Intranquilo 15- La ducha caliente del gimnasio

Ir al gimnasio está muy bien, uno entrena, hace ejercicio, se desahoga y luego, joder... ¡qué bien sienta una ducha después del entrenamiento! O no...

LO QUE ME HA PASADO HASTA AHORA (más o menos): Aunque sigo castigado sin salir y sin internet por aquella historia rara del sábado pasado en casa del cabrón de mi primo Chema, mi padre se apiada de mí y me invita a ir a su gimnasio a entrenar con él. No es que sea un pedazo de plan pero al menos saldré de casa, me dará el aire y podré echar un vistazo a los tíos que hay en ese gimnasio de barrio. Y no me equivoco, mi padre acaba de saludar a uno, Jorge, que tiene la taquilla junto a la nuestra, pero no es precisamente en su taquilla en lo que yo me fijo, claro...

Me quedé desconcertado pues no sabía a qué se refería con eso de que “y

o también he tenido tu edad y sé cómo te sientes”,

¿acaso se estaba refiriendo a que todos los tíos a los dieciocho años nos quedamos absortos mirando las pollas prodigiosas?

Hice un intento de sonrisa, pero no sé muy bien qué me salió. Dentro de mis calzonas de deporte, mi polla seguía su curso habitual. Pensé en levantarme, pues ya había terminado de atarme las zapatillas, pero no estaba seguro de hasta qué punto aquel abultamiento sería percibido por ellos.

Mi padre y Jorge, quien estaba encantado de permanecer en pelota, yo también lo estaría si tuviera su cuerpo, seguían hablando de sus cosas: lo duro que era entrenar pero lo bien que se sentía uno después, lo importante que era mantener una alimentación adecuada, el último producto que había salido en el mercado para aumentar el rendimiento... en fin, esos temas que tratan los tíos que frecuentan los gimnasios. Yo había terminado de vestirme, y me sentía como un pasmarote, escuchando aquella conversación que no me interesaba e intentando, sobre todo, mantener a raya mis ojos, que estaban deseando volver a recrearse en la polla tan limpia y larga de aquel tipo. Como lo estaba pasando más mal que bien, decidí despedirme de ellos.

  • Papá- los interrumpí- voy a sala.

Mi padre apenas me miró, pero Jorge sí clavó sus tremendos ojos verdes en los míos. Alargándome una mano fuerte, se despidió de mí.

  • Bueno, chaval, encantado de conocerte- me dijo- y a ver si vienes más a menudo que estás muy delgado, te vendría bien entrenar un poco.

Todo esto me lo dijo mientras apretaba mi mano. Yo seguía luchando por mantener la mirada en sus ojos verdes y no caer en la tentación de bajarla y echarle un último vistazo a aquel prodigio.

Me despedí al fin, casi sin decir nada, una especie de sí, desde luego, que no sé si llegó a oír.

Joder, la verdad es que, ahora que llegaba el verano y las vacaciones, podía aprovechar y venir a entrenar. No solo por lo que acababa de ver sino también por darle un poco de forma a mi cuerpo. Sí, estaba delgado, tenía dieciocho años y a esa edad poco hay que hacer para mantenerse bien, pero un poco de volumen quizás no me vendría mal.

Entré en la sala y me fui a la cinta, a calentar un poco. A los pocos minutos llegó mi padre: unas calzonas cortas dejaban ver sus poderosos muslos y le marcaban, quizás también eran algo estrechas, un paquete que llamaba la atención. Su torso robusto estaba enfundado ahora en una camiseta sin mangas que dejaban ver el principio de su pecho peludo y unos hombros y unos bíceps bastante trabajados.

  • Un buen tío este Jorge- empezó a decirme mientras manipulaba la cinta de correr-. ¿Sabes que es el novio de Susana?

¡Cómo lo iba a saber! No me sorprendió, la verdad, porque hacían una buena pareja, quiero decir que los dos tenían el mismo estilo, ese estilo deportivo y feliz de los que les gusta cuidarse, además de compartir, pensé, el mismo dentista.

Estuve entrenando casi hora y media, y la verdad es que le di duro, tenía tanta tensión acumulada que me vino muy bien aquel desahogo. Pero lo mejor estaba por llegar.

