Intranquilo 13- Lo que une una mamada y un dedo

Después de lo que me ha pasado por fin en el salón de actos, me quedo con más ganas...

LO QUE ME HA PASADO HASTA AHORA (sin mucho detalle): Parece que mi mala racha está terminando, aunque sigo castigado por mis padres sin salir y sin internet, y aún no sé cómo voy a resolver lo del chantaje de mi primo, y mi hermano que no acaba de decirme lo que quiere a cambio de esa información sobre mí que tanto me preocupa...pero eso ¿qué me importa ahora si tengo lo que nunca había logrado ni imaginar? A Javier, mi profe de lengua, y su sabor y su olor y el sabor y el olor de su increíble nabo tan...

Lo que acababa de ocurrir entre Javier, mi profesor de lengua, y yo en aquel salón de actos era sin duda lo mejor que me había pasado en toda mi vida, y ni que decir tiene que era lo único bueno que me había pasado en aquella última y terrible semana.

No sé cuánto tiempo llevábamos allí, lo que sí sabía es que aquel tipo treintañero, con aquel cuerpo tan bien trabajado y que ahora se guardaba aquella polla que tan feliz me había hecho hacía unos instantes, era un tipo que no quería dejar escapar.

A pesar de lo que pudiera parecer ninguno de los dos se mostraba incómodo de la situación: él colocando de nuevo en su sitio aquel nabo prodigioso, arreglando un poco su apariencia, y yo, intentando apaciguar aquella polla que me seguía curvando las calzonas, pidiendo una ración extra de placer. Se dio cuenta Javier.

  • Cómo se nota; Luis, que tienes dieciocho años...- dijo mientras echaba un vistazo allí donde la tela azul más se hinchaba.

Sonreí y bajé la vista. Javier se acercó a mí y me volvió a atraer hacia él, la mano en la nuca, era un poco más bajo que yo, pero aquello no me importaba, me sentía muy seguro, muy protegido. Colocó una mano sobre el bulto y le pegó un pequeño apretón, joder, últimamente aquella parte de mi cuerpo había recibido más apretones ajenos que en toda su vida.

  • Me parece- continuó con una sonrisa, esa sonrisa que parecía querer parar el mundo- que esto va a tener que esperar a otro día.

Volví a sonreír, es lo que mejor se me daba, estaba claro. Y Javier volvió a atraerme hacia él.

  • Me encanta tu sonrisa- dijo antes de darme un beso.

A mí me encantaba también su boca, su boca recia, y su lengua experta. Pero no le dije nada. No creo que hiciera falta, ya todo mi cuerpo hablaba por mí.

  • Bueno, creo que tendremos que volver a clase- continuó Javier echando un vistazo a su reloj-. Se estarán preguntando que qué ha pasado ¿no?

Sonreí de nuevo y asentí. Estaba como en una nube, en una nube de la que no quería bajarme, pero también era consciente de que mi vida, aunque había mejorado, seguía pendiente de un hilo.

No sabía si debía comentárselo, me apetecía mucho, me apetecía mucho abrirme por fin a alguien y contarle lo que me atormentaba tanto. Con Javier ya había empezado, ya había podido decirle lo que hasta entonces no le había dicho a nadie: que era gay. Y no solo se lo había dicho sino que había tenido la mejor experiencia de mi vida. Vale, vale, mi currículum, ya lo he dicho, no era para tirar cohetes, ni siquiera para tirar un petardo, pero no creo que muchos tíos a mi edad se hubieran iniciado en esto como yo me había iniciado. No sé. El caso es que tenía ganas de terminar de abrirme a Javier, necesitaba su consejo y su apoyo, y seguro que él sabía qué debería hacer yo, y seguro que me ayudaba. Seguro.

  • Javier- dije al fin cuando él ya enfilaba la puerta de salida. Se giró y me miró.

  • ¿Sí?

