Intranquilo 21- Clase de anatomía muy particular

Hay muchas maneras de estudiar, pero la que mejor funciona es la que intenta llevar la teoría a la práctica...

LO QUE ME HA PASADO (hasta ahora): Después del fin de semana castigado y de volver el lunes al instituto y de echarme la bronca-sermón Javier, mi profesor de Lengua, y de decirme que me olvide de él y de lo que pasó el viernes entre los dos, me he quedado con cara de gili en la clase, sin poder reaccionar y pensando que mi vida era una auténtica mierda. Entonces ha aparecido Lolo, este compañero de clase que es muy afeminado y friki (aunque él dice que no es gay), para, más o menos, consolarme y...

Tan sorprendido estaba Lolo como yo de mi gesto, aquel abrazo que quizás tenía reservado para Javier (no, evidentemente, lo que vendría después) y que nos puso a los dos caras de lelos. Nos separamos y nuestras miradas se perdieron en algún punto inconcreto de la clase. Fue Lolo el que rompió el silencio. A mí eso de romper el silencio, ya sabéis, como que no.

  • Bueno, Luis, sé que no te caigo demasiado bien- empezó. Intenté decir algo pero él, levantando la mano, ay, esa mano y los movimientos que le daba, me lo impidió- No, no digas nada, lo sé, y punto. Y no sé por qué. Bueno, me lo figuro, vaya... - a Lolo le gustaba también dispersarse mucho-. En fin, que parece que tú y yo estamos viviendo la misma situación...

¿La misma situación? ¿El también había tenido rollo con Javier? No, no era posible, pensé, aunque ya me podía esperar cualquier cosa.

  • Los dos vamos mal en los estudios, cada uno por su cosa, supongo,que no sé cuál será la tuya, no sé, aunque... bueno, mejor me callo- esto también era típico de Lolo, dejar así las frases, sin terminar, y luego rematarlas con un

mejor me callo,

para que uno se imaginara lo que quisiera.- El caso es que nos va de puta pena, de puta pena. Y mañana tenemos el examen de Naturales. Ains, el examen de Naturales. ¿Cómo lo llevas?

Iba yo a contestar pero no me dejó.

  • Fatal, no hace falta que me lo digas, si lo sabré yo- otra de las típicas frases de Lolo. Me estaba poniendo malo con tanto rodeo y tanto no decir nada- Ahora tenemos el de Matemáticas, ¿te lo sabes? ¿has estudiado? A ver... Bueno, a lo que voy, que he pensado que, siempre y cuando tú quieras, claro, podíamos vernos esta tarde, quedar en mi casa o en la tuya, como tú prefieras, para darle un repaso, así, entre los dos, supongo que se nos hará menos aburrida la tarea... ains, lo que yo me aburro estudiando Naturales, no sabes tú cuánto, si yo te contara en qué se me va la cabeza, bueno, mejor me callo.

Yo estaba alucinando, siguiendo su cháchara interminable y flipando con su propuesta. ¿A qué vendría esa propuesta? No lo tenía nada claro. Sí, podía ser verdad lo que decía, pero conociéndolo, bueno, lo poco que yo lo conocía, no estaba tan seguro.

  • Venga, hijo- interrumpió mis cavilaciones- ¿Qué dices? ¿Aceptas o no aceptas?

Mi cabeza seguía dando vueltas. Quizás no fuera una mala idea, no solo por el estudio, sino porque su propuesta suponía salir de casa, yo seguía castigado, y aunque solo fuera por que me diera un poco el aire, a lo mejor la cosa merecía la pena.

  • ¡Vamos, hijo- volvió a interrumpir mis cavilaciones, una mano en la cadera, la otra a la altura de su rostro, un rostro bastante pálido y un poco ancho, a pesar de que era un tipo muy delgado, en el que destacaban dos enormes ojos azules casi a media asta, ojos que solía abrir mucho cuando se emocionaba con algo o cuando se irritaba- que no te estoy pidiendo salir!- terminó su frase.

Aquella frase hizo, curiosamente, que me pusiera colorado.

Ya digo que Lolo era muy afeminado y a pesar de lo que alguna vez, como en aquella excursión en la que Javier nos dijo que era gay, algún compañero le había intentado sonsacar algo, él se mostraba muy ofendido por cualquier comentario acerca de su posible orientación sexual. Debió notar algo ya que sus ojos se abrieron y una sonrisa, quizás para quitar tensión, apareció en su rostro. Tenía, eso sí, unos labios abultados y muy perfilados, siempre de un color encendido.

