Intranquilo 20- Las patas cortas de las mentiras

Por fin es lunes, por fin voy a volver a ver a Javier, lo único bueno que me ha pasado últimamente... Bueno, a lo mejor él no piensa lo mismo...

LO QUE ME HA PASADO HASTA AHORA (menos que más): Mi primer fin de semana como castigado no ha estado tan mal, podía haber sido peor. En fin, parece que voy estrechando lazos, recuperando lazos tendría que decir, con mi padre y con mi hermano, aunque la verdad es que estoy bastante desconcertado, con ellos y sobre todo conmigo. No tengo ni idea aún de qué voy a hacer con el cabrón de mi primo Chema y su chantaje. Hoy es lunes, vuelvo al instituto después de aquel viernes en que Javier, mi profe de Lengua, y yo tuvimos aquel encuentro (mamadas incluidas) en el salón de actos. Estoy ansioso por verlo, quizás la historia se repita, aunque a mí me gustaría ir un poco más allá... A ver...

Eran las siete y media pasadas de la mañana. Me fui al cuarto de baño y entré. Me estaba duchando cuando se abrió la puerta. Era mi hermano, vestía tan solo unos slips blancos con dibujitos. Me sorprendió verlo. Joder, en aquella familia últimamente todos los miembros parecían recuperar viejas costumbres.

  • Hola, Luis- me saludó.

Le devolví el saludo pero no sé si enteró, pues el chorro de agua de la ducha lo impediría, supongo. Estaba enjuagándome, así que ya iba a terminar.

Sin decir nada mi hermano se quitó los slips y se quedó en pelota: otra vez podía yo ver el buen cuerpo que estaba echando, y aquella polla que destacaba en medio de sus bien formados muslos, no solo por su buena proporción, sino por el tono blanco de su piel en aquella zona.

  • Ya termino- le dije.

  • No te preocupes- me contestó mientras se acercaba por la abertura de la mampara, que estaba en el otro extremo de la ducha, ya he dicho que era un plato grande, de pizarra gris. Allí detrás de mí, tenía a mi hermano.

Cerré el grifo y le dejé paso.

  • ¿Te acuerdas de cuando éramos pequeños?- me preguntó mientras sus ojos achinados y muy negros se clavaban en mis ojos.

  • Claro- le respondí.

No dijo nada, solo sonrió mientras se metía bajo la alcachofa de la ducha y dejaba que el agua, fría, como le gustaba también a mi padre, le recorriera aquel cuerpo que, seguro, iba a ser feliz a más de una.

Joder, pensé cuando me di cuenta de que aquella frase era la misma que me había dicho mi padre no hacía ni una semana cuando, como mi hermano, se había metido también en el cuarto de baño y había visto lo que yo tenía entre las piernas.

Salí de la ducha y me empecé a secar ligero. Mi hermano seguía a lo suyo, tranquilamente, ahora se estaba enjabonando. Yo no quería mirar, pero ya sabéis que me puede más la curiosidad. Se estaba enjabonando el culo, lo que yo podía ver mejor, pues él estaba de espaldas a donde me encontraba. Aquella visión y el recuerdo del sueño que tuve aquella noche, hizo que mi polla empezara a dar señales de vida.

No, no estaba dispuesto a ser un pervertido, me dije. Así que, sin terminar de secarme, salí del cuarto de baño.

Cuando llegué a mi habitación, el corazón en la garganta, oí a mi madre gritar:

  • ¿Quién ha salido del baño mojado?

¿Mojado? ¿Mojado? Lo que yo estaba era completamente desconcertado.

Desayuné y salí para el instituto pitando. Mi hermano me dijo que le esperara. Y esta vez sí le esperé. Fuimos caminando y charlando. No era tan capullo como yo pensaba. La verdad es que era bastante simpático y agradable. Estuvo todo el camino haciéndome preguntas sobre los estudios y sobre otras cosas. En un momento dado, me habló de Alberto José. Me dijo que me había contestado a mi mensaje del facebook.

  • ¿Y tú como lo sabes?- le pregunté un poco mosca. A ver si al final mi hermanito era una copia de mi primo: de los que te ponen buena cara para que te confíes y cuando ya estás confiado, zaz, te la meten, bueno, metafóricamente hablando, claro.

  • Te dejaste la sesión abierta- me contestó- Como fue todo tan precipitado...

Ahora una sonrisa se dibujaba en su rostro. El mamoncete encima, cuando se reía, se ponía más guapo: aquellos ojos achinados se le estrechaban más, casi como dos rajitas y en las que brillaba un punto luminoso.

  • Joder, es verdad. ¿No habrás estado cotilleando, no?

Sus ojos rajitas se clavaron en los míos.

  • Un poco- dijo.

Y aunque parezca mentira, aquella prueba de sinceridad no me cabreó sino que me gustó.

  • Bueno, tampoco hay mucho de lo que cotillear, ya te habrás dado cuenta de que no tengo muchos amigos.

Mi hermano calló. El mamoncete sabía lo que podía hacerme daño.

  • ¿Qué decía el mensaje de Alberto José?

