Intranquilo 2
Luis, un chaval de 18 años, mal estudiante y algo confundido, sale de marcha con su primo. Termina en casa del primo, junto a Juan, otro chico de la pandilla. Entre copas y bromas, se ponen calientes viendo una peli porno. Luis está sorprendido de lo que ve, y más cuando ve la actitud de su primo...
Aquel nabo oscuro y gordo acercaba su capullo rojo como un animal que buscaba mi boca. Entonces aquella sensación de peligro y miedo se apoderó de mí, y sin saber cómo, logré levantarme de la butaca en la que estaba, golpeando en mi huida a Juan, era un poco más bajo que yo, quien había dejado de pajearse ante mi reacción, y que, tambaleándose, volvió a caer en el sofá. A pesar de lo nervioso que me encontraba tuve tiempo de echar un último vistazo a aquella verga oscura, rodeada de una buena mata de pelos negros, como un animal fiero y peligroso. Solo oía los jadeos que venían de la tele y la risa de mi primo, quien ahora también parecía gemir. Era todo muy confuso, como en una de esas atracciones de feria en las que no sabes de dónde te va a venir el susto. A las risas de mi primo se les unieron las carcajadas de Juan. Antes de cerrar la puerta de la casa, pude oír cómo, entre risa y risa, soltaba algunas palabras:
maricón, nenaza, ven aquí, toma...
Salí a la calle, y el frescor de la noche y el verme allí, solo, pero a salvo, me tranquilizaron un poco, pero no lo suficiente. No había nadie, no pasaba ningún coche, además no tenía dinero, el que mis padres me daban me lo había gastado en el botellón y en la discoteca. Decidí que me volvería a casa andando. No tenía más remedio. No estaba cerca, pero no había otra solución.
Estuve caminando una hora y media o más. De vez en cuando me tenía que parar, algunas arcadas me contraían el estómago y me hacían vomitar. Al fin llegué a casa, serían las siete de la mañana.
El espejo del ascensor me devolvía un rostro demacrado y la imagen de un tipo al que apenas podía reconocer, restos de vómito se pegaban en mi camisa y manchaban mis zapatos. Durante el paseo apenas sí saqué algo en limpio, solo la seguridad de no querer volver a ver ni a mi primo ni a Juan ni a ninguno de aquellos amigos. Suponía que al día siguiente se lo contarían a los demás y que yo quedaría como lo que era: un mariconazo que había salido huyendo, cagado.
Sentí que la vida se me hundía. Al cansancio y al malestar físico se unía una sensación de desesperación. No sé muy bien cómo explicarla.
Abrí la puerta y me dirigí a mi dormitorio, cuando iba a entrar, oí cómo la puerta del dormitorio de mis padres se abría y cómo aparecía él. Mi padre es un tipo grande, se cuida, está fuerte, hace deporte, se conserva bien, vaya. No es que dé miedo, pero sí impone, aunque yo ya casi empezaba a alcanzarle en altura. Pero verlo allí, aquel torso donde unos pelos se arremolinaban en torno al pecho amplio, con sus piernas recias y velludas, y un gesto serio en la cara, me intimidaba. A pesar de que nunca se había mostrado violento, ya digo que me imponía, y me hacía sentir más pequeño de lo que yo realmente era; bueno, tampoco era muy mayor, hacía un par de meses que había cumplido dieciocho años...
El caso es que lo primero que noté fue su mirada y luego su cuerpo que avanzaba hacia mi dormitorio. Estuve a punto de cerrar la puerta pero su mano ancha la detuvo.
- ¿Cómo vienes a estas horas?- fue lo primero que me preguntó- ¿No te ibas a quedar a dormir en casa del primo?
No tenía nada preparado que decir, lo único que deseaba era acostarme en la cama y dormir, dormir y no despertarme nunca. Como no respondía, volvió a preguntarme.
- ¿Cómo has llegado? ¿Te han traído?
-Sí- mentí para que me dejara en paz. Pero no sería fácil lograr que se fuera.
-¿Quién te ha traído?
-Juan, un amigo del primo.
Pareció quedarse satisfecho con la respuesta. Pero no, aún quería saber más.
-¿Has visto la pinta que traes?
Sí, le podía haber contestado, acabo de verme en el espejo del ascensor. Decidí no responder, no podía responderle. Lo único que quería era meterme en la cama, que me dejara en paz, que todo el mundo me dejara en paz.
- Ya hablaremos mañana- fue lo último que le oí.
Dormí muy mal, aunque no llegué a vomitar de nuevo. Pero en mi cabeza se sucedían imágenes extrañas, algunas terroríficas y otras que me resultaban placenteras, pero sin poder distinguirlas claramente.
Cuando desperté no sé ni la hora que sería. Había mucho silencio. La habitación olía fatal y sentía como si me hubieran desmembrado todo el cuerpo. La cabeza era como una caja de resonancia. Me levanté, entré el cuarto de baño, frente al espejo mi cuerpo delgado reflejaba toda la tensión que había vivido, tan solo mi polla larga y fina, parecía responder a su reclamo, pero no tenía ni ganas ni fuerzas, aún me rondaban las imágenes tan extrañas de aquella noche. Me duché y me puse cómodo en el salón. Eran las seis de la tarde y estaba solo en la casa, puse la tele y me tragué todo lo que fueron echando hasta que a las nueve se abrió la puerta: mis padres y mi hermano.