  • Bueno... yo... en fin... Vale- dije al fin.

Los ojos azules de Lolo aumentaron de tamaño y a punto estuvo de dar palmas con las manos. Tanta alegría empezó a mosquearme.

  • Pero tendrá que ser en tu casa- añadí.

  • No hay problema, no hay problema, mis padres estarán encantados de que lleve a alguien, dicen que si no tengo amigos... ¡qué sabrán ellos!- Joder, aquello me sonaba un poco, la verdad-. Además no habrá nadie, ya me encargaré yo, con lo que estaremos más tranquilos.

Debió notarme un gesto raro en la cara, porque ahora sus ojos volvían a su estado natural, casi caídos.

  • ¿Qué te gusta para merendar?

¿Que qué me gusta para merendar? Joder, aquel tío estaba como una puta cabra. ¿Cómo se le ocurría a un tío, hecho y derecho, bueno, casi hecho y derecho, Lolo tenía un año menos que yo, aunque cumpliría los dieciocho en ese mismo año, preguntarme por la merienda?

  • Y yo qué sé, tío. Lo que sea.

  • ¿Lo que sea, lo que sea...?- volvió a preguntar abriendo de nuevo sus ojos azules.

  • Cualquier cosa. No soy tiquismiquis con la comida.

  • Ya me lo imaginaba yo. Te lo pensaba decir pero para qué... aunque tú no te lo creas te conozco mejor de lo que piensas. Soy muy observador, me fijo en todo, me fijo en todo para aprender... si yo te contara lo que sé... y lo que he aprendido fijándome en la gente...

Aquel comentario también me daba mala espina.

  • Bueno, pues entonces, ¿a las cinco en mi casa?

  • Vale, a las cinco en tu casa.

Y mientras le decía aquello lo vi dirigirse a la puerta, tan feliz y contento como si le hubiera tocado la lotería. Con lo que se conformaban algunos, pensé, mientras el desastre que era mi vida volvió a aparecer ante mí.

Terminó el instituto y llegué a casa, otra vez con mi hermano, que me estaba esperando a la salida. Joder, parecía que aquel encuentro del viernes por la noche en mi cuarto, cuando él apareció de repente y me sacó del marrón que me hubiera caído, nos había unido mucho. Bueno, aquello y el día tan bueno que echamos en la parcela.

Mientras comíamos mi hermano, mi madre y yo, mi padre comía en el trabajo, le comenté a mi madre lo de ir a casa de Lolo a estudiar. Me miró con gesto serio. Uffff, seguro que ponía pegas.

  • ¿Lolo?- preguntó.

  • Sí, Lolo, un compañero de clase.

  • No me suena- dijo mi madre.

  • Sí, mamá, te he hablado alguna vez de él. Un chaval así, en fin, un chaval que es muy gracioso... eh, no sé, en fin...

  • Uno que es marica- intervino mi hermano.

Le eché una mirada y él se encogió de hombros.

  • Gay- dijo mi madre- Josemi, se dice gay.

Mi hermano volvió a encogerse de hombros. A los jóvenes futbolistas qué coño, pensé, le importaba cómo se dijera, para ellos eran maricas y ya está.

  • No es marica, digo, no es gay- corregí.- Tiene novia, Carmen, una de tercero.

En el rostro de mi hermano una sonrisa se dibujaba, ¡qué mamón el enano!

  • Bueno, Luis, eso no es malo- añadió ella, en plan educadora.

¡Claro que no es malo, pero díselo tú a papá, a ver qué le parece!

  • Entonces, ¿me dejas ir o no?- pregunté.

Y el gesto serio volvió a su rostro.

  • Luis, estás castigado, ya lo sabes, sin ordenador y sin salir. No puedo dejarte ir. Tienes que ir asumiendo tus responsabilidades.

¿Mis responsabilidades? ¿Es que mis únicas responsabilidades eran siempre castigos?

  • Venga, mamá.

  • Ni venga ni nada. Podéis estudiar aquí, seguro que él no está castigado.

Joder, mi plan a la mierda. Encima de no poder salir iba a tener que aguantar a Lolo en mi casa.

  • Llámalo y se lo preguntas.

