Intranquilo 14- El plan de mi padre

Hay padres muy pesados, el mío es uno de estos. La verdad es que tienen buena voluntad, pero muchas veces lo que es bueno para ellos, no es bueno para uno. Aunque el plan que me propuso esa tarde no estaba mal...

LO QUE ME HA PASADO HASTA AHORA : Vale, vale, soy un pajillero, tengo 18 años y mi vida sexual se reduce a la mamada tan tremenda que me ha hecho mi profe de lengua y a la que yo, creo que se me notaba mi inexperiencia, le devolví en agradecimiento (bueno, qué coño, porque me moría por hincarle el diente ;). Y como uno se tiene que consolar, qué mejor consuelo que el recuerdo de aquella casi única experiencia tan reciente. Que levante la mano quien no lo haya hecho...

No sé cuánto tiempo estuve durmiendo, lo que sí sé es que me despertaron unos golpes en la puerta, abrí los ojos y me di cuenta de que una imponente erección, solía pasarme casi siempre, se levantaba en medio de mi cuerpo desnudo. Instintivamente busqué las sábanas y me puse boca abajo, lo suficiente como para que mi padre, sí,otra vez mi padre, no viera aquello que tanto le había llenado de orgullo unos días antes.

Asomó su rostro por la puerta entreabierta, su rostro de tipo maduro y recio.

  • ¿Estás durmiendo, Luis?- me preguntó casi en un susurro.

Me entraron ganas de decirle que ya no, que gracias a él ya no. Pero no dije nada, solo una especie de gruñido salió de mi boca.

Él se acercó a la cama.

  • Joder, qué calor hace aquí, ¿no tienes calor?

Sí, tenía calor, sobre todo en mi entrepierna. Evidentemente, tampoco le dije nada.

Se sentó en el borde, aquello se estaba convirtiendo en una costumbre que ya me tenía un poco mosqueado. Yo seguía tumbado boca abajo, los brazos flexionados sobre la almohada, el rostro vuelto hacia él. Menos mal que había logrado taparme con la sábana. Mi polla sentía el peso de mi cuerpo, aunque había bajado la erección todavía podía notar su estiramiento.

  • ¿Qué tal? ¿Cómo ha ido el día?- me preguntó fijando sus ojos en los míos.

  • Bien, muy bien- respondí. Y en mi mente el encuentro tan caliente con Javier volvió a rondarme. Mi polla reaccionó levemente.

  • ¿Le entregaste el trabajo a tu profesor?

Vaya, se acordaba, se acordaba del trabajo que tenía que entregar. Esto me sorprendió también.

  • Sí. Se ha quedado muy contento- contesté, y otro estremecimiento noté allí donde mi polla se aplastaba.

  • Genial.

Se hizo un breve silencio. Mi padre tenía ahora la mirada perdida en un punto indefinido del suelo. Antes de volver a hablar, sentí su mano nervuda sobre mi culo. Lo de que el contacto corporal une lo tenía mi padre muy bien aprendido...

  • Oye, mira, Luis- empezó a titubear-. Ya sabes que estás castigado. Y no es que me guste castigarte, macho ¿lo sabes, verdad?

No respondí nada, pues nada tenía que decir. Sentía el calor de su mano sobre mi culo y aquello me estaba dejando, como casi siempre, desconcertado.

  • Aunque no me guste tenerte así, castigado, tengo que cumplir mi palabra ¿lo entiendes, verdad?

Yo no entendía nada, y si lo entendía qué más daba, él era mi padre, yo era su hijo, me tenía que aguantar y punto.

  • Así que este fin de semana no vas a poder salir con tu primo ni con sus amigos.

¿Salir con mi primo? ¿Salir con ese pedazo de cabrón que me tenía cogido por los huevos? Ufffff, mucho mejor era quedarme en casa. Ya me buscaría yo algún entretenimiento, además tenía que estudiar, los exámenes finales de recuperación eran la semana próxima, y estaba dispuesto a aprobar, a aprobar por fin.

  • Ya sé que esto no te gusta, a mí tampoco. Pero he pensado, no sé, si quieres, claro, que podríamos hacer algo juntos. Voy ahora a entrenar. Esta semana apenas si he podido, entre una cosa y otra, ¿te apetece venir conmigo?

Ahora su mano estaba sobre mi espalda, quieta, como un pájaro que se ha posado en un cable.

No era la primera vez que mi padre me proponía que lo acompañara al gimnasio. Alguna vez había ido con él y la verdad es que me lo había pasado bien. Pero hacía ya varios meses que no me lo decía. No era una mala idea, al fin y al cabo saldría de casa y me serviría para despejarme un poco. Me giré y me puse de lado. La mano de mi padre recorrió mi costado y se quedó quieta sobre mi cintura.

  • Vale- contesté.

Una sonrisa franca apareció en su rostro, que se acercó al mío, dejándome un beso en la mejilla.

  • Así me gusta, macho- dijo mientras se levantaba- Vístete y prepara el macuto que dentro de diez minutos salimos.

Vi cómo se alejaba, mientras iba quitándose la camisa. Su espalda ancha desapareció al momento de mi vista.

El gimnasio donde entrena mi padre es el típico gimnasio de barrio, está a menos de diez minuto andando de casa. A pesar de que alguna vez yo había estado apuntado, como o por pereza o porque tenía otras cosas mejor que hacer, dejé de ir. Y solo iba muy de vez en cuando, cuando mi padre, como hoy, me lo proponía.