  • ¡Ah, sí! Nada, que se alegraba mucho de verte por allí, que estaba muy liado pero que en cuanto terminara con la selectividad te iba a dar un toque.

Me gustó oír aquello.

Llegamos ya al instituto y nos despedimos en el primer pasillo. Me dirigí a clase y entonces el corazón empezó a darme botes: allí estaba, de espaldas, Javier. No me podía ver, claro. Me quedé como lelo, hasta me tuve que parar: sus hombros anchos, aquellos vaqueros que tan bien sabía vestir, su culo... Teníamos pendiente una cita, él no lo sabía, pero yo sí. A segunda y a tercera tenía clase con él. Y luego, luego... joder, sólo de pensarlo ya se me estaba poniendo morcillona.

Pero las cosas no siempre salen como uno espera.

Ya digo que tenía clase con Javier de nueve y cuarto a once y cuarto, con un descanso de cinco minutos. Cuando entró, mi corazón seguía botando como hacía una hora, me quedé fijo mirándolo. Él se dio cuenta y apartó la vista. Eso ya me mosqueó un poco. Pero cuando empezó la clase y vi que no se sentaba donde siempre, es decir, entre Lolo, aquel alumno bastante afeminado, y yo, aquello ya no me gustó nada.

  • Hoy vamos a leer. Total, estos cinco días que quedan de clase, supongo que estaréis ya muy cansado. Además las notas ya están puestas.

  • ¿Y cómo han salido? - preguntó Pedro.

  • Pues la mayoría, la inmensa mayoría, bien, pero hay dos...

  • ¿Quiénes? ¿Quiénes?- empezamos todos a preguntar, bueno, todos no, porque yo estaba muy callado.

  • Mirad, ya sabéis que nunca digo las notas antes de la evaluación. Además todos sabéis perfectamente vuestras calificaciones, siempre os doy las pruebas corregidas y os digo las notas de clase, así que...

Bueno, sí, era verdad pero yo le había entregado un trabajo el viernes, un trabajo para subir nota. Y no me lo había dado.

  • Javier- intervine, la voz un poco temblorosa, sus ojos negros y pequeños fijos en los míos- A mí me falta saber la nota del trabajo de lectura voluntaria...

  • Sí, de eso quería hablar yo contigo. Pero no ahora. Cuando toque el timbre para el recreo te quedas y lo hablamos.

No sé por qué pero me puse colorado, sentía mi cara ardiendo. Todos me miraban y el tono de voz de Javier no era muy amable, tampoco es que fuera borde, pero había algo que no me gustaba.

Estuvimos toda esa hora y la siguiente leyendo, aunque la lectura muchas veces se interrumpía pues Javier solía hacer muchos comentarios y preguntas. Yo apenas si me estaba enterando de las historias que leíamos. Tenía la cabeza en otra cosa, bueno, en dos cosas exactamente: por una parte en lo que me tendría que decir y por otra, en el bulto que tanto se le marcaba a Javier en la entrepierna, aquel bulto que yo ya había catado y que ahora podía ver debajo del tablero verde de la mesa del profesor.

Tocó el timbre que anunciaba el recreo y terminó la segunda clase. Salieron todos mis compañeros, aunque Lolo se hizo el remolón. Cuando nos quedamos solos, Javier y yo, el corazón empezó a botarme de nuevo. Allí lo tenía yo, a menos de un metro, podía sentir el calor de su pecho que también se marcaba en aquel polo blanco que llevaba puesto y en el que unos pezones destacaban como algo que yo suponía delicioso.

Iba a hablar yo, a decirle que... bueno... no sé qué le iba a decir, pues, lo único que se me venía a la cabeza era repetir lo del viernes, repetirlo y mejorarlo, pensaba. Pero fue él quien comenzó a hablar.

  • Mira, Luis, el viernes...- noté que tragaba saliva, joder, él también estaba nervioso- El viernes me mentiste.

Sus ojos negros clavados en los míos, aquella mirada no era la misma que la del viernes... No era eso lo que yo pensaba oír. ¿Dónde había quedado lo que pasó en el salón de actos? ¿Dónde su mano recorriendo mi polla larga y fina y su boca sacando lo que nadie nunca me había sacado?

Debí mirarle con ojos de desconcierto. Pero él prosiguió.

  • Me mentiste, me dijiste que te habías leído el libro y que el trabajo lo habías hecho tú.

Joder, ¡era aquello!

A los que tenemos la costumbre de mentir, con el paso del tiempo, acabamos creyendo nuestras propias mentiras. Y yo había caído en aquella trampa. Sí, había querido creer que el trabajo lo había hecho yo, cuando la realidad es que no pasé del corta y pega, bueno, menos la opinión personal, que me la inventé, claro.

No me atrevía a mirarlo. Sentía sus ojos sobre mi rostro.

  • Me mentiste, Luis, y ya sabes lo que pienso de la mentira, cómo la mentira acaba con lo único que tenemos: la confianza.

No podía decir nada. Aquella situación me estaba devolviendo al viernes, pero a la parte chunga, a la parte en la que él empezó a decir aquellas mismas palabras y yo estuve a punto de las lágrimas, lágrimas que ahora volvían a asomar por mis ojos.