Ya digo que aquel era un gimnasio típico de barrio, no muy grande ni muy pequeño. La mayoría de los clientes eran gente de por allí: gente mayor, gente de mediana edad y gente joven. En ese grupo de gente joven había un tío que me ponía bastante. Vendría a tener unos veintipocos años, y se le notaba que llevaba entrenando algún tiempo pues tenía un cuerpo muy bien trabajado: ese cuerpo moreno, casi de revista porno, con músculos bien definidos, algo cortos, y una piel que los envuelve y los estira, como si estuviera a punto de romperse, de la presión tan estupenda que soportan.

Le eché un par de miradas, pero con cierto disimulo. Siempre he pensado que ese tipo de tíos no entiende y que si ve que un tío se les queda mirando, se van para él y se la lían, aunque, por otra parte, también me daba cuenta de que les gustaba ser mirados, al fin y al cabo para eso pasaban horas en el gimnasio.

Ya digo que le di duro, para desahogarme y también porque mi padre no me dejó en paz. El caso es que cerca ya de la hora y media de entrenamiento decidí que ya estaba bien, que por ese día ya había tenido bastante. Le dije a mi padre que me iba para las duchas y que si eso, es decir, que si él quería seguir, nos veríamos en casa.

  • Quince minutos más y termino- me dijo.

Así que me fui para las duchas.

Había dos tipos de duchas: unas que tenían cortinas y otras que no las tenían. Estaban todas en el mismo pasillo, unas seis en total, tres a un lado y tres a otro; las cuatro primeras tenían cortinas y las otras dos, las del final, no.

Me desnudé delante de mi taquilla, cogí el gel y fui a ducharme. En los vestuarios un par de viejos charlaban de sus cosas. En el pasillo de las duchas, las dos primeras estaban ocupadas, no así las dos últimas, las que no tenían cortinas. Estuve tentado de meterme en una de ellas, pero pensé que no era una buena idea. Así que entré en una de cortinas, la que estaba en la segunda fila.

Abrí el agua, joder, salía fría y después de un ratito logré que saliera a la temperatura que a mí me apetecía. Ufff, qué bien sienta una buena ducha después de un duro entrenamiento. Me podía quedar allí, bajo aquel chorro poderoso, horas y horas. En esas estaba cuando, los dos que estaban a mi lado, en las otras duchas de cortinas, salieron. Ahora solo se oía el chorro de mi ducha.

Estaba allí solo, en la intimidad que me daba tener la cortina echada, sintiendo cómo el agua caía sobre mi cuerpo, me mojaba entero, concentrándome en el placer que eso me producía, bueno, concentrándome en eso y en lo que había vivido aquella mañana en el instituto: la imagen tan sabrosa de la polla de Javier y el gusto que me dio chupársela y tragarme toda su leche, había sido lo mejor que me había pasado nunca. Me regodeaba yo en estos pensamientos y en la idea de que ahora tenía dentro de mí algo de Javier, cuando empecé a notar aquel cosquilleo que me empezaba en los huevos y me llegaba hasta el pecho.

Joder, le estaba dando mucho trabajo a mi nabo, no solo lo de esta mañana, también el pajote de por la tarde, y ahora, el muy perro, volvía a levantarse, pidiendo un poco más. O mucho más. En fin, que no se lo pude negar. Cogí un poco de gel y empecé a frotármelo con cierta parsimonia, como gustándome, recreándome en notar cómo el capullo asomaba y desaparecía, cómo las venas se hinchaban, cómo los huevos se encogían y dilataban, cómo...

  • Oye, perdona- oí a mi espalda. Estuve a punto de girarme entero, pero algo me detuvo. Solo giré la cabeza.

La cortina estaba ahora un poco descorrida y la cara y el torso desnudo de aquel chaval que había visto en la sala entrenando asomaban por ella. Debió ver mi cara de susto, o quizás sospechó lo que yo estaba haciendo, que en su rostro apareció una sonrisa. El tío era guapo, la verdad, y cuando sonreía se le iluminaban los ojos.

  • Perdona- volvió a repetir- ¿me das un poco de champú?

¿Champú? ¿champú? Estaba completamente cortado, con aquella tirantez que salía de mitad de mi cuerpo y que intentaba por todos los medios, supongo que infructuosamente, que no se viera; también me encontraba muy excitado. Había dejado el bote en una repisa pequeña que había a la altura de mi pecho. Dejó de caer el agua de la ducha, era de esos grifos que hay que pulsar y que si dejas de pulsar, se corta el agua. Lo que yo tenía, además de un calentón tremendo, era gel, no sé si eso le valdría.

