya apenas se oía la ducha del baño de mis padres. Empecé a sacar cosas para merendar.

Estaba en ello y Lolo parecía que tardaba un poco. Saqué la leche, el colacao, galletas, madalenas, bizcocho no porque no había, y en eso estaba cuando oí a Lolo, bueno un grito de Lolo, más bien.

  • ¡Ahhhhhhhhh!

Y luego a mi padre:

  • ¡Coño!

¿Qué habría pasado? Salí de la cocina y ya Lolo venía hacia mí, los ojos azules muy abiertos, el pecho agitado, la cara muy colorada, él que era de natural pálido. Una sombra al fondo del pasillo, bueno, no era una sombra, era el culo y las piernas de mi padre, entraba en la habitación de matrimonio.

  • ¿Qué ha pasado?- pregunté.

Pero Lolo no me contestó, siguió su camino, me sobrepasó y se metió en la cocina.

Lo seguí. Se había sentado en una silla. Parecía que le iba a dar algo.

  • ¿Qué ha pasado, Lolo, joder?

Miraba a la mesa, una mano en su frente, mientras con la otra, extendida hacia mí, hacía un gesto como de que esperase.

No sabía yo qué hacer. A lo mejor si iba al cuarto de mi padre y hablaba con él, me enteraba de algo. Al fin, Lolo pareció recobrar cierta calma. Ahora su mano, la que se extendía como un guardia de tráfico dando el alto, se movía como un abanico sobre su cara.

  • Nada- me dijo-. Que no me lo esperaba, hijo. Que fui a salir del cuarto de baño y me encontré con tu padre.

Me quedé mirándolo.

  • ¿Y por eso ese grito?

  • Ains, hijo, si tú hubieras visto lo que yo, también gritabas. O no. A lo mejor no, pero es que no me lo esperaba, no me esperaba encontrar eso, así, de repente, en medio de ese pasillo casi a oscuras. No, no me lo esperaba, no me lo esperaba...

Y entonces caí. Caí en que mi padre iría en pelota, y aquella visión había sido mucho para Lolo. Joder con el Lolo. Lo bien que se lo estaba pasando aquella tarde en mi casa. O lo mal, según se mire.

  • Venga, tío, no seas más capullo. Te preparo un colacao y te comes unas madalenas y te quedas como nuevo.

  • Mejor una tila, mejor una tila.

Me hizo gracia aquel comentario, pero no le hice caso. Así que me puse a preparar el colacao y los putos grumos que se quedan siempre encima. Lolo seguía sentado a la mesa, ya su cara mostraba su color blanco más natural.

  • Toma- le dije.

  • Luis, ¿no sabes preparar un colacao?

Joder, ahora me venía con esas.

  • Primero se echa el colacao y luego muy poca leche, se remueve bien y cuando ya está disuelto, se echa el resto de la leche. Parece mentira que no sepas cómo se prepara un colacao. Así no se puede ir por la vida, Luis, que si no sabes lo más esencial, ¿cómo vas a poder enterarte de lo importante?

¡Vaya retahíla que me estaba echando el tío! Yo lo miraba con ojos como platos, no podía creer lo que estaba escuchando. Menos mal que entró mi padre. Como siempre, el torso desnudo y sus pantalones cortos, grises y estrechos.

Lolo, al verlo, se volvió a poner colorado.

  • ¿Qué pasa, macho?- entró mi padre en la cocina-. ¡Vaya susto que te has pegado! Bueno, yo también, qué cojones.

Y soltó una risotada mientras echaba la cabeza hacia atrás.

  • ¿Qué, merendando?

¿Es que no lo estaba viendo?

  • Di que sí, que hay que ponerse fuerte, coño, mira cómo estás, Luis, todo delgado, a ver si vienes más conmigo al gimnasio, macho. Mira tu amigo Manuel, está delgado pero se le ve bien, seguro que haces deporte ¿o no Manuel?

Lolo no tenía solo sus grandes ojos azules completamente abiertos, no sé si por la charlita de mi padre o por poder contemplar a su antojo aquel cuerpo recio y velludo que mientras hablaba no dejaba de pasarse la mano por el torso, sino también la boca, flipado estaba. Boca que empezó a moverse.

  • Siento contradecirle, don Luis...

¿Don Luis? ¿Pero de dónde había salido aquel chaval? Era mi padre, el encargado de la sección de alimentación de un hipermercado.

  • Anda, macho, trátame de tú que me haces más viejo, y el don para los que tienen din.

Mi padres y sus frases tópicas.

  • Perdón, Luis- continuó Lolo- como empezaba a decir, siento contradecirte pero no, no hago deporte, no me gusta...

  • Venga, macho, algo sí harás, correr de vez en cuando por el parque- le interrumpió mi padre.