Total, que no había nada que hacer. Cuando terminé de comer, lo llamé. Respondió rápidamente al teléfono y se puso muy contento cuando le dije que se viniera a mi casa.

  • ¿A las cinco?

  • Sí, como habíamos quedado.

  • Allí estaré, puntual como el big ben- dijo antes de colgar.

Lo que le gustaba a ese chico una frase típica.

Y a las cinco en punto sonó el portero electrónico. Abrí y lo recibí en la puerta. Llevaba mi ropa de andar por casa: unas calzonas grises anchas y una camiseta vieja y también bastante amplia. En la puerta apareció Lolo, también se había cambiado: unas bermudas de cuadros y una camiseta de tirantas morada. Me quedé sorprendido cuando lo vi, no por la ropa, vestía un poco hortera o bastante, para mi gusto, demasiado cantoso, sino por los hombros y los brazos que lucía, delgados pero muy definidos. Era, ya lo he dicho, de piel pálida, parecía casi extranjero, si no inglés, sueco o de por ahí arriba.

Entró en casa y alabó la decoración. Mi madre, que estaba en la sala, se acercó a saludarlo. Él le dio dos besos y le dijo que tenía una casa muy bonita. Las cosas de Lolo. Como aquello me estaba poniendo nervioso, interrumpí la charla que empezaban a tener y lo llevé a mi cuarto, por el pasillo, nos cruzamos con mi hermano, que solo llevaba puestas unas calzonas. Los ojos de Lolo se abrieron y saludó a mi hermano, saludo que apenas fue respondido. Me di cuenta perfectamente de la mirada que le echó mi compañero, y aquello, si no me sorprendió, me molestó un poco, casi que me ofendió. Y aquel sentimiento me dejó, otra vez, desconcertado conmigo mismo.

Entramos en mi habitación y volvió a alabar mi cuarto. Joder, parecía uno de esos presentadores que van a entrevistar a un famoso a su casa y no paran de hacerle la pelota.

  • Siéntate- le dije señalándole una silla.

Se sentó obediente y empezó a sacar cosas de la mochila, que también era morada, un morado claro, casi rosa.

Yo fui al salón por otra silla que coloqué junto a la de él.

  • Bueno, vamos a empezar ¿no?

  • Por supuesto- confirmó Lolo abriendo sus grandes ojos azules.

Estuvimos estudiando un rato y la verdad que bien. Lolo no era tan tonto como yo creía, al menos, sabía de Naturales más que yo, y me explicaba todo lo que no entendía con mucha paciencia y tranquilidad. Yo notaba cómo sus ojos, de vez en cuando, bajaban a un punto indeterminado de mi cara, la boca o por ahí. No sé. En fin, tampoco le di más importancia.

Un poco antes de las siete, como cada tarde, mi madre llevó a mi hermano al entrenamiento, y nos quedamos solos Lolo y yo.

  • ¡Al fin solos!- exclamó él cuando oyó cerrarse la puerta de la casa.

Sí, al fin solos, pensé yo, ¿y? Seguimos estudiando un rato, pero Lolo parecía distraído, como en otra cosa.

-¿No tienes calor?- me preguntó.

Esa frase me sonaba. Hacía calor, seguía haciendo calor, era mediados de junio y el verano ya estaba aquí.

  • Un poco.

  • Yo me muero- añadió- ¿Te importa?

Y diciendo esta pregunta y sin esperar respuesta se quitó la camiseta de tirantas.

Ya he dicho que me había sorprendido ver, cuando lo recibí en la puerta, cómo Lolo tenía un cuerpo que yo no había imaginado, era delgado sí, no menos que yo, pero tenía unos brazos y unos hombros muy bien definidos, y ahora podía comprobar que el torso no se quedaba atrás. Que yo supiera, no le gustaba el deporte, y no jugaba al fútbol durante el recreo. Así que no sé de dónde le vendría aquella constitución, a lo mejor era genética, pensé.

Tenía ahora sus dos grandes ojos azules clavados en los míos.

  • Venga, vamos a seguir con esto que la cosa promete. Mira, ahora toca el cuerpo humano. Hummmmmm... El cuerpo humano... ¡qué maquinaria tan perfecta!

Sonreí y le eché un vistazo al libro que teníamos frente a nosotros: sí, tocaba el cuerpo humano.

  • ¿De verdad que no tienes calor?- volvió a preguntarme Lolo.