Y Javier se dio cuenta.

  • No, no vengas ahora con lagrimitas ni tonterías. No voy a ser tan tonto de caer otra vez. Creo que me mentiste, que me liaste, que me enredaste...

Javier se iba encendiendo, y yo era su objetivo.

  • ¿Cómo que te lié?- me atrevía a preguntar.

  • Sí, Luis, me liaste... Y no sabes la de vueltas que le he dado este fin de semana, el fin de semana que he pasado... Hostias, soy tu profesor ¿es que no te das cuenta?

Claro que me daba cuenta, claro que lo sabía, y no niego que aquello me ponía bastante pero no era lo único, tenía otros muchos profesores y con ninguno se me hubiera ocurrido enrollarme...

Qué asco, qué asco más grande me subía ahora por el pecho. Pero no podía decir nada. Estaba paralizado. Mi vida volvía a ser la puta mierda que había sido hasta el viernes. No, no la misma puta mierda, ahora era peor, mucho peor.

  • Solo espero que esto quede aquí, entre nosotros y no porque te tenga miedo o vayas a ir con la historia por ahí. No creo que seas un tipo de esos. He confiado en ti...- hizo una pequeña pausa-... es más, eres...eras algo más que un alumno, y creo que tú esto lo sabías, siempre he sido honesto contigo. Pero ahora ya no sé qué pensar. Prefiero... Hostias...

Sus ojos se perdieron en un punto indeterminado de la clase, yo veía su rostro encendido, cómo le brillaban los ojos, cómo su pecho se agitaba, y me entraban muchas ganas de abrazarlo, de besar aquellos labios algo crispados, de decirle, como él me dijo el viernes: tranquilo, no pasa nada, yo te quiero, te quiero, Javier, y lo siento, siento haberte mentido, soy un niñato, tengo tanto que aprender, tengo tanto que aprender.. .

Pero no dije nada. Volvía a oír su voz, y sus ojos fijos en mí.

  • No estás suspendido. La nota, por los pelos, te daba para aprobar.

No era eso lo que yo quería oír, ¿cómo es que no se daba cuenta? Pero aquel nudo en la garganta me impedía hablar.

  • Así que ya lo sabes. De lo otro... de lo otro, mejor lo olvidamos.

Y diciendo esto empezó a recoger sus cosas. Yo me quedé quieto, mirándolo, mirando cómo metía el cuaderno de notas en su cartera, el bolígrafo, el rotulador, cómo recogía los libros de lectura y cómo se giraba, una mirada fugaz me lanzó, apenas nada, y cómo desaparecía por la puerta, dejándome solo, solo, desconcertado y hundido.

Sí, le había mentido, pero se lo podía haber explicado, y si él me lo pedía, mañana le entregaba no uno sino veinte trabajos, me leería cincuenta libros esa misma noche, setenta, cien, los que hicieran falta...

Me apoyé en su mesa, la mesa del profesor, aquella que apenas usaba. Y me quedé un rato largo allí, sin pensar en nada, o pensando en la mierda que era, en lo que había perdido. Me sacó de mi ensimismamiento la sombra rápida de alguien que pasaba por la puerta, creí reconocer, ya casi pasando, los pantalones negros y la camiseta blanca de Lolo, mi compañero de clase.

Estaba a punto de salir detrás de él, quizás había estado allí todo el tiempo, escuchando, el muy cotilla, pero no hizo falta, apareció por la puerta. En su rostro, una sonrisa. ¡Estaba yo para sonrisas!

  • ¿Te pasa algo, Luis?- me preguntó.

  • ¡Qué me va a pasar!- le contesté un poco borde.

Él puso su cara de perrito apaleado, una cara que me jodía bastante y que solía poner a menudo. Ya he dicho que Lolo era muy afeminado, yo no me llevaba ni bien ni mal, aunque si lo podía evitar, lo evitaba, no quería que me relacionaran con él, yo no era como él... bueno, él tenía la cara de decir que no era gay. Joder, si tú no eres gay ¿entonces yo qué coño soy?

  • Aunque no te lo creas, sé lo que te pasa- continuó.

¿Que sabes lo que me pasa? Me volví hacia él con todo el cabreo que tenía encima. Su rostro reflejaba ahora cierto miedo.

  • Yo también he suspendido Lengua- me dijo antes de que me lo comiera.

¡Ah, eso, esa puta tontería!

  • Creo que voy a repetir. Lo más seguro- continuó con voz lastimera- Mi padre me mata. Ains...- suspiró.

¡Vaya dos putos fikis que estábamos hecho! Si yo era un desgraciado, él no se quedaba atrás. No sé qué me llevó a hacer lo que hice a continuación. Quizás fue la situación en la que encontraba, o quizás el darme cuenta de que aquel compañero era otro desecho de la vida, el caso es que me acerqué a él y lo abracé. Su cuerpo se tensó. Y o yo estaba muy susceptible o noté a la altura de mis bermudas un bulto que me oprimía y que no era el mío. Intenté separarme pero Lolo seguía abrazado a mí. Cuando nos separamos, por fin, no podía sospechar yo la proposición que me iba a hacer.

(Continuará)