  • No, me fatiga mucho correr. Pero sí te puedo decir que bailo.

La cara de mi padre era todo un espectáculo.

  • ¿Que bailas? ¿Cómo que bailas?

  • Bailo funkijazzfussion, cuatro veces a la semana, en el gimnasio Odisea.

La cara de mi padre seguía siendo un espectáculo y la mía supongo que no lo era menos. No sabía yo esa faceta danzarina de Lolo, Lolo, la caja de sorpresas continua.

  • ¡Coño, ese es el gimnasio al que vamos Luis y yo! Bueno, más bien al que voy yo– arrancó por fin mi padre– ¡Qué casualidad, macho, nunca te he visto por allí!

  • Yo, ahora que lo dices, creo que me suena tu cara.

Aquel comentario de Lolo hizo que mi padre se hinchara, le encantaba que lo reconocieran y supieran quién era. ¡Pues no hacía unos días había venido todo contento a decirme que Alberto José, mi antiguo amigo, había ido al hipermercado y lo había saludado!

  • El caso es que haces ejercicio, porque con el baile se hace ejercicio ¿o no, macho?

  • No lo dudes, Luis– siguió Lolo– me tendrías que ver después de una de las clases, acabo empapado, con perdón, chorreandito, vaya, una cosa, pero también te tengo que decir que me encanta, que son las cuatro horas mejores de la semana. Bailando me olvido de todo, es oír la música y solo estoy yo y ella, la música digo, y nada más. Ains, lo que me gusta a mí bailar, no lo cambio por nada del mundo, bueno, por casi nada...

Y dejó aquel

por casi nada

colgado, esperando que o mi padre o yo le interrogáramos. Yo, lo tenía claro, no le iba a preguntar. Mi padre..., en fin, mi padre, conociéndolo no me extrañó lo que pasó después.

(continuará)

Podía sentir la respiración agitada de Lolo a mi lado y, por supuesto, la no menos agitada de mi pecho, que intentaba volver a la calma, pero sin conseguirlo. Estábamos los dos callados, mirando el libro, intentando leer lo que allí ponía, intentando que no se nos notara no sé muy bien qué, porque tampoco había pasado nada, éramos dos compañeros que estaban estudiando en el cuarto de uno de ellos, ¿qué había de malo en eso?

En mi pantalón aún se notaba cierta marca de lo que había pasado no hacía ni tres segundos. En eso estábamos, en hacer como si, en disimular no sé qué, cuando oí la voz de mi padre que se acercaba por el pasillo. Claro, eran cerca de las ocho menos cuarto, su hora de llegada a casa.

  • ¡Luis!- oí que me llamaba.

No levanté el rostro del libro, me la notaba ardiendo, la cara, no seáis mal pensados. No así Lolo, que echó un vistazo a su derecha. Oí a mi padre de nuevo.

  • Ah, tienes visita.

Levanté la vista, por fin, y, junto a la puerta, lo que ya venía siendo casi una costumbre diaria, estaba mi padre. Se había quitado la camisa del uniforme de trabajo, para no variar, y allí estaba, con su torso velludo y recio... Claro, también estaba un poco cortado, no porque lo viera Lolo, yo tenía claro que mi padre tenía un punto de exhibicionista, sino porque no se esperaba verme con un compañero.

Lolo, al ver a mi padre, abrió sus grandes ojos azules y, cosa que me sorprendió, se levantó de su silla y se dirigió hacia él con la mano extendida.

  • Mucho gusto, me llamo Manuel Antonio Piedras, y soy compañero de clase de su hijo Luis. Estamos estudiando para el examen de Naturales.

Mi padre primero lo miró con gesto de sorpresa, gesto que se transformó en una sonrisa amplia.

  • Yo soy Luis, el padre de Luis.

Y se estrecharon las manos.

  • Encantado- volvió a decir Lolo mientras se giraba hacia la silla.

  • Así que estudiando ¿no?

  • Sí- contestó Lolo, dispuesto a llevar la conversación- Naturales, mañana tenemos un examen, ya sabe usted cómo es la vida del estudiante, un examen tras otro. Estamos ahora con anatomía, los músculos.

No sé por qué, pero me dio la impresión de que Lolo estaba dando demasiadas explicaciones.

  • Muy bien, muy bien- contestó mi padre, su mano, como casi siempre, acariciando su pecho peludo.- Pues, nada, os dejo que sigáis con vuestra tarea, que lo primero, como siempre le digo a Luis, es el trabajo ¿verdad Luis?
  • Verdad- contesté casi en un susurro.
  • Ea, lo dicho, y encantado de conocerte, Manuel- se despidió mi padre.
  • Lo mismo digo, señor- contestó, tan redicho, Lolo.