Apenas sin girarme, cogí el bote y se lo mostré.

  • Es gel- le dije.

El chico seguía manteniendo su sonrisa fresca y ahora había descorrido un poco más la cortina, lo suficiente como para que se le viera entero, pues un pie suyo pisaba ahora el plato de mi ducha. No me había equivocado sobre su cuerpo: aquello era un prodigio de anatomía: cada músculo marcado daba buena cuenta de las horas de entrenamiento, un tatuaje, como no podía ser menos, le bajaba por el vientre terso, una especie de dragón que echaba fuego por la nariz, un fuego que acababa en unos vellos oscuros y recortados, la antesala de una polla de estas que se elevan, como asomadas en unos huevos afeitados y relucientes.

El cuello se me iba a romper de tanto giro, pero no podía darme la vuelta, aquella inflamación seguía buscando, ahora con más razón, un consuelo que no le llegaba. Pensaría que yo o era un chulo o un carajote, ya que no me atrevía a moverme casi.

Por eso el tipo se acercó aún más a mí, a escasos centímetros, para coger el gel.

  • Bueno, no es champú pero lo que vale para la piel vale para el cuerpo ¿o no, chaval?

Si tú lo dices, pensé, mientras veía cómo se echaba un buen chorreón en su palma abierta y cómo no podía dejar de sentir el calor de su cuerpo y de su nabo a escasos centímetros de mi culo.

Dejó el bote en la repisa y al estirarse, noté cómo me rozaban sus muslos y aquella polla que tan apetecible parecía. En ese instante, algo le llamó la atención abajo a su izquierda: aquella hinchazón que cabeceaba desesperada entre mis piernas.

Sonrió y me dio un suave golpe en la espalda, mientras se giraba y se marchaba.

  • Perdona por haberte interrumpido- le oí-. Y gracias.

Volvió a correrse la cortina y me quedé allí, mirando cómo mi polla seguía reclamando una atención que no podía demorar más. Golpeé el grifo del agua y un chorro violento de agua cayó sobre mí, mientras mi mano empezaba a aplicarse a la tarea para la que estaba siendo llamada.

Y a eso me dediqué, a darle bien fuerte a aquel nabo que no había tenido bastante con lo que ya llevaba encima ese día. Me estaba costando trabajo correrme, quizás eran muchos los estímulos que tenía: la verga oscura y profunda de Javier, mi profesor, el nabo tan limpio y tan perfecto de Jorge, el joven amigo de mi padre, y por último, la polla cortita y tiesa sobre aquellas dos bolas relucientes del chaval que me acababa de pedir champú y se había llevado gel, chaval que estaba duchándose en una de las dos duchas contiguas a la mía, aquellas, no sé si la de al lado o la de enfrente, que no tenían cortinas.

Ya digo, demasiados estímulos, y cuando hay tantos estímulos es como cuando uno va a comer y se encuentra con un montón de cosas estupendas, no sabe por dónde empezar, está claro, y si empieza por un plato, al momento piensa que debería haber empezado por otro, y deja el plato a medio comer y empieza con el que ahora cree que le va a gustar más... en fin, un jaleo. Pero, vamos, que yo estaba decidido a terminar corriéndome, porque de allí no salía con aquel calentón. Esa era mi intención. Pero, claro, no contaba con mi padre.

Estaba ya a punto de derramarme entero, la polla casi roja del roce de mi mano, cuando oí una voz que me era familiar.

  • Luis, Luis, ¿dónde andas?

Sí, mi padre.

Al final, entre una cosa y otra, los quince minutos de su entrenamiento de más habían pasado, y allí estaba él, llamándome a voces, en aquel pequeño pasillo, con seis duchas, tres a cada lado. Estaba claro que en unos segundos, la cortina se iba a descorrer. Así fue. Ya le iba yo cogiendo el tranquillo a la cosa.

  • ¡Luis!- gritó mi padre.

Giré, de nuevo, la cabeza, seguro que mañana tendré ahí unas agujetas terribles.

  • Ya he terminado- continuó-. Voy a ducharme aquí enfrente.

Vale, pensé, mejor, corre mi cortina, métete en tu ducha y déjame en paz de una puta vez a ver si puedo terminarme esta paja. Pero, no, aquello no iba a pasar. Sí, mi padre se metió en la ducha de enfrente, y no, no volvió a colocar mi cortina como estaba, y no, tampoco corrió la suya. Estaba claro que le encantaba que nos ducháramos juntos, y no solo en casa, también en el gimnasio.