Allí estaba, frente a mí, tan atractivo o más, tan cercano, tan mío, que pensé que era una tontería decirle nada, que quizás él se iba a asustar o no, no, no era eso, sino que, pensé, tontamente, que a lo mejor si yo le contaba lo que me estaba pasando, que estaba siendo chantajeado por el cabrón de mi primo Chema, que mis padres me tenían amargado y que yo no sabía ni me atrevía a decirles cómo me sentía, que mi hermano también me tenía pillado, en fin, que mi vida era un desastre...quizás, si le contaba así, de sopetón todo aquello, acabaría dándose cuenta de que acababa de enrollarse con un niñato, un niñato inconsciente y tonto, un crío al fin que no merecería más sus caricias ni el sabor de sus besos. Por eso no le dije nada, por eso lo único que hice fue acercarme a él y ahora, con un movimiento torpe de mis brazos, rodear su cintura estrecha y buscar con mis labios los suyos, intentando retener en mi memoria aquel beso que yo quería eterno.

Dejamos el salón de actos y volvimos a la clase. Sorprendentemente el resto de mis compañeros estaban sentados en sus mesas, más o menos en silencio. Cuando entré, detrás de Javier, noté sus miradas interrogantes, y sobre todo, lo que me sorprendió, la mirada fija y muy curiosa, como si quisiera leerme el rostro, de Lolo, este compañero que era muy afeminado, aunque él se negara a reconocer que era gay, un poco friki, pero, también, a veces, muy divertido.

Apenas dimos clase, pues quedaban cinco minutos para que tocara el timbre. Cuando tocó, salieron todos mis compañeros, yo me retrasé un poco. Después del polvo y de habernos besado, habíamos vuelto a la clase, y ahora yo era consciente de dónde estaba y de lo que había pasado. Ante mí se presentaba un fin de semana que presuponía horrible: estaba castigado sin salir y sin ordenador. No sé por qué en aquel momento sentí la necesidad de querer ver a Javier o hablar con él durante esos dos días que se levantaban ante mí como un muro. Estaba recogiendo sus cosas y levantó la vista. Al sentir sus ojos oscuros y achinados sobre mi rostro, una oleada de placer me recorrió todo el cuerpo. Pero, de nuevo, no me atreví a decirle nada, solo un gracias por todo, que quedó casi susurrado.

  • Gracias a ti, Luis- me respondió él-. Gracias a ti por confiar en mí.

Y diciendo aquellas palabras salió del aula. Vi cómo se alejaba, su pelo negro y corto, su espalda ancha, el culo firme marcando bien los vaqueros blancos, aquellos vaqueros que yo había tenido tan cerca.

Sí, seguía estando solo, no había solucionado nada, pero al menos algo sí tenía ahora claro: estaba solo pero no me sentía solo. Y eso es ya bastante.

Si mi vida en esa última semana había sido una sucesión de desgracias y horrores, con un final inimaginable y que me llenó de entusiasmo y también de cierta pena, por no poder prolongarlo o por no haberme atrevido a prolongarlo, diciéndole a Javier que por qué no intentábamos vernos o llamarnos o algo, el fin de semana no iba a ser menos, es decir, iba a tener sus cosas malas, pero también sus cosas buenas.

Llegué a casa al mediodía, como todos los días, claro, a la salida del instituto. Comí con mi madre y con mi hermano, sí, ahí estaba mi hermano, con aquella especie de bomba de relojería en sus manos: mi secreto, el secreto de tener un hermano marica. ¿Y qué?, pensaba yo ahora. Que lo diga, a mí qué me importa. Tanta seguridad me había dado el polvo con Javier, que yo aún seguía como en una nube.

Después de comer me fui a mi habitación, cerré la puerta y me tiré en la cama. Seguía haciendo calor. La visión de mi cuerpo delgado y de mis slips hizo que algo dentro de mí se estremeciera, recordando que aquel cuerpo había sido acariciado no hacía tanto por los dedos expertos de Javier.