Y mientras mi padre se daba la vuelta y se alejaba pude observar cómo la mirada de Lolo le seguía, y cómo en esa mirada aparecía el mismo brillo que le había visto cuando nos cruzamos con mi hermano José Miguel en el pasillo. Joder, con el Lolo. ¡Para que luego dijera que él no era gay! Si no lo era él ¿quién coño lo era?

La aparición de mi padre nos había tranquilizado, aunque parezca una contradicción. Ahora ya nuestra respiración era más normal y lo que bullía dentro de mis pantalones se había aplacado bastante.

  • Bueno, vamos a darle a esto ¿no?- dije señalando el libro que teníamos frente a nosotros. No sé qué debió entender Lolo que abrió muchos sus ojos y me preguntó:
  • ¿A darle a qué?

Joder, este tío era la leche.

  • Que vamos a seguir con el tema ¿no?
  • Sí, sí, claro.
  • Pero lo estudiamos con el libro ¿vale? Creo que es mejor.
  • Sí, sí, mejor.

Y a eso nos pusimos.

No llevábamos ni diez minutos cuando se empezó a oír la ducha del cuarto de baño de mis padres, que estaba al fondo del pasillo, pasado su dormitorio. Allí estaría mi padre, pegándose un buen duchazo. Esperaba yo que por lo menos hubiera cerrado la puerta.

Noté a Lolo inquieto, quizás porque se oía el agua caer y también, muy débilmente, a mi padre canturrear. Otra de sus costumbres. Como yo estaba acostumbrado, aquello no me llamaba la atención, pero a Lolo sí. Normal.

Llevábamos casi tres horas estudiando, y no habíamos hecho ni un descanso. Así que pensé que era una buena idea parar un rato.

  • ¿Qué tal si descansamos un poco?- pregunté a Lolo.
  • Parece que me has leído el pensamiento, no dejas de asombrarme Luis, ya sabía yo que entre tú y yo había una conexión. Mira, ahora mismito te lo iba a decir, pero...

  • ¿Te apetece merendar algo?- le interrumpí, su cháchara me ponía un poco nervioso porque nunca sabía dónde iba a terminar. Así que acordándome de la importancia que él le daba al hecho de merendar, le propuse tomarnos algo.

  • Me encantaría. En eso estaba yo pensando, en un buen colacao con unas galletas, o madalenas, o bizcochos... vaya, lo que tengas- me contestó abriendo sus dos grandes ojos azules.
  • Pues, vamos- le dije, mientras nos levantábamos y salíamos de la habitación. Al levantarnos me di cuenta de que Lolo se tocaba la cremallera de sus bermudas, como si buscara colocarse algo.

Salimos al pasillo y cuando íbamos a entrar en la cocina, oí su voz detrás de mí.

  • Luis, ¿el cuarto de baño, por favor?

Me volví y le indiqué que siguiera por donde habíamos venido y que pasada mi habitación, a la izquierda, justo enfrente del otro, enfrente justo de la habitación de mis padres, al lado del cuarto de mi hermano.

  • Gracias- me dijo mientras se alejaba.

Entré en la cocina. Ya apenas se oía la ducha del baño de mis padres. Empecé a sacar cosas para merendar.

Estaba en ello y Lolo parecía que tardaba un poco. Saqué la leche, el colacao, galletas, madalenas, bizcocho no porque no había, y en eso estaba cuando oí a Lolo, bueno un grito de Lolo, más bien.

  • ¡Ahhhhhhhhh!

Y luego a mi padre:

  • ¡Coño!

¿Qué habría pasado? Salí de la cocina y ya Lolo venía hacia mí, los ojos azules muy abiertos, el pecho agitado, la cara muy colorada, él que era de natural pálido. Una sombra al fondo del pasillo, bueno, no era una sombra, era el culo y las piernas de mi padre, entraba en la habitación de matrimonio.

  • ¿Qué ha pasado?- pregunté.

Pero Lolo no me contestó, siguió su camino, me sobrepasó y se metió en la cocina.

Lo seguí. Se había sentado en una silla. Parecía que le iba a dar algo.

  • ¿Qué ha pasado, Lolo, joder?

Miraba a la mesa, una mano en su frente, mientras con la otra, extendida hacia mí, hacía un gesto como de que esperase.

No sabía yo qué hacer. A lo mejor si iba al cuarto de mi padre y hablaba con él, me enteraba de algo. Al fin, Lolo pareció recobrar cierta calma. Ahora su mano, la que se extendía como un guardia de tráfico dando el alto, se movía como un abanico sobre su cara.

  • Nada- me dijo-. Que no me lo esperaba, hijo. Que fui a salir del cuarto de baño y me encontré con tu padre.

Me quedé mirándolo.

  • ¿Y por eso ese grito?
  • Ains, hijo, si tú hubieras visto lo que yo, también gritabas. O no. A lo mejor no, pero es que no me lo esperaba, no me esperaba encontrar eso, así, de repente, en medio de ese pasillo casi a oscuras. No, no me lo esperaba, no me lo esperaba...