  • Bueno, puedo aguantarlo- contesté.

  • ¡Qué suerte!- respondió él, sin saber yo muy bien qué quería decir.

Seguimos estudiando. Un coñazo: nombres de huesos, de músculos, arterias y demás. Demasiado para mi cabeza.

  • Esto no hay quien se lo aprenda- dije un poco desesperado.

Lolo abrió sus grandes ojos azules.

  • ¡Tengo un idea, tengo una idea!- exclamó- Mira, primero tú vas señalándome en mi cuerpo los músculos y los huesos y las venas ...- ahí hizo una pequeña pausa y sonrió- las aortas y todo eso ¿qué te parece? Y luego yo hago lo mismo pero contigo.

No dije nada. No me parecía nada.

  • Creo que es una buena manera de aprender. ¿No dice la de Naturales que la ciencia es experimentación? Pues eso, vamos a ponerlo en práctica.

Bueno, vale, pensé, venía bien hacer algo distinto.

  • Empieza tú- dijo Lolo mientras se ponía de pie.

Me puse yo también de pie. Y empecé a señalarle los huesos de los que me acordaba, los que no recordaba me los decía él o los mirábamos en el libro. Luego vinieron los músculos, yo simplemente le señalaba dónde estaban, pero no le tocaba nada, ni siquiera le rozaba. Estábamos muy cerca el uno del otro, el uno frente a otro, casi podía notar su respiración, y cómo cada vez que le señalaba un músculo de su cuerpo, él sonreía y se agitaba un poco. Al principio estábamos serios, luego nos dio un poco la risa.

Terminé  mi repaso y le tocó a él hacer de alumno y a mí, digamos, de esqueleto.

  • Pero, Luis, te tienes que quitar la camiseta.

Quise protestar, pero era absurdo, no debía tener tanta prevención con aquel compañero que se esforzaba en ayudarme y hacerme aquella asignatura más soportable.

Me quité la camiseta y me quedé con mis bermudas grises de felpa.

Allí estábamos los dos, en mi cuarto, frente a frente, él con sus bermudas de cuadros por toda vestimenta y yo con mis bermudas grises de andar por casa. Me puse recto, casi como un maniquí.

  • Hijo, relájate un poco- me dijo Lolo.

Lo intenté pero no sabía cómo. Sí, puede parecer una estupidez, pero no sabía cómo relajarme.

Y entonces él empezó a señalar los huesos, bueno, a señalar los huesos no, a tocarlos. Al principio me chocó notar el contacto de sus dedos pero luego me acostumbré.

Cuando empezó con los músculos... Bueno, cuando empezó con los músculos, ya no era tocar, ahora pasaba toda la mano por el músculo en cuestión.

  • Sigo su recorrido- me decía.

Y, para mi sorpresa, que me tocara Lolo no me producía rechazo, al contrario, cada vez me gustaba más. Tocaba delicadamente, como él mismo decía:

siguiendo el recorrido del músculo.

Y, claro, tanto recorrido hizo y tan bien que algo en medio de mis bermudas empezó a moverse.

¿Qué hacer? ¿Decirle: para, tío, para, está claro que te lo sabes, o dejar que siguiera su lección y que mi erección se hiciera más patente? Me estaba poniendo palote, realmente palote, pero ¡era Lolo, el tío más afeminado del instituto, aquel tío que yo casi siempre había evitado!

Cuando llegó al músculo pectoral noté cómo su mano se detenía en una de mis tetillas más tiempo del normal. Que me toquen las tetillas me pone a cien, así que aquello fue la señal para que dentro de mis bermudas se levantara lo que ya llevaba tiempo agitándose.

Los ojos de Lolo, que seguían el recorrido de su mano por mi tetilla, bajaron hasta lo que empezaba posiblemente a sobresalir por allí. Sentí cómo los labios se me esponjaban. Joder, ahora sí que empezaba a tener calor, y cómo la respiración se me aceleraba y cómo el pecho de Lolo también empezaba a acelerarse y cómo la mano de Lolo bajaba ahora por mi esternón, por mi vientre, por mi...

El ruido de la puerta al abrirse hizo que, como una coreografía no ensayada, los dos volviéramos a sentarnos en nuestras respectivas sillas y fijáramos la vista en el libro que se abría, aburrido, sobre la mesa.

(continuará)