Me llevé una mano a uno de mis pezones, pequeño y de color del albaricoque y empecé a pellizcármelo. Rápidamente mi polla reaccionó, no fallaba, aunque tampoco hacía falta, estaba viviendo una de las épocas más calientes de mi vida. Total, que no esperé más, me acordé de la erección que tenía cuando terminé de chupársela a Javier y de cómo él se había dado cuenta y había puesto su mano sobre ella mientras nos besábamos y había dicho que era una pena, pero que tendría que esperar. Bueno, pues ahora era el momento. Y a ello me puse.

En mi cabeza todas las imágenes que había logrado retener de Javier y de su nabo tan bien proporcionado. Estaba tumbado en la cama, la puerta cerrada, aunque solo se oía a lo lejos la tele de la sala, no era plan que vinieran a molestarme. Me quité los slips y los acerqué a mi rostro, aspiré aquel olor en el que se mezclaba el suavizante y mi propio sexo, supuse que algo del olor de Javier también quedaría en aquella prenda.

Con una mano ya agarraba mi nabo largo, como un mástil, que apuntaba al techo. Empecé a pajearme, mordiéndome los labios, buscando con la otra mano los pezones, buscando recuperar el placer que hacía apenas tres horas había vivido. Entonces, llevado por mi propia necesidad, flexioné las piernas y levanté las caderas: mi nabo seguía, majestuoso, erguido como el palo mayor de un velero, y ahora un dedo travieso, buscaba aquel agujero, que yo no solía explorar, no sé, era como una barrera mental que tenía, la última puerta que tenía que traspasar para de una puta vez decirme que sí, que era gay, y que me gustaba que me dieran por ahí. Ya imaginaba yo el placer que guardaba.

¿Y por qué no? ¿Por qué no lo intentaba si estaba deseando? Y a ello se puso mi dedo. Y en mi mente una imagen: Javier frente a mí, su cuerpo poderoso del que apenas hacía unas horas pude ver una pequeña parte, si bien la más deliciosa. Javier frente a mí, en sus manos aquella polla que había tenido entre las mías y que ahora él sostenía entre las suyas, dándole suaves tirones, Javier que me mira y me dice su palabra favorita:

tranquilo,

Javier que se inclina hacia mí, que estoy con las piernas levantadas, sintiendo en el pecho mis rodillas, tan expuesto, tan indefenso me siento, y Javier que vuelve a repetir aquella palabra,

tranquilo

, que hace que me relaje, Javier que ya está sobre mí y que ahora coloca algo caliente y duro contra aquello que más al aire está, Javier que me besa los labios y que empieza a empujar, recio, fuerte, y también delicado, como él es, Javier que me mete hasta el fondo aquel nabo que yo había podido saborear y que seguro sabía sacarme de dentro unas sensaciones que ahora ni siquiera soñaba, pues mi dedo, tímido como yo, solo rozaba aquello que tanto gusto me daba.

Sí, algo dentro de mí se removía y me dejaba casi sin aliento: Javier que fija sus ojos en mí y que mira mi polla alta, mientras yo la agito, Javier que sigue empujando ese cuerpo que está en tensión, encendido, con todos los músculos señalados, la piel tirante y morena, Javier que se queda quieto un instante, un instante tan solo, y unas sacudidas recorren su cuerpo, y dentro de mí, un calor húmedo que se va extendiendo, y yo que ahora exploto, que veo cómo mi nabo suelta un nuevo cargamento de nata caliente y abundante, a pesar de que ni hace tres horas ya le dieron otro buen meneo. Y mi respiración que se hace poco a poco lenta, y el sueño, que poco a poco se va apoderando de mí. En mi mente, mi cabeza reposa sobre el pecho amplio de Javier.

Así es como me duermo, los labios hinchados, mi polla dejando un ligero rastro plateado sobre las sábanas.

(continuará)