Y entonces caí. Caí en que mi padre iría en pelota, y aquella visión había sido mucho para Lolo. Joder con el Lolo. Lo bien que se lo estaba pasando aquella tarde en mi casa. O lo mal, según se mire.

  • Venga, tío, no seas más capullo. Te preparo un colacao y te comes unas madalenas y te quedas como nuevo.
  • Mejor una tila, mejor una tila.

Me hizo gracia aquel comentario, pero no le hice caso. Así que me puse a preparar el colacao y los putos grumos que se quedan siempre encima. Lolo seguía sentado a la mesa, ya su cara mostraba su color blanco más natural.

  • Toma- le dije.
  • Luis, ¿no sabes preparar un colacao?

Joder, ahora me venía con esas.

  • Primero se echa el colacao y luego muy poca leche, se remueve bien y cuando ya está disuelto, se echa el resto de la leche. Parece mentira que no sepas cómo se prepara un colacao. Así no se puede ir por la vida, Luis, que si no sabes lo más esencial, ¿cómo vas a poder enterarte de lo importante?

¡Vaya retahíla que me estaba echando el tío! Yo lo miraba con ojos como platos, no podía creer lo que estaba escuchando. Menos mal que entró mi padre. Como siempre, el torso desnudo y sus pantalones cortos, grises y estrechos.

Lolo, al verlo, se volvió a poner colorado.

  • ¿Qué pasa, macho?- entró mi padre en la cocina-. ¡Vaya susto que te has pegado! Bueno, yo también, qué cojones.

Y soltó una risotada mientras echaba la cabeza hacia atrás.

  • ¿Qué, merendando?

¿Es que no lo estaba viendo?

  • Di que sí, que hay que ponerse fuerte, coño, mira cómo estás, Luis, todo delgado, a ver si vienes más conmigo al gimnasio, macho. Mira tu amigo Manuel, está delgado pero se le ve bien, seguro que haces deporte ¿o no Manuel?

Lolo no tenía solo sus grandes ojos azules completamente abiertos, no sé si por la charlita de mi padre o por poder contemplar a su antojo aquel cuerpo recio y velludo que mientras hablaba no dejaba de pasarse la mano por el torso, sino también la boca, flipado estaba. Boca que empezó a moverse.

  • Siento contradecirle, don Luis...

¿Don Luis? ¿Pero de dónde había salido aquel chaval? Era mi padre, el encargado de la sección de alimentación de un hipermercado.

  • Anda, macho, trátame de tú que me haces más viejo, y el don para los que tienen din.

Mi padres y sus frases tópicas.

  • Perdón, Luis- continuó Lolo- como empezaba a decir, siento contradecirte pero no, no hago deporte, no me gusta...

  • Venga, macho, algo sí harás, correr de vez en cuando por el parque- le interrumpió mi padre.

  • No, me fatiga mucho correr. Pero sí te puedo decir que bailo.

La cara de mi padre era todo un espectáculo.

  • ¿Que bailas? ¿Cómo que bailas?

  • Bailo funkijazz fussion, cuatro veces a la semana, en el gimnasio Odisea.

La cara de mi padre seguía siendo un espectáculo y la mía supongo que no lo era menos. No sabía yo esa faceta danzarina de Lolo, Lolo, la caja de sorpresas continua.

  • ¡Coño, ese es el gimnasio al que vamos Luis y yo! Bueno, más bien al que voy yo– arrancó por fin mi padre– ¡Qué casualidad, macho, nunca te he visto por allí!
  • Yo, ahora que lo dices, creo que me suena tu cara.

Aquel comentario de Lolo hizo que mi padre se hinchara, le encantaba que lo reconocieran y supieran quién era. ¡Pues no hacía unos días había venido todo contento a decirme que Alberto José, mi antiguo amigo, había ido al hipermercado y lo había saludado!

  • El caso es que haces ejercicio, porque con el baile se hace ejercicio ¿o no, macho?

  • No lo dudes, Luis– siguió Lolo– me tendrías que ver después de una de las clases, acabo empapado, con perdón, chorreandito, vaya, una cosa, pero también te tengo que decir que me encanta, que son las cuatro horas mejores de la semana. Bailando me olvido de todo, es oír la música y solo estoy yo y ella, la música digo, y nada más. Ains, lo que me gusta a mí bailar, no lo cambio por nada del mundo, bueno, por casi nada...

Y dejó aquel

por casi nada

colgado, esperando que o mi padre o yo le interrogáramos. Yo, lo tenía claro, no le iba a preguntar. Mi padre..., en fin, mi padre, conociéndolo no me extrañó lo que pasó después.

(continuará)