Intranquilo 12- Mucho que aprender

Lo realmente importante para aprender es estar motivado y tener ganas, y yo, aquel caluroso viernes de junio, reunía las dos, más otra popia: motivación, ganas y hambre, mucha hambre...

LO QUE ME HA PASADO HASTA AHORA : Bueno, parece que esto por fin se anima, mi vida sigue siendo bastante asquerosa pero Javier, mi profesor de lengua, sabe cómo quitarme las penas…

Seguíamos besándonos Javier y yo suavemente, ya casi olvidado el mal rato que acababa de pasar, sintiendo ahora unas sensaciones nuevas y tan cálidas que creía yo que no iba a poder soportar, cuando noté cómo su mano se perdía dentro de mi camiseta y empezaba a acariciarme el vientre, seguían subiendo y se detenían ahora en mis tetillas, masajeándolas suavemente, como quien acaricia un cachorro. Solté un suspiro. Mi polla reaccionaba estupendamente a sus mimos tan tiernos y tan bien que temí que aquello pudiera explotar de un momento a otro, tantas ganas tenía yo. Entonces, apartó sus labios de los míos y me preguntó que si quería seguir. ¡Claro que quería seguir!

¡Por favor, continúa!

me entraron ganas de decirle, pero apenas si podía hablar. Sus ojos seguían fijos en los míos y su mano seguía acariciando en pequeños círculos uno de mis pezones, que se había puesto duro como todo yo estaba duro y tenso, placenteramente tenso.

Algo debió de ver Javier en mi mirada cuando bajó la mano y la dejó en aquel bulto que inflaba mis calzonas azules. De un suave tirón bajó el elastiquillo de la prenda y de allí salió, tiesa, larga y fina, mi polla, tan contenta de haber sido liberada. Apenas si me podía mover, apenas si podía respirar, bueno, sí, claro, respiraba pero notaba una sensación extraña: era como si me faltara el aire pero a la vez como si estuviera respirando demasiado, no sé, era una sensación que jamás había tenido.

Javier, con dedos delicados, deslizó hacia abajo el pellejo suave que cubría mi nabo, y sus dedos fueron bajando hasta llegar a su principio. Solté otro suspiro, y él me volvió a decir aquella palabra que tanto bien me estaba haciendo y que tanto necesitaba:

tranquilo.

Y entonces se inclinó sobre mí, los labios abiertos, y se metió toda mi polla en su boca. Aquello me dejó ya listo.

Jamás había podido yo imaginar que iba a sentir tanto placer, como un calambre que me recorría desde la punta de los pies hasta la coronilla. Podía ver su pelo, su cabeza, inclinada sobre mí, y cómo bajaba y subía, tan amorosamente, por mi verga tan necesitada. Estaba a punto de estallar, no tenía mucho control en aquella época, más bien ninguno. Noté cómo toda la sangre de mi cuerpo hinchaba en un espasmo mi miembro húmedo y cómo empezaba a caer en un abismo delicioso y al fin me corría en la boca de aquel tipo que tan bien sabía hacer su trabajo.

Un suspiro de alivio salió de mi boca. Javier levantó la vista y me atrajo hacia él: en sus labios la mezcla de saliva y semen me volvió ya completamente loco. ¡Cómo besaba el cabrón! Ni en mis mejores fantasías podía haber llegado yo a imaginar ni la más mínima parte de lo que ahora estaba viviendo. Pero aún quedaba más. Mi pecho seguía galopando con un frenesí desconocido, y yo sabía que había algo que aún quería probar, algo que había ocupado casi la totalidad de mis últimas pajas. Y lo que estaba buscando lo tenía allí, muy cerca, a menos de un metro. Bajé la mirada y comprobé cómo el pantalón vaquero blanco de Javier también marcaba una importante hinchazón. Y a ello me puse.

Me arrodillé frente a él y con dedos nerviosos logré desabrocharle el cinturón y bajarle la cremallera. Una tela blanca asomó urgente por el hueco. Javier, sorprendido, se dejaba hacer, aunque de sus labios aún seguía saliendo aquella palabra:

tranquilo

, palabra que ahora apenas si tenía poder sobre mí. Eché hacia abajo la tela y apareció el objeto de mi deseo: una polla muy bien proporcionada, tirando a gruesa, y algo menos larga que la mía, pero con una forma casi de manual, un capullo rojo se mostraba desafiante, coronado con una ligera perla líquida.

Empecé a pajearlo con auténtica violencia, como si quisiera arrancarle hasta el último jugo. Al movimiento de mi mano, unos huevos prietos y sin un solo pelo, se movían también, agitados por el ritmo frenético de mi mano. Javier volvió a decirme su palabra favorita:

tranquilo

, pero yo no podía parar, no podía ni quería, lo único que quería era apoderarme de aquel nabo que se mostraba tan orgulloso y altivo. Quería que fuera mío, quería poseerlo, quería comérmelo entero, y por eso mi boca, abierta como quien coge aire antes de tirarse a una piscina, ya lo retenía entre sus labios. Me había vuelto a empalmar, pero ahora no era yo quien reclamaba mi atención sino aquel tipo al que le estaba tan agradecido y que mostraba una erección tan poderosa como apetitosa.

Nunca había hecho una mamada, mi historial sexual era bien escaso: aquella paja de hacía tres años a Alberto José y nada más, pero había visto muchos vídeos y tenía mucha imaginación.

De nada me sirvieron, porque seguí con el mismo ritmo frenético que antes tenía mi mano, deseando darle un mordisco a aquella polla que poco a poco iba adquiriendo un grosor aún más delicioso. La saliva caía de mi boca y llegaba hasta los huevos de mi profesor, cuyas manos sentía yo sobre mi cabeza, enredadas en mi pelo. Y de repente, un pequeño espasmo, y mi boca que se llena de una crema caliente que la cubre casi por completo. Crema que tragué como quien se traga el antídoto de un veneno. Frente a mí, el cuerpo bien trabajado de Javier daba pequeños espasmos de placer y una sonrisa se dibujaba en su rostro.

Acercó su cara a la mía y nos fundimos en un largo beso; sentía yo su mano sobre mi nuca, cómo presionaba tan delicadamente para que siguiéramos fundidos en aquel beso cálido. Cuando por fin nos separamos, los ojos fijos en los míos, no pude más que decirle, consciente de mi torpeza:

  • Tengo mucho que aprender ¿no?

Él volvió a sonreír.

  • Tranquilo- me dijo-. Yo estoy aquí para enseñarte.

Y volvimos a juntar nuestros labios.

(continuará)