¿Cómo estás?- me preguntó mi madre mientras se acercaba y me daba un beso.
Bien- mentí.
Mi padre, más alejado, mantenía su dura mirada sobre mi rostro. No me atrevía a mirarlo.
- Tenemos que hablar, Luis- dijo al fin lo que yo estaba esperando.- He hablado con el primo.
El corazón se me aceleró. ¿Qué le habría contado mi primo? Suponía que no le habría contado la verdad, porque la verdad tampoco le favorecía a él, aunque al fin y al cabo él había hecho algo que muchos tíos habrían hecho en su vida, pero no como para contárselo a la familia. ¿Qué le habría dicho mi primo?
- Estaba muy preocupado. Dice que te fuiste sin decir nada, sin dar explicaciones, que te perdió de vista...
El muy cabrón... ¿Qué es lo que estaba tramando?
- Nos has mentido, Luis, me dijiste que te había traído un amigo, Juan. Lo recuerdo perfectamente.
La mirada de mi padre se clavaba en mis ojos como una puntilla.
- Te estuvo llamando pero tú no cogías el teléfono.
¿El móvil? ¿Dónde estaba el móvil? Ahora me acordaba, ahora me estaba acordando de que no lo llevaba encima cuando salí, claro, lo había dejado sobre la mesa baja del salón de mi primo. Lo tenía él, el muy cabrón. ¿Qué había hecho con el móvil? No es que me preocupara especialmente, ¿o sí? Sí, ahora el corazón empezó a dar botes en mi pecho. Sí, debía preocuparme, había unas fotos comprometidas. Unas fotos y un vídeo... ¡Hostia, el vídeo! Joder, ¿Cómo había podido ser yo tan tonto? Mira que lo habían dicho veces en el instituto, en las charlitas que nos daba de vez en cuando una pareja de la policía: que había que tener cuidado con las nuevas tecnologías, que nunca sabemos dónde va a ir a parar lo que hacemos en la intimidad de nuestras habitaciones. Joder, ¡cómo podía haber sido tan capullo!
En mi cabeza veía aquellas fotos que me había hecho no hacía tanto, un par de meses o así. Estaba aburrido una tarde, solo y aburrido en casa. Mis padres y mi hermanos se habían ido al chalet familiar y a mí no me apetecía, era domingo y el sábado había salido con mi primo y su pandilla. Así que me quedé en casa. Me metí en el cuarto de baño para ducharme y cuando me vi en el espejo, empecé a tocarme y a excitarme, como ya había hecho otras veces, pero ahora más a gusto, más tranquilo, no había nadie en casa, así que nadie me podía molestar. Me empalmé enseguida, y la visión de mi nabo largo y fino que parecía más grueso en contraste con mi cuerpo delgado, me ponía muy caliente. Y entonces quise hacerme aquellas fotos. Yo ya había visto algunas de ese tipo en internet, fotos de tíos jóvenes como yo, que se las hacían en sus casas, empalmados como burros, y felices. Salí del cuarto de baño, desnudo y erecto como estaba, y aquella sensación de andar en pelotas y completamente tieso por mi casa me excitó más aún. Cogí el móvil que tenía en mi habitación y volví al baño. Seguía muy empalmado. La imagen de mi cuerpo en el espejo me ponía cantidad. Me toqué un poco, me sobé las tetillas, mi polla cabeceaba y eso me ponía más caliente aún.Me mojé los dedos y seguí pellizcándome las tetillas, mi nabo reaccionaba tan bien aquel delicioso estímulo que ya se mostraba en todo su esplendor: largo y fino, con el capullo casi de un rojo morado.
Tiré un par de fotos, en distintas posturas, de frente, de perfil, enseñando el culo, un poco ladeado... No podía estar más empalmado pero sí más caliente. Así que empecé a meneármela, en mi mente tres imágenes: la de Javier, mi profesor, la de Alberto José, un alumno de 2º de bachillerato, colombiano, de una belleza exótica y un cuerpo apetecible, que había sido compañero mío hacía tres años, y la de mi cuerpo, delgado y tenso, que buscaba el placer con hambre... Y se me ocurrió grabarme en vídeo. Ni un minuto tardé en correrme. Y ni un segundo tardé en ver la grabación. Joder, verme allí tan empalmado y dándome tanto placer me volvía a excitar: mi mano frenética recorriendo mi nabo largo y punzante, la tensión de mi cuerpo, mis labios entreabiertos de los que salía, entre jadeos, el nombre de Javier, un dedo que buscaba algo en mi culo... Mi polla empezó a reaccionar de nuevo, pidiendo que la volviera a aliviar. Y dándole al play del móvil, empecé de nuevo a cascármela. Pero esta vez me senté en el suelo, y aquel dedo que antes solo había explorado, ahora ya empezó a conocer lo que se escondía dentro de mi culo. Segunda corrida en menos de cinco minutos. Es lo que tienen los dieciocho años y las ganas.
(continuará)