En fin, si no podía ser, es decir, si no podía terminar aquella paja, ya tendría tiempo de continuarla en casa, tal vez esta noche, tal vez mañana... tenía todo el fin de semana para hacérmela.

Abrí un poco más el grifo de agua fría a ver si se me bajaba la inflamación y empecé a pensar en cosas desagradables. Me iba a hacer un experto como siguiera así. La cara de mi primo Chema, del que apenas si me había acordado en toda la tarde, apareció en mi mente, inmediatamente mi polla empezó a adoptar un tamaño más natural.

Mi padre seguía hablando, pero entre el ruido de las duchas, la suya y la otra del chaval que me había pedido champú y se había llevado gel, no me estaba enterando de nada. Tampoco me importaba la verdad. Cogí la toalla y me empecé a secar. Mi padre seguía hablando, ahora ya por fin había apagado el grifo.

  • Luis- me llamó- Luis, ¿qué te ha parecido el entreno?

Como tenía la toalla ya en la mano, y mi polla, aunque aún morcillona, estaba volviendo a un estado más presentable, y como me sentía, no sé por qué, mis paranoias supongo, un poco inseguro mostrando mi culo, me giré. Allí estaba mi padre, en su ducha, enjabonándose entero, con movimientos rápidos y bruscos, que le dejaban todo el cuerpo lleno de espuma blanca.

  • No ha estado mal- le contesté al fin.

  • Te has portado como un tío, campeón- añadió él-. No creía yo que fueras a aguantar tanto.

Si él supiera lo que llevaba aguantando... Sonreí mientras me seguía secando.

Mi padre se frotaba ahora la entrepierna, donde más espuma hacía; podía ver el movimiento de su polla corta y gruesa y sus huevos gordos y algo peludos, y cómo aquella polla, vaya, sí, parecía que aumentaba un poco de tamaño.

Dejé de mirar, no solo porque, otra vez, aquello me desconcertaba sino porque también empecé a notar como si alguien me estuviera observando. A mi izquierda, en la ducha de enfrente, estaba el chico aquel que me había pedido champú. Estaba apoyado contra una de las paredes laterales de su ducha, aquella en la que yo lo podía ver, porque estaba claro que quería que lo viera. Le caía el agua sobre su cuerpo tan trabajado, sobre los hombros, sobre el pecho amplio, sobre el vientre donde empezaba aquel tatuaje de un dragón que terminaba en aquella polla que ahora su mano se encargaba de agitar. Joder, el fuego que echaba el dragón tenía un aspecto tremendo. Me quedé como paralizado, temiendo que mi padre se diera cuenta, eché un vistazo al frente: en su ducha mi padre seguía enjabonándose, se había dado la vuelta y ahora su mano se perdía por el culo ocupada en las labores de limpieza trasera. Sentía cómo los labios se me hinchaban y cómo aquel cosquilleo que me recorría el cuerpo entero volvía a aparecer.

El chico del tatuaje se había girado también y apoyado de frente a la pared también me mostraba un culo de lo más apetitoso. ¿Y si me volvía a meter en la ducha? Estaba seco y con la toalla liada a la cintura pero, joder, el espectáculo que tenía a mi izquierda bien merecía otro remojón, o al menos un remojón que me calmara aquel calentamiento que me subía y me estaba poniendo malo.

Joder, aquello ya era demasiado. Demasiado desconcierto.

Pero la voz de mi padre, vino a colocar las cosas en su sitio:

  • ¿Ya has terminado?

El corazón me dio un bote.

  • Sí- respondí con un hilo de voz- Me voy para las taquillas.

Así que medio mojado y con un relieve importante a la altura de la entrepierna, me giré y cogí el gel, cuando fui a salir de la ducha, no pude reprimir mis ganas de mirar al chico de la ducha vecina de mi padre. Se había vuelto a girar, y ahora me miraba, con aquella sonrisa que le iluminaba el rostro, en su mano, el fuego del dragón se estaba apagando...

Salí de la zona de duchas con el corazón bombeando frenéticamente.

  • ¡Luis, espérame, que ya salgo!- oí que mi padre me gritaba antes de enfilar la zona de las taquillas.

(continuará)