Llegamos a la puerta y mi padre saludó a una chica muy vistosa que estaba en recepción.

  • Buenas tardes, Susana.

  • ¡Hola, Luis!- respondió la chica al saludo con una sonrisa enorme que le iluminó una cara, para mi gusto, bastante maquillada.- Vaya, qué bien acompañado vienes hoy. ¡Cuánto tiempo, Luisito!

Sonreí y saludé.

  • Estás hecho ya todo un hombrecito- a aquella chica parecía encantarle los diminutivos.

  • No lo sabes tú bien- intervino mi padre haciendo un gesto con la mano que no sé muy bien a qué se refería-. Aquí lo traigo, a ver si coge un poco más de fuerza, que está muy canijo.

Un calor intenso se apoderó de mi rostro.

Pagó mi padre mi invitación y pasamos por el torno. Al entrar en los vestuarios, aquel olor a gel, sudor y linimento me aturdió como siempre me aturdía. Buscamos unas taquillas libres y empezamos a cambiarnos. Estábamos en esas cuando apareció un tipo de unos veintitantos años, venía de las duchas, una toalla naranja, algo corta, liada a su estrecha cintura. Tenía un cuerpo como de revista gay: bastante ancho, con los músculos muy marcados, un pecho poderoso en el que unos pezones claros se mostraban amplios y jugosos, un vientre que era un pentagrama, y unos brazos también muy pronunciados. Al ver a mi padre lo saludó muy efusivamente, la palma de la mano abierta, palma que chocó con la de mi padre.

  • ¡Hombre, Jorge! ¿ya has terminado?

El tal Jorge ni me miró. Yo estaba quitándome las bermudas.

  • Hoy he venido un poco antes, Luis, tengo una fiestecita esta noche.

  • ¡Qué bien vives, macho, tú sí que sabes!

El rostro cuadrado de Jorge se ensanchó en una sonrisa enorme; en aquel gimnasio parecía que aquel tipo de sonrisa la daban con la matrícula.

Me había sentado en el banco corrido que estaba frente a las taquillas, me estaba atando las zapatillas, con alzar un poco la vista podía ver los muslos de mi padre, quien se estaba poniendo las calzonas, y el culo y los muslos apretados contra la toalla naranja de Jorge, aquel tipo que tan bien trabajaba su cuerpo.

Y entonces la toalla naranja despareció y apareció un culo moreno, del mismo color que el resto de la piel de aquel cuerpo, un culo prominente como dos montes redondos, y cuando ese culo se giró, para recoger algo que había dejado junto a mí, un nabo muy largo y completamente descapuchado se bamboleaba a menos de un metro de mi rostro. Intenté disimular, pero la vista, aunque baja, se me iba hacia aquel pedazo de carne, como si fuera un pirulí que estuviera deseando ser saboreado. No tenía un solo vello, ni en el pubis ni en aquellos huevos colgones y brillantes que también se movían al compás de aquel cuerpo. No me estaba enterando de lo que hablaban entre ellos, para qué, si lo que mis ojos veían era mucho más interesante. Se volvió a girar y volvió a aparecer ese culo portentoso, pero poco me duró la contemplación, mi nombre en la voz de mi padre me hizo reaccionar:

  • Luis, Luisito, Luis- le oí al fin.

Levanté la vista y noté sus ojos fijos en los míos; allí estaba mi padre, con su torso desnudo y velludo, recio y fuerte, con una belleza más natural que la del tipo aquel que ahora también me miraba.

  • Estos chavales, ya sabes, a esta edad- continuó mi padre- están atontados perdidos.

Estaban hablando de mí, era evidente. Tragué saliva, con la esperanza de que no notaran en mi rostro todo el calor que me invadía.

  • Mira, este es Jorge- siguió mi padre. Mis ojos se clavaron en los ojos verdes del tipo. Joder, no me había dado cuenta del color tan tremendo de aquellos ojos, algo pequeños, pero llenos de un brillo y una luz muy seductores.

Jorge extendía su mano hacia mí, mano que al fin estreché. Me dio un buen apretón, pero yo apenas lo sentí, pues otra vez mis ojos se iban hacia aquel trozo de carne que seguía bamboleando suavemente entre sus muslos nervudos. Tragué saliva.

  • Mucho gusto- es lo que me salió.

¿Mucho gusto? ¿Mucho gusto? ¿Había dicho yo aquella expresión alguna vez, antes de esta, para saludar a alguien que me acabaran de presentar? ¡Jamás, joder, jamás! Entonces, ¿por qué tuve que decirla precisamente allí y a este tío?

No lo sé. Lo único que sé es que me tuve que poner muy colorado, pues sentía la piel de mi cara ardiendo. Al bajar la vista, otra vez no tuve más remedio que detenerme en aquel pollón tan perfecto y limpio.

Mi padre sonrió y Jorge también.

  • Educadito que es- comentó mi padre con un deje de cachondeo en su voz.

El tipo se acercó un poco más a mí, inclinó su cuerpo y posando una recia mano en mi hombro, me dijo:

  • Tranquilo, chaval. Yo también he tenido tu edad y sé cómo te sientes.

No pude menos que levantar la vista; lo tenía a escasos centímetros de mi rostro, de mi boca, una boca que, si hacía un segundo estaba seca, ahora empezaba a salivar.

(continuará)